miércoles, 29 de septiembre de 2021

Campos magnéticos

Aunque no desarrolló el concepto de forma sistemática, a mediados de los ochenta, en sus estudios sobre la posmodernidad, Fredric Jameson planteó la necesidad de crear “mapas cognitivos”, es decir, de vincular críticamente la experiencia del individuo con la organización social y económica del capitalismo global. La digitalización no ha hecho más que acentuar la urgencia de un arte que asuma ese componente cartográfico, con nuestros sentidos sobreestimulados y la información circulando aceleradamente en un entorno con dinámicas cada vez más fragmentarias e inconexas. Masticamos pero no digerimos: nadie tiene tiempo.

Jameson vislumbró en el mapeo cognitivo nada menos que una nueva estética, tan deudora de Bertolt Brecht como de Kevin Lynch o los situacionistas: un arte capaz de producir conocimiento ante el dilema histórico del posmodernismo, “que involucra nuestra inserción como sujetos individuales en un conjunto multidimensional de realidades radicalmente discontinuas, cuyos marcos van desde los espacios restantes de vida privada burguesa hasta el inimaginable descentramiento del capital global mismo”. Usemos a la ciudad como metáfora: ¿cómo nos orientamos?, ¿qué define las rutas que elegimos?, ¿qué hace a un lugar familiar o extraño? Lo cierto es que este concepto jamesoniano podría entenderse como una estrategia aplicable a todo el espectro cultural. Algunos ejemplos son los proyectos de Forensic Architecture, o ciertas colecciones de libros. En el mundo de habla hispana, concretamente, existen editoriales independientes capaces de señalar sendas, articular lo distinto y, especialmente, crear campos magnéticos, que atraen a comunidades lectoras vinculadas a ciertos tipos de sensibilidad.

El sello argentino Caja Negra es un indudable núcleo de irradiación de estéticas e ideas contemporáneas. Con autores como Boris Groys, Mark Fisher, Franco “Bifo” Berardi, Hito Steyerl, Éric Sadin, Martha Rosler, Helen Hester o Nick Srnicek, su colección Futuros Próximos es una caja de herramientas para pensar los problemas del presente. Pero no es menos importante Synesthesia, con trabajos sobre cine y música que han permitido leer en castellano algunas páginas notables sobre la experiencia estética, siempre en tensión con las realidades históricas. La prensa cultural, cuando no es ciega ni sorda, ha sabido aprovechar las reflexiones de un catálogo que incluye a Harun Farocki y John Waters, Derek Jarman y Morton Feldman, David Toop y LeRoi Jones. Desde distintos lugares, sellos como Alpha Decay, Capitán Swing, Errata Naturae, Eterna Cadencia o Tinta Limón trazan sus propios mapas cognitivos.

En el campo literario, un esfuerzo reciente resulta insólito por su falta de consideración con las estéticas rutinarias que inundan los anaqueles de las librerías. Hablo de un sello que, lamentablemente, aún no circula en México: Malas Tierras. Basta con decir que apuesta por lo que los anglosajones llaman modernism y nosotros vanguardia. ¿O de qué otro modo entender su apuesta? Han llevado a las librerías españolas a Sara Gallardo (Enero, Los galgos, los galgos y Eisejuaz) y Claudia Salazar Jiménez (La sangre de la aurora), han traído al castellano dos joyas narrativas del siglo XX (Grandes esperanzas de Kathy Acker y Berg de Ann Quin), han presentado una nueva versión de uno de los ejercicios narrativos más radicales de la literatura francesa (Edén, Edén, Edén de Pierre Guyoyat, que en México publicó Premià en el lejano 1979). Ni hablar del clásico moderno Dog Soldiers, de Robert Stone. Con su nombre malickiano, Malas Tierras sigue su propia senda, equiparable a las que han abierto Blatt & Ríos, Mansalva, Pálido Fuego o Periférica.

No sólo a las editoriales corresponde la responsabilidad de proponernos un balcón para ver el mundo, posibilitado por un soporte material –el papel– que nos separa, aunque sea por momentos, de las pantallas. Las revistas más relevantes siempre fueron, de uno u otro modo, “mapas cognitivos”, pero la transformación del entorno mediático en una lluvia de “contenidos” (el nombre mercantil de lo que leemos, vemos y oímos), que compiten por lapsos cada vez menores de atención, ha dificultado su necesaria mutación en el mundo digital. En todo caso, habría que preguntarse por nuestra capacidad de reconstruir la relación con las artes en términos de tiempo, de duración. Para percibir, para disfrutar, para pensar. Una tarea pendiente, pienso ahora, es incorporar a la discusión el concepto que el sociólogo alemán Hartmut Rosa llama resonancia, una manera de relacionarnos con el mundo antitética a la aceleración sin rumbo del capital. Crear mapas y resonar: nuevas maneras de nombrar la utopía.

