jueves, 30 de noviembre de 2023

De los espacios otros

El tema del jardín ha adquirido protagonismo en años recientes, con la aparición de ensayos y reflexiones en torno a sus implicaciones. Su función ha cambiado dependiendo del contexto político y económico, pero hay una constante: siempre se ha tratado de otorgar un orden a la naturaleza. Partiendo de la filosofía (específicamente de lo que Michel Foucault denomina heterotopías), la muestra En el jardín, organizada por el Museo de Arte Contemporáneo de Monterrey (MARCO) y la Colección Isabel y Agustín Coppel (CIAC), explora la idea a través de las artes visuales.

El concepto curatorial de Magnolia de la Garza, directora de la colección, propone retomar el espíritu del jardín relacionado a la convivencia, el juego y la contemplación. También, siguiendo al filósofo francés, es abordado como un lugar con funciones específicas que permite momentos de ruptura con las normas sociales establecidas. Así, el jardín y el museo encuentran un punto de conexión: ambos representan aspectos culturales y de poder, y al mismo tiempo ofrecen un espacio de reflexión.

De la Garza explica que llegó al tema al notar que existen varias piezas en la colección que conectan directamente con él, “pero también por la importancia que tiene el proyecto de arte del Jardín Botánico Culiacán para la CIAC y para el coleccionista. Al pensar en el botánico no pude no pensar en las semejanzas que existen entre este tipo de jardines y los museos”. 

En el jardín

Vista de la exposición En el jardín, 2023. Cortesía de MARCO

Diseñada por el estudio arquitectónico LANZA Atelier, la museografía permite organizar el recorrido en una línea que va de la representación a la recreación del jardín, que se entiende aquí en un sentido amplio: del pequeño rincón al paisaje. Desde flores aparentemente naturales esparcidas por el piso en la instalación Graft, del dueto puertorriqueño Allora & Calzadilla, hasta obras en texto, como B/Order, un letrero en neón que juega con las palabras en inglés border y order, del sudafricano Wendell Geers.

Diseñada por el estudio arquitectónico LANZA Atelier, la museografía permite organizar el recorrido en una línea que va de la representación a la recreación del jardín, que se entiende aquí en un sentido amplio: del pequeño rincón al paisaje.

La selección obedece a los distintos conceptos que fueron surgiendo. La primera idea, y que conforma el núcleo que da origen a toda la muestra, fue crear un jardín habitado por obras de arte y pensar cuáles podían sustituir a las especies vegetales que normalmente los pueblan… Pero también pensamos en distintas tipologías de jardín, qué tipo de monumentos o intervenciones arquitectónicas formarían parte de ellos; luego, al reflexionar sobre aquello que queda fuera, se incorporaron poco a poco más piezas”, amplía Magnolia de la Garza.

El trayecto despliega estudios de botánica, detalles de vegetación, elementos naturales, paisajes: 135 obras de 89 artistas de distintos países. ¿Los medios? Fotografía, pintura, dibujo, escultura, instalación, objetos intervenidos. La curaduría avanza con precisión por algunos nombres que han marcado la historia del arte contemporáneo –Joseph Beuys, Tacita Dean, Abraham Cruzvillegas o Nan Goldin–, sin ignorar el arte moderno, donde encontramos a Tina Modotti, Edward Weston o Man Ray. El rigor no impide momentos de fragilidad, incluso sutileza, como la ilustración del siglo XIX creada por el horticultor británico James Bateman.

En el jardín

Vista de la exposición En el jardín, 2023. Cortesía de MARCO

La curadora lo explica mejor:  “Los jardines son artefactos culturales que implican un diseño cuidadoso, de ahí la sensación de precisión, y dentro de este diseño busca provocar distintas cosas, dejando espacios y momentos más delicados. Por su parte los conceptos de naturaleza y paisaje, también vistos como construcciones culturales, tienen siempre un lado frágil”.

“Creo que el que existan tantas obras bajo esa temática se debe al interés del propio coleccionista por los temas de naturaleza, jardines y paisaje que están también presentes en el proyecto del Jardín Botánico Culiacán”.

Al tratarse de obras de una misma colección, resulta inevitable preguntarse si la CIAC ha construido una ruta de adquisición que apunta a piezas que trabajan la naturaleza, el paisaje y los espacios creados artificialmente para emularlos. Sin embargo, De la Garza asegura que no hay líneas de adquisición trazadas: “Creo que el que existan tantas obras bajo esa temática se debe al interés del propio coleccionista por los temas de naturaleza, jardines y paisaje que están también presentes en el proyecto del Jardín Botánico Culiacán”. 

En el jardín es la tercera colaboración entre el MARCO y la Colección Isabel y Agustín Coppel. En 2011 el museo exhibió Blockbuster: Cine para exhibiciones, con obras de cine y video, una práctica recurrente de los artistas del siglo XX, y en 2019 albergó Punto de partida, que ahondó en la idea del pensamiento mestizo para mostrar una lectura del arte contemporáneo internacional. Sin embargo, ésta es la primera vez que la CIAC realiza un proyecto concebido para las salas de la institución regiomontana. La exposición puede visitarse hasta el 3 de marzo de 2024.

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(Casi) todo Kaurismäki

El 7 de diciembre llegará a salas mexicanas la película más reciente de uno de los maestros del cine contemporáneo, Aki Kaurismäki. Se trata de Hojas de otoño, que representará a Finlandia en los próximos premios Óscar y recibió el Premio del Público a Largometraje Internacional en la 21º edición del Festival Internacional de Cine de Morelia (FICM). La tragicomedia romántica, que llega seis años después su último largometraje, El otro lado de la esperanza, es fiel a las búsquedas del director, experto en crear retratos humanos combinando ternura, humor y un no tan evidente posicionamiento político.

La nueva cinta del cineasta nórdico llega en el momento justo, pues el público cinéfilo tiene la oportunidad de recorrer prácticamente toda su filmografía en MUBI (30 días gratis, aquí). El servicio global de streaming presenta desde noviembre la amplia retrospectiva Como ser humano: el cine de Aki Kaurismäki, que incluye su debut, Crimen y castigo (1983), y llega hasta El Havre (2011). En medio, obras señeras de la cinematografía contemporánea como Sombras en el paraíso (1986), Ariel (1988), Contraté un asesino a sueldo (1990), La vida bohemia (1992), El hombre sin pasado (2002) o Luces al atardecer (2006).

La retrospectiva de MUBI no sólo pone al alcance de los espectadores un conjunto de largometrajes sorprendente por su unidad de estilo, sino piezas de difícil acceso como los cortos Rocky VI (1986) y Tavern Man (2012) o el documental Total Balalaika Show (1994). En total, 24 cintas donde no faltan, por supuesto, las tres dedicadas a los vaqueros de Leningrado ni la singularísima Hamlet en el negocio (1987). Es la revisión más amplia del cine de Aki Kaurismäki que un espectador puede encontrar en la actualidad.

Ambientada en la Helsinki actual, Hojas de otoño cuenta la historia de Ansa (Alma Pöysti) y Holappa (Jussi Vatanen), solitarios que se conocen por casualidad en un karaoke local. La historia, como es habitual en su creador, incluye diversos obstáculos y un encantador perro callejero. Filmada a través de planos y actuaciones que no podrían asociarse a ningún otro director, la película presentada en Cannes es una nueva reivindicación del amor y la solidaridad en la clase trabajadora, la clase que, como dice Margaret en Contraté un asesino a sueldo, “no tiene patria”.

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(Casi) todo Kaurismäki

El 7 de diciembre llegará a salas mexicanas la película más reciente de uno de los maestros del cine contemporáneo, Aki Kaurismäki. Se trata de Hojas de otoño, que representará a Finlandia en los próximos premios Óscar y recibió el Premio del Público a Largometraje Internacional en la 21º edición del Festival Internacional de Cine de Morelia (FICM). La tragicomedia romántica, que llega seis años después su último largometraje, El otro lado de la esperanza, es fiel a las búsquedas del director, experto en crear retratos humanos combinando ternura, humor y un no tan evidente posicionamiento político.

