viernes, 29 de septiembre de 2017

Un fenómeno vivo

Fantomas Monster es una serie de obras de teatro multimedia que retoman la novela de Cortázar en la que el argentino, a su vez, recupera la figura de Fantômas, el villano de las novelas policiacas que escribieron los autores franceses Marcel Allain y Pierre Souvestre a partir de 1911.

 

Hoy y mañana el Museo Universitario del Chopo presenta Fantomas contra el miedo y el olvido, la segunda producción en vivo de la serie, que refiere al caso de los 43 normalistas de Ayotzinapa que fueron desaparecidos. El caso, que hace unos días cumplió 3 años, no se ha esclarecido. La primera parte de la serie, que se presentó en 2016 en Europa, retoma la historia Parastou Forouhar, creadora y activista iraní cuyos padres fueron asesinados en 1998 por agentes del estado.

 

A continuación una charla con Katia Tirado, artista de performance, que fungió como investigadora para el episodio mexicano de la serie.

 

¿En qué consiste el abordaje de la serie?, ¿por qué se retoma la obra de Cortázar?

 

El abordaje nodal parte de la novela Fantomas contra los vampiros multinacionales (1975), de Julio Cortázar. Se trata de un gesto para utilizar al superhéroe como vehículo de difusión y circulación de información invisibilizada contra el poder. El libro habla del Tribunal de Russell II, que juzgó las dictaduras militares en América Latina, que surge con los Juicios de Nuremberg y que da pie al Tribunal Permanente de los Pueblos. La obra parte de esta construcción para hablar de las violencias sistémicas neoliberales en diferentes partes del mundo.

 

¿Cómo decidieron los aspectos de la realidad sociopolítica de México que alimentan la pieza?

 

Gerardo Montes de Oca y yo realizamos la investigación para la misma. Nos interesó específicamente abordar el caso de Ayotzinapa, retomarlo como un hecho emblemático en la desarticulación ficcional donde se criminalizaba a las víctimas. El caso, desde su posición activista (el “vivos los queremos”) es un parteaguas en la demanda de justicia. No aceptamos la verdad histórica de que los estudiantes de la Escuela Normal Rural Raúl Isidro Burgos de Ayotzinapa, en el estado de Guerrero, fueron cremados, por lo tanto los queremos como se los llevaron: vivos.

 

Quisimos que la narradora fuera una mujer para centrar, como en la primera parte de la serie, la construcción en la condición femenina, también invisibilizada y ensordecida por las estructuras falocráticas.

 

El Tribunal Permanente de los Pueblos, el leitmotiv de la novela de Cortázar, realizó una investigación sobre Ayotzinapa. Construyó el caso, lo tipificó de manera permanente y creó un libro de eso, del que poco se sabe porque ha sido silenciado, los medios no hablan de esto. El Tribunal certificó que es un crimen de estado por desvío de poder. Suena muy sencillo pero es algo muy complejo de construir a nivel legal. Fue importante incorporarlo aquí.

 

En ese sentido, ¿en qué contribuye Fantomas contra el miedo y el olvido al activismo sobre el caso de Ayotzinapa?
 
No sé qué tanto contribuimos. La propuesta multimedial de Gin Müller, creador del concepto de Fantomas Monster, es concreta. Le interesa la presencia viva del actor y el teatro como evento en vivo relacionado con los medios en escena. Se congelan imágenes para usarlas como viñetas, por ejemplo. Hay una búsqueda estética particular. La propuesta se divide en diferentes niveles que permiten tanto tener los acercamientos afectivos de identificación como los distanciamientos críticos, todo esto dentro del fenómeno vivo del teatro. La pieza puede ser didáctica y, en algún sentido, es un panfleto, pero está establecida desde un lugar, el caso Ayotzinapa, para plantear una cartografía del poder donde la realidad de la narcoviolencia, por ejemplo, es una paraestatal, una instancia subcontratada para construir el escenario que se necesita para desarticular cualquier movilización popular o cualquier proceso de dignidad local.



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Un fenómeno vivo

Fantomas Monster es una serie de obras de teatro multimedia que retoman la novela de Cortázar en la que el argentino, a su vez, recupera la figura de Fantômas, el villano de las novelas policiacas que escribieron los autores franceses Marcel Allain y Pierre Souvestre a partir de 1911.

 

Hoy y mañana el Museo Universitario del Chopo presenta Fantomas contra el miedo y el olvido, la segunda producción en vivo de la serie, que refiere al caso de los 43 normalistas de Ayotzinapa que fueron desaparecidos. El caso, que hace unos días cumplió 3 años, no se ha esclarecido. La primera parte de la serie, que se presentó en 2016 en Europa, retoma la historia Parastou Forouhar, creadora y activista iraní cuyos padres fueron asesinados en 1998 por agentes del estado.

 

A continuación una charla con Katia Tirado, artista de performance, que fungió como investigadora para el episodio mexicano de la serie.

 

¿En qué consiste el abordaje de la serie?, ¿por qué se retoma la obra de Cortázar?

 

El abordaje nodal parte de la novela Fantomas contra los vampiros multinacionales (1975), de Julio Cortázar. Se trata de un gesto para utilizar al superhéroe como vehículo de difusión y circulación de información invisibilizada contra el poder. El libro habla del Tribunal de Russell II, que juzgó las dictaduras militares en América Latina, que surge con los Juicios de Nuremberg y que da pie al Tribunal Permanente de los Pueblos. La obra parte de esta construcción para hablar de las violencias sistémicas neoliberales en diferentes partes del mundo.

 

¿Cómo decidieron los aspectos de la realidad sociopolítica de México que alimentan la pieza?

 

Gerardo Montes de Oca y yo realizamos la investigación para la misma. Nos interesó específicamente abordar el caso de Ayotzinapa, retomarlo como un hecho emblemático en la desarticulación ficcional donde se criminalizaba a las víctimas. El caso, desde su posición activista (el “vivos los queremos”) es un parteaguas en la demanda de justicia. No aceptamos la verdad histórica de que los estudiantes de la Escuela Normal Rural Raúl Isidro Burgos de Ayotzinapa, en el estado de Guerrero, fueron cremados, por lo tanto los queremos como se los llevaron: vivos.

 

Quisimos que la narradora fuera una mujer para centrar, como en la primera parte de la serie, la construcción en la condición femenina, también invisibilizada y ensordecida por las estructuras falocráticas.

 

El Tribunal Permanente de los Pueblos, el leitmotiv de la novela de Cortázar, realizó una investigación sobre Ayotzinapa. Construyó el caso, lo tipificó de manera permanente y creó un libro de eso, del que poco se sabe porque ha sido silenciado, los medios no hablan de esto. El Tribunal certificó que es un crimen de estado por desvío de poder. Suena muy sencillo pero es algo muy complejo de construir a nivel legal. Fue importante incorporarlo aquí.

 

En ese sentido, ¿en qué contribuye Fantomas contra el miedo y el olvido al activismo sobre el caso de Ayotzinapa?
 
No sé qué tanto contribuimos. La propuesta multimedial de Gin Müller, creador del concepto de Fantomas Monster, es concreta. Le interesa la presencia viva del actor y el teatro como evento en vivo relacionado con los medios en escena. Se congelan imágenes para usarlas como viñetas, por ejemplo. Hay una búsqueda estética particular. La propuesta se divide en diferentes niveles que permiten tanto tener los acercamientos afectivos de identificación como los distanciamientos críticos, todo esto dentro del fenómeno vivo del teatro. La pieza puede ser didáctica y, en algún sentido, es un panfleto, pero está establecida desde un lugar, el caso Ayotzinapa, para plantear una cartografía del poder donde la realidad de la narcoviolencia, por ejemplo, es una paraestatal, una instancia subcontratada para construir el escenario que se necesita para desarticular cualquier movilización popular o cualquier proceso de dignidad local.



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A vuelapolvo

Compañeros poetas, tomando en cuenta los últimos sucesos, me toca dudar. Nada: el nogal da nueces aunque la gente sea alérgica. Y me acuerdo. Treinta y dos años. Me acuerdo de una ciudad mucho más devastada, del olor a muerte, del polvo que no dejó de caer durante semanas. Y me acuerdo de montones de jóvenes yendo y viniendo. Dinamismo, fuerza, empuje, sacrificio, heroísmo. ¿Dónde está mi generación? ¿En qué oficina? ¿Dueños de qué empresa? ¿Jubilados de qué sueños frustrados?

 

Claro, se dirá, pero ¿y la sociedad civil y todo aquello que Monsi dijo tan bonito? Bueno, me acuerdo de septiembre del 88, y todos nosotros: “¡Cárdenas, Cárdenas!”, en el Grito de Coyoacán, esperando el momento de salir corriendo cuando soltaran a los policías. Gritamos, pusimos el cuerpo, pero no detuvimos el fraude. ¿Detuvimos el neoliberalismo?, ¿la gentrificación?

 

¿Fracasamos por no tener redes sociales? ¿Por carecer de “conciencia de lo político” del acontecimiento? ¿Por una falta –lacaniana, cristiana, agambeniana– que ahora sí, al fin, hemos de sanar? ¿Por tener o no tener qué, que tampoco tuvieron los chicos en el 68? ¿Nos creímos más heroicos que ellos?

 

Quiero decir que nuestras narrativas son curiosas, porque actúan de manera inconsciente y señalan los lugares de trabajo (político). Y hay tres que me preocupan: una, la narrativa heroica. Poner el cuerpo en peligro para salvar vidas requiere de un arrojo extraordinario y de una empatía sin par. ¿Qué régimen de palabras, de conceptos, que muevan a ese arrojo y esa empatía podemos encontrar en aras de hallar las nuevas rutas políticas? Porque el melodrama es un círculo de impotencia, es un giro sobre pasiones tristes que consuma todo en la victoria del bien sin mostrar –como quería Brecht– las costuras de la historia. La tragedia, en cambio, es otra cosa. La tragedia no es la historia del héroe, es la historia de la comunidad ante la grieta abierta, es recordarnos que el orden actual es una mera convención que se puede cambiar por otra. Es Antígona, una chica que hace lo que cree que es justo y cuya importancia crece sólo en la medida en que desnuda las trampas de la fe. Pero nada más. Y nada menos. Que hubiera más gente siguiendo la telenovela de la niña que nunca existió que gente ayudando, tendría que hacernos pensar algo.

 

Segundo, unido a esto está nuestra naturaleza guadalupana. ¿Cuánta culpa no ha corrido por nuestros canales de comunicación?, ¿por nuestras iniciativas? ¿Cuántas historias no están centradas en el sacrificio? En los meros días de la emergencia, nos cuenta el compañero Marco Norzagaray, la Compañía Nacional de Teatro insistió en continuar en sus ensayos rumbo al reestreno de (oh ironía) El círculo de cal, de Brecht. Esto a pesar de que algunos integrantes estuvieran en situaciones difíciles u otros quisieran optar por la ayuda en los sitios siniestrados. Sacrificio, misticismo: dos pilares del teatro oficial mexicano.

 

Es difícil, de nuevo, no contrastar este imaginario con el que la izquierda ha trabajado durante cincuenta años: el bono del 68 no consistió en la organización, en las brigadas, en la toma de la palabra, en la ocupación de los espacios. No, los próceres de la resistencia se enfocaron en mitologizar “la masacre de Tlatelolco”. Las marchas anuales, pues, reproducen un arte funerario que lleva a las nuevas generaciones a la inmolación por encima de la táctica, al arrojo por encima de la cartografía del presente, a la consigna por encima de la vinculación de esfuerzos. Peligros todos que nos aguardan en el umbral de la llamada, ya, “reconstrucción”. Reconstruir, ¿qué? ¿La “gloria de México-Tenochtitlan”? Esa gloria se llama el Segundo Piso de López Obrador; la Línea 12 de Ebrad; el Metrobús de Reforma del proto fascista de Mancera. Y se llama siempre, siempre, desde que entubaron los ríos, especulación inmobiliaria.

