miércoles, 6 de julio de 2016

DEFENSA DEL ENOJO

Con “Defensa del enojo”, el escritor hermosillense Franco Félix inicia Lecciones de Odio, una columna quincenal que intentará capturar el preciso momento en el que las órbitas del planeta de los libros y el mundo de la politiquería correcta se intersectan o colisionan. En su primera entrega, Félix discurre acerca del timo de lo apacible y el diálogo entre aves enfurecidas y cerdos capitalistas.

 

 

Hace unos días le pregunté a un amigo que era fan del juego Angry Birds si vería la adaptación al cine de Angry Birds porque, claro, era fan de Angry Birds, y me parecía lo más natural que tuviera planeado ir al cine a verla. Pero mi amigo me dijo que no la vería, porque era ridículo hacerlo. Nos reímos un rato con la ocurrencia porque ahora somos dos tipos muy maduros. Le confesé que también había bajado, en aquel tiempo, hará unos cinco años, un par de las versiones y que me había divertido mucho, con la edición de Star Wars, porque era bastante gracioso ver a Darth Vader como un cerdo del Imperio. Él me contó que prefería jugarlo cuando estaba defecando (en esto coincidimos los dos) y cada vez que tenía una resaca colosal. “Es lo máximo aniquilar a los cerditos mientras te comes un taco de carnitas con cheve”. Eso dijo. “No está nada mal”, pensé. Así que después de terminar la charla con mi amigo, decidí, secreta y tímidamente, ver la película en Internet.

 

No es la gran cosa pero me entretuvo. Yo me reí. Pero bueno, yo me río de todo, porque no tengo personalidad. Todo me parece hilarante. Es decir, todo lo que se propone como hilarante. Tampoco es que me carcajee de las desgracias. Con excepción de los fails en YouTube (mi gran vicio en Internet). Como sea, la película de Angry Birds es algo sospechosa. La primera lectura es, claramente, la aceptación de los tipos diferentes dentro de una comunidad y la defensa de esta comunidad que se ve amenazada por un agente externo a ella y que será salvada por los tipos a quienes la misma comunidad ha marginado. La revancha de los freaks, digamos. La segunda lectura es mucho más soterrada: un nuevo comunismo emergerá contra el Imperio.

 

El Imperio está representado por los cerditos capitalistas que llegan a la isla de los pájaros, como lo haría el buen colonizador, a pervertir la cultura y a modificar los esquemas de comportamiento: alcohol, espejos y chucherías de colores que embrutecen a los pobres aldeanos que terminan enamorados de la modernidad (carros, humo, ruido, edificios, etcétera), mientras los marranos roban los huevos para hacerse un omelette. Los que salvarán al pueblo son los rechazados, los representantes de las minorías, preocupados por la comunidad: 1) El comunista: Red, un ave de color rojo, evidentemente. Es un gruñón loco, con cejas enormes, que bien pueden pasar como dos bigotes poblados a la Iósif Stalin sobre los ojos. 2) El gay: Cuck. Un pájaro amarillo, veloz e histérico con voz afeminada que imagina los glúteos bamboleantes de su héroe Mighty Eagle. Esto indica un nuevo comunismo que incluye a los homosexuales. Bien por la reencarnación del viejo Iósif. 3) El chico de color: Bomb. Un enorme pajarraco negro que estalla a la menor provocación. El neurótico del grupo, el puño y la fuerza contra la tiranía tecnológica.

 

No hay un personaje feminista. No es ningún secreto que los tipos de izquierda son tan sexistas como los de derecha. De hecho, el único personaje femenino con un poco de trascendencia en la trama se llama Matilda y su habilidad es pedorrearse: lanzar un gas explosivo y mortal por su trasero como si sus flatulencias fueran fuegos pirotécnicos.

