jueves, 31 de diciembre de 2020

Fantasías de Silicon Valley

Hacía muchos años que la ciencia ficción esperaba el segundo libro de Ted Chiang. En el momento en que la literatura del género comenzó a diluirse en el mainstream de la TV y el cine, en que sus tradiciones parecían esfumarse ante best-sellers juveniles que heredaron algunos tópicos y juegos argumentales y la convertían en opciones aptas para toda la familia, cuando el clasicismo perdía su condición popular y se circunscribía a un selecto grupo de lectores cada vez más conservadores, su primer libro de cuentos, La historia de tu vida (2002), fue recibido como un aire nuevo y fresco.

Parte de una generación en la que también se encuentran Liu Cixin y Ken Liu, Chiang es valorado por la solidez de su narrativa, la originalidad de los tópicos abordados y un característico tono positivo con respecto a la tecnología, que fue entendido como un cambio saludable ante la abundancia de distopías y advertencias que a veces rayan en una moral conservadora, muy a destiempo con el vértigo de los cambios y la felicidad poscapitalista.

Sexto Piso publicó la edición en español de su nuevo libro de cuentos, Exhalación, lanzado en 2019 en Estados Unidos y traducido por Rubén Martín Giráldez. Se trata de nueve historias que, al igual que las de su primer título, fueron publicadas previamente en revistas especializadas y premiadas con los más prestigiosos galardones, desde el Theodore Sturgeon Memorial hasta el siempre codiciado Premio Hugo.

Ya en el primer vistazo el libro hace un esfuerzo explícito por expandir su base de lectores más allá de los entusiastas de la ciencia ficción. El cintillo es categórico: “Y tú que creías que no te gustaba la ciencia ficción”, seguido de desconcertantes puntos suspensivos. Más abajo, oraciones que funcionan como verdaderos call to action, firmadas por una galería de notables personajes: Joyce Carol Oates, Carmen María Machado, Alan Moore y un sorprendente Barack Obama, quien asegura que Exhalación es “La mejor clase de ciencia ficción”. En sintonía, el dibujo de tapa no parece relacionarse con ninguno de los cuentos publicados, sino remitirse vagamente a la película La llegada (2016), éxito cinematográfico basado en un relato de Chiang que pertenece a su libro anterior.

Exhalación llegó a mis manos luego de una compra compulsiva on line producto de la advertencia en Twitter que un algoritmo decidió que podía interesarme. Todo esto, si bien parece el vestido de novia de un casamiento sin amor, dimensiona el “fenómeno Ted Chiang” más como una operación de marketing editorial que se impone al abrir la cubierta y comenzar las primeras páginas. Todo lo que se pueda leer en Internet antes de comprar Exhalación predispone al lector a leer una obra maestra indiscutible, al mejor escritor de ciencia ficción, al renovador de un género al que trascendió. ¿Es así? Veremos.

Podemos contarlo por usted

Cuando Ted Chiang aborda la tecnología, su posición es siempre promercado, narrando con deleite las fantasías húmedas de Silicon Valley. Desde un juguete como el Pronostic, que termina llevando a sus usuarios a la locura, pasando por los Prismas que conectan por videollamada a personas que viven en diferentes dimensiones, hasta el Remen, una cámara que filma todos los momentos de la vida y se convierte en una memoria más fiel que la humana. Estos artefactos, protagonistas de los cuentos más intensos y contemporáneos del libro, son fabricados por grandes corporaciones tecnológicas que son expuestas como artífices de lo mágico, posibilitadoras del progreso y el brillante futuro del capitalismo.

El autor elude el análisis de la responsabilidad de estas empresas sobre las consecuencias sociales en los consumidores de estos artefactos, y centra los conflictos exclusivamente en los personajes. Esta omisión no es casual, sino que parece el sello de un proyecto literario: el silencio se repite una y otra vez. Las compañías tecnológicas son inocentes y la culpa de los excesos producidos por sus creaciones tiene origen en los hábitos enfermizos de las personas, en sus confusiones, tristezas y frustraciones. Este gesto, lejos de perjudicar a Chiang, explica en parte la gran aceptación de sus cuentos en algunos círculos de la ciencia ficción y entre los “influencers” que se citan en el cintillo de la edición en español. ¿Cómo Obama, representante político de estos grandes empresarios tecnológicos, no se fascinaría con un escritor que está tan lejos de esas distopías sombrías, de esas duras críticas al capitalismo a las que nos tenían acostumbrados grandes maestros del género como Frederik Pohl, Philip K. Dick y J.G. Ballard, o más contemporáneos como Neal Stephenson y Cory Doctorow?

Chiang es el autor ideal para estos tiempos de positividad descarnada, el escritor que Silicon Valley hubiera tenido que inventar si no hubiese surgido solo, aplaudido por un público que ya no soporta sentirse culpable por entregarse al frenesí del consumo de nueva tecnología. En cierto sentido recuerda al primer Asimov, aquel joven idealista que escribía en un tono similar sobre el avance científico de mediados de siglo XX, repitiendo tácitamente aquel mantra que reza que “la tecnología no es buena ni mala, depende de quien la use”. Ese eslogan del conservadurismo se ha vuelto una especie de sentido común en este tiempo, disimulando un beneplácito anestesiado ante la fascinación que provoca la tecnología.

El autor de Exhalación es, entonces, el narrador que necesitaba la sociedad de consumo para seguir repitiendo este mantra –ahora con bibliografía obligatoria de apoyo–, narrando por nosotros un cuento que nos permitirá ir a la cama tranquilos, incluso con el truco final que en cada historia se repite: una advertencia que funciona como una especie de ética y moral del buen uso de la tecnología, calmando la ansiedad que se genera ante tanto optimismo.

Ted Chiang se mueve cómodo en el ámbito de la intimidad de los personajes y sus relaciones enfermizas con la tecnología, haciendo un llamativo silencio sobre las motivaciones verdaderas de los gigantes tecnológicos que crean estos artefactos. Esto, que fue una característica común en la Edad de Oro del género durante los años cuarenta y cincuenta del siglo XX, hoy es un gesto, en el mejor de los casos, ingenuo, y en el peor, siniestro.

¿Por qué Chiang no se permite criticar al turbocapitalismo consumista que entrega nuevas y delirantes tecnologías para su consumo irrestricto cuando centra sus relatos en exponer este mismo proceso? Tal vez porque su prestigio es precisamente haber sido aceptado por estos gigantes todopoderosos de la tecnología, que observan con beneplácito al escritor que justifica sus estratagemas de consumo mediante una condescendiente palmada en los hombros, encarnada en teatralizaciones vestidas con una prosa elegante que jamás abandona la pretensión de eficacia.

Es cierto que los cuentos de Chiang son asombrosos y seductores sin abandonar las formalidades literarias que agradan a lectores principiantes y avanzados –su mayor mérito literario–, pero están muy lejos de develar alguna cualidad sobre la tecnología que imaginan. Por el contrario, estas creaciones no son más que meros juegos de ocasión, un entretenimiento que, al no ahondar en sus causas o consecuencias sociales, apenas bordean la consumación de algunas anécdotas superficiales que, astutamente atadas entre sí, construyen las historias.

Elegante sport

Exhalación es también la consagración de Ted Chiang como autor clásico. No sólo por su popularidad o por convertirse en referencia obligada de una nueva ciencia ficción norteamericana, sino por el clasicismo de su propuesta. Muchos escritores comienzan en el cuento y saltan a la novela, pero, como un dedicado orfebre, Chiang prefiere quedarse en el relato corto. En ese sentido, sus historias perfectamente construidas cuentan con todo lo que el lector conservador espera: personajes vibrantes, dramas humanos, una prosa elegante y ordenada, un final sorpresivo, una imaginación con sello propio, dedicadas justificaciones científicas que resultan pedagógicas al mejor estilo de la ciencia ficción más tradicional.

A tono con ese clasicismo, retoma en este nuevo volumen algunos relatos de género fantástico al estilo de Borges, situándose como uno de sus mejores alumnos contemporáneos. Estos son, probablemente, los momentos más brillantes del libro: desde el cuento que abre el volumen, “El comerciante y la puerta del alquimista”, hasta el hilarante “Ónfalo”, donde explora el universo desde la mirada de una científica creacionista que pone a prueba su fe con un descubrimiento que lo cambia todo. Narraciones lúdicas en las que Chiang parece divertirse mientras escribe, y donde convierte al lector en el cómplice de una broma de buen gusto. Otro pasaje imprescindible es “La niñera automática, patentada por Darcey”, donde en una pieza de raíz steampunk traza una deliciosa sátira de las afiebradas ideas conductistas del siglo pasado y su íntima relación con la tecnología. La ironía que identifica al relato, sin embargo, no se traslada a la mirada sobre la tecnología contemporánea. Si Chiang mantuviera ese espíritu crítico su literatura sería muy diferente.

Exhalación propone una lectura interesante y con destellos fascinantes, una ciencia ficción que se viste de elegante sport para deslumbrar a cualquier público en toda ocasión, sin riesgo a cuestionar los intereses del mercado ni incomodar a los diseñadores de cintillos.

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Fantasías de Silicon Valley

Hacía muchos años que la ciencia ficción esperaba el segundo libro de Ted Chiang. En el momento en que la literatura del género comenzó a diluirse en el mainstream de la TV y el cine, en que sus tradiciones parecían esfumarse ante best-sellers juveniles que heredaron algunos tópicos y juegos argumentales y la convertían en opciones aptas para toda la familia, cuando el clasicismo perdía su condición popular y se circunscribía a un selecto grupo de lectores cada vez más conservadores, su primer libro de cuentos, La historia de tu vida (2002), fue recibido como un aire nuevo y fresco.

