martes, 25 de junio de 2024

Ruidos y silencios de Luis Felipe Ortega

En los últimos años el artista mexicano Luis Felipe Ortega ha estudiado con obsesión a los artistas neoconcretos brasileños”, escribe el curador Daniel Montero en uno de los textos de sala de Ruídos/silêncios (…ou a impermanência de uma ideia improvável), el mural que puede visitarse en la galería del Instituto Guimarães Rosa (IGR) de la Ciudad de México hasta el 28 de agosto. Un tipo de arte en el que la geometría y la experiencia son siempre complementarias y en el que prevalece una dimensión artística (perceptiva) y no necesariamente científica (demostrativa)”, abunda Montero.

En el contexto del Año Dual Brasil-México, la pieza de Ortega se presenta como un inmejorable diálogo entre dos tradiciones artísticas americanas. Claudia Dias Sampaio, coordinadora general del IGR –que depende de la Embajada de Brasil–, especifica con qué artistas se relaciona la pieza, aquellos alrededor del Grupo Frente como Hélio Oiticica, Lygia Clark, Lygia Pape, Ivan Serpa y Aluísio Carvão. En las décadas de los cincuenta y sesenta la obra de estos creadores significó una auténtica renovación del arte moderno no sólo latinoamericano.

Ruídos/silêncios (…ou a impermanência de uma ideia improvável) es una obra dominada por el rigor y la exactitud característicos del trabajo de Luis Felipe Ortega. Sus formas, colores y organización provienen de la lectura de obras de Oiticica, Clark y Pape, pero se articulan en un conjunto de poderosa y autónoma plasticidad. Los rectángulos y cuadrados de color fijan un fondo sobre el que danzan dibujos tridimensionales de varilla. Se reconocen aquí, así como en los volúmenes tramados con grafito, gestos del trabajo reciente de Ortega, que en 2022 se desplegaron en la retrospectiva …y luego se tornará resquicio (Museo Amparo, Puebla).

Luis Felipe Ortega

Vista del mural Ruídos/silêncios (…ou a impermanência de uma ideia improvável), de Luis Felipe Ortega, en el Instituto Guimarães Rosa de la Ciudad de México

La obra que se presenta en el Instituto Guimarães Rosa de México, explica Montero, es en su base neoconcreta, pero la proyección es un arreglo y un ajuste que realiza Luis Felipe Ortega al neoconcretismo histórico bajo sus propios términos”. Ambos, curador y artista, conversaron recientemente en el IGR a propósito de la pieza, y el segundo mostró parte del trabajo que realizó durante una estancia en São Paulo, lo mismo en las calles que en sus cuadernos. La relación de Ortega con ciertas zonas del arte brasileño moderno y contemporáneo viene de lejos, y eso se plasma de manera elocuente en Ruídos/silêncios.

El crítico Mário Pedrosa hablaba de la naturaleza afectiva de las formas y definía el arte como ‘un ejercicio experimental de libertad’. Lo que vemos aquí, en los muros de la galería del IGR-México, es una muestra de ese ejercicio de libertad, realizado con el rigor y la sensibilidad que marcan la trayectoria de Luis Felipe Ortega. La dimensión política que caracterizó las intervenciones de las vanguardias de los años 1950-60 se mantiene en la medida en que entendemos que hay muchas formas de hacer política; una de ellas es la de renovar y compartir sensibilidades”, escribe Dias Sampaio en otro de los textos de sala.

En días recientes apareció Entre perro y lobo, volumen editado por Michel Blanscubé a partir del proyecto que coordinó a finales de 2021 e inicios de 2022. Se trata de una nueva muestra del papel central que tienen la conversación y el intercambio en los procesos artísticos de Ortega, que aquí –en el proyecto, ahora libro– dialoga, vía el grafito, con los artistas Iván Trueta y Adrián White.

Luis Felipe Ortega

Detalle del mural Ruídos/silêncios (…ou a impermanência de uma ideia improvável), de Luis Felipe Ortega, en el Instituto Guimarães Rosa de la Ciudad de México

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Ruidos y silencios de Luis Felipe Ortega

En los últimos años el artista mexicano Luis Felipe Ortega ha estudiado con obsesión a los artistas neoconcretos brasileños”, escribe el curador Daniel Montero en uno de los textos de sala de Ruídos/silêncios (…ou a impermanência de uma ideia improvável), el mural que puede visitarse en la galería del Instituto Guimarães Rosa (IGR) de la Ciudad de México hasta el 28 de agosto. Un tipo de arte en el que la geometría y la experiencia son siempre complementarias y en el que prevalece una dimensión artística (perceptiva) y no necesariamente científica (demostrativa)”, abunda Montero.

En el contexto del Año Dual Brasil-México, la pieza de Ortega se presenta como un inmejorable diálogo entre dos tradiciones artísticas americanas. Claudia Dias Sampaio, coordinadora general del IGR –que depende de la Embajada de Brasil–, especifica con qué artistas se relaciona la pieza, aquellos alrededor del Grupo Frente como Hélio Oiticica, Lygia Clark, Lygia Pape, Ivan Serpa y Aluísio Carvão. En las décadas de los cincuenta y sesenta la obra de estos creadores significó una auténtica renovación del arte moderno no sólo latinoamericano.

Ruídos/silêncios (…ou a impermanência de uma ideia improvável) es una obra dominada por el rigor y la exactitud característicos del trabajo de Luis Felipe Ortega. Sus formas, colores y organización provienen de la lectura de obras de Oiticica, Clark y Pape, pero se articulan en un conjunto de poderosa y autónoma plasticidad. Los rectángulos y cuadrados de color fijan un fondo sobre el que danzan dibujos tridimensionales de varilla. Se reconocen aquí, así como en los volúmenes tramados con grafito, gestos del trabajo reciente de Ortega, que en 2022 se desplegaron en la retrospectiva …y luego se tornará resquicio (Museo Amparo, Puebla).

Luis Felipe Ortega

Vista del mural Ruídos/silêncios (…ou a impermanência de uma ideia improvável), de Luis Felipe Ortega, en el Instituto Guimarães Rosa de la Ciudad de México

La obra que se presenta en el Instituto Guimarães Rosa de México, explica Montero, es en su base neoconcreta, pero la proyección es un arreglo y un ajuste que realiza Luis Felipe Ortega al neoconcretismo histórico bajo sus propios términos”. Ambos, curador y artista, conversaron recientemente en el IGR a propósito de la pieza, y el segundo mostró parte del trabajo que realizó durante una estancia en São Paulo, lo mismo en las calles que en sus cuadernos. La relación de Ortega con ciertas zonas del arte brasileño moderno y contemporáneo viene de lejos, y eso se plasma de manera elocuente en Ruídos/silêncios.

El crítico Mário Pedrosa hablaba de la naturaleza afectiva de las formas y definía el arte como ‘un ejercicio experimental de libertad’. Lo que vemos aquí, en los muros de la galería del IGR-México, es una muestra de ese ejercicio de libertad, realizado con el rigor y la sensibilidad que marcan la trayectoria de Luis Felipe Ortega. La dimensión política que caracterizó las intervenciones de las vanguardias de los años 1950-60 se mantiene en la medida en que entendemos que hay muchas formas de hacer política; una de ellas es la de renovar y compartir sensibilidades”, escribe Dias Sampaio en otro de los textos de sala.

En días recientes apareció Entre perro y lobo, volumen editado por Michel Blanscubé a partir del proyecto que coordinó a finales de 2021 e inicios de 2022. Se trata de una nueva muestra del papel central que tienen la conversación y el intercambio en los procesos artísticos de Ortega, que aquí –en el proyecto, ahora libro– dialoga, vía el grafito, con los artistas Iván Trueta y Adrián White.

Luis Felipe Ortega

Detalle del mural Ruídos/silêncios (…ou a impermanência de uma ideia improvável), de Luis Felipe Ortega, en el Instituto Guimarães Rosa de la Ciudad de México

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Cómo dibujar el terror

Lucas Nine (Buenos Aires, 1975) es ilustrador e historietista. Estudió realización cinematográfica en la Escuela de Cine de Avellaneda, llegando a dirigir una de las historias del largometraje de animación Ánima Buenos Aires (2012). La editorial Salamandra Graphic acaba de publicar Las cosas que perdimos en el fuego, una adaptación en viñetas de cuatro de los cuentos que forman el inquietante libro de Mariana Enriquez. Su trabajo como ilustrador ha aparecido en publicaciones como Rolling Stone, Les Inrockuptibles, Orsai o Latido. Conversamos con él sobre la adaptación de la obra de la escritora argentina y sobre su potente trabajo como dibujante.