La nueva cinta del cineasta nórdico llega en el momento justo, pues el público cinéfilo tiene la oportunidad de recorrer prácticamente toda su filmografía en MUBI (30 días gratis, aquí). El servicio global de streaming presenta desde noviembre la amplia retrospectiva Como ser humano: el cine de Aki Kaurismäki, que incluye su debut, Crimen y castigo (1983), y llega hasta El Havre (2011). En medio, obras señeras de la cinematografía contemporánea como Sombras en el paraíso (1986), Ariel (1988), Contraté un asesino a sueldo (1990), La vida bohemia (1992), El hombre sin pasado (2002) o Luces al atardecer (2006).

La retrospectiva de MUBI no sólo pone al alcance de los espectadores un conjunto de largometrajes sorprendente por su unidad de estilo, sino piezas de difícil acceso como los cortos Rocky VI (1986) y Tavern Man (2012) o el documental Total Balalaika Show (1994). En total, 24 cintas donde no faltan, por supuesto, las tres dedicadas a los vaqueros de Leningrado ni la singularísima Hamlet en el negocio (1987). Es la revisión más amplia del cine de Aki Kaurismäki que un espectador puede encontrar en la actualidad.

Ambientada en la Helsinki actual, Hojas de otoño cuenta la historia de Ansa (Alma Pöysti) y Holappa (Jussi Vatanen), solitarios que se conocen por casualidad en un karaoke local. La historia, como es habitual en su creador, incluye diversos obstáculos y un encantador perro callejero. Filmada a través de planos y actuaciones que no podrían asociarse a ningún otro director, la película presentada en Cannes es una nueva reivindicación del amor y la solidaridad en la clase trabajadora, la clase que, como dice Margaret en Contraté un asesino a sueldo, “no tiene patria”.

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Todo se vuelve más ligero

La primera década del Museo Jumex llega en un momento en el que resulta inevitable reflexionar sobre lo ocurrido en los últimos años, especialmente tras la pandemia de covid-19. De ahí que Lisa Phillips, invitada a realizar una nueva lectura de la colección, haya elegido una palabra cuyo significado en inglés es dual: light. Puede traducirse como luz o ligereza, y sirve de guía conceptual a una selección que se plantea optimista en un contexto de crisis climática y política. Todo se vuelve más ligero toma el título de un poema de John Giorno, en el que se lee: “un mar plano de nubes blancas debajo / y una cúpula inmensa de cielo azul por encima, / y tu mente es un clavo de acero entre ambas”.

El museo recibe a los visitantes con Waterfall (1998), de Olafur Eliasson, una cascada que evidencia su artificio llenando la plaza exterior de frescura y sonidos inesperados en un espacio urbano congestionado como la colonia Granada de la Ciudad de México. El artista danés radicado en Berlín ha realizado piezas a partir de la observación de los fenómenos atmosféricos y este trabajo de hace cinco lustros sintetiza la intersección entre naturaleza y tecnología que caracteriza buena parte de su producción. Se abre una pregunta, característica de las artes, sobre la posibilidad de cambio y transformación.

Lisa Phillips, directora del New Museum of Contemporary Art de Nueva York, plantea una exposición con distintas puertas de entrada y posibilidades múltiples, a través de una museografía que enfatiza la noción de cubo blanco.

Lisa Phillips, directora del New Museum of Contemporary Art de Nueva York, plantea una exposición con distintas puertas de entrada y posibilidades múltiples, a través de una museografía que enfatiza la noción de cubo blanco. Las piezas funcionan de forma autónoma, y los diálogos entre ellas son tarea del espectador. En ese sentido, hay también juegos de escala y enfoque en Todo se vuelve más ligero: si la cascada de Eliasson deja a la vista su funcionamiento en una pieza de gran formato, Moving Wire (1988), de Charles Ray, mantiene en secreto el mecanismo por el que unos cables se extienden y retraen dentro de una pared.

Todo se vuelve más ligero

Vista de la exposición Colección Jumex: Todo se vuelve más ligero, Museo Jumex, 2023. Fotografía: Ramiro Chaves

Una sala nos recibe con Fountain (Buddha) (1996), de Sherrie Levine; otra con el significativo “monument” for V. Tatlin (1967), de Dan Flavin. Son dos de los 67 artistas incluidos en una muestra que ofrece un recorrido particular por los derroteros del arte contemporáneo. La presencia de artistas mexicanos de la Colección Jumex es contundente: en la sala 3 se exhiben dos piezas señeras, Extensión (de la serie Puentes y presas, 1997-2002), de Damián Ortega, y Autorretrato pendiente, contradictorio, inestable y aburguesado, oliendo a malta, atrapado en un embotellamiento, con ganas de cagar desde hace un rato, escuchando a Martha Debayle, al día siguiente de haber leído ‘Campo de guerra’, de Sergio González Rodríguez, intentando escaparme de la mística de la eficiencia y la competitividad, sin señal en mi celular, y soñando con devorar una papaya jugosa, siguiendo el ritmo de ‘Demolición’, de Los Saicos (2014), de Abraham Cruzvillegas.

Pinturas, esculturas, instalaciones, videos y fotografías componen un prisma para pensar la ligereza y la iluminación en sentidos amplios, que van del trabajo colaborativo a la experiencia espiritual.

Pinturas, esculturas, instalaciones, videos y fotografías componen un prisma para pensar la ligereza y la iluminación en sentidos amplios, que van del trabajo colaborativo –las bicicletas que encienden un foco cuando se pedalean juntas: Dynamo Secession (1997), de Maurizio Cattelan– a la experiencia espiritual –un cuarto en la sala 1 nos lleva de la oscuridad a la sorpresa de Spenta Mainyu (de la serie Wedgework, 2019), de James Turrell. En medio, trabajos evocativos como A sphere lit from the top, four sides, and all their combinations (2004), de Sol LeWitt, o discrepancies with X.II #2 (2014), de Leonor Antunes.

Todo se vuelve más ligero

Vista de la exposición Colección Jumex: Todo se vuelve más ligero, Museo Jumex, 2023. Fotografía: Ramiro Chaves

La apuesta curatorial de Lisa Phillips es poner en la mente del espectador ideas como luz, reflejo, sombra, clima, ingravidez, vuelo, suspensión, inmaterialidad o readaptación: “Parece que nos encontramos en medio de un cambio de paradigma planetario con un imperativo cada vez mayor de aceptar la vulnerabilidad, metabolizar la incertidumbre y abrazar los resultados desconocidos”, escribe en el catálogo de Todo se vuelve más ligero. Algo a destacar de esta propuesta es su apertura: nada orienta nuestras ideas, que fluctúan mientras recorremos un conjunto admirable de piezas de artistas que pueden verse reunidos en muy pocos lugares del mundo. Gracias al Museo Jumex, la Ciudad de México es uno de ellos.

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Todo se vuelve más ligero

La primera década del Museo Jumex llega en un momento en el que resulta inevitable reflexionar sobre lo ocurrido en los últimos años, especialmente tras la pandemia de covid-19. De ahí que Lisa Phillips, invitada a realizar una nueva lectura de la colección, haya elegido una palabra cuyo significado en inglés es dual: light. Puede traducirse como luz o ligereza, y sirve de guía conceptual a una selección que se plantea optimista en un contexto de crisis climática y política. Todo se vuelve más ligero toma el título de un poema de John Giorno, en el que se lee: “un mar plano de nubes blancas debajo / y una cúpula inmensa de cielo azul por encima, / y tu mente es un clavo de acero entre ambas”.

El museo recibe a los visitantes con Waterfall (1998), de Olafur Eliasson, una cascada que evidencia su artificio llenando la plaza exterior de frescura y sonidos inesperados en un espacio urbano congestionado como la colonia Granada de la Ciudad de México. El artista danés radicado en Berlín ha realizado piezas a partir de la observación de los fenómenos atmosféricos y este trabajo de hace cinco lustros sintetiza la intersección entre naturaleza y tecnología que caracteriza buena parte de su producción. Se abre una pregunta, característica de las artes, sobre la posibilidad de cambio y transformación.

Lisa Phillips, directora del New Museum of Contemporary Art de Nueva York, plantea una exposición con distintas puertas de entrada y posibilidades múltiples, a través de una museografía que enfatiza la noción de cubo blanco.

Lisa Phillips, directora del New Museum of Contemporary Art de Nueva York, plantea una exposición con distintas puertas de entrada y posibilidades múltiples, a través de una museografía que enfatiza la noción de cubo blanco. Las piezas funcionan de forma autónoma, y los diálogos entre ellas son tarea del espectador. En ese sentido, hay también juegos de escala y enfoque en Todo se vuelve más ligero: si la cascada de Eliasson deja a la vista su funcionamiento en una pieza de gran formato, Moving Wire (1988), de Charles Ray, mantiene en secreto el mecanismo por el que unos cables se extienden y retraen dentro de una pared.