Parte de una generación en la que también se encuentran Liu Cixin y Ken Liu, Chiang es valorado por la solidez de su narrativa, la originalidad de los tópicos abordados y un característico tono positivo con respecto a la tecnología, que fue entendido como un cambio saludable ante la abundancia de distopías y advertencias que a veces rayan en una moral conservadora, muy a destiempo con el vértigo de los cambios y la felicidad poscapitalista.

Sexto Piso publicó la edición en español de su nuevo libro de cuentos, Exhalación, lanzado en 2019 en Estados Unidos y traducido por Rubén Martín Giráldez. Se trata de nueve historias que, al igual que las de su primer título, fueron publicadas previamente en revistas especializadas y premiadas con los más prestigiosos galardones, desde el Theodore Sturgeon Memorial hasta el siempre codiciado Premio Hugo.

Ya en el primer vistazo el libro hace un esfuerzo explícito por expandir su base de lectores más allá de los entusiastas de la ciencia ficción. El cintillo es categórico: “Y tú que creías que no te gustaba la ciencia ficción”, seguido de desconcertantes puntos suspensivos. Más abajo, oraciones que funcionan como verdaderos call to action, firmadas por una galería de notables personajes: Joyce Carol Oates, Carmen María Machado, Alan Moore y un sorprendente Barack Obama, quien asegura que Exhalación es “La mejor clase de ciencia ficción”. En sintonía, el dibujo de tapa no parece relacionarse con ninguno de los cuentos publicados, sino remitirse vagamente a la película La llegada (2016), éxito cinematográfico basado en un relato de Chiang que pertenece a su libro anterior.

Exhalación llegó a mis manos luego de una compra compulsiva on line producto de la advertencia en Twitter que un algoritmo decidió que podía interesarme. Todo esto, si bien parece el vestido de novia de un casamiento sin amor, dimensiona el “fenómeno Ted Chiang” más como una operación de marketing editorial que se impone al abrir la cubierta y comenzar las primeras páginas. Todo lo que se pueda leer en Internet antes de comprar Exhalación predispone al lector a leer una obra maestra indiscutible, al mejor escritor de ciencia ficción, al renovador de un género al que trascendió. ¿Es así? Veremos.

Podemos contarlo por usted

Cuando Ted Chiang aborda la tecnología, su posición es siempre promercado, narrando con deleite las fantasías húmedas de Silicon Valley. Desde un juguete como el Pronostic, que termina llevando a sus usuarios a la locura, pasando por los Prismas que conectan por videollamada a personas que viven en diferentes dimensiones, hasta el Remen, una cámara que filma todos los momentos de la vida y se convierte en una memoria más fiel que la humana. Estos artefactos, protagonistas de los cuentos más intensos y contemporáneos del libro, son fabricados por grandes corporaciones tecnológicas que son expuestas como artífices de lo mágico, posibilitadoras del progreso y el brillante futuro del capitalismo.

El autor elude el análisis de la responsabilidad de estas empresas sobre las consecuencias sociales en los consumidores de estos artefactos, y centra los conflictos exclusivamente en los personajes. Esta omisión no es casual, sino que parece el sello de un proyecto literario: el silencio se repite una y otra vez. Las compañías tecnológicas son inocentes y la culpa de los excesos producidos por sus creaciones tiene origen en los hábitos enfermizos de las personas, en sus confusiones, tristezas y frustraciones. Este gesto, lejos de perjudicar a Chiang, explica en parte la gran aceptación de sus cuentos en algunos círculos de la ciencia ficción y entre los “influencers” que se citan en el cintillo de la edición en español. ¿Cómo Obama, representante político de estos grandes empresarios tecnológicos, no se fascinaría con un escritor que está tan lejos de esas distopías sombrías, de esas duras críticas al capitalismo a las que nos tenían acostumbrados grandes maestros del género como Frederik Pohl, Philip K. Dick y J.G. Ballard, o más contemporáneos como Neal Stephenson y Cory Doctorow?

Chiang es el autor ideal para estos tiempos de positividad descarnada, el escritor que Silicon Valley hubiera tenido que inventar si no hubiese surgido solo, aplaudido por un público que ya no soporta sentirse culpable por entregarse al frenesí del consumo de nueva tecnología. En cierto sentido recuerda al primer Asimov, aquel joven idealista que escribía en un tono similar sobre el avance científico de mediados de siglo XX, repitiendo tácitamente aquel mantra que reza que “la tecnología no es buena ni mala, depende de quien la use”. Ese eslogan del conservadurismo se ha vuelto una especie de sentido común en este tiempo, disimulando un beneplácito anestesiado ante la fascinación que provoca la tecnología.

El autor de Exhalación es, entonces, el narrador que necesitaba la sociedad de consumo para seguir repitiendo este mantra –ahora con bibliografía obligatoria de apoyo–, narrando por nosotros un cuento que nos permitirá ir a la cama tranquilos, incluso con el truco final que en cada historia se repite: una advertencia que funciona como una especie de ética y moral del buen uso de la tecnología, calmando la ansiedad que se genera ante tanto optimismo.

Ted Chiang se mueve cómodo en el ámbito de la intimidad de los personajes y sus relaciones enfermizas con la tecnología, haciendo un llamativo silencio sobre las motivaciones verdaderas de los gigantes tecnológicos que crean estos artefactos. Esto, que fue una característica común en la Edad de Oro del género durante los años cuarenta y cincuenta del siglo XX, hoy es un gesto, en el mejor de los casos, ingenuo, y en el peor, siniestro.

¿Por qué Chiang no se permite criticar al turbocapitalismo consumista que entrega nuevas y delirantes tecnologías para su consumo irrestricto cuando centra sus relatos en exponer este mismo proceso? Tal vez porque su prestigio es precisamente haber sido aceptado por estos gigantes todopoderosos de la tecnología, que observan con beneplácito al escritor que justifica sus estratagemas de consumo mediante una condescendiente palmada en los hombros, encarnada en teatralizaciones vestidas con una prosa elegante que jamás abandona la pretensión de eficacia.

Es cierto que los cuentos de Chiang son asombrosos y seductores sin abandonar las formalidades literarias que agradan a lectores principiantes y avanzados –su mayor mérito literario–, pero están muy lejos de develar alguna cualidad sobre la tecnología que imaginan. Por el contrario, estas creaciones no son más que meros juegos de ocasión, un entretenimiento que, al no ahondar en sus causas o consecuencias sociales, apenas bordean la consumación de algunas anécdotas superficiales que, astutamente atadas entre sí, construyen las historias.

Elegante sport

Exhalación es también la consagración de Ted Chiang como autor clásico. No sólo por su popularidad o por convertirse en referencia obligada de una nueva ciencia ficción norteamericana, sino por el clasicismo de su propuesta. Muchos escritores comienzan en el cuento y saltan a la novela, pero, como un dedicado orfebre, Chiang prefiere quedarse en el relato corto. En ese sentido, sus historias perfectamente construidas cuentan con todo lo que el lector conservador espera: personajes vibrantes, dramas humanos, una prosa elegante y ordenada, un final sorpresivo, una imaginación con sello propio, dedicadas justificaciones científicas que resultan pedagógicas al mejor estilo de la ciencia ficción más tradicional.

A tono con ese clasicismo, retoma en este nuevo volumen algunos relatos de género fantástico al estilo de Borges, situándose como uno de sus mejores alumnos contemporáneos. Estos son, probablemente, los momentos más brillantes del libro: desde el cuento que abre el volumen, “El comerciante y la puerta del alquimista”, hasta el hilarante “Ónfalo”, donde explora el universo desde la mirada de una científica creacionista que pone a prueba su fe con un descubrimiento que lo cambia todo. Narraciones lúdicas en las que Chiang parece divertirse mientras escribe, y donde convierte al lector en el cómplice de una broma de buen gusto. Otro pasaje imprescindible es “La niñera automática, patentada por Darcey”, donde en una pieza de raíz steampunk traza una deliciosa sátira de las afiebradas ideas conductistas del siglo pasado y su íntima relación con la tecnología. La ironía que identifica al relato, sin embargo, no se traslada a la mirada sobre la tecnología contemporánea. Si Chiang mantuviera ese espíritu crítico su literatura sería muy diferente.

Exhalación propone una lectura interesante y con destellos fascinantes, una ciencia ficción que se viste de elegante sport para deslumbrar a cualquier público en toda ocasión, sin riesgo a cuestionar los intereses del mercado ni incomodar a los diseñadores de cintillos.

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viernes, 25 de diciembre de 2020

Jean-Luc Godard: una invitación

Existen pocos movimientos en la historia del cine tan influyentes como la Nouvelle Vague. En el centro de esta rebelión contra el cine clásico estuvo el cineasta franco-suizo Jean-Luc Godard. Con filmes como Sin aliento (1960), Vivir su vida (1962) y Pierrot el loco (1965) desafió la narrativa convencional con un realismo provocador, en algunos puntos heredero de Bertolt Brecht: cortes abruptos para romper la cuarta pared y descubrir el artificio del montaje, uso de tomas largas, iluminación natural y enfoque profundo. 

En sus 90 años, cumplidos el pasado 3 de diciembre, conviene revisar la última etapa de su carrera: una explosión tardía de creatividad aún más experimental que su período más exitoso e influyente. Un filme socialista (2010), Adiós al lenguaje (2014) y El libro de imágenes (2018) son ensayos que fragmentan la imagen y el sonido. Finalmente el enfant terrible se ha liberado de cualquier ápice de convención narrativa para dejar claro su testamento poético. 

Un filme socialista

Un filme socialista fue el primer largometraje de Godard filmado en video de alta definición. Sin embargo, las imágenes fueron procesadas para conseguir la saturación de color y los fallos de las cintas analógicas.

Se proyectó por primera vez en la sección Una Cierta Mirada del Festival de Cannes de 2010. El crítico Michael Phillips escribió para el Chicago Tribune: “Aquellos que sean receptivos al sentido del humor de Godard encontrarán en Un filme socialista una provocación elusiva pero expansiva. Los menos receptivos lo encontrarán esquivo, punto”. 