En el cómic Las cosas que perdimos en el fuego adaptas cuatro de los cuentos que Mariana Enriquez publicó en el libro del mismo título, publicado por Anagrama en 2016. ¿Cómo surgió el proyecto?

Hace algunos años la revista argentina Orsai me propuso realizar una adaptación de “Bajo el agua negra”, uno de los cuentos de ese libro. Me impresionaron las imágenes que sugería y su potencia gráfica (o su gráfica en potencia). Luego descubrí que lo mismo se aplicaba a los otros relatos. Me llamó la atención el modo en que el libro conecta con una tradición literaria rioplatense que juega con cierto terror a las masas, llamémoslas, “aluvionales”. En El matadero un autor del siglo XIX como Esteban Echeverría las presenta como una amenaza de violencia directa contra el orden en el cual se inscribe el narrador. En el XX Julio Cortázar sugiere (en “Casa tomada”, pero también en “Las puertas del cielo”) que su sola presencia ya constituye todo el peligro.

Curiosamente los cuentos que menciono fueron adaptados a la historieta (por Enrique Breccia y Carlos Nine, respectivamente) y, sin grandes modificaciones del texto original, los autores cuestionan su sentido inicial gracias a la ambigüedad intrínseca a las imágenes. Me parecía que algunos cuentos de Mariana Enriquez (pienso en “El chico sucio” y “Bajo el agua negra”) funcionan como una actualización al siglo XXI de estos viejos terrores rioplatenses. De manera que pensé en sumar otros cuentos del mismo libro a la historieta ya dibujada para redondear esta sensación y ponerla en clave gráfica. La editorial Salamandra fue receptiva al proyecto.

“Me parecía que algunos cuentos de Mariana Enriquez funcionan como una actualización al siglo XXI de viejos terrores rioplatenses. De manera que pensé en sumar otros cuentos del mismo libro a la historieta ya dibujada para redondear esta sensación y ponerla en clave gráfica.”

¿Hasta qué punto estuvo Enriquez vinculada a la adaptación?

Más allá del hecho obvio de que se trata de una incursión en su universo, Mariana leyó los guiones que escribí y me dio una gran libertad para trabajar, cosa que es fundamental en este caso. No se trataba de producir una versión ilustrada de los cuentos sino de lograr otra cosa… algo que, al menos en ese momento, se hallaba en un estado embrionario, saliendo a gatas del barro (un poco como las criaturas de alguno de sus cuentos). Trabajé bastante con ella el nexo de los relatos, la idea central que los articula; hubo todo un ida y vuelta por e-mail. Este eje pasa, yo diría, por la ciudad de Buenos Aires, el gran escenario del libro, que es casi un personaje más. Algo que también tuvimos en cuenta a la hora de la elección de la imagen de tapa.

Lucas Nine

El cómic está formado por cuatro cuentos: “El chico sucio”, “Pablito clavó un clavito: una evocación del Petiso Orejudo”, “El patio del vecino” y “Bajo el agua negra”. ¿Por qué elegiste precisamente estos cuatro relatos? 

Lo difícil fue decidir cuales quedarían fuera. Fue como cuando uno entra en una juguetería: no puede llevarse todo; una desgracia, en suma. De entrada sabía que “El chico sucio” estaría sí o sí. “Pablito…” es un cuento atípico dentro del libro original, pero lo necesitaba para organizar la adaptación, poniendo el eje sobre la ciudad y su trasfondo histórico. Por otro lado es un cuento bastante cómico, si se mira bien; de un humor negrísimo a lo Ambrose Bierce, pero que me permitía introducir una variación en el tono. “El patio del vecino” entró simplemente porque quería dibujarlo. Existe un nexo interesante entre los cuatro: resultan una variación inquietante sobre la idea del chico, el hijo, el otro monstruoso engendrado por lo cotidiano. Es como si esa tradición del terror rioplatense a la que antes me refería se centrara aquí en la potencialidad de estos otros, en su voluntad de seguir existiendo.

¿Cómo fue la labor de adaptación, qué materiales y técnicas utilizaste?

Decidí conservar el doble registro que tienen los cuentos originales. Por eso aparecen paisajes y calles muy concretos de Buenos Aires en donde suele terminar desplegándose una imaginería de pesadilla. Tenía claro que las narradoras de las historias (nuestro punto de vista) debían ser un lugar seguro y reconocible; una especie de “casa” donde el lector pudiera refugiarse. Trabajé con modelos para darles forma: el de “Bajo el agua negra” es mi mujer, Nancy Giampaolo; la protagonista de “El chico sucio” es mi hermana, María; y la de “El patio del vecino” una amiga, la abnegada Micaela Sáez. Entre ellas, el terror salpicando para todos lados.

“Decidí conservar el doble registro que tienen los cuentos originales. Por eso aparecen paisajes y calles muy concretos de Buenos Aires en donde suele terminar desplegándose una imaginería de pesadilla.”

En cuanto a mi técnica de trabajo, realizo las viñetas por separado, en varias hojas de papel (a veces con diferentes versiones del mismo dibujo), en gran tamaño. Buscando un trazo particular para este libro (trato que ninguno se parezca al anterior) realicé todo el pasado a tinta con una esteca, un útil de metal, de cierta flexibilidad, que se usa para modelar en escultura. Ninguno de mis dibujos es digital, pero sí el armado final de la página (edito un poco como un montajista de cine), así como el color.

La literatura de Mariana Enriquez tiene su germen, en ocasiones, en la realidad argentina. En el cómic incluyes fotografías. ¿Es una forma de resaltar esa realidad?

Sí, es una manera de dotar de un entorno concreto a formas que tienen una fragancia fantasmagórica. Creo que la fuerza de los cuentos de Mariana surge de anclar lo fantástico a lugares precisos. Que, al menos en “El chico sucio”, son los sitios donde yo vivo, de manera que todo lo que tenía que hacer era salir a dar una vuelta para situar a los personajes en el espacio. Para encontrar la casa justa para ese cuento recuerdo haber consultado a Mariana, y no tenía un modelo puntual en mente. Esa casa aparentemente fotográfica no existe en la realidad, es una ilustración. Este juego se repite a lo largo del libro: aunque “dibujo” y “foto” se leen como dos planos diferenciados, técnicamente no lo están: muchas de las supuestas fotos son ilustraciones y muchos de los dibujos están realizados a partir de modelos, que en algunos casos fueron fotografiados. Por otro lado, este tipo de montajes remiten también a la influencia de Alberto Breccia, un maestro del collage expresivo.

¿Ha sido complicado trasladar a viñetas unos cuentos en los que, en ocasiones, el terror y el miedo es cuestión de sensaciones?

En esa dificultad está la gracia. ¿Cómo dibujar el terror? Una simple ilustración del texto no alcanza. Hace un tiempo realicé una adaptación de “El almohadón de plumas” de Horacio Quiroga, donde figura un monstruoso parásito escondido. La cuestión es: ¿hay que dibujarlo o no? Toda descripción tiene algo de pueril: los verdaderos terrores son abstractos. Tememos aquello que no tiene forma. Y dibujar lo que no tiene forma es todo un desafío.

Lucas Nine

Lucas Nine retratado por Noe Férnandez

Las cosas que perdimos en el fuego es un libro muy leído. ¿Has contado con el conocimiento del lector de Mariana Enriquez para realizar tu adaptación?

Por supuesto, pero cuento con que mi lector no dependa de haber leído el original. No estaba interesado en buscar lecturas radicalmente nuevas o divergentes de los cuentos sino en potenciarlos desde lo gráfico, buscando alguna variación que los aleje de la simple ilustración. Para mí fue importante evitar dar explicaciones que el original no daba, esquivar la tentación de cerrar aquello que Mariana dejaba abierto. Mi circuito ideal es que un lector que no haya leído los cuentos originales vaya a ellos tras haber pasado por esta adaptación. A diferencia de un restaurante, nuestros comensales deben quedarse con un poquito de hambre.

No es la primera vez que te enfrentas a un tema literario en tus cómics. En 2017 publicaste Borges, inspector de aves, un libro que tiene su origen en una anécdota relacionada con el escritor argentino.

