martes, 30 de abril de 2019

De fiesta en Guadalajara

Del 4 al 12 de mayo se llevará a cabo la novena edición del Festival Wit, que organiza el hotel Demetria, que propone una serie de actividades cuyo foco es mostrar la riqueza cultural de la ciudad de Guadalajara; dos exposiciones, un mercado de arte, teatro y charlas sobre diseño son algunas de las actividades del programa del encuentro.

La galería Wit es el espacio que albergará las exposiciones dedicadas a Joel Escalona (diseñador mexicano que colabora con la firma de mobiliario Breuer) y Paul Chan (arquitecto y diseñador galardonado con el NYC x Design Award por su serie de iluminación Either/Or); ambos creadores (cuyas obras integran una sola muestra) participarán en charlas en torno a su producción; UNM2 es el nombre de la segunda exposición, organizada por Ricardo Luévanos, que ocupará el Salón Demetria, en el que se exhibirá la obra de veintiséis artistas. Por otro lado, el diseñador canadiense Lukas Peet participará en un conversatorio sobre el diseño lumínico.En el mercado de arte, por su lado, está concebido para reunir firmas de diseño, casas de antigüedades y maestros artesanos, así como talleres y artistas emergentes.

Las artes escénicas también forman parte del programa, que incluye una lectura dramatizada por el actor Juan Manuel Bernal de las cartas entre Antonieta Rivas Mercado y Manuel Lozano, así como la puesta escena La historia del tigre, a cargo de Bruno Bichir. Durante el festival, también, se presentará el libro Hasta que pase un huracán, de la colombiana Margarita García Robayo, a cargo de la editorial tapatía Pollo Blanco.

Para más detalles del festival, aquí el programa completo.



from La Tempestad http://bit.ly/2vwYNX4
via IFTTT Fuente: Revista La Tempestad

De fiesta en Guadalajara

Del 4 al 12 de mayo se llevará a cabo la novena edición del Festival Wit, que organiza el hotel Demetria, que propone una serie de actividades cuyo foco es mostrar la riqueza cultural de la ciudad de Guadalajara; dos exposiciones, un mercado de arte, teatro y charlas sobre diseño son algunas de las actividades del programa del encuentro.

La galería Wit es el espacio que albergará las exposiciones dedicadas a Joel Escalona (diseñador mexicano que colabora con la firma de mobiliario Breuer) y Paul Chan (arquitecto y diseñador galardonado con el NYC x Design Award por su serie de iluminación Either/Or); ambos creadores (cuyas obras integran una sola muestra) participarán en charlas en torno a su producción; UNM2 es el nombre de la segunda exposición, organizada por Ricardo Luévanos, que ocupará el Salón Demetria, en el que se exhibirá la obra de veintiséis artistas. Por otro lado, el diseñador canadiense Lukas Peet participará en un conversatorio sobre el diseño lumínico.En el mercado de arte, por su lado, está concebido para reunir firmas de diseño, casas de antigüedades y maestros artesanos, así como talleres y artistas emergentes.

Las artes escénicas también forman parte del programa, que incluye una lectura dramatizada por el actor Juan Manuel Bernal de las cartas entre Antonieta Rivas Mercado y Manuel Lozano, así como la puesta escena La historia del tigre, a cargo de Bruno Bichir. Durante el festival, también, se presentará el libro Hasta que pase un huracán, de la colombiana Margarita García Robayo, a cargo de la editorial tapatía Pollo Blanco.

Para más detalles del festival, aquí el programa completo.



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Lo invisible, de nuevo

El próximo 2 de mayo, a las 19 horas, vuelve a presentarse Lo invisible, la obra más reciente de Federico Sánchez, como parte del ciclo Atonal, organizado por la Ibero y el Centro de Exploración y Pensamiento Crítico (la dirección: Av. Revolución 1291, Col. Los Alpes). La pieza coral se estrenó hace un año en el museo Ex Teresa; esta crónica se publicó originalmente en el número 134 de la edición impresa de La Tempestad (mayo de 2018).

El 28 de marzo de 2018, Federico Sánchez estrenó su EP más reciente: Lo invisible, en el museo Ex Teresa del Centro Histórico de la Ciudad de México, como parte del ciclo Conciertos Arquitectónicos XT. La fecha (un miércoles de Semana Santa) y el proyecto de un músico joven, con una obra interesante pero aún en desarrollo, hacían difícil prever la cantidad de gente que terminó por asistir al museo, al punto de que muchas personas debieron escuchar el recital desde afuera.

Más allá del éxito de asistencia se respiraba en el aire la sensación de estar acudiendo a una especie de evento histórico: no por su escala, mucho menos por su resonancia mediática, sino por sus virtudes estéticas. Primero, por el viraje estilístico de Federico Sánchez: desde los terrenos del jazz y el rock a los de la experimentación vocal y el noise (si bien una obra como The Damaged Love the Damaged, de finales de 2017, anticipaba algo de esa transformación, no alcanza las cimas de Lo invisible), lo que representaba un salto poco común en el escenario musical mexicano. Después, por la peculiar estructura de la obra, construida en esta ocasión con once cantantes: Iraida Noriega, Jenny Beaujean, Ingrid Beaujean, Eugénie Jobin, Roxana Solano, Luz Varela, Laura Velasco, Thea Zmijewska, Leika Mochán, Georgina Equihua y Gabrielle Harnois Blouin –un abanico de varias generaciones y estilos, con exponentes de una trayectoria de largo aliento, otras nóveles, pero todas en tejido común. Por último, por el diálogo entre obra y lugar, con connotaciones, casi por inercia, religiosas. Como si en la resonancia física de las paredes altas del convento, amplificando las voces y ocupando hasta el último metro del recinto, cupiera también una resonancia conceptual: si hay un grupo de mujeres cantando al unísono, debe tratarse de una pieza con intenciones, al menos, espirituales.

Así lo explica Federico Sánchez: “Lo había pensado pero no de forma tan clara. La obra se llama Lo invisible porque creo que la voz es lo primero que te transporta hacia aspectos intangibles. Quería que se produjera algo muy primitivo, muy crudo. De alguna forma ahí cabe una concepción de lo religioso, al religarte con cuestiones existenciales, por ejemplo”. Las reacciones de las audiencias también apuntaban hacia ese terreno: los escuchas involuntarios de los ensayos –es decir, los turistas que visitaban el Ex Teresa a mediodía y terminaban por encontrarse con un coro– pasaban, se detenían un momento, se tomaban una selfie y se iban: como esto era una iglesia, parecían pensar, este coro es hasta cierto punto normal, no una extravagancia. En otro ensayo incluso irrumpió una monja. “¿Qué habrá pensado?”, me pregunta Federico, “¿que esto era música sacra o que era una herejía? Hay pasajes disonantes, que remiten a aquello del diabolus in musica”. Sucedía lo mismo con los escuchas voluntarios, es decir, los asistentes al concierto: sentados y con los ojos cerrados, parecían meditar, buscar con la ayuda del sonido un pasaje hacia su interioridad más íntima. Las propias cantantes, como Thea Zmijewska, me describían la experiencia como mística.

Todos estos factores juntos terminaban por trazar la singularidad del evento. Si la obra grabada ya era de por sí destacada, su traslado a un espacio físico, a ese espacio físico, podía convertirla en una ocasión irrepetible. “Pienso el disco como una especie de statement, pero no me gustaría que se quedara ahí. Mi ideal es que cada concierto sea especial por las condiciones acústicas del lugar donde se desarrolle”. Esa sensación, en resumen, se respiraba en el aire.

Realicé las siguientes preguntas tras el segundo ensayo en el Ex Teresa. Un ensayo al que sólo acudieron cuatro cantantes, muestra de la dificultad para gestionar una pieza de estas características sin mayores apoyos materiales. El siguiente ensayo, realizado un domingo en casa de una de las participantes, contó con el ensamble completo pero a pocos días del estreno. Todas las intérpretes conocían y practicaban la pieza por su cuenta desde hacía tiempo, pero el proceso entero de ensayos debió desarrollarse de este modo: en medio de un terreno un tanto inestable pero también con una latencia especial, con la frescura de lo que no está perfectamente ensamblado. Y es que Lo invisible contiene pasajes que requieren de una sincronización puntual, y otros de mayor libertad interpretativa, donde cada cantante desarrolla técnicas vocales propias en recorridos autónomos por el espacio. A Sánchez, de cualquier forma, lo veía muy tranquilo, comprensivo con la dificultad de una u otra intérprete para acudir a tal o cual ensayo pero, al mismo tiempo, con la expectativa de lo que aquella latencia terminaría por otorgar.

