jueves, 29 de septiembre de 2016

Recordando a José María Buendía

José María Buendía nació en Marruecos (Ceuta, 1933) y creció en una casa cúbica jugando en los jardines de Las Hespérides. El paisaje marroquí y el contacto con la naturaleza influenciaron su visión como arquitecto y constructor de historias. Con tan solo veinte años llegó a México enviado por su padre a quien le preocupaba que fuera reclutado por la milicia tras el recrudecimiento de la Guerra Fría. Nunca volvería a España o a Marruecos de manera permanente. En 1953 inició sus estudios de arquitectura en la Escuela Nacional de Arquitectura de la UNAM. Su labor en la disciplina ha dejado como saldo más de 160 obras construidas, la mayoría de ellas casas, además de su trabajo académico de más de 45 años en diferentes instituciones como la UNAM y la UAM.

 

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© Studio Chirika

 

Para José María Buendía la experiencia sensorial en la arquitectura estaba por encima de la conceptual, como señala Alberto Kalach quien junto al Studio Chirika, trabaja en un documental sobre la visión y la obra del arquitecto. Buendía no sólo fue un arquitecto, fue también un poeta en el papel (escribía poemas sobre estructuras, calles, muros, el mundo…) y en las formas, en su práctica importaba más «la narración de una historia que la demostración de una idea». Para este eterno enamorado de los patios y los jardines, de la vida al interior y de la mutación que provoca la naturaleza en ámbitos y espacios de la arquitectura, ésta y la naturaleza eran inseparables: «me interesa ver cómo crecen los árboles, los arbustos, los frutales y las flores. Los cipreses y las bugambilias me enamoran».

 

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© Studio Chirika

 

A través de una anécdota narrada en una entrevista con Víctor Muñoz, Buendía, “Chema”, como lo llamaban sus más cercanos, esbozó su definición de arquitectura e indirectamente una descripción de todos los conceptos e ideas dentro de su trabajo. Una de las más sencillas que se pueden leer, pero cargada de un profundo significado, uno que sólo se puede obtener, como él mismo señaló, «de acuerdo con la propia psique, con el desarrollo de la vida y de las intenciones». Años después de haber construido una casa regresó para fotografiarla y registrar la manera en que había cambiado. Al solicitar la entrada los habitantes (estadounidenses) se la negaron, tras solicitar el permiso a los dueños, antiguos clientes, los nuevos inquilinos le permitieron el paso. Durante el recorrido una mujer con su hijo lo acompañaron sin decir palabra. Al finalizar, él le preguntó a la mujer:

 

 

«Después de vivir en el piso 35, cerca del Central Park y cambiar radicalmente a una arquitectura que es el interior de algo, como la concha, como la matriz, y en un mundo introvertido, me puede decir, ¿qué opina usted de esta casa? […] En Nueva York, todas las noches le contaba a mi hijo un cuento antes de dormir. Al llegar aquí anduvimos muy ocupados con el ajetreo de la mudanza, los cambios, etcétera; lo metía a la cama sin más. Después de siete días una noche le dije a David: No te he contado el cuento de todas las noches, hoy te lo voy a contar, vamos a la camita. Y mi hijo me respondió: No mamá, ya no me cuentes el cuento, dame un paseo por el exterior de la casa y por el interior, yo me duermo solo».

 

 

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© Studio Chirika

 

De ahí surgió su definición de arquitectura, una muy personal, significativa y que mantuvo hasta su último día: «Para mí la arquitectura es un cuento encantado donde habitan los sueños».

 

 

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Casa Perezcano, 1968. © EPSON MFP

 

 



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