jueves, 18 de agosto de 2016

La Emperatriz de Netflix

—¿Imaginas a Panthro en el tocador pasando una navaja por su cabeza? No. Panthro no era ningún farsante. Era un mecánico con atuendo sadomasoquista y nada más. No era el personaje principal, pero era auténtico y natural. No como ustedes. –Le dije en una fiesta a un cholo con la cabeza rapada.

 

Al hacer esa lectura de Panthro pusimos en marcha una hermenéutica reflexiva a la escuela de Paul Ricoeur: «Toda interpretación se propone superar un alejamiento, una distancia, entre la época cultural pasada, a la cual pertenece el texto, y el intérprete mismo. Al superar esa distancia, al volverse contemporáneo del texto, el exégeta puede apropiarse del sentido: hacer propio lo que le era ajeno, es decir, hacerlo suyo. En este sentido, lo que persigue es el ensanchamiento de la propia comprensión de sí mismo a través de la comprensión de lo otro». Parece un oficio de académicos. Pero no lo es. No hay que estudiar filosofía o hermenéutica para activar estos mecanismos de interpretación que devienen en la comprensión de sí mismo. Veamos esto.

 

Madre cumplió años hace dos días. Este año, su aniversario, fue el pasado 15 de agosto. Puede parecer una obviedad, porque la gente cumple años el mismo día, excepto aquellos desgraciados que nacen el 29 de febrero y mi madre y la gente que muere, claro, antes de cumplir años (es decir, cualquier día de su vida, o del final de su vida). Pero no lo es. Es, decir, una obviedad. Madre no tiene acta de nacimiento, así que ha desarrollado un sistema intuitivo de celebración. Ella elige, conforme lo intuye, un día de su vida y lo establece como su cumpleaños. Claro que hay una franja de estimación. Varía entre los meses de julio y agosto. Así que, durante esos sesenta y dos días, tenemos que estar preparados para su determinación: «Hoy es mi cumpleaños». Entonces, todos, en la familia, pues la abrazamos y le decimos «felicitaciones, ¿qué quieres de regalo?» Y entonces, ella elige un Obsequio Fenomenológico, es decir, un regalo fundado en la experiencia intuitiva. Así lo llamamos. «¿Cuál será tu Obsequio Fenomenológico de este año, Madre?» Y pues, antier eligió ver Netflix sin parar. En su casa hay una televisión inteligente de cincuenta y siete pulgadas. El aparato está monopolizado por Padre y mi hermano. Ven el futbol y videos de recetas de cocina en Youtube. En otras ocasiones ha pedido cosas del tipo «este año, en mi cumpleaños intuitivo, quiero que pinten la sala de color salmón» o «me encantaría, como Obsequio Fenomenológico, que compren una bolsa enorme de churritos y se los comieran frente a mí» (tiene una compulsión fantasmática por ver a sus hijos y a su hombre masticar alimentos crujientes). Entonces, hace dos días, eligió ser la Emperadora de Netflix. Y vio una serie, casi telenovela, sobre la esclavitud. Ahora no sé cómo se llama, pero se echó en el sillón y mi hermano y mi padre, tuvieron que alimentarla y desaparecer de la estancia, mientras ella gastaba su Obsequio Fenomenológico frente a la enorme pantalla. Ocurrió algo extraño.

La negritud aterraba a Madre. Siempre. Desde que tengo memoria. Cada vez que salía un chico de color en televisión, pegaba un salto y hacía muecas de aversión. «Sáquese, qué feo», decía. Y yo tenía que abogar por Wesley Snipes, por ejemplo, tratando de convencerla de que superara ese temor sin fundamentos. «Pero está haciendo un servicio a la humanidad, mamá, está matando vampiros, y conste que él es vampiro también, eso lo hace doblemente gentil». Pero nada. No había manera de cambiar su paradigma sobre la raza negra. Una y otra vez, se sentía amenazada cada vez que veía uno, sin importar que fuera Malcolm X, Martin Luther King o Will Smith. Todos eran peligrosos. Hasta ese día de su cumpleaños aleatorio.

 

Ayer fui a visitarla de nuevo. Y mientras comíamos, me dijo algo estupendo: «Cómo sufrió la gente negra. Qué historia tan triste y trágica tienen. Pobrecitos. De verdad, no sabía todo esto. Qué horror sufrieron. Me hizo mucha falta estudiar. ¿Verdad? Eso necesito, aprender». Quedé pasmado por la epifanía de mi madre. Mediante la comprensión de la historia de los negros, comprendió su propia posición en el mundo. Mi madre acababa de hacer, frente a mi sopa de coditos, una hermenéutica reflexiva. Se había convertido en un sujeto histórico. Quizá le haga falta estudiar más, es cierto, pero podemos ir descartando la clase de hermenéutica. Después fui a la televisión e hice un experimento, puse varios principios de películas protagonizadas por hombres de color. Y ahora, cada vez que aparecía uno, su gesto era diametralmente opuesto. Empática, iluminada, confiada. Sonreía profundamente cuando aparecían los actores Morgan Freeman, Denzel Washington, Idris Elba, Eddie Murphy, Chris Rock e incluso con el insulso Samuel L. Jackson que no dejaba de decir en el doblaje «maldito hijo de perra».

 



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