Leonard Cohen estaba listo para morir. Así lo dijo poco antes de presentar su último disco, You Want It Darker, el mes pasado en Los Ángeles. Tener la certeza de estar preparado para el final. Irse. Y ayer por la noche lo hizo, a los 82 años. No se sabe aún la causa de su muerte pero sí que no le alcanzó el tiempo para llegar a los 120 años con los que bromeó al mismo tiempo que anunciaba sentirse cerca de la muerte. Ahora toca mirar hacia atrás, la herencia musical, la novelística y la poética. Volver a las canciones, las frases, las palabras, a la escucha interminable de esa voz cálida y grave, un abrigo. Conocer y reconocer al artista nacido en Montreal en 1934 bajo la tradición judía, acercarse a sus libros de poesía (cinco) para poder entender lo que vendría después, sus canciones: palabras susurradas, su voz grave, su sentimentalismo y esa especie de abandono en canciones que han acompañado a más de uno.
En 1956 publicó su primer poemario, Comparemos mitologías, en 1964 llegaría Flores para Hitler. Antes, la novela The Favourite Game (1963); después, Beautiful losers (1966). Luego, de Montreal a Greenwich Village, de la literatura a la música, de escritor a cantautor folk. Su primer disco, Songs of Leonard Cohen (1967) fue lanzado bajo el sello Columbia Records. A éste le seguirían trece álbumes de estudio con un periodo de nueve años de ausencia entre The Future (1992) y The New Songs (2001) y el último, con el que se despediría abiertamente de la música y del mundo: You Want It Darker (2016).
Cinco décadas de carrera marcada por su educación hebraica, por el zen, el pop, el country, el jazz, por su lectura obsesiva de Lorca (a su primer hija la llamó así), por Yeats, por Rumi, por las mujeres, por Dios y por la muerte, como lo describe Alberto Manzano, amigo, traductor y biógrafo, al hablar de la génesis y el desarrollo de su obra. De esa mixtura surgieron canciones como “Suzanne”, “Sisters of Mercy”, “So Long”, “Marianne”, “The Gypsy’s Wife”, “Dance Me to the End of Love” y “Aleluya”.
Rara avis, Leonard Cohen se fue como pocos, dándose el gusto de decir adiós. De prepararnos para decirle adiós.
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