El escritor argentino César Aira llegó a Ciudad de México para presentar la reedición de dos libros suyos: Entre los indios y La liebre. La Tempestad lo encontró ayer en la librería de Ediciones Era, donde hoy dictará una conferencia abierta al público a las 19:00 horas.
Leí una entrevista de 2002 en el diario El País en la que decía que “el sentido de escribir es seguir experimentando”.
¿Dije eso?
Sí, bueno, entre muchas otras cosas. Me pregunto qué le queda por escribir, por experimentar.
Siempre hay algo nuevo. En realidad debo decir que hay demasiado. Hay tanto que no sé por dónde empezar. Me gustaría escribir un poco mejor que lo que he escrito. O un poco peor. Porque está esa frase de Felisberto Hernández que decía: “Escribo un poco mejor, lástima que me vaya cada vez peor”. Por ahí sería mejor empezar a escribir peor, como algunos grandes escritores, que les va cada vez mejor.
Me pregunto cuáles son los libros suyos sobre los que usted dice “Éste fue un buen libro, éste está bien escrito”.
Mmm… no sé. En general la constante ha sido la insatisfacción, siempre sentí que me quedaba corto, que podría haber hecho más. Y ahora viendo el conjunto de todo lo que escribí siento que no di todo lo que debería haber dado. Creo que quizás esa insatisfacción es la que hizo que me fuera renovando, ¿no? Muchas veces me hacen notar: “Pero sus libros parecen escritos por escritores distintos”. Me he ido renovando como el que apuesta por números distintos de la lotería para ver si con alguno acierta, aunque quizá sería más razonable comprar siempre el mismo número. En mi caso he ido variando, aunque también me he ido repitiendo mucho. Eso se debe a que olvido mucho, quizá por ese mismo sentimiento de insatisfacción: al sentir que no me salió bien lo borro, y después lo vuelvo a escribir en otro libro porque no me acuerdo que ya lo había escrito. Eso me ha pasado un par de veces.
Hay analistas que detectaron distintas etapas en su obra: una en los años ochenta, otras en los noventa y así. ¿Usted reconoce esas etapas en su obra?
No. Lo que sí veo es que antes tenía más libertad. No libertad exactamente, sino desparpajo. Era como más irresponsable, más juguetón, más provocador. Ahora me lo tomo un poco más en serio. No mucho, pero… por ejemplo, ahora con la reedición de La liebre la estuve hojeando, mirando, leyendo algunas páginas y me sorprendió el arrojo juvenil que yo tenía para semejantes disparates como los que escribía. Hoy día lo que escribo va por otros caminos pero quizá sigue siendo tan arriesgado como era antes.
Usted está siendo reconocido en muchos países, es un escritor del que tal vez se esperan cierto tipo de textos. Inclusive su nombre suena todos los años como candidato al premio Nobel.
Sí, puede ser una maldición, como la de Borges. Estoy empezando a pensar que todos los meses de octubre desde acá hasta mi muerte alguien va a estar diciendo que tal vez este año… ¡No! ¡Por favor no! En realidad sí siento esa responsabilidad respecto de los editores, los lectores, los críticos; el escritor que tiene que cuidar su prestigio me parece que va en contra de lo que soy. Hacer una verdadera payasada para preservar mi sentido de la poca importancia no tiene sentido. Porque creo que no se puede ser escritor y ser importante al mismo tiempo. Hay que elegir una de las dos cosas. La mayoría de mis colegas elije ser importante, pero creo que ahí se diluye el trabajo propiamente literario del escritor. Así que a partir de cierto momento me temo que mi vida se volvió una especie de combate contra la importancia, de buscar estrategias para desorientar a los que me quieren dar importancia.
¿Qué hay del Aira ensayista? Hace un tiempo se publicó un libro de ensayos en Brasil, traducido al portugués, y me pregunto si habrá uno en castellano.
Bueno, ahora va a salir uno con cuatro o cinco ensayos. Creo que en el mes de noviembre, es un libro que ya apareció en Alemania. Yo he escrito –ahora mucho menos– ensayos, ponencias para congresos, alguna conferencia y algunos artículos para diarios, pero muy poca cosa. Lo mío es el relato. Hubo un momento en el que me preocupó una crítica que me hacían, de que mis novelas tenían mucho de ensayístico, que interrumpía el flujo del relato para disquisiciones de tipo ensayístico. Entonces me dije: voy a escribir ensayos propiamente dichos para sacarlos de las novelas. Pero al final los ensayos estaban ahí y en las novelas seguían apareciendo. Nunca fue lo mío justamente por esto de que en la escritura de un relato tengo toda la libertad de ir para un lado, para otro, cambiar, decir lo que quiera, mientras que en el ensayo uno tiene que mostrarse inteligente, coherente, no es un campo de delirio. No es lo mío pero lo he practicado, y hay gente que ha elogiado a mis ensayos.
¿Cuáles son los temas que preocupan a César Aira en 2017, los temas de este tiempo?
Yo me mantengo totalmente al margen, en mi torre de marfil, y no le doy bolilla a nada de lo que está pasando. Al contrario, siento una gran aversión por la política, por el fútbol, por todas esas cosas que despiertan pasiones en la gente. A mí lo que me despierta pasión es la literatura, el arte, del resto estoy totalmente al margen.
¿Y qué autores actuales le interesan?
Vuelvo a los viejos autores. Hace muchos años ya que releo mucho más de lo que leo, así que ahora para el viaje me traje una novela de Henry James que había leído hace treinta años y que estoy releyendo. Y cosas así. Releo mucho clásico, mucho Shakespeare, mucho surrealista, y leo poca cosa contemporánea.
Me pregunto sobre el Aira cuentista, y sobre todo por El cerebro musical.
Ese libro es una recopilación de más de veintipico de libritos que se publicaron por separado en editoriales independientes, porque en realidad el género cuento, propiamente cuento, no es lo mío. Lo mío es un género que puede ser novela, a veces está dividido en capítulos, parecen novelas, a veces se acortan, y se acortan tanto que sí, funcionan como cuento.
¿Escribe cuentos regularmente?
No. En general voy a la extensión del libro breve, las cien páginas, 70, 80, 90 páginas. A veces se me ocurre alguna idea y no da para extenderla, y bueno, queda ahí en esas 10, 20, 15 páginas. En El cerebro musical me dijeron que hay un relato que se parece a un cuento de Cortázar, que se llama “El perro”, je je je. Creo que es más convencional, totalmente cortazariano, pero no deliberado.
¿Le gusta Cortázar?
No, para nada. Bah, los cuentos. De algunos cuentos tengo el recuerdo de haberlos leído. Creo que lo escribí en algún lado: es un autor de iniciación, un autor para jóvenes que descubren la literatura con Cortázar. Después se cae un poco, al menos a mí se me cayó.
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