viernes, 29 de mayo de 2020

La secuela de ‘Laberinto’ ya tiene director

Tras dejar las cintas de superhéroes por diferencias creativas con Marvel Studios, Scott Derrickson se pondrá al frente de la secuela de Laberinto (Labyrinth), la fantasía de 1986 protagonizada por David Bowie y Jennifer Connelly, que está siendo producida por TriStar Pictures. 

Aún se desconoce la trama, la fecha de estreno y el elenco oficial, pero se sabe que Maggie Levin escribirá el guion; la productora será Lisa Henson, de The Jim Henson Company, que se encargó de diseñar las marionetas originales. Además C. Robert Cargill, colaborador frecuente de Derrickson, se desempeñará como productor ejecutivo. 

La historia de la mítica cinta sigue al personaje de Connelly, una niña de dieciséis años que debe atravesar un laberinto para rescatar a su hermano pequeño. Ahí la espera el Rey de los Goblins, Jareth, interpretado por Bowie, que musicalizó la película junto al compositor sudafricano Trevor Jones. 

En su momento Laberinto recibió críticas desfavorables por parte del público y la crítica, pero con el tiempo se convirtió en una cinta de culto. Durante más de tres décadas su universo se ha expandido a libros, videojuegos y cómics. Incluso se popularizó en una representación de disfraces, una de las más grandes del mundo. 

Derrickson ha dirigido las cintas Doctor Strange: Hechicero supremo (2016), Líbranos del mal (2014) , Siniestro (2012) y El exorcismo de Emily Rose (2005), entre otras. También ha sido productor ejecutivo de series de televisión como Into the Dark y Snowpiercer.  

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La secuela de ‘Laberinto’ ya tiene director

Tras dejar las cintas de superhéroes por diferencias creativas con Marvel Studios, Scott Derrickson se pondrá al frente de la secuela de Laberinto (Labyrinth), la fantasía de 1986 protagonizada por David Bowie y Jennifer Connelly, que está siendo producida por TriStar Pictures. 

Aún se desconoce la trama, la fecha de estreno y el elenco oficial, pero se sabe que Maggie Levin escribirá el guion; la productora será Lisa Henson, de The Jim Henson Company, que se encargó de diseñar las marionetas originales. Además C. Robert Cargill, colaborador frecuente de Derrickson, se desempeñará como productor ejecutivo. 

La historia de la mítica cinta sigue al personaje de Connelly, una niña de dieciséis años que debe atravesar un laberinto para rescatar a su hermano pequeño. Ahí la espera el Rey de los Goblins, Jareth, interpretado por Bowie, que musicalizó la película junto al compositor sudafricano Trevor Jones. 

En su momento Laberinto recibió críticas desfavorables por parte del público y la crítica, pero con el tiempo se convirtió en una cinta de culto. Durante más de tres décadas su universo se ha expandido a libros, videojuegos y cómics. Incluso se popularizó en una representación de disfraces, una de las más grandes del mundo. 

Derrickson ha dirigido las cintas Doctor Strange: Hechicero supremo (2016), Líbranos del mal (2014) , Siniestro (2012) y El exorcismo de Emily Rose (2005), entre otras. También ha sido productor ejecutivo de series de televisión como Into the Dark y Snowpiercer.  

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miércoles, 27 de mayo de 2020

Flying Lotus en vivo, hoy

Retrato de Flying Lotus: © Renata Raksha

 

Flying Lotus dará un concierto hoy a las 19:00 horas de México, en una transmisión en vivo desde el Instagram de Pitchfork. Es parte de la iniciativa Stay-at-Home, que difunde música todos los miércoles y viernes. Servirá como consuelo para quienes esperaban ver al artista en la última edición del festival NRMAL.

Steven Ellison, más conocido como Flying Lotus, tiene una trayectoria de 15 años creando y produciendo música. Realizó cinco discos entre 2006 y 2014, que abrazan las vanguardias artísticas para fusionarse con el rap más progresivo. Su sexto trabajo, Flamagra, tuvo una gran recepción crítica el año pasado. Los oyentes de hip hop experimental podrán verlo interpretar esas canciones ahora.

El éxito del último disco ha sido tal que una versión instrumental será liberada en las plataformas de streaming el próximo 29 de mayo. Thundercat, Brandon Colemon, Miguel Atwood-Ferguson, Justin Brown y Dennis Hamm son algunos de los artistas implicados en este proyecto, donde las percusiones conviven con la electrónica más elaborada.  

La serie de conciertos de Pitchfork seguirá con artistas como Ohmme, Buscabulla y Jeff Rosenstock. La plataforma lanzó recientemente Listening Club, donde los músicos realizan entrevistas y actuaciones en vivo, y que ha tenido como principal invitado a Perfume Genius. 

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Flying Lotus en vivo, hoy

Retrato de Flying Lotus: © Renata Raksha

 

Flying Lotus dará un concierto hoy a las 19:00 horas de México, en una transmisión en vivo desde el Instagram de Pitchfork. Es parte de la iniciativa Stay-at-Home, que difunde música todos los miércoles y viernes. Servirá como consuelo para quienes esperaban ver al artista en la última edición del festival NRMAL.

Steven Ellison, más conocido como Flying Lotus, tiene una trayectoria de 15 años creando y produciendo música. Realizó cinco discos entre 2006 y 2014, que abrazan las vanguardias artísticas para fusionarse con el rap más progresivo. Su sexto trabajo, Flamagra, tuvo una gran recepción crítica el año pasado. Los oyentes de hip hop experimental podrán verlo interpretar esas canciones ahora.

El éxito del último disco ha sido tal que una versión instrumental será liberada en las plataformas de streaming el próximo 29 de mayo. Thundercat, Brandon Colemon, Miguel Atwood-Ferguson, Justin Brown y Dennis Hamm son algunos de los artistas implicados en este proyecto, donde las percusiones conviven con la electrónica más elaborada.  

La serie de conciertos de Pitchfork seguirá con artistas como Ohmme, Buscabulla y Jeff Rosenstock. La plataforma lanzó recientemente Listening Club, donde los músicos realizan entrevistas y actuaciones en vivo, y que ha tenido como principal invitado a Perfume Genius. 

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Ulises vuelve a casa

Hubo hace tiempo un Ulises sobre el que escribía Cavafis: “Cuando emprendas tu viaje a Ítaca / pide que el camino sea largo […] Ten siempre a Ítaca en la mente. / Llegar ahí es tu destino. / Mas no apresures nunca el viaje”, instruye el poeta a todos los viajeros que han vuelto a casa después de una guerra, desde la de Troya hasta la del narco. Aprender del viaje, ordenar lo aprendido, disfrutar la comezón de las nostalgias dobles que dan por el lugar que se deja y por aquel al que se vuelve. Ya no estoy aquí (2019) podría ser otro canto que resuma a la Odisea, ese relato fundacional sobre migración, frontera y retorno que contó, de una vez y para siempre, la historia de todos los exilios.

Filmada en poco menos de seis semanas en dos periferias en apariencia incompatibles –el barrio de Jackson Heights en Queens, al oriente de Manhattan, y la brava colonia Independencia, la “Indepe”, en los cerros sureños de Monterrey–, Ya no estoy aquí, el segundo largo de Fernando Frías de la Parra, que ganó el pasado Festival de Morelia (FICM), es una cumbia de guerra. Sus protagonistas son los Terkos, pero sus oponentes no son las bandas rivales, sino los fabricantes de pornomiseria fílmica, violencias contemplativas y marginalidad exportable en un relato que coloca en el centro la vitalidad musical de la cultura “kolombia”, uno de los accidentes sincréticos más vibrantes y auténticos del norte mexicano.

Ya no estoy aquí se gestó en un largo arco de siete años, que van desde la primera escritura hasta el trabajo con el elenco en un programa actoral en barrios periféricos de Monterrey. Es un proyecto cuya vocación no es retratar los márgenes del desarrollo desde la distancia antropológica, sino que está creado a partir de ellos, de la empatía y de la voz de sus integrantes. El resultado es una cinta en donde los barrios bravos nos hacen sentir bien recibidos, aunque la muerte se asome en cada esquina; la mirada de Frías pone la colaboración ahí en donde suele estar la etnografía.

A contrapelo de las cámaras en mano, el alto contraste en la foto, el grano reventado o el montaje frenético de ciertos cines del sur, herencia mal avenida de Ciudad de Dios (2002) o de Amores perros (2000), la cámara de Damián García y el diseño sonoro de Javier Umpierrez y Olaitan Agueh dibujan un mundo propio que no se define a partir de socioeconomías fracturadas, sino del sentido de pertenencia. El arduo proceso de creación estuvo marcado por rechazos en convocatorias, productores poco comprometidos con un proyecto sin rentabilidad asegurada y descalabros financieros. Todos son síntomas de una industria fílmica de corrupciones silenciadas, clasismos cotidianos y compadrazgos malsanos en donde la diversidad podrá ser un tema para ganar premios, pero nunca una necesidad vital. Que Ya no estoy aquí exista, y que además sea la mejor película mexicana de 2019 y de lo que va de 2020, es un triunfo de la integridad artística contra las peores inercias del medio cinematográfico.

