Uno de los momentos memorables del pasado Simposio sobre Teoría Internacional sobre Arte Contemporáneo (SITAC), que llevó por título Nadie es Inocente, fue el momento en el que el escritor Heriberto Yépez, en una mesa de discusión sobre la secretaría de cultura, sentenció llanamente que los ponentes estaban hablando de la secretaría de cultura de la “dictadura neoliberal del PRI”. El tijuanense, que se presenta a sí mismo como “persona non grata en dos literaturas”, se preguntaba sobre el papel privilegiado que juegan los intelectuales, artistas, escritores y otros integrantes de la cultura en el sistema oficial de instituciones, proyectos, programas, y becas, todo esto ante una situación tan crítica como la que hoy vivimos. La intervención provocó una reacción bastante airada, no sólo durante el simposio, sino también fuera del mismo. Algunos colegas incluso se refirieron a Yépez como “la Avelina Lésper de la literatura”. Sería muy triste que alguien que ha estudiado y promovido la obra de Ulises Carrión con tanto celo, se convirtiera también en persona non-grata en el arte contemporáneo. La caracterización es titánicamente injusta, ya que hablamos de un autor polifacético y prolífico cuya crítica cultural en varios libros parte de una posición crítica amplia, que abarca la cultura mexicana en su conjunto.
Ante la reacción negativa de muchas personas uno se pregunta ¿entonces de qué se suponía que “nadie es inocente”?, ¿de tener mal gusto?, ¿de no saber dibujar? Obviamente con esta frase se quería estimular un debate sobre el lugar de los intelectuales y similares en el entramado económico y político de un régimen a todas luces desastroso, cuya popularidad se ha derrumbado durante los pocos meses transcurridos desde la celebración del SITAC.
El tema de esa mesa tan controversial, la reforma del sector cultural, se ha vuelto oscuro. La discusión parece hacerse en secreto, incluso las personas que han seguido la evolución del asunto detalladamente están confundidas. Algunos puntos suenan razonables y otros inaceptables. Se ha criticado mucho el papel que el Estado quiere jugar al considerar en una medida mucho mayor la viabilidad económica y comercial del sector. Y por otro lado, se ha exaltado la mejor posición que tendrían sus funcionarios para cabildear presupuestos, etc. si queda escindido de la SEP. También se temía que de este modo el sindicato de los trabajadores de esta secretaría de cultura fueran más sumisos, pero según nos informaron a los maestros de La Esmeralda, el sindicato en formación está en contra de la imposición de las reformas educativas, asunto con el que yo en lo personal estoy de acuerdo.
Afortunadamente la discusión ha continuado las actividades del SITAC. Hay un proceso interesante de discusión alternativo, promovido precisamente en sus Nodos, coordinados por Christian Gómez. El esquema de discusión, que tiene muchas sedes y reúne voces provenientes de rubros muy dispares, es complejo y difícil de entender, pero sienta un precedente interesante. En breve habrá un evento en la biblioteca de Aeromoto y el Museo Jumex será sede de un evento de discusión de los resultados este 24 de septiembre.
Por lo pronto aprovecho este espacio para aportar algunos apuntes muy básicos desde mi posición que no es la de un experto, sino más bien de un afectado renuente a quedar a la deriva. La complejidad de un asunto como el de la nueva Secretaría de Cultura rebasa las capacidades de los que tratamos de conocerlo de forma general. Entender los aspectos técnicos de una ley de esta magnitud requiere experiencia en la redacción de documentos legales que no se pueden aprender instantáneamente. Habría que considerar que en México una cosa es la ley y otra cómo se expresa en la vida cotidiana. Es preciso conocer muy bien el funcionamiento diario de las instituciones para ver en cuáles fallas de redacción de una ley pueden producirse efectos indeseables como la corrupción, la ineficacia, etc. A través de varias pláticas informales con personas que trabajan en diferentes instituciones he podido reunir un diagnóstico informal que puede ser relevante para saber cómo va la nueva secretaría en el rubro de los museos. A pesar de que este estado de cosas no es ningún secreto, no voy a dar los nombres de las personas a través de las cuales obtuve este diagnóstico, en primer lugar porque son muchas y en segundo lugar porque desgraciadamente por declarar una cosa así las personas pueden sufrir consecuencias. Hoy las diferentes instituciones artísticas pasan por una incertidumbre económica mayor que en el pasado reciente. Notamos un deterioro institucional en el cual los funcionarios de cultura asignan el presupuesto para cada museo de manera cada vez más discrecional. Los directores de museos se han visto obligados a cancelar proyectos de exhibición que ya estaban acordados, y en los casos más graves los trabajadores no han recibido sus pagos a tiempo o han perdido sus puestos. Muchas instituciones no llegan a tener el mínimo indispensable para cumplir con sus funciones y son sus propios trabajadores con salarios insuficientes los que sacan adelante el programa. La falta de recursos es frecuentemente el argumento para esto, pero entonces nos topamos con que este gobierno del PRI es el que más se ha está endeudando desde que empezó el siglo. Parece que todo se va en gasto corriente, pero no llega a las instituciones de cultura.También vemos que hay funcionarios de la Secretaría de Cultura que no respetan la actividad de los directores de museos y sus equipos, dedicándose de manera esporádica e inexplicable a obstaculizar su trabajo. Esta actitud es contraproducente no sólo porque afecta los programas que se realizan seriamente a lo largo del año. Cuando una exposición o el programa anual de un museo está a merced la voluntad personal y errática de un alto funcionario que no es parte del equipo de trabajo no sólo se vulnera la lealtad de los involucrados, también aumenta el desorden y la ineficacia de los museos y de la secretaría en su conjunto. Otro asunto sobre el que conviene llamar la atención es en el control que algunos funcionarios y fundaciones de los museos públicos quieren ejercer sobre el programa. Algunos involucrados resienten la injerencia excesiva sobre las ideas inconvenientes expresadas en las exposiciones. Parece haber un intento mayor de controlarlo todo en un momento político crucial. Habrá que repetirlo hasta que se entienda, no es aceptable que se considere al sector cultural como un adorno de la administración en turno. Debe ser una arena pública donde los problemas del país puedan ser discutidas desde sus diferentes puntos de vista, incluyendo las ideas críticas al gobierno o aquéllas que no son simpáticas a los patrocinadores. La libertad de expresión es imprescindible si queremos que los museos tengan alguna relevancia.
Me parece que todo esto describe un debilitamiento institucional preocupante, pero me gustaría que la discusión fuera mucho más allá del asunto de mejorar colecciones, o de ampliar los programas educativos. Habría que destrabar nuestra inercia conceptual sobre la cultura y el papel que las instituciones juegan en ella. Lamentarnos de cómo la burocracia nos distrae del business as usual será poco productivo si no encontramos maneras distintas de interacción que transformen al museo, que lo desborden. Es difícil valorar en su justa dimensión el hecho de que el programa de Vasconcelos con sus beneficios y sus graves errores llegó a su fin. Esta política cultural definió al país y construyó efectivamente nuestro obsoleto imaginario nacional, por lo tanto ahora la separación de la secretaría de cultura del programa de la educación pública plantea retos más allá de lo administrativo, de lo contingente o de las pugnas internas. Seguramente en los Nodos del SITAC y en muchos otros contextos se está conformando poco a poco nuevas direcciones. Ante una crisis de esta magnitud un cambio drástico es inevitable.
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