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Campos magnéticos

Aunque no desarrolló el concepto de forma sistemática, a mediados de los ochenta, en sus estudios sobre la posmodernidad, Fredric Jameson planteó la necesidad de crear “mapas cognitivos”, es decir, de vincular críticamente la experiencia del individuo con la organización social y económica del capitalismo global. La digitalización no ha hecho más que acentuar la urgencia de un arte que asuma ese componente cartográfico, con nuestros sentidos sobreestimulados y la información circulando aceleradamente en un entorno con dinámicas cada vez más fragmentarias e inconexas. Masticamos pero no digerimos: nadie tiene tiempo.

Jameson vislumbró en el mapeo cognitivo nada menos que una nueva estética, tan deudora de Bertolt Brecht como de Kevin Lynch o los situacionistas: un arte capaz de producir conocimiento ante el dilema histórico del posmodernismo, “que involucra nuestra inserción como sujetos individuales en un conjunto multidimensional de realidades radicalmente discontinuas, cuyos marcos van desde los espacios restantes de vida privada burguesa hasta el inimaginable descentramiento del capital global mismo”. Usemos a la ciudad como metáfora: ¿cómo nos orientamos?, ¿qué define las rutas que elegimos?, ¿qué hace a un lugar familiar o extraño? Lo cierto es que este concepto jamesoniano podría entenderse como una estrategia aplicable a todo el espectro cultural. Podríamos tomar como ejemplos los proyectos de Forensic Architecture, o ciertas colecciones de libros. En el mundo de habla hispana, concretamente, existen editoriales independientes capaces de señalar sendas, articular lo distinto y, especialmente, crear campos magnéticos, que atraen a comunidades lectoras vinculadas a ciertos tipos de sensibilidad.

El sello argentino Caja Negra es un indudable núcleo de irradiación de estéticas e ideas contemporáneas. Con autores como Boris Groys, Mark Fisher, Franco “Bifo” Berardi, Hito Steyerl, Éric Sadin, Martha Rosler, Helen Hester o Nick Srnicek, su colección Futuros Próximos es una caja de herramientas para pensar los problemas del presente. Pero no es menos importante Synesthesia, con trabajos sobre cine y música que han permitido leer en castellano algunas páginas notables sobre la experiencia estética, siempre en tensión con las realidades históricas. La prensa cultural, cuando no es ciega ni sorda, ha sabido aprovechar las reflexiones de un catálogo que incluye a Harun Farocki y John Waters, Derek Jarman y Morton Feldman, David Toop y LeRoi Jones. Desde distintos lugares, sellos como Alpha Decay, Capitán Swing, Errata Naturae, Eterna Cadencia o Tinta Limón trazan sus propios mapas cognitivos.

En el campo literario, un esfuerzo reciente resulta insólito por su falta de consideración con las estéticas rutinarias que inundan los anaqueles de las librerías. Hablo de un sello que, lamentablemente, aún no circula en México: Malas Tierras. Basta con decir que apuesta por lo que los anglosajones llaman modernism y nosotros vanguardia. ¿O de qué otro modo entender su apuesta? Han llevado a las librerías españolas a Sara Gallardo (Enero, Los galgos, los galgos y Eisejuaz) y Claudia Salazar Jiménez (La sangre de la aurora), han traído al castellano dos joyas narrativas del siglo XX (Grandes esperanzas de Kathy Acker y Berg de Ann Quin), han presentado una nueva versión de uno de los ejercicios narrativos más radicales de la literatura francesa (Edén, Edén, Edén de Pierre Guyoyat, que en México publicó Premià en el lejano 1979). Ni hablar del clásico moderno Dog Soldiers, de Robert Stone. Con su nombre malickiano, Malas Tierras sigue su propia senda, equiparable a las que han abierto Blatt & Ríos, Mansalva, Pálido Fuego o Periférica.