 

Tercero, el año anterior llevamos la Clínica Revolucionaria a diversas escuelas del Valle de México. En una carpa rojiblanca se medía la “sangre revolucionaria” de la juventud, por medio de encuestas y pruebas sensoriales; un pretexto para platicar acerca de las memorias de organización. Nos interesaba preguntarnos, también, cómo asimilaban los estudiantes la narrativa de que en ellos estaba la fuerza del cambio. Y la carga resulta demasiado pesada. Injusta. Y a la vez, resultado de una pereza sin par. Sin restar un ápice a la valentía de quienes ponen el cuerpo: en este barco vamos todos. Y ese es el enigma.

 

Nada es más nocivo que privilegiar al protagonista por encima del coro. No se puede olvidar la lección que dejó la marcha dos días antes del temblor: la violencia que implica invisibilizar los cuerpos de las mujeres, meterlos en un taxi, meterlos en una maleta, meterlos en una fábrica de textiles. Todos los cuerpos son valiosos. O, también, como escribió mi compañera, Lila Guerrero, en Facebook, ¿qué pasaría en la ciudad si todas la madres que se quedaron (por elección propia, por atavismos, por las razones que sean) cuidando a la familia también hubieran salido a las calles a “ayudar”? ¿Acaso allí no hay cuerpos en emergencia, “tomando el liderazgo”?

 

Lo más brillante de lo sucedido en estos días no está en el heroísmo, el sacrificio o el nuevo liderazgo: está en que cada quien ha aportado según sus capacidades e, incluso, ha logrado incrementar su potencia, la de su cuerpo y el cuerpo colectivo. Pero esto no ha ocurrido con una capa o una máscara de luchador. Ha ocurrido con el cuerpo de todos los días que ha hallado espacios para articularse, para con/vivir, para aprender.

 

Raúl Zibechi ha dicho que los movimientos sociales latinoamericanos han fructificado a partir de los saberes que la comunidad ya está accionando, sólo que los ha vuelto más flexibles y listos para cada momento. El Comité Invisible llamaría a esto destitución: recuperar las capacidades de los cuerpos, de la comuna, aparentemente cedidas en un contrato social nunca firmado. Pero ésta, la destitución, no se hace con la promesa de un futuro pleno, sino en la práctica de un presente que instala de facto el mundo en el que quiere habitar. No hay destitución con las pasiones tristes de la promesa futura o la obligación del pasado. Las pasiones alegres se instalan en los encuentros polémicos, vigorizantes, en los cuales también –como decía el buen Benjamin– participa la memoria, como un fulgor que ilumina los instantes de peligro.

 

Post scriptum

 

Sobre el arte: ¿cómo preservar la grieta? ¿Qué estrategias seguir para generar un escenario de reconocimiento de este cuerpo plural que se ha formado? ¿De qué manera no sucumbir al demasiado pronto del samaritanismo ni al muy tarde de la selfie? ¿Dónde hacer visibles las fuerzas que se manifiestan en la calle, en el umbral en que lo privado ya no es y lo público no opera? ¿De qué modos asumir el resquebrajamiento como propio y dejar de pensar al arte como un afuera? ¿Cómo repudiar nuestro oficialismo a la manera de quienes le propinaron una patada en el culo al delegado?



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A vuelapolvo

Compañeros poetas, tomando en cuenta los últimos sucesos, me toca dudar. Nada: el nogal da nueces aunque la gente sea alérgica. Y me acuerdo. Treinta y dos años. Me acuerdo de una ciudad mucho más devastada, del olor a muerte, del polvo que no dejó de caer durante semanas. Y me acuerdo de montones de jóvenes yendo y viniendo. Dinamismo, fuerza, empuje, sacrificio, heroísmo. ¿Dónde está mi generación? ¿En qué oficina? ¿Dueños de qué empresa? ¿Jubilados de qué sueños frustrados?

 

Claro, se dirá, pero ¿y la sociedad civil y todo aquello que Monsi dijo tan bonito? Bueno, me acuerdo de septiembre del 88, y todos nosotros: “¡Cárdenas, Cárdenas!”, en el Grito de Coyoacán, esperando el momento de salir corriendo cuando soltaran a los policías. Gritamos, pusimos el cuerpo, pero no detuvimos el fraude. ¿Detuvimos el neoliberalismo?, ¿la gentrificación?

 

¿Fracasamos por no tener redes sociales? ¿Por carecer de “conciencia de lo político” del acontecimiento? ¿Por una falta –lacaniana, cristiana, agambeniana– que ahora sí, al fin, hemos de sanar? ¿Por tener o no tener qué, que tampoco tuvieron los chicos en el 68? ¿Nos creímos más heroicos que ellos?

 

Quiero decir que nuestras narrativas son curiosas, porque actúan de manera inconsciente y señalan los lugares de trabajo (político). Y hay tres que me preocupan: una, la narrativa heroica. Poner el cuerpo en peligro para salvar vidas requiere de un arrojo extraordinario y de una empatía sin par. ¿Qué régimen de palabras, de conceptos, que muevan a ese arrojo y esa empatía podemos encontrar en aras de hallar las nuevas rutas políticas? Porque el melodrama es un círculo de impotencia, es un giro sobre pasiones tristes que consuma todo en la victoria del bien sin mostrar –como quería Brecht– las costuras de la historia. La tragedia, en cambio, es otra cosa. La tragedia no es la historia del héroe, es la historia de la comunidad ante la grieta abierta, es recordarnos que el orden actual es una mera convención que se puede cambiar por otra. Es Antígona, una chica que hace lo que cree que es justo y cuya importancia crece sólo en la medida en que desnuda las trampas de la fe. Pero nada más. Y nada menos. Que hubiera más gente siguiendo la telenovela de la niña que nunca existió que gente ayudando, tendría que hacernos pensar algo.

 

Segundo, unido a esto está nuestra naturaleza guadalupana. ¿Cuánta culpa no ha corrido por nuestros canales de comunicación?, ¿por nuestras iniciativas? ¿Cuántas historias no están centradas en el sacrificio? En los meros días de la emergencia, nos cuenta el compañero Marco Norzagaray, la Compañía Nacional de Teatro insistió en continuar en sus ensayos rumbo al reestreno de (oh ironía) El círculo de cal, de Brecht. Esto a pesar de que algunos integrantes estuvieran en situaciones difíciles u otros quisieran optar por la ayuda en los sitios siniestrados. Sacrificio, misticismo: dos pilares del teatro oficial mexicano.

 

Es difícil, de nuevo, no contrastar este imaginario con el que la izquierda ha trabajado durante cincuenta años: el bono del 68 no consistió en la organización, en las brigadas, en la toma de la palabra, en la ocupación de los espacios. No, los próceres de la resistencia se enfocaron en mitologizar “la masacre de Tlatelolco”. Las marchas anuales, pues, reproducen un arte funerario que lleva a las nuevas generaciones a la inmolación por encima de la táctica, al arrojo por encima de la cartografía del presente, a la consigna por encima de la vinculación de esfuerzos. Peligros todos que nos aguardan en el umbral de la llamada, ya, “reconstrucción”. Reconstruir, ¿qué? ¿La “gloria de México-Tenochtitlan”? Esa gloria se llama el Segundo Piso de López Obrador; la Línea 12 de Ebrad; el Metrobús de Reforma del proto fascista de Mancera. Y se llama siempre, siempre, desde que entubaron los ríos, especulación inmobiliaria.

 

Tercero, el año anterior llevamos la Clínica Revolucionaria a diversas escuelas del Valle de México. En una carpa rojiblanca se medía la “sangre revolucionaria” de la juventud, por medio de encuestas y pruebas sensoriales; un pretexto para platicar acerca de las memorias de organización. Nos interesaba preguntarnos, también, cómo asimilaban los estudiantes la narrativa de que en ellos estaba la fuerza del cambio. Y la carga resulta demasiado pesada. Injusta. Y a la vez, resultado de una pereza sin par. Sin restar un ápice a la valentía de quienes ponen el cuerpo: en este barco vamos todos. Y ese es el enigma.

 

Nada es más nocivo que privilegiar al protagonista por encima del coro. No se puede olvidar la lección que dejó la marcha dos días antes del temblor: la violencia que implica invisibilizar los cuerpos de las mujeres, meterlos en un taxi, meterlos en una maleta, meterlos en una fábrica de textiles. Todos los cuerpos son valiosos. O, también, como escribió mi compañera, Lila Guerrero, en Facebook, ¿qué pasaría en la ciudad si todas la madres que se quedaron (por elección propia, por atavismos, por las razones que sean) cuidando a la familia también hubieran salido a las calles a “ayudar”? ¿Acaso allí no hay cuerpos en emergencia, “tomando el liderazgo”?

 

Lo más brillante de lo sucedido en estos días no está en el heroísmo, el sacrificio o el nuevo liderazgo: está en que cada quien ha aportado según sus capacidades e, incluso, ha logrado incrementar su potencia, la de su cuerpo y el cuerpo colectivo. Pero esto no ha ocurrido con una capa o una máscara de luchador. Ha ocurrido con el cuerpo de todos los días que ha hallado espacios para articularse, para con/vivir, para aprender.

 

Raúl Zibechi ha dicho que los movimientos sociales latinoamericanos han fructificado a partir de los saberes que la comunidad ya está accionando, sólo que los ha vuelto más flexibles y listos para cada momento. El Comité Invisible llamaría a esto destitución: recuperar las capacidades de los cuerpos, de la comuna, aparentemente cedidas en un contrato social nunca firmado. Pero ésta, la destitución, no se hace con la promesa de un futuro pleno, sino en la práctica de un presente que instala de facto el mundo en el que quiere habitar. No hay destitución con las pasiones tristes de la promesa futura o la obligación del pasado. Las pasiones alegres se instalan en los encuentros polémicos, vigorizantes, en los cuales también –como decía el buen Benjamin– participa la memoria, como un fulgor que ilumina los instantes de peligro.

 

Post scriptum

 

Sobre el arte: ¿cómo preservar la grieta? ¿Qué estrategias seguir para generar un escenario de reconocimiento de este cuerpo plural que se ha formado? ¿De qué manera no sucumbir al demasiado pronto del samaritanismo ni al muy tarde de la selfie? ¿Dónde hacer visibles las fuerzas que se manifiestan en la calle, en el umbral en que lo privado ya no es y lo público no opera? ¿De qué modos asumir el resquebrajamiento como propio y dejar de pensar al arte como un afuera? ¿Cómo repudiar nuestro oficialismo a la manera de quienes le propinaron una patada en el culo al delegado?



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Viernes de playlist

Juan Manuel Torreblanca (1980) es músico. Reconocido por su trabajo con el grupo Torreblanca –que fundó en 2008 y con el que editó los discos Bella épica (2011), El polvo en la luz (2014) y Algo se quedó sin decir (2016)–, actualmente incursiona en la dramaturgia con la pieza escénica Deseo, que es parte del concepto microteatro.