“Estoy en una posición muy privilegiada”, apuntó cuando le comenté que gran parte de su tarea en el desarrollo de la pieza parece limitarse a la del escucha. “Hay una pieza en específico [el segundo corte del EP] que emula un delay, una especie de delay humano; hacerlo implica un reto técnico: lograr generar un desfase natural. Mientras ellas buscan la manera de lograrlo, yo simplemente estoy en medio, gozando de la multifonía”.

¿Cómo fue el proceso de conformación del ensamble?

Muchas de ellas son amigas mías. Algunas provienen de la escena del jazz, como Luz Varela. Todas convergen en proyectos de música creativa. Al inicio pedí ayuda a Iraida Noriega y Leika Mochán, les pedí que me hicieran una especie de coaching para los registros, para no pasarme de lanza con mis ideas, porque al inicio eran más extremas, pero había cosas que literalmente no se podían hacer. También me ayudaron a maquetar las grabaciones y a conseguir el resto de las cantantes. Me gusta que la diversidad de sus campos de trabajo converja aquí.

¿Qué cambió en tu desarrollo musical para comenzar a plantearte el viraje estilístico de Lo invisible?

Aún lo estoy descifrando, pero creo que desde siempre me vi más haciendo este tipo de cosas que con una banda. Desde que quise aprender música, quise ser compositor; pero, de algún modo, tocar en una banda fue la vía más sencilla para mí para hacer música, tanto a nivel conceptual como de gestión. Empecé a tocar desde que tenía 15 años, en Tulancingo, y en un punto se había convertido en una zona cómoda, había encontrado mañas. Ahora me tomé la libertad de salirme de ese estado de confort. Me tomé la libertad de darme un año sabático de las bandas. Me siento raro, pero muy bien.

¿Y cómo te has sentido en el nivel estético? Intuyo que en tus proyectos anteriores podías procurarte una satisfacción estética directa, por el vínculo más inmediato con tu instrumento. Esto es más abierto, complejo, multiforme.

Todavía es muy incómodo. Digo muy incómodo porque al momento de la ejecución en realidad no hago nada, tú lo viste en los ensayos. Hay unas partes donde hago electrónica, pero tampoco representa una gran demanda física; estoy acostumbrado a lo otro, que un instrumento me demande un nivel interpretativo más o menos grande. Entonces me siento raro, porque todo suena increíble, pero yo no estoy participando, aunque de algún modo son mis composiciones. Me costó mucho trabajo a la hora de los créditos poner que yo hice la música. Hay una pieza [el tercer corte del EP] con cierta dirección, pero donde ellas terminan improvisando. Hay una parte de mí que se siente muy extraña al atribuirse cosas en donde el ensamble es esencial. Por otro lado me siento muy satisfecho por hacer música que refleje mis necesidades estéticas reales. Tenía una espina porque creo que reflejaba sólo mis necesidades como guitarrista, que es muy diferente.

El concierto se desarrolla no sin dificultades: en los ensayos incluso las voces de cuatro intérpretes bastaban para llenar el espacio; ahora, con cientos de personas codo a codo, el sonido se asfixia rápidamente. Decirlo parece una obviedad pero el problema es real y el ensamble debe ajustar pronto la intensidad de su canto. También, y esto es una mera opinión personal, los pasajes electrónicos y de ruido que en el EP son un contrapunto discreto y elegante al desarrollo de la principal sustancia sonora, en el concierto son demasiado extendidos. Hay una razón práctica: de ceñirse estrictamente al desarrollo de la grabación, el concierto habría durado menos de media hora (aunque creo que eso no es necesariamente un problema). Y finalmente: la gran cantidad de gente limita irremediablemente el recorrido libre de las intérpretes, ahora también preocupadas por no pisar las manos de la audiencia, mayormente sentada.

La primera presentación en vivo de Lo invisible, de cualquier forma, entrega momentos únicos: el difícil balance entre la visión compositiva de un músico y la libertad interpretativa de un gran ensamble –aunque también podría decirse: el difícil balance de la singularidad (no sólo la de Federico Sánchez, sino la de cada una de las cantantes) y lo colectivo (aquí no sólo representado por el ensamble, sino por una audiencia que terminaría por reconfigurar las características mismas del concierto). La confirmación, pero al mismo tiempo la complejización, de aquellos conceptos de lo espiritual y de lo religioso: y es que no sólo habría que preguntarse por lo que pasaba por la cabeza y la psique de una monja, un extremo casi caricaturesco del problema, sino por lo que sucedía en cada individuo presente en el convento. Y la pregunta por la propia invisibilidad –en un concierto que además se desarrolló casi en penumbras–, representada por un par de ciegos que a mitad del concierto se pararon, caminaron entre los asistentes y dieron un difícil rodeo por el lugar, como tratando de asir esa sustancia material que a todos se nos escapaba entre las manos.



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Lo invisible, de nuevo

El próximo 2 de mayo, a las 19 horas, vuelve a presentarse Lo invisible, la obra más reciente de Federico Sánchez, como parte del ciclo Atonal, organizado por la Ibero y el Centro de Exploración y Pensamiento Crítico (la dirección: Av. Revolución 1291, Col. Los Alpes). La pieza coral se estrenó hace un año en el museo Ex Teresa; esta crónica se publicó originalmente en el número 134 de la edición impresa de La Tempestad (mayo de 2018).

El 28 de marzo de 2018, Federico Sánchez estrenó su EP más reciente: Lo invisible, en el museo Ex Teresa del Centro Histórico de la Ciudad de México, como parte del ciclo Conciertos Arquitectónicos XT. La fecha (un miércoles de Semana Santa) y el proyecto de un músico joven, con una obra interesante pero aún en desarrollo, hacían difícil prever la cantidad de gente que terminó por asistir al museo, al punto de que muchas personas debieron escuchar el recital desde afuera.

Más allá del éxito de asistencia se respiraba en el aire la sensación de estar acudiendo a una especie de evento histórico: no por su escala, mucho menos por su resonancia mediática, sino por sus virtudes estéticas. Primero, por el viraje estilístico de Federico Sánchez: desde los terrenos del jazz y el rock a los de la experimentación vocal y el noise (si bien una obra como The Damaged Love the Damaged, de finales de 2017, anticipaba algo de esa transformación, no alcanza las cimas de Lo invisible), lo que representaba un salto poco común en el escenario musical mexicano. Después, por la peculiar estructura de la obra, construida en esta ocasión con once cantantes: Iraida Noriega, Jenny Beaujean, Ingrid Beaujean, Eugénie Jobin, Roxana Solano, Luz Varela, Laura Velasco, Thea Zmijewska, Leika Mochán, Georgina Equihua y Gabrielle Harnois Blouin –un abanico de varias generaciones y estilos, con exponentes de una trayectoria de largo aliento, otras nóveles, pero todas en tejido común. Por último, por el diálogo entre obra y lugar, con connotaciones, casi por inercia, religiosas. Como si en la resonancia física de las paredes altas del convento, amplificando las voces y ocupando hasta el último metro del recinto, cupiera también una resonancia conceptual: si hay un grupo de mujeres cantando al unísono, debe tratarse de una pieza con intenciones, al menos, espirituales.

Así lo explica Federico Sánchez: “Lo había pensado pero no de forma tan clara. La obra se llama Lo invisible porque creo que la voz es lo primero que te transporta hacia aspectos intangibles. Quería que se produjera algo muy primitivo, muy crudo. De alguna forma ahí cabe una concepción de lo religioso, al religarte con cuestiones existenciales, por ejemplo”. Las reacciones de las audiencias también apuntaban hacia ese terreno: los escuchas involuntarios de los ensayos –es decir, los turistas que visitaban el Ex Teresa a mediodía y terminaban por encontrarse con un coro– pasaban, se detenían un momento, se tomaban una selfie y se iban: como esto era una iglesia, parecían pensar, este coro es hasta cierto punto normal, no una extravagancia. En otro ensayo incluso irrumpió una monja. “¿Qué habrá pensado?”, me pregunta Federico, “¿que esto era música sacra o que era una herejía? Hay pasajes disonantes, que remiten a aquello del diabolus in musica”. Sucedía lo mismo con los escuchas voluntarios, es decir, los asistentes al concierto: sentados y con los ojos cerrados, parecían meditar, buscar con la ayuda del sonido un pasaje hacia su interioridad más íntima. Las propias cantantes, como Thea Zmijewska, me describían la experiencia como mística.