No sólo a las editoriales corresponde la responsabilidad de proponernos un balcón para ver el mundo, posibilitado por un soporte material –el papel– que nos separa, aunque sea por momentos, de las pantallas. Las revistas más relevantes siempre fueron, de uno u otro modo, “mapas cognitivos”, pero la transformación del entorno mediático en una lluvia de “contenidos” (el nombre mercantil de lo que leemos, vemos y oímos), que compiten por lapsos cada vez menores de atención, ha dificultado su necesaria mutación en el mundo digital. En todo caso, habría que preguntarse por nuestra capacidad de reconstruir la relación con las artes en términos de tiempo, de duración. Para percibir, para disfrutar, para pensar. Una tarea pendiente, pienso ahora, es incorporar a la discusión el concepto que el sociólogo alemán Hartmut Rosa llama resonancia, una manera de relacionarnos con el mundo antitética a la aceleración sin rumbo del capital. Crear mapas y resonar: nuevas maneras de llamar a la utopía.

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martes, 28 de septiembre de 2021

Héroes Mazda México: los ganadores

La votación del público y el criterio del jurado permitieron elegir a los tres ganadores de la campaña Héroes Mazda México. Mara Almada, voluntaria de la Cruz Roja, y Miguel Barbeyto, presidente de Mazda México, recibieron a los Héroes Mazda con sus familias. Francisco Sánchez, Dalia Dávila y Marco González vieron reconocidas sus inspiradoras historias con un Mazda 3 Sedán iSport 2021.

Luego de recibir diversas postulaciones a través de las redes sociales, Mazda seleccionó diez historias de personas que, en uno de los períodos más complejos para México y el mundo, fungieron de guías en medio de la adversidad. Conforme se dieron a conocer, el público pudo votar por su favorita en el sitio creado para la ocasión. Hoy conocemos a los tres ganadores, cuyos testimonios hablan por sí mismos.

Francisco Sánchez, paramédico

Dalia Dávila, dueña de la tortillería La Abuela

Marco González, enfermero de primera línea

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Héroes Mazda México: los ganadores

La votación del público y el criterio del jurado permitieron elegir a los tres ganadores de la campaña Héroes Mazda México. Mara Almada, voluntaria de la Cruz Roja, y Miguel Barbeyto, presidente de Mazda México, recibieron a los Héroes Mazda con sus familias. Francisco Sánchez, Dalia Dávila y Marco González vieron reconocidas sus inspiradoras historias con un Mazda 3 Sedán iSport 2021.

Luego de recibir diversas postulaciones a través de las redes sociales, Mazda seleccionó diez historias de personas que, en uno de los períodos más complejos para México y el mundo, fungieron de guías en medio de la adversidad. Conforme se dieron a conocer, el público pudo votar por su favorita en el sitio creado para la ocasión. Hoy conocemos a los tres ganadores, cuyos testimonios hablan por sí mismos.

Francisco Sánchez, paramédico

Dalia Dávila, dueña de la tortillería La Abuela

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lunes, 27 de septiembre de 2021

Cuadernos inéditos

Los escritos que se recogieron en esta selección proceden de cuatro cuadernos de Valerio Magrelli, numerados 11, 12, 13 y 14. El cuaderno 11 se redactó del 9 de abril de 1985 al 23 de mayo de 1989; el cuaderno 12, del 20 de junio de 1989 al 7 de septiembre de 1994; el cuaderno 13, del 12 de julio de 1994 al 24 de noviembre de 2006; y el cuaderno 14, del 24 de noviembre de 2006 al 30 de julio de 2016.

El carácter heterogéneo de estos textos pretende presentar el ejercicio de una escritura en progreso. Muchos de los puntos de partida permanecen como se registraron en los cuadernos; otros, desde el estado embrionario, han sido reescritos y publicados de diversas formas: la prosa se reorganizó en versos, y los versos, por otra parte, acogieron variantes, alteraciones, extensiones y, en algunos casos, han sido transformados en prosa.

Los textos suceden respetando el orden cronológico de redacción; los números indican, respectivamente, el cuaderno y la página de la que fueron extraídos. Algunos apuntes dialogan entre sí a distancia; para mostrar su continuidad, se colocaron uno seguido de otro.

Agradecemos al autor la revisión de estas versiones.

– Nota y traducción del italiano de Roberto Bernal

[11, 11]

La mujer que sonríe después de saludar a alguien sigue arrastrando por un momento lo que queda de su expresión y sin ningún destinatario.