Sí, Borges trabajaba en una biblioteca pública en 1946 y, en razón de sus declaraciones en contra del gobierno, fue trasladado al área de la inspección de aves en los mercados municipales. El Borges real renunció a su puesto, mientras que mi Borges ficcional se viste como un inspector de novela policial y resuelve casos relacionados con gallineros, que paradójicamente terminan vinculados con el mundo de la literatura más de lo que se podría creer en un primer momento. Mi Borges habla como el Borges que conocemos, pero evidentemente es un antiBorges. O, mejor dicho, es un Borges que intenta salir al mundo real. Se trata de una sátira del mundo literario y del intelectual libresco intentando aplicar aquello que conoce sobre la realidad que lo rodea, con resultados particulares, por cierto. Pero si reducimos el libro a esta premisa, debería reconocer que llegué tarde. No sé si oyeron hablar de un tal Cervantes…

“Mi circuito ideal es que un lector que no haya leído los cuentos originales vaya a ellos tras haber pasado por esta adaptación. A diferencia de un restaurante, nuestros comensales deben quedarse con un poquito de hambre.”

Dingo Romero y El circo criollo han sido otros de tus trabajos en el mundo de la ilustración. ¿Qué puedes contarnos de estos dos títulos?

Dingo Romero fue el primero de mis libros como autor integral, un encargo del gran Paco Camarasa para sus Edicions de Ponent. Digamos que Paco inició mi carrera. El circo criollo es en cambio un álbum de ilustraciones en torno a nuestro viejo circo popular, que mezclaba variedades y números musicales con pantomima. Ese libro es una incursión en un terreno que me gustaría explorar más: el libro álbum ilustrado, un género que hoy parece reducido al libro infantil. Pero mi carrera está hoy centrada en los libros de historieta que estoy publicando en Francia, un mercado con una apertura y variedad que resulta impresionante y muy difícil de hallar en otros lados. Acabo de terminar, para ediciones Les Revêurs, una serie de dos tomos (Delicatessen. Tout est bon y La peur émeraude), una sátira sobre la Belle Époque.

¿Qué proyectos tienes en mente para un futuro próximo?

En este momento estoy trabajando en un par de libros de historieta, que saldrán justo para el próximo festival de Angoulême. Francia sigue siendo el gran espacio donde se puede ver todo lo que hago. La mecánica particular de mis proyectos hace que tenga varios en la incubadora al mismo tiempo. De pronto uno toma la iniciativa por sobre el resto, vaya a saberse por qué, y termina convertido en libro. Lo que ya no me preocupa, por suerte, es encontrar un editor para los más personales. Tarde o temprano terminan apareciendo.

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Cómo dibujar el terror

Lucas Nine (Buenos Aires, 1975) es ilustrador e historietista. Estudió realización cinematográfica en la Escuela de Cine de Avellaneda, llegando a dirigir una de las historias del largometraje de animación Ánima Buenos Aires (2012). La editorial Salamandra Graphic acaba de publicar Las cosas que perdimos en el fuego, una adaptación en viñetas de cuatro de los cuentos que forman el inquietante libro de Mariana Enriquez. Su trabajo como ilustrador ha aparecido en publicaciones como Rolling Stone, Les Inrockuptibles, Orsai o Latido. Conversamos con él sobre la adaptación de la obra de la escritora argentina y sobre su potente trabajo como dibujante.

En el cómic Las cosas que perdimos en el fuego adaptas cuatro de los cuentos que Mariana Enriquez publicó en el libro del mismo título, publicado por Anagrama en 2016. ¿Cómo surgió el proyecto?

Hace algunos años la revista argentina Orsai me propuso realizar una adaptación de “Bajo el agua negra”, uno de los cuentos de ese libro. Me impresionaron las imágenes que sugería y su potencia gráfica (o su gráfica en potencia). Luego descubrí que lo mismo se aplicaba a los otros relatos. Me llamó la atención el modo en que el libro conecta con una tradición literaria rioplatense que juega con cierto terror a las masas, llamémoslas, “aluvionales”. En El matadero un autor del siglo XIX como Esteban Echeverría las presenta como una amenaza de violencia directa contra el orden en el cual se inscribe el narrador. En el XX Julio Cortázar sugiere (en “Casa tomada”, pero también en “Las puertas del cielo”) que su sola presencia ya constituye todo el peligro.

Curiosamente los cuentos que menciono fueron adaptados a la historieta (por Enrique Breccia y Carlos Nine, respectivamente) y, sin grandes modificaciones del texto original, los autores cuestionan su sentido inicial gracias a la ambigüedad intrínseca a las imágenes. Me parecía que algunos cuentos de Mariana Enriquez (pienso en “El chico sucio” y “Bajo el agua negra”) funcionan como una actualización al siglo XXI de estos viejos terrores rioplatenses. De manera que pensé en sumar otros cuentos del mismo libro a la historieta ya dibujada para redondear esta sensación y ponerla en clave gráfica. La editorial Salamandra fue receptiva al proyecto.

“Me parecía que algunos cuentos de Mariana Enriquez funcionan como una actualización al siglo XXI de viejos terrores rioplatenses. De manera que pensé en sumar otros cuentos del mismo libro a la historieta ya dibujada para redondear esta sensación y ponerla en clave gráfica.”

¿Hasta qué punto estuvo Enriquez vinculada a la adaptación?

Más allá del hecho obvio de que se trata de una incursión en su universo, Mariana leyó los guiones que escribí y me dio una gran libertad para trabajar, cosa que es fundamental en este caso. No se trataba de producir una versión ilustrada de los cuentos sino de lograr otra cosa… algo que, al menos en ese momento, se hallaba en un estado embrionario, saliendo a gatas del barro (un poco como las criaturas de alguno de sus cuentos). Trabajé bastante con ella el nexo de los relatos, la idea central que los articula; hubo todo un ida y vuelta por e-mail. Este eje pasa, yo diría, por la ciudad de Buenos Aires, el gran escenario del libro, que es casi un personaje más. Algo que también tuvimos en cuenta a la hora de la elección de la imagen de tapa.

Lucas Nine

El cómic está formado por cuatro cuentos: “El chico sucio”, “Pablito clavó un clavito: una evocación del Petiso Orejudo”, “El patio del vecino” y “Bajo el agua negra”. ¿Por qué elegiste precisamente estos cuatro relatos? 

Lo difícil fue decidir cuales quedarían fuera. Fue como cuando uno entra en una juguetería: no puede llevarse todo; una desgracia, en suma. De entrada sabía que “El chico sucio” estaría sí o sí. “Pablito…” es un cuento atípico dentro del libro original, pero lo necesitaba para organizar la adaptación, poniendo el eje sobre la ciudad y su trasfondo histórico. Por otro lado es un cuento bastante cómico, si se mira bien; de un humor negrísimo a lo Ambrose Bierce, pero que me permitía introducir una variación en el tono. “El patio del vecino” entró simplemente porque quería dibujarlo. Existe un nexo interesante entre los cuatro: resultan una variación inquietante sobre la idea del chico, el hijo, el otro monstruoso engendrado por lo cotidiano. Es como si esa tradición del terror rioplatense a la que antes me refería se centrara aquí en la potencialidad de estos otros, en su voluntad de seguir existiendo.

¿Cómo fue la labor de adaptación, qué materiales y técnicas utilizaste?

Decidí conservar el doble registro que tienen los cuentos originales. Por eso aparecen paisajes y calles muy concretos de Buenos Aires en donde suele terminar desplegándose una imaginería de pesadilla. Tenía claro que las narradoras de las historias (nuestro punto de vista) debían ser un lugar seguro y reconocible; una especie de “casa” donde el lector pudiera refugiarse. Trabajé con modelos para darles forma: el de “Bajo el agua negra” es mi mujer, Nancy Giampaolo; la protagonista de “El chico sucio” es mi hermana, María; y la de “El patio del vecino” una amiga, la abnegada Micaela Sáez. Entre ellas, el terror salpicando para todos lados.

“Decidí conservar el doble registro que tienen los cuentos originales. Por eso aparecen paisajes y calles muy concretos de Buenos Aires en donde suele terminar desplegándose una imaginería de pesadilla.”

En cuanto a mi técnica de trabajo, realizo las viñetas por separado, en varias hojas de papel (a veces con diferentes versiones del mismo dibujo), en gran tamaño. Buscando un trazo particular para este libro (trato que ninguno se parezca al anterior) realicé todo el pasado a tinta con una esteca, un útil de metal, de cierta flexibilidad, que se usa para modelar en escultura. Ninguno de mis dibujos es digital, pero sí el armado final de la página (edito un poco como un montajista de cine), así como el color.

La literatura de Mariana Enriquez tiene su germen, en ocasiones, en la realidad argentina. En el cómic incluyes fotografías. ¿Es una forma de resaltar esa realidad?

