Recientemente dimos noticia de dos eventos uno musical y otro dentro de las artes visuales que fueron generados para un público específico: perros. Es por ello que pensamos valdría la pena recupera este texto publicado en La Tempestad 104, septiembre-octubre de 2015, “El animal que soy”, que formó parte del dossier El arte ante los animales y en el que el teórico finlandés Jussi Parikka cuestiona y analiza la estética y la percepción en nuestra relación con los animales y las ecologías, a través del trabajo de la artista estadounidense Lenore Malen, The Animal That I Am (2009-10).
I
Como una forma de investigar el vínculo entre los medios, los animales (especialmente las abejas), la extinción y la estética, me gustaría concentrarme en las metodologías artísticas. En efecto, una cantidad cada vez más grande de obras artísticas ha abordado la cuestión posthumana. Se han dado muchas respuestas a la «cuestión del animal» (Cary Wolfe) en la esfera del arte contemporáneo, a partir de los textos sobre el animal no-humano de Jacques Derrida (que escribió famosamente sobre el gato y el cuerpo desnudo). A partir de esta perspectiva desarrollaré otro ángulo a propósito de la relación entre estética y epistemología y la desaparición de los animales. Es en este contexto me detendré en el trabajo de Lenore Malen, especialmente su pieza The Animal That I Am (2009-10). Se trata de una video instalación en tres pantallas donde se articulan varios aspectos del Síndrome de Colapso de la Colonia (el fenómeno de colmenas de abeja que, repentinamente, son abandonadas. En la pieza de Malen se observa el problema desde el punto de vista de los apicultores, pero también se plantean cuestiones éticas y estéticas a propósito de la relación entre las abejas y las culturas humanas. Se trata de una respuesta emblemática, entre las artes y la tecnología, a la extinción de las especies, que articula a su modo el vínculo entre la tecnología (incluyendo los medios visuales) y la desaparición de los animales.
Más interesante que la narrativa de los apicultores sobre la armonía universal del mundo de los insectos –tropos similares se han utilizado a lo largo de la historia, incluso en la Alemania nazi en los años treinta, cuando la abeja Maya era considerada la simpatizante ideal e nazismo, debido a su lealtad–, son los sonidos, los ritmos y las vibraciones que Malen introduce como elementos audiovisuales. La instalación rodea al espectador a través de paisajes envolventes e imágenes compuestas. Una ecología audiovisual como la de The Animal That I Am [El animal que soy] sugiera implícitamente una ligera variación: el animal mediático que soy. Las modulaciones de la percepción a través de las tecnologías mediáticas tienen mucho en común con el mundo animal, y la cohabitación que se intenta ofrecer a través de la pieza invita a escuchar, sentir y moverse con las vibraciones rítmicas –el mundo hertziano– de los insectos. En este sentido, abre la posibilidad de una posición ligeramente más radical, no-humana, cuando al cerrar los ojos uno se ubica en una epistemología-ecología sonoramente rítmica.
Las tres escenas de The Animal That I Am son elementos rítmicos que desterritorializan nuestra visión. Una multiplicación de puntos de vista que progresan lentamente, funge como la transformación en la percepción animal. Este espacio envolvente también evoca la visión fragmentada de los insectos. La lenta desorientación es una de las tácticas de este tipo de transformación; señala tanto el mundo de los insectos como el medio en el que están inmersos. El vínculo que la vanguardia histórica estableció entre la visión mecánica y la máquina de visión del insecto – «los ojos multifacéticos de los insectos», en palabras de Jean Epstein– crea la impresión de que el espacio está dividido. La perspectiva se multiplica hasta volverse una variación. Malen aborda esas formas de la multiplicidad, pero lleva un tema de la estética de principios del siglo pasado al contexto de la desaparición contemporánea de las abejas. Uno no puede evitar preguntarse cuál es el doble significado implícito en la instalación: el tema de la desaparición abordada a través de visiones en video.