En espíritu y en generación, el director y guionista aprendió de dos escuelas fundamentales: por un lado, los thrillers de Costa-Gavras como Z (1969) o Estado de sitio (1972); por otro, el cine urbano de los años noventa que exploró la formación de identidades juveniles, raciales y de clase a través de los códigos del Bildungskino y que registra la brutal resaca del neoliberalismo à la Reagan. En su pasado reciente están El odio (La Haine, Kassovitz, 1995), Los dueños de la calle (Boyz n the Hood, Singleton, 1991) o Haz lo correcto (Do The Right Thing, Lee, 1989), pero en sus raíces están cintas de extracción tan diversa como Los Caifanes (Ibañez, 1996), Naranja mecánica (A Clockwork Orange, Kubrick, 1971), Los guerreros (The Warriors, Hill, 1979) o Amor sin barreras (West Side Story, Wise-Robbins, 1961), primeras crónicas de un urbanismo multiétnico en el que las tensiones juveniles eran siempre incendios latentes, en espera de una chispa.

En casi todas ellas, desde West Side Story hasta Kubrick o Lee, la música es un núcleo que cohesiona estas nuevas identidades líquidas, pero pocas veces el ritmo ha sido explorado desde el ángulo de Ya no estoy aquí; el viaje y el retorno de Ulises (Juan Daniel García, “Derek”) desde la colonia Independencia hasta Queens es un viaje de exilio social, económico y político empujado por la guerra calderonista, pero también es una búsqueda de pertenencia que absorbe y asimila los entornos musicales, plásticos y urbanos por los que atraviesa. El ascenso y la disolución de los Terkos es, a fin de cuentas, la historia fugaz de una civilización minúscula cuyo auge produce una cultura completa que se desvanece al instante, pero que se alarga al ralentizar las cumbias, rebajarles el ímpetu y la libido. En el proceso se vuelven melancólicas, acuosas, espesas: las cumbias lentas ya no tienen el pulso del coito ritual, sino de la nostalgia del exiliado.

Ya no estoy aquí, que por desgracia o por mercado –que es lo mismo– se estrena hoy en una plataforma de streaming, coincide en un año milagroso para el cine producido y contado desde Monterrey. Un año que incluye producciones tan diversas en tono, intención y calidad como La paloma y el lobo de Carlos Lenin, Muerte al verano de Sebastián Padilla o Cindy la regia de Catalina Mastretta y Santiago Limón. Entre ellas, la de Frías de la Parra es la más acuciosa en la exploración de una identidad que, siendo regional, se transforma mediante el desplazamiento.

Como el Ulises inventado por Homero y cantado por Cavafis, el de Ya no estoy aquí no tiene por Ítaca a una patria fija, sino que la lleva a cuestas y la usa para diluir fronteras, sean políticas, internas o idiomáticas; la vuelta a casa, para un Ulises y para el otro, no está en el puerto de llegada sino en el paisaje del camino: el viaje de vuelta a la raíz se alarga, se sostiene, se hace lento, como quien rebaja una cumbia.

 

Publicada originalmente en la edición 154 de La Tempestad, abril-mayo de 2020

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Ulises vuelve a casa

Hubo hace tiempo un Ulises sobre el que escribía Cavafis: “Cuando emprendas tu viaje a Ítaca / pide que el camino sea largo […] Ten siempre a Ítaca en la mente. / Llegar ahí es tu destino. / Mas no apresures nunca el viaje”, instruye el poeta a todos los viajeros que han vuelto a casa después de una guerra, desde la de Troya hasta la del narco. Aprender del viaje, ordenar lo aprendido, disfrutar la comezón de las nostalgias dobles que dan por el lugar que se deja y por aquel al que se vuelve. Ya no estoy aquí (2019) podría ser otro canto que resuma a la Odisea, ese relato fundacional sobre migración, frontera y retorno que contó, de una vez y para siempre, la historia de todos los exilios.

Filmada en poco menos de seis semanas en dos periferias en apariencia incompatibles –el barrio de Jackson Heights en Queens, al oriente de Manhattan, y la brava colonia Independencia, la “Indepe”, en los cerros sureños de Monterrey–, Ya no estoy aquí, el segundo largo de Fernando Frías de la Parra, que ganó el pasado Festival de Morelia (FICM), es una cumbia de guerra. Sus protagonistas son los Terkos, pero sus oponentes no son las bandas rivales, sino los fabricantes de pornomiseria fílmica, violencias contemplativas y marginalidad exportable en un relato que coloca en el centro la vitalidad musical de la cultura “kolombia”, uno de los accidentes sincréticos más vibrantes y auténticos del norte mexicano.

Ya no estoy aquí se gestó en un largo arco de siete años, que van desde la primera escritura hasta el trabajo con el elenco en un programa actoral en barrios periféricos de Monterrey. Es un proyecto cuya vocación no es retratar los márgenes del desarrollo desde la distancia antropológica, sino que está creado a partir de ellos, de la empatía y de la voz de sus integrantes. El resultado es una cinta en donde los barrios bravos nos hacen sentir bien recibidos, aunque la muerte se asome en cada esquina; la mirada de Frías pone la colaboración ahí en donde suele estar la etnografía.

A contrapelo de las cámaras en mano, el alto contraste en la foto, el grano reventado o el montaje frenético de ciertos cines del sur, herencia mal avenida de Ciudad de Dios (2002) o de Amores perros (2000), la cámara de Damián García y el diseño sonoro de Javier Umpierrez y Olaitan Agueh dibujan un mundo propio que no se define a partir de socioeconomías fracturadas, sino del sentido de pertenencia. El arduo proceso de creación estuvo marcado por rechazos en convocatorias, productores poco comprometidos con un proyecto sin rentabilidad asegurada y descalabros financieros. Todos son síntomas de una industria fílmica de corrupciones silenciadas, clasismos cotidianos y compadrazgos malsanos en donde la diversidad podrá ser un tema para ganar premios, pero nunca una necesidad vital. Que Ya no estoy aquí exista, y que además sea la mejor película mexicana de 2019 y de lo que va de 2020, es un triunfo de la integridad artística contra las peores inercias del medio cinematográfico.

En espíritu y en generación, el director y guionista aprendió de dos escuelas fundamentales: por un lado, los thrillers de Costa-Gavras como Z (1969) o Estado de sitio (1972); por otro, el cine urbano de los años noventa que exploró la formación de identidades juveniles, raciales y de clase a través de los códigos del Bildungskino y que registra la brutal resaca del neoliberalismo à la Reagan. En su pasado reciente están El odio (La Haine, Kassovitz, 1995), Los dueños de la calle (Boyz n the Hood, Singleton, 1991) o Haz lo correcto (Do The Right Thing, Lee, 1989), pero en sus raíces están cintas de extracción tan diversa como Los Caifanes (Ibañez, 1996), Naranja mecánica (A Clockwork Orange, Kubrick, 1971), Los guerreros (The Warriors, Hill, 1979) o Amor sin barreras (West Side Story, Wise-Robbins, 1961), primeras crónicas de un urbanismo multiétnico en el que las tensiones juveniles eran siempre incendios latentes, en espera de una chispa.

En casi todas ellas, desde West Side Story hasta Kubrick o Lee, la música es un núcleo que cohesiona estas nuevas identidades líquidas, pero pocas veces el ritmo ha sido explorado desde el ángulo de Ya no estoy aquí; el viaje y el retorno de Ulises (Juan Daniel García, “Derek”) desde la colonia Independencia hasta Queens es un viaje de exilio social, económico y político empujado por la guerra calderonista, pero también es una búsqueda de pertenencia que absorbe y asimila los entornos musicales, plásticos y urbanos por los que atraviesa. El ascenso y la disolución de los Terkos es, a fin de cuentas, la historia fugaz de una civilización minúscula cuyo auge produce una cultura completa que se desvanece al instante, pero que se alarga al ralentizar las cumbias, rebajarles el ímpetu y la libido. En el proceso se vuelven melancólicas, acuosas, espesas: las cumbias lentas ya no tienen el pulso del coito ritual, sino de la nostalgia del exiliado.

Ya no estoy aquí, que por desgracia o por mercado –que es lo mismo– se estrena hoy en una plataforma de streaming, coincide en un año milagroso para el cine producido y contado desde Monterrey. Un año que incluye producciones tan diversas en tono, intención y calidad como La paloma y el lobo de Carlos Lenin, Muerte al verano de Sebastián Padilla o Cindy la regia de Catalina Mastretta y Santiago Limón. Entre ellas, la de Frías de la Parra es la más acuciosa en la exploración de una identidad que, siendo regional, se transforma mediante el desplazamiento.

