El proyecto de las poetas Paula Abramo, Maricela Guerrero y Xitlalitl Rodríguez Mendoza está pensado como un lavadero comunitario para compartir experiencias de misoginia, exclusión y otro tipo de prácticas que denigran o invisibilizan el trabajo hecho por mujeres en el medio cultural. Nació como un proyecto de la Galería House of Gaga que presentaría varias piezas de poetas en la galería Libertad en julio de 2015. Una versión del presente texto apareció en La Tempestad 111, junio de 2016.
La ropita sucia enseña los chones
Una de las aspiraciones menos generosas de estos tiempos es el deseo de originalidad; ni que estuviéramos en la secundaria. Me acuerdo de las desdichas que mis rizos me trajeron cuando en afán de ser reteoriginal, como el resto de mis compañeras lacias, quería a toda costa un copete de cilindro, onda tubito de drenaje en la frente que a mí se me convertía en puros chinitos y caireles.
En fin, si la originalidad no es lo de hoy, sí lo son el origami, la reapropiación, la referenciación y los chinitos. Así que escribo para presentar algunas de las obras que conozco, admiro y de las que de alguna forma la #Ropasucia que hicimos Paula Abramo, Sisi Rodríguez y yo –una iniciativa para denunciar prácticas machistas en el arte y la literatura en México por medio de Twitter– es deudora en idea, forma o puro gusto.
Mostrar las referencias de un trabajo, recuperar desde el recuerdo lo que más nos emociona y nos ha permitido llegar a ciertas conclusiones sobre el mundo es un ejercicio muy gozoso, pues así afirmamos que el hilo negro ya estaba ahí y que el agua tibia es muy útil en diversas ocasiones.
Desde 2008 trabajo en archivos caciques, unos más que otros, pero caciques y zombificadores como ellos solos. Entre los múltiples y variados asuntos que me ha tocado editar, está un par de conferencias sobre arte hecho por mujeres dictadas nada menos que por Karen Cordero y por Mónica Meyer ante un público de recién electas consejeras electorales del extinto IFE en 2012.
Poner a orear el acoso y la violencia
En estos momentos se exhibe una retrospectiva de Mónica Mayer, y se agradece muchísimo: no es tan común que las instituciones den cabida y visibilización al trabajo realizado por mujeres. En la exposición se volvió a activar El tendedero (1978). Aquí pueden leer lo que la autora ha dicho sobre esa pieza.
Por otro lado, la estrategia tuitera #Miprimeracoso surgió en Brasil en 2015, para enfrentar a una serie de comentadores y acosadores que arremetieron contra una niña de doce años, que participaba en Master Chef. La etiqueta solicitaba a las mujeres a narrar la primera vez en que fueron acosadas. Esta misma dinámica se llevó a cabo este año en nuestras redes, como propuesta de @e_stereotipas y ha servido para ventilar las experiencias y testimonios de muchas mujeres que recuerdan la primera vez que fueron violentadas. Los testimonios dieron oportunidad para identificar que el acoso a las mujeres comienza desde muy tempranas edades y casi siempre es perpetrado por personas cercanas o conocidas. El tuitero Adrián Santuario analizó los datos y pudo determinar que las edades en que se padece un primer acoso son de los seis a los diez años.
Tender las mantas de la invisibilización del trabajo realizado por mujeres
Sin duda, The Guerrilla Girl´s es un referente obligado, admirado, querido y con el que más rápido que pronto algunos seguidores relacionaron la #Ropasucia. En el sitio Mujeres en red hablan sobre el grupo así.
Otra de las piezas que nos parece importante es el video ¿Qué precio tiene el arte? (2006) de Tracy Emin. En él, la autora de My Bed (1998) y Everyone I Ever Slept With 1963-1995 (1995) sale a preguntar con indignación y mucho humor por qué el arte femenino no se exhibe, se paga menos y no se reconoce; además de investigar puntualmente sobre el trabajo de artistas como la genial Louise Bourgeois.
En 2015 la narradora estadounidense Nicola Griffith realizó una investigación sobre premios y publicaciones con perspectiva de género. Expuso la invisibilización del trabajo escrito por mujeres al no ser premiado y mostró como no sólo las obras escritas por hombres tienen mayor visibilidad sino que los contenidos tampoco reflejan una realidad diversa en la que los personajes principales sean mujeres actuantes.
Otra obra que aborda el trabajo femenino en un mundo que no lo reconoce y se lo adueña es la de Johanna Calle, como puede leerse acá.
La materia de la #Ropasucia
Aunque hay mujeres que consigan grandes presupuestos para mover enormes piezas de acero u otros materiales pesados y costosos, el arte hecho por mujeres trabaja muchas veces con materiales domésticos: conseguir grandes presupuestos es un poco más complicado que lo que es para los varones, entre otros asuntos. El uso de materiales domésticos puede apreciarse en la obra de Yayoi Kusama (en sus esculturas con pasta) o Louise Bourgeois (especialmente en sus bordados). Tracy Emin, Johanna Calle y Paula Santiago también han bordado piezas muy significativas con materiales como el metal, la sangre o el cabello; en otros casos se ha bordado en un afán documental con temas sumamente dolorosos, como el proyecto Bordamos por la paz.
Por otro lado, recuerdo una obra de Helen Escobedo que presentó en la exposición Estar y no estar del MUCA Ciudad Universitaria, en el año 2000. Esa pieza consistía en intervenir los atrapapelusas de la lavadora con textos; además de algunas de sus instalaciones como Pasajeros bajo la lluvia o Pasajeros del presente en la colgó, en la explanada de la Facultad de Ciencias Políticas, pantalones de mezclilla ensangrentados y rasgados.
Es preciso que estas obras se conozcan tanto como las obras monumentales que en muchos casos participan del sesgo contra el trabajo y la imagen de la mujer. Esta página recoge varios trabajos que pueden ser consultados. Otra fuente importante es Tejiendo género.
Los prejuicios en numeritos
Uno de los ejes más relevante de la pieza nos pareció el contraste entre lo que dicen las personas con respecto de la escritura hecha por mujeres y cómo esas ideas determinan también la premiación o valoración del trabajo; así que instalamos las estadísticas en esculturas de hermosos jabones Zote que daban volumen y visibilidad al asunto; para hacerlo requerimos siete cajas de jabones azules y sólo dos cajas de jabones rosas (y sobraron).
© Rocío Bertolina Fornos
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