Detalle de The Animal I Am (2009-10), Wave Hill, Nueva York, 2011
The Animal That I Am entremezcla las múltiples historias, estéticas e idealizaciones de la comunidad de abejas, así como la relación entre los insectos y los apicultores. El término que Donna Haraway utiliza para esto, especies en compañía, viene a la mente pero no sin la fricción que implican las relaciones entre formas de vida. El entorno de la instalación envuelve al espectador en estímulos. Los fragmentos visuales utilizados son pequeños pensamientos, o pequeños cerebros, que se unen a través de herramientas digitales, los fragmentos son memes que Malen excava de archivos en línea y repositorios audiovisuales. ¿Podrían los insectos ser nuestra especie en compañía? Es una pregunta paradójica, a la luz de El animal que luego estoy siendo (2006) de Derrida, al que se refiere la obra de Malen: inicia con la mirada del animal –para ser precisos la de su gato, que miraba perezosamente el cuerpo desnudo del filósofo. Pero representar la mirada del insecto es más difícil. Para Malen el ensayo de Derrida funciona como una crítica de la subjetividad, pero necesitamos dar cuenta de nuevos niveles en los que esté presente la pregunta por la estética y la percepción en nuestra relación con los animales y las ecologías.
En efecto, esos debates filosóficos son claves para el posthumanismo, y han abordado la naturaleza co-constitutiva de ver y ser observado a través de las especies como una forma de subjetivación humana y su relación con lo no-humano. Es necesario realizar una nueva pregunta: ¿qué formas estéticas y visuales debemos desarrollar para comprender las otras escalas ecológicas en las que estamos imbricados, al estar co-constituidos por perros y gatos pero también por un entorno complejo en el que co-vivimos y en el que, tal vez, co-desaparezcamos? Esas cuestiones especulativas, filosóficas y estéticas podrían permitirnos elaborar una epistemología y una estética de la tecnología mucho más complejas. Por ello necesario dar cuenta de un marco más amplio en el que lo ecológico, como ocurre con los medios tecnológicos, nos ayude a preguntarnos por qué este vínculo de la tecnología y la epistemología material está guiando una forma específica de pensar en los insectos como medios. El insecto que desaparece se convierte en una forma de transmisión, así como en una señal de encuentros más amplios en lo ecológico, de cadenas de desapariciones, a la manera de Douglas Coupland en su novela Generación A (2009: tras la desaparición de las abejas en un futuro cercano, cinco personas de diferentes partes del mundo son picadas por una y se vuelven, de pronto, transmisores, señales o al menos algún tipo de punto de condensación para una gran gama de preocupaciones científicas. ¿Qué atrajo a las abejas a estos organismos especialmente dispersos? La novela apunta a un sustrato de comunicación entre los cuerpos humanos y los animales, entorno a los cuales revolotea el mundo científico y el de la cultura popular (las personas a las que les pican las abejas se vuelven estrellas mediáticas): «Comencé a imaginar las vidas de las abejas que sobrevivieron suficientes años como para encontrarnos y picarnos, enviándonos sus mensajes, para que contáramos sus historias. Comencé a imaginar pequeñas células –ni siquiera enjambres– que habían sobrevivido año tras año, anidando bajo puentes o en los pórticos polvorientos de centros comerciales fallidos , buscando polen en las hierbas que crecían a los costados de las carreteras, con sus alas congelándose, desprendiéndose en el invierno o pudriéndose en el verano, dejándolas tullidas mientras intentaban mantener vivas a sus reinas, encontrando poco consuelo entre sí, apenas en la idea de que su misión algún día se cumplirá, que un día nos encontrarían, con nuestra extraña sangre».
