viernes, 10 de noviembre de 2023

El escritor, los libros y los gatos

Hilda Leyva (Tijuana, 1966) estudió Lengua y Literatura de Hispanoamérica en la Universidad Autónoma de Baja California. Trabajó como docente en Tijuana, Ciudad Juárez y Guanajuato, donde radica actualmente. Se dedica a la divulgación del budismo zen y a la práctica y enseñanza de artes chinas para la salud, como el taijiquan y el qigong. En el contexto de la aparición de los Cuentos completos (Sexto Piso/UNAM), platicamos con ella acerca de la personalidad y los intereses del gran narrador chihuahuense Jesús Gardea (1939-2000), de quien fue pareja sentimental.

Sabemos que, desde mucho tiempo atrás, Jesús Gardea se había distanciado de la literatura y que atendía títulos totalmente ajenos a ésta. ¿Es así?

Existen muchas historias alrededor de la figura de Jesús Gardea. Algunas son ciertas, otras exageradas, creadas desde el desconocimiento de una personalidad franca, directa. Su distanciamiento de la literatura se fue dando a la par de los ataques de narradores, poetas, editores y críticos, nacionales y locales, que intentaron circunscribirlo en el regionalismo chihuahuense: “el mejor escritor de Chihuahua” o, peor aún, “el mejor de Ciudad Juárez”.

Leyó a todos, autores del Siglo de Oro, a los latinoamericanos del Boom, mexicanos, novelistas, cuentistas… Y los abandonó, excepto a tres: Calderón de la Barca, José Lezama Lima y João Guimarães Rosa. Volvía a ellos con frecuencia. Calderón, su favorito. Por eso sus textos tienen más de barroco que de realismo mágico (donde trataron de encasillarlo). También leyó teología, historia y filosofía: Karl Rahner, Fernand Braudel y Raimon Panikkar, los más importantes para él. Me parece que disfrutaba tanto del tema como de la escritura de los dos primeros. No recuerdo los nombres de otros, pero completan la lista sociólogos, periodistas y viajeros. De un francés [Guy Sorman] le gustó El mundo es mi tribu.

Despreciaba la televisión y las computadoras. Siempre usó su máquina de escribir. Le gustó enormemente el libro En ausencia de lo sagrado [de Jerry Mander], que trata sobre el fracaso de la tecnología. Le interesaba un colaborador de la revista Atlantic Monthly, Robert D. Kaplan, que escribió sobre África, el conflicto en los Balcanes, la injerencia de los Estados Unidos en todas partes…

Por las distintas conferencias y pláticas que ofreció estamos al tanto de que Gardea estaba interesado en el arte y la arquitectura coloniales, temas muy presentes en su narrativa. Sin embargo sólo pudimos detectar a dos pintores, Hermenegildo Bustos y Juan Rodríguez Juárez.

Jesús impartió en la UACJ un curso de arquitectura colonial. Cada vez que lo invitaban a algún encuentro o congreso hablaba sobre este tema. Tenía catedrales predilectas, las de Chihuahua, Durango y Monterrey. Le gustaban e interesaban todas, pero hablaba sobre éstas, ya que no eran tan conocidas.

“Podía dedicar cuatro o cinco días a la contemplación de un libro de arte, acompañado de música (Bach, Smetana, Schubert, etcétera). Podían ser pinturas, grabados, dibujos o tintas.” 

No solamente se interesó por la arquitectura colonial y sus pintores, como Juan Correa, sino también por pintores del siglo XIX. Recuerdo muy bien su interés y admiración por Hermenegildo Bustos y José María Velasco, pero no así por la arquitectura neoclásica. Veía como un crimen el hecho de que retablos y fachadas barrocas hubiesen sido sustituidas por columnas jónicas o dóricas. Del siglo XX admiraba las obras de Leopoldo Méndez y Francisco Goitia. Entre los muralistas preferiría a Orozco. No le interesaron las vanguardias.

Podía dedicar cuatro o cinco días a la contemplación de un libro de arte, acompañado de música (Bach, Smetana, Schubert, etcétera). Podían ser pinturas, grabados, dibujos o tintas. En algún momento de su vida también realizó algunos trabajos de esta índole.

