jueves, 16 de noviembre de 2017

Una visión infernal

Las ciudades crecen complaciendo al capital. El capital es la fiebre que hace crecer las extremidades de la ciudad. El capital es la líbido de la ciudad. El urbanismo mitiga o exacerba los delirios y las calenturas del capital. Capital, gobierno, arquitectura, urbanismo y corrupción, el polinomio inmortal, ha transformado a la Ciudad de México en un organismo grotesco, ha enfermado de nervios a sus ciudadanos, ha engullido el espacio público y deforestado los bosques. Como pasa con el petróleo, la maldita especulación inmobiliaria –uno de los inventos más perversos de nuestro siglo– está definiendo gobiernos y gobernantes, bases monetarias, índices de corrupción, calidad de vida sujeta a crédito y a deuda, el fortalecimiento de grupos de poder informales y, en última instancia, la vida de los ciudadanos: en el sismo de septiembre pasado miles de personas perdieron sus casas y cientos de personas murieron, una gran cantidad fueron víctimas de construcciones ilegales e irresponsables avalados por la podredumbre de la SEDUVI, Protección Civil, la Secretaría de Gobierno de la Ciudad de México, en amasiato con arquitectos sin escrúpulos e inmobiliarias asesinas.

Todas las imágenes son de Sergio López

Parte de lo anterior es, más o menos, una paráfrasis del epílogo del texto curatorial, escrito por Josefa Ortega, para la exposición Delirios urbanos, que se presenta en El Cuarto de Máquinas.

 

La Grandeza existe; como mucho, coexiste. Su subtexto es que se joda el contexto.

Rem Koolhaas

Esta frase del polémico arquitecto holandés resume la postura que se ha sostenido para el crecimiento de las principales ciudades de nuestro país en donde la Grandeza es entendida como aquél objetivo majestuoso de demostración de poder que ha guiado el crecimiento urbano. Dicha expansión se ha propagado bajo premisas que priorizan valores económicos dentro del mundo capitalista, tales como la plusvalía y la especulación inmobiliaria. Así, la motivación de crecimiento, lejos de considerar una relación empática con sus contextos sociales y ambientales, busca el mayor provecho de capitales inversores bajo objetivos voraces que la mayoría de las veces significan un actuar poco ético y de consecuencias funestas, muchas veces irreversibles.

 

Ortega articula su tesis mediante la obra de siete artistas mexicanos o, mejor dicho, mediante siete trabajos:

 

Bajo la premisa de evitar la literalidad y abonar en la construcción de piezas que respetaran el estilo y subjetividad de cada creador se articuló e hilvanó una propuesta curatorial que aborda problemáticas esenciales de lo que significa convivir en la urbe actualmente. Delirios Urbanos compila pues diversas visiones que buscan provocar la reflexión crítica en torno a las situaciones más relevantes que se implican en vivir las ciudades.

 

Aníbal Catalán instaló una escultura con tiras de madera y cables, un esqueleto incómodo, una construcción medio estridente que se sostiene a sí misma y a nada más. Daniel Ventura y Roland Jacob, cada uno, desde la abstracción geométrica, abordan el delirio urbano gestado desde la retícula y los planos de los programas de vivienda social. Cirse Irasema, con la misma intención crítica o de reflexión sobre la vivienda social y los engaños inmobiliarios, montó una escenografía con puertas de entrada genéricas y cerradas, casi idénticas, un guiño a la despersonalización y a la autopersonalizacion del espacio habitable. También encontramos los dibujos de Blanca González, unas postales del pasado, acerca de un futuro moderno que nos llegó pero contrahecho: cauces de ríos o acueductos desecados por el asfalto.

Si me detuve a describir ligeramente cinco de las piezas de Delirios urbanos, es porque necesito argumentar el entusiasmo que me provocaron otros dos trabajos de la exposición: Al final del recorrido diseñado por Ortega nos topamos con un cuarto oscuro lleno con figuras recortadas en madera: siluetas de murciélagos, ajolotes, ranas, murciélagos, roedores, felinos, hombres, alambres de púas, plantas y deidades prehispánicas; las figuras (fauna, flora y civilización) se iluminan con luces estroboscópicas, proyectando sombras y dejando ver cuerpos intermitentes en blanco y negro: estamos ante la escena del cataclismo urbanista que borró la vida natural, endémica, de la cuenca del Valle de México. La dramática instalación de Jimena Schlaepfer, que también podría ser un adorno de Halloween, en el contexto actual de la paranoia inducida por los medios digitales, y sin negar las verdades ambientales científicas, es, más bien, un dispositivo posdramático. No es una experiencia sensorial, ni moralista, sino una simple visión infernal a la manera flamenca.

Emulando el manual sensibilista y absurdo de cualquier dependencia de comunicación social del país, dirigido a los contribuyentes aspiracionales, Operación Hormiga presentó el video promocional de DesignVista: “un proyecto de mejoramiento de la imagen urbana de la CDMX”. DesingVista es una crítica en clave paródica de los absurdos e improvisados, y siempre superficiales, programas de saneamiento de la imagen urbana, para turistas e inversionistas extranjeros. El video de 3 minutos, que bien podría proyectarse en salas de cine como un comercial antes de la película, es la pieza más incisiva de Delirios urbanos, la única que participa de la lógica delirante institucional.



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