 

¿Por qué estaría escuchando estas canciones en especial? Cada una tiene diferentes razones. La de Tirzah es de esas canciones que me gustan para caminar en la ciudad, me marcan el ritmo. Tiene una languidez irreverente y sensual de espíritu punk, estimulante y seductor que relaciono con el trabajo de Micachu & the Shapes. El trabajo de Maria Arnal y su compañero guitarrista Bagés me parece de los proyectos de pop en español con las mejores letras (inteligentes y originales) que he escuchado en un tiempo; la voz de Maria me hace sentir lo que me hace sentir un buen fado. El último sencillo de la peruana Pamela Rodríguez es un reclamo a la reivindicación de la diversión, el erotismo y la cachondería pura en la música latinoamericana globalizada. La canción y la voz de Rodríguez son deliciosas. Que hayan regresado los Tribalistas (Marisa Monte, Arnaldo Antunes y Carlinhos Brown) es una razón por la que vale la pena seguir viviendo a pesar de la fatalidad actual, como la existencia de Trump. Cierro la lista de mis 10 canciones con una que es parte del musical Sunday in The Park With George de Stephen Sondheim (1984) (inspirado en el famoso y revolucionario cuadro Una tarde de domingo en la isla de la Grande Jatte (1884-1886), del pintor francés puntillista-neoimpresionista Georges Seurat) porque tenía que haber algo de Sondheim (por no decir que la lista podría haber totalmente de Sondheim). Pero este musical en particular tiene algo indescriptible que me conmueve demasiado. La primera vez que lo vi entero en YouTube (en el montaje original con Mandy Patinkin) me pasé los últimos 30 o 40 minutos llorando como bebé. Hay algo en el manejo de la armonía de Sondheim, en su manera de hablar de las relaciones humanas, en su manera de entender y plasmar la lucha obsesiva y solitaria del artista… y en esta canción la nostalgia, la despedida del pasado, la vejez de la mamá, el amor entre la madre y el hijo. Es casi el final del primer acto y es una belleza.

 

 

 

 



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Viernes de playlist

Juan Manuel Torreblanca (1980) es músico. Reconocido por su trabajo con el grupo Torreblanca –que fundó en 2008 y con el que editó los discos Bella épica (2011), El polvo en la luz (2014) y Algo se quedó sin decir (2016)–, actualmente incursiona en la dramaturgia con la pieza escénica Deseo, que es parte del concepto microteatro.

 

¿Por qué estaría escuchando estas canciones en especial? Cada una tiene diferentes razones. La de Tirzah es de esas canciones que me gustan para caminar en la ciudad, me marcan el ritmo. Tiene una languidez irreverente y sensual de espíritu punk, estimulante y seductor que relaciono con el trabajo de Micachu & the Shapes. El trabajo de Maria Arnal y su compañero guitarrista Bagés me parece de los proyectos de pop en español con las mejores letras (inteligentes y originales) que he escuchado en un tiempo; la voz de Maria me hace sentir lo que me hace sentir un buen fado. El último sencillo de la peruana Pamela Rodríguez es un reclamo a la reivindicación de la diversión, el erotismo y la cachondería pura en la música latinoamericana globalizada. La canción y la voz de Rodríguez son deliciosas. Que hayan regresado los Tribalistas (Marisa Monte, Arnaldo Antunes y Carlinhos Brown) es una razón por la que vale la pena seguir viviendo a pesar de la fatalidad actual, como la existencia de Trump. Cierro la lista de mis 10 canciones con una que es parte del musical Sunday in The Park With George de Stephen Sondheim (1984) (inspirado en el famoso y revolucionario cuadro Una tarde de domingo en la isla de la Grande Jatte (1884-1886), del pintor francés puntillista-neoimpresionista Georges Seurat) porque tenía que haber algo de Sondheim (por no decir que la lista podría haber totalmente de Sondheim). Pero este musical en particular tiene algo indescriptible que me conmueve demasiado. La primera vez que lo vi entero en YouTube (en el montaje original con Mandy Patinkin) me pasé los últimos 30 o 40 minutos llorando como bebé. Hay algo en el manejo de la armonía de Sondheim, en su manera de hablar de las relaciones humanas, en su manera de entender y plasmar la lucha obsesiva y solitaria del artista… y en esta canción la nostalgia, la despedida del pasado, la vejez de la mamá, el amor entre la madre y el hijo. Es casi el final del primer acto y es una belleza.

 

 

 

 



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Agenda de fin de semana

Dos propuestas para el fin de semana, luego de los sucesos que afectaron a varias ciudades del país. La idea es reposar la mente y reflexionar.

 

 

 

Película

 

Los ríos, el viaje a México con el maestro Kapuściński (2016), de Ela Chrzanowska

 

La documentalista polaca realizó un recorrido por México para encontrarse con los periodistas y los amigos de Kapuściński que tuvieron contacto con él en los años sesenta y setenta, durante algunos de los viajes que el periodista realizó al país. La directora, que fue vecina de Ryszard Kapuściński, intenta reconstruir con su película el pasado del célebre periodista. Luego de la función se realizará una sesión de preguntas con Chrzanowska.

 

Cine Tonalá

 

Cine Tonalá

Sábado, 13:00 horas

$60 entrada general

 

Exposición

 

All of a Tremble, de Anri Sala

 

La segunda exposición del artista albanés en la galería Kurimanzutto explora la relación entre la construcción de la imagen y la corporeidad del sonido. Ubicada sobre muros opuestos del espacio principal de la galería, la obra mecaniza el proceso de sinestesia: un fenómeno de percepción en el que la estimulación de una vía sensorial o cognitiva, en este caso representada por la imagen, induce una experiencia automática e involuntaria en otra vía sensorial o cognitiva, en este caso el sonido.

 

Kurimanzutto

Viernes y sábados, de 11:00 a 16:00 horas

Entrada libre



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Agenda de fin de semana

Dos propuestas para el fin de semana, luego de los sucesos que afectaron a varias ciudades del país. La idea es reposar la mente y reflexionar.

 

 

 

Película

 

Los ríos, el viaje a México con el maestro Kapuściński (2016), de Ela Chrzanowska

 

La documentalista polaca realizó un recorrido por México para encontrarse con los periodistas y los amigos de Kapuściński que tuvieron contacto con él en los años sesenta y setenta, durante algunos de los viajes que el periodista realizó al país. La directora, que fue vecina de Ryszard Kapuściński, intenta reconstruir con su película el pasado del célebre periodista. Luego de la función se realizará una sesión de preguntas con Chrzanowska.

 

Cine Tonalá

 

Cine Tonalá

Sábado, 13:00 horas

$60 entrada general

 

Exposición

 

All of a Tremble, de Anri Sala

 

La segunda exposición del artista albanés en la galería Kurimanzutto explora la relación entre la construcción de la imagen y la corporeidad del sonido. Ubicada sobre muros opuestos del espacio principal de la galería, la obra mecaniza el proceso de sinestesia: un fenómeno de percepción en el que la estimulación de una vía sensorial o cognitiva, en este caso representada por la imagen, induce una experiencia automática e involuntaria en otra vía sensorial o cognitiva, en este caso el sonido.

 

Kurimanzutto

Viernes y sábados, de 11:00 a 16:00 horas

Entrada libre



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jueves, 28 de septiembre de 2017

Dificultades en la trinchera cultural

Desde hace un par de meses, cada jueves, recomiendo en esta columna una exposición de arte reciente en la Ciudad de México (ocasionalmente en otro lugar) o reviso alguna novedad editorial. A veces me he permitido reflexiones sobre temas importantes, como el periodismo cultural. La semana pasada no escribí la columna: sobra decir que el sismo del 19 de septiembre nos descolocó a todos. Durante los días posteriores al temblor me pregunté qué tipo de contenidos resultaba pertinente publicar en una revista de arte. La gran mayoría de los lectores –no sólo los de nuestro medio– nos mantuvimos pegados a las pantallas siguiendo las crónicas en vivo y procurando en las redes sociales las noticias más frescas acerca de la emergencia. El sitio de La Tempestad permaneció en silencio por unos días. Me atrevo a decir que el receso público se debió más una reacción natural ante la nueva realidad –trágica– que a una decisión editorial meditada.

 

Es probable que el “reflejo” que inmediatamente nos detuvo, por miedo a añadir más ruido a la de por sí saturadas redes de información (y desinformación), tenga que ver con una ética editorial que aflora en momentos de crisis. No hablo de una ética aprendida en manuales de periodismo, sino de una conciencia gestada en la experiencia, que la mayor parte del tiempo opera de manera inconsciente durante los procesos editoriales.

 

No pronuncié un juramento hipocrático antes de comenzar a editar; sin embargo, hace doce años que lo me entusiasma de esta profesión es justamente poder entregar a los lectores un poco de claridad y de orden en la información, mediante la publicación de una noticia breve o un ensayo extenso. Esa misma claridad, hoy sé, puede brindarse cuando dejamos intactos los temas que no podemos tratar con amplitud, aquellos que de plano escapan a nuestra capacidad de brindar rigor crítico o periodístico.  

 

¿Adónde voy con todo esto? No es este espacio semanal el lugar para encender piras paganas, sería muy fácil exhibir la poca decencia de publicaciones clasistas de distribución masiva que vieron en el caos una nueva oportunidad de lucro, para de paso darse un baño de solidaridad social. Lejos de hacer acusaciones moralistas provocadas por el trauma sísmico, creo que es un momento adecuado para proponer la reflexión sobre las prácticas editoriales en los medios de comunicación mexicanos y, sobre todo, en el periodismo cultural local: el sismo rebasó nuestras capacidades para editorializar los hechos. No sabemos cómo compartir la información desde nuestras trincheras, aún estamos pasmados.



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Dificultades en la trinchera cultural

Desde hace un par de meses, cada jueves, recomiendo en esta columna una exposición de arte reciente en la Ciudad de México (ocasionalmente en otro lugar) o reviso alguna novedad editorial. A veces me he permitido reflexiones sobre temas importantes, como el periodismo cultural. La semana pasada no escribí la columna: sobra decir que el sismo del 19 de septiembre nos descolocó a todos. Durante los días posteriores al temblor me pregunté qué tipo de contenidos resultaba pertinente publicar en una revista de arte. La gran mayoría de los lectores –no sólo los de nuestro medio– nos mantuvimos pegados a las pantallas siguiendo las crónicas en vivo y procurando en las redes sociales las noticias más frescas acerca de la emergencia. El sitio de La Tempestad permaneció en silencio por unos días. Me atrevo a decir que el receso público se debió más una reacción natural ante la nueva realidad –trágica– que a una decisión editorial meditada.

 

Es probable que el “reflejo” que inmediatamente nos detuvo, por miedo a añadir más ruido a la de por sí saturadas redes de información (y desinformación), tenga que ver con una ética editorial que aflora en momentos de crisis. No hablo de una ética aprendida en manuales de periodismo, sino de una conciencia gestada en la experiencia, que la mayor parte del tiempo opera de manera inconsciente durante los procesos editoriales.

 

No pronuncié un juramento hipocrático antes de comenzar a editar; sin embargo, hace doce años que lo me entusiasma de esta profesión es justamente poder entregar a los lectores un poco de claridad y de orden en la información, mediante la publicación de una noticia breve o un ensayo extenso. Esa misma claridad, hoy sé, puede brindarse cuando dejamos intactos los temas que no podemos tratar con amplitud, aquellos que de plano escapan a nuestra capacidad de brindar rigor crítico o periodístico.  

 

¿Adónde voy con todo esto? No es este espacio semanal el lugar para encender piras paganas, sería muy fácil exhibir la poca decencia de publicaciones clasistas de distribución masiva que vieron en el caos una nueva oportunidad de lucro, para de paso darse un baño de solidaridad social. Lejos de hacer acusaciones moralistas provocadas por el trauma sísmico, creo que es un momento adecuado para proponer la reflexión sobre las prácticas editoriales en los medios de comunicación mexicanos y, sobre todo, en el periodismo cultural local: el sismo rebasó nuestras capacidades para editorializar los hechos. No sabemos cómo compartir la información desde nuestras trincheras, aún estamos pasmados.



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Ficciones distópicas

Una especie de advertencia a través de una anécdota: tras pasar ya demasiado tiempo en la estación espacial Mir (donde quedó, podría decirse, varado durante el tiempo en que la Unión Soviética se disolvió y hasta que el Kremlin pudo devolverlo a casa), el cosmonauta Serguéi Konstantínovich Krikaliov se comunicó con su centro de mando para quejarse de una película incluida en la videoteca de la estación. El filme, que Krikaliov encontró “de mal gusto”, trataba sobre un astronauta varado en el espacio al que se le agotaba el oxígeno.