Todo se vuelve más ligero

Vista de la exposición Colección Jumex: Todo se vuelve más ligero, Museo Jumex, 2023. Fotografía: Ramiro Chaves

Una sala nos recibe con Fountain (Buddha) (1996), de Sherrie Levine; otra con el significativo “monument” for V. Tatlin (1967), de Dan Flavin. Son dos de los 67 artistas incluidos en una muestra que ofrece un recorrido particular por los derroteros del arte contemporáneo. La presencia de artistas mexicanos de la Colección Jumex es contundente: en la sala 3 se exhiben dos piezas señeras, Extensión (de la serie Puentes y presas, 1997-2002), de Damián Ortega, y Autorretrato pendiente, contradictorio, inestable y aburguesado, oliendo a malta, atrapado en un embotellamiento, con ganas de cagar desde hace un rato, escuchando a Martha Debayle, al día siguiente de haber leído ‘Campo de guerra’, de Sergio González Rodríguez, intentando escaparme de la mística de la eficiencia y la competitividad, sin señal en mi celular, y soñando con devorar una papaya jugosa, siguiendo el ritmo de ‘Demolición’, de Los Saicos (2014), de Abraham Cruzvillegas.

Pinturas, esculturas, instalaciones, videos y fotografías componen un prisma para pensar la ligereza y la iluminación en sentidos amplios, que van del trabajo colaborativo a la experiencia espiritual.

Pinturas, esculturas, instalaciones, videos y fotografías componen un prisma para pensar la ligereza y la iluminación en sentidos amplios, que van del trabajo colaborativo –las bicicletas que encienden un foco cuando se pedalean juntas: Dynamo Secession (1997), de Maurizio Cattelan– a la experiencia espiritual –un cuarto en la sala 1 nos lleva de la oscuridad a la sorpresa de Spenta Mainyu (de la serie Wedgework, 2019), de James Turrell. En medio, trabajos evocativos como A sphere lit from the top, four sides, and all their combinations (2004), de Sol LeWitt, o discrepancies with X.II #2 (2014), de Leonor Antunes.

Todo se vuelve más ligero

Vista de la exposición Colección Jumex: Todo se vuelve más ligero, Museo Jumex, 2023. Fotografía: Ramiro Chaves

La apuesta curatorial de Lisa Phillips es poner en la mente del espectador ideas como luz, reflejo, sombra, clima, ingravidez, vuelo, suspensión, inmaterialidad o readaptación: “Parece que nos encontramos en medio de un cambio de paradigma planetario con un imperativo cada vez mayor de aceptar la vulnerabilidad, metabolizar la incertidumbre y abrazar los resultados desconocidos”, escribe en el catálogo de Todo se vuelve más ligero. Algo a destacar de esta propuesta es su apertura: nada orienta nuestras ideas, que fluctúan mientras recorremos un conjunto admirable de piezas de artistas que pueden verse reunidos en muy pocos lugares del mundo. Gracias al Museo Jumex, la Ciudad de México es uno de ellos.

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miércoles, 29 de noviembre de 2023

Manuel Rocha Iturbide: oficios y azares

La música, como el eco, ¿está en todas partes? En la producción del compositor y artista sonoro Manuel Rocha Iturbide (Ciudad de México, 1963) unas piezas tienen más sonoridad que otras. Las fotografías, por ejemplo, son momentos de silencio, de pausa en el tiempo. En cambio cinco pinturas realizadas en 2023 y expuestas en De oído, junto a Roberto Turnbull, sugieren movimiento, juego y sonido. Las piezas están hechas con acrílico sobre madera y herramientas antiguas de acero, dispuestas estas últimas de tal manera que generan escenarios lúdicos, laberintos o composiciones musicales. Para comprender su interés por el arte sonoro y el conceptual fue necesario dar un salto al pasado en la conversación que sostuvimos con el artista mexicano en su casa-estudio de la Ciudad de México, donde hay colecciones de todo tipo: libros, caseteras, herramientas, frascos, plantas…

Los padres de Rocha Iturbide provienen también de las artes: se trata del arquitecto Manuel Rocha Díaz y la fotógrafa Graciela Iturbide. Ambos brindaron a sus hijos herramientas de apreciación visual, pero no musicales. Rocha Iturbide comenzó a participar en talleres de arte y pintura desde chico y a los 13 años se inscribió en clases de piano, con la intención de especializarse en este instrumento. A los 20 años tomó una decisión radical sobre cómo relacionarse con la música: más que pianista quería ser creador. Tomó entonces la cámara fotográfica y se sumó al Taller de los Lunes, coordinado por Pedro Reyes, donde coincidió con personajes como Emmanuel Lubezki y Gabriel Orozco. Los estímulos visuales continuaron en su formación y así, en 1986, un libro sobre John Cage traído por Orozco a su vuelta de Estados Unidos permitió a Rocha Iturbide adentrarse en el arte conceptual.

Manuel Rocha Iturbide comenzó a participar en talleres de arte y pintura desde chico y a los 13 años se inscribió en clases de piano, con la intención de especializarse en este instrumento.

La música y el arte conceptual se iban fortaleciendo en su imaginario, así como la vocación por la investigación como lector y escritor. La fotografía es también una práctica muy arraigada en Manuel Rocha Iturbide: de 1998 a 2002 trabajó con una cámara Contax; ahora sigue tomando fotos con el teléfono celular porque la imagen y la fotografía están siempre al alcance. También crea fotomontajes con fotos vernáculas. La foto es el punto de anclaje para series como Poética del espacio, expuesta en 2020 en la galería Le Laboratoire (CDMX) como parte de la exposición Taxonomías isomórficas.

Manuel Rocha Iturbide

Fotografías en la casa-estudio de Manuel Rocha Iturbide. © Ignacio Ponce

Entre sonidos y conceptos

Artista de múltiples universos creativos, con un amplio reconocimiento como compositor, pionero de arte sonoro y artista contemporáneo, Rocha Iturbide ha desarrollado su trabajo, como hemos dicho, entre los campos de la música y las artes visuales. Aunque ambas tienen puntos de encuentro, el artista mexicano salta constantemente entre la composición sonora y el arte conceptual. “Aunque Ulises Carrión haya dejado la literatura”, comparte, “nunca dejó de ser escritor”. Habla del artista nacido en San Andrés, Tuxtla, pero podría referirse a sí mismo.

¿Cómo es, entonces, el proceso de trabajo de un creador plural? “El azar. Siempre es el azar”, menciona. “De pronto me invitan a una exposición con un tema específico y creo piezas que si no fuera por ese incentivo probablemente no habrían salido a la luz, o trabajo en colaboraciones con amigos artistas. Aunque he hecho pocas, han salido piezas muy lindas. Con mi hermano Mauricio, que es arquitecto, por ejemplo, creamos una instalación con sonido afuera del Museo de Arte Contemporáneo de San Luis Potosí, por encargo de Bárbara Perea y Guillermo Santamarina, quien ha sido mi mentor desde 1989”. Como si dibujaran una espiral, estos proyectos permiten revisitar ideas que habían quedado en el camino: “Nunca me aburro de cosas que hice hace muchos años porque es como regresar a un mismo punto pero desde otro nivel”.

Para Manuel Rocha Iturbide el tiempo de caminar y el tiempo de pensar están ligados. Cada tarde dedica un momento a transitar por las calles de la ciudad y crear un espacio mental para sus proyectos artísticos, pues el trabajo cotidiano como maestro en una carrera digital le absorbe una parte importante de la energía. Otro momento de pensamiento creativo lo encuentra viajando: “Cuando viajo puedo pensar mejor qué quiero hacer”, pues en los no-lugares la pulsión creativa se expande hacia otros horizontes. “Hasta que se abren ventanas para meterme en temas nuevos o revisitar ideas antiguas es que puedo desarrollar proyectos”, concluye.

Manuel Rocha Iturbide

Manuel Rocha Iturbide en su casa-estudio, Ciudad de México. © Ignacio Ponce

“Por mucha tecnología que uses la música sale de dos altavoces a partir de ondas, ésa es la diferencia entre la música con tecnología y del arte con tecnología que depende de pantallas.”

