Justo a 40 años del estreno de Network (1976), la magistral película dirigida por Sidney Lumet en la que expone los estragos sociales de una generación criada por «Bugs Bunny», vemos cada vez con más frecuencia streamings de asesinatos y golpizas policiales (anglosajones sobre afroamericanos) y descaradas rutinas publicitarias protagonizadas por políticos populistas. Eduardo Abaroa ofrece una clara lectura del fenómeno.
Desde los sitcoms de los años cincuenta hasta los reality shows (con todo y doblaje), los eeuu han exportado su compulsión por registrar una cotidianidad que se ajusta a los parámetros impuestos por su desarrollo técnico. La representación de la cotidianidad se duplica: se ve a los personajes de la televisión mientras ven televisión, así como uno puede jugar un videojuego dentro de otro videojuego. Las relaciones enrarecidas del espectáculo contemporáneo nos convierten a todos en avatares. Pero hay momentos en los que una tecnología parece atravesar al otro lado del espejo. El 6 de julio pasado Diamond Reynolds transmitió vía Livestream de Facebook el asesinato de su novio, Philando Castile, por parte de la policía de Minnesota. Al principio de los siete minutos que dura el video se escuchan las quejas de dolor de Castile y la narración desesperada de los hechos por Reynolds, quien describe, inmóvil y aterrada, cómo su novio recibió cuatro balazos de un policía cuando iba a sacar su identificación del bolsillo trasero de su pantalón. Luego se ve el arresto inexplicable de Reynolds, en algún momento se oscurece la escena y sólo se oye el sonido. Finalmente vuelve la imagen de la mujer desesperada y escuchamos las palabras de su hija de cuatro años, quien fue testigo del suceso y ahora trata de reconfortarla. En la entrada de Facebook todavía se pueden leer los mensajes que los allegados de Reynolds le mandaron justo en el momento de la desgracia. La capacidad de los usuarios para transmitir en tiempo real a miles de personas es un hecho nuevo, que sólo es posible gracias a las redes sociales. Al parecer la administración de Facebook retiró inicialmente el video debido a “fallas técnicas”, pero después de una hora la entrada volvió a estar disponible en la cuenta de su autora y ahora lleva 5, 776, 905 reproducciones, además de las copias que se han hecho circular por separado. Con la posibilidad de transmitir en vivo con el teléfono móvil es más fácil eludir el filtro de una instancia capaz de controlar o censurar un mensaje comprometedor. La supervisión generalizada parece desdoblarse contra sí misma.
La muerte de Philando Castile fue uno entre muchos casos recientes de abuso por parte de la policía contra hombres negros, añadiendo aún más ímpetu al movimiento Black Lives Matter originado, también en Facebook, en 2014. No obstante los esfuerzos del presidente Obama, que ha trabajado más que sus antecesores para mejorar un sistema penal que afecta a la comunidad negra de manera injusta, el problema está muy lejos de resolverse. Los grupos conservadores han contestado la consigna de este movimiento con un “todas las vidas importan”, como si los inconformes exigieran un privilegio y no el derecho a no ser hostigados en mayor medida que todos los demás. La vehemencia con la que se defiende el abuso policiaco indica que la creencia en la supremacía racial sigue viva en un amplio sector de la población. ¿Cuáles son las expresiones más relevantes de esta confrontación? Si los registros en vivo como el Livestream de la muerte de Castile nos permiten ver una realidad normalmente oculta, ¿qué artilugios ideológicos pueden activar esta nueva conciencia simultánea y transformarla en cohesión política?
Quizá valga la pena mencionar otro video publicado recientemente. El sketch comienza con una pequeña farsa en la que James Corden, titular del tradicional Late Show, llega en auto a las puertas de la Casa Blanca. El guardia de la recepción hostiga al comediante, quien finge estar molesto y asustado. De repente se sube al auto Michelle Obama, la esposa del Presidente en persona, quien después de revelar algunos datos curiosos sobre su vida en la Casa Blanca, realiza junto con su comparsa una sesión de karaoke en el automóvil, haciendo gala de un carisma y un talento considerables. Un hombre anglosajón simpático y la mujer negra más admirada del país articulan una especie de idilio musical y coreográfico a ritmo de Stevie Wonder y Beyoncé. Parecen divertirse sinceramente, uno puede sentir esa extraña intimidad que permite el karaoke. Gracias a las cinco o cuatro cámaras que registran la acogedora sonósfera del automóvil el ambiente se siente totalmente cotidiano y familiar. Michelle Obama promueve su iniciativa personal para mejorar la educación de las niñas de bajos recursos en todo el mundo. El relajo y la armonía llegan a otro nivel después de que la rapera Missy Elliot aparece por arte de magia y se une al coro. En el primetime nada es inocente. Para quien quiera leerlo, el sketch es tan politizado como un mural de Diego Rivera. A pesar de la ligereza de toda la situación es casi inevitable leer este Carpool Karaoke como un jeroglífico confeccionado cuidadosamente para desactivar la bomba del enfrentamiento social que hoy divide a la nación; para exorcizar la memoria de crímenes como el de Philando Castile.
Michelle Obama no sólo es la primera dama tradicionalmente dedicada a labores benéficas. Es una abogada y escritora, la mujer fuerte, inteligente, graciosa y atractiva, que cuida a sus hijas y a miles de niñas en todo el mundo. Su lenguaje corporal deja claro que está orgullosa de su origen. También canta, hace chistes. Cuando le preguntan si el hombre más poderoso del mundo está en la oficina oval responde “más le vale”. Es del pueblo, tiene los pies en la tierra, no echará en falta ser atendida por los cocineros de la Casa Blanca: “Puedo hacer mi propio sándwich de queso”. Durante su discurso en la convención demócrata Michelle Obama contó con voz quebrada como veía a sus hijas jugar en una residencia presidencial construida por esclavos. La vida cotidiana define la vida política, todo cae en su sitio. Ante un ser tan desagradable como Donald Trump y dada la hipocresía acartonada de Hillary Clinton, la simpatía de los Obama es una ventaja crucial para el rescate del gobierno estadounidense. Por más calculados que sean el Carpool Karaoke de Michelle Obama o sus discursos emotivos no cabe duda que tienen un efecto profundamente conmovedor y aglutinante en varios sectores sociales que pasarán por alto la turbia complicidad con la élite financiera y corporativa, el rol estadounidense en el etnocidio de Palestina, el apoyo a la fracturación hidráulica que apuntala la nueva estabilidad económica norteamericana y tantos otros asuntos cuestionables de la campaña de Clinton. No importa que la concentración monstruosa de la riqueza que denunciaron el movimiento Occupy Wall Street y el senador Sanders vaya en aumento. Ella garantiza el buen estado de la corriente neoliberal de las últimas décadas. Como quedó perfectamente claro en la convención, el ideal que une con más fuerza a los simpatizantes de ese partido es la igualdad de todos los ciudadanos, sin distinción de género, preferencia sexual, raza, ideología, religión o procedencia, en “la nación más grandiosa del mundo”. Los derechos civiles quedan al servicio de la plutocracia, y ésa es la mejor alternativa.
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