 

¿Son tiempos para atender novelas distópicas? Ahora circula en nuestro país, a través de Anagrama, Los Mandible. Una familia: 2029-2047 (2016), de Lionel Shriver (Carolina del Norte, EEUU, 1957). La autora, muy al tanto de la tradición de los relatos apocalípticos, sagazmente eligió como heraldo del fin de los tiempos no a una catástrofe natural ni a una pandemia manufacturada en algún siniestro laboratorio. En cambio, ofrece un panorama de lo que le podría ocurrir a los EEUU si volviera a enfrentarse (como lo hizo en los treinta del siglo pasado) a una crisis económica de niveles catastróficos. A propósito de su experiencia abordando el género de la ciencia ficción distópica, Shriver nos comparte: “Como Lowell [uno de los miembros de la familia Mandible, un economista de Georgetown] dice, los libros que tienen lugar en el futuro son sobre el presente. Y ese fue mi aprendizaje principal. De hecho, cuando coloqué esa línea en el libro sospeché que sería la que más se citaría. Y tuve razón, es la que más se utiliza en reseñas. Pero me parece bien, sé que estoy escribiendo sobre el presente, una de las cosas que los libros como Los Mandible intentan, y probablemente fracasan al hacerlo, es sonar la alarma. Me parece que es uno de sus propósitos convencionales, al margen del entretenimiento, de las ficciones distópicas”.

 

A pesar de lo que algunos pensadores (como Terry Eagleton o Franco Berardi) han señalado, los relatos distópicos no siempre reflejan una carencia imaginativa, pues también las catástrofes son históricas, y no sólo clausuras. “Una de las cosas que siempre me han llamado la atención es que las sociedades sí atraviesan colapsos. Pues existen colapsos sociales pero algunas personas logran perseverar. Me parece que esa es una de las razones por las que la ficción apocalíptica tiene la reputación de ser ahistórica: es como si se llegara al final de la historia, pero sólo es aparente. Por otro lado existe el colapso de las especies, la extinción, que no es un invento de los escritores de la ficción. Sería muy tonto creer que podremos perseverar por siempre: es completamente posible que nuestra especie desaparezca del planeta. Siempre me parece irónico, si no es que hilarante, que estamos preocupados por la Tierra, por su salud o por si corre algún riesgo. Pero no es así, la naturaleza nunca estará en peligro, nosotros lo estamos. Uno de mis documentales favoritos, pero he olvidado su nombre, muestra lo que ocurriría si la raza humana desapareciera del día a la mañana. Al inicio parece desalentador, pues las plantas nucleares explotan, las mascotas mueren de hambre… me pone sentimental… pero no toma demasiado tiempo, en términos geológicos, para que todos los signos de la raza humana se oxiden y hundan en la tierra, y para que el planeta se recupere. Al final del documental lo que se presenta es un escenario exuberante y hermoso, con animales por todos lados. Es un mundo muy bello”.

 

 Los Mandible… aprovecha la estructura de la saga familiar para imaginar el momento en que la sociedad capitalista de los EEUU deja de ser, sencillamente, viable: nuevas monedas extranjeras (el báncor keynesiano con el que Rusia inunda el mercado global) finalmente debilitan la que solía ser una de las economías más fuertes del mundo. Pero ese sólo es el punto de partida, la novela en realidad mantiene el tono oscuramente satírico que Shriver ha desarrollado a lo largo de su obra. “La preocupación real es si no estaremos llegando a un punto de sobrepoblación insostenible. Me parece que así es. Y en términos más concretos, ¿qué tipo de pérdidas sufriremos, qué tendremos que tolerar? ¿Será la vida algo más que mierda? Es lo que ocurre en Los Mandible: la vida se vuelve mierda. Lo que era cotidiano para los estadounidenses deja de estar disponible. Y esencialmente los EEUU se vuelve un país de tercer mundo”.

 

En ese sentido no debe sorprender que el narrador de la novela dirija constantemente sus dardos a la clase media estadounidense (los personajes antipáticos abundan). “Si iba a escribir sobre una gran pérdida de riqueza, por necesidad tenía que empezar con alguien que tuviera algo que perder. De otra forma, si hubiera escrito sobre gente pobre que sigue siendo pobre, no habría mucha trama que digamos. En Los Mandible hay una riqueza sustancial atorada en el patriarca. Y quería examinar cómo la gente se prepara para los distintos futuros que anticipa. Un ejemplo es la terrible manera en que lo hace Carter [uno de los hijos mayores de los Mandible], quien ha estado esperando toda su vida a heredar ese dinero. Casi tiene setenta años, ¿en qué podría gastar ese dinero una vez que lo obtenga?” ¿No es esa la verdadera catástrofe? “¡Lo es! Un derroche de vida terrible. Es algo que he visto a menudo en nuestra sociedad. La gente vive demasiado tiempo y quienes esperan una herencia probablemente ya estarán retirados cuando la obtengan. Tendrán problemas de salud y no disfrutarán realmente de la riqueza. Es un poco la situación del príncipe Carlos. Siento lástima por él”.

 

Durante su participación en el pasado Hay Festival Querétaro, celebrado este mes, Shriver conversó con la periodista Kirsty Lang. Además de hablar sobre su nueva novela, abordaron la reacción negativa que su discurso sobre ficción y políticas de identidad tuvo (lo presentó en el Brisbane Writers Festival, el año pasado); una respuesta que Shriver considera es parte de una excesiva cultura de corrección política en la que las personas se encajonan cada vez más en categorías incapaces de comunicarse entre sí. ¿Le parece que las redes sociales abonan al problema? “Está empeorando. Y sí, las redes sociales han agravado el problema. Yo no participo en ellas, tal vez como un mecanismo de defensa, además de que no hay suficientes horas en el día para atenderlas. Tiendo a consumir más medios tradicionales, lo cual me ayuda a mantener mi habilidad para pensar pero también para sentirme menos observada o juzgada. Las redes sociales tienden a reforzar el pensamiento de grupos cerrados. Y ya era suficientemente malo con los medios tradicionales. Si sólo lees el New York Times obtienes una perspectiva muy específica del mundo. El Brexit, por ejemplo, se vuelve un fenómeno híper negativo. Todas las personas que quieren dejar la Unión Europea vista a través de ese filtro se vuelven racistas y xenófobas, cosa que no es justa ni verdadera. Honestamente no sé cuál sea la solución para algo así, yo misma padezco de ese encajonamiento. A veces fantaseo con que las redes sociales sólo están viviendo su momento pico, que es posible que las personas se aburrirán de ellas o que querrán su tiempo de vuelta. El fenómeno no es nuevo pero la cultura de Internet se ha vuelto demasiado negativa, gladiadora, pero me temo que no es algo que sencillamente podrá apagarse”.



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Ficciones distópicas

Una especie de advertencia a través de una anécdota: tras pasar ya demasiado tiempo en la estación espacial Mir (donde quedó, podría decirse, varado durante el tiempo en que la Unión Soviética se disolvió y hasta que el Kremlin pudo devolverlo a casa), el cosmonauta Serguéi Konstantínovich Krikaliov se comunicó con su centro de mando para quejarse de una película incluida en la videoteca de la estación. El filme, que Krikaliov encontró “de mal gusto”, trataba sobre un astronauta varado en el espacio al que se le agotaba el oxígeno.

 

¿Son tiempos para atender novelas distópicas? Ahora circula en nuestro país, a través de Anagrama, Los Mandible. Una familia: 2029-2047 (2016), de Lionel Shriver (Carolina del Norte, EEUU, 1957). La autora, muy al tanto de la tradición de los relatos apocalípticos, sagazmente eligió como heraldo del fin de los tiempos no a una catástrofe natural ni a una pandemia manufacturada en algún siniestro laboratorio. En cambio, ofrece un panorama de lo que le podría ocurrir a los EEUU si volviera a enfrentarse (como lo hizo en los treinta del siglo pasado) a una crisis económica de niveles catastróficos. A propósito de su experiencia abordando el género de la ciencia ficción distópica, Shriver nos comparte: “Como Lowell [uno de los miembros de la familia Mandible, un economista de Georgetown] dice, los libros que tienen lugar en el futuro son sobre el presente. Y ese fue mi aprendizaje principal. De hecho, cuando coloqué esa línea en el libro sospeché que sería la que más se citaría. Y tuve razón, es la que más se utiliza en reseñas. Pero me parece bien, sé que estoy escribiendo sobre el presente, una de las cosas que los libros como Los Mandible intentan, y probablemente fracasan al hacerlo, es sonar la alarma. Me parece que es uno de sus propósitos convencionales, al margen del entretenimiento, de las ficciones distópicas”.

 

A pesar de lo que algunos pensadores (como Terry Eagleton o Franco Berardi) han señalado, los relatos distópicos no siempre reflejan una carencia imaginativa, pues también las catástrofes son históricas, y no sólo clausuras. “Una de las cosas que siempre me han llamado la atención es que las sociedades sí atraviesan colapsos. Pues existen colapsos sociales pero algunas personas logran perseverar. Me parece que esa es una de las razones por las que la ficción apocalíptica tiene la reputación de ser ahistórica: es como si se llegara al final de la historia, pero sólo es aparente. Por otro lado existe el colapso de las especies, la extinción, que no es un invento de los escritores de la ficción. Sería muy tonto creer que podremos perseverar por siempre: es completamente posible que nuestra especie desaparezca del planeta. Siempre me parece irónico, si no es que hilarante, que estamos preocupados por la Tierra, por su salud o por si corre algún riesgo. Pero no es así, la naturaleza nunca estará en peligro, nosotros lo estamos. Uno de mis documentales favoritos, pero he olvidado su nombre, muestra lo que ocurriría si la raza humana desapareciera del día a la mañana. Al inicio parece desalentador, pues las plantas nucleares explotan, las mascotas mueren de hambre… me pone sentimental… pero no toma demasiado tiempo, en términos geológicos, para que todos los signos de la raza humana se oxiden y hundan en la tierra, y para que el planeta se recupere. Al final del documental lo que se presenta es un escenario exuberante y hermoso, con animales por todos lados. Es un mundo muy bello”.

 

 Los Mandible… aprovecha la estructura de la saga familiar para imaginar el momento en que la sociedad capitalista de los EEUU deja de ser, sencillamente, viable: nuevas monedas extranjeras (el báncor keynesiano con el que Rusia inunda el mercado global) finalmente debilitan la que solía ser una de las economías más fuertes del mundo. Pero ese sólo es el punto de partida, la novela en realidad mantiene el tono oscuramente satírico que Shriver ha desarrollado a lo largo de su obra. “La preocupación real es si no estaremos llegando a un punto de sobrepoblación insostenible. Me parece que así es. Y en términos más concretos, ¿qué tipo de pérdidas sufriremos, qué tendremos que tolerar? ¿Será la vida algo más que mierda? Es lo que ocurre en Los Mandible: la vida se vuelve mierda. Lo que era cotidiano para los estadounidenses deja de estar disponible. Y esencialmente los EEUU se vuelve un país de tercer mundo”.

 

En ese sentido no debe sorprender que el narrador de la novela dirija constantemente sus dardos a la clase media estadounidense (los personajes antipáticos abundan). “Si iba a escribir sobre una gran pérdida de riqueza, por necesidad tenía que empezar con alguien que tuviera algo que perder. De otra forma, si hubiera escrito sobre gente pobre que sigue siendo pobre, no habría mucha trama que digamos. En Los Mandible hay una riqueza sustancial atorada en el patriarca. Y quería examinar cómo la gente se prepara para los distintos futuros que anticipa. Un ejemplo es la terrible manera en que lo hace Carter [uno de los hijos mayores de los Mandible], quien ha estado esperando toda su vida a heredar ese dinero. Casi tiene setenta años, ¿en qué podría gastar ese dinero una vez que lo obtenga?” ¿No es esa la verdadera catástrofe? “¡Lo es! Un derroche de vida terrible. Es algo que he visto a menudo en nuestra sociedad. La gente vive demasiado tiempo y quienes esperan una herencia probablemente ya estarán retirados cuando la obtengan. Tendrán problemas de salud y no disfrutarán realmente de la riqueza. Es un poco la situación del príncipe Carlos. Siento lástima por él”.