Las clases que imparte de manera regular en la Universidad Autónoma Metropolitana le han permitido estar en contacto teórico y estético con la historia y, dice, “como soy artista autodidacta se proyecta esta misma forma de trabajo en la docencia”. Ante el avance de la tecnología en el arte, desde su experiencia como docente en una carrera de arte digital considera que “por mucha tecnología que uses la música sale de dos altavoces a partir de ondas, ésa es la diferencia entre la música con tecnología y del arte con tecnología que depende de pantallas. Yo, al revés, empecé a retroceder después de mi doctorado en Francia, en música y tecnología –donde hice una investigación sobre física cuántica y música–, para hacer cosas analógicas sin sensores y a veces sólo conceptuales, sin bocinas ni nada”.

El sentido de los objetos

Manuel Rocha Iturbide va cada fin de semana al mercado de pulgas a comprar objetos, como un manifiesto sobre la permanencia de las cosas, sobre sus posibilidades como materia artística. Hay un diálogo constante entre el coleccionista y del compositor, una pulsión que busca clasificar, ordenar y crear lógicas desde la sensibilidad. Estos intereses se perciben en su obra fotográfica: “Tanto en las fotos que yo he hecho como en las imágenes vernáculas con las que hago fotomontaje me encanta la idea de agrupar para crear algo poético, no en aras de encajonar algo sino para entender la cantidad de cosas que ves, escuchas y te interesan”. Esta creación de lógicas propias, o que responden a un interés particular, detona también una conversación sobre el tiempo, como sucede en la idea del archivo como forma de arte.

“Hace poco di una conferencia sobre los fotomontajes y estuve leyendo sobre fotografía y archivo y puse ejemplos de varios artistas y no artistas. Es interesante cómo vas conectando todo. Hannah Höch, por ejemplo, creaba una no linealidad que puede ser muy complicada si se meten demasiados símbolos o imágenes, pero hay que ser arriesgados y atreverse a hacer un contrapunto. Siempre hay que arriesgarse al caos”. A lo largo de los años Rocha Iturbide ha realizado también ejercicios curatoriales con la intención de hacer dialogar distintas obras. “He hecho curadurías de fotografías, una en España y dos de mi madre; empecé en el Taller de los Lunes, donde la primera exposición importante fue en 1987 en la Fototeca de Cuba; con Pablo Cabado hicimos la propuesta para museografiar la obra del Taller y fue muy interesante. También fui curador del Festival de Arte Sonoro”.

Manuel Rocha Iturbide

Un acordeón en la colección de objetos de Manuel Rocha Iturbide. © Ignacio Ponce

Nuestra mente constantemente busca espacios de posibilidad entre los límites de las disciplinas, como sucede en el arte sonoro como transdisciplina entre dos universos. Para Rocha Iturbide es claro que “todo lo que pasó a finales de los noventa con el arte sonoro fue creando un momentum. Hay varios artistas que no se han dedicado formalmente a la música pero que han hecho arte con relación al sonido. Aunque no hay un espacio específico institucional donde crear o presentar arte sonoro, siempre ha estado ahí metido”, comenta sobre el contexto mexicano. “Es mucho más ambiguo hablar de arte sonoro que de videoarte, porque los medios son difíciles de identificar”.

Para Rocha Iturbide es claro que “todo lo que pasó a finales de los noventa con el arte sonoro fue creando un ‘momentum’. Hay varios artistas que no se han dedicado formalmente a la música pero que han hecho arte con relación al sonido.”

Quizá por esta complejidad respecto al soporte la experiencia del público general con las propuestas de arte sonoro varía considerablemente: “Hay una obra que me gusta mucho que se llama Toco la batería con frecuencia, donde se tiene que afinar constantemente la onda sinusoidal. A la fecha no sé por qué sucede ese fenómeno pero es increíble porque funciona con procesos de azar y es una especie de composición infinita que nunca termina. Son cinco tambores con siete timbres para uno, con variaciones aleatorias… Puedes estar diez minutos, una hora, irte y volver porque es una composición siempre distinta”. Al sumergirse en una instalación sonora, el espacio-tiempo de encuentro queda a la deriva, pues el espectador decide cuánto tiempo permanecer en la obra.

El 15 de diciembre se inaugura, en el Museo Morelense de Arte Contemporáneo Juan Soriano de Cuernavaca, Relieves pétreos, una instalación escultórica y sonora creada con roca ígnea, encontrada en las distintas localidades donde se presenta la pieza.

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Manuel Rocha Iturbide: oficios y azares

La música, como el eco, ¿está en todas partes? En la producción del compositor y artista sonoro Manuel Rocha Iturbide (Ciudad de México, 1963) unas piezas tienen más sonoridad que otras. Las fotografías, por ejemplo, son momentos de silencio, de pausa en el tiempo. En cambio cinco pinturas realizadas en 2023 y expuestas en De oído, junto a Roberto Turnbull, sugieren movimiento, juego y sonido. Las piezas están hechas con acrílico sobre madera y herramientas antiguas de acero, dispuestas estas últimas de tal manera que generan escenarios lúdicos, laberintos o composiciones musicales. Para comprender su interés por el arte sonoro y el conceptual fue necesario dar un salto al pasado en la conversación que sostuvimos con el artista mexicano en su casa-estudio de la Ciudad de México, donde hay colecciones de todo tipo: libros, caseteras, herramientas, frascos, plantas…

Los padres de Rocha Iturbide provienen también de las artes: se trata del arquitecto Manuel Rocha Díaz y la fotógrafa Graciela Iturbide. Ambos brindaron a sus hijos herramientas de apreciación visual, pero no musicales. Rocha Iturbide comenzó a participar en talleres de arte y pintura desde chico y a los 13 años se inscribió en clases de piano, con la intención de especializarse en este instrumento. A los 20 años tomó una decisión radical sobre cómo relacionarse con la música: más que pianista quería ser creador. Tomó entonces la cámara fotográfica y se sumó al Taller de los Lunes, coordinado por Pedro Reyes, donde coincidió con personajes como Emmanuel Lubezki y Gabriel Orozco. Los estímulos visuales continuaron en su formación y así, en 1986, un libro sobre John Cage traído por Orozco a su vuelta de Estados Unidos permitió a Rocha Iturbide adentrarse en el arte conceptual.

Manuel Rocha Iturbide comenzó a participar en talleres de arte y pintura desde chico y a los 13 años se inscribió en clases de piano, con la intención de especializarse en este instrumento.

La música y el arte conceptual se iban fortaleciendo en su imaginario, así como la vocación por la investigación como lector y escritor. La fotografía es también una práctica muy arraigada en Manuel Rocha Iturbide: de 1998 a 2002 trabajó con una cámara Contax; ahora sigue tomando fotos con el teléfono celular porque la imagen y la fotografía están siempre al alcance. También crea fotomontajes con fotos vernáculas. La foto es el punto de anclaje para series como Poética del espacio, expuesta en 2020 en la galería Le Laboratoire (CDMX) como parte de la exposición Taxonomías isomórficas.

Manuel Rocha Iturbide

Fotografías en la casa-estudio de Manuel Rocha Iturbide. © Ignacio Ponce

Entre sonidos y conceptos

Artista de múltiples universos creativos, con un amplio reconocimiento como compositor, pionero de arte sonoro y artista contemporáneo, Rocha Iturbide ha desarrollado su trabajo, como hemos dicho, entre los campos de la música y las artes visuales. Aunque ambas tienen puntos de encuentro, el artista mexicano salta constantemente entre la composición sonora y el arte conceptual. “Aunque Ulises Carrión haya dejado la literatura”, comparte, “nunca dejó de ser escritor”. Habla del artista nacido en San Andrés, Tuxtla, pero podría referirse a sí mismo.

¿Cómo es, entonces, el proceso de trabajo de un creador plural? “El azar. Siempre es el azar”, menciona. “De pronto me invitan a una exposición con un tema específico y creo piezas que si no fuera por ese incentivo probablemente no habrían salido a la luz, o trabajo en colaboraciones con amigos artistas. Aunque he hecho pocas, han salido piezas muy lindas. Con mi hermano Mauricio, que es arquitecto, por ejemplo, creamos una instalación con sonido afuera del Museo de Arte Contemporáneo de San Luis Potosí, por encargo de Bárbara Perea y Guillermo Santamarina, quien ha sido mi mentor desde 1989”. Como si dibujaran una espiral, estos proyectos permiten revisitar ideas que habían quedado en el camino: “Nunca me aburro de cosas que hice hace muchos años porque es como regresar a un mismo punto pero desde otro nivel”.