Como el Ulises inventado por Homero y cantado por Cavafis, el de Ya no estoy aquí no tiene por Ítaca a una patria fija, sino que la lleva a cuestas y la usa para diluir fronteras, sean políticas, internas o idiomáticas; la vuelta a casa, para un Ulises y para el otro, no está en el puerto de llegada sino en el paisaje del camino: el viaje de vuelta a la raíz se alarga, se sostiene, se hace lento, como quien rebaja una cumbia.

 

Publicada originalmente en la edición 154 de La Tempestad, abril-mayo de 2020

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jueves, 21 de mayo de 2020

David Lynch lanza un corto animado

David Lynch estrenó este miércoles su cortometraje animado Fire. La cinta, en la que trabajó desde 2015, fue realizada junto al compositor Marek Zebrowski, con quien colaboró en el álbum electrónico Polish Night Music

“El experimento consistió en que yo no diría nada sobre mis intenciones y Marek tendría que interpretar las imágenes a su manera. Así que tengo que decir que fue exitoso y me encanta la composición que escribió”, explicó Lynch cuando presentó la pieza hace unos años en la Thornton School of Music. El filme, escrito y dibujado por él mismo, está disponible en su canal de YouTube. 

Fire constituye la segunda producción de Lynch liberada este año, pues en enero apareció en Netflix What Did Jack Do? En 2017 retomó, 26 años después de su emisión original, la icónica serie de televisión Twin Peaks, con un tercera temporada producida para Showtime. Se desconoce si el cineasta volverá a rodar un largometraje en el futuro.  

En los últimos tiempos Lynch ha estado activo en redes sociales, publicando una serie de videos donde hace comentarios sobre el clima desde su estudio en Los Ángeles. Con este antecedente, algunos seguidores creen que la cinta animada refleja la preocupación del artista por el deterioro ambiental. 

El cineasta ha expresado su opinión sobre la actual crisis sanitaria, manteniendo un ánimo positivo para el mundo postpandemia: “Por alguna razón, íbamos por el camino equivocado y la Madre Naturaleza simplemente dijo: Ya es suficiente, tenemos que detener todo. Esto va a durar lo suficiente como para conducir a algún tipo de nueva forma de pensar”, expresó en una entrevista para Vice

Aquí puede verse el relato animado Fire

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David Lynch lanza un corto animado

David Lynch estrenó este miércoles su cortometraje animado Fire. La cinta, en la que trabajó desde 2015, fue realizada junto al compositor Marek Zebrowski, con quien colaboró en el álbum electrónico Polish Night Music

“El experimento consistió en que yo no diría nada sobre mis intenciones y Marek tendría que interpretar las imágenes a su manera. Así que tengo que decir que fue exitoso y me encanta la composición que escribió”, explicó Lynch cuando presentó la pieza hace unos años en la Thornton School of Music. El filme, escrito y dibujado por él mismo, está disponible en su canal de YouTube. 

Fire constituye la segunda producción de Lynch liberada este año, pues en enero apareció en Netflix What Did Jack Do? En 2017 retomó, 26 años después de su emisión original, la icónica serie de televisión Twin Peaks, con un tercera temporada producida para Showtime. Se desconoce si el cineasta volverá a rodar un largometraje en el futuro.  

En los últimos tiempos Lynch ha estado activo en redes sociales, publicando una serie de videos donde hace comentarios sobre el clima desde su estudio en Los Ángeles. Con este antecedente, algunos seguidores creen que la cinta animada refleja la preocupación del artista por el deterioro ambiental. 

El cineasta ha expresado su opinión sobre la actual crisis sanitaria, manteniendo un ánimo positivo para el mundo postpandemia: “Por alguna razón, íbamos por el camino equivocado y la Madre Naturaleza simplemente dijo: Ya es suficiente, tenemos que detener todo. Esto va a durar lo suficiente como para conducir a algún tipo de nueva forma de pensar”, expresó en una entrevista para Vice

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miércoles, 20 de mayo de 2020

Seminario del MUAC, en línea

Por séptima ocasión el MUAC realizará, del 26 de mayo al 29 de junio de 2021, el Seminario de Introducción al Arte Contemporáneo (Siaco), con la novedad de que se llevará a cabo por primera vez en línea, además de ofrecer una opción a diplomado. 

Este programa de la UNAM busca introducir a los participantes en el lenguaje del arte contemporáneo nacional e internacional, a través de la revisión de conceptos y movimientos artísticos claves de la historia. De tomar los cinco módulos, la máxima casa de estudios entregará un diploma de certificación oficial, aunque el interesado tiene la opción de elegir los módulos a estudiar. 

Las clases, impartidas por agentes culturales de la escena contemporánea, serán mediante la plataforma Aulas Virtuales, de la Coordinación de Universidad Abierta y Educación a Distancia, y la aplicación de videoconferencias Zoom. Dichas sesiones se realizarán cada martes de 11:00 a 14:00 horas. 

Para el público en general, el seminario tiene un costo de 18 mil pesos. Sin embargo, los módulos estarán disponibles de forma independiente por una cuota de 3 mil 600 pesos cada uno. El curso completo tiene una duración de 120 horas y, si se paga de contado, el costo es de 16 mil pesos. Miembros de Comunidad UNAM, Amigos del MUAC, INAPAM, estudiantes y maestros reciben un descuento de 30 por ciento sobre los precios mencionados. 

Las inscripciones terminan el próximo 25 de mayo, y el cupo máximo es de 30 participantes. Para mayores informes, los interesados pueden escribir a la dirección de correo electrónico cursosytalleres@muac.unam.mx.

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Seminario del MUAC, en línea

Por séptima ocasión el MUAC realizará, del 26 de mayo al 29 de junio de 2021, el Seminario de Introducción al Arte Contemporáneo (Siaco), con la novedad de que se llevará a cabo por primera vez en línea, además de ofrecer una opción a diplomado. 

Este programa de la UNAM busca introducir a los participantes en el lenguaje del arte contemporáneo nacional e internacional, a través de la revisión de conceptos y movimientos artísticos claves de la historia. De tomar los cinco módulos, la máxima casa de estudios entregará un diploma de certificación oficial, aunque el interesado tiene la opción de elegir los módulos a estudiar. 

Las clases, impartidas por agentes culturales de la escena contemporánea, serán mediante la plataforma Aulas Virtuales, de la Coordinación de Universidad Abierta y Educación a Distancia, y la aplicación de videoconferencias Zoom. Dichas sesiones se realizarán cada martes de 11:00 a 14:00 horas. 

Para el público en general, el seminario tiene un costo de 18 mil pesos. Sin embargo, los módulos estarán disponibles de forma independiente por una cuota de 3 mil 600 pesos cada uno. El curso completo tiene una duración de 120 horas y, si se paga de contado, el costo es de 16 mil pesos. Miembros de Comunidad UNAM, Amigos del MUAC, INAPAM, estudiantes y maestros reciben un descuento de 30 por ciento sobre los precios mencionados. 

Las inscripciones terminan el próximo 25 de mayo, y el cupo máximo es de 30 participantes. Para mayores informes, los interesados pueden escribir a la dirección de correo electrónico cursosytalleres@muac.unam.mx.

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martes, 19 de mayo de 2020

Mario García Torres, ‘Solo’ en el Museo Jumex

En respuesta al cierre temporal de instituciones culturales, así como a las afectaciones de la producción artística debido a la pandemia, el Museo Jumex presentará un proyecto individual de Mario García Torres. A partir del 2 de junio, y hasta que se reanuden las actividades presenciales del museo, el artista utilizará la Galería 1.

La obra que el mexicano producirá durante este período se dará a conocer en una exposición para un solo visitante. En ese sentido, el proyecto estará disponible desde el sitio oficial de la institución con transmisiones en vivo, acompañadas de un programa con entrevistas en video, publicaciones digitales y actividades educativas. 

En Solo García Torres pone de cabeza algunas estrategias que han marcado al arte contemporáneo, como el cierre de galerías o el uso de polvo y pintura derramada. Al apropiarse de un espacio dentro del museo, estas nociones se explorarán a través de la producción y de la investigación sobre el mundo postpandémico o las formas de adaptarse a él. 

Los proyectos de García Torres tienen como punto de partida la historia del arte contemporáneo, particularmente el posminimalismo y el arte conceptual, escuelas que desafiaron a las instituciones para, posteriormente, convertirse en parte del canon institucional. 

La muestra formará parte del programa en línea Museo Jumex en casa, que funciona como una forma de seguir trabajando con artistas durante este difícil período.

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Mario García Torres, ‘Solo’ en el Museo Jumex

En respuesta al cierre temporal de instituciones culturales, así como a las afectaciones de la producción artística debido a la pandemia, el Museo Jumex presentará un proyecto individual de Mario García Torres. A partir del 2 de junio, y hasta que se reanuden las actividades presenciales del museo, el artista utilizará la Galería 1.