 

Durante su participación en el pasado Hay Festival Querétaro, celebrado este mes, Shriver conversó con la periodista Kirsty Lang. Además de hablar sobre su nueva novela, abordaron la reacción negativa que su discurso sobre ficción y políticas de identidad tuvo (lo presentó en el Brisbane Writers Festival, el año pasado); una respuesta que Shriver considera es parte de una excesiva cultura de corrección política en la que las personas se encajonan cada vez más en categorías incapaces de comunicarse entre sí. ¿Le parece que las redes sociales abonan al problema? “Está empeorando. Y sí, las redes sociales han agravado el problema. Yo no participo en ellas, tal vez como un mecanismo de defensa, además de que no hay suficientes horas en el día para atenderlas. Tiendo a consumir más medios tradicionales, lo cual me ayuda a mantener mi habilidad para pensar pero también para sentirme menos observada o juzgada. Las redes sociales tienden a reforzar el pensamiento de grupos cerrados. Y ya era suficientemente malo con los medios tradicionales. Si sólo lees el New York Times obtienes una perspectiva muy específica del mundo. El Brexit, por ejemplo, se vuelve un fenómeno híper negativo. Todas las personas que quieren dejar la Unión Europea vista a través de ese filtro se vuelven racistas y xenófobas, cosa que no es justa ni verdadera. Honestamente no sé cuál sea la solución para algo así, yo misma padezco de ese encajonamiento. A veces fantaseo con que las redes sociales sólo están viviendo su momento pico, que es posible que las personas se aburrirán de ellas o que querrán su tiempo de vuelta. El fenómeno no es nuevo pero la cultura de Internet se ha vuelto demasiado negativa, gladiadora, pero me temo que no es algo que sencillamente podrá apagarse”.



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Reflexiones antes de reconstruir

ReConstruir México es una iniciativa en la que participan más de cien arquitectos y expertos de otras disciplinas que, ante los sismos y huracanes de septiembre en el país, proponen “evitar a toda costa las demoliciones indiscriminadas; rescatar las construcciones reciclando, reconstruyendo y respetando lo existente; reconstruir para lograr soluciones sostenibles y de largo plazo”, según se lee en su cuenta de Twitter.

 

“La prisa por resolver las cosas puede llevar a malas decisiones. Tenemos que ayudar a que las decisiones sean más inteligentes, organizadas y especializadas”, dijo el arquitecto Mauricio Rocha, miembro destacado de la organización, en una entrevista para Milenio TV.  

 

Entre los participantes se encuentran también Alessandro Arienzo, Andrea Griborio, Xavier Hierro, Pedro Reyes, Antonio Gallardo, Julio Gaeta, Lubby Springall, Enrique Rosas y muchos otros especialistas. Para ellos se necesitan estrategias conjuntas que ayuden a resolver el alojamiento para damnificados, una necesidad inmediata. Su proyecto propone seis puntos para pensar y actuar en el contexto crítico actual, de los cuales destacan los siguientes: no invalidar construcciones que sufrieron daños irreparables, ya que demoler y construir de nuevo es más costoso y menos eficiente que lo existente de manera responsable; realizar diagnósticos de las viviendas para asignar categorías de riesgo, alternativas de rehabilitación y soluciones basadas en las causas de los daños de las construcciones afectadas y diseñar campamentos para damnificados con soluciones técnicas apropiadas.

 

Desde su cuenta de Twitter la organización lanza consignas como: “El aprendizaje de los terremotos del 85 se debe actualizar: nunca más diseño contra la naturaleza y contra las personas, sino al servicio de una sociedad plural”.

 

Para reflexionar acerca de las medidas que habrá que tomar en los procesos de reconstrucción ReConstruir propone ocho mesas de trabajo en las que se debatirá sobre temas de comunicación, mapeo, infraestructura y reciclaje de materiales, soluciones tecnológicas, lazos institucionales, atención de emergencia, patrimonio y registro de casos.
Las mesas, que se están organizando, tienen diversos moderadores y contactos para que se sumen otros interesados. Aquí se puede consultar la información.



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Reflexiones antes de reconstruir

ReConstruir México es una iniciativa en la que participan más de cien arquitectos y expertos de otras disciplinas que, ante los sismos y huracanes de septiembre en el país, proponen “evitar a toda costa las demoliciones indiscriminadas; rescatar las construcciones reciclando, reconstruyendo y respetando lo existente; reconstruir para lograr soluciones sostenibles y de largo plazo”, según se lee en su cuenta de Twitter.

 

“La prisa por resolver las cosas puede llevar a malas decisiones. Tenemos que ayudar a que las decisiones sean más inteligentes, organizadas y especializadas”, dijo el arquitecto Mauricio Rocha, miembro destacado de la organización, en una entrevista para Milenio TV.  

 

Entre los participantes se encuentran también Alessandro Arienzo, Andrea Griborio, Xavier Hierro, Pedro Reyes, Antonio Gallardo, Julio Gaeta, Lubby Springall, Enrique Rosas y muchos otros especialistas. Para ellos se necesitan estrategias conjuntas que ayuden a resolver el alojamiento para damnificados, una necesidad inmediata. Su proyecto propone seis puntos para pensar y actuar en el contexto crítico actual, de los cuales destacan los siguientes: no invalidar construcciones que sufrieron daños irreparables, ya que demoler y construir de nuevo es más costoso y menos eficiente que lo existente de manera responsable; realizar diagnósticos de las viviendas para asignar categorías de riesgo, alternativas de rehabilitación y soluciones basadas en las causas de los daños de las construcciones afectadas y diseñar campamentos para damnificados con soluciones técnicas apropiadas.

 

Desde su cuenta de Twitter la organización lanza consignas como: “El aprendizaje de los terremotos del 85 se debe actualizar: nunca más diseño contra la naturaleza y contra las personas, sino al servicio de una sociedad plural”.

 

Para reflexionar acerca de las medidas que habrá que tomar en los procesos de reconstrucción ReConstruir propone ocho mesas de trabajo en las que se debatirá sobre temas de comunicación, mapeo, infraestructura y reciclaje de materiales, soluciones tecnológicas, lazos institucionales, atención de emergencia, patrimonio y registro de casos.
Las mesas, que se están organizando, tienen diversos moderadores y contactos para que se sumen otros interesados. Aquí se puede consultar la información.



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Alumbrar las sombras

“Me dedico al dolor para dar sentido y forma a la frustración y el sufrimiento. No puedo hacer desaparecer el dolor. Ha venido para quedarse.” La cita anterior pertenece a la artista Louise Bourgeois, cuya obra menos conocida es objeto de una muestra en el MoMA de Nueva York, que se propone explorar su proceso creativo y con ello alumbrar las sombras que la persiguieron durante su vida.

 

Louise Bourgeois: An Unfolding Portrait da cuenta de la obra impresa de la creadora francesa, que consta de más mil 200 piezas. Aunque Bourgeois es mejor conocida por sus esculturas gigantescas de arañas, también trabajó con impresiones (a las que añadía capas de gouache, acuarela y lapicero) y dibujos que le permitieron evocar de manera espontánea emociones y duelos. Esta forma de trabajo le permitía a Bourgeois revisar una obra de su autoría, creada décadas atrás, y volver a conectarse con la emoción que la generó, asegura Deborah Wye, comisaria de la muestra.

 

La exhibición reúne obras que Bourgeois, que falleció a los 98 años en 2010, realizó en sus últimas dos décadas de vida, aunque también piezas creadas durante los años cuarenta. Wye, que fue quien organizó la primera retrospectiva de Bourgeois en Estados Unidos, en 1982, comentó al diario español El País que fue doloroso revisar las cartas y obras que sustentan la muestra, ya que considera que son testimonios del profundo sufrimiento de la creadora.

 
Louise Bourgeois: An Unfolding Portrait estará en exhibición hasta el 26 de enero de 2018.



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Alumbrar las sombras

“Me dedico al dolor para dar sentido y forma a la frustración y el sufrimiento. No puedo hacer desaparecer el dolor. Ha venido para quedarse.” La cita anterior pertenece a la artista Louise Bourgeois, cuya obra menos conocida es objeto de una muestra en el MoMA de Nueva York, que se propone explorar su proceso creativo y con ello alumbrar las sombras que la persiguieron durante su vida.

 

Louise Bourgeois: An Unfolding Portrait da cuenta de la obra impresa de la creadora francesa, que consta de más mil 200 piezas. Aunque Bourgeois es mejor conocida por sus esculturas gigantescas de arañas, también trabajó con impresiones (a las que añadía capas de gouache, acuarela y lapicero) y dibujos que le permitieron evocar de manera espontánea emociones y duelos. Esta forma de trabajo le permitía a Bourgeois revisar una obra de su autoría, creada décadas atrás, y volver a conectarse con la emoción que la generó, asegura Deborah Wye, comisaria de la muestra.

 

La exhibición reúne obras que Bourgeois, que falleció a los 98 años en 2010, realizó en sus últimas dos décadas de vida, aunque también piezas creadas durante los años cuarenta. Wye, que fue quien organizó la primera retrospectiva de Bourgeois en Estados Unidos, en 1982, comentó al diario español El País que fue doloroso revisar las cartas y obras que sustentan la muestra, ya que considera que son testimonios del profundo sufrimiento de la creadora.

 
Louise Bourgeois: An Unfolding Portrait estará en exhibición hasta el 26 de enero de 2018.



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Lo permanente en la aceleración de flujos

Estos días se realiza la edición 14 de la Bienal de Lyon, en la que participan los artistas mexicanos Damián Ortega, Fernando Ortega y Héctor Zamora. Esta ocasión el encuentro artístico reflexiona sobre la inmediatez y la fugacidad de la realidad, vista en la producción artística tanto moderna como contemporánea. Platicamos con Emma Lavigne, directora del Centro Pompidou-Metz, comisaria de “Mundos flotantes”, título de la cita dedicada al arte contemporáneo más importante de Francia.

 

La Bienal de Lyon, que esta ocasión se titula “Mundos Flotantes”, se plantea como una crítica del concepto de modernidad. ¿Cuáles son los ejes que conducen la exploración artística?

 

En lugar de criticar la idea de la modernidad preferí buscar una relectura del concepto de “moderno”, como lo han pensado algunos artistas de la vanguardia como Marcel Duchamp, Stéphane Mallarmé, Claude Debussy, Erik Satie, etc. Otra forma de modernidad en relación con la apertura de las obras de arte, como lo definió Umberto Eco en su libro La obra abierta (1962), es un estado del mundo que está suspendido y en constante movilidad. En mi opinión eso es lo que mejor se ajusta a la escena del arte actual. Lo central en “Mundos flotantes” es una exploración de la persistencia de la sensibilidad moderna al flujo, donde lo “moderno” es definido en el sentido baudelaireano como “lo transitorio, fugaz, contingente, esa mitad de todo arte, cuya otra mitad es lo eterno e inmóvil”, y que refuerza nuestra antigua conciencia de la impermanencia de la vida, ese “mundo flotante” que los japoneses llaman ukiyo-e –una visión del mundo y sus procesos de renovación sin fin, como fuentes de libertad y creatividad. Estas palabras resuenan con la aceleración del flujo en un momento en que la globalización se acelera y en un mundo de liquidez e identidad, tal como lo analizó Zygmunt Bauman. Su crítica de la modernidad –haciendo hincapié en su “naturaleza fluida, siempre cambiante, caleidoscópica”– es rica en significación en una época que experimenta actualmente la “devaluación irreprimible” de la distancia espacial, la interpenetración en la red y la interconexión, la globalización galopante, y el acelerado flujo de personas, ideas y bienes. Bauman describe a la sociedad contemporánea en términos de movilidad continua, un fenómeno que conduce a la disolución de las relaciones e identidades, de “liquidez” global, del aislamiento de la nueva raza “hipermoderna”. El flujo es lo que conecta a los individuos, lo que les permite comunicarse, acercarse y al mismo tiempo desplazarlos.