Todos estos factores juntos terminaban por trazar la singularidad del evento. Si la obra grabada ya era de por sí destacada, su traslado a un espacio físico, a ese espacio físico, podía convertirla en una ocasión irrepetible. “Pienso el disco como una especie de statement, pero no me gustaría que se quedara ahí. Mi ideal es que cada concierto sea especial por las condiciones acústicas del lugar donde se desarrolle”. Esa sensación, en resumen, se respiraba en el aire.

Realicé las siguientes preguntas tras el segundo ensayo en el Ex Teresa. Un ensayo al que sólo acudieron cuatro cantantes, muestra de la dificultad para gestionar una pieza de estas características sin mayores apoyos materiales. El siguiente ensayo, realizado un domingo en casa de una de las participantes, contó con el ensamble completo pero a pocos días del estreno. Todas las intérpretes conocían y practicaban la pieza por su cuenta desde hacía tiempo, pero el proceso entero de ensayos debió desarrollarse de este modo: en medio de un terreno un tanto inestable pero también con una latencia especial, con la frescura de lo que no está perfectamente ensamblado. Y es que Lo invisible contiene pasajes que requieren de una sincronización puntual, y otros de mayor libertad interpretativa, donde cada cantante desarrolla técnicas vocales propias en recorridos autónomos por el espacio. A Sánchez, de cualquier forma, lo veía muy tranquilo, comprensivo con la dificultad de una u otra intérprete para acudir a tal o cual ensayo pero, al mismo tiempo, con la expectativa de lo que aquella latencia terminaría por otorgar.

“Estoy en una posición muy privilegiada”, apuntó cuando le comenté que gran parte de su tarea en el desarrollo de la pieza parece limitarse a la del escucha. “Hay una pieza en específico [el segundo corte del EP] que emula un delay, una especie de delay humano; hacerlo implica un reto técnico: lograr generar un desfase natural. Mientras ellas buscan la manera de lograrlo, yo simplemente estoy en medio, gozando de la multifonía”.

¿Cómo fue el proceso de conformación del ensamble?

Muchas de ellas son amigas mías. Algunas provienen de la escena del jazz, como Luz Varela. Todas convergen en proyectos de música creativa. Al inicio pedí ayuda a Iraida Noriega y Leika Mochán, les pedí que me hicieran una especie de coaching para los registros, para no pasarme de lanza con mis ideas, porque al inicio eran más extremas, pero había cosas que literalmente no se podían hacer. También me ayudaron a maquetar las grabaciones y a conseguir el resto de las cantantes. Me gusta que la diversidad de sus campos de trabajo converja aquí.

¿Qué cambió en tu desarrollo musical para comenzar a plantearte el viraje estilístico de Lo invisible?

Aún lo estoy descifrando, pero creo que desde siempre me vi más haciendo este tipo de cosas que con una banda. Desde que quise aprender música, quise ser compositor; pero, de algún modo, tocar en una banda fue la vía más sencilla para mí para hacer música, tanto a nivel conceptual como de gestión. Empecé a tocar desde que tenía 15 años, en Tulancingo, y en un punto se había convertido en una zona cómoda, había encontrado mañas. Ahora me tomé la libertad de salirme de ese estado de confort. Me tomé la libertad de darme un año sabático de las bandas. Me siento raro, pero muy bien.

¿Y cómo te has sentido en el nivel estético? Intuyo que en tus proyectos anteriores podías procurarte una satisfacción estética directa, por el vínculo más inmediato con tu instrumento. Esto es más abierto, complejo, multiforme.

Todavía es muy incómodo. Digo muy incómodo porque al momento de la ejecución en realidad no hago nada, tú lo viste en los ensayos. Hay unas partes donde hago electrónica, pero tampoco representa una gran demanda física; estoy acostumbrado a lo otro, que un instrumento me demande un nivel interpretativo más o menos grande. Entonces me siento raro, porque todo suena increíble, pero yo no estoy participando, aunque de algún modo son mis composiciones. Me costó mucho trabajo a la hora de los créditos poner que yo hice la música. Hay una pieza [el tercer corte del EP] con cierta dirección, pero donde ellas terminan improvisando. Hay una parte de mí que se siente muy extraña al atribuirse cosas en donde el ensamble es esencial. Por otro lado me siento muy satisfecho por hacer música que refleje mis necesidades estéticas reales. Tenía una espina porque creo que reflejaba sólo mis necesidades como guitarrista, que es muy diferente.

El concierto se desarrolla no sin dificultades: en los ensayos incluso las voces de cuatro intérpretes bastaban para llenar el espacio; ahora, con cientos de personas codo a codo, el sonido se asfixia rápidamente. Decirlo parece una obviedad pero el problema es real y el ensamble debe ajustar pronto la intensidad de su canto. También, y esto es una mera opinión personal, los pasajes electrónicos y de ruido que en el EP son un contrapunto discreto y elegante al desarrollo de la principal sustancia sonora, en el concierto son demasiado extendidos. Hay una razón práctica: de ceñirse estrictamente al desarrollo de la grabación, el concierto habría durado menos de media hora (aunque creo que eso no es necesariamente un problema). Y finalmente: la gran cantidad de gente limita irremediablemente el recorrido libre de las intérpretes, ahora también preocupadas por no pisar las manos de la audiencia, mayormente sentada.

La primera presentación en vivo de Lo invisible, de cualquier forma, entrega momentos únicos: el difícil balance entre la visión compositiva de un músico y la libertad interpretativa de un gran ensamble –aunque también podría decirse: el difícil balance de la singularidad (no sólo la de Federico Sánchez, sino la de cada una de las cantantes) y lo colectivo (aquí no sólo representado por el ensamble, sino por una audiencia que terminaría por reconfigurar las características mismas del concierto). La confirmación, pero al mismo tiempo la complejización, de aquellos conceptos de lo espiritual y de lo religioso: y es que no sólo habría que preguntarse por lo que pasaba por la cabeza y la psique de una monja, un extremo casi caricaturesco del problema, sino por lo que sucedía en cada individuo presente en el convento. Y la pregunta por la propia invisibilidad –en un concierto que además se desarrolló casi en penumbras–, representada por un par de ciegos que a mitad del concierto se pararon, caminaron entre los asistentes y dieron un difícil rodeo por el lugar, como tratando de asir esa sustancia material que a todos se nos escapaba entre las manos.



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Minerva Cuevas vuelve a Berlín

La artista visual Minerva Cuevas (Ciudad de México, 1975) vuelve a Berlín para presentar su nueva exhibición No Room to Play en la Daadgalerie de Berlín, después de haber participado en 2004 en el programa Artist-in-Berlin con Schwarzfahrer are my Heroes en la misma galería.

La obra de Cuevas se mueve en la interfaz de la acción política y las prácticas sociales de autodeterminación. Las condiciones de la producción mundial de comida, la economización y distribución de los recursos naturales a nivel global, así como también son recurrentes las causas y las consecuencias sociales del cambio climático y las políticas neoliberales del mercado laboral. Cuevas se apropia el lenguaje del establishment (gubernamental, publicitario y comercial) mientras lanza su mensaje de no conformidad y resistencia.

En la exhibición No Room to Play la mexicana juega con perspectivas apocalípticas y trabaja con la historia de los patios de juego en Alemania después de la Segunda Guerra Mundial; explora la conexión entre las condiciones sociales del desarrollo urbano y la afiliación territorial con principios de competición y juego; también examina los nexos entre el juego y el desarrollo urbano en el siglo XX, y evalúa la posibilidad de esta relación como indicador o reflejo de los trastornos sociales.

La muestra incluye fotografías históricas de infantes en diferentes tiempos y lugares a través de Europa y Estados Unidos. Cuevas está interesada en los patios de juego como un espejo de los procesos sociales en el curso de los siglos XX y XXI, desde la localización hasta las formas utilizadas para crearlos, esto nos permite deducir qué principios, políticas y conceptos educativos eran importantes en momentos particulares. Y estos factores también apuntan a la estructura política y económica, los desastres sociales y los poderes políticos que forman parte del contexto de estos sitios.

El lema de los Juegos Olímpicos “Faster, Higher, Stronger”, está sujeto a un cercano escrutinio en el contexto de las perspectivas feministas y anti-capitalistas, por lo que Cuevas lo modifica añadiendo una estructura metálica de aros; la frase cambia a “Lower, Slower, Weaker”, con los mismos colores olímpicos, donde también cita una carta escrita por el Subcomandante Marcos durante la década de 1990.

Esta exhibición estará vigente hasta el 9 de junio en la Daadgalerie en Berlín.