La obra que el mexicano producirá durante este período se dará a conocer en una exposición para un solo visitante. En ese sentido, el proyecto estará disponible desde el sitio oficial de la institución con transmisiones en vivo, acompañadas de un programa con entrevistas en video, publicaciones digitales y actividades educativas. 

En Solo García Torres pone de cabeza algunas estrategias que han marcado al arte contemporáneo, como el cierre de galerías o el uso de polvo y pintura derramada. Al apropiarse de un espacio dentro del museo, estas nociones se explorarán a través de la producción y de la investigación sobre el mundo postpandémico o las formas de adaptarse a él. 

Los proyectos de García Torres tienen como punto de partida la historia del arte contemporáneo, particularmente el posminimalismo y el arte conceptual, escuelas que desafiaron a las instituciones para, posteriormente, convertirse en parte del canon institucional. 

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La nueva ‘Scarface’, en manos de Luca Guadagnino

Luca Guadagnino, director de Llámame por tu nombre, estará a cargo de la nueva versión de Scarface para la pantalla grande, que será producida por Universal Pictures con guion de los hermanos Coen.

Aún se desconocen los detalles de la trama y los nombres de los actores que formarán parte del elenco, pero se sabe que la acción transcurrirá en Los Ángeles y estará inspirada en la figura de Al Capone, el famoso gángster estadounidense de los años veinte y treinta.

No sorprende que Hollywood esté desenterrando sus clásicos de culto. Anteriormente Scarface tuvo diferentes adaptaciones, sin embargo fueron dos las más aclamadas en sus respectivos momentos de estreno. La primera, de 1932, fue dirigida por el legendario Howard Hawks y protagonizada por Paul Muni, que interpreta a Tony Camonte. La segunda, de 1983, estuvo a cargo de Brian de Palma y es considerada como la versión definitiva, al entregar una de las personificaciones más icónicas de Al Pacino, la del inmigrante cubano Tony Montana.

Guadagnino es hoy uno de los directores más solicitados de la industria. Su primer acercamiento a la fórmula del remake fue con Suspiria en 2018, una reinterpretación del filme de horror psicológico de Dario Argento estrenado originalmente en 1977. En este sentido, Scarface no es el único compromiso futuro del director italiano, quien se puso al frente de una de las series más esperadas de HBO, We Are Who We Are, ambientada en una base militar estadounidense en Italia y protagonizada por dos niños de catorce años.

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La nueva ‘Scarface’, en manos de Luca Guadagnino

Luca Guadagnino, director de Llámame por tu nombre, estará a cargo de la nueva versión de Scarface para la pantalla grande, que será producida por Universal Pictures con guion de los hermanos Coen.

Aún se desconocen los detalles de la trama y los nombres de los actores que formarán parte del elenco, pero se sabe que la acción transcurrirá en Los Ángeles y estará inspirada en la figura de Al Capone, el famoso gángster estadounidense de los años veinte y treinta.

No sorprende que Hollywood esté desenterrando sus clásicos de culto. Anteriormente Scarface tuvo diferentes adaptaciones, sin embargo fueron dos las más aclamadas en sus respectivos momentos de estreno. La primera, de 1932, fue dirigida por el legendario Howard Hawks y protagonizada por Paul Muni, que interpreta a Tony Camonte. La segunda, de 1983, estuvo a cargo de Brian de Palma y es considerada como la versión definitiva, al entregar una de las personificaciones más icónicas de Al Pacino, la del inmigrante cubano Tony Montana.

Guadagnino es hoy uno de los directores más solicitados de la industria. Su primer acercamiento a la fórmula del remake fue con Suspiria en 2018, una reinterpretación del filme de horror psicológico de Dario Argento estrenado originalmente en 1977. En este sentido, Scarface no es el único compromiso futuro del director italiano, quien se puso al frente de una de las series más esperadas de HBO, We Are Who We Are, ambientada en una base militar estadounidense en Italia y protagonizada por dos niños de catorce años.

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El pacto del juego

Han pasado ocho años desde que el MoMA comenzó a adquirir videojuegos para su colección permanente, con títulos como Pac-Man (1980), Tetris (1984), Myst (1993), The Sims (2000) o Portal (2007), entre otros. Fue uno de los índices que ayudaron a reconsiderar el lugar que ocupan en nuestra cultura: en este siglo los videojuegos detonaron incontables conversaciones –algunas polémicas moralistas, otras de carácter formal (¿pueden algunos videojuegos considerarse arte?), algunas más desde las coordenadas del mercado y la industria–, pero ya es prácticamente imposible negar que han dejado el lugar periférico que solían tener en nuestra cultura. Como ocurrió con otras formas expresivas (la animación, los cómics, incluso los juegos de rol), los videojuegos abandonaron los bordes a través de distintas estrategias, muchas de ellas atravesando los miasmas de la nostalgia o el relato personal. De allí que sea interesante encontrarse con un título que eligió otra senda para discutirlos: Ficciones lúdicas, de Rodrigo Díez, que comenzó a circular en abril.

A pesar de lo que podría pensarse por el diseño editorial de Raúl Aguayo, el libro de Díez –como apunta Enrique Urbina en su epílogo– esquiva en su mayor parte las convenciones del ensayo personal o la tentación de la nostalgia (que hoy en día ya puede reconocerse, incluso, como una estrategia de mercado) al abordar la cuestión de los videojuegos. En este sentido, Ficciones lúdicas contrasta con títulos como Extra Lives: Why Videogames Matter (2010), de Tom Bissel, articulado a través del recuento minucioso de las emociones que puede detonar algún título en particular en la vida de un sujeto.

Urbina: “Escribo sobre mí porque creo que Rodrigo Díez escribió Ficciones lúdicas desde un lugar similar –él, sin embargo, superó el nivel emocional, puramente emocional. Porque es muy fácil escribir desde ahí, desde lo que genera un videojuego, pero es difícil ir más allá del código, de lo que el videojuego no quiere que suceda”. En efecto, la dificultad está en pensar o abordar con seriedad un producto cultural de cualquier tipo. Es algo palpable cada vez que uno intenta leer crítica de videojuegos, que en muchos aspectos opera en una zona similar a la de los escritos de quienes reseñan sin mucho pudor cine espectacular o recomiendan artículos electrónicos. Lo cierto es que sobre el cine espectacular (y probablemente sobre cualquier objeto) puede decirse algo más allá de la impresión personal o si vale la pena gastar tiempo o dinero en ello.

¿Qué tenemos, entonces, en Ficciones lúdicas? Un esfuerzo constante por la claridad argumentativa y un balance de los alcances expresivos del medio, estrategias que le permiten a Díez, incluso, considerar el futuro del medio al final del libro. Para quienes estén interesados en la vieja cuestión de la autonomía de las artes, Ficciones lúdicas se toma su tiempo para volver, en el capítulo “Vicios miméticos”, a la cuestión de la representación de la violencia en los videojuegos, pero también, en “Virtudes miméticas”, a las exageradas bondades que se les han endilgado. El resultado, para cierto tipo de lector, seguramente resultará anticlimático, pero es ante todo necesario. Con argumentos balanceados, casi escolásticos (y en conversación con autores como Steven Pinker, Nick Yee, Marvin Minsky, Brendan Keogh o Simon Parkin, entre otros), Díez subraya una verdad nada trivial aunque, por obvia, a menudo pasada por alto: los videojuegos importan, sencillamente, porque jugar importa.

Al margen de sus impresionantes alcances técnicos o expresivos, sin olvidar sus destacados giros narrativos, los videojuegos merecen nuestra atención nada menos que por ocupar un lugar en la esfera del agradable ocio. Esta verdad –que vale la pena observar cómo disfrutamos el mundo– es lo más importante del libro de Díez: con un aparente tono desapasionado, el libro invita a considerar el disfrute del juego (en un entorno que o celebra las emociones –o polémicas– que detona cierto título o se demora en las virtudes de la nueva generación del motor de juego Unreal Engine, por decir algo). A propósito de su autonomía, tal vez un argumento similar pueda hacerse en las constreñidas disciplinas artísticas. ¿Por qué importa el arte? Porque es gozoso, porque sí.

Volviendo al juego, ejemplifico finalmente con una nota que, me temo, tiene algo de personal: desde finales de 2019 comencé a jugar Death Stranding, de Hideo Kojima, un título de mundo abierto que funciona como simulador de caminatas a través de paisajes montañosos (con ocasionales momentos de acción). Es un título interesante (más, al respecto, en el mismo epílogo de Urbina) pero, ante la emergencia sanitaria y tras ciertas lecturas (como este texto de Louisa Thomas para el New Yorker), el juego y su trama de ciencia ficción postapocalíptica, que gira en torno a vincular personajes aislados en búnkeres, comenzó a tener resonancias siniestras con mi vida: dejé, sencillamente, de disfrutarlo y comencé a padecerlo emocionalmente. Comencé a sospechar, como cada tanto ocurre, que estaba en una situación similar a la de quien disfruta de una película sobre choques aéreos a bordo de un avión. Por supuesto, las narraciones funcionan así: comienzan a adquirir un significado que resuena en nuestras vidas, y pueden llegar a ser abrumadoras. Pero el libro de Díez me recordó algo: también jugaba Death Stranding sencillamente porque era bobo y divertido. Es increíble la rapidez con la que solemos olvidar cómo pasar el tiempo.

