lunes, 19 de septiembre de 2022

Ficciones de nosotros mismos

El ensayista estadounidense Phillip Lopate menciona en “Retrato de mi cuerpo” –uno de sus mejores textos– lo que descubrió cuando pudo verse en un video que habían grabado sin que él se diera cuenta. Observó sus tics, la manera de acomodar el cuerpo y también la inclinación de su espalda y de su cabeza. El autor atribuye, además, algunos rasgos de su personalidad a su estatura, pero estas características sólo se revelaron con el paso del tiempo y, por supuesto, con una mirada suficientemente lejana.

Es interesante analizar las maneras en las que nos pensamos. El filósofo John Gray dice que la autoconciencia –la capacidad del ser humano para percibirse a sí mismo– puede ser un lastre para llevar una vida lejos de la angustia existencial y los dilemas de esta época. La tarea de olvidarnos se antoja imposible, pues en cada momento nuestra mente construye fantasías y busca, febrilmente, interpretaciones que van más allá de lo inmediato. En muchas ocasiones nos rodeamos de un yo ficcional que termina opacando a la persona real que somos y que aparece, de vez en cuando, en algún gusto, una frase o un recuerdo que se antoja demasiado transparente.

Dar clases es –al menos así lo pensé en un inicio– la oportunidad de ser el que pude haber sido en la adolescencia. A veces reconozco la historia que me he contado en algún alumno introvertido que mira con desconfianza a todos lados. A veces me siento tentado a hablarle y rescatarlo de sus miedos, como si, de esa manera, pudiera rescatar al joven tímido que fui. Sin embargo, descubro que no lo conozco lo suficiente me alejo. Quizás algún día se pregunte si todas esas historias que se ha creído son sólo eso: ficciones que construyen un personaje con el que se siente cómodo. Mientras llega ese momento yo sigo descubriéndome en cada sesión con mis alumnos: si cuando era adolescente apenas podía hablar ante un grupo de amigos, ahora hago mi propio espectáculo ante 30 personas mucho más jóvenes que yo. Hago chistes, respondo con agilidad mental alguna pregunta incómoda y trato de que ellos mismos no se tomen en serio. Cuando acaba la jornada laboral regreso, por así decirlo, a un estado primigenio. Respiro y retomo fuerzas.

Pareciera que, como los actores, el papel que escenifico frente a mi público es un artificio que no se sostendrá por mucho tiempo. Sin embargo, con el paso de los años he pensado que, en realidad, no he cambiado tanto. No escenifico ningún papel sino, más bien, estoy recuperando a la persona que fui y que no entró en mi propia ficción. Escogí sólo algunas experiencias para formar mi personaje y dejé en el olvido otras. Eso no está mal. Las utopías de vida son un fardo que cargamos con necedad. Ahora, simplemente, tengo una oportunidad para mirarme de lejos –así como lo hizo Phillip Lopate a través de un video– y comprender que no habitamos ficciones monolíticas sino ramificaciones que parten de dudas y certezas.     

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