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Minerva Cuevas vuelve a Berlín

La artista visual Minerva Cuevas (Ciudad de México, 1975) vuelve a Berlín para presentar su nueva exhibición No Room to Play en la Daadgalerie de Berlín, después de haber participado en 2004 en el programa Artist-in-Berlin con Schwarzfahrer are my Heroes en la misma galería.

La obra de Cuevas se mueve en la interfaz de la acción política y las prácticas sociales de autodeterminación. Las condiciones de la producción mundial de comida, la economización y distribución de los recursos naturales a nivel global, así como también son recurrentes las causas y las consecuencias sociales del cambio climático y las políticas neoliberales del mercado laboral. Cuevas se apropia el lenguaje del establishment (gubernamental, publicitario y comercial) mientras lanza su mensaje de no conformidad y resistencia.

En la exhibición No Room to Play la mexicana juega con perspectivas apocalípticas y trabaja con la historia de los patios de juego en Alemania después de la Segunda Guerra Mundial; explora la conexión entre las condiciones sociales del desarrollo urbano y la afiliación territorial con principios de competición y juego; también examina los nexos entre el juego y el desarrollo urbano en el siglo XX, y evalúa la posibilidad de esta relación como indicador o reflejo de los trastornos sociales.

La muestra incluye fotografías históricas de infantes en diferentes tiempos y lugares a través de Europa y Estados Unidos. Cuevas está interesada en los patios de juego como un espejo de los procesos sociales en el curso de los siglos XX y XXI, desde la localización hasta las formas utilizadas para crearlos, esto nos permite deducir qué principios, políticas y conceptos educativos eran importantes en momentos particulares. Y estos factores también apuntan a la estructura política y económica, los desastres sociales y los poderes políticos que forman parte del contexto de estos sitios.

El lema de los Juegos Olímpicos “Faster, Higher, Stronger”, está sujeto a un cercano escrutinio en el contexto de las perspectivas feministas y anti-capitalistas, por lo que Cuevas lo modifica añadiendo una estructura metálica de aros; la frase cambia a “Lower, Slower, Weaker”, con los mismos colores olímpicos, donde también cita una carta escrita por el Subcomandante Marcos durante la década de 1990.

Esta exhibición estará vigente hasta el 9 de junio en la Daadgalerie en Berlín.



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lunes, 29 de abril de 2019

40 años, 40 voces

A cuatro décadas de la primera Marcha del Orgullo LGBT +, presentamos esta reunión de testimonios, realizada en colaboración con Anal Magazine. Esta serie, que inició en La Tempestad 135 (junio de 2018), ofrece un mosaico que aspira a expresar la diversidad sexual-creativa mexicana. El conjunto de textos, que consta de cuarenta voces, agrupa no sólo a artistas y diseñadores, sino también gestores culturales, curadores, editores y personas del mundo de las ideas. La serie continúa con Ana Francis Mor, Cecilia Sotres, Nora Huerta y Marisol Gasé, integrantes de la compañía de teatro-cabaret Las Reinas Chulas.

 

¿Cómo comenzó su proceso creativo?

Ana Francis Mor: Tomamos algunas clases juntas y además tuvimos algunos maestros en común que nos juntaron. En nuestra generación se gestó un cambio: organizados, los grupos de estudiantes comenzaron a producir sus propios proyectos. Hubo un montaje muy bueno en la escuela de Cecilia, dirigido por Tito Vasconcelos, llamado Shakespeare a la carta, una obra de cabaret que se presentó en el Centro Universitario de Teatro de la UNAM (CUT). Nos dimos cuenta de que la gente se la estaba pasando bomba, que se divertían como mandriles al hacer sus proyectos; para nuestra generación fue muy importante porque dijimos ¡queremos hacer eso! A partir de ahí varias dijimos hay que hacer un show de cabaret; entonces nos juntamos, primero para hacer Cabaret a Trois; también empezamos en los Cabaretitos, cuando estos abrieron.

Cecilia Sotres: Cuando el CUT invitó a Tito Vasconcelos como maestro, nos introdujo en un mundo que yo desconocía. Conocí a Jesusa Rodríguez y a Liliana Felipe, fui al Hábito, el espacio que gestionaban, y de inmediato pensé ¡yo quiero estar ahí! Veía a Jesusa haciendo a Salinas, a Susana Alexander haciendo de Mary Poppins…. Ellas se divertían mucho, mientras que nosotras veníamos de la escuela del azote, de tienes que cortarte las venas y sufrir para ser actriz, de las enseñanzas de Margules y Tavira. Y de pronto ver a estos locos cagados de la risa y, además, hablando de cosas importantes que nos decían ¡abre el maldito periódico, ve que está pasando! ¡Sí, Chévoj está muy bonito, pero habla de lo que le está pasando a tu país! Todo eso me abrió un mundo maravilloso. Todo lo que siguió fue hacer tablas, tablas y tablas hasta que Jesusa nos llamó para hacer Big Mother, nuestra primera obra con ella; el sueño se hizo realidad. Y luego el sueño creció, cuando de tanto hábito se nos hizo vicio, y nos quedamos con el teatro-bar El Vicio. Hemos sido muy afortunadas.

¿En qué momento decidieron ser Las Reinas Chulas?

Ana Francis: Cuando empezamos a colaborar con Jesusa entramos en el mismo paquete; para nosotras era muy importante hacer equipo. Le teníamos cierto miedo y respeto a Jesusa y a Liliana Felipe. En una obra de Tito, él nos decía reina chula, pásame esto, pásame aquello… y nos empezamos a decir así; Liliana Felipe, que no se aprendía nuestros nombres, secundó a Tito.

Nora Huerta: Y así un día nos pusimos Las Reinas Chulas, aunque ya llevábamos cerca de cuatro o cinco años trabajando juntas.

Cecilia Sotres: No cabían nuestros nombres en el anuncio de Big Mother en La Jornada, y entonces, Jesusa nos preguntó que cómo nos queríamos poner y así se quedó: Las Reinas Chulas.

¿Creen que su sexualidad afecta su sensibilidad artística?

Ana Francis: Leer La Noche de Epifanía, de Shakespeare, fue una experiencia determinante; me encanta el personaje de Viola, una mujer que se tiene que travestir durante toda la obra para sobrevivir; la primera obra que dirigí fue una versión de ese texto que se llamó La Noche que raptaron a Epifanía; fui muy feliz de haber podido contar esa historia. Para mí ha sido muy importante el asunto de la construcción de género; jamás me quedaron los personajes de la dama joven, tengo cara de señora desde los trece; mi búsqueda de identidad se atravesó con mi orientación; llegué a pensar como eres lesbiana, eres tantito hombre; así me explicaba yo misma. ¡Gracias al teatro me he podido travestir hasta que me he cansado! La sexualidad ha estado presente en todo lo que hemos construido.

Nora Huerta: En mi caso fue al revés: vengo de una familia muy tradicional, pero mis padres me dieron la libertad de hacer y decidir sobre mi vida. Yo tenía esta idea de mujercita, pensaba en casamiento, marido, hijos, casa… pero la vida me fue llevó a otro lugar. Me metí a una escuela de arte, después me formé como actriz, conocí a estas chicas y a Jesusa; todo eso varió o cambió mi identidad, mi preferencia; estoy contenta con mi parte bisexual, ha sido muy natural. Estrené un espectáculo donde hablo de eso, donde digo: no sé qué soy…. Soy una persona que quiere ser feliz; soy muchas personas. El escenario, por supuesto, me ha dado la oportunidad de ser todas esas personas, de tener distintas posibilidades de imaginar; por eso siempre hablamos de género y sexualidad en nuestro trabajo.

Cecilia Sotres: El teatro me dio el empujón para conocerme, de saber que podía ser lesbiana desde los tres años y no a partir de los 19. Fue muy importante asumir que me podía gustar el helado de chocolate además del de vainilla. Aunque tuve padres medio jipis, mi familia es conservadora, muy católica; no sabía que también me podían gustar las chicas; lo supe hasta que pude estudiar teatro.

¿Cómo consideran que el arte, en este caso el cabaret, se relaciona con los movimientos sociales?

Ana Francis Mor: El cabaret manifiesta lo que la sociedad civil organizada está pensando, nosotras nos nutrimos muchísimo de eso; trabajamos en alianza con organizaciones feministas y LGBT+. Hemos sido voceras de muchas cosas en muchos momentos y circunstancias; nos dicen vénganse al mitin con un sketch, ¡y ahí vamos!; o metemos al mitin en nuestro show; eso lo aprendimos con Tito y Jesusa. Ha sido una retroalimentación y construcción constante; también hemos encontrado nuestra propia voz en la comunidad cultural; no sólo cuestionamos a las instituciones, también al propio teatro y la misoginia al interior de la comunidad teatral; el trabajo con la sociedad civil nos hizo ver que no sólo somos artistas sino constructoras de opinión.