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El pacto del juego

Han pasado ocho años desde que el MoMA comenzó a adquirir videojuegos para su colección permanente, con títulos como Pac-Man (1980), Tetris (1984), Myst (1993), The Sims (2000) o Portal (2007), entre otros. Fue uno de los índices que ayudaron a reconsiderar el lugar que ocupan en nuestra cultura: en este siglo los videojuegos detonaron incontables conversaciones –algunas polémicas moralistas, otras de carácter formal (¿pueden algunos videojuegos considerarse arte?), algunas más desde las coordenadas del mercado y la industria–, pero ya es prácticamente imposible negar que han dejado el lugar periférico que solían tener en nuestra cultura. Como ocurrió con otras formas expresivas (la animación, los cómics, incluso los juegos de rol), los videojuegos abandonaron los bordes a través de distintas estrategias, muchas de ellas atravesando los miasmas de la nostalgia o el relato personal. De allí que sea interesante encontrarse con un título que eligió otra senda para discutirlos: Ficciones lúdicas, de Rodrigo Díez, que comenzó a circular en abril.

A pesar de lo que podría pensarse por el diseño editorial de Raúl Aguayo, el libro de Díez –como apunta Enrique Urbina en su epílogo– esquiva en su mayor parte las convenciones del ensayo personal o la tentación de la nostalgia (que hoy en día ya puede reconocerse, incluso, como una estrategia de mercado) al abordar la cuestión de los videojuegos. En este sentido, Ficciones lúdicas contrasta con títulos como Extra Lives: Why Videogames Matter (2010), de Tom Bissel, articulado a través del recuento minucioso de las emociones que puede detonar algún título en particular en la vida de un sujeto.

Urbina: “Escribo sobre mí porque creo que Rodrigo Díez escribió Ficciones lúdicas desde un lugar similar –él, sin embargo, superó el nivel emocional, puramente emocional. Porque es muy fácil escribir desde ahí, desde lo que genera un videojuego, pero es difícil ir más allá del código, de lo que el videojuego no quiere que suceda”. En efecto, la dificultad está en pensar o abordar con seriedad un producto cultural de cualquier tipo. Es algo palpable cada vez que uno intenta leer crítica de videojuegos, que en muchos aspectos opera en una zona similar a la de los escritos de quienes reseñan sin mucho pudor cine espectacular o recomiendan artículos electrónicos. Lo cierto es que sobre el cine espectacular (y probablemente sobre cualquier objeto) puede decirse algo más allá de la impresión personal o si vale la pena gastar tiempo o dinero en ello.

¿Qué tenemos, entonces, en Ficciones lúdicas? Un esfuerzo constante por la claridad argumentativa y un balance de los alcances expresivos del medio, estrategias que le permiten a Díez, incluso, considerar el futuro del medio al final del libro. Para quienes estén interesados en la vieja cuestión de la autonomía de las artes, Ficciones lúdicas se toma su tiempo para volver, en el capítulo “Vicios miméticos”, a la cuestión de la representación de la violencia en los videojuegos, pero también, en “Virtudes miméticas”, a las exageradas bondades que se les han endilgado. El resultado, para cierto tipo de lector, seguramente resultará anticlimático, pero es ante todo necesario. Con argumentos balanceados, casi escolásticos (y en conversación con autores como Steven Pinker, Nick Yee, Marvin Minsky, Brendan Keogh o Simon Parkin, entre otros), Díez subraya una verdad nada trivial aunque, por obvia, a menudo pasada por alto: los videojuegos importan, sencillamente, porque jugar importa.

Al margen de sus impresionantes alcances técnicos o expresivos, sin olvidar sus destacados giros narrativos, los videojuegos merecen nuestra atención nada menos que por ocupar un lugar en la esfera del agradable ocio. Esta verdad –que vale la pena observar cómo disfrutamos el mundo– es lo más importante del libro de Díez: con un aparente tono desapasionado, el libro invita a considerar el disfrute del juego (en un entorno que o celebra las emociones –o polémicas– que detona cierto título o se demora en las virtudes de la nueva generación del motor de juego Unreal Engine, por decir algo). A propósito de su autonomía, tal vez un argumento similar pueda hacerse en las constreñidas disciplinas artísticas. ¿Por qué importa el arte? Porque es gozoso, porque sí.

Volviendo al juego, ejemplifico finalmente con una nota que, me temo, tiene algo de personal: desde finales de 2019 comencé a jugar Death Stranding, de Hideo Kojima, un título de mundo abierto que funciona como simulador de caminatas a través de paisajes montañosos (con ocasionales momentos de acción). Es un título interesante (más, al respecto, en el mismo epílogo de Urbina) pero, ante la emergencia sanitaria y tras ciertas lecturas (como este texto de Louisa Thomas para el New Yorker), el juego y su trama de ciencia ficción postapocalíptica, que gira en torno a vincular personajes aislados en búnkeres, comenzó a tener resonancias siniestras con mi vida: dejé, sencillamente, de disfrutarlo y comencé a padecerlo emocionalmente. Comencé a sospechar, como cada tanto ocurre, que estaba en una situación similar a la de quien disfruta de una película sobre choques aéreos a bordo de un avión. Por supuesto, las narraciones funcionan así: comienzan a adquirir un significado que resuena en nuestras vidas, y pueden llegar a ser abrumadoras. Pero el libro de Díez me recordó algo: también jugaba Death Stranding sencillamente porque era bobo y divertido. Es increíble la rapidez con la que solemos olvidar cómo pasar el tiempo.

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lunes, 18 de mayo de 2020

Perdidas en el ‘streaming’: otras tres series

Hace dos meses llamamos la atención sobre tres series televisivas destacadas que, por uno u otro motivo, pasaron desapercibidas: Red Oaks (Amazon Prime Video, 2014-2016), Good Girls Revolt (Amazon Prime Video, 2016) y Hung (HBO, 2009-2011). Extendido el confinamiento, nos detenemos ahora en otras tres producciones a las que une su condición de alternativa a los megafilmes centrados en “hombres difíciles”. Aquí las mujeres toman la pantalla.

 

Enlightened

Dos temporadas

HBO, 2011-2013

El personaje sobre el que gira esta serie es la antagonista perfecta. Desagradable, gritona, condescendiente, vengativa, envidiosa, explosiva, fútil. Amy Jellicoe, brillantemente interpretada por Laura Dern, es una mujer en crisis absoluta, que no sabe ni ha sabido nunca el sentido de su existencia y tampoco está demasiado interesada en conocerlo, aunque intente convencerse de lo contrario pagando un programa carísimo en un centro de bienestar para superar el quiebre histérico que le costó el trabajo. Amy provoca la antipatía del espectador casi de inmediato, y sin embargo queremos verla, estar cerca de sus decisiones y acompañar rutinas estériles: ninguna otra serie nos enfrenta tan abiertamente al lado desagradable de cualquier ser humano como lo hace Enlightened, que aún con una recepción crítica notable (Dern se llevó el Emmy y el Golden Globe en cada una de las dos temporadas) fue cancelada sin clemencia por HBO debido a sus bajos niveles de audiencia. 

Estamos en Los Ángeles, donde el clima siempre es perfecto y la luz difícilmente afea un tono. Sin embargo, aquí se trata de encuadrar con simpleza, de huir de la belleza cuando es mucha, de mantener la cámara quieta en el encierro y dar la espalda al atardecer de la ventana: la ciudad es dolorosamente plana tanto en los suburbios como en los edificios corporativos en los que se desarrolla la acción. Esa suerte de indiferencia se hará notar aún más cuando los personajes estén en espacios abiertos: ahora esa pátina de perfección artificiosa reviste los planos de un aura aún más triste. Hay que sentirse incómodo, confrontado, incluso totalmente desencantado –ésta podría ser la gran virtud de la serie y, paradójicamente, el motivo de su poca convocatoria. Una de las recompensas llega cuando la suma de dudas y defectos de las que hemos sido testigos nos revela existencias demasiado parecidas a las nuestras, con días de minúsculas alegrías cotidianas llenas de ternura por las que, quizá, valga la pena seguir. 

