«Publicar buenos libros nunca enriqueció a nadie», señala Roberto Calasso, editor de Adelphi desde 1962, en La marca del editor (2013). Sin embargo, durante la última década hemos sido testigos del nacimiento de varias editoriales independientes en el país. Pese a la anunciada crisis de los impresos, varias son los sellos que se mantienen en activo. Pero, ¿a qué retos se enfrenta una editorial independiente en México?, ¿cómo sobrevive en un país con los más bajos índices de lectura?, ¿cuál es la razón para seguir publicando? Ante la duda, nos dimos a la tarea de entrevistar a varios editores para conocer cuáles son los problemas a los que se enfrentan y la razón que los lleva a seguir publicando, como parte del reportaje “Tribulaciones de la edición independiente” que aparece en la más reciente edición de La Tempestad. Aquí la quinta y última entrega de esta serie: Guillermo Quijas, editor de Almadía.
¿Qué significa ser una editorial independiente?
Significa representar un punto de vista distinto al de los grandes corporativos editoriales transnacionales. Las independientes adoptan un ejercicio de la edición con mayor apego a criterios editoriales, con soltura al proponer libros ajenos al mercado, sin verlo como una competencia contra tus iguales sino como una vocación.
¿Por qué razones se es independiente?
La independencia es de los grandes grupos, de todos esos departamentos que éstos tienen y deciden si se publica un libro, pero cuyos motivos son mercadológicos, de ventas, de ganancias, de todo menos literarios.
¿La independencia realmente significa tener una completa libertad creativa (selección de temas y autores) frente al mercado y, sobre todo, frente al lector?
El mercado y el lector no son lo mismo. Un editor siempre está pensando en el lector. No para darle gusto en lo que ya sabe que va a leer, sino para ofrecerle otra cosa distinta, que uno sabe que tiene todo para atraparlo, para llevarlo por donde no sabía que podía ir.
¿Cómo se afrontan los gustos del mercado frente a lo que se quiere publicar?
Dándole la espalda a lo que “quiere todo el mundo”. Más bien, se trata de abrir el abanico, de ofrecer otros libros, otras opciones, otras formas de abordar la vida.
¿Cuáles son los retos de echar a andar una editorial en un país sin lectores? ¿Realmente somos un país sin lectores?
No somos un país sin lectores. Los hay, pero son escasos, están acorralados entre la difícil situación económica y la escasa infraestructura y la pobre cultura del libro en la que vivimos todos. Pero se trata de llegar a ellos, de persistir y hacer que la situación cambie, al menos un poco.
¿Cuál es el lugar de la editorial independiente frente a los grandes grupos editoriales, frente a la digitalización del libro, frente a proyectos como Amazon?
Nos interesamos por propuestas que difícilmente tienen cabida en los grandes grupos. No son libros inmediatos ni desechables. La digitalización del libro es un recurso que todos podemos utilizar, pero lo cierto es que está avanzando más despacio de lo que todo el mundo pensó.
Me gustaría retomar una pregunta que Gilles Colleu plantea en su libro La edición independiente: ¿en qué medida la superproducción de libros representa una amenaza para la independencia de las ideas?
Almadía busca ser una singularidad en la edición, donde pareciera que de pronto la estandarización del gusto, el aplanamiento de lo diferente lleva la ventaja. La masificación atenta contra la individualidad. Hay quien se encontró con que es más fácil querer vender un millón de ejemplares de un solo título, que varios miles de treinta o cuarenta títulos distintos. Pero no se trata de lo que sea más fácil, sino de lo que nos vuelve seres humanos plenos, las diferencias, las preferencias, el diálogo con lo Otro, las distintas perspectivas para abordar las empresas cotidianas.
¿Por qué hacer libros?
Porque nos gustan. Porque es necesario. Porque no nos imaginamos haciendo otra cosa. Es una vocación. Un editor es un lector que crea ondas en el estanque, que quiere llegar a otros lectores.
¿Qué anima la idea de una colección?
Son las ramas de un gran árbol que es el catálogo. Una forma de agrupar por géneros o por forma las distintas voces de las que se compone la oferta editorial. Es una herramienta para nosotros, para los libreros, para el lector. Cada colección debe tener su personalidad, tanto en los contenidos como en el diseño, pero deben tener un aire de familia.
Me gustaría concluir con dos preguntas que se hace Roberto Calasso en La marca del editor. La primera: ¿hasta qué extremo se puede llevar el arte de la edición?
Como todo arte, tiene los límites que la imaginación y la técnica dicten. Las editoriales independientes se caracterizan por una movilidad y una creatividad constantes. Se renuevan y así evitan anquilosarse.
Y la segunda: ¿cómo suscitar deseo por algo que es un objeto complejo, en buena medida desconocido y en otra gran medida, elusivo?
Ofreciendo obras de gran calidad literaria, en primer lugar, y luego está el diseño. Poniendo al alcance de los lectores libros que ofrezcan una experiencia distinta desde la portada, que puedan convertirse en objetos entrañables y necesarios, en parte de sus vidas. Movilizándolos por todos los medios al alcance. Redes sociales, librerías, ferias, festivales, etcétera. El libro debería tener más presencia en todos los ámbitos de nuestra vida.
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