Godard ha rechazado en múltiples ocasiones la idea de que una película deba tener su origen en un guion. Para él es un instrumento contractual que se utiliza para calcular y, posteriormente, obtener el presupuesto de la producción. En 2013 mantuvo esa postura en la antológica 3x3D, al lado del británico Peter Greenaway y el portugués Edgar Pêra. El cortometraje se titula Los tres desastres y experimenta con las posibilidades de la tercera dimensión; el resultado es un ensayo vertiginoso y elocuente sobre la política, las artes y la sociedad. Significó una secuela formal de Un filme socialista y preparó al público para lo que vendría, su trabajo definitivo en 3D: Adiós al lenguaje

Adiós al lenguaje

Godard y el cinefotógrafo Fabrice Aragno improvisaron su propio sistema 3D de bajo presupuesto fijando dos cámaras SLR –Canon 5D y Flip Mino– a un trozo de madera; podían operarlas sin un gran equipo. A diferencia de Un filme socialista, Adiós al lenguaje recibió en general críticas positivas y se alzó con el Premio del Jurado en el Festival de Cannes de 2014. El estilo visual fue revelador y definió una nueva etapa de Godard a sus ochenta años.

Varios expertos continúan analizando los temas de este ensayo fílmico, sobre todo el arriesgado y creativo uso del 3D. Aquí el artista llevó al límite su afán de romper las reglas al tomar una herramienta del cine del entretenimiento, utilizada sobre todo para expandir mercados, y experimentar con ella hasta convertirla en un medio que permite ver el mundo y los aspectos cotidianos con nuevos matices. 

Todd McCarthy, crítico de The Hollywood Reporter, dijo que en Adiós al lenguaje sólo hay fragmentos de pensamientos, que no se desarrolla nada. Más tarde, Godard afirmó a los medios que el mensaje es la ausencia de mensaje. Aunque algunas de las imágenes de la cinta son nebulosas y poco comprensibles, los críticos han encontrado que alude a la importancia de ciertos eventos del siglo XX, como el comunismo. 

Desde la década de los setenta la retórica revolucionaria y marxista del autor impregna sus películas, y ésta no fue la última vez que decidió usar el discurso político como punto de partida. Ese mismo año participó en otra película antológica sobre lo que ha representado Sarajevo en la historia europea durante los últimos 100 años: Los puentes de Sarajevo.

El libro de imágenes

El libro de imágenes se estrenó en el Festival de Cannes de 2018 y se convirtió en uno de los manifiestos más extremos sobre el montaje, un aspecto que Godard ha explorado desde Sin aliento, famosa por el uso de múltiples jump cuts para acentuar la falta de continuidad. Sus últimas películas, especialmente ésta, se moldean con ácido humor en torno al exilio, la colonización, la cotidianidad  y la decadencia.

Para algunos críticos las cintas más recientes del Jean-Luc Godard son “incomprensibles”, y su complejidad hace que el contenido temático carezca de sentido. Otros, como Richard Brody de The New Yorker, opinan que la última película del mítico director presenta al cine –y al mundo en general– como un fracaso en sí mismo. El libro de imágenes se encuentra disponible en Netflix, para que cada espectador saque sus conclusiones.

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Jean-Luc Godard: una invitación

Existen pocos movimientos en la historia del cine tan influyentes como la Nouvelle Vague. En el centro de esta rebelión contra el cine clásico estuvo el cineasta franco-suizo Jean-Luc Godard. Con filmes como Sin aliento (1960), Vivir su vida (1962) y Pierrot el loco (1965) desafió la narrativa convencional con un realismo provocador, en algunos puntos heredero de Bertolt Brecht: cortes abruptos para romper la cuarta pared y descubrir el artificio del montaje, uso de tomas largas, iluminación natural y enfoque profundo. 

En sus 90 años, cumplidos el pasado 3 de diciembre, conviene revisar la última etapa de su carrera: una explosión tardía de creatividad aún más experimental que su período más exitoso e influyente. Un filme socialista (2010), Adiós al lenguaje (2014) y El libro de imágenes (2018) son ensayos que fragmentan la imagen y el sonido. Finalmente el enfant terrible se ha liberado de cualquier ápice de convención narrativa para dejar claro su testamento poético. 

Un filme socialista

Un filme socialista fue el primer largometraje de Godard filmado en video de alta definición. Sin embargo, las imágenes fueron procesadas para conseguir la saturación de color y los fallos de las cintas analógicas.

Se proyectó por primera vez en la sección Una Cierta Mirada del Festival de Cannes de 2010. El crítico Michael Phillips escribió para el Chicago Tribune: “Aquellos que sean receptivos al sentido del humor de Godard encontrarán en Un filme socialista una provocación elusiva pero expansiva. Los menos receptivos lo encontrarán esquivo, punto”. 

Godard ha rechazado en múltiples ocasiones la idea de que una película deba tener su origen en un guion. Para él es un instrumento contractual que se utiliza para calcular y, posteriormente, obtener el presupuesto de la producción. En 2013 mantuvo esa postura en la antológica 3x3D, al lado del británico Peter Greenaway y el portugués Edgar Pêra. El cortometraje se titula Los tres desastres y experimenta con las posibilidades de la tercera dimensión; el resultado es un ensayo vertiginoso y elocuente sobre la política, las artes y la sociedad. Significó una secuela formal de Un filme socialista y preparó al público para lo que vendría, su trabajo definitivo en 3D: Adiós al lenguaje

Adiós al lenguaje

Godard y el cinefotógrafo Fabrice Aragno improvisaron su propio sistema 3D de bajo presupuesto fijando dos cámaras SLR –Canon 5D y Flip Mino– a un trozo de madera; podían operarlas sin un gran equipo. A diferencia de Un filme socialista, Adiós al lenguaje recibió en general críticas positivas y se alzó con el Premio del Jurado en el Festival de Cannes de 2014. El estilo visual fue revelador y definió una nueva etapa de Godard a sus ochenta años.

Varios expertos continúan analizando los temas de este ensayo fílmico, sobre todo el arriesgado y creativo uso del 3D. Aquí el artista llevó al límite su afán de romper las reglas al tomar una herramienta del cine del entretenimiento, utilizada sobre todo para expandir mercados, y experimentar con ella hasta convertirla en un medio que permite ver el mundo y los aspectos cotidianos con nuevos matices. 

Todd McCarthy, crítico de The Hollywood Reporter, dijo que en Adiós al lenguaje sólo hay fragmentos de pensamientos, que no se desarrolla nada. Más tarde, Godard afirmó a los medios que el mensaje es la ausencia de mensaje. Aunque algunas de las imágenes de la cinta son nebulosas y poco comprensibles, los críticos han encontrado que alude a la importancia de ciertos eventos del siglo XX, como el comunismo. 

Desde la década de los setenta la retórica revolucionaria y marxista del autor impregna sus películas, y ésta no fue la última vez que decidió usar el discurso político como punto de partida. Ese mismo año participó en otra película antológica sobre lo que ha representado Sarajevo en la historia europea durante los últimos 100 años: Los puentes de Sarajevo.

El libro de imágenes

El libro de imágenes se estrenó en el Festival de Cannes de 2018 y se convirtió en uno de los manifiestos más extremos sobre el montaje, un aspecto que Godard ha explorado desde Sin aliento, famosa por el uso de múltiples jump cuts para acentuar la falta de continuidad. Sus últimas películas, especialmente ésta, se moldean con ácido humor en torno al exilio, la colonización, la cotidianidad  y la decadencia.

Para algunos críticos las cintas más recientes del Jean-Luc Godard son “incomprensibles”, y su complejidad hace que el contenido temático carezca de sentido. Otros, como Richard Brody de The New Yorker, opinan que la última película del mítico director presenta al cine –y al mundo en general– como un fracaso en sí mismo. El libro de imágenes se encuentra disponible en Netflix, para que cada espectador saque sus conclusiones.

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martes, 22 de diciembre de 2020

El rock (en español) no tiene la culpa

Uno: Origen y génesis sui géneris

Todo comienza, de manera casi inevitable y natural, en México y a finales de los años cincuenta, en donde se forman distintos grupos que emulan y trasladan el rock and roll nacido en Estados Unidos a versiones en español de sus éxitos originarios, no reinventando pero sí apropiándose de esa música nueva y, de pronto, rebelde.

Quizás el ejemplo que mejor personifica el fenómeno sea “La plaga” de Los Teen Tops, con Enrique Guzmán a la cabeza, adaptación de “Good Golly, Miss Molly”, canción interpretada originalmente por Little Richard en 1957, acaso el padre fundador del rock and roll.

Pese a lo anterior, Rompan todo, documental de Netflix creado por Nicolás Entel, dirigido por Picky Talarico y, lo más importante, producido por Gustavo Santaolalla, toma su nombre en un primer momento de “Break It All”, canción original del grupo uruguayo Los Shakers aparecida en 1965 como respuesta a la Invasión Británica encabezada por The Beatles.

Los Shakers crearon y cantaron composiciones originales en inglés, a diferencia de lo ocurrido en México poco más de un lustro antes, y dieron pie al inicio de un amplio canon de rock rioplatense, que encontró a sus mejores exponentes en Argentina, aunque su semilla en Uruguay.

A diferencia de lo sucedido en México, en la región rioplatense y con epicentro en Buenos Aires el rock tuvo una evolución por así decirlo natural, no muy distinta de aquella registrada en el Reino Unido, luego resistente a los embates comerciales del traslado del rock al pop en Estados Unidos después del avasallador éxito de Elvis Presley.

En el sentido de lo anterior, México siempre se circunscribe al aspecto comercial del rock más que desarrollar un canon musical propio en relación con dicho género, mientras que en la región rioplatense la fertilidad de la rebeldía fue un fenómeno exponencial, nutrido por un conjunto excepcional de músicos e intérpretes que, poco antes del golpe de Estado de 1976, se habían consolidado: Charly García, Luis Alberto Spinetta, Pedro Aznar, Litto Nebia, Nito Mestre, David Lebon y Billy Bond, por mencionar a algunos de los más notables.

