viernes, 2 de diciembre de 2016

Película de la semana

Acercarse a un tema, asirlo y luego, antes de perder la distancia mínima para mirarlo sin distorsión, huir. Volver a él para escarbar otra vez, dejar que la mirada se altere para siempre. Confrontar a las fuerzas naturales con más dudas que agallas. Encontrar en otras personas gestos que hablen de uno mismo: interrogarlas (interrogarse) hasta que cualquier certeza se disuelva.

 

Con las marcas que definen su estilo bien afinadas, el mejor Werner Herzog reaparece en Hacia el infierno (Into the Inferno, 2016), el documental que explora su fascinación por los volcanes, compartida con su amigo Clive Oppenheimer, célebre vulcanólogo acreditado como codirector. El filme es una colección de aciertos, desde la narración del inicio de la amistad entre los autores hasta las extensas digresiones provocadas por la curiosidad de Herzog, líricas y emocionantes, pobladas de personajes que hacen palidecer la intensidad de cualquier cráter. Y la voz del cineasta, aquí menos invasiva de lo acostumbrado, y sin embargo inconfundible.

 

Producido por Netflix, el filme se estrenó en septiembre en el Festival de Telluride, y desde hace algunas semanas se encuentra disponible para los suscriptores de la plataforma. Así, el lanzamiento de Hacia el infierno es una doble buena noticia: por un lado, que el director alemán se haya sacudido la desgana de sus dos últimas entregas (el largometraje de ficción La reina del desierto y el documental sobre los orígenes y el impacto de Internet Lo and Behold: ensueños de un mundo conectado); por otro, que el sistema de distribución digital apueste por financiar contenidos de alto calibre. Larga vida a la mancuerna.

 



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