Sí, es una manera de dotar de un entorno concreto a formas que tienen una fragancia fantasmagórica. Creo que la fuerza de los cuentos de Mariana surge de anclar lo fantástico a lugares precisos. Que, al menos en “El chico sucio”, son los sitios donde yo vivo, de manera que todo lo que tenía que hacer era salir a dar una vuelta para situar a los personajes en el espacio. Para encontrar la casa justa para ese cuento recuerdo haber consultado a Mariana, y no tenía un modelo puntual en mente. Esa casa aparentemente fotográfica no existe en la realidad, es una ilustración. Este juego se repite a lo largo del libro: aunque “dibujo” y “foto” se leen como dos planos diferenciados, técnicamente no lo están: muchas de las supuestas fotos son ilustraciones y muchos de los dibujos están realizados a partir de modelos, que en algunos casos fueron fotografiados. Por otro lado, este tipo de montajes remiten también a la influencia de Alberto Breccia, un maestro del collage expresivo.

¿Ha sido complicado trasladar a viñetas unos cuentos en los que, en ocasiones, el terror y el miedo es cuestión de sensaciones?

En esa dificultad está la gracia. ¿Cómo dibujar el terror? Una simple ilustración del texto no alcanza. Hace un tiempo realicé una adaptación de “El almohadón de plumas” de Horacio Quiroga, donde figura un monstruoso parásito escondido. La cuestión es: ¿hay que dibujarlo o no? Toda descripción tiene algo de pueril: los verdaderos terrores son abstractos. Tememos aquello que no tiene forma. Y dibujar lo que no tiene forma es todo un desafío.

Lucas Nine

Lucas Nine retratado por Noe Férnandez

Las cosas que perdimos en el fuego es un libro muy leído. ¿Has contado con el conocimiento del lector de Mariana Enriquez para realizar tu adaptación?

Por supuesto, pero cuento con que mi lector no dependa de haber leído el original. No estaba interesado en buscar lecturas radicalmente nuevas o divergentes de los cuentos sino en potenciarlos desde lo gráfico, buscando alguna variación que los aleje de la simple ilustración. Para mí fue importante evitar dar explicaciones que el original no daba, esquivar la tentación de cerrar aquello que Mariana dejaba abierto. Mi circuito ideal es que un lector que no haya leído los cuentos originales vaya a ellos tras haber pasado por esta adaptación. A diferencia de un restaurante, nuestros comensales deben quedarse con un poquito de hambre.

No es la primera vez que te enfrentas a un tema literario en tus cómics. En 2017 publicaste Borges, inspector de aves, un libro que tiene su origen en una anécdota relacionada con el escritor argentino.

Sí, Borges trabajaba en una biblioteca pública en 1946 y, en razón de sus declaraciones en contra del gobierno, fue trasladado al área de la inspección de aves en los mercados municipales. El Borges real renunció a su puesto, mientras que mi Borges ficcional se viste como un inspector de novela policial y resuelve casos relacionados con gallineros, que paradójicamente terminan vinculados con el mundo de la literatura más de lo que se podría creer en un primer momento. Mi Borges habla como el Borges que conocemos, pero evidentemente es un antiBorges. O, mejor dicho, es un Borges que intenta salir al mundo real. Se trata de una sátira del mundo literario y del intelectual libresco intentando aplicar aquello que conoce sobre la realidad que lo rodea, con resultados particulares, por cierto. Pero si reducimos el libro a esta premisa, debería reconocer que llegué tarde. No sé si oyeron hablar de un tal Cervantes…

“Mi circuito ideal es que un lector que no haya leído los cuentos originales vaya a ellos tras haber pasado por esta adaptación. A diferencia de un restaurante, nuestros comensales deben quedarse con un poquito de hambre.”

Dingo Romero y El circo criollo han sido otros de tus trabajos en el mundo de la ilustración. ¿Qué puedes contarnos de estos dos títulos?

Dingo Romero fue el primero de mis libros como autor integral, un encargo del gran Paco Camarasa para sus Edicions de Ponent. Digamos que Paco inició mi carrera. El circo criollo es en cambio un álbum de ilustraciones en torno a nuestro viejo circo popular, que mezclaba variedades y números musicales con pantomima. Ese libro es una incursión en un terreno que me gustaría explorar más: el libro álbum ilustrado, un género que hoy parece reducido al libro infantil. Pero mi carrera está hoy centrada en los libros de historieta que estoy publicando en Francia, un mercado con una apertura y variedad que resulta impresionante y muy difícil de hallar en otros lados. Acabo de terminar, para ediciones Les Revêurs, una serie de dos tomos (Delicatessen. Tout est bon y La peur émeraude), una sátira sobre la Belle Époque.

¿Qué proyectos tienes en mente para un futuro próximo?

En este momento estoy trabajando en un par de libros de historieta, que saldrán justo para el próximo festival de Angoulême. Francia sigue siendo el gran espacio donde se puede ver todo lo que hago. La mecánica particular de mis proyectos hace que tenga varios en la incubadora al mismo tiempo. De pronto uno toma la iniciativa por sobre el resto, vaya a saberse por qué, y termina convertido en libro. Lo que ya no me preocupa, por suerte, es encontrar un editor para los más personales. Tarde o temprano terminan apareciendo.

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lunes, 24 de junio de 2024

Nada más

Aparecido en francés en 1995, y en castellano en 2022 gracias a Periférica, Nada más comenzó a circular recientemente en librerías latinoamericanas. Leemos en la cuarta de forros: “Una mujer dicta unas pocas frases al día a lo largo de su último año de vida. Están dirigidas a su amante, que no sólo las mecanografía, sino que también es el objeto de las pasiones tumultuosas que se desprenden de ellas. Esa mujer es Marguerite Duras, una de las escritoras francesas más importantes de todos los tiempos, quien fallece sólo tres días después de la última entrada de este libro”.

El amante es Yann Andréa, compañero de los últimos días de la escritora y cineasta Marguerite Duras (1914-1996) y coprotagonista de este testamento literario, del que ofrecemos los fragmentos iniciales por cortesía de Periférica.

 

21 de noviembre, por la tarde, rue Saint-Benoît

Y.A. ¿Qué diría de usted?

M.D. Duras.

Y.A. ¿Qué diría de mí?

M.D. Indescifrable.

 

Al rato, la misma tarde

A veces me siento vacía durante mucho tiempo.

No tengo identidad.

Eso al principio asusta. Luego se transforma en un movimiento de felicidad. Finalmente, cesa.

La felicidad: muerta, como quien dice.

Algo ausente del lugar donde estoy hablando.

 

Un rato después

Es cuestión de tiempo. Escribiré un libro.

Me gustaría escribirlo, aunque no es seguro que lo haga.

Es aleatorio.

 

22 de noviembre, por la tarde, rue Saint-Benoît

Y.A. ¿Tiene miedo a la muerte?

M.D. No lo sé. No sé qué responder. Desde que he llegado al mar, ya no sé nada.

Y.A. ¿Y conmigo?

M.D. Antes y ahora, al amor que nos tenemos. La muerte y el amor. Será lo que tú quieras, lo que tú seas.

Y.A. ¿Cómo se definiría?

M.D. No sé, lo mismo que en este momento tampoco sé qué escribir.

Y.A. ¿Su libro favorito?

M.D. Un dique, la infancia.

 

Y.A. ¿E irá al paraíso?

M.D. No. Me entra la risa.

Y.A. ¿Por qué?

M.D. No lo sé. Soy una persona descreída.

Y.A. Y, después de la muerte, ¿qué queda?

M.D. Nada. Excepto los vivos, que sonríen, que recuerdan.

Y.A. ¿Quién se acordará de usted?

M.D. Los lectores jóvenes. Los estudiantes.

 

Y.A. ¿Qué la absorbe?

M.D. Escribir. Una ocupación trágica, es decir, relacionada con lo banal de la vida. No me cuesta enfrascarme en ella.

 

Al rato, la misma tarde

Y.A. ¿Tiene título para su próximo libro?

M.D. Sí, El libro por desaparecer.

 

23 de noviembre, en París, 3 de la tarde

Quiero hablar de alguien.

De un hombre de veinticinco años a lo sumo.

Es un hombre bellísimo que quiere morir antes de que la muerte repare en él.

Usted le amaba.

Mucho más que eso.

 

La belleza de sus manos, eso es, sí.

Sus manos, que avanzan por la colina, ahora nítida, clara, tan luminosa como la gracia de la niñez.

Le beso.

Le espero como espero a aquel que destruirá esa gracia ajada, dulce y aún cálida.