Para Manuel Rocha Iturbide el tiempo de caminar y el tiempo de pensar están ligados. Cada tarde dedica un momento a transitar por las calles de la ciudad y crear un espacio mental para sus proyectos artísticos, pues el trabajo cotidiano como maestro en una carrera digital le absorbe una parte importante de la energía. Otro momento de pensamiento creativo lo encuentra viajando: “Cuando viajo puedo pensar mejor qué quiero hacer”, pues en los no-lugares la pulsión creativa se expande hacia otros horizontes. “Hasta que se abren ventanas para meterme en temas nuevos o revisitar ideas antiguas es que puedo desarrollar proyectos”, concluye.

Manuel Rocha Iturbide

Manuel Rocha Iturbide en su casa-estudio, Ciudad de México. © Ignacio Ponce

“Por mucha tecnología que uses la música sale de dos altavoces a partir de ondas, ésa es la diferencia entre la música con tecnología y del arte con tecnología que depende de pantallas.”

Las clases que imparte de manera regular en la Universidad Autónoma Metropolitana le han permitido estar en contacto teórico y estético con la historia y, dice, “como soy artista autodidacta se proyecta esta misma forma de trabajo en la docencia”. Ante el avance de la tecnología en el arte, desde su experiencia como docente en una carrera de arte digital considera que “por mucha tecnología que uses la música sale de dos altavoces a partir de ondas, ésa es la diferencia entre la música con tecnología y del arte con tecnología que depende de pantallas. Yo, al revés, empecé a retroceder después de mi doctorado en Francia, en música y tecnología –donde hice una investigación sobre física cuántica y música–, para hacer cosas analógicas sin sensores y a veces sólo conceptuales, sin bocinas ni nada”.

El sentido de los objetos

Manuel Rocha Iturbide va cada fin de semana al mercado de pulgas a comprar objetos, como un manifiesto sobre la permanencia de las cosas, sobre sus posibilidades como materia artística. Hay un diálogo constante entre el coleccionista y del compositor, una pulsión que busca clasificar, ordenar y crear lógicas desde la sensibilidad. Estos intereses se perciben en su obra fotográfica: “Tanto en las fotos que yo he hecho como en las imágenes vernáculas con las que hago fotomontaje me encanta la idea de agrupar para crear algo poético, no en aras de encajonar algo sino para entender la cantidad de cosas que ves, escuchas y te interesan”. Esta creación de lógicas propias, o que responden a un interés particular, detona también una conversación sobre el tiempo, como sucede en la idea del archivo como forma de arte.

“Hace poco di una conferencia sobre los fotomontajes y estuve leyendo sobre fotografía y archivo y puse ejemplos de varios artistas y no artistas. Es interesante cómo vas conectando todo. Hannah Höch, por ejemplo, creaba una no linealidad que puede ser muy complicada si se meten demasiados símbolos o imágenes, pero hay que ser arriesgados y atreverse a hacer un contrapunto. Siempre hay que arriesgarse al caos”. A lo largo de los años Rocha Iturbide ha realizado también ejercicios curatoriales con la intención de hacer dialogar distintas obras. “He hecho curadurías de fotografías, una en España y dos de mi madre; empecé en el Taller de los Lunes, donde la primera exposición importante fue en 1987 en la Fototeca de Cuba; con Pablo Cabado hicimos la propuesta para museografiar la obra del Taller y fue muy interesante. También fui curador del Festival de Arte Sonoro”.

Manuel Rocha Iturbide

Un acordeón en la colección de objetos de Manuel Rocha Iturbide. © Ignacio Ponce

Nuestra mente constantemente busca espacios de posibilidad entre los límites de las disciplinas, como sucede en el arte sonoro como transdisciplina entre dos universos. Para Rocha Iturbide es claro que “todo lo que pasó a finales de los noventa con el arte sonoro fue creando un momentum. Hay varios artistas que no se han dedicado formalmente a la música pero que han hecho arte con relación al sonido. Aunque no hay un espacio específico institucional donde crear o presentar arte sonoro, siempre ha estado ahí metido”, comenta sobre el contexto mexicano. “Es mucho más ambiguo hablar de arte sonoro que de videoarte, porque los medios son difíciles de identificar”.

Para Rocha Iturbide es claro que “todo lo que pasó a finales de los noventa con el arte sonoro fue creando un ‘momentum’. Hay varios artistas que no se han dedicado formalmente a la música pero que han hecho arte con relación al sonido.”

Quizá por esta complejidad respecto al soporte la experiencia del público general con las propuestas de arte sonoro varía considerablemente: “Hay una obra que me gusta mucho que se llama Toco la batería con frecuencia, donde se tiene que afinar constantemente la onda sinusoidal. A la fecha no sé por qué sucede ese fenómeno pero es increíble porque funciona con procesos de azar y es una especie de composición infinita que nunca termina. Son cinco tambores con siete timbres para uno, con variaciones aleatorias… Puedes estar diez minutos, una hora, irte y volver porque es una composición siempre distinta”. Al sumergirse en una instalación sonora, el espacio-tiempo de encuentro queda a la deriva, pues el espectador decide cuánto tiempo permanecer en la obra.

El 15 de diciembre se inaugura, en el Museo Morelense de Arte Contemporáneo Juan Soriano de Cuernavaca, Relieves pétreos, una instalación escultórica y sonora creada con roca ígnea, encontrada en las distintas localidades donde se presenta la pieza.

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⅛ Takamura en el MAZ

El estudio de creación de indumentaria ⅛ Takamura fue comisionado para confeccionar una colección de uniformes para el equipo del Museo de Arte de Zapopan. Las prendas debían responder a la operatividad del recinto y su búsqueda de favorecer el diálogo entre lo establecido y las nuevas ideas. De este ejercicio especulativo surgió Uniforme, que ocupa la sala del segundo piso del MAZ, una de las pocas exposiciones que indagan en la importancia de la funcionalidad en el vestir con un contexto histórico nutrido.

Dividida en tres bloques, la muestra busca generar tensión entre los procesos tecnológicos e históricos de la producción de uniformes para liberar su fortaleza simbólica. La curaduría de Rodrigo Santoscoy articula el recorrido en tres momentos: un archivo que despliega doce piezas que han sido objeto de estudio para ⅛ Takamura, la colección de diez uniformes para el museo y una pieza escultórica que subraya el ensamblaje como proceso creativo.

Entre las piezas expuestas en el primer módulo figuran algunas de indumentaria tradicional japonesa, trajes históricos militares y escolares, monos de vuelo, batas de laboratorio y pantalones de equitación. Los uniformes para el MAZ, que ocupan el segundo bloque de la sala, dan cuenta de cómo el estudio interpretó cada una de las actividades del personal, desde la atención al visitante y la custodia hasta la administración, la dirección, la curaduría y la comunicación. El proyecto culmina con un encuentro tridimensional de elementos, una pieza de gran formato en la que se puede observar cómo convergen la investigación e identificación de elementos funcionales en el diseño de indumentaria.

⅛ Takamura fue fundada en 2012 por Guillermo Vargas, su actual director creativo, en la Ciudad de México. Sus procesos oscilan entre la fascinación y el cuestionamiento a la cultura material contemporánea y la construcción de significados. Para la muestra en el Museo de Arte de Zapopan el ensamblaje se revela como parte fundamental de sus creaciones. La exposición puede visitarse hasta el 7 de enero de 2024.

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⅛ Takamura en el MAZ

El estudio de creación de indumentaria ⅛ Takamura fue comisionado para confeccionar una colección de uniformes para el equipo del Museo de Arte de Zapopan. Las prendas debían responder a la operatividad del recinto y su búsqueda de favorecer el diálogo entre lo establecido y las nuevas ideas. De este ejercicio especulativo surgió Uniforme, que ocupa la sala del segundo piso del MAZ, una de las pocas exposiciones que indagan en la importancia de la funcionalidad en el vestir con un contexto histórico nutrido.