Rompan todo también toma su nombre a partir del desastre ocurrido en un concierto en el estadio Luna Park el 20 de octubre de 1972, en el que se atribuye a Billy Bond, que cantaba con su grupo La Pesada, haber llamado a “romper todo” ante la intervención de la policía.

Un año después tendría lugar el golpe de Estado en Chile, cuya sociedad se encontraba en un florecimiento cultural notable, apagado de súbito con el asesinato de Salvador Allende y la toma del poder por parte de Augusto Pinochet.

En México, después de la matanza de Tlatelolco en 1968 y el festival de rock de Avándaro en 1971, el rock fue relegado a las sombras y a los llamados hoyos fonquis, dada la provocación que la autoridad veía en el movimiento.

En suma, en la región rioplatense en general y en Argentina en particular el rock originario tuvo un arco temporal mucho más amplio, además de los talentos indiscutibles ya mencionados. Cuando ocurrió el golpe de Estado el género estaba en su apogeo. Empujados al exilio muchos de sus exponentes, el rock entró en una suerte de latencia o de acallamiento, que explotaría de nueva cuenta en 1982 a partir de la Guerra de las Malvinas y la cada vez más evidente decadencia de la Junta Militar, que acabaría por disolverse en 1983.

De nuevo, fue de Inglaterra de donde vinieron las nuevas semillas que germinaron en la nueva escena musical del rock rioplatense, ahora confrontado y alimentado tanto por el punk como por el new wave.

En México, pese a su tendencia hacia lo comercial, ocurrió algo similar, como puede verse en el caso de Size, grupo fundado por Illy Bleeding a comienzos de los años ochenta, derivada de Decibel, y que encuentra eco en Sumo, la banda que tuvo a Luca Prodan a la cabeza. Tanto Bleeding como Prodan venían de afuera, y cada uno trajo nuevos aires a los países en los que desarrollaron y consolidaron su talento.

No obstante lo anterior, en Rompan todo no sólo Size no figura, sino que Sumo es reducida a una banda que cantaba en inglés, cuando cantar en inglés era mal visto dada la derrota sufrida ante los británicos en las Islas Malvinas. Esto se encuentra lejos de ser cierto: las mejores canciones de Sumo están cantadas en español, pero los creadores del documental no dan registro de ello. Y es aquí donde, a mi parecer, comienzan los problemas graves con la miniserie.

Dos: Parte del mar

En un hilo publicado en Twitter, Gustavo Santaolalla reproduce parte de lo que dice en Rompan todo en relación con uno de sus protagonistas, que en la miniserie aparece casi de manera ornamental. Dice Santaolalla: “Considero a Charly García un amigo del alma. Alguien a quien conozco de muy chico y con el que me une una amistad hermosa que hemos mantenido a través de los años”.

Es claro que el hilo de Santaolalla es publicado como la reacción a una o varias críticas que se le hicieron sobre el tratamiento de Charly García en Rompan todo. Después de ese tuit inicial, el músico y productor cuenta lo que ya vimos y relata que, cuando en 1981 regresa a Argentina de Estados Unidos, en donde atestigua la corporativización del rock y la disolución de los Sex Pistols, Charly canta: “‘Mientras l@s [sic] demás miran las nuevas olas, yo ya soy parte del mar”. Santaolalla anota: “[me] chocó. Simplemente eso. Me chocó”.

Santaolalla habla de una reformulación del rock a partir del punk y el new wave, y le parece inconcebible que Charly nade a sus anchas en el territorio conquistado por sí mismo, ajeno, por así decirlo, a los descubrimientos y aspiraciones de su colega. El hilo sigue hacia un reencuentro con Charly, aunque uno de sus tuits habla de la experiencia como lo que muchas veces ocurre en el futbol: “A veces en los partidos hay puteadas: ‘Eh, ¿no ves que no la pasás?’; ‘¡¡¡Bajá, te dije que bajés!!!’; ‘¡¡Dale, morfón!!’. Son eso, nada más, puteadas en medio de un partido. Después, al vestuario a abrazarnos y prepararnos para jugar juntos de nuevo”.

Todo acaba en un tono amable, de aparente reconciliación, aunque Santaolalla concluye diciendo: “Amo y admiro profundamente a Charly. Es un amigo del alma con el cual hemos vivido momentos mágicos e inolvidables. Muchachos, muchachas y muchaches, estaría bueno que lo sepan, lo entiendan, y por favor, no rompan más”.

Esta ambivalencia de Santaolalla es el quid de la gran problemática de Rompan todo, cuyo errado subtítulo es La historia del rock en América Latina. Por un lado, el documental es una historia amplia del rock en Argentina, con Uruguay como satélite y Brasil como un lugar inexistente, aunque algunos de sus protagonistas de pronto se exilian y componen y graban allí. Por el otro, es una autobiografía o memoria de los éxitos de Santaolalla como productor de un rock en nuestro idioma que consigue corporativizarse, acceder al mercado y a las mieles del capital, a la vez que pierde su esencia rebelde.

Lleno de huecos, algunos errores históricos y, por supuesto, ausencias a granel, Rompan todo es una visión muy parcial del rock en América Latina, concentrado en Argentina, México y ¡España!, luego en Chile y Uruguay y, finalmente, en Colombia, con ínfimos asomos a Perú y Venezuela. De nuevo, Brasil no existe, porque no se hace rock en nuestro idioma allí, pese a que su influencia en el rock en español es una realidad.

Pero regresemos a comienzos de los ochenta para abundar en esta crítica. Hagamos una obligada escala técnica, sí, en España, en donde un productor chileno hacía de nuevo una leyenda de un músico que ya la era, que siempre la había sido.

Tres: Nos siguen pegando abajo

Nacido en Granada en 1944, Miguel Ríos Campaña encarnó en sí mismo la historia del rock, sito en España. Hacia la década de los sesenta, el granadino se transforma en Mike Ríos, el rey del twist, bajo la premisa de que el rock and roll había muerto. En 1969 consigue su más grande hito: una interpretación del “Himno a la alegría” de Schiller tomado de la Novena sinfonía de Beethoven. Y durante la década de los setenta se dedica de lleno al rock.

A principios de los ochenta, Miguel Ríos ofrece un concierto en el Pabellón Real de Madrid los 4 y 5 de marzo de 1982. La grabación se transforma en un disco doble, llamado Rock and Ríos, producido por él mismo y Carlos Narea y Tato Gómez. Y ya se lo saben: “Buenas noches, bienvenidos, hijos del rock and roll…”.

No hay disco más vendido en España que Rock and Ríos, piedra angular el género, y la obra le dio un nuevo impulso al cantante, que en 1983 grabó El rock de una noche de verano y en 1984 La encrucijada, ambos discos con versiones originales y covers, como parte de su signatura como intérprete.

La encrucijada de Miguel Ríos es famoso y notable sobre todo por tres canciones: “A todo pulmón”, de Alejandro Lerner, la original “El rock no tiene la culpa” y “Nos siguen pegando abajo”, de Charly García.

De vuelta en Argentina y en 1983, con escala en Nueva York, el 5 de noviembre Charly García lanza el que quizá sea su mejor disco, más bien, su obra más icónica: Clics modernos (o “Modern Clix”, como se lee en el grafiti que aparece en su portada). Además de “Los dinosaurios”, canción de protesta sobre los desaparecidos durante la dictadura y un canto feroz en contra de la Junta Militar y los poderes fácticos, acaso la obra maestra de Charly, el disco contiene la canción que luego Miguel Ríos graba al otro lado del Atlántico, conquistado.

Este evento es un detonador y, a mi gusto, el punto de partida de la tercera ola del rock rioplatense, que inicia con Clics modernos del consagrado Charly y prosigue con el Nada personal de Soda Stereo, su segundo disco, aparecido el 21 de noviembre de 1985. El resto, lo sabemos, es historia: Soda Stereo se vuelve un fenómeno, primero en Argentina, luego en Colombia, Ecuador, Perú, Chile, Venezuela y Paraguay, y, finalmente y en 1987 y con la gira de Signos, su tercer disco, en México.

Esto último está documentado en forma en Rompan todo: el nacimiento y la consolidación de Soda Stereo como el ejemplo a seguir en el rock en nuestro idioma. O bien: de cómo lo original puede transformarse en un producto comercial, por así decirlo, honesto. Lo primero, sin embargo, aparece desdibujado en el documental, sin mención a Miguel Ríos y la escalada del Clics modernos de Charly.

Los problemas del documental cuya batuta lleva Santaolalla, sin embargo, no acaban aquí: apenas comienzan.

Cuatro: El karma de vivir al sur

El rol de Santaolalla en Rompan todo es el del descubridor que conquista una escena: el rock en su idioma. No el rock creado por él, sino el creado por otros y que hay que meter en el molde del éxito, con la experiencia y la proyección de Soda Stereo como ejemplo. Así las cosas, hay que reclutar a un ejército de productores, porque uno solo no puede darse abasto, y darle el toque de Midas a grupos nacientes o ya establecidos a lo largo y ancho del continente y, por qué no, en España también.

El epicentro de la etiqueta “Rock en tu idioma”, impreso millares de veces por BMG Ariola, fue México, en donde ya existía algo similar, pero de manera local y de avanzada: Comrock. Aunque la disquera está consignada en Rompan todo, se obvia a muchos de los grupos que formaron parte de ella, a excepción del Tri. Y es aquí donde los problemas del documental se acentúan.

¿Por qué no hablar, por ejemplo, de Ritmo Peligroso, la transformación natural de Dangerous Rhythm en un grupo de rock fusión, sin el cual no existirían ni La Maldita Vecindad ni Café Tacvba, vaya, ni Maná mismo, que en Rompan todo es el grupo que más la rompe?