A ti ofrendada, entera, con todo mi cuerpo, esa gracia.

 

Al rato, la misma tarde

He querido decirle que le amaba.

Gritarlo.

Nada más.

 

Rue Saint-Benoît, domingo, 27 de noviembre

Estar juntos es el amor, la muerte, la palabra, dormir.

 

Al rato, el domingo

Y.A. ¿Qué diría de sí?

M.D. Ya no estoy muy segura de quién soy.

Estoy con mi amante.

Su nombre lo desconozco.

Da un poco igual.

Juntos ser uno, como con un amante.

Me habría gustado que así fuera.

Ser uno con un amante.

 

Silencio y…

Y.A. ¿Para qué sirve escribir?

M.D. Para poder callar y hablar al mismo tiempo. Escribir. Significa también cantar de vez en cuando.

Y.A. ¿Bailar?

M.D. Eso también. Bailar es consustancial al ser humano. Siempre me ha gustado bailar.

Y.A. ¿Por qué?

M.D. Aún no lo sé.

 

Silencio y…

Y.A. ¿Se le da bien?

M.D. Sí, eso creo.

 

Escribir se acerca mucho al ritmo de lo oral.

Marguerite Duras

Traducción del francés de Vanesa García Cazorla

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Nada más

Aparecido en francés en 1995, y en castellano en 2022 gracias a Periférica, Nada más comenzó a circular recientemente en librerías latinoamericanas. Leemos en la cuarta de forros: “Una mujer dicta unas pocas frases al día a lo largo de su último año de vida. Están dirigidas a su amante, que no sólo las mecanografía, sino que también es el objeto de las pasiones tumultuosas que se desprenden de ellas. Esa mujer es Marguerite Duras, una de las escritoras francesas más importantes de todos los tiempos, quien fallece sólo tres días después de la última entrada de este libro”.

El amante es Yann Andréa, compañero de los últimos días de la escritora y cineasta Marguerite Duras (1914-1996) y coprotagonista de este testamento literario, del que ofrecemos los fragmentos iniciales por cortesía de Periférica.

 

21 de noviembre, por la tarde, rue Saint-Benoît

Y.A. ¿Qué diría de usted?

M.D. Duras.

Y.A. ¿Qué diría de mí?

M.D. Indescifrable.

 

Al rato, la misma tarde

A veces me siento vacía durante mucho tiempo.

No tengo identidad.

Eso al principio asusta. Luego se transforma en un movimiento de felicidad. Finalmente, cesa.

La felicidad: muerta, como quien dice.

Algo ausente del lugar donde estoy hablando.

 

Un rato después

Es cuestión de tiempo. Escribiré un libro.

Me gustaría escribirlo, aunque no es seguro que lo haga.

Es aleatorio.

 

22 de noviembre, por la tarde, rue Saint-Benoît

Y.A. ¿Tiene miedo a la muerte?

M.D. No lo sé. No sé qué responder. Desde que he llegado al mar, ya no sé nada.

Y.A. ¿Y conmigo?

M.D. Antes y ahora, al amor que nos tenemos. La muerte y el amor. Será lo que tú quieras, lo que tú seas.

Y.A. ¿Cómo se definiría?

M.D. No sé, lo mismo que en este momento tampoco sé qué escribir.

Y.A. ¿Su libro favorito?

M.D. Un dique, la infancia.

 

Y.A. ¿E irá al paraíso?

M.D. No. Me entra la risa.

Y.A. ¿Por qué?

M.D. No lo sé. Soy una persona descreída.

Y.A. Y, después de la muerte, ¿qué queda?

M.D. Nada. Excepto los vivos, que sonríen, que recuerdan.

Y.A. ¿Quién se acordará de usted?

M.D. Los lectores jóvenes. Los estudiantes.

 

Y.A. ¿Qué la absorbe?

M.D. Escribir. Una ocupación trágica, es decir, relacionada con lo banal de la vida. No me cuesta enfrascarme en ella.

 

Al rato, la misma tarde

Y.A. ¿Tiene título para su próximo libro?

M.D. Sí, El libro por desaparecer.

 

23 de noviembre, en París, 3 de la tarde

Quiero hablar de alguien.

De un hombre de veinticinco años a lo sumo.

Es un hombre bellísimo que quiere morir antes de que la muerte repare en él.

Usted le amaba.

Mucho más que eso.

 

La belleza de sus manos, eso es, sí.

Sus manos, que avanzan por la colina, ahora nítida, clara, tan luminosa como la gracia de la niñez.

Le beso.

Le espero como espero a aquel que destruirá esa gracia ajada, dulce y aún cálida.

A ti ofrendada, entera, con todo mi cuerpo, esa gracia.

 

Al rato, la misma tarde

He querido decirle que le amaba.

Gritarlo.

Nada más.

 

Rue Saint-Benoît, domingo, 27 de noviembre

Estar juntos es el amor, la muerte, la palabra, dormir.

 

Al rato, el domingo

Y.A. ¿Qué diría de sí?

M.D. Ya no estoy muy segura de quién soy.

Estoy con mi amante.

Su nombre lo desconozco.

Da un poco igual.

Juntos ser uno, como con un amante.

Me habría gustado que así fuera.

Ser uno con un amante.

 

Silencio y…

Y.A. ¿Para qué sirve escribir?

M.D. Para poder callar y hablar al mismo tiempo. Escribir. Significa también cantar de vez en cuando.

Y.A. ¿Bailar?

M.D. Eso también. Bailar es consustancial al ser humano. Siempre me ha gustado bailar.

Y.A. ¿Por qué?

M.D. Aún no lo sé.

 

Silencio y…

Y.A. ¿Se le da bien?

M.D. Sí, eso creo.

 

Escribir se acerca mucho al ritmo de lo oral.

Marguerite Duras

Traducción del francés de Vanesa García Cazorla

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viernes, 21 de junio de 2024

Diseños de ciencia ficción

La imaginación del futuro es una de las características de la ciencia ficción, lo mismo en la literatura que en el cine. Con el fin de dar consistencia a la especulación sobre el porvenir, las producciones audiovisuales han establecido una alianza con otra disciplina creativa: el diseño. El espacio expositivo Vitra Schaudepot, el almacén de la firma suiza en la localidad alemana de Weil am Rhein, dedica su muestra más reciente a este fenómeno: Science Fiction Design: From Space Age to Metaverse. Inaugurada el 18 de mayo, explora asimismo la influencia del género narrativo en la creación de mobiliario.

El edificio diseñado por Herzog & de Meuron, que pasó de albergar la colección de Vitra a cobijar exposiciones temporales, presenta más de un centenar de objetos a través de la museografía del argentino Andrés Reisinger, que además aporta algunos trabajos de su estudio, lo mismo físicos que para entornos digitales. La relación entre diseño y ciencia ficción comenzó a establecerse con fuerza a partir de los años cincuenta del siglo pasado: “Diseñadores como Gae Aulenti, Eero Aarnio, Luigi Colani, Joe Colombo y Verner Panton crearon muebles y ambientes cuyas formas orgánicas y superficies de plástico brillante no sólo parecían futuristas, sino que también reflejaban un replanteamiento fundamental del estilo de vida moderno”, explica el Vitra Design Museum en su comunicado.

Vista de la exposición Science Fiction Design: From Space Age to Metaverse en Vitra Schaudepot. Fotografía: Mark Niedermann. © Vitra Design Museum

Conviene enlistar algunos ejemplos icónicos de diseño en el cine de ciencia ficción: la serie de asientos Djinn de Olivier Mourgue en 2001: Odisea del espacio (1968), de Stanley Kubrick; la silla Tomato de Eero Aarnio en Hombres de negro (1997), de Barry Sonnenfeld; o la silla Ribbon de Pierre Paulin en Blade Runner 2049 (2017), de Denis Villeneuve. A ellos pueden sumarse dos trabajos de Ridley Scott: en Prometeo (2012) figura la silla Orgone de Marc Newson, y en la seminal Blade Runner (1982) aparece inesperadamente la silla Argyle de Charles Rennie Mackintosh, un diseño de 1897. Estos trabajos pueden apreciarse en Science Fiction Design junto a, por ejemplo, la silla Aluminum Gradient (2013) de Joris Laarman, el primer asiento metálico impreso en 3D.

Con piezas que van de inicios del siglo XX a las especulaciones actuales sobre el metaverso, pasando por la llamada Era Espacial (los sesenta y setenta), la exposición permanecerá abierta hasta el 11 de mayo de 2025. Se trata de un interesante muestrario de momentos en los que la imaginación sobre realidades hipotéticas se materializa en objetos de diseño. Soñar el futuro ha traído a miles de hogares una serie de objetos que, paradójicamente, terminaron poblando el presente.