¿Cómo es su relación con la comunidad LGBT+ mexicana?

Cecilia Sotres: Es cercana, hemos estado en las marchas, apoyando todas las leyes, trabajando, metiendo los temas a nuestros espectáculos.

¿Cómo ven el futuro del teatro, del cabaret?

Nora Huerta: El cabaret ha ganado un terreno que no tenía antes; éramos el patito feo, y en algunos aspectos los seguimos siendo; se le ve como un género menor; ¡reto a los creadores teatrales y escénicos a que hagan cabaret! Hacer reír desde posturas inteligentes, desde el análisis político y social, es muy complejo. Han sido 20 años de talonearle, hoy somos reconocidas. Me parece que el cabaret va a tener una vida intensa, larga, muy bella. Y no lo hemos hecho sólo en México, hemos llevado el género a otros países; en México tenemos un cabaret que rescatamos, que no dejamos morir, hemos sembrado una semilla para que se haga en otras latitudes. Ya tenemos un festival de cabaret en Argentina, hay colaboraciones en España, Chile; esto va para largo.

Cecilia Sotres: La risa es nuestra herramienta más poderosa, tenemos el mejor trabajo del mundo.

¿Y cómo ven el futuro de la comunidad LGBT+?

Cecilia Sotres: En la exposición sobre diversidad sexual en el Museo de Memoria y Tolerancia se decía que en el futuro ya no se necesitarán antros gays porque ya no habrá problema de que vayas en la calle con tu pareja a cualquier parte del mundo, ese es el sueño: que no sea relevante la discusión de ser gay o bisexual o lo que sea.

Nora Huerta: Hay que seguir trabajando, no hay de otra. Uno mira a la Ciudad de México, que tiene tantos privilegios, ¡pero cruzas la caseta y se acaban todos esos derechos!; es decir, no concibo no poder existir en Monterrey, en Toluca, en Aguascalientes. Todavía hay mucho por hacer; hay que seguir trabajando por nosotras, por nosotros y por los que vienen detrás; trabajar para que los chavos y las chavas puedan decidir sobre sus afectos, su identidad, sin que tengan que pasar los horrores de la discriminación.

¿Qué recomiendan a la juventud conocer?

Nora Huerta: Vayan al teatro, hay muchos con precios accesibles, más para estudiantes.



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40 años, 40 voces

A cuatro décadas de la primera Marcha del Orgullo LGBT +, presentamos esta reunión de testimonios, realizada en colaboración con Anal Magazine. Esta serie, que inició en La Tempestad 135 (junio de 2018), ofrece un mosaico que aspira a expresar la diversidad sexual-creativa mexicana. El conjunto de textos, que consta de cuarenta voces, agrupa no sólo a artistas y diseñadores, sino también gestores culturales, curadores, editores y personas del mundo de las ideas. La serie continúa con Ana Francis Mor, Cecilia Sotres, Nora Huerta y Marisol Gasé, integrantes de la compañía de teatro-cabaret Las Reinas Chulas.

 

¿Cómo comenzó su proceso creativo?

Ana Francis Mor: Tomamos algunas clases juntas y además tuvimos algunos maestros en común que nos juntaron. En nuestra generación se gestó un cambio: organizados, los grupos de estudiantes comenzaron a producir sus propios proyectos. Hubo un montaje muy bueno en la escuela de Cecilia, dirigido por Tito Vasconcelos, llamado Shakespeare a la carta, una obra de cabaret que se presentó en el Centro Universitario de Teatro de la UNAM (CUT). Nos dimos cuenta de que la gente se la estaba pasando bomba, que se divertían como mandriles al hacer sus proyectos; para nuestra generación fue muy importante porque dijimos ¡queremos hacer eso! A partir de ahí varias dijimos hay que hacer un show de cabaret; entonces nos juntamos, primero para hacer Cabaret a Trois; también empezamos en los Cabaretitos, cuando estos abrieron.

Cecilia Sotres: Cuando el CUT invitó a Tito Vasconcelos como maestro, nos introdujo en un mundo que yo desconocía. Conocí a Jesusa Rodríguez y a Liliana Felipe, fui al Hábito, el espacio que gestionaban, y de inmediato pensé ¡yo quiero estar ahí! Veía a Jesusa haciendo a Salinas, a Susana Alexander haciendo de Mary Poppins…. Ellas se divertían mucho, mientras que nosotras veníamos de la escuela del azote, de tienes que cortarte las venas y sufrir para ser actriz, de las enseñanzas de Margules y Tavira. Y de pronto ver a estos locos cagados de la risa y, además, hablando de cosas importantes que nos decían ¡abre el maldito periódico, ve que está pasando! ¡Sí, Chévoj está muy bonito, pero habla de lo que le está pasando a tu país! Todo eso me abrió un mundo maravilloso. Todo lo que siguió fue hacer tablas, tablas y tablas hasta que Jesusa nos llamó para hacer Big Mother, nuestra primera obra con ella; el sueño se hizo realidad. Y luego el sueño creció, cuando de tanto hábito se nos hizo vicio, y nos quedamos con el teatro-bar El Vicio. Hemos sido muy afortunadas.

¿En qué momento decidieron ser Las Reinas Chulas?

Ana Francis: Cuando empezamos a colaborar con Jesusa entramos en el mismo paquete; para nosotras era muy importante hacer equipo. Le teníamos cierto miedo y respeto a Jesusa y a Liliana Felipe. En una obra de Tito, él nos decía reina chula, pásame esto, pásame aquello… y nos empezamos a decir así; Liliana Felipe, que no se aprendía nuestros nombres, secundó a Tito.

Nora Huerta: Y así un día nos pusimos Las Reinas Chulas, aunque ya llevábamos cerca de cuatro o cinco años trabajando juntas.

Cecilia Sotres: No cabían nuestros nombres en el anuncio de Big Mother en La Jornada, y entonces, Jesusa nos preguntó que cómo nos queríamos poner y así se quedó: Las Reinas Chulas.

¿Creen que su sexualidad afecta su sensibilidad artística?

Ana Francis: Leer La Noche de Epifanía, de Shakespeare, fue una experiencia determinante; me encanta el personaje de Viola, una mujer que se tiene que travestir durante toda la obra para sobrevivir; la primera obra que dirigí fue una versión de ese texto que se llamó La Noche que raptaron a Epifanía; fui muy feliz de haber podido contar esa historia. Para mí ha sido muy importante el asunto de la construcción de género; jamás me quedaron los personajes de la dama joven, tengo cara de señora desde los trece; mi búsqueda de identidad se atravesó con mi orientación; llegué a pensar como eres lesbiana, eres tantito hombre; así me explicaba yo misma. ¡Gracias al teatro me he podido travestir hasta que me he cansado! La sexualidad ha estado presente en todo lo que hemos construido.

Nora Huerta: En mi caso fue al revés: vengo de una familia muy tradicional, pero mis padres me dieron la libertad de hacer y decidir sobre mi vida. Yo tenía esta idea de mujercita, pensaba en casamiento, marido, hijos, casa… pero la vida me fue llevó a otro lugar. Me metí a una escuela de arte, después me formé como actriz, conocí a estas chicas y a Jesusa; todo eso varió o cambió mi identidad, mi preferencia; estoy contenta con mi parte bisexual, ha sido muy natural. Estrené un espectáculo donde hablo de eso, donde digo: no sé qué soy…. Soy una persona que quiere ser feliz; soy muchas personas. El escenario, por supuesto, me ha dado la oportunidad de ser todas esas personas, de tener distintas posibilidades de imaginar; por eso siempre hablamos de género y sexualidad en nuestro trabajo.

Cecilia Sotres: El teatro me dio el empujón para conocerme, de saber que podía ser lesbiana desde los tres años y no a partir de los 19. Fue muy importante asumir que me podía gustar el helado de chocolate además del de vainilla. Aunque tuve padres medio jipis, mi familia es conservadora, muy católica; no sabía que también me podían gustar las chicas; lo supe hasta que pude estudiar teatro.

¿Cómo consideran que el arte, en este caso el cabaret, se relaciona con los movimientos sociales?

