Tras Twin Peaks: The Return (2017) el serial televisivo entró en un estado de aletargamiento donde el formato volvió a ser poco más que el folletín del siglo XXI. Hubo algunas excepciones, por supuesto, pero se volvió infrecuente la voluntad de construir la Gran Serie Americana (Los Soprano, The Wire, Mad Men), ambición heredada de la literatura de un país cuya industria editorial hace tiempo que se dedica a las autobiografías de celebridades y a formas más o menos actualizadas de novela rosa, algunas engendradas en programas de escritura creativa de universidades de élite. La ficción estadounidense más propositiva se mudó a las pantallas, pero incluso ahí parecía satisfecha en su rutina de patologías afectivas y crímenes que todos cometemos.
Dos acontecimientos de 2022 reanimaron el interés en la pantalla doméstica, sin embargo. Entre febrero y abril se emitió la primera temporada de Severance (Apple TV+), de Dan Erickson y Ben Stiller, serie que heredó el espíritu de extrañamiento de Twin Peaks para construir un universo corporativo de contornos inciertos. En julio Nathan Fielder estrenó en HBO la apuesta más original de la televisión contemporánea, The Rehearsal, que hace del reality un laboratorio para investigar los límites cada vez más difusos entre ficción y realidad. Procedentes de tradiciones muy distintas, ambas series operan en el marco de la comedia, pero la risa del espectador no siempre proviene del mismo lugar, pues ésta surge unas veces de la hilaridad, otras de la incomodidad; los momentos cumbre, sin embargo, acceden a lo Beckett llamó risa sin alegría: “Es la risa de la risa, el risus purus, la risa que se ríe de la risa, la maravilla, el saludo que se da al más alto chiste, en una palabra, la risa que ríe –silencio, por favor– de cuanto es desdichado” (Watt). Ambas series, además, señalan el carácter artificial, construido, de la llamada realidad.
Todo en Severance, con sus asépticos ambientes retrofuturistas y planos kubrickianos, nace de la invención de un procedimiento médico que escinde la experiencia de sus protagonistas a través de un dispositivo insertado en el cerebro. Los personajes tienen una vida laboral completamente separada de su “propia” vida, pero fuera de Lumon Industries las cosas parecen iluminadas por la misma luz siniestra, que pone en suspenso el carácter supuestamente estable de la realidad. El término severance juega con significados como “separación” o “indemnización por despido”, pero elijo otra posibilidad: la cesura, que aquí no aludiría a la pausa que divide los hemistiquios en un verso sino a la disociación de cuerpo y conciencia. Esta idea se materializa en un mundo que parece diseñado por Kevin Roche y Dieter Rams, cuyo enigma no ha hecho más que ampliarse en la segunda temporada (2025), con una rebelión de empleados de oficina que deja el universo de la separación al borde del colapso, mientras puebla la memoria de secuencias inquietantes y música inolvidable.

Nathan Fielder en la segunda temporada de The Rehearsal (2025). © HBO
Si Severance hace de la realidad un territorio de límites difusos, The Rehearsal sencillamente la considera un código a descifrar (y por lo tanto sujeto a reescritura). Nathan Fielder había dado muestras de su entendimiento de la comedia como experimento con la verdad en Nathan for You (2013-2017), pero el proyecto que nos ocupa lo coloca a la cabeza de una improbable vanguardia televisiva. La primera temporada de la serie operó en el plano de la recreación: construir réplicas exactas de lugares y ensayar en ellos momentos que algunas personas tienen dificultades para visualizar. Con los capítulos, la historia pasó de una suerte de instalación narrativa –a la manera de Residuos (2005), la novela de Tom McCarthy– a una suerte de terapia especular del personaje al que su creador transfiere su nombre y su biografía (probablemente también su estructura psíquica). Una inquietante puesta en imágenes sobre una posible vida en familia: Fielder entiende que la fascinación por el reality no surge de mostrar realidad alguna, sino que opera como teatro en el que bailan desnudas las frágiles normas de convivencia. La segunda temporada (2025) sube la apuesta, con la idea de ayudar a reducir los accidentes de aviación a través de una investigación financiada con los recursos de HBO para la serie. Esa investigación, auténtico experimento conductual donde el espectador ya no puede distinguir entre actores y personas “reales”, es el momento más innovador de la televisión reciente.
Severance y The Rehearsal son importantes porque refuerzan la autonomía del serial respecto al cine. Construyen mundos necesariamente episódicos, que trabajan sobre la experiencia discontinua del espectador contemporáneo. Una rebelión de dobles que, como replicantes, deciden que sus vidas valen tanto como las de los ocupantes originales de esos cuerpos. Un comediante que pilota un Boing 737 sólo para demostrar que, después de todo, es posible aprender cualquier cosa a través del ensayo, incluso quienes están en el espectro autista. La ficción inunda la realidad, como lo ha hecho siempre, para traer a la pantalla ejercicios que nos interpelan porque nos dicen que todo es posible y, paralelamente, que tendremos dificultades para distinguir las señales en un mar de signos. La ficción no como mentira sino como posibilidad. Un par de series brutalmente presentistas, donde lo que está en juego no es ya la reconstrucción del pasado o la dilucidación del futuro, sino la invención del ahora.
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