Quien sea un ávido lector de David Foster Wallace (1961-2008) ha pasado incontables horas navegando los resultados de la búsqueda “David Foster Wallace” en Google. Demasiadas preguntan necesitan ser respondidas. Algunas son preguntas serias, como “¿qué pensaría de esto o aquello?”, pero otras muchas son nimiedades de fanáticos. Un ejemplo de una de estas N. de F. (como seguramente lo abreviaría DFW) es, ¿por qué utilizaba siempre un paliacate? Otra: ¿qué tan bueno era para jugar al tenis?
Para la respuesta de esta última pregunta no hay que pasar mucho tiempo en Google para llegar al video de la entrevista del autor con Charlie Rose, un verdadero tesoro para N. de F. así como para quienes tengan P.S. (y también para quien tenga la curiosidad de saber cómo se ve alguien vestido de paliacate y corbata). Rose sugirió que, como tenista juvenil, DFW era “competitivo y bueno”. DFW respondió que era “bueno, mas no muy bueno”, pero me queda la impresión, por la manera en que lo dijo, que quiso que pensáramos que era muy bueno.
Lo que nos concierne aquí es que DFW jugó mucho tenis y lo tomaba muy en serio. No era un espectador cualquiera. Random House acaba de sacar un pequeño libro, titulado El tenis como experiencia religiosa, que reúne dos ensayos de DFW sobre este deporte: “Democracia y comercio en el Open de Estados Unidos” y “Federer, en cuerpo y en lo otro”.
En “Democracia y comercio”, publicada originalmente en la revista Tennis, DFW nos narra un día, el 3 de septiembre de 1995, que pasó en el Abierto de Estados Unidos. (El traductor lo llama Open de Estados Unidos.) DFW nos cuenta sus impresiones del partido entre Pete Sampras (un griego-estadounidense) y Mark Philippoussis (un griego-australiano). El autor sabe que lo que nos atrae a los eventos deportivos de élite es que en ellos proyectamos los conflictos borrosos y turbios de nuestra vida diaria. Es decir, en este juego de los Patriotas de Nueva Inglaterra contra los Potros de Indianápolis, lo que en realidad se está jugando es la Trampa contra la Honestidad. En esta serie de playoffs de Golden State contra Oklahoma City, quienes se están poniendo frente a frente son los que siempre ganan contra lo que siempre pierden. DFW lleva esta proyección a lugares más específicos e interesantes: describe a Philippoussis como «malévolo pero ciborgiano», un «bruto rompecorazones», y a Sampras como «casi frágil, cerebral, poeta, al mismo tiempo sabio y triste, cansado de esa forma en que sólo se cansan las democracias». Philippoussis es «un ejército de tierra grande», mientras que Sampras es «más naval».
El ensayo también sirve como una crítica de la sobre comercialización del torneo. DFW habla de los nombres de marcas que rodean la pista: Fujifilm, Massmutual, Café de Colombia, etcétera. De hecho, Café de Colombia estaba por todos lados en el Abierto de EEUU de 1995. Tienen a jóvenes repartiendo paquetitos gratuitos de café. Y gratuito es una palabra que no se usa mucho en este ensayo. Como papá gruñón, DFW enlista los precios exorbitantes de comidas, bebidas y mercancía en el evento (¡cervezas de tres dólares!). Para un aficionado a los deportes en el 2016, la queja de la excesiva comercialización del tenis –que de por sí es el menos comercializado de los grandes deportes– en 1995, resulta hasta inocente.
El segundo ensayo, “Federer, en cuerpo y lo otro”, publicado originalmente en The New York Times en el 2006, es, como su nombre lo indica, un ensayo más espiritual o metafísico. DFW era un buen (dejémoslo en “buen”) jugador de tenis que viaja a Wimbledon para ver jugar al suizo Roger Federer, tal vez el mejor jugador de tenis en la historia.
Su misión es difícil, casi imposible: explicarle a aquellos quienes no saben mucho de tenis que aquel deporte no es sólo divertido, sino “bello”. (Esto lo hacen todo el tiempo, casi siempre sin buenos resultados, los aficionados al beisbol; se la pasan justificando su elección de deporte: es tan aburrido que parece distorsionar nuestra noción del tiempo-espacio, pero es un deporte “hermoso”.) DFW nos habla de “Momentos Federer”, aquellas jugadas que hace el suizo, de preferencia contra Nadal, que dejan al espectador boquiabierto.
Es fascinante ver cómo reacciona DFW, la definición de un genio para tantos lectores, frente a alguien que él consideraba un genio. Ver a Federer jugar tenis es, para DFW, recordar la belleza del cuerpo humano. Y tiene que ser DFW quien nos explique cómo reaccionar frente a alguien quien llevó su arte a niveles que no creíamos posibles (como DFW lo hace con la escritura): «La genialidad no se puede reproducir. La inspiración, sin embargo, es contagiosa y multiforme; y el mero hecho de presenciar[la]… equivale a sentirse inspirado y (de una forma fugaz y mortal) reconciliado».
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