Recientemente se hizo pública la canción “Now and Then” de The Beatles. Como era de esperarse, el estreno emocionó a los seguidores del grupo desaparecido hace más de medio siglo. Lennon, McCartney, Starr y Harrison se han convertido, con el paso de las décadas, en un mito global. Como en cualquier mito hay historias paralelas que, en el caso de la banda, han dado lugar, incluso, a teorías de la conspiración, como aquella que asegura que Paul está muerto y fue sustituido por un doble. Parecía que la historia del grupo, en cuanto producción musical, había terminado con Let It Be (1970) o bien con los rescates “Free As a Bird” (1995) y “Real Love” (1996). Sin embargo, la tecnología ha añadido un nuevo eslabón.
Más allá de las críticas a “Now and Then” y la fidelidad al espíritu Beatle conviene analizar el uso de la tecnología y su creciente influencia en la creación artística. Según la información oficial se usó la llamada inteligencia artificial para aislar la voz de Lennon y ensamblar las partes de los otros tres músicos. El procedimiento no es un asunto menor, pues las otras dos piezas que había dejado inconclusas el músico –“Free As a Bird” y “Real Love”– se rescataron gracias a la calidad del audio original. La obra presentada este año, en cambio, tiene como origen una grabación casera, es decir, un bosquejo que podría haber sido olvidado a favor de una mejor idea. Tuvieron que pasar más de cuatro décadas para que la tecnología la incorporara al catálogo oficial del grupo.
Para el sector de la crítica que festeja el milagro tecnológico –y la expansión de la historia de los Beatles– las objeciones a “Now and Then” parten de un prejuicio purista que rechaza el uso de máquinas desde la ingenuidad romántica. El argumento es cierto parcialmente, pues la historia de la música moderna está indisolublemente ligada a la tecnología. El pianista Glenn Gould, por ejemplo, trabajaba incansablemente con distintos sistemas de grabación para obtener el sonido que deseaba, en particular para las obras de Bach. Sin embargo, ya sea con tecnología antigua o moderna, para que aparezca el arte debe existir intención. La canción rescatada de John Lennon –pensada como un incipiente trabajo colaborativo con los otros miembros el grupo– plantea dudas sobre su condición de obra “original”. No es la primera vez que sucede, por supuesto, tan sólo hay que recordar –en el ámbito literario– la publicación de libros basada en borradores cuya única pertinencia es la marca del autor y su poder de ventas.
Hay otro punto interesante, pues “Now and Then” actualizará la historia discográfica de los Beatles. En unos días se comercializarán álbumes recopilatorios clásicos con la nueva canción. El canon asumido por los fanáticos –más allá de la enorme cantidad de versiones, rarezas y lados B de la banda– quedará obsoleto y se creará un producto nuevo que se venderá muy bien. Si, en un escenario hipotético, la tecnología sigue avanzando se tendrán más canciones de los Beatles gracias a la generosa cantidad de esbozos, acordes y voces de los músicos ingleses, en particular de Paul McCartney. Una vez desaparecidos él y Ringo Starr, poderosos algoritmos podrán crear nuevos materiales a partir de fragmentos. Con la autorización de sus herederos se seguirá explotando la nostalgia y, paradójicamente, la búsqueda de la emoción auténtica, esa suerte de utopía que es, para muchos, los años 60. Las compañías de discos o las productoras de medios rastrearán, como arqueólogos obsesivos, piezas antiguas a ensamblar y, así, dar vida eterna a actores, grupos musicales e, incluso, conciertos. Todo este esfuerzo será para capitalizar los deseos de un público que no está dispuesto a enfrentar el fin de las cosas, y que consumirá simulaciones cada vez más indistinguibles de la realidad.
Hay, finalmente, un último factor a analizar: la reducción de casi cualquier cosa que hacemos a datos que pueden clasificarse y recombinarse interminablemente. Este tema preocupa a los actores de Hollywood –recientemente en huelga–, pues ven cómo sus caras, cuerpos y voces son escaneados y archivados sin su consentimiento. Su identidad y su medio de trabajo podrán ser usados incluso después de muertos, convirtiéndolos de facto en marionetas virtuales para que las compañías sigan capitalizando su recuerdo. Sin embargo, los artistas y sus obras son más que patrones e información lista para clasificar y, de esta manera, imitar la composición de una canción o la escritura de un libro. Una historia como la de los Beatles está atravesada por una serie casi interminable de elementos sociales, culturales e históricos. Esa complejidad no puede recrearse en una computadora.
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