 

¿Bajo qué líneas temáticas han sido convocados los artistas?

 

La Bienal se basa en seis ejes temáticos: “Circulación/Infinito”, “Archipiélago sensorial”, “Poesía Expandida”, “Océano de sonido”, “Cuerpos eléctricos” y “Cosmos Interno”. Todos ellos forman un paisaje donde todos las obras de los artistas interactúan con sus entornos y son subrayadas por la conciencia de que la imaginación, la poesía y el arte son simultáneamente reveladores, y antídotos, de la inestabilidad del momento presente. Los ejes permiten a la mente vagar y soñar, transformar los sitios de la Bienal en un archipiélago dentro de un territorio cuya identidad ha sido moldeada en parte por la omnipresencia del agua, en una ciudad “nacida de las aguas”, atravesada por el Ródano y el Saona, donde estos mundos flotantes descansan. Imaginé a la Bienal como un viaje donde, a veces, se mezclan el arte contemporáneo y moderno.

 

¿Hay un interés por argumentar una línea argumental propia en esta edición de la Bienal?

 

La Bienal reúne obras de arte modernas y contemporáneas en un espacio donde éstas están conectadas. Se trata de intercambios y nuevas. Sin embargo, esta relativa proximidad conserva toda la fuerza de la herencia de los Modernos: artistas como Lucio Fontana, o poetas como Rainer Maria Rilke, obsesionados por la conciencia de que el mismo espacio une a todos los seres, en este “espacio dentro del mundo”, que Rilke acuñó como das offene (“lo abierto”). Por ejemplo, Ambiente Spaziale (1967), de Fontana, la primera obra adquirida por el Museo de Arte Contemporáneo de Lyon, ha sido un punto de partida para la selección de otros trabajos. Fontana buscó “abrir el espacio, crear arte para una nueva dimensión, conectarlo con la infinidad del cosmos, más allá de la superficie plana de la imagen”. Fontana señaló la importancia de no crear exhibiciones convencionales de pinturas y esculturas, y de cortar con la polémica espacial. Estas ideas han guiado mis elecciones; establecen sutiles correspondencias con los trabajos de artistas contemporáneos quienes, de Lars Fredrikson a Icaro Zorbar, se liberan del espacio del lienzo para inventar nuevas cosmogonías propias.

 

¿De qué forma se vincula el concepto de modernidad con la obra de los artistas mexicanos que participan en el encuentro: Damián Ortega, Fernando Ortega, y Héctor Zamora?

 

Si pensamos en el concepto de “modernidad” como lo explicó Baudelaire, entonces la obra de Damián Ortega es una perfecta representación de lo “transitorio”, de la globalización desenfrenada que está generando una movilidad constante y una aceleración de flujos, con este goteo sin fin de sal que cae desde el submarino fantasmal de la pieza Hollow/Stuffed: market law (2012), que presenta en la Bienal. Centra su atención en “las zonas de transición entre el espacio interior y exterior, la calidad indeterminada de sus flujos, intercambios y territorios”.

 

En su colección de Inquisiciones (1925), Jorge Luis Borges escribió: “el mundo, según Mallarmé, existe sólo para un libro. […] Somos las líneas, las palabras o las letras de un libro mágico, y este libro incesante es una única cosa que existe en este mundo, o más exactamente, es el mundo”. Podemos establecer el inicio de la literatura moderna en 1897, con Un golpe de dados jamás abolirá el azar, en el que la palabra toma posesión de la página, el mejor medio para transmitirla, para transponerla. Con Héctor Zamora la palabra toma posesión del espacio, también. Una de sus obras, que se presenta en la Bienal, es una recreación de su performance Ruptura (2016). 147 personas vestidas de negro se apoyan en la barandilla en absoluto silencio: llevan un libro, también negro, del cual empiezan a arrancar sus páginas una por una, para luego dejarlas caer en el espacio libre. Por un lado, resume claramente el Zeitgeist, el espíritu de nuestros tiempos, ya que genera una intangible y elusiva sensación de insatisfacción y opresión similar a lo que muchos de nosotros sentimos mientras reflexionamos sobre el mundo en que vivimos. Por el otro, la ruptura lleva un mensaje utópico de catarsis y liberación. La valentía necesaria para arrancar las páginas es la única que puede salvarnos. A través de estos libros despedazados, el artista parece decir que podremos empezar de nuevo o, parafraseando a T. S. Elliot: “Estos fragmentos han sostenido mis ruinas”.

 

Claude Debussy escribió que la música “es un arte libre que brota, un arte al aire libre, ilimitado como los elementos, el viento, el cielo, el mar”. Esta conciencia la comparte Fernando Ortega, en particular con su inolvidable obra: Música para un pequeño bote cruzando un río de tamaño medio. Ortega le pidió a Brian Eno que escribiera una pieza de música que sólo pudiera ser oída al tomar un bote en medio del río. Para “Mundos Flotantes” él ha creado una obra musical atravesada por el soplo del viento, con un guiño inevitable a Bob Dylan. Una manera de cantar “nuestro paisaje interior con la simple ingenuidad de un niño”, como deseó Debussy.

 

¿Cuáles son los diálogos que se generan entre las obras de los creadores?
 
El diálogo entre los artistas a menudo comienza a partir de una referencia común. Por ejemplo, en su ensayo La vida intensa, una obsesión moderna (2016), Tristán García sostiene que en un momento dado de la historia, la “corriente eléctrica reemplazó al río que fluye como la imagen del futuro, de lo que está por venir”. Desde el siglo XVIII la electricidad se convirtió en sinónimo del concepto de modernidad: los individuos fueron cada vez más empujados a convertirse en uno con el fluido “electrizante”, que los consumía al mismo tiempo. Después de leerlo, inmediatamente pensé en diferentes artistas que comparten esta noción de electricidad. Apichatpong Weerasethakul captura el flujo frenético y las pulsaciones de este mundo eléctrico, mientras que al mismo tiempo nos lleva profundamente a la noche, a través de la oscuridad palpitante y orgánica de la selva, a las profundidades de la Tierra, poblada por fantasmas y apariciones, a lo largo del río Mekong, donde los ecos de los conflictos políticos de un país al borde del abismo amortiguan los sueños y el poder de un mundo atrapado entre la realidad y la ensoñación, la oscuridad y la luz; un refugio a partir del que podemos imaginar otro mundo. Otro refugio, una guarida primordial, la locura de un parque temático abandonado, una emergencia, una vivienda improvisada en un mundo post-apocalíptico, un territorio subterráneo que sale de la oscuridad del sótano… La caverna creada por el director de escena Philippe Quesne para su trabajo La tuit des taupes (2016), parece haber sido descargada en el espacio expositivo. Este es un ambiente orgánico, un escenario nómada en tránsito, vacío de actores, y que se convierte en un vasto cuerpo colectivo, animista por derecho propio: un cuerpo que respira y en el que podemos entrar. He tratado de mostrar en la Bienal la connivencia entre dos artistas.



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Lo permanente en la aceleración de flujos

Estos días se realiza la edición 14 de la Bienal de Lyon, en la que participan los artistas mexicanos Damián Ortega, Fernando Ortega y Héctor Zamora. Esta ocasión el encuentro artístico reflexiona sobre la inmediatez y la fugacidad de la realidad, vista en la producción artística tanto moderna como contemporánea. Platicamos con Emma Lavigne, directora del Centro Pompidou-Metz, comisaria de “Mundos flotantes”, título de la cita dedicada al arte contemporáneo más importante de Francia.

 

La Bienal de Lyon, que esta ocasión se titula “Mundos Flotantes”, se plantea como una crítica del concepto de modernidad. ¿Cuáles son los ejes que conducen la exploración artística?

 

En lugar de criticar la idea de la modernidad preferí buscar una relectura del concepto de “moderno”, como lo han pensado algunos artistas de la vanguardia como Marcel Duchamp, Stéphane Mallarmé, Claude Debussy, Erik Satie, etc. Otra forma de modernidad en relación con la apertura de las obras de arte, como lo definió Umberto Eco en su libro La obra abierta (1962), es un estado del mundo que está suspendido y en constante movilidad. En mi opinión eso es lo que mejor se ajusta a la escena del arte actual. Lo central en “Mundos flotantes” es una exploración de la persistencia de la sensibilidad moderna al flujo, donde lo “moderno” es definido en el sentido baudelaireano como “lo transitorio, fugaz, contingente, esa mitad de todo arte, cuya otra mitad es lo eterno e inmóvil”, y que refuerza nuestra antigua conciencia de la impermanencia de la vida, ese “mundo flotante” que los japoneses llaman ukiyo-e –una visión del mundo y sus procesos de renovación sin fin, como fuentes de libertad y creatividad. Estas palabras resuenan con la aceleración del flujo en un momento en que la globalización se acelera y en un mundo de liquidez e identidad, tal como lo analizó Zygmunt Bauman. Su crítica de la modernidad –haciendo hincapié en su “naturaleza fluida, siempre cambiante, caleidoscópica”– es rica en significación en una época que experimenta actualmente la “devaluación irreprimible” de la distancia espacial, la interpenetración en la red y la interconexión, la globalización galopante, y el acelerado flujo de personas, ideas y bienes. Bauman describe a la sociedad contemporánea en términos de movilidad continua, un fenómeno que conduce a la disolución de las relaciones e identidades, de “liquidez” global, del aislamiento de la nueva raza “hipermoderna”. El flujo es lo que conecta a los individuos, lo que les permite comunicarse, acercarse y al mismo tiempo desplazarlos.

 

¿Bajo qué líneas temáticas han sido convocados los artistas?

 

La Bienal se basa en seis ejes temáticos: “Circulación/Infinito”, “Archipiélago sensorial”, “Poesía Expandida”, “Océano de sonido”, “Cuerpos eléctricos” y “Cosmos Interno”. Todos ellos forman un paisaje donde todos las obras de los artistas interactúan con sus entornos y son subrayadas por la conciencia de que la imaginación, la poesía y el arte son simultáneamente reveladores, y antídotos, de la inestabilidad del momento presente. Los ejes permiten a la mente vagar y soñar, transformar los sitios de la Bienal en un archipiélago dentro de un territorio cuya identidad ha sido moldeada en parte por la omnipresencia del agua, en una ciudad “nacida de las aguas”, atravesada por el Ródano y el Saona, donde estos mundos flotantes descansan. Imaginé a la Bienal como un viaje donde, a veces, se mezclan el arte contemporáneo y moderno.

 

¿Hay un interés por argumentar una línea argumental propia en esta edición de la Bienal?

 

La Bienal reúne obras de arte modernas y contemporáneas en un espacio donde éstas están conectadas. Se trata de intercambios y nuevas. Sin embargo, esta relativa proximidad conserva toda la fuerza de la herencia de los Modernos: artistas como Lucio Fontana, o poetas como Rainer Maria Rilke, obsesionados por la conciencia de que el mismo espacio une a todos los seres, en este “espacio dentro del mundo”, que Rilke acuñó como das offene (“lo abierto”). Por ejemplo, Ambiente Spaziale (1967), de Fontana, la primera obra adquirida por el Museo de Arte Contemporáneo de Lyon, ha sido un punto de partida para la selección de otros trabajos. Fontana buscó “abrir el espacio, crear arte para una nueva dimensión, conectarlo con la infinidad del cosmos, más allá de la superficie plana de la imagen”. Fontana señaló la importancia de no crear exhibiciones convencionales de pinturas y esculturas, y de cortar con la polémica espacial. Estas ideas han guiado mis elecciones; establecen sutiles correspondencias con los trabajos de artistas contemporáneos quienes, de Lars Fredrikson a Icaro Zorbar, se liberan del espacio del lienzo para inventar nuevas cosmogonías propias.

