viernes, 2 de septiembre de 2016

El deseo, simplemente

El 6, 7 y 8 de septiembre, el investigador, editor y activista español, Amador Fernández-Savater impartirá el curso “Deseo y afecto en los movimientos sociales”, en nuestro Espacio de Reflexión Estética. Aquí una entrevista en la que ahonda sobre el concepto de deseo y la lectura que se hará de Jean-Fraçois Lyotard. 

 

 

¿En qué momento histórico nos encontramos para que los afectos hayan saltado al centro de la discusión política?

 

Momento histórico no sé, me pregunto si hay sólo uno, el mismo para todos los habitantes del planeta. Prefiero responder desde lo que veo y siento en el trozo de realidad que habito y que conozco mejor, confiando también en las resonancias que pueda tener lo que digo.

 

Me parece que tanto el capitalismo en su fase actual (lo que llamamos «neoliberalismo»), como las luchas recientes, ponen encima de la mesa la pregunta por las formas de vida. ¿Cómo queremos vivir?

 

El neoliberalismo aspira a ser una especie de «poder voluntario» que no funcione a punta de pistola, sino que nosotros mismos reproduzcamos al perseguir nuestro «proyecto de vida personal», nuestros sueños de éxito y autorrealización, un cuerpo bello y el mejor colegio (privado, claro) para nuestros hijos, al postear nuestras imágenes más íntimas en Facebook, etc.

 

Por otro lado, los movimientos (pienso ahora en los llamados «movimientos de las plazas»: Primavera Árabe, 15M, Occupy…), para perplejidad de todos los intérpretes, apenas reivindican o demandan nada. Lo más fuerte que plantean es la pregunta, planteada con los cuerpos y en la calle, sobre qué vida queremos, cómo nos queremos relacionar con los otros, con el mundo, con nosotros mismos. Y ensayan respuestas plantando tiendas de campaña y creando, aunque sea por un lapso breve de tiempo, otras relaciones sociales, antagónicas a las del neoliberalismo: cooperativas, igualitarias, abiertas, acogedoras, etc.

 

Lo que está aquí en juego –siempre lo ha estado, pero las fuerzas del presente lo ponen quizá más de manifiesto– es la disputa por la posición del deseo: qué formas de vida nos parecen deseables e indeseables, al nivel mismo de la piel. Es una pregunta que desborda completamente el marco de la política tradicional (partidos, poder, elecciones, etc.).

 

 

¿De qué deseo queremos hablar cuando es un término central en el léxico capitalista?

 

Una gran victoria del neoliberalismo (y una derrota de sus críticos) es la banalización del lenguaje y el pensamiento del deseo. ¿A qué me refiero? Más de una vez, hablando de estos temas, he escuchado: «ya, pero el deseo no dura», o «no podemos vivir siempre como en las plazas», o «en cuestiones de deseo, no hay quien le gane al neoliberalismo». Es decir, imaginamos el deseo bajo las formas estereotipadas del «capricho» o del «orgasmo»: intensidades vacías, explosiones y fuegos de artificio, meras apetencias o ganas. El neoliberalismo triunfa consiguiendo que pensemos el deseo bajo la imagen del consumo: búsqueda de objeto, finalismo, carencia, etc.

 

Pero sólo con echar una vistazo a la lectura que hace Jean-François Lyotard de Freud, por ejemplo, encontramos la distinción, tan pertinente, entre el «deseo de» (el deseo que persigue un objeto que le falta) y el «deseo, simplemente» como fuerza y motor, proceso, energía que trabaja. Cualquier tipo de vínculo, actividad o compromiso medianamente serio requiere algún tipo de relación con ese deseo-fuerza, una «erotización» de ese vínculo, esa actividad, ese compromiso. Asumiendo esta banalización del pensamiento del deseo (también, un poco por las mismas razones, de los movimientos de los 60 y 70) perdemos de vista una fuente preciosa para reimaginar una política capaz de rivalizar con el neoliberalismo en términos de deseo.

 

 

¿Por qué Lyotard?

 

Estoy leyendo sobre todo al Lyotard deseante, post-Mayo del 68, pre-posmoderno. Un Lyotard muy olvidado, me parece. En mi lectura, en la que llevo más o menos un año, me pasa que ya no sé dónde acaba él y dónde empiezo yo. Creo que una comprensión interesante de un autor empieza ahí, en esa zona compartida, donde ya no se trata tanto de «lo que decía verdaderamente Lyotard», sino de lo que te permite decir a ti. El mismo Lyotard explica algo parecido: lo mejor que puedes hacer con un autor y un pensamiento es, no tanto repetirlo bien, sino «hacerlo derivar»: reapropiártelo, llevarlo por otros caminos, mezclarlo con otros objetos. Pensar no es reproducir, sino prolongar y transformar lo pensado.  

 

¿Qué encuentro o dónde me encuentro yo con Lyotard? Hay muchos puntos, algunos ya los he citado, pero me viene ahora sobre todo la idea de que para «que pase algo» (en el ámbito del pensamiento o la política, en la vida simplemente) hay que entrar en contacto con algunas energías del orden del deseo y los afectos (del cuerpo): sólo dejándonos tocar y afectar por fuerzas desconocidas podemos realmente hacer algo distinto, ponernos en movimiento. Esas fuerzas desconocidas son lo que Lyotard llama «tensores» (que empujan el pensamiento, la creación), a diferencia de los «signos» (que solicitan más bien nuestra capacidad de comentario, interpretación, opinión). Lo que ocurre también es que esos tensores queman…    

 

 

¿Qué posibilidades otorga el formato del curso intensivo para abordar estos temas?
La alternativa que barajábamos era: una charla una tarde o un taller de tres días. El taller es mucho más exigente y arriesgado: hay que ir y volver a ir, insistir, sacar tiempo, ¡también pagar, por supuesto! Pero así tendremos oportunidad de darnos un poco de tiempo. «Darse tiempo» es fundamental para el pensamiento colectivo: podremos así quizá poner en juego algunas ideas, darles vueltas y trabajarlas, asociarlas a nuestros problemas y preocupaciones, hacer un poco de grupo, salir de las primeras inhibiciones y ganar algo de confianza, escucharnos y traducirnos los unos a los otros, perseguir juntos tal vez alguna idea que nos importe. Y, ojalá, derivar.   

 

 



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