¿Por qué tener a Armando Suárez de Chac Mool como uno de los protagonistas de la miniserie pero no hablar de Jorge Reyes ni de Caricia digital, el disco del grupo que en 1984 entendió que (como quería Santaolalla) lo que seguía era el new wave y dejó el progresivo para hacer una grabación de rock pop finísima, desde el diseño gráfico hasta su producción musical? ¿Será porque el sello que lo editó es Warner y no ninguna filial de Bertelsmann? Misterio. O no tanto.

El desfile de discos y grupos lanzados con la etiqueta de “Rock en tu idioma” es amplio en Rompan todo, aunque de muchos ni se habla, como ocurre con Silencio de Los Encargados, el grupo de electropop comandado por Daniel Melero, del que tampoco se habla, pese a ser figura imprescindible de la música argentina, compositor de “Trátame suavemente”, llevada al éxito por Soda Stereo.

Los que no figuran, por lo menos en el caso de México o sobre todo en el caso de México, son los discos y grupos e intérpretes que coincidieron con aquellos bendecidos por el dichoso sello. A bote pronto: Cecilia Toussaint, Jaime López, Casino Shanghai, Bon y los Enemigos del Silencio y tantos otros.

¿Por qué se reduce a los Caifanes a “La negra tomasa”, un mero cover aparecido después de su gran disco debut y homónimo de 1988, y no se habla ni de El diablito (1990) ni de El silencio (1992), discos fundamentales, el último producido por Adrian Belew? Vaya: de Alejandro Marcovich ni su sombra, para no hablar del LUCC ni de Las Insólitas Imágenes de Aurora ni de los Jaguares.

No. Para Santaolalla, el hombre que habla desde un galpón vacío en las alturas, sin mayores accesorios que una silla y su ego, sólo parece existir o valer lo que él produjo o lo que él palomeó, y todo acaba siendo un viaje al centro de su ombligo. ¿Por qué no darle la voz a otros productores, ajenos a su infantería? Misterio, de nuevo. O no.

Más ausencias: el blues, que parece todo dominado por Javier Bátiz. ¿Qué acaso Guillermo Briseño y Hebe Rosell no existieron? Vaya: existen aún, y el primero es amigo del omnipresente Álex Lora. Ni hablar de Real de Catorce.

En Rompan todo existe MTV Latino, sí, pero no los documentales que el canal hizo sobre el rock en Argentina y en México, más logrados y de menor duración que el producido por Netflix. No existen ni las revistas dedicadas al rock, salvo por menciones aisladas, ni, mucho menos, los críticos, reseñistas, cronistas y locutores, como si la prensa especializada y la radio no hubieran jugado un papel fundamental en la difusión del rock en español.

Ya casi acaban los problemas.

Pero falta uno último, igual de grande.

Cinco: Inconsciente colectivo

Además del par ya mencionado, hay una tercera elocución, más reciente, del “Rompan todo”, aunque en el documental aparece muy disminuida: el grito de las mujeres ante la opresión del patriarcado, que en el rock encuentra uno de sus pilares.

En el último episodio de Rompan todo, hacia el final, se le da la voz a las mujeres, con una suerte de disculpa y unas líneas que abrevan en el lugar común: perdón por no haberlas tomado en cuenta o por haber sido abusivas con ustedes, pero éste es su momento, queridas. Aquí, sin embargo, las ausencias son aún más notables, y luego uno no entiende cómo las mujeres que sí aparecen en el documental accedieron a ser parte del juego. Claramente no leyeron el guion con antelación. De hecho, nadie lo leyó, salvo por sus creadores.

En diez minutos Rompan todo despacha a las mujeres y juega a cumplir con su cuota de género, reproduciendo lo que ha ocurrido en la historia de la humanidad desde que existe. Pero no se culpe a nadie: somos rockeros, no sabemos lo que hacemos, perdón.

Al final, como al principio, aparece Charly y dice: “Say no more”. Fin.

Más importante su primera aparición, en el episodio inicial de Rompan todo: “Fuck you”.

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El rock (en español) no tiene la culpa

Uno: Origen y génesis sui géneris

Todo comienza, de manera casi inevitable y natural, en México y a finales de los años cincuenta, en donde se forman distintos grupos que emulan y trasladan el rock and roll nacido en Estados Unidos a versiones en español de sus éxitos originarios, no reinventando pero sí apropiándose de esa música nueva y, de pronto, rebelde.

Quizás el ejemplo que mejor personifica el fenómeno sea “La plaga” de Los Teen Tops, con Enrique Guzmán a la cabeza, adaptación de “Good Golly, Miss Molly”, canción interpretada originalmente por Little Richard en 1957, acaso el padre fundador del rock and roll.

Pese a lo anterior, Rompan todo, documental de Netflix creado por Nicolás Entel, dirigido por Picky Talarico y, lo más importante, producido por Gustavo Santaolalla, toma su nombre en un primer momento de “Break It All”, canción original del grupo uruguayo Los Shakers aparecida en 1965 como respuesta a la Invasión Británica encabezada por The Beatles.

Los Shakers crearon y cantaron composiciones originales en inglés, a diferencia de lo ocurrido en México poco más de un lustro antes, y dieron pie al inicio de un amplio canon de rock rioplatense, que encontró a sus mejores exponentes en Argentina, aunque su semilla en Uruguay.

A diferencia de lo sucedido en México, en la región rioplatense y con epicentro en Buenos Aires el rock tuvo una evolución por así decirlo natural, no muy distinta de aquella registrada en el Reino Unido, luego resistente a los embates comerciales del traslado del rock al pop en Estados Unidos después del avasallador éxito de Elvis Presley.

En el sentido de lo anterior, México siempre se circunscribe al aspecto comercial del rock más que desarrollar un canon musical propio en relación con dicho género, mientras que en la región rioplatense la fertilidad de la rebeldía fue un fenómeno exponencial, nutrido por un conjunto excepcional de músicos e intérpretes que, poco antes del golpe de Estado de 1976, se habían consolidado: Charly García, Luis Alberto Spinetta, Pedro Aznar, Litto Nebia, Nito Mestre, David Lebon y Billy Bond, por mencionar a algunos de los más notables.

Rompan todo también toma su nombre a partir del desastre ocurrido en un concierto en el estadio Luna Park el 20 de octubre de 1972, en el que se atribuye a Billy Bond, que cantaba con su grupo La Pesada, haber llamado a “romper todo” ante la intervención de la policía.

Un año después tendría lugar el golpe de Estado en Chile, cuya sociedad se encontraba en un florecimiento cultural notable, apagado de súbito con el asesinato de Salvador Allende y la toma del poder por parte de Augusto Pinochet.

En México, después de la matanza de Tlatelolco en 1968 y el festival de rock de Avándaro en 1971, el rock fue relegado a las sombras y a los llamados hoyos fonquis, dada la provocación que la autoridad veía en el movimiento.

En suma, en la región rioplatense en general y en Argentina en particular el rock originario tuvo un arco temporal mucho más amplio, además de los talentos indiscutibles ya mencionados. Cuando ocurrió el golpe de Estado el género estaba en su apogeo. Empujados al exilio muchos de sus exponentes, el rock entró en una suerte de latencia o de acallamiento, que explotaría de nueva cuenta en 1982 a partir de la Guerra de las Malvinas y la cada vez más evidente decadencia de la Junta Militar, que acabaría por disolverse en 1983.

De nuevo, fue de Inglaterra de donde vinieron las nuevas semillas que germinaron en la nueva escena musical del rock rioplatense, ahora confrontado y alimentado tanto por el punk como por el new wave.

En México, pese a su tendencia hacia lo comercial, ocurrió algo similar, como puede verse en el caso de Size, grupo fundado por Illy Bleeding a comienzos de los años ochenta, derivada de Decibel, y que encuentra eco en Sumo, la banda que tuvo a Luca Prodan a la cabeza. Tanto Bleeding como Prodan venían de afuera, y cada uno trajo nuevos aires a los países en los que desarrollaron y consolidaron su talento.

No obstante lo anterior, en Rompan todo no sólo Size no figura, sino que Sumo es reducida a una banda que cantaba en inglés, cuando cantar en inglés era mal visto dada la derrota sufrida ante los británicos en las Islas Malvinas. Esto se encuentra lejos de ser cierto: las mejores canciones de Sumo están cantadas en español, pero los creadores del documental no dan registro de ello. Y es aquí donde, a mi parecer, comienzan los problemas graves con la miniserie.

Dos: Parte del mar

En un hilo publicado en Twitter, Gustavo Santaolalla reproduce parte de lo que dice en Rompan todo en relación con uno de sus protagonistas, que en la miniserie aparece casi de manera ornamental. Dice Santaolalla: “Considero a Charly García un amigo del alma. Alguien a quien conozco de muy chico y con el que me une una amistad hermosa que hemos mantenido a través de los años.”

Es claro que el hilo de Santaolalla es publicado como la reacción a una o varias críticas que se le hicieron sobre el tratamiento de Charly García en Rompan todo. Después de ese tuit inicial, el músico y productor cuenta lo que ya vimos y relata que, cuando en 1981 regresa a Argentina de Estados Unidos, en donde atestigua la corporativización del rock y la disolución de los Sex Pistols, Charly canta: “‘Mientras l@s [sic] demás miran las nuevas olas, yo ya soy parte del mar”. Santaolalla anota: “[me] chocó. Simplemente eso. Me chocó”.

Santaolalla habla de una reformulación del rock a partir del punk y el new wave, y le parece inconcebible que Charly nade a sus anchas en el territorio conquistado por sí mismo, ajeno, por así decirlo, a los descubrimientos y aspiraciones de su colega. El hilo sigue hacia un reencuentro con Charly, aunque uno de sus tuits habla de la experiencia como lo que muchas veces ocurre en el futbol: “A veces en los partidos hay puteadas: ‘Eh, ¿no ves que no la pasás?’; ‘¡¡¡Bajá, te dije que bajés!!!’; ‘¡¡Dale, morfón!!’. Son eso, nada más, puteadas en medio de un partido. Después, al vestuario a abrazarnos y prepararnos para jugar juntos de nuevo”.