 

La película plantea, bajo una premisa parecida a la de Inside Out de Pixar, que no todo tiene que ser felicidad. El enojo y la ira también son necesarios para construir identidad. De nuevo, una cinta animada pone sobre la mesa un tema filosófico a discusión (aunque muy probablemente no deliberadamente). Echemos un ojo. En la modernidad, la era neuronal que estamos, el exceso de positividad es una forma de dominación. El filósofo Byung-Chul Han nos recuerda: «La positivización del mundo permite la formación de nuevas formas de violencia. Éstas no parten de lo otro inmunológico, sino que son inmanentes al sistema mismo. Precisamente en razón de su inmanencia no suscitan la resistencia inmunológica. Aquella violencia neuronal que da lugar a infartos psíquicos consiste en un terror de la inmanencia. Éste se diferencia de aquel horror que parte de lo extraño en sentido inmunológico. Probablemente, la Medusa es el otro inmunológico en su expresión más extrema. Representa una radical otredad que no se puede mirar sin perecer. La violencia neuronal, por el contrario, se sustrae de toda óptica inmunológica, porque carece de negatividad. La violencia de la positividad no es privativa, sino saturativa; no es exclusiva, sino exhaustiva. Por ello, es inaccesible a una percepción inmediata».

 

Parece bastante difícil entender cómo opera la violencia, pero sólo hay que recordar, dice el filósofo, que diariamente en la publicidad, en los mensajes de gobierno, la sobreexposición de mensajes optimistas en redes sociales y toda esta postura del “Yes you can” envían un mensaje que puede traducirse en “si eres negativo, eres inservible para la sociedad contemporánea. «Es significativo que Facebook se negara consecuentemente a introducir un botón de “no me gusta”. La sociedad positiva evita toda modalidad de juego de la negatividad, pues ésta detiene la comunicación», comenta Byung-Chul Han en una entrevista. Para los pájaros de Angry Birds es invisible la opresión y el robo de los huevos, porque los cerdos no son la Medusa, un franco opresor que los esclaviza y los roba. No, los cerdos vienen con las viandas de la positividad y sustraen secretamente el valor real de la comunidad (los huevos). Los cerditos son la violencia neuronal que satura y cansa. Así las cosas, amigos. Nosotros somos las aves, la comunidad estafada, por un bonito discurso y una imagen artificiosa.

 

Así, el cerdo capitalista nos seduce y nos convence de que no debemos ser negativos y no debemos estar enojados. Porque la ira es enemiga de la razón y sólo está basada en el resentimiento y la necesidad de venganza. Ése es el gran timo: escuelas de yoga, religiones que imprimen su interés en la paz interior, las ideologías orientales, doctrinas zen, que invitan a encarnar un diálogo apacible y “racional”, forman parte del engranaje sistemático. Todas estas actividades reprimen el odio y el enojo, la ira y el descontento, que son lo más natural en este caso. A las feministas, por ejemplo, se les pide que no sientan rabia, que se detengan con el resentimiento y el odio hacia el hombre, pero este discursillo formal y coherente está sustentado en una idea de control. Durante cientos de años hemos mancillado al género, no debería sorprendernos que hoy, apenas hoy, estallen con tanto enojo y tanta animadversión hacia el par masculino. Lo mismo podemos decir de los maestros del CNTE, de los padres de los niños de la Guardería ABC, de los familiares de los 43, todas y cada una de las luchas que son vejadas por el sistema con un discurso de pretendida coherencia y mesura. No, amigos, hay que defender el enojo, la ira y el odio. Habrá que poner distancia entre nosotros y los sermones de civilización, porque hasta ahora, ésta, la supuesta civilización, no le ha funcionado a nadie, excepto a los poderosos y los dueños del país, los empresarios y los políticos que no viven en la realidad, sino en un México acorazado por falsas estructuras de progreso. Nos hace falta adoptar la lección de los Angry Birds: montarnos en una resortera enfurecidos y derribar al rey de su opulencia, blindada por la positividad.

 



from La Tempestad http://ift.tt/29j7mrj
via IFTTT Fuente: Revista La Tempestad

No hay comentarios:

Publicar un comentario