Le gustaba enormemente el grabado japonés o Ukiyo-e, que quiere decir “la vida o mundo flotante”. En particular, los pintores Utamaro y Hokusai. De los europeos, muchísimos: Rembrandt, El Greco, Goya, Velázquez y Jacob van Ruisdael, extraordinario paisajista. Juntos visitamos museos en San Diego (California), Zacatecas y Ciudad de México. Él conoció varios en Europa. Yo otros en Estados Unidos, y me preguntaba sobre las dimensiones de ciertas obras, por ejemplo los grabados japoneses o Los desastres de la guerra. También acerca de Leonardo en la Galería Nacional. Las esculturas de Rodin en Filadelfia. Yo no sabía sobre técnica o museografía (sigo sin saber), solamente me limitaba a darle mis impresiones subjetivas.

En los últimos títulos de Jesús Gardea –los publicados en Aldus– se aprecia una alegría bastante inusual en su prosa. Una serie de luces y colores deslumbrantes, que contrastan con la violencia de sus textos. Hay una especie de optimismo oculto detrás de la desesperanza de los relatos. ¿Cómo fueron los últimos años del escritor?

El período del que puedo hablar va de enero de 1995 a febrero de 2000. Aunque en su último mes de vida comenzó a sentirse mal y, por lo tanto, no escribía todos los días, Jesús fue muy disciplinado en su proceso creativo. Su oficio era escribir. Escribía todos los días de la semana, ya fuera martes, domingo o día festivo. Únicamente descansaba cuando salía de viaje. Siempre lo hacía por la mañana, pero si no había terminado sus dos páginas regresaba al escritorio por las tardes. Siempre lo hizo con la misma máquina de escribir. Tanto la silla como el escritorio eran de madera. En la pared, a la altura de la vista estando sentado, había colocado los retratos de sus abuelos Gardea y Rocha. Recargado, su retrato: Jesús niño, de pantalón corto, sonrisa dulce, mirada traviesa, las manos en los bolsillos y el mismo peinado que usó hasta 1996 o 1997.

Tenía un diccionario y una pipa que nunca fumó. A su espalda, la ventana grande con persianas blancas. Prefería escribir en las mañanas con luz natural. La luz en Juárez es intensa, demasiado blanca. En alguna ocasión me comentó que era el punto más luminoso en Norteamérica. Tal vez por eso su gesto, el ceño fruncido que le daba ese aspecto malhumorado. Nunca usó lentes oscuros ni tampoco para leer, aunque leía tres o cuatro libros al mes.

Antes de conocernos dos gatos lo acompañaron, Tamayo y la Ratona. Sé que hubo un Pato que lo seguía a todas partes y paseaba sobre su hombro en el coche. Después vinieron Utamaro, Prisca, sus dos hijos, y algunos más que trataba de colocar en adopción. ¿Recuerdas el cuento de Martín, el gato que se fue y al que tanto extraña su dueño? Ese cuento me lo dio a leer antes de ser publicado. De verdad pensé que era sobre una pareja homosexual, Martín se había ido dejando un profundo vacío en el corazón y la vida del personaje.

¿Qué visión tenía Gardea de la literatura nacional? ¿Cómo reaccionaba ante los ataques que recibía del medio intelectual mexicano?

Jesús prácticamente no leía literatura (excepto a los autores que participaban para el premio José Fuentes Mares), así que no externaba una opinión general sobre el acontecer literario nacional. Podría decir que leía como parte de su trabajo en la UACJ, pero no por gusto. Habrá quienes se incomoden con esto. Le gustaba la buena escritura, rechazaba los lugares comunes, a los autores de camarillas. No le interesaba que estuviera de moda la novela policiaca o la literatura hecha por mujeres, si eran chilangos o chicanos. Despreciaba lo experimental en todas las artes.