El coautor de la serie es Mike White, actor y escritor amigo de Dern que se vuelve el complemento ideal de la irritante Don Quijote en la que se convierte Amy en la última parte de la segunda temporada. Callado, inteligente, reprimido, su presencia es sutil pero determinante, y ver el crecimiento de la relación es uno de los grandes placeres que la serie depara a los fieles que continuaron hasta el final, a pesar de saber que no habría futuro. Enlightened, no obstante, tiene su punto más alto cuando avanza de lo pequeño a lo grande: no somos sólo individuos encerrados por decisión propia en pequeñas vidas comprometidas sino el engranaje de un sistema que usa y que tira a conveniencia. Cuando Amy entiende que su venganza contra la despiadada compañía que la denigró no tiene sentido si es individual, encuentra esa suerte de luz que no halló en ningún refugio de bienestar. Su despertar no es espiritual sino político. Abracemos el desencanto y, por fin, hagamos algo con él.

 

I Love Dick

Una temporada

Amazon Prime Video, 2017

Ni Jill Soloway, escritora y directora consentida de Amazon desde su exitosa Transparent, se salvó cuando la plataforma decidió de tajo cancelar su catálogo de series “intelectuales y de nicho” para dar paso a títulos con más convocatoria. Por supuesto que I Love Dick, adaptación de la novela de Chris Kraus, era exactamente el tipo de comedia de la que Amazon huía: feminista por los cuatro costados, ciertamente intelectual, si así se define una obra audiovisual que se preocupa por sus referentes, y dirigida a un público calculadamente selecto, amante del arte y conocedor de sus claves íntimas. De esta forma, sólo es posible hincar el diente a una temporada de la fórmula Soloway-Kraus que, hilada con solidez y carácter, puede ser vista como una suerte de miniserie que encierra el núcleo de la novela epistolar. 

Esta pequeña delicia de únicamente ocho capítulos nos permite atravesar, como ráfaga, la obsesión de Chris por el Dick del título (que juega con la otra acepción de la abreviatura de Richard en inglés) hasta llegar a su ardiente centro. Es una obsesión sexual, como su nombre lo grita, y la novedad es que el género femenino no es el receptor, como siempre, sino el generador. Así que su marcha es apasionada, explosiva, exhibicionista, acalorada; en el protagónico, la actriz Kathryn Hahn va de maravilla por esas veredas. Se apoya en una gramática osada: lo sutil del paisaje casi lunar del (tan en auge) pueblo de Marfa, Texas, encuentra un buen contrapunto en planos nerviosos y urgentes que retratan la plenitud de su deseo. Estamos ante un lenguaje poco codificado, adulto y para adultos, que escapa del didactismo, no teme a la explicitud del roce sexual y exige que la mujer hable con todas las letras de su apetito. Y luego está Kevin Bacon de artista vaquero sesudo y salvaje, todopoderoso macho que pareciera echarse encima, cual aftershave, el aura benjaminiana de sus obras: ella va tras él sin descanso en un baile de apareamiento montado sobre una escenografía sofisticada, que no deja a ningún espectador indiferente.

Creada por Soloway en combinación con Sarah Gubbins, escritora y productora que también se inclina por temas poco convencionales, I Love Dick tiene la marca de casa: contenidos inteligentes, acordes con un público exigente y activo. A Soloway se le echa de menos, ahora que también terminó (locamente) esa maravilla llamada Transparent. Ojalá que su siguiente proyecto tenga los mismos vuelos, y que regrese pronto.

Z: The Beginning of Everything

Una temporada

Amazon Prime Video, 2015

Para Zelda Fitzgerald todo terminó antes de tiempo. Sus facetas de escritora, bailarina y artista, las tres prometedoras, nunca florecieron y para la memoria quedan detrás de sus papeles como esposa de un autor famoso y abanderada del estilo frívolo y liberador de la era del jazz (no en balde se le conoce como la primera flapper de la historia). Su célebre marido, el escritor F. Scott Fitzgerald, se mostró desde el principio y hasta el fin celoso de su brillo, que prematuramente se apagó. Zelda pasó los últimos años de vida luchando por no perder del todo la salud mental, encerrada en un hospital psiquiátrico, y murió a los 47 años. 

Casi un siglo después, llevar su vida a la pantalla sugiere un acto reivindicatorio: dejar claro que fue una artista por derecho propio, más allá de su papel de esposa y “musa”. Por desgracia el esfuerzo topó rápidamente un límite, igual que le sucedió a Zelda, y de esta serie de Amazon solo podemos ver una temporada: Z: The Beginning of Everything, creada por Dawn Prestwich y Nicole Yorkin, basada en la novela Z: A Novel of Zelda Fitzgerald, de Therese Anne Fowler.

Sucede con frecuencia en proyectos ambiciosos: el protagónico recae en una estrella y su mera presencia debe funcionar como reflector gigante que en su destello cobije ciertos badenes en la estructura general. Aquí Christina Ricci tiene la tarea de compensar el tono vago de los dos primeros capítulos, que oscila sin mucho garbo entre enredos y drama. Al tiempo que se asienta la mezcolanza inicial, cierta armonía se va colando en todos esos huecos poco a poco, y a partir de la tercera entrega la serie encuentra la manera de plantar su tono y delimitar su épica: ésta es Zelda y estamos aquí por ella –no por el genio de Scott ni por los locos años veinte ni por el encanto del viejo sur. Así que el personaje va por delante en cada detalle: su claridad para decir y su desparpajo para estar; a veces su silencio, porque prefiere plasmar esas palabras en su diario con una prosa tan potente que se hará oír, aunque en voz de otro. Ahora todos sabemos que su marido construyó algunos textos con frases, párrafos, páginas enteras escritas por ella en ese cuaderno; era un procedimiento conocido y aceptado por todos, incluyendo la propia Zelda, claro. Lo injusto de este acuerdo se señaló muchos años después, cuando la crítica comenzó a revalorar el único libro firmado por ella, Save Me the Waltz (1932), una novela con base autobiográfica que en su momento fue rechazada y que hoy se reconoce como el inicio (y fin) de una voz absolutamente original. 

Dijimos antes que Z es ambiciosa y no sólo en lo referente a sus valores de producción, que se miden dignamente con los de cualquier serie ambientada en otra época: su arco narrativo avanza lentamente en luminosas escenas cotidianas que a veces conviven con momentos históricos de mayor talante, como aquel en el que Zelda se hace el  “Bob” y recorta su falda. Esa progresión pausada, casi íntima, demuestra la intención de añadir, temporada a temporada, capas de matices para delinear retratos complejos que trascendieran lo anecdótico. Sin embargo el crecimiento de la protagonista, su etapa en París junto a personajes como Gertrude Stein o Ernest Hemingway, su incipiente carrera como bailarina, su destape como escritora o su incursión en la pintura, tristemente nos han sidos negados, pues la serie fue cancelada cuando la segunda temporada estaba a punto de ser filmada. La leyenda de Zelda ha quedado, como siempre y por desgracia, intacta.

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Perdidas en el ‘streaming’: otras tres series

Hace dos meses llamamos la atención sobre tres series televisivas destacadas que, por uno u otro motivo, pasaron desapercibidas: Red Oaks (Amazon Prime Video, 2014-2016), Good Girls Revolt (Amazon Prime Video, 2016) y Hung (HBO, 2009-2011). Extendido el confinamiento, nos detenemos ahora en otras tres producciones a las que une su condición de alternativa a los megafilmes centrados en “hombres difíciles”. Aquí las mujeres toman la pantalla.

 

Enlightened

Dos temporadas

HBO, 2011-2013

El personaje sobre el que gira esta serie es la antagonista perfecta. Desagradable, gritona, condescendiente, vengativa, envidiosa, explosiva, fútil. Amy Jellicoe, brillantemente interpretada por Laura Dern, es una mujer en crisis absoluta, que no sabe ni ha sabido nunca el sentido de su existencia y tampoco está demasiado interesada en conocerlo, aunque intente convencerse de lo contrario pagando un programa carísimo en un centro de bienestar para superar el quiebre histérico que le costó el trabajo. Amy provoca la antipatía del espectador casi de inmediato, y sin embargo queremos verla, estar cerca de sus decisiones y acompañar rutinas estériles: ninguna otra serie nos enfrenta tan abiertamente al lado desagradable de cualquier ser humano como lo hace Enlightened, que aún con una recepción crítica notable (Dern se llevó el Emmy y el Golden Globe en cada una de las dos temporadas) fue cancelada sin clemencia por HBO debido a sus bajos niveles de audiencia. 

Estamos en Los Ángeles, donde el clima siempre es perfecto y la luz difícilmente afea un tono. Sin embargo, aquí se trata de encuadrar con simpleza, de huir de la belleza cuando es mucha, de mantener la cámara quieta en el encierro y dar la espalda al atardecer de la ventana: la ciudad es dolorosamente plana tanto en los suburbios como en los edificios corporativos en los que se desarrolla la acción. Esa suerte de indiferencia se hará notar aún más cuando los personajes estén en espacios abiertos: ahora esa pátina de perfección artificiosa reviste los planos de un aura aún más triste. Hay que sentirse incómodo, confrontado, incluso totalmente desencantado –ésta podría ser la gran virtud de la serie y, paradójicamente, el motivo de su poca convocatoria. Una de las recompensas llega cuando la suma de dudas y defectos de las que hemos sido testigos nos revela existencias demasiado parecidas a las nuestras, con días de minúsculas alegrías cotidianas llenas de ternura por las que, quizá, valga la pena seguir. 