Ana Francis Mor: El cabaret manifiesta lo que la sociedad civil organizada está pensando, nosotras nos nutrimos muchísimo de eso; trabajamos en alianza con organizaciones feministas y LGBT+. Hemos sido voceras de muchas cosas en muchos momentos y circunstancias; nos dicen vénganse al mitin con un sketch, ¡y ahí vamos!; o metemos al mitin en nuestro show; eso lo aprendimos con Tito y Jesusa. Ha sido una retroalimentación y construcción constante; también hemos encontrado nuestra propia voz en la comunidad cultural; no sólo cuestionamos a las instituciones, también al propio teatro y la misoginia al interior de la comunidad teatral; el trabajo con la sociedad civil nos hizo ver que no sólo somos artistas sino constructoras de opinión.

¿Cómo es su relación con la comunidad LGBT+ mexicana?

Cecilia Sotres: Es cercana, hemos estado en las marchas, apoyando todas las leyes, trabajando, metiendo los temas a nuestros espectáculos.

¿Cómo ven el futuro del teatro, del cabaret?

Nora Huerta: El cabaret ha ganado un terreno que no tenía antes; éramos el patito feo, y en algunos aspectos los seguimos siendo; se le ve como un género menor; ¡reto a los creadores teatrales y escénicos a que hagan cabaret! Hacer reír desde posturas inteligentes, desde el análisis político y social, es muy complejo. Han sido 20 años de talonearle, hoy somos reconocidas. Me parece que el cabaret va a tener una vida intensa, larga, muy bella. Y no lo hemos hecho sólo en México, hemos llevado el género a otros países; en México tenemos un cabaret que rescatamos, que no dejamos morir, hemos sembrado una semilla para que se haga en otras latitudes. Ya tenemos un festival de cabaret en Argentina, hay colaboraciones en España, Chile; esto va para largo.

Cecilia Sotres: La risa es nuestra herramienta más poderosa, tenemos el mejor trabajo del mundo.

¿Y cómo ven el futuro de la comunidad LGBT+?

Cecilia Sotres: En la exposición sobre diversidad sexual en el Museo de Memoria y Tolerancia se decía que en el futuro ya no se necesitarán antros gays porque ya no habrá problema de que vayas en la calle con tu pareja a cualquier parte del mundo, ese es el sueño: que no sea relevante la discusión de ser gay o bisexual o lo que sea.

Nora Huerta: Hay que seguir trabajando, no hay de otra. Uno mira a la Ciudad de México, que tiene tantos privilegios, ¡pero cruzas la caseta y se acaban todos esos derechos!; es decir, no concibo no poder existir en Monterrey, en Toluca, en Aguascalientes. Todavía hay mucho por hacer; hay que seguir trabajando por nosotras, por nosotros y por los que vienen detrás; trabajar para que los chavos y las chavas puedan decidir sobre sus afectos, su identidad, sin que tengan que pasar los horrores de la discriminación.

¿Qué recomiendan a la juventud conocer?

Nora Huerta: Vayan al teatro, hay muchos con precios accesibles, más para estudiantes.



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Un nuevo Godard

En una reciente entrevista, realizada en el marco de la difusión de El libro de imágenes (2018) –su más reciente película–, Jean-Luc Godard anunció que en su próximo trabajo integrará una historia que se relaciona con el movimiento de los chalecos amarillos. En semanas recientes el director de 88 años ha tenido una serie de encuentros con la prensa francesa, lo cual resulta una novedad ya que en los últimos años su presencia mediática ha sido más bien discreta. 

“Será sobre una mujer del grupo de los chalecos amarillos que rompe son su novio”, dijo Godard a Les Inrockuptibles. En la charla, que se llevó a cabo en la casa de realizador que aparece en Rostros y lugares (Agnès Varda, 2017), el cineasta confesó que el tema lo inspira la tragedia histórica Bérénice, de Jean Racine; “el personaje recuerda a Bérénice y su relación con Titus. Me gustaría filmar a las personas que aparecen en los noticieros, pero sumergiéndolas en una situación en la que el documental y la ficción se fusionen”. Godard se refirió específicamente a Natacha Polony, una conocida periodista francesa con la que le gustaría colaborar. 

Sobre su idea del quehacer fílmico, el director de El libro de imágenes (que se pudo ver en México durante la 65 Muestra Internacional de Cine) explica: “Es como en la política: primero, se hace la ley; luego hay un decreto y, finalmente, se aplica. Otro ejemplo: si miras por la ventana, ves un edificio enfrente que está en reparación. Se distingue un montículo de tuberías y de escaleras que ayudan a construir un andamiaje. Una una película es un andamiaje; es una pila sin formas cuyas piezas finalmente encajan; un andamio de ideas”.



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Un nuevo Godard

En una reciente entrevista, realizada en el marco de la difusión de El libro de imágenes (2018) –su más reciente película–, Jean-Luc Godard anunció que en su próximo trabajo integrará una historia que se relaciona con el movimiento de los chalecos amarillos. En semanas recientes el director de 88 años ha tenido una serie de encuentros con la prensa francesa, lo cual resulta una novedad ya que en los últimos años su presencia mediática ha sido más bien discreta. 

“Será sobre una mujer del grupo de los chalecos amarillos que rompe son su novio”, dijo Godard a Les Inrockuptibles. En la charla, que se llevó a cabo en la casa de realizador que aparece en Rostros y lugares (Agnès Varda, 2017), el cineasta confesó que el tema lo inspira la tragedia histórica Bérénice, de Jean Racine; “el personaje recuerda a Bérénice y su relación con Titus. Me gustaría filmar a las personas que aparecen en los noticieros, pero sumergiéndolas en una situación en la que el documental y la ficción se fusionen”. Godard se refirió específicamente a Natacha Polony, una conocida periodista francesa con la que le gustaría colaborar. 

Sobre su idea del quehacer fílmico, el director de El libro de imágenes (que se pudo ver en México durante la 65 Muestra Internacional de Cine) explica: “Es como en la política: primero, se hace la ley; luego hay un decreto y, finalmente, se aplica. Otro ejemplo: si miras por la ventana, ves un edificio enfrente que está en reparación. Se distingue un montículo de tuberías y de escaleras que ayudan a construir un andamiaje. Una una película es un andamiaje; es una pila sin formas cuyas piezas finalmente encajan; un andamio de ideas”.



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Medidas del tiempo

Curada por José Luis Barrios, en la muestra En el tiempo de la rosa no envejece el jardinero el artista mexicano Emilio Chapela hace una reflexión estética sobre las distintas medidas del tiempo. La exhibición, vigente hasta el 14 de junio, se puede ver en el Laboratorio Arte Alameda. 

Desde las fuerzas y las potencias del tiempo geológico, pasando por las formalizaciones del tiempo humano y terrestre hasta llegar a los modelos con los que la ciencia contemporánea busca medir el tiempo astronómico, la muestra (que explora el registro poético de estas escalas de tiempo) reúne una serie de videos, esculturas, objetos e instalaciones.

Chapela ancla sus reflexiones a conceptos como el movimiento, la fuerza, la velocidad, la turbulencia, la presión atmosférica, la masa, la inercia, el calor, la difracción, la humedad, la luz, la pulsión, etc. El propósito de En el tiempo de la rosa no envejece el jardinero es abrir posibilidades afectivas y estéticas que permitan entender que el tiempo no es otra cosa que la relación íntima entre el cosmos, la tierra, la vida y nuestro cuerpo.

Nacido en la Ciudad de México en 1978, Chapela investiga sobre la tecnología y sus efectos en la comunicación humana desde un punto de vista crítico; ha tenido exposiciones individuales en el Museo Carrillo Gil de la Ciudad de México (2015), Sala de Arte Público Siqueiros (2013); Casa Maauad y Henrique Faria en Nueva York (2011); y Linnienstrasse 40 en Berlín (2012).



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Medidas del tiempo

Curada por José Luis Barrios, en la muestra En el tiempo de la rosa no envejece el jardinero el artista mexicano Emilio Chapela hace una reflexión estética sobre las distintas medidas del tiempo. La exhibición, vigente hasta el 14 de junio, se puede ver en el Laboratorio Arte Alameda. 

Desde las fuerzas y las potencias del tiempo geológico, pasando por las formalizaciones del tiempo humano y terrestre hasta llegar a los modelos con los que la ciencia contemporánea busca medir el tiempo astronómico, la muestra (que explora el registro poético de estas escalas de tiempo) reúne una serie de videos, esculturas, objetos e instalaciones.

