jueves, 23 de noviembre de 2017

Superhéroes

Otro asalto, de nuevo en noviembre. El modus operandi de las señoras del Carmen y Guatemala: empujones para sacarte la cartera, o mejor el teléfono, que vale más. Un clásico, de manual, o novela picaresca, y bastante practicado en el Metrobús. Con lo que no cuentan estos pillos, de seguro, es con la vehemencia del que se percata casi de inmediato y jala la palanca activando la señal de alarma (“Todo abuso será castigado”). El convoy se detiene, qué pena, pero “este tren no se mueve hasta que me devuelvan el teléfono”, todo muy Agatha Christie: “Yo sé que fue uno de ustedes”. Aparte no soy el único, en el vagón de atrás lo mismo con una joven menos desinhibida, su iPhone le costó una fortuna. Pocos minutos antes igual con otro incauto, el carterismo a la orden del día en la línea 2, es bien conocido. Ahora sé por qué el metro va deteniéndose a cada rato. Con nosotros no aparece ningún Hércules Poirot, más bien un par de policías, uno apellidado Castillo de Moctezuma, o Palacios Cuauhtémoc, no me acuerdo, que nos aclaran que ellos no son superhéroes, que no pueden hacer nada. ¿Cómo no?, sacar a todos y revisarlos uno por uno. La chica está de acuerdo. Pero entonces unos pasajeros empiezan a golpearla, capaz que los meros ladrones: “Ya nos queremos ir”. Se nos acerca un señor, nunca falta alguien así, y empieza a grabar la escena. Dice que tenemos derecho a levantar cargos por negligencia, y en su opinión los agentes deben estar coludidos, es fácil convencerse de esto, sobre todo porque no quieren revisar a casi nadie, excepto a tres o cuatro que se ofrecen voluntariamente, o a saber cuáles sean sus razones: “No podemos esculcar a nadie porque nos cae Derechos Humanos, mucho menos a una mujer”, de todos modos en esta línea es bien fácil cambiarse de vagón, qué rollo. Ya se va el tren, miro a los ojos a cada uno, que desaparecen veloces, alguno que otro me sonríe. Los policías procuran intimidarme, que cuál es mi nombre, que cómo les aseguro que yo no ando robando también. No puedo ni imaginarme por lo que tienen que pasar los denunciantes de un acoso sexual. La mujer llore y llore, la invito a mi casa, Pirruño se le restriega y ronronea: “Me quiere consolar”. Y: “Esto me pasa por venir al Centro”. Pues no, tampoco es eso. Un vaso con agua y ahora sigue tramitar una denuncia. Ya se sabe: el no se puede por delante, coquetería del soborno. No es el caso, por supuesto, en la compañía telefónica, donde igual buscan mi dinero, y no mis derechos. De camino a entregarlo me toca ver la apertura de puertas del H&M de Madero en su primer día: ¿de dónde saca dinero, tan escaso últimamente, tanta gente? ¿De dónde lo obtendré yo? Pero antes una visita al Metro Allende, unas horas después del robo: “Quiero hablar con el jefe de estación”. Me recibe en su oficina, le cuento lo sucedido, mi sentir, y él me atiende con prestancia: “Le aseguro que los policías le son leales al usuario”. Ese es el problema: ¿a cuál usuario exactamente? No todo es tan malo, sin embargo: “También en el metro pasan cosas buenas. Ayer, por ejemplo, como a estas horas, nació un bebé aquí mismo en donde estamos sentados. Y entre todos ayudamos”. ¿Superhéroes? Quién sabe si de los buenos. ¿Alguien puede jactarse en esta triste picaresca?

Miércoles 22 de noviembre de 2017



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