El coautor de la serie es Mike White, actor y escritor amigo de Dern que se vuelve el complemento ideal de la irritante Don Quijote en la que se convierte Amy en la última parte de la segunda temporada. Callado, inteligente, reprimido, su presencia es sutil pero determinante, y ver el crecimiento de la relación es uno de los grandes placeres que la serie depara a los fieles que continuaron hasta el final, a pesar de saber que no habría futuro. Enlightened, no obstante, tiene su punto más alto cuando avanza de lo pequeño a lo grande: no somos sólo individuos encerrados por decisión propia en pequeñas vidas comprometidas sino el engranaje de un sistema que usa y que tira a conveniencia. Cuando Amy entiende que su venganza contra la despiadada compañía que la denigró no tiene sentido si es individual, encuentra esa suerte de luz que no halló en ningún refugio de bienestar. Su despertar no es espiritual sino político. Abracemos el desencanto y, por fin, hagamos algo con él.

 

I Love Dick

Una temporada

Amazon Prime Video, 2017

Ni Jill Soloway, escritora y directora consentida de Amazon desde su exitosa Transparent, se salvó cuando la plataforma decidió de tajo cancelar su catálogo de series “intelectuales y de nicho” para dar paso a títulos con más convocatoria. Por supuesto que I Love Dick, adaptación de la novela de Chris Kraus, era exactamente el tipo de comedia de la que Amazon huía: feminista por los cuatro costados, ciertamente intelectual, si así se define una obra audiovisual que se preocupa por sus referentes, y dirigida a un público calculadamente selecto, amante del arte y conocedor de sus claves íntimas. De esta forma, sólo es posible hincar el diente a una temporada de la fórmula Soloway-Kraus que, hilada con solidez y carácter, puede ser vista como una suerte de miniserie que encierra el núcleo de la novela epistolar. 

Esta pequeña delicia de únicamente ocho capítulos nos permite atravesar, como ráfaga, la obsesión de Chris por el Dick del título (que juega con la otra acepción de la abreviatura de Richard en inglés) hasta llegar a su ardiente centro. Es una obsesión sexual, como su nombre lo grita, y la novedad es que el género femenino no es el receptor, como siempre, sino el generador. Así que su marcha es apasionada, explosiva, exhibicionista, acalorada; en el protagónico, la actriz Kathryn Hahn va de maravilla por esas veredas. Se apoya en una gramática osada: lo sutil del paisaje casi lunar del (tan en auge) pueblo de Marfa, Texas, encuentra un buen contrapunto en planos nerviosos y urgentes que retratan la plenitud de su deseo. Estamos ante un lenguaje poco codificado, adulto y para adultos, que escapa del didactismo, no teme a la explicitud del roce sexual y exige que la mujer hable con todas las letras de su apetito. Y luego está Kevin Bacon de artista vaquero sesudo y salvaje, todopoderoso macho que pareciera echarse encima, cual aftershave, el aura benjaminiana de sus obras: ella va tras él sin descanso en un baile de apareamiento montado sobre una escenografía sofisticada, que no deja a ningún espectador indiferente.

Creada por Soloway en combinación con Sarah Gubbins, escritora y productora que también se inclina por temas poco convencionales, I Love Dick tiene la marca de casa: contenidos inteligentes, acordes con un público exigente y activo. A Soloway se le echa de menos, ahora que también terminó (locamente) esa maravilla llamada Transparent. Ojalá que su siguiente proyecto tenga los mismos vuelos, y que regrese pronto.

Z: The Beginning of Everything

Una temporada

Amazon Prime Video, 2015

Para Zelda Fitzgerald todo terminó antes de tiempo. Sus facetas de escritora, bailarina y artista, las tres prometedoras, nunca florecieron y para la memoria quedan detrás de sus papeles como esposa de un autor famoso y abanderada del estilo frívolo y liberador de la era del jazz (no en balde se le conoce como la primera flapper de la historia). Su célebre marido, el escritor F. Scott Fitzgerald, se mostró desde el principio y hasta el fin celoso de su brillo, que prematuramente se apagó. Zelda pasó los últimos años de vida luchando por no perder del todo la salud mental, encerrada en un hospital psiquiátrico, y murió a los 47 años. 

Casi un siglo después, llevar su vida a la pantalla sugiere un acto reivindicatorio: dejar claro que fue una artista por derecho propio, más allá de su papel de esposa y “musa”. Por desgracia el esfuerzo topó rápidamente un límite, igual que le sucedió a Zelda, y de esta serie de Amazon solo podemos ver una temporada: Z: The Beginning of Everything, creada por Dawn Prestwich y Nicole Yorkin, basada en la novela Z: A Novel of Zelda Fitzgerald, de Therese Anne Fowler.

Sucede con frecuencia en proyectos ambiciosos: el protagónico recae en una estrella y su mera presencia debe funcionar como reflector gigante que en su destello cobije ciertos badenes en la estructura general. Aquí Christina Ricci tiene la tarea de compensar el tono vago de los dos primeros capítulos, que oscila sin mucho garbo entre enredos y drama. Al tiempo que se asienta la mezcolanza inicial, cierta armonía se va colando en todos esos huecos poco a poco, y a partir de la tercera entrega la serie encuentra la manera de plantar su tono y delimitar su épica: ésta es Zelda y estamos aquí por ella –no por el genio de Scott ni por los locos años veinte ni por el encanto del viejo sur. Así que el personaje va por delante en cada detalle: su claridad para decir y su desparpajo para estar; a veces su silencio, porque prefiere plasmar esas palabras en su diario con una prosa tan potente que se hará oír, aunque en voz de otro. Ahora todos sabemos que su marido construyó algunos textos con frases, párrafos, páginas enteras escritas por ella en ese cuaderno; era un procedimiento conocido y aceptado por todos, incluyendo la propia Zelda, claro. Lo injusto de este acuerdo se señaló muchos años después, cuando la crítica comenzó a revalorar el único libro firmado por ella, Save Me the Waltz (1932), una novela con base autobiográfica que en su momento fue rechazada y que hoy se reconoce como el inicio (y fin) de una voz absolutamente original. 

Dijimos antes que Z es ambiciosa y no sólo en lo referente a sus valores de producción, que se miden dignamente con los de cualquier serie ambientada en otra época: su arco narrativo avanza lentamente en luminosas escenas cotidianas que a veces conviven con momentos históricos de mayor talante, como aquel en el que Zelda se hace el  “Bob” y recorta su falda. Esa progresión pausada, casi íntima, demuestra la intención de añadir, temporada a temporada, capas de matices para delinear retratos complejos que trascendieran lo anecdótico. Sin embargo el crecimiento de la protagonista, su etapa en París junto a personajes como Gertrude Stein o Ernest Hemingway, su incipiente carrera como bailarina, su destape como escritora o su incursión en la pintura, tristemente nos han sidos negados, pues la serie fue cancelada cuando la segunda temporada estaba a punto de ser filmada. La leyenda de Zelda ha quedado, como siempre y por desgracia, intacta.

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viernes, 15 de mayo de 2020

Agnès Varda, ahora en Criterion

La distribuidora Criterion Collection ha reunido 15 discos que incluyen las treinta y nueve películas, cortometrajes y documentales de Agnès Varda en una caja titulada The Complete Films of Agnès Varda. 

La caja ofrece restauraciones digitales nunca antes vistas, un libro de 200 páginas dedicado a la vida y la obra de la autora, presentaciones en video, entrevistas, y una amplia variedad de material de archivo, organizado temáticamente a partir de las etapas de su carrera, marcada por películas emblemáticas como Cléo de 5 to 7 o Le Bonheur

Una de las cineastas clave del cine europeo, el carisma de Varda la convirtió en un icono de la cultura popular. En sus películas abordó temas como la liberación de la mujer, el medio ambiente, la desigualdad racial y social, entre otros. Además, su amor por el arte cinematográfico, le permitió seguir activa hasta sus últimos días, a la edad de 90 años. 

Ahora, Criterion homenajea su cine radical y de espíritu feminista, afirmando que Varda era “una visionaria ferozmente independiente e inquietantemente curiosa cuyo trabajo era a la vez personal y apasionadamente comprometido con el mundo que la rodeaba”, según el comunicado oficial. 

The Complete Agnès Varda se lanzará el 11 de agosto. La preventa ya ha comenzado a través de la su tienda en línea

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Agnès Varda, ahora en Criterion

La distribuidora Criterion Collection ha reunido 15 discos que incluyen las treinta y nueve películas, cortometrajes y documentales de Agnès Varda en una caja titulada The Complete Films of Agnès Varda. 

