jueves, 11 de agosto de 2016

Un vidente es un mentiroso

 

Sexto Piso ha puesto a circular Bowie, traducción al español del libro del filósofo inglés Simon Critchley (1960) publicado, originalmente, en 2014. En él, el autor, «mediante un lúcido, ágil y entretenido repaso de la trayectoria escénica y de la discografía de David Bowie, Critchley traspasa su hipnótica apariencia hasta llegar a sus entrañas: la originalísima visión del mundo que inspiró su música, su aspecto, sus estrategias para comunicarlas al gran público». Publicamos “Un vidente es un mentiroso”. 

 

 

Pensemos en las letras de Bowie. Da la impresión de que –ya

desde el principio– no podíamos evitar leerlas en clave autobiográfica,

como pistas y señales que nos conducían a alguna

noción auténtica del «verdadero» Bowie: su pasado, sus traumas,

sus amores, sus posturas políticas. Anhelábamos ver sus

canciones como ventanas a su vida. Pero eso es precisamente

lo que tenemos que dejar atrás si pretendemos malinterpretar

a Bowie un poco menos. Como todos sabemos de sobra, ocupó

diversidad de identidades. Su genialidad consistía en convertirse

en otra persona lo que durase la canción, y algunas veces

a lo largo de todo un álbum o incluso de toda una gira. Bowie

era un ventrílocuo.

 

No se trataba de una estrategia que murió en el escenario

con Ziggy en el Hammersmith Odeon en 1973, sino que

perduró hasta los dos últimos discos de Bowie: The Next Day

y Blackstar.

 

En The Next Day, muchas de las canciones están escritas

desde la identidad de otro, ya sea el artífice mudo y amenazante

de una matanza, como en «Valentine’s Day», o el enigmático

personaje del tema final, «Heat». Este último tal vez tenga

la letra más contundente y evasiva del disco sobre el odio de

un hijo hacia su padre, que o bien dirige una cárcel, o bien ha

convertido su casa en una. Hay en ella una clara alusión a Nieve

de primavera de Mishima, con esta imagen arrebatadora:

 

Entonces vimos el perro de Mishima

atrapado entre las rocas

bloqueando la cascada.

Then we saw Mishima’s dog

Trapped between the rocks

Blocking the waterfall.

 

Bowie canta una y otra vez: «Y me digo a mí mismo, no sé

quién soy». La canción termina con el verso: «Soy un vidente,

soy un mentiroso», a lo que podríamos añadir que Bowie es

un vidente porque es un mentiroso. El componente de verdad

que hay en la obra de Bowie no se ve amenazado por la impostura:

ésta lo hace posible.

 

Dicho de otro modo, Bowie evoca la verdad por medio de

«Estrategias oblicuas», que fue el nombre que recibió una

serie de más de cien cartas que Brian Eno creó junto con el

artista Peter Schmidt en 1975. Por ejemplo, durante la grabación

de «V-2 Schneider» (el título es al mismo tiempo un

juego de palabras en referencia a los cohetes V-2 que devastaron

algunas zonas de Londres en 1944 y a los dos miembros

históricos de Kraftwerk: «we two»=Ralf Hütter y Florian Schneider),

Bowie empezó a tocar el saxo a destiempo por casualidad.

Justo antes de grabar, había leído una de las cartas de

«Estrategias oblicuas», que decía: «Honra tu error como una

intención oculta». Y así nació el tema. Me gustaría insistir en

que las letras de Bowie exigen que las entendamos en relación

con una disciplina similar de lo oblicuo.

 

A mi humilde entender, la autenticidad es la maldición de

la música de la que debemos curarnos. Bowie ha ayudado. Su

arte es una construcción ilusoria radicalmente calculada y reflexivamente

consciente cuya impostura no es falsa, sino que

está al servicio de una verdad sentida, corpórea. Como dice en

«Quicksand»:

 

No creas en ti

no engañes creyendo.

Don’t believe in yourself

Don’t deceive with belief.

 

Por llevar esto un poco más allá, quizá la música en su extremo

más teatral, extravagante y absurdo sea también la música

más auténtica. Es ésa la que puede salvarnos de nosotros

mismos, del hecho banal de estar en este mundo. La música

así, la música de Bowie, nos permite escapar de quedar aferrados

al hecho de quiénes somos, escapar de ser nosotros. Por

un momento, nos puede alzar, puede elevarnos y ponernos del

revés. En su nivel más alto, las canciones –con sus letras, su

ritmo y sus melodías a menudo simples, de canción infantil–

empiezan a unir los puntos de lo que consideramos la vida.

Anomalías pasajeras. Y nos permiten también que nos planteemos

otra distinta.

 

Por frágiles y espurias que sean nuestras identidades, nos

dejaba (y sigue dejándonos) creer que podemos reinventarnos.

De hecho, podemos hacerlo porque nuestras identidades

son así de frágiles y espurias. Bowie, que, según parece,

se reinventó a sí mismo sin límites, también nos hizo creer

que nuestra propia capacidad para el cambio era ilimitada.

Por descontado, existen límites –límites profundos, límites

mortales– a la hora de reconfigurar quiénes somos. Pero, de

algún modo, al escuchar sus canciones –aun hoy– uno tiene la

extraordinaria esperanza de que no estamos solos, y de que es

posible escapar de este lugar, incluso sólo por un día.

 

 



from La Tempestad http://ift.tt/2bm6aWB
via IFTTT Fuente: Revista La Tempestad

No hay comentarios:

Publicar un comentario