Chapela ancla sus reflexiones a conceptos como el movimiento, la fuerza, la velocidad, la turbulencia, la presión atmosférica, la masa, la inercia, el calor, la difracción, la humedad, la luz, la pulsión, etc. El propósito de En el tiempo de la rosa no envejece el jardinero es abrir posibilidades afectivas y estéticas que permitan entender que el tiempo no es otra cosa que la relación íntima entre el cosmos, la tierra, la vida y nuestro cuerpo.

Nacido en la Ciudad de México en 1978, Chapela investiga sobre la tecnología y sus efectos en la comunicación humana desde un punto de vista crítico; ha tenido exposiciones individuales en el Museo Carrillo Gil de la Ciudad de México (2015), Sala de Arte Público Siqueiros (2013); Casa Maauad y Henrique Faria en Nueva York (2011); y Linnienstrasse 40 en Berlín (2012).



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viernes, 26 de abril de 2019

La profundidad del cotorreo

En años recientes la obra de Melquiades Herrera (1949-2003) ha sido revalorada: una muestra en el MUAC y un libro, por mencionar un par de manifestaciones, constatan la vigencia de su trabajo. Ahora llega un documental, titulado Melquiades Herrera: Un peatón profesional (2018), que se plantea como un retrato que muestra la ligereza y la profundidad de la obra de Herrera, gestada a partir del humor y la reflexión de lo cotidiano. El filme, que se presentará mañana en el MUAC a las 11:00 horas, lo dirigió Jorge Prior; aquí, una entrevista con el realizador.  

Trabajaste con Melquiades Herrera en los cortos Uno x 5, tres x 10 y Venta de peines, ambos de 1993, ¿cómo fue tu colaboración con él?

Empecé a trabajar con Melquiades haciendo unas cápsulas para el programa La caravana, con Víctor Trujillo y Ausencio Cruz, que dirigía Alejandro Gamboa. Yo me encargaba de la sección “El gabinete del doctor Melquiades Herrera” en la que Melquiades mostraba cosas curiosas: cartas, postales, rompecabezas, etc. Ahí trabamos amistad. Sin embargo, al programa le pareció demasiado intelectual su presencia y la sección dejó de hacerse. Comencé a ir a sus performances y de ahí surgió la idea de filmar uno –Uno x 5, Tres x 10– que tenía que ver con los vendedores ambulantes; propuse ese trabajo a TV UNAM como un videoclip, aunque, claro, se trató de una mentira. Él proponía los textos y yo los lugares. En esos años, también, hacía un programa sobre plástica para Canal 22 y, como parte de ese proyecto, en colaboración hicimos un episodio dedicado al performance; se trató de una discusión entre Blas Galindo, Maris Bustamante, Teresa Margolles y Melquiades Herrera que tuvo como escenario un tiradero de coches que estaba cerca de Miramontes; en el programa cada uno hizo un performance; Melquiades, por su lado, hizo el de los peines.  

Decía Melquiades que las obras de arte son producto de otras obras de arte, ¿de qué es producto y qué recoge Melquiades Herrera: Un peatón profesional?

Cuando hicimos aquellos trabajo él era mi cuate, no existía ningún tipo de devoción, nunca pensamos que lo que hacíamos iba a trascender, en realidad nos divertíamos mucho; a la distancia me doy cuenta de que su lectura de las cosas era muy original, miraba lo cotidiano a través del metalenguaje; se podría decir que era una reflexión inconsciente; Melquiades tenía una ligereza particular, era una persona muy culta, pero no era engreído sino que mezclaba lo que sabía con el cotorreo; era muy divertido estar con él.  

«Es muy interesante ver cómo las generaciones que le siguieron lo revaloran y le dan un sentido que nosotros no pudimos darle ya que no alcanzamos a ver la profundidad de su trabajo»

El título del filme engloba lo que representa el creador en la escena del arte contemporáneo…

Su tarjeta de presentación era esa: él sacaba un boleto del metro donde venía su nombre y su teléfono; lo de peatón profesional no sé si lo dijo él o César Martínez, pero es la definición más clara de alguien que camina por la ciudad; a él no le importaba, como a la mayoría, llegar de un punto a otro, a él le importaba ver lo que ocurría por donde pasaba y retratarlo, siempre llevaba una cámara polaroid con la que captaba las cosas más insólitas; ahora es más fácil porque todos llevamos un teléfono con una cámara; tenía una capacidad de descubrir en la calle cualquier tipo de cosa rara, incluso cosas muy obvias, que están ahí, pero hay que tener la educación para encontrarlas; él nos enseñó eso, nos insertó una perversa visión para hallar lo insólito.

¿Llevaste a nivel formal en tu película la inventiva del artista?

La película es un retrato, lo que quise fue conservar el espíritu festivo, híper crítico, irónico, de nunca tomarse demasiado en serio (quizá por eso en su época no le hicieron mucho caso); eso mismo es, por el contrario, tomarse muy en serio y por eso ahora lo revaloramos, porque él nos abrió a la ligereza y al mismo tiempo a la profundidad. Lo que me importa es que la gente sepa quién fue Melquiades, cómo era. Los videos de antes los hice en complicidad con él. Una vez, por ejemplo, se nos ocurrió hacer algo con unos caleidoscopios que él siempre traía, que había comprado en Viaducto, y le dije te tengo que meter al caleidoscopio, ¿cómo le hacemos?; entonces mandé a construir uno de tamaño gigante y fue muy divertido; yo veía lo que él hacía y lo ponía en escena.  

Considerando el interés que ahora suscita la obra de Herrera, ¿cuál es el principal aporte de la película?

Tengo cosas grabadas que nunca había mostrado, cosas con errores técnicos y, también, un performace que hizo en el Ex Teresa. Para hacer este documental escarbamos en varios lados; lo importante es ver a Melquiades y no explicarlo con palabras, porque él era algo insólito: por más que lo platiques, si no lo ves, no lo crees. Mucho de esto se logró gracias a que Sol Henaro rescató y organizó la obra de Melquiades; ella me buscó hace años porque los videos que hicimos estaban desperdigados o perdidos; generó una labor arqueológica de rescatar todo lo que hizo que, aunque tenía un cierto orden, no era objeto de atención; todo estaba concentrado en su casa de Ciudad Azteca; muchos de los materiales que aparecen en la película fueron recuperados gracias a la metódica labor que coordinó Henaro para ordenar, limpiar, fotografiar su archivo, etc. Incluso había muchas cosas que yo no conocía; puedo decir, por ejemplo, que nunca fui a su casa, casi nadie fue. El archivo, por supuesto, comparte una visión organizada, la mía tiene más que ver con el desmadre porque yo era su cuate; no soy un crítico de arte, soy un observador. Por decir algo, no conocía la relación que tuvo con Abraham Cruzvillegas, pero fue muy ilustrativo saber todo eso. Es muy interesante ver cómo las generaciones que le siguieron lo revaloran y le dan un sentido que nosotros no pudimos darle ya que no alcanzamos a ver la profundidad de su trabajo.

Melquiades Herrera. Un peatón profesional – DOCUMENTALES TV UNAM

#DocumentalesTVUNAM Melquiades Herrera. Un peatón profesional Jorge Prior hace un recorrido único por la vida y obra de este excéntrico variopinto artista popular como él mismo se define, pionero del performance, al que Herrera llamó arte-ficción. #PrendeTVUNAM sábado 27 de octubre, 20:30 h

Posted by TVUNAM on Friday, October 26, 2018



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La profundidad del cotorreo

En años recientes la obra de Melquiades Herrera (1949-2003) ha sido revalorada: una muestra en el MUAC y un libro, por mencionar un par de manifestaciones, constatan la vigencia de su trabajo. Ahora llega un documental, titulado Melquiades Herrera: Un peatón profesional (2018), que se plantea como un retrato que muestra la ligereza y la profundidad de la obra de Herrera, gestada a partir del humor y la reflexión de lo cotidiano. El filme, que se presentará mañana en el MUAC, lo dirigió Jorge Prior; aquí, una entrevista con el realizador.  

Trabajaste con Melquiades Herrera en los cortos Uno x 5, tres x 10 y Venta de peines, ambos de 1993, ¿cómo fue tu colaboración con él?