Cuando le comentaba sobre algo que no lo sorprendía, siempre contestaba “Con lo que anda”. Así que autores mexicanos predilectos no tenía. Y alguno podría escribir bien, pero sus poses lo decepcionaban o le parecían falsas: una narradora que escribía en la cocina, un académico de la UNAM que dijo ser escritor las veinticuatro horas, una poeta premiada que casi se desmaya cuando se encontró con García Márquez, un poeta de izquierda que se emocionó cuando vio la frontera con El Paso, Texas. Jesús no sabía de falsedades o de poses.

“Hubo un período en el que publicar fue muy difícil para Jesús. Los editores viejos ya se habían retirado o habían muerto, como Díez Canedo o Arnaldo Orfila. Quienes lo habían impulsado o apoyado parecían darle la espalda.” 

Hubo un período en el que publicar fue muy difícil para Jesús. Los editores viejos ya se habían retirado o habían muerto, como Díez Canedo o Arnaldo Orfila. Quienes lo habían impulsado o apoyado parecían darle la espalda: Jaime Labastida, Guillermo Sheridan, Gonzalo Celorio y Lara Zavala. Hay más nombres, no los recuerdo ahora. Todo parecía ser impulsado más por celos o desconfianza que por una incomprensión de su obra. Es verdad que para Planeta no era rentable, pero otras editoriales no estaban dedicadas a los bestsellers y a lo insustancial. Jesús nunca se dio por vencido. La tristeza no era parte de su diccionario. Se molestaba, sí. Venía a él un coraje que transformaba en energía creativa. El coraje del corazón, como en francés. Lo impulsaba a seguir escribiendo.

A finales de los noventa muchos decían que su escritura era experimental. Eso sí lo molestaba. Era una ofensa porque significaba que no era auténtica. El rechazo de las editoriales y su conflicto con las autoridades de la UACJ lo llevó a buscar la beca del Sistema Nacional de Creadores. Con ello tuvo el compromiso de entregar una obra por año y así tendría apoyo para publicar. Tuvo dos lectores importantes que lo nominaron para el Premio Nacional de Literatura, María Teresa Franco González Salas y Emilio Chuayffet.

Sobre Jesús Gardea hay distintos mitos que han perdurado hasta la actualidad, entre ellos que era intratable: el “ogro de las rosas”, lo llamaron. En cambio las personas que lo trataron más íntimamente me dicen que era una persona amable y dulce. ¿Cómo era su personalidad?

Jesús era un hombre muy considerado. Compartíamos los quehaceres de la casa, por ejemplo. Cualquiera pensaría que no, por pertenecer a una generación donde eso no se hacía. Lo describiría como amable, considerado y generoso. También con otras personas, no solamente con la familia y los amigos. Era muy amable con los niños, las personas mayores y los animales. Un día la casa se llenó de chiquillos que fueron a ver unos gatitos. Los niños de la colonia le llevaban a los que se encontraban. Y esos mismos niños sentían curiosidad por los libros y la decoración. Grabados, placas de grabados, máscaras. Había una bastante fea hecha por Jacobo [hijo de Jesús Gardea] cuando había estado en la prepa. Preguntaron por todo. Jesús disfrutó muchísimo contestarles. Estaba tan divertido como ellos.

Un día llegamos de la calle y vimos a un samoyedo pequeño, muy lindo, pero enfermo. Lo llevó al veterinario y le buscó casa. El Osito sobrevivió al moquillo. Una chica que vivía a la vuelta, me parece que la calle se llama Magallanes, lo adoptó. Ella vivía con su abuelita. El perro se escapó muchas veces y se iba con nosotros. Lo regresábamos y la historia se repetía. Así conoció Jesús a la abuelita. Se hicieron amigos y compañeros de canto. La viejita estaba casi ciega y, por lo mismo, caminaba con dificultad, pero su mayor alegría era cantar. Jesús siempre decía: “El que canta sus males espanta”. Repasaban su mejor repertorio. Esto duró más o menos un año. Al siguiente invierno ella enfermó. Su hijo fue a buscarnos para avisarnos que estaba hospitalizada y fuimos a verla. Este era el verdadero Jesús Gardea: sencillo, amable, considerado con los demás. Siempre generoso con su tiempo, cálido.

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