En su más reciente exposición Fernando Palma ha recurrido de nuevo a esculturas animatrónicas cuya rutina tiene siempre algo hipnótico y también decepcionante. No es un ejemplo de tecno kitsch sino una síntesis de la narrativa crítica de la máquina (de tradición dadaísta) y la elaboración de una atmósfera mitológica nahua, que permanece hermética. Cada escultura es un conjunto de relaciones materiales complejas y evocativas. En la pieza más llamativa de la exposición se representa a Quetzalcóatl, en su descenso al Mictlán para conseguir el maíz que alimentará a los seres humanos en la era del Quinto Sol. El carácter efímero de la cabeza de la serpiente, hábilmente hecha de cartón, contrasta con sus contrapartes pétreas en Teotihuacán, sus ojos son dos mazorcas de maíz criollo de color rojizo, que giran repentinamente, y una bota de obrero con una pluma, que parece aludir a la deidad griega de Hermes, sale disparado por medio de un cable. Las plumas del cuerpo viperino se hicieron con hojas de la mazorca del maíz teñidas de diferentes colores.
La exposición también incluye otras esculturas y una serie de pinturas extraordinarias donde el estilo ecléctico mezcla lo digital y lo análogo. Uno de los propósitos principales en el arte de Palma es hacernos reflexionar ante los diferentes flujos de energía, de electrones, de alimentos, de materiales, de agua. Todo ello encaja en una visión que integra la búsqueda estética con la reflexión ecológica de manera muy diferente a la de la mayoría de los artistas, ya que en este caso hay una cercanía cotidiana y personal con los problemas que provoca la urbanización paulatina de las regiones rurales en México y también hay una cercanía familiar con la cosmovisión nahua, que intenta sobrevivir el embate de la estandarización cultural contemporánea. El asunto no es estetizar alguna idea vaga del ecologismo por medio de una serie de leyendas. Estas esculturas son una reflexión material extremadamente sofisticada que se suma a la investigación de la lengua náhuatl y a la práctica vital de la agricultura. Toda la actividad de este artista es un intento de recuperar conceptos ancestrales que bien podrían resultar innovadores e incluso salvadores para nuestra época postindustrial. Su práctica es inseparable del interés por regenerar el tejido cultural de Milpa Alta mediante la organización Calpulli Tecalco, que creó en colaboración con su familia. A la ambición extractivista y a la concepción de la naturaleza como un simple conjunto de recursos utilizables y redituables, Palma, en consonancia con las ideas de varios pueblos originarios en México, opone una concepción espiritual, una serie de técnicas de subsistencia y una forma de colectividad cuya relevancia puede crecer en estos tiempos donde la civilización occidental entra en un nuevo estado de crisis.
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