Todo acaba en un tono amable, de aparente reconciliación, aunque Santaolalla concluye diciendo: “Amo y admiro profundamente a Charly. Es un amigo del alma con el cual hemos vivido momentos mágicos e inolvidables. Muchachos, muchachas y muchaches, estaría bueno que lo sepan, lo entiendan, y por favor, no rompan más”.

Esta ambivalencia de Santaolalla es el quid de la gran problemática de Rompan todo, cuyo errado subtítulo es La historia del rock en América Latina. Por un lado, el documental es una historia amplia del rock en Argentina, con Uruguay como satélite y Brasil como un lugar inexistente, aunque algunos de sus protagonistas de pronto se exilian y componen y graban allí. Por el otro, es una autobiografía o memoria de los éxitos de Santaolalla como productor de un rock en nuestro idioma que consigue corporativizarse, acceder al mercado y a las mieles del capital, a la vez que pierde su esencia rebelde.

Lleno de huecos, algunos errores históricos y, por supuesto, ausencias a granel, Rompan todo es una visión muy parcial del rock en América Latina, concentrado en Argentina, México y ¡España!, luego en Chile y Uruguay y, finalmente, en Colombia, con ínfimos asomos a Perú y Venezuela. De nuevo, Brasil no existe, porque no se hace rock en nuestro idioma allí, pese a que su influencia en el rock en español es una realidad.

Pero regresemos a comienzos de los ochenta para abundar en esta crítica. Hagamos una obligada escala técnica, sí, en España, en donde un productor chileno hacía de nuevo una leyenda de un músico que ya la era, que siempre la había sido.

Tres: Nos siguen pegando abajo

Nacido en Granada en 1944, Miguel Ríos Campaña encarnó en sí mismo la historia del rock, sito en España. Hacia la década de los sesenta, el granadino se transforma en Mike Ríos, el rey del twist, bajo la premisa de que el rock and roll había muerto. En 1969 consigue su más grande hito: una interpretación del “Himno a la alegría” de Schiller tomado de la Novena sinfonía de Beethoven. Y durante la década de los setenta se dedica de lleno al rock.

A principios de los ochenta, Miguel Ríos ofrece un concierto en el Pabellón Real de Madrid los 4 y 5 de marzo de 1982. La grabación se transforma en un disco doble, llamado Rock and Ríos, producido por él mismo y Carlos Narea y Tato Gómez. Y ya se lo saben: “Buenas noches, bienvenidos, hijos del rock and roll…”.

No hay disco más vendido en España que Rock and Ríos, piedra angular el género, y la obra le dio un nuevo impulso al cantante, que en 1983 grabó El rock de una noche de verano y en 1984 La encrucijada, ambos discos con versiones originales y covers, como parte de su signatura como intérprete.

La encrucijada de Miguel Ríos es famoso y notable sobre todo por tres canciones: “A todo pulmón”, de Alejandro Lerner, la original “El rock no tiene la culpa” y “Nos siguen pegando abajo”, de Charly García.

De vuelta en Argentina y en 1983, con escala en Nueva York, el 5 de noviembre Charly García lanza el que quizá sea su mejor disco, más bien, su obra más icónica: Clics modernos (o “Modern Clix”, como se lee en el grafiti que aparece en su portada). Además de “Los dinosaurios”, canción de protesta sobre los desaparecidos durante la dictadura y un canto feroz en contra de la Junta Militar y los poderes fácticos, acaso la obra maestra de Charly, el disco contiene la canción que luego Miguel Ríos graba al otro lado del Atlántico, conquistado.

Este evento es un detonador y, a mi gusto, el punto de partida de la tercera ola del rock rioplatense, que inicia con Clics modernos del consagrado Charly y prosigue con el Nada personal de Soda Stereo, su segundo disco, aparecido el 21 de noviembre de 1985. El resto, lo sabemos, es historia: Soda Stereo se vuelve un fenómeno, primero en Argentina, luego en Colombia, Ecuador, Perú, Chile, Venezuela y Paraguay, y, finalmente y en 1987 y con la gira de Signos, su tercer disco, en México.

Esto último está documentado en forma en Rompan todo: el nacimiento y la consolidación de Soda Stereo como el ejemplo a seguir en el rock en nuestro idioma. O bien: de cómo lo original puede transformarse en un producto comercial, por así decirlo, honesto. Lo primero, sin embargo, aparece desdibujado en el documental, sin mención a Miguel Ríos y la escalada del Clics modernos de Charly.

Los problemas del documental cuya batuta lleva Santaolalla, sin embargo, no acaban aquí: apenas comienzan.

Cuatro: El karma de vivir al sur

El rol de Santaolalla en Rompan todo es el del descubridor que conquista una escena: el rock en su idioma. No el rock creado por él, sino el creado por otros y que hay que meter en el molde del éxito, con la experiencia y la proyección de Soda Stereo como ejemplo. Así las cosas, hay que reclutar a un ejército de productores, porque uno solo no puede darse abasto, y darle el toque de Midas a grupos nacientes o ya establecidos a lo largo y ancho del continente y, por qué no, en España también.

El epicentro de la etiqueta “Rock en tu idioma”, impreso millares de veces por BMG Ariola, fue México, en donde ya existía algo similar, pero de manera local y de avanzada: Comrock. Aunque la disquera está consignada en Rompan todo, se obvia a muchos de los grupos que formaron parte de ella, a excepción del Tri. Y es aquí donde los problemas del documental se acentúan.

¿Por qué no hablar, por ejemplo, de Ritmo Peligroso, la transformación natural de Dangerous Rhythm en un grupo de rock fusión, sin el cual no existirían ni La Maldita Vecindad ni Café Tacvba, vaya, ni Maná mismo, que en Rompan todo es el grupo que más la rompe?

¿Por qué tener a Armando Suárez de Chac Mool como uno de los protagonistas de la miniserie pero no hablar de Jorge Reyes ni de Caricia digital, el disco del grupo que en 1984 entendió que (como quería Santaolalla) lo que seguía era el new wave y dejó el progresivo para hacer una grabación de rock pop finísima, desde el diseño gráfico hasta su producción musical? ¿Será porque el sello que lo editó es Warner y no ninguna filial de Bertelsmann? Misterio. O no tanto.

El desfile de discos y grupos lanzados con la etiqueta de “Rock en tu idioma” es amplio en Rompan todo, aunque de muchos ni se habla, como ocurre con Silencio de Los Encargados, el grupo de electropop comandado por Daniel Melero, del que tampoco se habla, pese a ser figura imprescindible de la música argentina, compositor de “Trátame suavemente”, llevada al éxito por Soda Stereo.

Los que no figuran, por lo menos en el caso de México o sobre todo en el caso de México, son los discos y grupos e intérpretes que coincidieron con aquellos bendecidos por el dichoso sello. A bote pronto: Cecilia Toussaint, Jaime López, Casino Shanghai, Bon y los Enemigos del Silencio y tantos otros.

¿Por qué se reduce a los Caifanes a “La negra tomasa”, un mero cover aparecido después de su gran disco debut y homónimo de 1988, y no se habla ni de El diablito (1990) ni de El silencio (1992), discos fundamentales, el último producido por Adrian Belew? Vaya: de Alejandro Marcovich ni su sombra, para no hablar del LUCC ni de Las Insólitas Imágenes de Aurora ni de los Jaguares.

No. Para Santaolalla, el hombre que habla desde un galpón vacío en las alturas, sin mayores accesorios que una silla y su ego, sólo parece existir o valer lo que él produjo o lo que él palomeó, y todo acaba siendo un viaje al centro de su ombligo. ¿Por qué no darle la voz a otros productores, ajenos a su infantería? Misterio, de nuevo. O no.

Más ausencias: el blues, que parece todo dominado por Javier Bátiz. ¿Qué acaso Guillermo Briseño y Hebe Rosell no existieron? Vaya: existen aún, y el primero es amigo del omnipresente Álex Lora. Ni hablar de Real de Catorce.

En Rompan todo existe MTV Latino, sí, pero no los documentales que el canal hizo sobre el rock en Argentina y en México, más logrados y de menor duración que el producido por Netflix. No existen ni las revistas dedicadas al rock, salvo por menciones aisladas, ni, mucho menos, los críticos, reseñistas, cronistas y locutores, como si la prensa especializada y la radio no hubieran jugado un papel fundamental en la difusión del rock en español.

Ya casi acaban los problemas.

Pero falta uno último, igual de grande.

Cinco: Inconsciente colectivo

Además del par ya mencionado, hay una tercera elocución, más reciente, del “Rompan todo”, aunque en el documental aparece muy disminuida: el grito de las mujeres ante la opresión del patriarcado, que en el rock encuentra uno de sus pilares.

En el último episodio de Rompan todo, hacia el final, se le da la voz a las mujeres, con una suerte de disculpa y unas líneas que abrevan en el lugar común: perdón por no haberlas tomado en cuenta o por haber sido abusivas con ustedes, pero éste es su momento, queridas. Aquí, sin embargo, las ausencias son aún más notables, y luego uno no entiende cómo las mujeres que sí aparecen en el documental accedieron a ser parte del juego. Claramente no leyeron el guion con antelación. De hecho, nadie lo leyó, salvo por sus creadores.

En diez minutos Rompan todo despacha a las mujeres y juega a cumplir con su cuota de género, reproduciendo lo que ha ocurrido en la historia de la humanidad desde que existe. Pero no se culpe a nadie: somos rockeros, no sabemos lo que hacemos, perdón.

Al final, como al principio, aparece Charly y dice: “Say no more”. Fin.