Detalle de The Animal I Am (2009-10), Wave Hill, Nueva York, 2011
II
Conviene abordar la cuestión del canario, o de cómo el animal se convierte en la medida de nuestra situación respecto a la modernidad tecnológica, así se trate de los medios (incluyendo la basura electrónica), la urbanización, la agricultura moderna o la contaminación. Esta conceptualización está ligada a relaciones y a una ecología de objetos mucho más complejas que el mero señalamiento de cómo la buena naturaleza es destruida por la malvada cultura. La pregunta a propósito de la estética y el arte contemporáneos –lo que incluye a las artes visuales– se vuelve más interesante cuando uno se adentra en la esfera representativa para explorar medidas y reflexiones de todo tipo. Más que un arte sobre animales, tal vez deberíamos prestarle atención al arte hecho por y para los animales, como ha señalado Matthew Fuller en su ensayo “Art for Animals”, incluido en Wild Things en 2007. Fuller identifica un peligro doble con relación al arte hecho con y para lo natural: podemos sucumbir a un constructivismo social o bien adoptar un positivismo biológico. Sin embargo, debemos ser capaces de descifrar el arte y la estética en y a través de la naturaleza y los animales de formas que involucren ese doble movimiento, entre lo animal y lo humano. El arte para animales es una forma de lograr esas dinámicas productivas: «pretende abordar la ecología de las capacidades para la percepción, la sensación, el pensamiento y la reflexión de los animales». Aún más, esta tarea estética y epistemológica está conectada con posibilidades aún más amplias que nos permitan imaginar una naturaleza en la que ella misma deba ser imaginada, sentida y pensada plenamente. En una época en la que las prácticas humanas están transformando la Tierra en un espacio definitivamente siniestro para otras especies, impedir que el humano sea el único productor de arte es un paso perverso para evitarlo.
Lo que estas perspectivas plantean no es un enfoque sobre los animales, sino sobre las energías y potencias de las estéticas no-humanas, incluyendo las tecnologías de los medios. Estos vínculos experimentales entre estética e imaginación de naturaleza retoman nociones no representativas del arte y la animalidad que, por ejemplo, Elizabeth Grosz ha resaltado en Chaos, Territory, Art (2008). La naturaleza y lo animal ya son ámbitos con ritmos estéticos, vibrantes y eróticos, y donde ocurre lo estético se da algo más allá del ojo humano. En las prácticas artísticas, las bioacústicas de David Dunn abordan temas similares. Dunn ha llevado la cuestión de lo animal, lo natural y lo estético al nivel de lo no-humano. Las señales del mundo de la danza de las abejas, de la acústica, el ritmo y las vibraciones de los insectos, son también parte de la eco-estética, un régimen príncipe para cualquier tipo de meditación en torno a la desaparición o extinción del animal. Pero sugiero que estos temas no deben enriquecer las polaridades entre una inocente naturaleza que es violada por una malévola modernidad tecnológica, como ha señalado también Ursula Heise en su artículo “Lost Dogs…” (en la edición de invierno de 2010 de Configurations). La narrativa de la extinción de los últimos dos siglos ha insistido en este contraste, pero es un buen punto de partida que podría ayudarnos a desarrollar nuevas formas de comprender la continuidad entre medios y naturaleza: las medianaturas. El concepto sugiere que podemos pensar en los entramados de la ecología, la epistemología y la estética en el contexto de la crisis ecológica e incluso, tal vez, como forma de abordar la invisibilidad, la desaparición y la obsolescencia.
La desaparición no sólo da cuenta del tema de la extinción, sino de las modalidades a las que debemos enfrentarnos para percibir mundos de comprensión no-humana. Con esto no quisiera disminuir la labor científica que, de hecho, investiga la desaparición de los animales del mundo, sino enfocarme en los entramados de lo ecológico donde la estética –al visibilizar– debe abordarse a un nivel no-humano también. En otras palabras, este nivel científico también aborda dificultades de la percepción y la estética, de abordar tantos niveles de interacción. Ese mapeo multinivel necesariamente será un proyecto ecológico, en el sentido en que lo propuso Félix Guattari: el entramado transversal de las epistemologías y prácticas tecnológicas, las formas estéticas de conocimiento, las ontologías no-humanas, la conciencia de la economía política y los exhaustivos consumos y producciones del capitalismo global. De una manera similar a la forma en que nuestra cultura mediática se define cada vez más por un amplio rango de transmisiones electromagnéticas invisibles y un procesamiento de imágenes algorítmico, necesitamos extender estas ecología y naturaleza, incrustadas en las prácticas estéticas. Ese arte, el que permite abordar los entramados de las invisibilidades y la complejidad irrepresentable, es el más interesante y puntual, pues intenta comprender cómo una crisis ecológica también es una crisis estética.
Traducción del inglés de Guillermo Núñez Jáuregui
Publicado originalmente en Angelaki. Journal of the Theoretical Humanities, vol. 18, no.1, Londres, marzo de 2013.
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