Empecé a trabajar con Melquiades haciendo unas cápsulas para el programa La caravana, con Víctor Trujillo y Ausencio Cruz, que dirigía Alejandro Gamboa. Yo me encargaba de la sección “El gabinete del doctor Melquiades Herrera” en la que Melquiades mostraba cosas curiosas: cartas, postales, rompecabezas, etc. Ahí trabamos amistad. Sin embargo, al programa le pareció demasiado intelectual su presencia y la sección dejó de hacerse. Comencé a ir a sus performances y de ahí surgió la idea de filmar uno –Uno x 5, Tres x 10– que tenía que ver con los vendedores ambulantes; propuse ese trabajo a TV UNAM como un videoclip, aunque, claro, se trató de una mentira. Él proponía los textos y yo los lugares. En esos años, también, hacía un programa sobre plástica para Canal 22 y, como parte de ese proyecto, en colaboración hicimos un episodio dedicado al performance; se trató de una discusión entre Blas Galindo, Maris Bustamante, Teresa Margolles y Melquiades Herrera que tuvo como escenario un tiradero de coches que estaba cerca de Miramontes; en el programa cada uno hizo un performance; Melquiades, por su lado, hizo el de los peines.  

Decía Melquiades que las obras de arte son producto de otras obras de arte, ¿de qué es producto y qué recoge Melquiades Herrera: Un peatón profesional?

Cuando hicimos aquellos trabajo él era mi cuate, no existía ningún tipo de devoción, nunca pensamos que lo que hacíamos iba a trascender, en realidad nos divertíamos mucho; a la distancia me doy cuenta de que su lectura de las cosas era muy original, miraba lo cotidiano a través del metalenguaje; se podría decir que era una reflexión inconsciente; Melquiades tenía una ligereza particular, era una persona muy culta, pero no era engreído sino que mezclaba lo que sabía con el cotorreo; era muy divertido estar con él.  

«Es muy interesante ver cómo las generaciones que le siguieron lo revaloran y le dan un sentido que nosotros no pudimos darle ya que no alcanzamos a ver la profundidad de su trabajo»

El título del filme engloba lo que representa el creador en la escena del arte contemporáneo…

Su tarjeta de presentación era esa: él sacaba un boleto del metro donde venía su nombre y su teléfono; lo de peatón profesional no sé si lo dijo él o César Martínez, pero es la definición más clara de alguien que camina por la ciudad; a él no le importaba, como a la mayoría, llegar de un punto a otro, a él le importaba ver lo que ocurría por donde pasaba y retratarlo, siempre llevaba una cámara polaroid con la que captaba las cosas más insólitas; ahora es más fácil porque todos llevamos un teléfono con una cámara; tenía una capacidad de descubrir en la calle cualquier tipo de cosa rara, incluso cosas muy obvias, que están ahí, pero hay que tener la educación para encontrarlas; él nos enseñó eso, nos insertó una perversa visión para hallar lo insólito.

¿Llevaste a nivel formal en tu película la inventiva del artista?

La película es un retrato, lo que quise fue conservar el espíritu festivo, híper crítico, irónico, de nunca tomarse demasiado en serio (quizá por eso en su época no le hicieron mucho caso); eso mismo es, por el contrario, tomarse muy en serio y por eso ahora lo revaloramos, porque él nos abrió a la ligereza y al mismo tiempo a la profundidad. Lo que me importa es que la gente sepa quién fue Melquiades, cómo era. Los videos de antes los hice en complicidad con él. Una vez, por ejemplo, se nos ocurrió hacer algo con unos caleidoscopios que él siempre traía, que había comprado en Viaducto, y le dije te tengo que meter al caleidoscopio, ¿cómo le hacemos?; entonces mandé a construir uno de tamaño gigante y fue muy divertido; yo veía lo que él hacía y lo ponía en escena.  

Considerando el interés que ahora suscita la obra de Herrera, ¿cuál es el principal aporte de la película?

Tengo cosas grabadas que nunca había mostrado, cosas con errores técnicos y, también, un performace que hizo en el Ex Teresa. Para hacer este documental escarbamos en varios lados; lo importante es ver a Melquiades y no explicarlo con palabras, porque él era algo insólito: por más que lo platiques, si no lo ves, no lo crees. Mucho de esto se logró gracias a que Sol Henaro rescató y organizó la obra de Melquiades; ella me buscó hace años porque los videos que hicimos estaban desperdigados o perdidos; generó una labor arqueológica de rescatar todo lo que hizo que, aunque tenía un cierto orden, no era objeto de atención; todo estaba concentrado en su casa de Ciudad Azteca; muchos de los materiales que aparecen en la película fueron recuperados gracias a la metódica labor que coordinó Henaro para ordenar, limpiar, fotografiar su archivo, etc. Incluso había muchas cosas que yo no conocía; puedo decir, por ejemplo, que nunca fui a su casa, casi nadie fue. El archivo, por supuesto, comparte una visión organizada, la mía tiene más que ver con el desmadre porque yo era su cuate; no soy un crítico de arte, soy un observador. Por decir algo, no conocía la relación que tuvo con Abraham Cruzvillegas, pero fue muy ilustrativo saber todo eso. Es muy interesante ver cómo las generaciones que le siguieron lo revaloran y le dan un sentido que nosotros no pudimos darle ya que no alcanzamos a ver la profundidad de su trabajo.

Melquiades Herrera. Un peatón profesional – DOCUMENTALES TV UNAM

#DocumentalesTVUNAM Melquiades Herrera. Un peatón profesional Jorge Prior hace un recorrido único por la vida y obra de este excéntrico variopinto artista popular como él mismo se define, pionero del performance, al que Herrera llamó arte-ficción. #PrendeTVUNAM sábado 27 de octubre, 20:30 h

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Agenda de fin de semana

Película

El tiempo de los amantes (2013), de Jérôme Bonnell

En un viaje en tren, dos desconocidos se miran y sus vidas cambian. Ella es Alix (Emmanuelle Devos), una actriz francesa que va a París a hacer un casting. Él es Doug (Gabriel Byrne), un enigmático irlandés, profesor de literatura en Londres, que va al funeral de una amiga. El azar y la atracción son los ingredientes perfectos para una excitante aventura. El filme de Bonnell se presenta como parte del ciclo Snob, que proyecta filmes franceses sin distribución en salas comerciales en México.

Cinéma IFAL

Sábado, 17:00 PM

$50

Exposición

Atl, fuego, tierra y viento. Sublime sensación

La muestra va de la violencia volcánica hasta la serenidad campestre, pasando por paisajes tan diversos como valles, nevados y bosques retratados hábilmente por Gerardo Murillo, conocido como Dr. Atl, considerado padre del muralismo mexicano.

MUNAL

Martes a domingo, de 10:00 a 18:00 horas

$70

Entrada gratuita a Amigos MUNAL, menores de 13 años, personas con discapacidad, estudiantes, maestros y adultos mayores presentando credencial vigente, aplica únicamente para nacionales.

Imagen – ‘La nube’ (1931), de Gerardo Murillo “Dr. Atl»

Fiesta del libro

Más de cuarenta editoriales, distribuidoras y librerías independientes se dan cita en esta edición de la Fiesta del Libro “Letras de tránsito”, organizada por el Centro Cultural de España en México, con stands, presentaciones y un espacio de debate.

Centro Cultural de España en México

Sábado, de 11:00 a 19:00 horas

Domingo, de 10:00 a 16:00 horas



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Agenda de fin de semana

Película

El tiempo de los amantes (2013), de Jérôme Bonnell

En un viaje en tren, dos desconocidos se miran y sus vidas cambian. Ella es Alix (Emmanuelle Devos), una actriz francesa que va a París a hacer un casting. Él es Doug (Gabriel Byrne), un enigmático irlandés, profesor de literatura en Londres, que va al funeral de una amiga. El azar y la atracción son los ingredientes perfectos para una excitante aventura. El filme de Bonnell se presenta como parte del ciclo Snob, que proyecta filmes franceses sin distribución en salas comerciales en México.

Cinéma IFAL

Sábado, 17:00 PM

$50

Exposición

Atl, fuego, tierra y viento. Sublime sensación

La muestra va de la violencia volcánica hasta la serenidad campestre, pasando por paisajes tan diversos como valles, nevados y bosques retratados hábilmente por Gerardo Murillo, conocido como Dr. Atl, considerado padre del muralismo mexicano.

MUNAL

Martes a domingo, de 10:00 a 18:00 horas

$70

Entrada gratuita a Amigos MUNAL, menores de 13 años, personas con discapacidad, estudiantes, maestros y adultos mayores presentando credencial vigente, aplica únicamente para nacionales.

Imagen – ‘La nube’ (1931), de Gerardo Murillo “Dr. Atl»

Fiesta del libro

Más de cuarenta editoriales, distribuidoras y librerías independientes se dan cita en esta edición de la Fiesta del Libro “Letras de tránsito”, organizada por el Centro Cultural de España en México, con stands, presentaciones y un espacio de debate.

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