 

[12, 17]

La sonrisa se expande como las ondas producidas por una piedra en el agua estática. Surge del rostro y se ondula alrededor del cuerpo, radiante, y esos labios, esa curva, le hacen una reverencia.

 

[11, 22]

La poesía es un hecho personal, íntimo, “aprisionado”, ni más ni menos que como las pesadillas. El poeta está entre el sacerdote y el enigmista. La poesía es una pesadilla artesanal, artificio artesanal, pero pesadilla.

 

[11, 23]

Llegó el verano, infinito, inoportuno,

con todas las promesas

destinadas a permanecer inacabadas.

Es un patrimonio que no se devuelve

el regalo que aflige y decepciona

el más grande arrepentimiento,

porque pactado

que ya transcurrió el futuro,

conclusión del tiempo.

 

[11, 26]

Tal vez la poesía es el revestimiento que se produce de la oxidación en una superficie hasta entonces cubierta, protegida dentro de un tejido corporal. En esos primeros momentos de dolor hay algo nuevo que ya anuncia una nueva defensa: la piel vuelve a crecer, el vello, la capa que se reforma sobre la abrasión. En esto, la escritura es siempre tatuaje, decoración, dibujo, que sólo puede nacer sobre una cicatriz. Como si el engaño ocultara siempre la herida.

 

[11, 50]

De reliquia a la clonación.

Por tanto, el corazón estaba en lo cierto

cuando rogaba conservar

el fragmento del ser amado.

Aquí, con el tiempo, transformamos

la devoción en química

y a la pobre mecha de cabello,

en objeto de recuerdos que se incendian

en texto vivo, en delgada palabra:

proyecto de renacimiento […] y aurora.

 

[11, 81]

Fui sacado de la nada,

sorteado del azar,

formado por un encuentro

convocado desde la posible

alineación y virtual

extracción de la suerte

 

[12, 60]

Soy literalmente un hombre de pocas palabras. Siempre uso las mismas (material de rastreo). Prefiero recurrir a una cita mía (o a las citas en general) en lugar de re-decir. Economía autárquica. Régimen de autosuficiencia emocional.

 

[12, 154]

Es mi sueño enfermizo y frustrado envolverme en una manta del no-ser, enrollarme en los cultivos de la nada, alejándome, yéndome.

 

[13, 18-19]

Cada proyecto culmina como Apolo y Dafne. Como en la estatua de Bernini, apenas me acerco a la presa, ésta se transforma en una corteza dura, la carne en una rígida cáscara bibliográfica. El placer desaparece, y, en lugar de una mujer, me encuentro abrazando un deber, un trabajo.

 

[13, 30]

Odio intentar dormir. Esperar dormir es como esperar al autobús (pero que no aparece).

 

[13, 41]

Esperar el sueño como a un autobús. En la parada. Paciente.

 

[14, 19]

Debió ocurrir cuando las raíces tocaron la corteza: el veneno comenzó a circular, subiendo por el tronco, hasta las ramas y las hojas. Ahora soy un cadáver atravesado por la nada. Rezo mal, quedé inutilizable, excepto para decir que, una vez que te toca, aunque sea con un rasguño, para la enfermedad no hay defensa.

 

[14, 35]

El antidepresivo es el cable delgado

que me pone en órbita,

suspendido en el espacio,

finalmente, lejos

de la cápsula de la muerte

de una vida aprisionada.

Déjenme, por fin, pasear

ligero y

vacío por el vacío sideral,

augurio de un mundo libre de cargas.

 

[14, 40]

Para mí, la mirada de quien escribe es la de un hombre que está a punto de ser arrollado.

 

[14, 43]

Muerte, terrible dragón

que resguarda el tesoro

del no-ser,

tan terrible como grande

el don que protege,

el sueño de una morfina eterna

que finalmente detendrá

la punción-incendio-llaga

de la conciencia.

Conciencia es sufrimiento.

Por eso el golpe se llama “de gracia”.

 

[14, 62]

Despertar después del sedante y volver a mi celda en la prisión. “¡¿Por qué me trajeron aquí!?”. (Más tarde esta sensación se desvanece; pero una vez allí, lloré.)

 

[14, 64]

Mientras continúe blasfemando, no puedo decir que no soy cristiano. No puedo convertirme en laico, no puedo liberarme de la sombra que el Padre echó sobre mi vida. Una vida a la sombra de la Culpa, una vida en el signo del Castigo. ¿Cuándo creceré? ¿Cuándo podré finalmente convertirme en Ateo? ¿Cuándo dejaré de creer en mi verdugo?