Dividida en tres bloques, la muestra busca generar tensión entre los procesos tecnológicos e históricos de la producción de uniformes para liberar su fortaleza simbólica. La curaduría de Rodrigo Santoscoy articula el recorrido en tres momentos: un archivo que despliega doce piezas que han sido objeto de estudio para ⅛ Takamura, la colección de diez uniformes para el museo y una pieza escultórica que subraya el ensamblaje como proceso creativo.

Entre las piezas expuestas en el primer módulo figuran algunas de indumentaria tradicional japonesa, trajes históricos militares y escolares, monos de vuelo, batas de laboratorio y pantalones de equitación. Los uniformes para el MAZ, que ocupan el segundo bloque de la sala, dan cuenta de cómo el estudio interpretó cada una de las actividades del personal, desde la atención al visitante y la custodia hasta la administración, la dirección, la curaduría y la comunicación. El proyecto culmina con un encuentro tridimensional de elementos, una pieza de gran formato en la que se puede observar cómo convergen la investigación e identificación de elementos funcionales en el diseño de indumentaria.

⅛ Takamura fue fundada en 2012 por Guillermo Vargas, su actual director creativo, en la Ciudad de México. Sus procesos oscilan entre la fascinación y el cuestionamiento a la cultura material contemporánea y la construcción de significados. Para la muestra en el Museo de Arte de Zapopan el ensamblaje se revela como parte fundamental de sus creaciones. La exposición puede visitarse hasta el 7 de enero de 2024.

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martes, 28 de noviembre de 2023

‘La Tempestad’: Sendas de lo nuevo

La Tempestad cumple 25 años de trayectoria, convertida en una plataforma digital de alcance internacional. Para celebrarlo el equipo editorial decidió no voltear atrás sino mantener la atención en el presente y, sobre todo, en el futuro que anuncia la producción artística contemporánea. Por ello, luego de tres años de haber concluido la etapa en papel, el viernes 1 de diciembre se presentará, en el Museo Universitario del Chopo de la Ciudad de México, a las 19:00 hrs., una edición especial impresa con el tema Sendas de lo nuevo.

En la editorial de este nuevo número, Nicolás Cabral y Laura Pardo, editores de La Tempestad, plantean: “Volver al papel para hablar de lo nuevo: debe haber en ello algún mensaje, que por el momento no podemos descifrar. La revista se mantendrá como plataforma digital, buscando abrir espacios para la reflexión en medio del bombardeo de imágenes y palabras en red. Esta edición trata de ampliar ese paréntesis con un objeto que, sin perder su vocación de revista, se acerca a la idea de un libro, aspira a vivir más tiempo en las estanterías de las bibliotecas”.

La Tempestad

Para hablar de la noción de lo nuevo, la edición 159 de la publicación incluye colaboraciones de McKenzie Wark, Graciela Speranza, Keti Chukhrov, Mario Bellatin y Eduardo Milán. Además de ensayos y textos literarios, el número incluye propuestas visuales de los artistas Luis Felipe Ortega, Débora Delmar, Andrea Martínez y Dorian Ulises López Macías. No falta la participación de colaboradores de distintas épocas de la revista, como Fernanda Canales, Natascha Gangl, Atahualpa Espinosa, Sandra Sánchez, Jeremy Glazier y Sergio Huidobro.

Fundada en 1998, La Tempestad es la única revista de México, y una de las pocas del mundo de habla hispana, dedicada con apertura y rigor a todas las disciplinas artísticas: cine, artes visuales, literatura, diseño, música, arquitectura y artes escénicas. Al tiempo que difunde la obra de creadores de los cinco continentes, propone discusiones sobre las principales líneas de pensamiento contemporáneo, para plantear una mirada de la realidad desde lo creativo. Su lema: También las artes cambian al mundo.

La edición por el 25 aniversario fue realizada gracias al Sistema de Apoyos a la Creación y Proyectos Culturales, a través de la vertiente Fomento a Proyectos y Coinversiones Culturales. Circulará a través de SP Distribuciones en librerías de la República Mexicana.

La Tempestad

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‘La Tempestad’: Sendas de lo nuevo

La Tempestad cumple 25 años de trayectoria, convertida en una plataforma digital de alcance internacional. Para celebrarlo el equipo editorial decidió no voltear atrás sino mantener la atención en el presente y, sobre todo, en el futuro que anuncia la producción artística contemporánea. Por ello, luego de tres años de haber concluido la etapa en papel, el viernes 1 de diciembre se presentará, en el Museo Universitario del Chopo de la Ciudad de México, a las 19:00 hrs., una edición especial impresa con el tema Sendas de lo nuevo.

En la editorial de este nuevo número, Nicolás Cabral y Laura Pardo, editores de La Tempestad, plantean: “Volver al papel para hablar de lo nuevo: debe haber en ello algún mensaje, que por el momento no podemos descifrar. La revista se mantendrá como plataforma digital, buscando abrir espacios para la reflexión en medio del bombardeo de imágenes y palabras en red. Esta edición trata de ampliar ese paréntesis con un objeto que, sin perder su vocación de revista, se acerca a la idea de un libro, aspira a vivir más tiempo en las estanterías de las bibliotecas”.

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Para hablar de la noción de lo nuevo, la edición 159 de la publicación incluye colaboraciones de McKenzie Wark, Graciela Speranza, Keti Chukhrov, Mario Bellatin y Eduardo Milán. Además de ensayos y textos literarios, el número incluye propuestas visuales de los artistas Luis Felipe Ortega, Débora Delmar, Andrea Martínez y Dorian Ulises López Macías. No falta la participación de colaboradores de distintas épocas de la revista, como Fernanda Canales, Natascha Gangl, Atahualpa Espinosa, Sandra Sánchez, Jeremy Glazier y Sergio Huidobro.

Fundada en 1998, La Tempestad es la única revista de México, y una de las pocas del mundo de habla hispana, dedicada con apertura y rigor a todas las disciplinas artísticas: cine, artes visuales, literatura, diseño, música, arquitectura y artes escénicas. Al tiempo que difunde la obra de creadores de los cinco continentes, propone discusiones sobre las principales líneas de pensamiento contemporáneo, para plantear una mirada de la realidad desde lo creativo. Su lema: También las artes cambian al mundo.

La edición por el 25 aniversario fue realizada gracias al Sistema de Apoyos a la Creación y Proyectos Culturales, a través de la vertiente Fomento a Proyectos y Coinversiones Culturales. Circulará a través de SP Distribuciones en librerías de la República Mexicana.

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Para llegar a Chevreuse

Cada una de las tres novelas que Patrick Modiano ha publicado tras el Premio Nobel de Literatura aborda la memoria, personal e histórica, usando una metáfora distinta: en Recuerdos durmientes (2017) es presentada como un sueño nebuloso, en Tinta simpática (2019) como un registro poco confiable y en Chevreuse (2021), aparecida este año en español en Anagrama, la presenta como un laberinto del que se sale siguiendo el hilo que le sugiere esa palabra, que se va llenando de sentido al avanzar el relato: “Chevreuse. A lo mejor ese nombre tiraba de otros nombres hacia él, como un imán. Bosmans repetía en voz baja ‘Chevreuse’. ¿Y si era ese el hilo que le permitiría recuperar toda una bobina?”. Retroactivamente puede entenderse que el resto de las novelas de Modiano responde a alguno de estos tres modelos o a combinaciones de ellos. Calle de las tiendas oscuras (1978), que le valió el Goncourt, es el ejemplo extremo de la memoria como registro poco confiable, aunque en ella la escritura sirve como ancla, más que como eco de su ineficiencia, como en Tinta simpática. Villa Triste (1975) y La hierba de las noches (2012) son ejemplos de la memoria como ensueño.

Chevreuse, una especie de secuela o narración gemela de El horizonte (2010), es no sólo un laberinto sino una guía al laberinto Modiano, una pieza en la que algunos nombres mencionados de paso en otras obras aparecen ahora como pertenecientes a personajes principales. El más claro es Guy Vincent, que originalmente había sido mentado en Recuerdos durmientes, pero que ahora reaparece como alguien alrededor de cuyos secretos actos y desaparición gira la trama. Martine Hayward es otro personaje secundario de aquella novela que reaparece en ésta, pero el principal “regreso” es el de Jean Bosmans, escritor en ciernes que protagoniza El horizonte. La primera sospecha que provoca esta recurrencia es que quizá no se trata de los mismos personajes, sino de diferentes iteraciones. Ciertamente, si bien el carácter de Bosmans es parecido en ambos libros (melancólico, pensativo, interesado en la escritura), hay también algunas diferencias, como la completa ausencia de escritores y editoriales dedicados al ocultismo en Chevreuse, para no hablar de que se abordan eventos ocurridos en los años sesenta y sus consecuencias años más tarde; los desenlaces serían excluyentes.