La caja ofrece restauraciones digitales nunca antes vistas, un libro de 200 páginas dedicado a la vida y la obra de la autora, presentaciones en video, entrevistas, y una amplia variedad de material de archivo, organizado temáticamente a partir de las etapas de su carrera, marcada por películas emblemáticas como Cléo de 5 to 7 o Le Bonheur

Una de las cineastas clave del cine europeo, el carisma de Varda la convirtió en un icono de la cultura popular. En sus películas abordó temas como la liberación de la mujer, el medio ambiente, la desigualdad racial y social, entre otros. Además, su amor por el arte cinematográfico, le permitió seguir activa hasta sus últimos días, a la edad de 90 años. 

Ahora, Criterion homenajea su cine radical y de espíritu feminista, afirmando que Varda era “una visionaria ferozmente independiente e inquietantemente curiosa cuyo trabajo era a la vez personal y apasionadamente comprometido con el mundo que la rodeaba”, según el comunicado oficial. 

The Complete Agnès Varda se lanzará el 11 de agosto. La preventa ya ha comenzado a través de la su tienda en línea

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jueves, 14 de mayo de 2020

Plataforma 2020

En las últimas semanas, la situación sanitaria mundial ha significado un desafío en el mercado del arte, pero también una oportunidad de repensar el desarrollo de las actividades sociales y profesionales. Plataforma 2020 reúne a un pequeño grupo de galerías privadas que tiene el objetivo de sostener su ecosistema artístico inmediato durante el confinamiento. La forman Arróniz Arte Contemporáneo, Galería de Arte Mexicano, Galería Enrique Guerrero, Galería Hilario Galguera, Galería Karen Huber, Galería Le Laboratoire, Galería Patricia Conde, Licenciado y Proyecto Paralelo.

Las nueve galerías involucradas se han unido en estrecha colaboración con los artistas que representan, y que comparten las mismas inquietudes y problemáticas. Así, cada galería elegirá de su colección 10 obras cada 15 días para ser puestas a la venta en línea desde la Plataforma en condiciones excepcionales. De las obras vendidas, independientemente de a qué galería pertenezca, el 50% irá al artista y el 40% se repartirá entre las galerías participantes de manera horizontal y solidaria en una situación crítica que exige el apoyo mutuo. 

Además, en vista de la preocupante realidad local, el 10% restante se reservará para apoyar iniciativas surgidas específicamente durante la pandemia del COVID-19, como compra de mascarillas y material sanitario, apoyo a grupos vulnerables, entre otros. 

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Recorrido virtual por las obras de Wright

Como respuesta al cierre de museos y centros culturales debido a la contingencia por COVID-19, las obras más emblemáticas del máximo exponente de la llamada arquitectura orgánica, Frank Lloyd Wright, se muestran en recorridos virtuales. La serie, lanzada a principios de abril, se actualiza todos los jueves hasta el 15 de julio. 

Cada organización participante debe transmitir un breve video de una obra de Wright. Los recorridos, a menudo organizados por el curador o el director de cada propiedad, muestran el interés del arquitecto por generar una simbiosis arquitectónica entre la humanidad y la naturaleza circundante. Además, brindan detalles sobre la historia, la arquitectura y los motivos del diseño de sus edificios, y otras curiosidades. 

Esta iniciativa es fruto de la colaboración entre Frank Lloyd Wright Building Conservancy, Fundación Frank Lloyd Wright y Fundación Unity Temple Restoration. Dichas organizaciones esperan que los recorridos ocasionen visitas futuras y, sobre todo, que inspiren a las personas a realizar donaciones, puesto que se enfrentan a una crisis presupuestaria debido a la pandemia. 

Entre los sitios arquitectónicos que participan se encuentran el Templo de la Unidad en Oak Park, la Casa Emil Bach, la Casa Malcolm Willey, la Casa Hollyhock, Taliesin West y Fallingwater. La lista completa se encuentra disponible aquí

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Plataforma 2020

En las últimas semanas, la situación sanitaria mundial ha significado un desafío en el mercado del arte, pero también una oportunidad de repensar el desarrollo de las actividades sociales y profesionales. Plataforma 2020 reúne a un pequeño grupo de galerías privadas que tiene el objetivo de sostener su ecosistema artístico inmediato durante el confinamiento. La forman Arróniz Arte Contemporáneo, Galería de Arte Mexicano, Galería Enrique Guerrero, Galería Hilario Galguera, Galería Karen Huber, Galería Le Laboratoire, Galería Patricia Conde, Licenciado y Proyecto Paralelo.

Las nueve galerías involucradas se han unido en estrecha colaboración con los artistas que representan, y que comparten las mismas inquietudes y problemáticas. Así, cada galería elegirá de su colección 10 obras cada 15 días para ser puestas a la venta en línea desde la Plataforma en condiciones excepcionales. De las obras vendidas, independientemente de a qué galería pertenezca, el 50% irá al artista y el 40% se repartirá entre las galerías participantes de manera horizontal y solidaria en una situación crítica que exige el apoyo mutuo. 

Además, en vista de la preocupante realidad local, el 10% restante se reservará para apoyar iniciativas surgidas específicamente durante la pandemia del COVID-19, como compra de mascarillas y material sanitario, apoyo a grupos vulnerables, entre otros. 

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Recorrido virtual por las obras de Wright

Como respuesta al cierre de museos y centros culturales debido a la contingencia por COVID-19, las obras más emblemáticas del máximo exponente de la llamada arquitectura orgánica, Frank Lloyd Wright, se muestran en recorridos virtuales. La serie, lanzada a principios de abril, se actualiza todos los jueves hasta el 15 de julio. 

Cada organización participante debe transmitir un breve video de una obra de Wright. Los recorridos, a menudo organizados por el curador o el director de cada propiedad, muestran el interés del arquitecto por generar una simbiosis arquitectónica entre la humanidad y la naturaleza circundante. Además, brindan detalles sobre la historia, la arquitectura y los motivos del diseño de sus edificios, y otras curiosidades. 

Esta iniciativa es fruto de la colaboración entre Frank Lloyd Wright Building Conservancy, Fundación Frank Lloyd Wright y Fundación Unity Temple Restoration. Dichas organizaciones esperan que los recorridos ocasionen visitas futuras y, sobre todo, que inspiren a las personas a realizar donaciones, puesto que se enfrentan a una crisis presupuestaria debido a la pandemia. 

Entre los sitios arquitectónicos que participan se encuentran el Templo de la Unidad en Oak Park, la Casa Emil Bach, la Casa Malcolm Willey, la Casa Hollyhock, Taliesin West y Fallingwater. La lista completa se encuentra disponible aquí

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miércoles, 13 de mayo de 2020

Habitar: cinco reflexiones

El confinamiento arrastra nuestra atención a lo inmediato, lo cotidiano, lo que nos rodea. ¿Será momento de pensar de nuevo la manera en que habitamos? En conjunto con Profética, seleccionamos cinco libros que permiten reflexionar sobre los lugares en los que vivimos.

 

La invención de lo cotidiano, de Michel de Certeau, et.al.

Excéntrico del pensamiento francés del siglo XX, el jesuita De Certeau condujo esta investigación sobre los modos de vivir del hombre ordinario (o sin atributos, para decirlo con Musil). En esta obra (1980), publicada en español por la Universidad Iberoamericana, se pondera la belleza de las acciones domésticas.

Construir y habitar, de Richard Sennett

En el cierre de la trilogía Homo faber (publicada íntegramente en Anagrama), aparecido en 2018, el sociólogo estadounidense repasa la historia de los asentamientos urbanos para preguntarte qué tipo de ciudad es la más adecuada para vivir, y si la arquitectura puede hacer algo para reducir las desigualdades.

Habitar, de Juhani Pallasmaa

El crítico finlandés ha elaborado una productiva fenomenología de la arquitectura, y en esta reunión de ensayos de distinta procedencia se ocupa de pensar las relaciones entre los espacios y el modo en que los hacemos propios. Publicado por Gustavo Gili en 2016, se ocupa de lo material tanto como de lo psicológico.

Un habitar más fuerte que la metrópoli, de Consejo Nocturno

Este colectivo anónimo, de procedencia mexicana, plantea una idea radical del habitar: como sustracción de espacios a la metrópoli, es decir, a la lógica capitalista. Pepitas de Calabaza editó en 2018 este ensayo que apuesta a la politización de la experiencia urbana, para desde ahí apostar a la “generación de mundos”.

El modo atemporal de construir, de Christopher Alexander

Un auténtico libro de culto, escrito por un arquitecto-matemático que se propuso entender los elementos que hacen habitable un edificio, al estudiar ciertas constantes históricas a las que llamó “lenguaje de patrones”. Con este texto de 1979 (reeditado por Pepitas de Calabaza), pensó el austriaco, la gente podría construir sus viviendas sin necesidad de arquitectos.

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