 

¿De qué forma se vincula el concepto de modernidad con la obra de los artistas mexicanos que participan en el encuentro: Damián Ortega, Fernando Ortega, y Héctor Zamora?

 

Si pensamos en el concepto de “modernidad” como lo explicó Baudelaire, entonces la obra de Damián Ortega es una perfecta representación de lo “transitorio”, de la globalización desenfrenada que está generando una movilidad constante y una aceleración de flujos, con este goteo sin fin de sal que cae desde el submarino fantasmal de la pieza Hollow/Stuffed: market law (2012), que presenta en la Bienal. Centra su atención en “las zonas de transición entre el espacio interior y exterior, la calidad indeterminada de sus flujos, intercambios y territorios”.

 

En su colección de Inquisiciones (1925), Jorge Luis Borges escribió: “el mundo, según Mallarmé, existe sólo para un libro. […] Somos las líneas, las palabras o las letras de un libro mágico, y este libro incesante es una única cosa que existe en este mundo, o más exactamente, es el mundo”. Podemos establecer el inicio de la literatura moderna en 1897, con Un golpe de dados jamás abolirá el azar, en el que la palabra toma posesión de la página, el mejor medio para transmitirla, para transponerla. Con Héctor Zamora la palabra toma posesión del espacio, también. Una de sus obras, que se presenta en la Bienal, es una recreación de su performance Ruptura (2016). 147 personas vestidas de negro se apoyan en la barandilla en absoluto silencio: llevan un libro, también negro, del cual empiezan a arrancar sus páginas una por una, para luego dejarlas caer en el espacio libre. Por un lado, resume claramente el Zeitgeist, el espíritu de nuestros tiempos, ya que genera una intangible y elusiva sensación de insatisfacción y opresión similar a lo que muchos de nosotros sentimos mientras reflexionamos sobre el mundo en que vivimos. Por el otro, la ruptura lleva un mensaje utópico de catarsis y liberación. La valentía necesaria para arrancar las páginas es la única que puede salvarnos. A través de estos libros despedazados, el artista parece decir que podremos empezar de nuevo o, parafraseando a T. S. Elliot: “Estos fragmentos han sostenido mis ruinas”.

 

Claude Debussy escribió que la música “es un arte libre que brota, un arte al aire libre, ilimitado como los elementos, el viento, el cielo, el mar”. Esta conciencia la comparte Fernando Ortega, en particular con su inolvidable obra: Música para un pequeño bote cruzando un río de tamaño medio. Ortega le pidió a Brian Eno que escribiera una pieza de música que sólo pudiera ser oída al tomar un bote en medio del río. Para “Mundos Flotantes” él ha creado una obra musical atravesada por el soplo del viento, con un guiño inevitable a Bob Dylan. Una manera de cantar “nuestro paisaje interior con la simple ingenuidad de un niño”, como deseó Debussy.

 

¿Cuáles son los diálogos que se generan entre las obras de los creadores?
 
El diálogo entre los artistas a menudo comienza a partir de una referencia común. Por ejemplo, en su ensayo La vida intensa, una obsesión moderna (2016), Tristán García sostiene que en un momento dado de la historia, la “corriente eléctrica reemplazó al río que fluye como la imagen del futuro, de lo que está por venir”. Desde el siglo XVIII la electricidad se convirtió en sinónimo del concepto de modernidad: los individuos fueron cada vez más empujados a convertirse en uno con el fluido “electrizante”, que los consumía al mismo tiempo. Después de leerlo, inmediatamente pensé en diferentes artistas que comparten esta noción de electricidad. Apichatpong Weerasethakul captura el flujo frenético y las pulsaciones de este mundo eléctrico, mientras que al mismo tiempo nos lleva profundamente a la noche, a través de la oscuridad palpitante y orgánica de la selva, a las profundidades de la Tierra, poblada por fantasmas y apariciones, a lo largo del río Mekong, donde los ecos de los conflictos políticos de un país al borde del abismo amortiguan los sueños y el poder de un mundo atrapado entre la realidad y la ensoñación, la oscuridad y la luz; un refugio a partir del que podemos imaginar otro mundo. Otro refugio, una guarida primordial, la locura de un parque temático abandonado, una emergencia, una vivienda improvisada en un mundo post-apocalíptico, un territorio subterráneo que sale de la oscuridad del sótano… La caverna creada por el director de escena Philippe Quesne para su trabajo La tuit des taupes (2016), parece haber sido descargada en el espacio expositivo. Este es un ambiente orgánico, un escenario nómada en tránsito, vacío de actores, y que se convierte en un vasto cuerpo colectivo, animista por derecho propio: un cuerpo que respira y en el que podemos entrar. He tratado de mostrar en la Bienal la connivencia entre dos artistas.



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miércoles, 27 de septiembre de 2017

En busca de inspiración

Estos días se realiza la segunda edición de la Bienal de Arquitectura de Chicago, la muestra de diseño y arquitectura más importante de Norteamérica. Con el título de “Make New History” –que refiere al libro homónimo de Ed Ruscha, publicado en 2009– el enfoque de la muestra consiste en mirar el pasado, buscar inspiración en la historia para construir ambientes que satisfagan las necesidades actuales de las ciudades y otros lugares.

 

Los directores artísticos del evento son Sharon Johnston y Mark Lee, ambos integrantes de la firma arquitectónica Johnston Marklee. Los comisarios han elaborado una serie de temas que estructuran los intereses y las prácticas entre los arquitectos y los artistas que exhiben sus trabajos en el Centro Cultural de Chicago. La bienal se divide en cuatro secciones, que destacan los diferentes modos de la producción arquitectónica: “Material”, “Edificio” e “Historias cívicas”. A través de dibujos, instalaciones, ambientes y representaciones se refleja la capacidad creativa del pasado para generar nuevas formas del pensamiento arquitectónico.

 

“Dada la disposición generacional de esta bienal, los edificios no siempre son el resultado final”, asegura Lee. “Pensamos que producir ideas a través de diferentes medios –quizá antes de que se tenga la oportunidad de construir edificios o en lugar de desarrollar ese trabajo– es relevante para el estado cambiante de la disciplina”, completa el director artístico.

 

El evento conjunta a 140 participantes de más de 20 países, algunos de ellos son: Diego Arraigada Arquitectos (Argentina), Luisa Lambri (Italia), Machine Proyect (Estados Unidos), Zao/Standarchitecture (China), Serie Architects (Reino Unido) y IIT College of Architecture + SANAA (Japón). La bienal también se nutre de la representación mexicana, a cargo de Productora, Tatiana Bilbao Estudio y Dellekamp Arquitectos.

 

La Bienal de Arquitectura de Chicago se podrá visitar hasta el 7 de enero de 2018.



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En busca de inspiración

Estos días se realiza la segunda edición de la Bienal de Arquitectura de Chicago, la muestra de diseño y arquitectura más importante de Norteamérica. Con el título de “Make New History” –que refiere al libro homónimo de Ed Ruscha, publicado en 2009– el enfoque de la muestra consiste en mirar el pasado, buscar inspiración en la historia para construir ambientes que satisfagan las necesidades actuales de las ciudades y otros lugares.

 

Los directores artísticos del evento son Sharon Johnston y Mark Lee, ambos integrantes de la firma arquitectónica Johnston Marklee. Los comisarios han elaborado una serie de temas que estructuran los intereses y las prácticas entre los arquitectos y los artistas que exhiben sus trabajos en el Centro Cultural de Chicago. La bienal se divide en cuatro secciones, que destacan los diferentes modos de la producción arquitectónica: “Material”, “Edificio” e “Historias cívicas”. A través de dibujos, instalaciones, ambientes y representaciones se refleja la capacidad creativa del pasado para generar nuevas formas del pensamiento arquitectónico.

 

“Dada la disposición generacional de esta bienal, los edificios no siempre son el resultado final”, asegura Lee. “Pensamos que producir ideas a través de diferentes medios –quizá antes de que se tenga la oportunidad de construir edificios o en lugar de desarrollar ese trabajo– es relevante para el estado cambiante de la disciplina”, completa el director artístico.

 

El evento conjunta a 140 participantes de más de 20 países, algunos de ellos son: Diego Arraigada Arquitectos (Argentina), Luisa Lambri (Italia), Machine Proyect (Estados Unidos), Zao/Standarchitecture (China), Serie Architects (Reino Unido) y IIT College of Architecture + SANAA (Japón). La bienal también se nutre de la representación mexicana, a cargo de Productora, Tatiana Bilbao Estudio y Dellekamp Arquitectos.

 

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El cine como narrativa personal

Tuve la fortuna de asistir el pasado 6 de septiembre a la presentación de The Doubles (Civil Coping Mechanisms, 2017), el nuevo libro de ensayos del crítico Scott Esposito. Esa noche se presentó en conversación con Álvaro Enrigue en la Community Bookstore, en Brooklyn. El pasado mes de abril, cuando conocí a Esposito, supe que estaba por salir el libro y que sería sobre cine. Pero no fue hasta después que comprendí que el libro iba más allá: es un libro inteligente, personal y bellamente escrito que usa al cine para relatar parte de la narrativa personal del autor. Puede leerse como un libro de ensayos pero también como una memoria, un relato e incluso como una novela fragmentada en catorce subtramas que cuentan con una miríada de personajes que sirven a un solo propósito.

 

El libro crece con la lectura, permitiendo una experiencia que se asemeja a un diálogo con el autor, con los realizadores detrás de los filmes sobre los que escribe, y con el mismo acto de escribir. Debemos celebrar que Civil Coping Mechanisms lo haya publicado.

 

The Doubles es un libro en el que reflexionas sobre varios filmes. Sin embargo, no es un libro sobre cine. Álvaro Enrigue, durante la presentación del libro, señaló que se trata de un libro sobre escribir. ¿Es así?

 

Es una muy buena pregunta pero también muy difícil, probablemente no sea la persona indicada para contestarla. Una de mis esperanzas es que el libro sea lo suficientemente amplio como para darle a los lectores su propio espacio y que así determinen de qué trata. Aunque disfruté mucho escuchar a Enrigue explicar por qué se trata de un libro sobre escribir, no es algo en lo que yo había pensado. Como autor encuentro un gran placer en ver que alguien como Enrigue interactúe con el libro y lo defina de una manera sorprendente, edificante y seductora. Espero que sea un libro que permita ese tipo de lecturas.

 

Si tuviera que arriesgar una teoría diría que es un libro sobre la experiencia fenomenológica del arte. Como crítico y entusiasta del arte, tiendo a entender una pieza a través de mi experiencia personal. Para mí, toda comprensión inicia con la percepción. Mi creencia es que si puedo moldear afirmaciones lo suficientemente específicas –que sólo puedan aplicarse a esa obra de arte en particular y, aún más, que no sean triviales sino de interés general– tendré la base para una respuesta poderosa a ese trabajo. Ese tipo de afirmaciones inicia en mi propia experiencia subjetiva con el arte: en la medida que proceso a evocar cómo experimenté el trabajo, invariablemente me topo con una observación que da cuenta de la especificidad y del poder que estoy buscando. Ese fue más o menos el método que utilicé en The Doubles: crear un argumento persuasivo en torno a la importancia de estos filmes narrando mi experiencia con ellos; esencialmente, involucrar tanto a los lectores que deban decir: “¡Debo ver esta película!”. En el proceso me encontré precisamente con ese tipo de observaciones, que a su vez se volvieron un punto en el que pude inyectar lecturas más amplias de los filmes, pero también pasajes de mi propia biografía, pensamientos filosóficos sobre el arte, de la existencia humana, del cine como medio y aforismos.