Más importante su primera aparición, en el episodio inicial de Rompan todo: “Fuck you”.

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lunes, 21 de diciembre de 2020

El regreso profético de Cabaret Voltaire

2020 ha sido el año ideal para el regreso de Cabaret Voltaire. El futuro distópico que su imaginario industrial predijo entre los setenta y los noventa del siglo pasado es nuestro presente. Su primer álbum en 26 años llega con un único miembro al timón; Chris Watson dejó la banda inglesa en 1981 para convertirse en técnico de sonido de la franquicia televisiva Tyne Tees, mientras que Stephen Mallinder se marchó en 1994 para iniciar su carrera como solista y académico. Tras una pausa que abarca dos generaciones, Richard H. Kirk ha decidido dar continuidad a uno de los proyectos más influyentes de las últimas cuatro décadas. 

Técnicamente Shadow of Fear (Mute) no es la primera producción de Cabaret Voltaire desde The Conversation (1994): Kirk remezcló algunos discos de la banda neozelandesa Kora y revivió el nombre de la agrupación en una colaboración discreta con The Tivoli, titulada National Service Rewind. Pero se trató apenas de una aparición en un festival de 2014, la primera en 20 años. Reavivó, eso sí, la idea de resucitar a la agrupación inglesa, pero mirando inexorablemente hacia adelante. “Sencillamente no me gusta la idea de recauchutar terreno antiguo”, declaró Kirk al biógrafo Mick Fish en 1983. El regreso de Cabaret Voltaire carece, entonces, de nostalgia: “Es bueno que aprecien lo que has hecho en el pasado”, dijo más recientemente, “pero es un lugar peligroso para vivir”.

La sombra del miedo

Aunque Shadow of Fear está compuesto íntegramente por música nueva, los sonidos del álbum tienen la marca del pasado. Tras intentos fallidos de pasar a lo digital, Kirk desempolvó al equipo analógico y buscó que las piezas encajaran como en un rompecabezas. El método compositivo es el de hace 40 años, como se percibe en las piezas “Be Free” o “Night of the Jackal”, que construyen atmósferas sobre los cimientos de viejos patrones rítmicos. La primera mitad del disco está llena de música desconcertante, con temáticas que habrían sido premonitorias de haberse conocido antes de la pandemia (la placa se grabó en 2019): confusión, paranoia, desapego y alienación son algunos de los estados anímicos que el nuevo disco busca retratar. 

Como se aprecia gracias al trabajo archivístico de los últimos años (Methodology ’74/’78: The Attic Tapes, 2002, o #8385: Collected Works 1983–1985, 2013), Cabaret Voltaire inventó un sonido desde la periferia de la industria musical (Sheffield). Aunque en los ochenta y noventa trataron de acuñar algunos éxitos, su sonido era demasiado idiosincrásico para amoldarse al gusto popular. La inquietud y la desolación impregnan Shadow of Fear tanto como el sencillo “Nag Nag Nag” (1979), uno de los referentes del postpunk. El disco contiene grandes ideas, unas veces a plena luz, otras difíciles de apreciar en la primera escucha, pero a menudo se siente laborioso. Como si Kirk intentara reinventarse una y otra vez con la convicción de que ese es su trabajo. La perspectiva cambia una vez que el oyente se entrega a los ritmos pulsantes y laberínticos de “Universal Energy” o “Vasto” que, si bien resultan poco innovadoras, dejan clara la influencia de Cabaret Voltaire en el tecno de ribetes industriales, donde el ruido participa con éxito en una suerte de pánico bailable. 

Cabaret Voltaire

Portada de Shadow of Fear (Mute, 2020)

Regreso relativo

Richard H. Kirk vuelve bajo el nombre de Cabaret Voltaire, pero nunca se fue de la escena musical. A lo largo de los años ha adoptado innumerables seudónimos para publicar álbumes: Sandoz, Electronic Eye, Biochemical Dread, Sweet Exorcist y Vasco de Mento son algunos de ellos. Estas obras electrónicas muestran una conexión directa con el sonido de Cabaret Voltaire, pese a la voluntad de Kirk de seguir avanzando. La música de ese nombre mítico está de vuelta, y con ella las viejas referencias espeluznantes –más coherentes que la música del propio disco– a la información y la desinformación, los toques de queda y la represión, la vigilancia y el caos político. Premoniciones hace cuatro décadas, hoy son parte de un paisaje familiar.  

Oportuno o no, Shadow of Fear evidencia la obsesión por el sonido claustrofóbico que marcó el catálogo de Cabaret Voltaire en los primeros años ochenta, y sobre todo concuerda temáticamente con las visiones distópicas y fatalistas de la agrupación. Mirar al pasado en busca de inspiración es una navaja de doble filo; a la luz del covid-19, los significados de esa arqueología son distintos. “Dadá no es moderno en absoluto”, dijo Tristan Tzara, uno de los fundadores del movimiento. Si la nueva música de Cabaret Voltaire ha vuelto a inspirarse en aquella vanguardia, puede decirse que Kirk, en cierto sentido, ha salido victorioso.

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El regreso profético de Cabaret Voltaire

2020 ha sido el año ideal para el regreso de Cabaret Voltaire. El futuro distópico que su imaginario industrial predijo entre los setenta y los noventa del siglo pasado es nuestro presente. Su primer álbum en 26 años llega con un único miembro al timón; Chris Watson dejó la banda inglesa en 1981 para convertirse en técnico de sonido de la franquicia televisiva Tyne Tees, mientras que Stephen Mallinder se marchó en 1994 para iniciar su carrera como solista y académico. Tras una pausa que abarca dos generaciones, Richard H. Kirk ha decidido dar continuidad a uno de los proyectos más influyentes de las últimas cuatro décadas. 

Técnicamente Shadow of Fear (Mute) no es la primera producción de Cabaret Voltaire desde The Conversation (1994): Kirk remezcló algunos discos de la banda neozelandesa Kora y revivió el nombre de la agrupación en una colaboración discreta con The Tivoli, titulada National Service Rewind. Pero se trató apenas de una aparición en un festival de 2014, la primera en 20 años. Reavivó, eso sí, la idea de resucitar a la agrupación inglesa, pero mirando inexorablemente hacia adelante. “Sencillamente no me gusta la idea de recauchutar terreno antiguo”, declaró Kirk al biógrafo Mick Fish en 1983. El regreso de Cabaret Voltaire carece, entonces, de nostalgia: “Es bueno que aprecien lo que has hecho en el pasado”, dijo más recientemente, “pero es un lugar peligroso para vivir”.

La sombra del miedo

Aunque Shadow of Fear está compuesto íntegramente por música nueva, los sonidos del álbum tienen la marca del pasado. Tras intentos fallidos de pasar a lo digital, Kirk desempolvó al equipo analógico y buscó que las piezas encajaran como en un rompecabezas. El método compositivo es el de hace 40 años, como se percibe en las piezas “Be Free” o “Night of the Jackal”, que construyen atmósferas sobre los cimientos de viejos patrones rítmicos. La primera mitad del disco está llena de música desconcertante, con temáticas que habrían sido premonitorias de haberse conocido antes de la pandemia (la placa se grabó en 2019): confusión, paranoia, desapego y alienación son algunos de los estados anímicos que el nuevo disco busca retratar. 

Como se aprecia gracias al trabajo archivístico de los últimos años (Methodology ’74/’78: The Attic Tapes, 2002, o #8385: Collected Works 1983–1985, 2013), Cabaret Voltaire inventó un sonido desde la periferia de la industria musical (Sheffield). Aunque en los ochenta y noventa trataron de acuñar algunos éxitos, su sonido era demasiado idiosincrásico para amoldarse al gusto popular. La inquietud y la desolación impregnan Shadow of Fear tanto como el sencillo “Nag Nag Nag” (1979), uno de los referentes del postpunk. El disco contiene grandes ideas, unas veces a plena luz, otras difíciles de apreciar en la primera escucha, pero a menudo se siente laborioso. Como si Kirk intentara reinventarse una y otra vez con la convicción de que ese es su trabajo. La perspectiva cambia una vez que el oyente se entrega a los ritmos pulsantes y laberínticos de “Universal Energy” o “Vasto” que, si bien resultan poco innovadoras, dejan clara la influencia de Cabaret Voltaire en el tecno de ribetes industriales, donde el ruido participa con éxito en una suerte de pánico bailable. 

Cabaret Voltaire

Portada de Shadow of Fear (Mute, 2020)

Regreso relativo

Richard H. Kirk vuelve bajo el nombre de Cabaret Voltaire, pero nunca se fue de la escena musical. A lo largo de los años ha adoptado innumerables seudónimos para publicar álbumes: Sandoz, Electronic Eye, Biochemical Dread, Sweet Exorcist y Vasco de Mento son algunos de ellos. Estas obras electrónicas muestran una conexión directa con el sonido de Cabaret Voltaire, pese a la voluntad de Kirk de seguir avanzando. La música de ese nombre mítico está de vuelta, y con ella las viejas referencias espeluznantes –más coherentes que la música del propio disco– a la información y la desinformación, los toques de queda y la represión, la vigilancia y el caos político. Premoniciones hace cuatro décadas, hoy son parte de un paisaje familiar.  

Oportuno o no, Shadow of Fear evidencia la obsesión por el sonido claustrofóbico que marcó el catálogo de Cabaret Voltaire en los primeros años ochenta, y sobre todo concuerda temáticamente con las visiones distópicas y fatalistas de la agrupación. Mirar al pasado en busca de inspiración es una navaja de doble filo; a la luz del covid-19, los significados de esa arqueología son distintos. “Dadá no es moderno en absoluto”, dijo Tristan Tzara, uno de los fundadores del movimiento. Si la nueva música de Cabaret Voltaire ha vuelto a inspirarse en aquella vanguardia, puede decirse que Kirk, en cierto sentido, ha salido victorioso.

