miércoles, 8 de marzo de 2017

Mimosas (2016), de reciente estreno en México, ganó el gran premio de la Semana de la Crítica en Cannes. Platicamos con su realizador, Oliver Laxe (París, 1982), que presentó el filme en el marco del FICUNAM 2017, sobre su filme, una historia de aventuras físicas y metafísicas.

 

Conocer el mundo árabe y la religión islámica es uno de los imperativos del presente. Mimosas está hablada en árabe y presenta aspectos religiosos, ¿por qué te interesó plasmar esto en tu película?  

 

En un primer momento mi acercamiento fue más bien estético e intelectual. Me interesaba mucho la lírica sufí, su belleza y  sabiduría. Ha sido una necesidad de encontrar un maestro. Hay una frase en el sufismo que dice que quien no tiene maestro, el ego es su maestro. Ha sido una necesidad de tirarme al mar. Siempre digo lo mismo: no se aprende a nadar fuera del agua. Ha sido un viaje muy fecundo de entender que detrás de las cosas hay una inteligencia creativa, algo que vibra, de tener una consciencia de las formas espirituales que son paralelas a las formas físicas; dejar de temer por la finitud de esta vida. Básicamente ha sido un proceso de dejar de ser un niño.

 

Vives en Marruecos. ¿De qué manera afectó esto la realización de Mimosas?

 

Soy hijo de campesinos. Cuando uno hace una investigación de las tradiciones espirituales se da cuenta de que los valores son los mismos: han nacido de la relación del ser humano con la naturaleza. Es una necesidad que nace per se. La geometría del alma humana es igual en todos lados. Los relatos de mi familia han sido de gente que ha cultivado la soberana sumisión,  personas que aceptan lo que les da la vida, con digna y dulce sumisión. Es un poco lo mismo que encontré en Marruecos. Estaba un tanto perdido en Barcelona y Londres, no entendía nada, y cuando llegué a Marruecos volví a conectar con los valores de mi familia. Es aceptar el ser pequeño en el mundo. Es lo que he intentado con Mimosas: los personajes aceptan lo que les da la vida; aceptan que deben llevar el cuerpo del jeque y no se preguntan mucho más, saben que la vida siempre se expresa positivamente, aunque sea a través de los obstáculos, de las montañas, de las catástrofes, de la muerte. Saben que hay un sentido profundo en las cosas.

 

Al ver tu filme pensaba en El reino (2015), la novela de Emmanuel Carrère sobre el origen de los cristianos, aunque es antagónica a su película porque en ella se buscan las explicaciones de la religión.   

 

No la he leído. Pienso que hay una confusión de que el hombre está en el centro de la creación y tiene capacidades angélicas, de que tiene a Dios dentro de sí, de que está más cerca de lo que cree. Es pequeño en el sentido de que está a merced de un orden superior. El origen del cristianismo es la vida pobre.

 

 

¿Para qué hablar de la fe en el presente?

 

A pesar de que hemos intentado vivir en una sociedad desprovista de mitos, sin gestos de trascendencia nos hemos muerto de frío. Hemos vaciado el cielo de mitos, a pesar de seguimos intentando aspirar a algo que nos trasciende. La película es un reflejo de esa sensibilidad, sobre todo hoy que hay más sospechas de que la modernidad es un absoluto fracaso, el progreso de la misma ya no se defiende con la soberbia de antes, la economía dice que nos vamos a pique, lo mismo que la ecología. Es un reflejo de una generación más desacomplejada con las cuestiones de la religión, se distingue entre la institución religiosa, que tiene sus contradicciones, y lo religioso. La palabra religión viene del latín religare, que significa unir y no separar. También ese es el rol del artista, recordar que todo es uno.

 

Hay muchas sensaciones en Mimosas: el calor del sol, el frío del hielo, lo fresco del agua…

 

Quería que fuera una película muy cinestésica. Propongo dos viajes al espectador: uno que es estar ahí, sentir el frío, el calor, el fresco, etc., pero también lo invitó a viajar más lejos de aquí, a un viaje fantástico, metafísico. Es una película de aventuras físicas y metafísicas, hay un equilibrio. Es como un western, un filme de aventuras, pero con un espacio para el misterio, algo que no se comprende pero que se siente. El espectador debe saber que no hay nada que entender, hay que sentir, hay que dejarse llevar.

 

¿Qué características de las imágenes te interesan?

 

Es un misterio. Hay una relación entre la imagen y el metabolismo humano: hay imágenes que nos transforman, hay imágenes de películas que incluso no nos gustan, no compartimos su ideología, no nos interesa su historia pero nos penetran y nos acompañan. Veo que hay dos planos, que la cabeza va por un lado, somos espectadores muy cartesianos, queremos entender, y luego está el corazón o la piel, porque hay quienes dicen que el alma humana está en la piel, que va por otro lado. Intento que vayan en paralelo, que se ayuden, que se complementen. La imagen lo es todo. Se habla de espiritualidad y fe con respecto a la historia y los personajes de Mimosas, pero donde hay más espiritualidad es en la geometría de la proporción de las imágenes. La película tiene ciertas proporciones, no sé si esas proporciones dependen enteramente del realizador. Hay cosas que busqué conscientemente, por supuesto, secretamente se sabe hacia dónde se quiere ir, pero a veces son el rodaje o los accidentes los que te superan y que entran en la película. Se puede hacer una película espiritual con una temática de lo más prosaica y mundana, no es una cuestión idiomática.

 

El personaje de Shakib parece no tener cordura, ¿por qué fue planteado así?
Hay una relación entre amor, locura y fe, van de la mano. Como hoy es difícil hablar de estas cuestiones, el tener a un loco, al arquetipo del idiota, legitima el abordaje de estas cuestiones. Nadie se lo toma en serio y con eso se esquiva el escepticismo, ilumina en su falta de cordura. Shakib tiene una inocencia sabia, es alguien afirmativo, imaginativo, que se frustra si no le saben bien las cosas. La película es trascendente e inmanente al mismo tiempo, tiene que haber un equilibrio entre esoterismo y exoterismo.

 



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