Conversamos brevemente con el crítico Roberto Cruz-Arzabal sobre algunas de las cuestiones que orbitan al curso “Para entender la crítica literaria”, que el día de mañana tendrá su segunda sesión, en nuestro Espacio de Reflexión Estética.
Tengo la impresión de que, en general, los lectores consideran que la crítica literaria se da en la academia (con investigaciones puntillosas sobre ciertos autores o temas) o bien, en otros espacios más cercanos a lo que podríamos llamar el mercado (desde suplementos culturales, hasta revistas, pero también en blogs o videoblogs amateurs, redes sociales, o sitios electrónicos que siguen pautas editoriales). No es poca cosa, ¿pero te parece que hay un universo más amplio que no es visto por el lector general?
Creo que podríamos hacer una distinción operativa para poder trazar relaciones entre ciertas formas de la crítica y los usos de ésta en tanto forma del pensamiento. Si bien parecen convergentes, la crítica académica y la crítica pública (por llamarla de algún modo) provienen de orígenes distintos. Más allá de esta distinción genealógica, resulta interesante pensar la crítica no sólo a partir de sus espacios y formas institucionalizadas sino sobre todo a partir de las dimensiones en las que ésta se construye. Si pensamos la crítica como una dimensión de las prácticas artísticas y académicas, más que como una forma, podemos ampliar el rango de posibilidades para atender otros lugares en los que sucede la crítica. Por ejemplo, pienso en la dimensión crítica que tienen ciertos poemas o novelas, en cómo estos textos, sin tener la forma de la crítica institucional, pueden intervenir críticamente en el campo literario o artístico, en cómo usan la intertextualidad como un pivote y no sólo como una figura retórica; otro ejemplo es la exposición como un espacio posible para la crítica (incluso para la crítica literaria), ya sea para relacionar textos literarios hacia las artes plásticas o para desestabilizar las fronteras entre ambos. Por supuesto, esto no significa que toda intertextualidad ni toda exposición activan de igual forma la dimensión crítica, sino que esto depende de cómo confrontan las zonas de estabilidad de producción de signos, de sociabilidad, etc.
Cada tanto aparece alguna “polémica” y los lectores o los interesados por alguna razón fingen sorprenderse de que el campo literario sea un espacio de fricciones. Es uno de los temas que abordas en tu curso, en el módulo “Polémica, crítica y máquinas de guerra”.
Sí, es parte de lo que comentaré en la segunda sesión, me interesa sobre todo señalar las condiciones de producción que condicionan al campo literario como un espacio de autonomía relativa en relación con el campo económico y en relación con el Estado, también me parece importante dimensionar el valor de la polémica en la formación social de la producción estética y de las relaciones entre productores, espacios y lectores; sin embargo, a partir de la idea de “crítica” de Mschonic, también me propongo considerar las limitaciones de la polémica frente a la crítica como una práctica de imaginación social. En ambos casos, me interesa desnaturalizar las ideas alrededor del campo literario como un espacio de “diálogo y consenso automático”, por un lado, y de la crítica como espacio exclusivo para la polémica, por otro.
El tema me recuerda este otro: que por un lado está lo literario y por el otro el campo siempre problemático en el que está insertado, la cultura. Terry Eagleton ha señalado, con su ya conocido estilo que evoca a quien habla con sentido común, una distinción que a menudo es pasada por alto en estas polémicas: la diferencia entre subjetivo y relativo. Siempre hay algo patético en la crítica (en el sentido de pasional) pero parece que son discusiones inevitables, ¿no?
Cierto, el patetismo en la crítica y en la polémica parece ser una condición inevitable (se trata claramente de una dimensión posible y legítima de las relaciones humanas). Además de eso, hay algo que me preocupa con frecuencia al evaluar las polémicas contemporáneas: hasta qué punto su beligerancia es una respuesta de ciertas condiciones y hasta qué punto constituye una estrategia de visibilidad o de intervención; o bien, hasta qué punto cuando condenamos la beligerancia de un polemista lo hacemos porque ciertas formas son caminos sin salida y hasta qué punto lo hacemos porque naturalizamos una racionalidad que constriñe las formas de la crítica. No es que haya una respuesta general, pero me parece que desnaturalizar la racionalidad de la crítica liberal es más que fructífero.
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