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Diseños de ciencia ficción

La imaginación del futuro es una de las características de la ciencia ficción, lo mismo en la literatura que en el cine. Con el fin de dar consistencia a la especulación sobre el porvenir, las producciones audiovisuales han establecido una alianza con otra disciplina creativa: el diseño. El espacio expositivo Vitra Schaudepot, el almacén de la firma suiza en la localidad alemana de Weil am Rhein, dedica su muestra más reciente a este fenómeno: Science Fiction Design: From Space Age to Metaverse. Inaugurada el 18 de mayo, explora asimismo la influencia del género narrativo en la creación de mobiliario.

El edificio diseñado por Herzog & de Meuron, que pasó de albergar la colección de Vitra a cobijar exposiciones temporales, presenta más de un centenar de objetos a través de la museografía del argentino Andrés Reisinger, que además aporta algunos trabajos de su estudio, lo mismo físicos que para entornos digitales. La relación entre diseño y ciencia ficción comenzó a establecerse con fuerza a partir de los años cincuenta del siglo pasado: “Diseñadores como Gae Aulenti, Eero Aarnio, Luigi Colani, Joe Colombo y Verner Panton crearon muebles y ambientes cuyas formas orgánicas y superficies de plástico brillante no sólo parecían futuristas, sino que también reflejaban un replanteamiento fundamental del estilo de vida moderno”, explica el Vitra Design Museum en su comunicado.

Vista de la exposición Science Fiction Design: From Space Age to Metaverse en Vitra Schaudepot. Fotografía: Mark Niedermann. © Vitra Design Museum

Conviene enlistar algunos ejemplos icónicos de diseño en el cine de ciencia ficción: la serie de asientos Djinn de Olivier Mourgue en 2001: Odisea del espacio (1968), de Stanley Kubrick; la silla Tomato de Eero Aarnio en Hombres de negro (1997), de Barry Sonnenfeld; o la silla Ribbon de Pierre Paulin en Blade Runner 2049 (2017), de Denis Villeneuve. A ellos pueden sumarse dos trabajos de Ridley Scott: en Prometeo (2012) figura la silla Orgone de Marc Newson, y en la seminal Blade Runner (1982) aparece inesperadamente la silla Argyle de Charles Rennie Mackintosh, un diseño de 1897. Estos trabajos pueden apreciarse en Science Fiction Design junto a, por ejemplo, la silla Aluminum Gradient (2013) de Joris Laarman, el primer asiento metálico impreso en 3D.

Con piezas que van de inicios del siglo XX a las especulaciones actuales sobre el metaverso, pasando por la llamada Era Espacial (los sesenta y setenta), la exposición permanecerá abierta hasta el 11 de mayo de 2025. Se trata de un interesante muestrario de momentos en los que la imaginación sobre realidades hipotéticas se materializa en objetos de diseño. Soñar el futuro ha traído a miles de hogares una serie de objetos que, paradójicamente, terminaron poblando el presente.

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Reimaginar lo indígena en el Museo Stenersen

México desembarcó en Noruega como parte de la muestra colectiva Historias indígenas, que se expone en el Museo Stenersen, parte del complejo cultural Kode, en el Parque Central de Bergen. La exposición, que permanecerá abierta hasta el 25 de agosto, se divide en ocho secciones dedicadas a distintas regiones. Una de ellas se concentra en formas de activismo indígena en el mundo.

Curada, entre otros, por Abraham Cruzvillegas, Historias indígenas aglutina creadores de diversas generaciones y tendencias. Además de mexicanos, incluye a artistas de Canadá, Australia, Brasil, Noruega, Perú y Nueva Zelandia. La muestra, me dice Torunn Myrva, jefa de proyecto de Kode, ha tenido gran éxito a partir de su apertura el pasado 26 de abril, luego de haber permanecido de octubre de 2023 a febrero de este año en el Museo de São Paulo Assis Chateaubriand (MASP).

Realizamos un recorrido por la exhibición el último jueves de mayo. En la entrada principal del Stenersen –el más joven de los museos de Kode– se encuentra Monopolítico, de Abraham González Pacheco, pieza mural monocromática que dialoga con las representaciones modernas de lo indígena y el mestizaje. Esta obra comisionada será destruida al final de la exposición. La visita puede realizarse en aproximadamente una hora, que permite recorrer todo el segundo piso del recinto, donde se despliega la selección, que abre con piezas de la cultura sami, pueblo indígena noruego. Algunas de estas obras, explica Myrva, han sido expuestas antes en la Tate Modern de Londres.

Historias indígenas

Vista de la sala dedicada a Brasil en la exposición Historias indígenas (2024), Museo Stenersen, Bergen. Fotografía: Dag Fosse

‘Historias indígenas’, se especifica en los textos curatoriales, no pretende representar completamente la vastedad y complejidad de cada región sino que busca proporcionar una sección transversal, fragmentos concisos pero relevantes.

Antes de pasar por las secciones de América Latina recorremos las de Canadá, Nueva Zelandia y Australia. La mayoría de las obras –fotografía, dibujo, videoinstalación, pintura, textiles– pertenecen a artistas contemporáneos, muchos de ellos vivos, que establecen un paralelismo entre lo antiguo y lo nuevo. Hacen una lectura decididamente ácida para establecer fisuras y cuestionar el oficialismo, así como las posturas canónicas, el concepto de historia o el historicismo. Historias indígenas, se especifica en los textos curatoriales, no pretende representar completamente la vastedad y complejidad de cada región sino que busca proporcionar una sección transversal, fragmentos concisos pero relevantes.

Brasil y Perú son un estallido de color y de denuncia del mercantilismo y la explotación. La sala dedicada a Perú presenta máscaras tradicionales y hace una declaración de principios, sobre todo en la disposición de las piezas: “Las obras están de cabeza, no son así originalmente, es una decisión de la curaduría”, comenta Torunn Myrva. La artista y curadora limeña Sandra Gamarra fue la responsable de este apartado.

Del Códice Borbónico a Frida Kahlo

Llegamos a México y llama la atención, entre muchas piezas, una de Frida Kahlo. “Es la primera vez que una pieza de Frida se expone en Bergen, alguna había estado en Oslo, pero en 1997”, comenta Maria Tripodianos, responsable de prensa y relaciones públicas de Kode. La obra de Kahlo es Allá cuelga mi vestido o Nueva York, de 1933, donde la artista representó un huipil tradicional y una falda del istmo de Tehuantepec.

Historias indígenas

Frida Kahlo, Allá cuelga mi vestido o Nueva York (1933), en la sala dedicada a México en la exposición Historias indígenas (2024), Museo Stenersen, Bergen. Fotografía: Dag Fosse

En su selección de artistas, Abraham Cruzvillegas traza un recorrido distópico, aparentemente contradictorio, donde se incluye incluso el Códice Borbónico como pieza inicial del recorrido; se excluyen obras del período colonial y se presenta lo mismo a Rufino Tamayo que a Hermenegildo Bustos, María Izquierdo, Minerva Cuevas, Saturnino Herrán, Miguel Cabrera, Francisco Toledo y varios artistas jóvenes que trazan un camino donde se reapropian de eso que llamamos indígena.

En su selección de artistas, Abraham Cruzvillegas traza un recorrido distópico, aparentemente contradictorio, donde se incluye incluso el Códice Borbónico como pieza inicial del recorrido; se excluyen obras del período colonial y se presenta lo mismo a Rufino Tamayo que a Minerva Cuevas.

“Mi propuesta intenta producir diálogo y fricción entre obras de arte que abordan la identidad como concepto plural, inestable y del ‘yo’. El anonimato colectivo de los zapatistas puede ser visto como un emblema para la transformación de un necesario levantamiento armado de varios pueblos que comparten una urgencia común en una empresa cultural. […] Las siguientes obras de esta sección son diferentes ejemplos de tan precaria construcción (lo indígena), desde un amplio abanico de momentos y circunstancias, que no pretenden ser hilvanados de forma lineal ni cronológica […] Desde la época colonial, los indígenas han formado parte de un sistema de castas, considerados parias o sólo para servicios, se les ha negado el derecho a la educación, por no mencionar su ausencia en las estructuras económicas y de poder”, escribe Cruzvillegas en su texto de presentación del catálogo que acompaña Historias indígenas.

