Sexto Piso ha puesto a circular Bowie, traducción al español del libro del filósofo inglés Simon Critchley (1960) publicado, originalmente, en 2014. En él, el autor, «mediante un lúcido, ágil y entretenido repaso de la trayectoria escénica y de la discografía de David Bowie, Critchley traspasa su hipnótica apariencia hasta llegar a sus entrañas: la originalísima visión del mundo que inspiró su música, su aspecto, sus estrategias para comunicarlas al gran público». Publicamos “Un vidente es un mentiroso”.
Pensemos en las letras de Bowie. Da la impresión de que –ya
desde el principio– no podíamos evitar leerlas en clave autobiográfica,
como pistas y señales que nos conducían a alguna
noción auténtica del «verdadero» Bowie: su pasado, sus traumas,
sus amores, sus posturas políticas. Anhelábamos ver sus
canciones como ventanas a su vida. Pero eso es precisamente
lo que tenemos que dejar atrás si pretendemos malinterpretar
a Bowie un poco menos. Como todos sabemos de sobra, ocupó
diversidad de identidades. Su genialidad consistía en convertirse
en otra persona lo que durase la canción, y algunas veces
a lo largo de todo un álbum o incluso de toda una gira. Bowie
era un ventrílocuo.
No se trataba de una estrategia que murió en el escenario
con Ziggy en el Hammersmith Odeon en 1973, sino que
perduró hasta los dos últimos discos de Bowie: The Next Day
y Blackstar.
En The Next Day, muchas de las canciones están escritas
desde la identidad de otro, ya sea el artífice mudo y amenazante
de una matanza, como en «Valentine’s Day», o el enigmático
personaje del tema final, «Heat». Este último tal vez tenga
la letra más contundente y evasiva del disco sobre el odio de
un hijo hacia su padre, que o bien dirige una cárcel, o bien ha
convertido su casa en una. Hay en ella una clara alusión a Nieve
de primavera de Mishima, con esta imagen arrebatadora:
Entonces vimos el perro de Mishima
atrapado entre las rocas
bloqueando la cascada.
Then we saw Mishima’s dog
Trapped between the rocks
Blocking the waterfall.
Bowie canta una y otra vez: «Y me digo a mí mismo, no sé
quién soy». La canción termina con el verso: «Soy un vidente,
soy un mentiroso», a lo que podríamos añadir que Bowie es
un vidente porque es un mentiroso. El componente de verdad
que hay en la obra de Bowie no se ve amenazado por la impostura:
ésta lo hace posible.
Dicho de otro modo, Bowie evoca la verdad por medio de
«Estrategias oblicuas», que fue el nombre que recibió una
serie de más de cien cartas que Brian Eno creó junto con el
artista Peter Schmidt en 1975. Por ejemplo, durante la grabación
de «V-2 Schneider» (el título es al mismo tiempo un
juego de palabras en referencia a los cohetes V-2 que devastaron
algunas zonas de Londres en 1944 y a los dos miembros
históricos de Kraftwerk: «we two»=Ralf Hütter y Florian Schneider),
Bowie empezó a tocar el saxo a destiempo por casualidad.
Justo antes de grabar, había leído una de las cartas de
«Estrategias oblicuas», que decía: «Honra tu error como una
intención oculta». Y así nació el tema. Me gustaría insistir en
que las letras de Bowie exigen que las entendamos en relación
con una disciplina similar de lo oblicuo.
A mi humilde entender, la autenticidad es la maldición de
la música de la que debemos curarnos. Bowie ha ayudado. Su
arte es una construcción ilusoria radicalmente calculada y reflexivamente
consciente cuya impostura no es falsa, sino que
está al servicio de una verdad sentida, corpórea. Como dice en
«Quicksand»:
No creas en ti
no engañes creyendo.
Don’t believe in yourself
Don’t deceive with belief.
Por llevar esto un poco más allá, quizá la música en su extremo
más teatral, extravagante y absurdo sea también la música
más auténtica. Es ésa la que puede salvarnos de nosotros
mismos, del hecho banal de estar en este mundo. La música
así, la música de Bowie, nos permite escapar de quedar aferrados
al hecho de quiénes somos, escapar de ser nosotros. Por
un momento, nos puede alzar, puede elevarnos y ponernos del
revés. En su nivel más alto, las canciones –con sus letras, su
ritmo y sus melodías a menudo simples, de canción infantil–
empiezan a unir los puntos de lo que consideramos la vida.
Anomalías pasajeras. Y nos permiten también que nos planteemos
otra distinta.
Por frágiles y espurias que sean nuestras identidades, nos
dejaba (y sigue dejándonos) creer que podemos reinventarnos.
De hecho, podemos hacerlo porque nuestras identidades
son así de frágiles y espurias. Bowie, que, según parece,
se reinventó a sí mismo sin límites, también nos hizo creer
que nuestra propia capacidad para el cambio era ilimitada.
Por descontado, existen límites –límites profundos, límites
mortales– a la hora de reconfigurar quiénes somos. Pero, de
algún modo, al escuchar sus canciones –aun hoy– uno tiene la
extraordinaria esperanza de que no estamos solos, y de que es
posible escapar de este lugar, incluso sólo por un día.
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