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martes, 15 de diciembre de 2020

Mamá Osa

La primera alhaja que tuve era Tous y era pirata. Aunque debí deducirlo del hecho de que la compré en el tianguis sobre ruedas de por mi casa, yo ni enterada. Era el año 2001, recién llegaba a la mayoría de edad, era ingenua y la verdad es que jamás me imaginé que ese sencillo osito que pendía como colguije de la cadena plateada, que además parecía haber adquirido su forma con la técnica mágica que usaba de niña para dibujar un burro a partir de un niño que se portaba mal, yuxtaponiendo círculos de diferentes tamaños, fuera el logo distintivo de una prestigiosa marca catalana de joyería, cuyos precios oscilan entre los mil y los 50 mil pesos. Mi collar me había costado 55 pesos; años después me enteré de que México es uno de los países donde existen más falsificaciones de la marca.

Este plantígrado no tiene nombre, tampoco nariz ni boca, solo un pequeño agujero debajo de los ojos, pero qué tal todos los grupos en Facebook que lo aman o lo odian y donde se especula, en acaloradas discusiones, acerca de su género, si es macho o hembra, si está sentado o de pie. Lo que sí es un hecho es que pasó de ser un peluche hallado en Milán por la fundadora de la firma, Rosa Oriol, a su emblema absoluto, así como en algún momento también “bisutería barata en latón”, en opinión de su esposo y socio, Salvador Tous. Ah, y este 2020 cumple 35 años de edad.

Antes del osezno pareciera que nada, pero lo cierto es que existe una historia de más de siete décadas que ahora es posible conocer en el documental Oso, dirigido por Amanda Sans Pantling, disponible en Prime Video tras su proyección pública en el 68 Festival Internacional de Cine de San Sebastián, en septiembre pasado. Una propuesta diferente en tanto trasciende el mero recorrido biográfico de un negocio familiar para convertirse en un relato audiovisual, cuya tensión se teje alrededor de la posibilidad de un fracaso.

Tras veinte años de permanecer en Japón como una marca de joyería más o menos conocida, ha llegado el momento de evaluar si conviene seguir ahí o mejor cerrar las tiendas asiáticas. Sorprende que en un lugar como ese, donde la cultura kawaii, que privilegia la ternura, la inocencia y la estética naíf, los ositos de Tous tengan poco éxito entre las consumidoras. Se abre la interrogante sobre todo si consideramos que se trata de un emporio de cien años de antigüedad, con presencia en más de 54 países y unas 720 tiendas alrededor del mundo. El documental revela las diferencias culturales a partir de las joyas: mientras que las mujeres del segundo mercado más importante para ellos después del español, que es el mexicano, sienten menor predilección por las gargantillas y favorecen los collares largos, a la altura del escote, porque les gusta lucir sexys, las rusas tienen cierta obsesión con los accesorios gigantes.

Sin demeritar el papel que tuvo en sus inicios la relojería de los padres de Salvador Tous, en en el municipio barcelonés de Manresa, la llegada de Rosa Oriol revolucionó sus vidas al ser la primera diseñadora en hacer joyas a la medida de las mujeres, con base en su fisonomía. Durante el franquismo la producción estaba en manos de los hombres, que las vendían a compradores de su mismo sexo porque tenían el poder adquisitivo. Oriol se dio cuenta de eso y diseñó piezas accesibles que las interesadas podían probarse sin intermediarios. La entrada libre a sus locales fue también una novedad, pues antes las alhajas solían apreciarse de lejos, bajo vigilancia, y en compañía de guardias en guantes blancos de seguridad. Permitir el paso a todos fue un gesto de rebeldía en esos tiempos; los de su mismo oficio los veían mal.

Las polémicas han sido parte de la cotidianidad de Tous. El filme detalla algunas en las que han estado involucrados, como cuando se esparció el rumor de que eran una secta, pues en las fotografías de prensa aparecían de negro todo el tiempo, y que los ositos se usaban entre sus adeptos para transportar drogas. Luego se les vinculó con el movimiento independentista catalán y, al negarlo, con los opositores; tanto de un lado como del otro recibieron protestas y amenazas de que les dejarían de comprar. Más recientemente se les acusó de rellenar con plásticos sus metales preciosos, cuando es una técnica común para darles estabilidad. Eso sin contar que uno de los yernos fue implicado en un homicidio imprudencial, pero eso ya pertenece al ámbito del cotilleo.

En Oso las grabaciones de archivo se intercalan con escenas actuales de la familia Tous, compuesta también por Laura, Marta, Rosa y Alba, las cuatro hijas, que son ahora las dueñas de las joyas de la corona, aunque ya lo eran antes de alguna forma: “Desayunábamos pulseras, comíamos collares y cenábamos aretes”, dice una de ellas acerca del mundo que habitaron de pequeñas. Son las narradoras principales de este retablo polifónico en el que la madre, principal artífice de la firma, toma forma a partir de sus palabras, una vez que ésta ha dejado el negocio en manos de ellas. Mamá Osa aparece apenas esporádicamente en la cinta.

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Mamá Osa

La primera alhaja que tuve era Tous y era pirata. Aunque debí deducirlo del hecho de que la compré en el tianguis sobre ruedas de por mi casa, yo ni enterada. Era el año 2001, recién llegaba a la mayoría de edad, era ingenua y la verdad es que jamás me imaginé que ese sencillo osito que pendía como colguije de la cadena plateada, que además parecía haber adquirido su forma con la técnica mágica que usaba de niña para dibujar un burro a partir de un niño que se portaba mal, yuxtaponiendo círculos de diferentes tamaños, fuera el logo distintivo de una prestigiosa marca catalana de joyería, cuyos precios oscilan entre los mil y los 50 mil pesos. Mi collar me había costado 55 pesos; años después me enteré de que México es uno de los países donde existen más falsificaciones de la marca.

Este plantígrado no tiene nombre, tampoco nariz ni boca, solo un pequeño agujero debajo de los ojos, pero qué tal todos los grupos en Facebook que lo aman o lo odian y donde se especula, en acaloradas discusiones, acerca de su género, si es macho o hembra, si está sentado o de pie. Lo que sí es un hecho es que pasó de ser un peluche hallado en Milán por la fundadora de la firma, Rosa Oriol, a su emblema absoluto, así como en algún momento también “bisutería barata en latón”, en opinión de su esposo y socio, Salvador Tous. Ah, y este 2020 cumple 35 años de edad.

Antes del osezno pareciera que nada, pero lo cierto es que existe una historia de más de siete décadas que ahora es posible conocer en el documental Oso, dirigido por Amanda Sans Pantling, disponible en Prime Video tras su proyección pública en el 68 Festival Internacional de Cine de San Sebastián, en septiembre pasado. Una propuesta diferente en tanto trasciende el mero recorrido biográfico de un negocio familiar para convertirse en un relato audiovisual, cuya tensión se teje alrededor de la posibilidad de un fracaso.

Tras veinte años de permanecer en Japón como una marca de joyería más o menos conocida, ha llegado el momento de evaluar si conviene seguir ahí o mejor cerrar las tiendas asiáticas. Sorprende que en un lugar como ese, donde la cultura kawaii, que privilegia la ternura, la inocencia y la estética naíf, los ositos de Tous tengan poco éxito entre las consumidoras. Se abre la interrogante sobre todo si consideramos que se trata de un emporio de cien años de antigüedad, con presencia en más de 54 países y unas 720 tiendas alrededor del mundo. El documental revela las diferencias culturales a partir de las joyas: mientras que las mujeres del segundo mercado más importante para ellos después del español, que es el mexicano, sienten menor predilección por las gargantillas y favorecen los collares largos, a la altura del escote, porque les gusta lucir sexys, las rusas tienen cierta obsesión con los accesorios gigantes.

Sin demeritar el papel que tuvo en sus inicios la relojería de los padres de Salvador Tous, en en el municipio barcelonés de Manresa, la llegada de Rosa Oriol revolucionó sus vidas al ser la primera diseñadora en hacer joyas a la medida de las mujeres, con base en su fisonomía. Durante el franquismo la producción estaba en manos de los hombres, que las vendían a compradores de su mismo sexo porque tenían el poder adquisitivo. Oriol se dio cuenta de eso y diseñó piezas accesibles que las interesadas podían probarse sin intermediarios. La entrada libre a sus locales fue también una novedad, pues antes las alhajas solían apreciarse de lejos, bajo vigilancia, y en compañía de guardias en guantes blancos de seguridad. Permitir el paso a todos fue un gesto de rebeldía en esos tiempos; los de su mismo oficio los veían mal.

Las polémicas han sido parte de la cotidianidad de Tous. El filme detalla algunas en las que han estado involucrados, como cuando se esparció el rumor de que eran una secta, pues en las fotografías de prensa aparecían de negro todo el tiempo, y que los ositos se usaban entre sus adeptos para transportar drogas. Luego se les vinculó con el movimiento independentista catalán y, al negarlo, con los opositores; tanto de un lado como del otro recibieron protestas y amenazas de que les dejarían de comprar. Más recientemente se les acusó de rellenar con plásticos sus metales preciosos, cuando es una técnica común para darles estabilidad. Eso sin contar que uno de los yernos fue implicado en un homicidio imprudencial, pero eso ya pertenece al ámbito del cotilleo.

En Oso las grabaciones de archivo se intercalan con escenas actuales de la familia Tous, compuesta también por Laura, Marta, Rosa y Alba, las cuatro hijas, que son ahora las dueñas de las joyas de la corona, aunque ya lo eran antes de alguna forma: “Desayunábamos pulseras, comíamos collares y cenábamos aretes”, dice una de ellas acerca del mundo que habitaron de pequeñas. Son las narradoras principales de este retablo polifónico en el que la madre, principal artífice de la firma, toma forma a partir de sus palabras, una vez que ésta ha dejado el negocio en manos de ellas. Mamá Osa aparece apenas esporádicamente en la cinta.

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