Este catálogo de 340 páginas, editado en noruego e inglés, incluye los escritos de cada curador y una muestra amplia de las obras exhibidas. Para el caso de México el libro abre con el retrato de la hermana del guanajuatense Hermenegildo Bustos, Dionisia de la Trinidad Bustos. En el área de color verde dedicada al país predomina la pintura, pero se incluyen también instalaciones, videos, fotografías y esculturas que amalgaman la rica y compleja visión estética de los artistas expuestos.

Historias indígenas

Vista de la sala dedicada a México en la exposición Historias indígenas (2024), Museo Stenersen, Bergen. Fotografía: Dag Fosse

Noé Martínez establece un diálogo en náhuatl con una máscara que representa a una persona blanca. Su obra La obsidiana y el mar aborda las diferencias y contradicciones en la comprensión del yo. De Tamayo se incluye un autorretrato. Sobresale también un enorme Chac Mool de Germán Venegas, que es también un Buda tallado en madera de ahuehuete. Una obra muy particular, además de la de Kahlo, es el Autorretrato 61 de Francisco Toledo, multiplicado e inestable en distintas Polaroid.

Noé Martínez establece un diálogo en náhuatl con una máscara que representa a una persona blanca. Su obra ‘La obsidiana y el mar’ aborda las diferencias y contradicciones en la comprensión del yo.

Daniel Guzmán se atreve con un ritual documentado en video, donde fusiona danza y música en colaboración con Enrique Rangel, de Café Tacvba, y se cuestiona por qué él no está muerto y quién debería estar vivo, mientras viste un traje performativo basado en la representación de un tlaltecuhtli. “Caníbal es el indio. El proletario, el esclavizado, el revolucionario”: se trata de la arenga de Minerva Cuevas en Fiesta y hambruna, que alude a la explotación de los trabajadores del chocolate, usado como moneda durante la época precolombina y que fuera un preciado recurso en la Colonia.

Al recorrer esta sección el visitante puede llevarse también uno o dos carteles de papel a una tinta, apilados en torres, que, escritos en zapoteca y guaraní, preguntan: “¿Quién es analfabeta ahora?”. Otros artistas mexicanos que exponen en el segundo piso del Museo Stenersen son Mardonio Magaña, Alfredo Ramos Martínez, Andy Medina, Mariana Castillo Deball, Carlos Mérida, Yutsil y el Colectivo Cherani. La muestra reúne alrededor de 285 obras de más de 170 artistas en múltiples soportes, tipologías, orígenes y períodos, desde el anterior a la colonización europea hasta el presente.

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Reimaginar lo indígena en el Museo Stenersen

México desembarcó en Noruega como parte de la muestra colectiva Historias indígenas, que se expone en el Museo Stenersen, parte del complejo cultural Kode, en el Parque Central de Bergen. La exposición, que permanecerá abierta hasta el 25 de agosto, se divide en ocho secciones dedicadas a distintas regiones. Una de ellas se concentra en formas de activismo indígena en el mundo.

Curada, entre otros, por Abraham Cruzvillegas, Historias indígenas aglutina creadores de diversas generaciones y tendencias. Además de mexicanos, incluye a artistas de Canadá, Australia, Brasil, Noruega, Perú y Nueva Zelandia. La muestra, me dice Torunn Myrva, jefa de proyecto de Kode, ha tenido gran éxito a partir de su apertura el pasado 26 de abril, luego de haber permanecido de octubre de 2023 a febrero de este año en el Museo de São Paulo Assis Chateaubriand (MASP).

Realizamos un recorrido por la exhibición el último jueves de mayo. En la entrada principal del Stenersen –el más joven de los museos de Kode– se encuentra Monopolítico, de Abraham González Pacheco, pieza mural monocromática que dialoga con las representaciones modernas de lo indígena y el mestizaje. Esta obra comisionada será destruida al final de la exposición. La visita puede realizarse en aproximadamente una hora, que permite recorrer todo el segundo piso del recinto, donde se despliega la selección, que abre con piezas de la cultura sami, pueblo indígena noruego. Algunas de estas obras, explica Myrva, han sido expuestas antes en la Tate Modern de Londres.

Historias indígenas

Vista de la sala dedicada a Brasil en la exposición Historias indígenas (2024), Museo Stenersen, Bergen. Fotografía: Dag Fosse

‘Historias indígenas’, se especifica en los textos curatoriales, no pretende representar completamente la vastedad y complejidad de cada región sino que busca proporcionar una sección transversal, fragmentos concisos pero relevantes.

Antes de pasar por las secciones de América Latina recorremos las de Canadá, Nueva Zelandia y Australia. La mayoría de las obras –fotografía, dibujo, videoinstalación, pintura, textiles– pertenecen a artistas contemporáneos, muchos de ellos vivos, que establecen un paralelismo entre lo antiguo y lo nuevo. Hacen una lectura decididamente ácida para establecer fisuras y cuestionar el oficialismo, así como las posturas canónicas, el concepto de historia o el historicismo. Historias indígenas, se especifica en los textos curatoriales, no pretende representar completamente la vastedad y complejidad de cada región sino que busca proporcionar una sección transversal, fragmentos concisos pero relevantes.

Brasil y Perú son un estallido de color y de denuncia del mercantilismo y la explotación. La sala dedicada a Perú presenta máscaras tradicionales y hace una declaración de principios, sobre todo en la disposición de las piezas: “Las obras están de cabeza, no son así originalmente, es una decisión de la curaduría”, comenta Torunn Myrva. La artista y curadora limeña Sandra Gamarra fue la responsable de este apartado.

Del Códice Borbónico a Frida Kahlo

Llegamos a México y llama la atención, entre muchas piezas, una de Frida Kahlo. “Es la primera vez que una pieza de Frida se expone en Bergen, alguna había estado en Oslo, pero en 1997”, comenta Maria Tripodianos, responsable de prensa y relaciones públicas de Kode. La obra de Kahlo es Allá cuelga mi vestido o Nueva York, de 1933, donde la artista representó un huipil tradicional y una falda del istmo de Tehuantepec.

Historias indígenas

Frida Kahlo, Allá cuelga mi vestido o Nueva York (1933), en la sala dedicada a México en la exposición Historias indígenas (2024), Museo Stenersen, Bergen. Fotografía: Dag Fosse

En su selección de artistas, Abraham Cruzvillegas traza un recorrido distópico, aparentemente contradictorio, donde se incluye incluso el Códice Borbónico como pieza inicial del recorrido; se excluyen obras del período colonial y se presenta lo mismo a Rufino Tamayo que a Hermenegildo Bustos, María Izquierdo, Minerva Cuevas, Saturnino Herrán, Miguel Cabrera, Francisco Toledo y varios artistas jóvenes que trazan un camino donde se reapropian de eso que llamamos indígena.

En su selección de artistas, Abraham Cruzvillegas traza un recorrido distópico, aparentemente contradictorio, donde se incluye incluso el Códice Borbónico como pieza inicial del recorrido; se excluyen obras del período colonial y se presenta lo mismo a Rufino Tamayo que a Minerva Cuevas.

“Mi propuesta intenta producir diálogo y fricción entre obras de arte que abordan la identidad como concepto plural, inestable y del ‘yo’. El anonimato colectivo de los zapatistas puede ser visto como un emblema para la transformación de un necesario levantamiento armado de varios pueblos que comparten una urgencia común en una empresa cultural. […] Las siguientes obras de esta sección son diferentes ejemplos de tan precaria construcción (lo indígena), desde un amplio abanico de momentos y circunstancias, que no pretenden ser hilvanados de forma lineal ni cronológica […] Desde la época colonial, los indígenas han formado parte de un sistema de castas, considerados parias o sólo para servicios, se les ha negado el derecho a la educación, por no mencionar su ausencia en las estructuras económicas y de poder”, escribe Cruzvillegas en su texto de presentación del catálogo que acompaña Historias indígenas.

Este catálogo de 340 páginas, editado en noruego e inglés, incluye los escritos de cada curador y una muestra amplia de las obras exhibidas. Para el caso de México el libro abre con el retrato de la hermana del guanajuatense Hermenegildo Bustos, Dionisia de la Trinidad Bustos. En el área de color verde dedicada al país predomina la pintura, pero se incluyen también instalaciones, videos, fotografías y esculturas que amalgaman la rica y compleja visión estética de los artistas expuestos.