 

Pero en cuanto a dónde me lleva esto, en realidad no lo sé. Algunos consideran al libro una especie de memoria, otros que se trata de un libro sobre cine, y para Enrigue no sólo es un libro sobre escribir sino que a veces se vuelve una ficción. Mi esperanza es que la dificultad para definirlo conduzca a un revelador rango de definiciones.

 

Aunque te gustaría desarrollar un argumento persuasivo sobre la importancia de esos filmes, también tratas la importancia que tuvieron en tu propia vida, lo cual se desprende de la narración de tu experiencia con ellos y que explica por qué algunos lo consideran una memoria. Me interesa una de las citas que incluyes al inicio del libro, en el ensayo sobre A Brief History of Time (Errol Morris, 1991):

 

“He aprendido que las memorias se parecen un poco a un libro viejo que cada vez se llena más de falsedades en la medida que lees sus afirmaciones. Ahora la ciencia dice que cada vez que accedemos a una memoria físicamente alteramos su fibra. El resultado es que los recuerdos que atesoramos se vuelven menos precisos con el tiempo, no más. Con cada recolección se vuelven menos la experiencia vivida y más nuestra impresión de ella. No puedo estar en desacuerdo”.

 

Y en el siguiente párrafo:

 

Jorge Guillermo Borges: “Creo que si recuerdo algo, por ejemplo, si hoy recuerdo esta mañana, entonces obtengo una imagen de lo que vi en la mañana. Pero si esta noche vuelvo a recordar la mañana, en realidad lo que recuerdo no es la primera imagen, sino la primera imagen en la memoria. Así, cada vez que recuerdo algo, no lo hago en realidad, recuerdo la última vez que lo recordé. En efecto, no tengo memorias de nada, ni imágenes de nada, ni de mi infancia ni de mi juventud”.

 

¿Cómo lograste estructurar o balancear la recolección del impacto que cada filme tuvo sobre ti, conforme pasaron los años, y cuando estabas escribiendo y “recordando” esa primera vez que te sentaste frente a la pantalla?

 

Es uno de los aspectos más capciosos de este tipo de proyectos, y uno de mis intereses al escribir el libro. La primera vez que vi A Brief History of Time fue hace más de veinte años. Obviamente, las reflexiones que he hecho en la medida que integré esa visión en la narrativa de mi vida son muy distintas a las que pasaron por mi mente durante la primera vez en que vi la película, cuando era un adolescente ingenuo, en la sala de la casa de mis padres. Por supuesto, aún tengo algunos recuerdos de aquella primera vez y aquellos años de mi vida –fragmentarios, falibles, impresionistas, poco fiables, pero de todas maneras recuerdos. He intentado integrar los pequeños pedazos en los que aún tengo confianza en el ensayo, de manera paralela a las afirmaciones que hago de mi vida pasada desde el presente.

                 

Pero pienso que, en última instancia, tenía que aceptar que mucho de lo que quería abarcar aún mera era desconocido, y fingir otra cosa no hubiera sido honesto. Es algo que me parece bien, apropiado, pues la memoria es algo vivo; no es como una cinta de video que volvemos a reproducir cada tanto, sino una parte de nosotros que evoluciona con el tiempo, las memorias que creamos hace diecisiete años se vuelven adecuadas para nuestra vida a los treinta y ocho. (¡Si permanecieran como las mismas memorias que hicimos entonces no seríamos adultos funcionales!) Puedes ver esta transformación como la metáfora central de la taza que se quiebra, y que Morris utilizó para visualizar la entropía, y que de alguna forma en mi mente se convirtió en una copa de vino, una transformación que no hice consciente hasta que volví a ver el filme para este proyecto. ¿Por qué una copa de vino y uno una taza de té? No lo sé, pero la pregunta me llevó a una de mis reflexiones favoritas en el libro.

 

Otro de los aspectos que me interesan de este libro es que abarca veinte años, de 1996 a 2016, y ahora que veo el libro definitivamente puedo observar una incertidumbre general en los ensayos en la medida que me acerco al presente. Los primeros filmes tienen un propósito definitivo en mi vida –es decir, puedo ver cómo se acomodan en la narrativa de mi vida– pero cuando nos acercamos cada vez más al presente el “significado” de los filmes es mucho menos claro. Si fuera a reescribir el libro en veinte años, probablemente esos últimos ensayos cambiarían bastante, para obtener mayor certidumbre, de la misma manera en que descubrí cómo situar las experiencias artísticas dentro de esta historia que inició con A Brief History of Time.

 

Estamos hablando sobre fragmentos de memoria, pero también del significado de los filmes y cómo todo ello embona. Ello me recuerda el ensayo sobre La doble vida de Verónica (Krzysztof Kieślowski, 1991), donde escribiste que hay métodos humanos para darle sentido al desorden, y que el cine es uno de los más grandes, si no es que el más importante. Dado que es “universal” y que los filmes que utilizascomo tu método son obra de cineastas de distintas partes del mundo, ¿te parece que hay variaciones en el lenguaje cinematográfico? ¿Puede ser tan “articulado” como la palabra escrita?

 

Iniciaré con la segunda pregunta, pues es la que abordo extensamente en The Doubles. No sé si el cine o la escritura sean más articulados como “lenguaje”, sólo sé que tienen fortalezas y debilidades y que parecen ser complementarios en algunos aspectos. Para mí, la fortaleza del cine es su inmediatez, su habilidad para comunicar a través de poderosas señales visuales que pueden hablarle a los humanos donde sea, a pesar de su lenguaje o cultura nativas. En The Doubles uso el ejemplo de la escena de la regadera en Psicósis. ¿Habrá algún humano que no reaccione con horror a ese momento? Creo que el cine definitivamente tiene una ventaja pavloniana, pero la literatura es capaz de comunicar lo ambiguo y lo sutil del pensamiento humano con mayor precisión, incluso si con ello pierde impacto. La cuestión es cómo definimos “articulado”. Personalmente prefiero la lengua escrita, aunque admiro lo que el cine puede lograr.

 

En cuanto a tu primera pregunta, el cine es un medio poderoso: cuando se estrenó, El despertar de la fuerza se exhibió en todos los continentes y en sus primeras dos semanas recaudó 1.2 mil millones de dólares, así que tal vez 100 millones de personas, a nivel mundial, vieron esa película en sus primeros catorce días, un gran logro de la tecnología y el ingenio humano. ¿Cuántas personas la han visto al día de hoy? La taquilla global aparentemente ha superado los dos mil millones de dólaes, sin contar ventas de dvd, transmisión, rentas y los millones y millones que la han visto ilegalmente, que bien podría ser un número superior a todo lo demás combinado. Comparémoslo con el primer volumen de Harry Potter, que ha vendido tal vez 120 millones de copias desde que se publicó, hace veinte años. No hay comparación. Como medio narrativo, sólo la televisión –y los grandes libros sagrados de distintas religiones– se acercan a la ubicuidad del cine.

 

Por supuesto, existen variaciones locales: cuando veo la famosa secuencia inicial de La dolce vita (Federico Fellini, 1960), en la que un helicóptero traslada una estatua de Cristo sobre la arquitectura antigua de Roma hacia las afueras de la ciudad, la interpretaré de una manera muy distinta a como lo haría un italiano, sin mencionar a la forma en que lo harían los espectadores de esa época, cuando se mostró por primera vez. Estas diferencias culturales significan que Fellini impactará a sus compatriotas de una manera singular, así como los europeos verán de manera distinta a Luke Skywalker de lo que lo hará un norteamericano. Con todo, estamos hablando de imágenes, y todos los humanos comprenden ese tipo de narrativa, sin importar de dónde vengan, es nuestro derecho de nacimiento, mucho más que el lenguaje o la lectura, que no se desarrollaron hasta mucho tiempo después en la historia humana, y que no pueden comunicar tan universalmente (puedo comprender más de una película china sin subtítulos que de una novela china sin traducirse).

 

En The Doubles intenté tomar ventaja de estas imágenes poderosas al describir las que me afectaron, tan viva y memorablemente como pude. El libro es, en parte, una crónica de las imágenes que he almacenado en mi mente durante años, décadas incluso, un intento por presentarlas tal y como existen para mí, y decir algo sobre por qué se ciernen de manera tan potente sobre mi psique.

 

Imagino que elegiste esos filmes porque sus imágenes siguen contigo. Sin embargo, deben haber varias cintas que dejaste fuera. ¿Hay alguna memorable que no hayas incluido?

 

Sí, muchas. Cuando inicié el proyecto hice muchas listas de películas sobre las que me hubiera gustado escribir por alguna u otra razón. Me sorprende que haya logrado no escribir sobre ninguna de las películas de Eric Rohmer, quien siempre ha sido un director importante para mí; entre otras, El rayo verde (1986) me parece perfecta. Otra omisión importante fue la obra de Agnès Varda, me hubiera gustado haber mencionado al menos Sin techo ni ley (1985). Max Ophüls es otro, El placer (1952) significó mucho para mí, y su obra maestra tardía Lola Montès (1955) estuvo a punto de ser incluida. También me hubiera gustado escribir sobre El ángel exterminador (1962) de Buñuel, que es un filme muy extraño. La mujer de arena (1964), una colaboración entre Kobo Abe y Hiroshi Teshigahara, fue esencial para mí. El año pasado en Marienbad (1961) también fue una revelación, y hubiera sido muy interesante volver a contarla. También hay una película muy extraña, titulada After Life (1998), del director japonñes Hirokazu Koreeda, que es muy interesante. En cuanto a realizadores norteamericanos, hay grandes omisiones, como David Lynch, David Cronenberg, Charlie Kaufman (como escritor), Woody Allen y Orson Welles (F de falso es una película increíble), y aunque escribí sobre Tres mujeres (1977), de Robert Altman, fue difícil escoger esa por encima de Un largo adiós (1973). Lo mismo ocurrió con Lars von Trier: aunque escribí de él a propósito de Las cinco condiciones (2003), Melancolía (2011) sigue siendo poderosa en mi mente, me hubiera gustado escribir sobre ella. Podría seguir pero creo que entiendes lo que digo.

 

Tomaré tu respuesta como signo de que debo revisitar a Rohmer, me encanta El rayo verde. Probablamente una de las cosas más atractivas del cine es que puedes volver a cualquier película y aislarte durante unos ochenta o noventa minutos. Es una experiencia distinta con los libros. Y aún así, a pesar de que amamos el cine, hemos elegido la palabra escrita. La literatura vs el cine, como señalas en el libro. Para finalizar, ¿podrías elaborar un poco al respecto?

 

Encuentro significativa la manera en que utilizas la palabra “aislarte”. Es una de sus propiedades más extrañas de las películas, incluso cuando asistimos a un cine, el vínculo entre nuestra mente y lo que está ocurriendo en la pantalla es tan fuerte que tendemos a sentir que somos los únicos allí. ¿No es siempre un poco raro cuando momentáneamente dejamos de ver la pantalla para darle un vistazo a los espectadores y percatarnos de que estamos entre una multitud? Los libros, claro, también pueden aislarnos –existe la imagen típica del ratón de biblioteca que se mete a la cama con una gran novela– pero, al menos para mí, la sensación es muy difernte. Los libros pueden llevarnos a un mundo que permanece atado a la realidad, pero las películas son capaces de crear su propia realidad y llevarnos a ella. Tal vez esto se deba a que en la lectura nos corresponde imaginar cómo son o cómo se ven los personajes y los entornos en los que se encuentran, así que siempre usamos nuestras experiencias para darle forma a lo que leemos; en el cine se crea un mundo alternativo que nos jala dentro. Amo el cine por su poderosa capacidad de escapismo y su habilidad para crear imágenes fuertes sin necesidad de apoyarse en el espectador, pero creo que al final preferiré la posibilidad que posee la literatura: el no darnos una nueva arquitectura mental sino el encontrar una forma de deslizarse hacia lo que ya se encuentra en nuestras cabezas.



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