lunes, 4 de julio de 2016

Monumentos del siglo XXI

 

Con El águila y el dron, el artista y escritor Eduardo Abaroa inició una serie de entregas quincenales que se agruparan en la columna Gaceta Perjudicial. La obra de Abaroa (Ciudad de México, 1968) surge de la curiosidad elemental contenida en el día a día; al igual que con la escultura Obelisco roto (1991) o la propuesta Destrucción total del Museo de Antropología (2012), la bitácora de Abaroa para La Tempestad incluirá aquellos temas que son de importancia cultural lo mismo para la comunidad artística, que para la ciudadanía.

 

 

Desde que el artista Pedro Reyes puso en marcha la controversia del Espacio Escultórico y el edificio “H” me pareció que había poco que discutir. Era evidente que alguien había cometido un grave error y que debía repararse. Hoy ya hay unas 30,000 personas que se han manifestado en contra de este disparate. Manuel Felguérez, uno de los autores de la obra, condensó de la mejor manera el dilema «o bajaban la altura del edificio o bajaban el prestigio de la Universidad». La extraordinaria campaña iniciada por Reyes convoca y documenta una buena cantidad de voces en protesta, incluyendo las de varios estudiantes que fueron los primeros en movilizarse para prevenir el desatino y que de haber sido escuchados lo hubieran evitado. Con la reciente comunicación de la comisión de “expertos”, creada por el rector Enrique Graue, empieza una nueva fase en la disputa. La comisión concluye que el edificio se hizo «en observancia estricta de la normativa jurídica para el concurso de obra que señala la Universidad, y de acuerdo al Plan Rector 1995 y 2005 de la propia Universidad». Es algo que ya se había argumentado, la comisión no ha cambiado la posición oficial. Desde el punto de vista administrativo o legal la integridad de la obra parece perdida. Pero no puede utilizarse exclusivamente este criterio, como debería ser obvio. El informe no sólo enfatiza los aspectos legales, también hace un incipiente intento por interpretar el Espacio Escultórico utilizando citas del propio Felguérez y de la Doctora Lily Kassner, quien sintió que usar sus palabras para defender la posición contraria a la suya era una falta de ética. El comité se reserva el privilegio de determinar el significado del Espacio Escultórico, concluyendo que «no es un espacio que sirva de observatorio del contexto, es un espacio íntimo cerrado y profundo hacia abajo, hacia la lava». Así se abre la posibilidad de que se construya cualquier otro inmueble a su alrededor en un futuro.

 

Todos sabemos que las reservas ecológicas, como tantas otras cosas en México, no son respetadas. Llama la atención que ninguno de los autores de la obra forman parte de la comisión, dado que habían anunciado que se integraría a uno de ellos, el escultor Enrique Carvajal “Sebastian”. La escultora Yvonne Domenge, no obstante sus logros estéticos, está muy lejos de representar adecuadamente al sector artístico. Tampoco se incluyó a ningún historiador, curador o crítico de arte ni a nadie ajeno a la UNAM. Por último, y casi en calidad de burla, el comité apunta que «debe promoverse la consideración del Espacio Escultórico para su Declaración como Monumento Artístico Nacional», para ello recomienda restaurarlo. Luis Zambrano, biólogo miembro de la comisión, declaró al periódico Reforma que la decisión ya había sido tomada antes de que siquiera fuera convocado el grupo y que él estaba en contra de gran parte de lo que dice el documento. Sé que muchas personas en pro y en contra preferirían no “politizar” el asunto del edificio “H”. Pero me parece imprescindible considerar este acto de cerrazón de la autoridad como un hecho político en sí. No hay un parámetro de neutralidad económica o técnica que avale indiscutiblemente la alteración de esta obra de arte. La apreciación de la obra no puede hacerse a través de la cita a medias o la tergiversación de su sentido original y pasando por alto su carácter de obra pública. El Dr. Graue realiza varias operaciones para imponer su autoridad y eludir su responsabilidad: simula una decisión colegiada por medio de un grupo de personas que carece de legitimidad, establece una legalidad inapelable que deteriora un bien común, intenta sobre-codificar el significado de la pieza para avalar su deterioro estético, propone paliativos a los quejosos y por último suscita soluciones superficiales a un problema que no tiene intención de solucionar. Desde el principio de esta controversia varios de los involucrados hemos planteado que el estorbo del Espacio Escultórico es sólo un pequeño ejemplo entre tantos episodios gravísimos de despojo territorial y destrucción cultural ante los cuales la gente se ve forzada a levantar la voz y organizarse. Es fácil establecer un paralelismo entre esta actitud de la autoridad universitaria y la de funcionarios o empresarios de todos los niveles con respecto a tantos casos de defensa de comunidades, desiertos, reservas naturales, territorios sagrados, sitios arqueológicos, edificios históricos… La lista es larga y apabullante, el diagnóstico es recurrente.

 

Qué fuerte es la tendencia a desactivar la opinión pública. En un país donde los gobernantes y sus funcionarios tienen tan poca legitimidad, uno pensaría que habría cautela, que habría interés por escuchar y por ganarse el respeto de la gente a través del diálogo. Todo tipo de autoridades ejercitan esta intransigencia, empezando por la cúspide del poder, como muestra tan claramente el conflicto del Gobierno Federal con la CNTE en el que el desprecio por las lenguas indígenas es monstruoso. Una obsoleta noción del progreso trabaja lentamente, centímetro a centímetro, declaración tras declaración, artículo por artículo, afrenta tras afrenta. Podríamos escribir volúmenes de filigrana teórica acerca del tema. Mientras tanto este glaciar de concreto avanza. La resistencia surge en todos los frentes. La comunidad artística, o como queramos llamarle al grupúsculo de críticos, historiadores, arquitectos, artistas, etc., fue ninguneada, como son ignoradas otras comunidades menos privilegiadas a lo largo y ancho de la república. Los profesionales del arte quizá tengamos una perspectiva desventajosa para entender muchos problemas que aquejan a la vida pública, pero a nosotros nos toca defender esto. El Espacio Escultórico ha llegado a ser una obra multifacética que tiene la extraordinaria cualidad de ser a la vez contemplativa y dinámica, es una obra pública en toda su extensión. Pero las autoridades universitarias al parecer entienden cuál es su verdadero significado y valor mejor que sus autores y los especialistas. Quizá no habría que cuestionar la decisión. Hay mejores opciones. A través de un acto de alquimia metonímica declaremos que el edificio “H”, ya no es simplemente un adefesio insoportable. Ahora es el monumento a la alta autoridad, al sagrado criterio de la eficiencia burocrática. Será el legado a la historia no de uno sino de dos rectores, y por lo tanto será más valioso que una simple “obra de arte”. Será un recordatorio. Es más, si cada una de los 30,000 personas que firmamos la petición donáramos tan sólo unos treinta y cinco dólares podríamos mandar a hacer otro edificio “H” y ubicarlo en cualquier otro sitio que se necesite, en Tajamar, en medio del zócalo de Oaxaca, encima de la pirámide de Cholula o en el tiradero de desechos tóxicos que la Semarnat autorizó en el territorio sagrado de los Wixáricas. Hay todo un país lleno de posibilidades. De cualquier forma ya nos estamos acostumbrando a estos monumentos del siglo XXI: La estela de luz, el Guerrero Chimalli, la rueda de la fortuna… Es cuestión de agarrarles el gusto.

 



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