Historias indígenas

Vista de la sala dedicada a México en la exposición Historias indígenas (2024), Museo Stenersen, Bergen. Fotografía: Dag Fosse

Noé Martínez establece un diálogo en náhuatl con una máscara que representa a una persona blanca. Su obra La obsidiana y el mar aborda las diferencias y contradicciones en la comprensión del yo. De Tamayo se incluye un autorretrato. Sobresale también un enorme Chac Mool de Germán Venegas, que es también un Buda tallado en madera de ahuehuete. Una obra muy particular, además de la de Kahlo, es el Autorretrato 61 de Francisco Toledo, multiplicado e inestable en distintas Polaroid.

Noé Martínez establece un diálogo en náhuatl con una máscara que representa a una persona blanca. Su obra ‘La obsidiana y el mar’ aborda las diferencias y contradicciones en la comprensión del yo.

Daniel Guzmán se atreve con un ritual documentado en video, donde fusiona danza y música en colaboración con Enrique Rangel, de Café Tacvba, y se cuestiona por qué él no está muerto y quién debería estar vivo, mientras viste un traje performativo basado en la representación de un tlaltecuhtli. “Caníbal es el indio. El proletario, el esclavizado, el revolucionario”: se trata de la arenga de Minerva Cuevas en Fiesta y hambruna, que alude a la explotación de los trabajadores del chocolate, usado como moneda durante la época precolombina y que fuera un preciado recurso en la Colonia.

Al recorrer esta sección el visitante puede llevarse también uno o dos carteles de papel a una tinta, apilados en torres, que, escritos en zapoteca y guaraní, preguntan: “¿Quién es analfabeta ahora?”. Otros artistas mexicanos que exponen en el segundo piso del Museo Stenersen son Mardonio Magaña, Alfredo Ramos Martínez, Andy Medina, Mariana Castillo Deball, Carlos Mérida, Yutsil y el Colectivo Cherani. La muestra reúne alrededor de 285 obras de más de 170 artistas en múltiples soportes, tipologías, orígenes y períodos, desde el anterior a la colonización europea hasta el presente.

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jueves, 20 de junio de 2024

Monstruos y exclusión social

Nueva York y la década de los ochenta han sido, en el imaginario fílmico, inspiración para historias centradas en el crimen, la corrupción y la violencia. El famoso apagón de 1977 que dejó a oscuras a gran parte de la ciudad, la debacle financiera en Estados Unidos, la ola de calor de aquel año y la paranoia por asesinos seriales como el famoso “Hijo de Sam” inauguró una época que profundizaría sus crisis durante los años siguientes. Por otro lado, la Gran Manzana se hizo famosa por las constantes desapariciones de niños, casos que muchas veces no fueron resueltos. Algunos de estos dramas que dejaron familias rotas son, en la actualidad, retratados en documentales y trabajos periodísticos.

La guionista Abi Morgan tomó como referencia este escenario para crear Eric, una miniserie de seis episodios dirigida por Lucy Forbes y estrenada en la plataforma Netflix recientemente. La historia, a pesar de tener varias ramificaciones, podría entenderse como una representación dual del interior-exterior, el arriba-abajo que se despliega a nivel personal y a nivel colectivo: aquello que escondemos como personas y que, de pronto, explota a través de una catarsis y aquello que la sociedad quiere esconder, pero que encuentra, por diferentes motivos, un escape al mundo de afuera.

En términos más explícitos, la trama aborda el tópico de una desaparición y la lucha por resolver el misterio propio del thriller convencional: el famoso titiritero Vincent Anderson –interpretado por un solvente aunque a ratos hiperbólico Benedict Cumberbatch– pierde a su hijo Edgar después de que éste huye de su casa, harto de la relación problemática de sus padres. Este detonante hará que Vincent y Cassie –la madre de familia interpretada por Gaby Hoffmann– comiencen una búsqueda que, simultáneamente, nos mostrará los conflictos y demonios personales de otros personajes como el detective encargado del caso, Michael Ledroit, interpretado por McKinley Belcher III. Alrededor de ellos no sólo aparecen los habitantes de las cloacas de Nueva York –donde presumiblemente está Edgar– sino los asistentes a un club nocturno, además de otra desaparición, la de Marlon Rochelle, un muchacho afroamericano cuya investigación se desarrolla aunque con menor peso en los capítulos de la miniserie.

Después de la desaparición de su hijo, conforme avanza la investigación, el misterio compite en interés con la vida de Vincent y su relación con Good Day Sunshine, un exitoso programa de televisión infantil basado en sus marionetas. Edgar, antes de huir, le propone a su padre la creación de Eric, un nuevo personaje cuya fisonomía recuerda a Sulley, uno de los protagonistas de la película Monsters, Inc. Eric es un monstruo tímido que replica el estereotipo del rechazado por la sociedad, ya que no encaja en la normalidad dominante. También representa varios símbolos que definen a Vincent: su instinto de autodestrucción gracias a un alcoholismo voraz y la voz de su padre autoritario –un magnate inmobiliario– cuyo poder lo intimida, entre otros. Sin embargo, la paranoia del artista genial pero atormentado y disfuncional para su familia parece superficial frente a las otras tramas que involucran temas como la homofobia, el racismo, el abuso de menores y el discurso de odio contra los pobres. Vincent, en todo caso, vive su propio descenso a los infiernos –acompañado por alucinaciones y culpas representadas por Eric– mientras explora las entrañas del metro neoyorquino siguiendo las pistas que le deja su hijo. Su búsqueda, a pesar de la catarsis, se desarticula del marco general de la narración.

Eric, en su afán de hacer justicia, cede al maniqueísmo propio de las historias que quieren dejar en claro que están del lado correcto. Por esta razón, por ejemplo, los empresarios depredadores son caricaturizados y no se evidencia la normalización y la idealización que existe en torno a ellos. No hay que olvidar que, justamente en la década de los ochenta, Donald Trump incrementó su fortuna gracias a la rendición del poder público a los intereses empresariales, en particular en el tema de la vivienda. Esto generó un cruel proceso de gentrificación que expulsó a muchos neoyorquinos. Así pues, Eric responde a la necesidad, cada vez más acuciante, de vincular el entretenimiento fílmico con causas sociales, como la desigualdad y sus orígenes, para satisfacer a un sector de la audiencia que busca historias que la lleven a cuestionar, aunque sea de forma más o menos superficial, a la sociedad estadounidense, paradigma del capitalismo global cuyos beneficios llegaron a muy pocos.

Conforme avanzan los capítulos la miniserie cede a una resolución fácil: los buenos expulsan a los corruptos como debe ser y la élite depredadora es encarcelada y expuesta al público ávido de justicia. La pretendida crítica naufraga, justamente, con la resolución de la trama principal, pues la guionista nos receta la moraleja necesaria para edulcorar el reencuentro entre el padre descarriado y el hijo que, de forma inverosímil, escapa a un destino casi fatal: el cambio está en uno mismo y sólo basta un acto de contrición público –en este caso en un parque en medio de activistas que exigen vivienda para los más pobres– para que la normalidad aterrice, suavemente, en las vidas de la familia Anderson, aunque el rompimiento de la pareja sea ya inevitable, así como la expulsión de los indeseables de las cloacas de la ciudad.

Como último apunte conviene hablar de la perspectiva o el foco de la historia. Si miramos con ojo crítico –lejos de la manipulación emocional propia de este tipo de producciones en las que la expectativa del público es tener un final feliz–, la reivindicación que se intenta hacer de la otra desaparición, la de Marlon Rochelle, es problemática no sólo por el final triste (su muerte a manos de la mafia político-empresarial) sino por la resignación que tiene como única vía de expresión lo testimonial, no lo político. Queda la sensación, al final de la miniserie, que esta historia no sirvió como contrapeso real de la desaparición del niño blanco –nieto, a la postre, de uno de los magnates de la ciudad– sino como un espacio muy acotado para afirmar una obviedad: las tragedias de las minorías marginadas no importan y dependen de un golpe de fortuna y esfuerzos casi suicidas para que el sistema de justicia active sus engranajes.

El héroe de la miniserie, en todo caso, no es el titiritero, sino Yussuf (interpretado por Bamar Kane), un grafitero seguido por Edgar hasta las profundidades del metro. Este personaje, cuya sola existencia es una amenaza para la Nueva York de los rascacielos y las tiendas de moda, protege a Edgar en los momentos de más peligro. Para él no hay reivindicación al final y desaparece de la trama, como un fantasma, así como desaparecen los personajes indeseables para la élite corrupta que quiere limpiar a Nueva York de aquello que contradice su visión de progreso. En este sentido, la ficción de Eric no plantea caminos nuevos sino que corre de forma paralela a lo ocurrido en la Nueva York de los ochenta, cuyos efectos son aún más evidentes en nuestros días.

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