La posibilidad de que se trate no de los mismos personajes sino de diferentes iteraciones de éstos es grande si consideramos que muchos de ellos están interesados en temas como el eterno retorno nietzscheano, así como en interpretaciones que son más cercanas al ocultismo que a la filosofía escolarizada. Esta lectura me fascina porque aleja a Patrick Modiano del realismo y lo introduce vagamente en el género fantástico. Hace pensar en obras de diversa índole, como Embassytown: La Ciudad Embajada (2011), de China Miéville, en la que se diferencia entre ínmer (adaptado del alemán immer, “siempre”)  y manchmal (“a veces”, también en alemán). El ínmer es el Universo en su forma ideal y cada manchmal es una iteración diferente de esta forma ideal. En Chevreuse se establece un paralelismo entre los conceptos saussurianos de langue, que correspondería al ínmer, y parole, que correspondería al manchmal.

Los personajes de Modiano, no sólo los que tienen el mismo nombre sino también aquellos cuyas vidas encuentran ecos en los protagonistas de otras novelas del autor, serían repeticiones de los mismos modelos. En los videojuegos de la saga The Legend of Zelda ocurre algo parecido: Link y Zelda se van reencontrando en diferentes iteraciones a través del tiempo para enfrentarse siempre a un mismo enemigo. De igual manera viene a la mente La perfección ferroviaria de Benno von Archimboldi, novela que consiste en una serie de diálogos breves entre “dos personas ambiguas que, pese a los cambios de trabajo, de edad, en ocasiones incluso de sexo, son la misma persona, y ambos huyen, o se persiguen, o sólo uno es el que persigue y el otro el que se oculta”. En la obra de la creatura de Roberto Bolaño los diálogos y las persecuciones se dan en diferentes momentos del tiempo y en distintos lugares del mundo. “¿El que persigue es un hombre y la que huye es una mujer o al revés?, ¿cuál es la historia y cuáles las excrecencias, los ornatos, las ramificaciones de la historia”. Las tramas de Modiano, se sabe, no suelen presentar muchas variaciones. Pensemos en Más allá del olvido (1996), El horizonte y Domingos de agosto (1986); cada relato sigue un mismo patrón: un hombre joven conoce a una mujer joven que está relacionada de manera tensa con un hombre mayor, en algún punto la mujer desaparece y años después el hombre joven vuelve a encontrarla o vuelve a indagar en la desaparición.

Como todos los thrillers de Modiano, Chevreuse narra una investigación que genera más dudas que certezas. Al igual que Calle de las tiendas oscuras, esta novela narra una investigación sobre el pasado del propio investigador. En la segunda la investigación es necesaria porque el protagonista ha perdido todos sus recuerdos, en la primera se nos niega la principal motivación de la investigación hasta la parte final. Durante las rumiaciones laberínticas de Bosmans vamos recuperando junto a él algunos detalles de un instante específico de su pasado que es aún poco claro, en parte porque lo que intenta recordar años después fue un momento confuso en el que pasaron demasiadas cosas y frecuentaba a demasiada gente. Incluso se nos dice que tomaba notas para guiarse por su propia vida y que “a las notas les había añadido una especie de esquema, como para guiarse por un laberinto […] Se proponía completar ese esquema según le fuera volviendo a la memoria o descubriese durante sus investigaciones, otros nombres relacionados con los que había exhumado del olvido. Y a lo mejor conseguía trazar un plano de conjunto”. En Chevreuse hay también una visión mucho más positiva sobre las posibilidades y capacidades de la escritura que en sus últimas dos novelas. Incluso Bosmans parece más decidido a seguir una carrera literaria (cosa que logra, como se nos dice en los pasajes en los que se habla de la vida de Bosmans en el siglo XXI) que en El horizonte, en donde la literatura aparece sólo como una posibilidad muy vaga.

En Chevreuse reencontramos aspectos recurrentes de la narrativa de su autor: crímenes, grupos de gente heterogéneos, un protagonista melancólico con una infancia problemática y una adolescencia carente de grandes propósitos que encuentra un tipo de salvación y escape de sus fantasmas en la escritura (“a los fantasmas no les daba miedo aparecer de nuevo a plena luz. ¿Quién sabe? En los siguientes años volverían a acudirle al recuerdo, como chantajistas. Y, al no poder volver a vivir el pasado, para enmendarlo, la mejor forma de convertirlos en inofensivos y mantenerlos a distancia sería metamorfosearlos en personajes de novela”), el París de mitad del siglo XX, algunas deudas aún no saldadas de la ocupación. Lo que diferencia al Bosmans de Chevreuse de otros escritores del corpus de Patrick Modiano es que éste no teme que el material real que se cuela en sus novelas pueda ponerlo en peligro. Incluso un oficial de policía, lector suyo, lo llama para decirle que encuentra curioso que muchos detalles y nombres de sus libros pertenezcan casi sin cambios a delitos y delincuentes reales.

Chevreuse es un lugar relacionado con un crimen cometido cuando Bosmans era un niño. Ahí Guy Vincent guardó una enorme cantidad de dinero. La única otra persona que sabe el lugar exacto es Bosmans. Al igual que al final de El horizonte, en donde no sabemos si Bosmans realmente se reencuentra con Margaret Le Coz en una librería alemana ya entrado el siglo XXI, en Chevreuse al final no sabemos si, al recordar todo, encuentra el dinero tras el cual están la mayoría de los personajes de la novela. Modiano juega con la familiaridad que producen sus tramas a los lectores y ofrece algunos cambios sorpresivos. Éste es sin duda el menos fragmentario y más narrativo de sus últimos trabajos. Reutiliza los elementos que le son característicos a su novelística para ofrecer un thriller existencial y melancólico en el que converge el resto de su obra. Si han de empezar a leerlo, aún, quizás este sea el mejor punto de inicio.

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Para llegar a Chevreuse

Cada una de las tres novelas que Patrick Modiano ha publicado tras el Premio Nobel de Literatura aborda la memoria, personal e histórica, usando una metáfora distinta: en Recuerdos durmientes (2017) es presentada como un sueño nebuloso, en Tinta simpática (2019) como un registro poco confiable y en Chevreuse (2021), aparecida este año en español en Anagrama, la presenta como un laberinto del que se sale siguiendo el hilo que le sugiere esa palabra, que se va llenando de sentido al avanzar el relato: “Chevreuse. A lo mejor ese nombre tiraba de otros nombres hacia él, como un imán. Bosmans repetía en voz baja ‘Chevreuse’. ¿Y si era ese el hilo que le permitiría recuperar toda una bobina?”. Retroactivamente puede entenderse que el resto de las novelas de Modiano responde a alguno de estos tres modelos o a combinaciones de ellos. Calle de las tiendas oscuras (1978), que le valió el Goncourt, es el ejemplo extremo de la memoria como registro poco confiable, aunque en ella la escritura sirve como ancla, más que como eco de su ineficiencia, como en Tinta simpática. Villa Triste (1975) y La hierba de las noches (2012) son ejemplos de la memoria como ensueño.

Chevreuse, una especie de secuela o narración gemela de El horizonte (2010), es no sólo un laberinto sino una guía al laberinto Modiano, una pieza en la que algunos nombres mencionados de paso en otras obras aparecen ahora como pertenecientes a personajes principales. El más claro es Guy Vincent, que originalmente había sido mentado en Recuerdos durmientes, pero que ahora reaparece como alguien alrededor de cuyos secretos actos y desaparición gira la trama. Martine Hayward es otro personaje secundario de aquella novela que reaparece en ésta, pero el principal “regreso” es el de Jean Bosmans, escritor en ciernes que protagoniza El horizonte. La primera sospecha que provoca esta recurrencia es que quizá no se trata de los mismos personajes, sino de diferentes iteraciones. Ciertamente, si bien el carácter de Bosmans es parecido en ambos libros (melancólico, pensativo, interesado en la escritura), hay también algunas diferencias, como la completa ausencia de escritores y editoriales dedicados al ocultismo en Chevreuse, para no hablar de que se abordan eventos ocurridos en los años sesenta y sus consecuencias años más tarde; los desenlaces serían excluyentes.

