Durante veinticinco años Elvira Santamaría (Ciudad de México, 1967) ha explorado distintas geografías del performance y el arte acción, ya sea en solitario o junto al grupo de performance Black Market International (BMI). Para Santamaría, la reunión de los cuerpos –o la presencia de uno sólo en determinado espacio– siempre hace resonancia en el ámbito de lo social, o sea, va más allá del ámbito artístico. En 2015 Santamaría llevó a San Cristóbal de las Casas su proyecto itinerante Parábolas del desalojo, en el que propone abordar el trauma de la ciudadanía ante su circunstancia social y la sanación que esto conlleva. La siguiente entrevista se llevó a cabo en torno a este proyecto en progreso. A continuación publicamos la segunda de dos partes.
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Has trabajado por años con el colectivo BMI, sobre todo en ciudades europeas (si no me equivoco). ¿Qué temas o preocupaciones te sugiere el continente europeo?
Yo no podría hacer en Europa muchas de las acciones que hago en México, Latinoamérica o países como Birmania. Aunque trabajo también sobre las mismas preocupaciones y aspectos de la vida que me interesan, lo hago de manera diferente en ese contexto. Suena simple, pero es toda una labor de apuntar a lo más importante y difícil de valorar hoy en día: lo común. Por otro lado, mis rasgos raciales son muy de la América indígena, lo que me resulta suficiente para hacer vibrar la otredad de mi origen y cultura en contextos europeos. Nunca aludo a mi extranjería: está ahí tan presente y confronta a veces más de lo que yo quisiera. Es en ese nivel de lo real que trabajo en contexto, ya sea en México, Chile, China, Birmania o Inglaterra.
Black Market International está constituido por artistas de diferentes países. La mayoría son europeos y hasta hace diecisiete años eran sólo hombres quienes la formaban. Fui la primera mujer formalmente invitada a integrarme al grupo; ahora somos tres. Nos reunimos cada vez que se puede y hacemos performance compartiendo el mismo lugar y tiempo, a veces muchas horas. La acción creativa inmediata es nuestro único medio de interactuar.
BMI es para mí más que una agrupación o colectivo de artistas es un fenómeno conectivo en acción y síntoma de la humanidad anhelante e incierta de tantas cosas en nuestro tiempo. Empieza con artistas hijos de la guerra y la posguerra europea y atraviesa los años, con lo que llama Boris Nieslony “el arte del encuentro”, abrazando valores anárquicos sobre las relaciones humanas y la libertad, hasta nuestros días. No hay temas en Black Market, sólo el accionar en contexto, con un Otro inmediato y con lo más inmediato. Esto crea las condiciones para el ejercicio de una forma de política afectiva y activa. Para mí es la forma de creación más libre que he conocido.
Tus prácticas se basan en el encuentro de los cuerpos. Hoy, los cuerpos son movilizados por horarios y jornadas laborales, por actividades predeterminadas, por invitaciones a salir, los encuentros públicos y fortuitos se antojan inexistentes… ¿de qué manera se puede convocar a los cuerpos en la ciudad para generar encuentros para que tenga lugar un intercambio afectivo e intelectual? Pensemos en la Ciudad de México.
No somos solo cuerpo. A eso nos reduce un sistema ya demasiado burocratizado y tecnificado en sus propios mecanismos de funcionamiento. Somos presencias complejas y singulares y, al mismo tiempo, tenemos un lado predecible y manipulable como especie. Salir de este vicio es salir al encuentro de experiencias que nos atraviesen o sacudan, que nos saquen de moldes de comportamiento, de tiempos y ritmos de producción, consumo y alienación. Esto implica hacer un movimiento de riesgo. Sin embargo es muy raro que busquemos eso. Los artistas en general, y en particular los del performance, encontramos en nuestra práctica esa zona de riesgo.
La gente sale al espacio público con sus problemas en mente, sus traumas, sus ilusiones, sus obsesiones, sus sueños, sus complejos. Eso, en primera instancia, es diversidad. ¿Cómo convocar a esa diversidad a un diálogo sin negar los contenidos que les dominan en las cápsulas de la persona? Yo propongo primero ofrecer algo que, muy probablemente esa diversidad alienada no querrá recibir, como un performance. La mejor manera de crear posibilidades de riesgo es saliendo a las calles a crear una experiencia para un no-espectador, para alguien que no lo pide, pero que puede encontrarlo y acogerlo. Esto es crear espacios y tiempos de afección y afectivos, de nuevas formas de relacionarnos y de renovación.
Me interesa generar ideas, preguntas o emociones. Aunque, para mucha gente acostumbrada a las emociones elaboradas y fuertes del entretenimiento, el espectáculo y las malas noticias, estas experiencias podrían ser nada. Mucha de esa gente está hambrienta y en busca de ser parte de una experiencia que renueve o le dé sentido a su vida, pero no quieren arriesgar y suelen “saber qué experiencia quieren”. Aquellos que son atrapados por una experiencia inesperada que se articula a su cadena simbólica ya no pueden escapar al riesgo, porque lo están viviendo. Este es el aspecto intervencionista de los performances urbanos. Aquí la afección es diversa y plural, renovadora para varios: de humano a humano, sin nada más que la necesidad, inquietud o emoción que trata de comunicarse, y encuentra sus vías por lo más inesperado.
Una acción poética en espacios públicos en nuestras sociedades actuales es una manifestación anárquica por la emergencia de lo auténticamente común entre los seres humanos. Despliega una realidad que irrumpe el trance ordinario de la mente. Aparece como un mundo efímero pero real, con el potencial de ser un evento transformador del mundo de alguien. Hay quien, al encontrarse con un performance en el espacio público, no puede soportar mucho tiempo sin darle una explicación que satisfaga su entendimiento y tiende, al no hallar una respuesta “lógica”, a concebirlo como locura o asociarlo a referentes ordinarios. Otros, en cambio, se acercan a resolver el problema que es esa realidad aunque no se dan cuenta que ellos la crean en buena medida cuando, incluso, se detienen a observar sólo por algunos segundos.
Hay también que construir lugares de encuentro desde nuestra propia actitud, la cual impregna nuestras acciones; así, una forma de relación político-afectiva más compleja y satisfactoria es muy posible. Las políticas de la psique, de nuestra organización mental, pueden moverse radicalmente de los límites alienantes de la vida cotidiana, de hábitos y vicios mentales.
Un aspecto fundamental de la vida humana es el habla. Estamos tan alienados que, ¿de qué se puede hablar si se siguen repitiendo ideas desgastadas?, ¿si aplicamos más la interpretación que la escucha?, ¿si no se ejerce el pensamiento con el estímulo del Otro semejante con una opinión diferente? El hacer política está a la baja en todo el mundo de forma dramática y peligrosa. Hay que renovarlo a la manera socrática. Para mí, el arte de acción se tiende como una realidad común y puente con el cual se puede empezar a rehabilitar la política. Esta es mi forma de hacerlo como artista y como sujeto social.
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