jueves, 30 de junio de 2016

Diego Rabasa, entrevista

 

Continuamos con la serie de entrevistas a editores independientes que iniciamos con Gabriela Jáuregui, editora de Sur +. Aquí la entrevista a Diego Rabasa, uno de los editores de Sexto Piso

 

 

 

¿Qué significa ser una editorial independiente?

 

Hay muchas personas que se sienten incómodas con la etiqueta porque asumen el apelativo de manera literal. Para nosotros, en términos generales, significa tener independencia de ciertos criterios a la hora de forjar el catálogo. En específico, no obedecemos a criterios de rentabilidad, de coyunturas o de “lecturas del mercado” para elegir los títulos que queremos publicar.

 

 

 

¿Por qué razones se es independiente?

 

Por necesidad, primero que nada; por vocación, una vez que se logra la sustentabilidad. Lo que te ofrece la llamada independencia es la posibilidad de despojarte del ruido de los temas que ocupan la cada vez más efímera atención del momento.

 

 

 

La independencia ¿implica libertad creativa frente al mercado y frente al lector?

 

Nos importa que los libros vendan y nos importa que se vendan lo más posible. Pero no es éste el primer criterio. El primero es siempre el de la calidad (subjetivo, por cierto). Pero hay muchísimos libros que leemos y discutimos que pasan este primer filtro. Después, claro que tenemos otros criterios editoriales. ¿Es relevante ahora? ¿Podemos permitírnoslo ahora? (Tuvimos una especie de “moda” hace un par de años de publicar en serie libros de más de mil páginas que realmente iban a materializar la profecía de arrojarnos del sexto piso.) ¿Puede circular o no el libro en cuestión? Nadie puede publicar de espaldas a sus lectores pero nadie puede tampoco ser esclavo de la proyección que hace de ellos (porque en última instancia es una relación anónima).

 

 

 

¿Cómo se afrontan los gustos del mercado frente a lo que se quiere publicar?

 

El mercado es una especie de entidad amorfa que se manifiesta más en intenciones y discursos que en formas concretas. No sabemos bien a bien qué o quién conforma el mercado. Lo que hemos podido constatar es que nuestros libros cada vez se leen y se compran más. ¿Esto es porque publicamos conforme a lo que “el mercado” quiere? Yo creo que no. Creo que más bien con el tiempo hemos podido forjar una comunidad de lectores que atentan contra esta noción de que “el mercado” dicta lo que las personas quieren y prefieren leer. Pero es algo que en última instancia desconozco.

 

 

 

¿Cuáles son los retos de echar a andar una editorial en un país sin lectores? ¿Realmente somos un país sin lectores?

 

No somos muy afines a las frases hechas del tipo “país sin lectores”. Hay muchísimos asegunes en un análisis de este tipo. En un país en el que la mitad de la población lucha día a día por sobrevivir, no podemos caer en la frivolidad de medir los índices de lectura en términos poblacionales. Hay lectores, eso nos consta, porque son ellos los que sostienen nuestro proyecto. Los índices de lectura tienen que ver con la realidad socioeconómica y educativa del país, problemas de índole muy trascendente, en mayor medida, y en menor medida con una falta de profesionalización en la cadena del libro cuyo culmen radica en la falta de una verdadera ley del libro con el precio único como punta de lanza.

 

 

 

¿Ser independiente es adoptar una postura radical frente al mercado?

 

No. En España y en Argentina hay muchas editoriales independientes que tienen mucha afinidad con criterios comerciales. Vender libros sólo está mal visto por aquellos que no consiguen hacerlo.

 

 

 

¿Cuál es el lugar de la editorial independiente ante los grandes grupos editoriales, a la digitalización del libro o proyectos como Amazon?

 

No es un lugar único. Tiene muchas aristas. Las editoriales independientes, usualmente, ofrecen bibliodiversidad, opciones alternativas a los lectores que quieren transitar lejos de aquellas zonas que como norma son más mainstream en las que navegan los grandes grupos (que por cierto publican, también, altísima literatura y autores nóveles, de manera constante). La digitalización del libro fue una especie de pandemia de pánico. Una especie de Godot. Amazon ha tenido un impacto muy profundo en el mundo anglosajón (más en los EEUU que en otros sitios). En el mundo hispano sigue siendo un “jugador” muy marginal.

 

 

 

Me gustaría retomar una pregunta que Gilles Colleu plantea en su libro La edición independiente: ¿en qué medida la superproducción de libros representa una amenaza para la independencia de las ideas?

 

Para la producción de ideas, ninguna; al revés, hay más opciones editoriales para el pensamiento. Para la lectura de estos libros, en cambio, es una amenaza seria. El ruido nunca ha sido una circunstancia proclive para la reflexión.

 

 

 

¿Qué anima la idea de una colección?

 

La necesidad de crear un proceso de intermediación y trayectorias que nos puedan permitir desplazarnos por senderos que se comuniquen con nosotros en medio de la totalidad y el caos.

 

 

 

Me gustaría concluir con dos preguntas que se hace Roberto Calasso en La marca del editor. La primera es: ¿hasta qué extremo se puede llevar el arte de la edición?

 

Hasta los límites de la creación y el pensamiento.

 

 

 

Y la segunda, ¿cómo suscitar deseo por algo que es un objeto complejo, en buena medida desconocido y en otra gran medida, elusivo?

 

Los libros han demostrado que, a diferencia de otros objetos cuyo deseo necesita ser fabricado, tienen una cualidad, casi metafísica, que empata con las necesidades del hombre de darle forma y sustento a su paso por el mundo. Provocan afecto, generan, en muchos casos, desconcierto y pasiones acendradas, pero en última instancia son un bastón, una prótesis, un flotadero que lo mismo nos conduce hacia la belleza y el éxtasis, que le dan forma a lo trágico y lo fatal. En cualquier caso, conducen nuestro inestable e incierto paso por el mundo.

 

 



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