La posibilidad de que se trate no de los mismos personajes sino de diferentes iteraciones de éstos es grande si consideramos que muchos de ellos están interesados en temas como el eterno retorno nietzscheano, así como en interpretaciones que son más cercanas al ocultismo que a la filosofía escolarizada. Esta lectura me fascina porque aleja a Patrick Modiano del realismo y lo introduce vagamente en el género fantástico. Hace pensar en obras de diversa índole, como Embassytown: La Ciudad Embajada (2011), de China Miéville, en la que se diferencia entre ínmer (adaptado del alemán immer, “siempre”)  y manchmal (“a veces”, también en alemán). El ínmer es el Universo en su forma ideal y cada manchmal es una iteración diferente de esta forma ideal. En Chevreuse se establece un paralelismo entre los conceptos saussurianos de langue, que correspondería al ínmer, y parole, que correspondería al manchmal.

Los personajes de Modiano, no sólo los que tienen el mismo nombre sino también aquellos cuyas vidas encuentran ecos en los protagonistas de otras novelas del autor, serían repeticiones de los mismos modelos. En los videojuegos de la saga The Legend of Zelda ocurre algo parecido: Link y Zelda se van reencontrando en diferentes iteraciones a través del tiempo para enfrentarse siempre a un mismo enemigo. De igual manera viene a la mente La perfección ferroviaria de Benno von Archimboldi, novela que consiste en una serie de diálogos breves entre “dos personas ambiguas que, pese a los cambios de trabajo, de edad, en ocasiones incluso de sexo, son la misma persona, y ambos huyen, o se persiguen, o sólo uno es el que persigue y el otro el que se oculta”. En la obra de la creatura de Roberto Bolaño los diálogos y las persecuciones se dan en diferentes momentos del tiempo y en distintos lugares del mundo. “¿El que persigue es un hombre y la que huye es una mujer o al revés?, ¿cuál es la historia y cuáles las excrecencias, los ornatos, las ramificaciones de la historia”. Las tramas de Modiano, se sabe, no suelen presentar muchas variaciones. Pensemos en Más allá del olvido (1996), El horizonte y Domingos de agosto (1986); cada relato sigue un mismo patrón: un hombre joven conoce a una mujer joven que está relacionada de manera tensa con un hombre mayor, en algún punto la mujer desaparece y años después el hombre joven vuelve a encontrarla o vuelve a indagar en la desaparición.

Como todos los thrillers de Modiano, Chevreuse narra una investigación que genera más dudas que certezas. Al igual que Calle de las tiendas oscuras, esta novela narra una investigación sobre el pasado del propio investigador. En la segunda la investigación es necesaria porque el protagonista ha perdido todos sus recuerdos, en la primera se nos niega la principal motivación de la investigación hasta la parte final. Durante las rumiaciones laberínticas de Bosmans vamos recuperando junto a él algunos detalles de un instante específico de su pasado que es aún poco claro, en parte porque lo que intenta recordar años después fue un momento confuso en el que pasaron demasiadas cosas y frecuentaba a demasiada gente. Incluso se nos dice que tomaba notas para guiarse por su propia vida y que “a las notas les había añadido una especie de esquema, como para guiarse por un laberinto […] Se proponía completar ese esquema según le fuera volviendo a la memoria o descubriese durante sus investigaciones, otros nombres relacionados con los que había exhumado del olvido. Y a lo mejor conseguía trazar un plano de conjunto”. En Chevreuse hay también una visión mucho más positiva sobre las posibilidades y capacidades de la escritura que en sus últimas dos novelas. Incluso Bosmans parece más decidido a seguir una carrera literaria (cosa que logra, como se nos dice en los pasajes en los que se habla de la vida de Bosmans en el siglo XXI) que en El horizonte, en donde la literatura aparece sólo como una posibilidad muy vaga.

En Chevreuse reencontramos aspectos recurrentes de la narrativa de su autor: crímenes, grupos de gente heterogéneos, un protagonista melancólico con una infancia problemática y una adolescencia carente de grandes propósitos que encuentra un tipo de salvación y escape de sus fantasmas en la escritura (“a los fantasmas no les daba miedo aparecer de nuevo a plena luz. ¿Quién sabe? En los siguientes años volverían a acudirle al recuerdo, como chantajistas. Y, al no poder volver a vivir el pasado, para enmendarlo, la mejor forma de convertirlos en inofensivos y mantenerlos a distancia sería metamorfosearlos en personajes de novela”), el París de mitad del siglo XX, algunas deudas aún no saldadas de la ocupación. Lo que diferencia al Bosmans de Chevreuse de otros escritores del corpus de Patrick Modiano es que éste no teme que el material real que se cuela en sus novelas pueda ponerlo en peligro. Incluso un oficial de policía, lector suyo, lo llama para decirle que encuentra curioso que muchos detalles y nombres de sus libros pertenezcan casi sin cambios a delitos y delincuentes reales.

Chevreuse es un lugar relacionado con un crimen cometido cuando Bosmans era un niño. Ahí Guy Vincent guardó una enorme cantidad de dinero. La única otra persona que sabe el lugar exacto es Bosmans. Al igual que al final de El horizonte, en donde no sabemos si Bosmans realmente se reencuentra con Margaret Le Coz en una librería alemana ya entrado el siglo XXI, en Chevreuse al final no sabemos si, al recordar todo, encuentra el dinero tras el cual están la mayoría de los personajes de la novela. Modiano juega con la familiaridad que producen sus tramas a los lectores y ofrece algunos cambios sorpresivos. Éste es sin duda el menos fragmentario y más narrativo de sus últimos trabajos. Reutiliza los elementos que le son característicos a su novelística para ofrecer un thriller existencial y melancólico en el que converge el resto de su obra. Si han de empezar a leerlo, aún, quizás este sea el mejor punto de inicio.

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viernes, 24 de noviembre de 2023

Bailar junto al lago

En la orilla norte del Parque del Lago Jinsha, en el distrito de Jianggan en Hangzhou, China, se alza un edificio que nadie podría suponer construido en otro siglo. La infraestructura cultural, que ocupa más de 44 mil metros cuadrados, sólo pudo ser creada desde el diseño paramétrico, donde las computadoras permiten gestionar grandes cantidades de información que se traducen en formas antes inconcebibles. A partir de esa manera de trabajar, la firma CCTN Design ha proyectado el Gran Teatro del Lago Jinsha, recientemente terminado.

Las formas cilíndricas que se observan en la cubierta corresponden a un teatro de mil 400 localidades y una sala polivalente de 500 asientos, que comparten vestíbulo. Desde ahí puede accederse, además, a un salón y una sala de exposiciones, siempre con vistas al lago. La forma sinuosa e irregular característica del conjunto resultó de la búsqueda de una superficie fluida que operara la transición entre lo urbano y lo lacustre; es como si una nervadura se extendiera y curvara lo necesario para ofrecer cubierta y fachadas en un solo gesto.

CCTN Design

Sala principal del Gran Teatro del Lago Jinsha, en Hangzhou, China, de CCTN Design. Fotografía: © Pei Wen

Las cinco mil perforaciones triangulares de la fachada dan al Gran Teatro del Lago Jinsha un carácter singular, una piel porosa que comunica interior y exterior con todo tipo de juegos lumínicos. El lago es traído al interior del edificio, que se posa en su orilla con un aspecto entre orgánico y futurista. Las funciones en el teatro principal parecen ocurrir dentro de una ballena, con formas envolventes que hacen eco de las fachadas. El programa se complementa, en el interior, con salas de ensayo y, en el paseo elevado exterior, con espacios comerciales.

El despacho chino CCTN Design se fundó en 2003 y es dirigido por Cheng Taining. Con oficinas en distintas ciudades, ofrece servicios de diseño arquitectónico, planificación urbana, paisajismo e interiorismo. Se concentra especialmente en la investigación y el desarrollo de arquitectura cultural y la regeneración urbana, así como en la infraestructura para trenes de alta velocidad. Con énfasis en el desarrollo tecnológico y teórico aplicado al diseño, integra industria, academia y mercado para responder a las necesidades de crecimiento de las urbes chinas.

CCTN Design

Vista aérea del Gran Teatro del Lago Jinsha, en Hangzhou, China, de CCTN Design. Fotografía: © Pei Wen

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