 

[14, 69]

Quisiera estar muerto, pero no se puede tener todo en la vida.

 

[14, 90]

Incompetencia, plagio, estupidez = incapacidad de encomendar cualquier cosa. El mío será el único ataúd con clavos martillados por dentro, en la imposibilidad de confiar en alguien que pueda hacerlo desde fuera.

 

[14, 105]

Hijo = murciélago que avanza en la oscuridad haciendo rebotar ondas-radio en la figura opuesta de su padre. Para no estrellarse contra él.

 

[14, 135]

No me considero posmoderno, pero propongo una pospoética, que nazca después y no antes de la escritura (que no la guíen las explicaciones y las interrogantes).

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Cuadernos inéditos

Los escritos que se recogieron en esta selección proceden de cuatro cuadernos de Valerio Magrelli, numerados 11, 12, 13 y 14. El cuaderno 11 se redactó del 9 de abril de 1985 al 23 de mayo de 1989; el cuaderno 12, del 20 de junio de 1989 al 7 de septiembre de 1994; el cuaderno 13, del 12 de julio de 1994 al 24 de noviembre de 2006; y el cuaderno 14, del 24 de noviembre de 2006 al 30 de julio de 2016.

El carácter heterogéneo de estos textos pretende presentar el ejercicio de una escritura en progreso. Muchos de los puntos de partida permanecen como se registraron en los cuadernos; otros, desde el estado embrionario, han sido reescritos y publicados de diversas formas: la prosa se reorganizó en versos, y los versos, por otra parte, acogieron variantes, alteraciones, extensiones y, en algunos casos, han sido transformados en prosa.

Los textos suceden respetando el orden cronológico de redacción; los números indican, respectivamente, el cuaderno y la página de la que fueron extraídos. Algunos apuntes dialogan entre sí a distancia; para mostrar su continuidad, se colocaron uno seguido de otro.

Agradecemos al autor la revisión de estas versiones.

– Nota y traducción del italiano de Roberto Bernal

[11, 11]

La mujer que sonríe después de saludar a alguien sigue arrastrando por un momento lo que queda de su expresión y sin ningún destinatario.

 

[12, 17]

La sonrisa se expande como las ondas producidas por una piedra en el agua estática. Surge del rostro y se ondula alrededor del cuerpo, radiante, y esos labios, esa curva, le hacen una reverencia.

 

[11, 22]

La poesía es un hecho personal, íntimo, “aprisionado”, ni más ni menos que como las pesadillas. El poeta está entre el sacerdote y el enigmista. La poesía es una pesadilla artesanal, artificio artesanal, pero pesadilla.

 

[11, 23]

Llegó el verano, infinito, inoportuno,

con todas las promesas

destinadas a permanecer inacabadas.

Es un patrimonio que no se devuelve

el regalo que aflige y decepciona

el más grande arrepentimiento,

porque pactado

que ya transcurrió el futuro,

conclusión del tiempo.

 

[11, 26]

Tal vez la poesía es el revestimiento que se produce de la oxidación en una superficie hasta entonces cubierta, protegida dentro de un tejido corporal. En esos primeros momentos de dolor hay algo nuevo que ya anuncia una nueva defensa: la piel vuelve a crecer, el vello, la capa que se reforma sobre la abrasión. En esto, la escritura es siempre tatuaje, decoración, dibujo, que sólo puede nacer sobre una cicatriz. Como si el engaño ocultara siempre la herida.

 

[11, 50]

De reliquia a la clonación.

Por tanto, el corazón estaba en lo cierto

cuando rogaba conservar

el fragmento del ser amado.

Aquí, con el tiempo, transformamos

la devoción en química

y a la pobre mecha de cabello,

en objeto de recuerdos que se incendian

en texto vivo, en delgada palabra:

proyecto de renacimiento […] y aurora.

 

[11, 81]

Fui sacado de la nada,

sorteado del azar,

formado por un encuentro

convocado desde la posible

alineación y virtual

extracción de la suerte

 

[12, 60]

Soy literalmente un hombre de pocas palabras. Siempre uso las mismas (material de rastreo). Prefiero recurrir a una cita mía (o a las citas en general) en lugar de re-decir. Economía autárquica. Régimen de autosuficiencia emocional.

 

[12, 154]

Es mi sueño enfermizo y frustrado envolverme en una manta del no-ser, enrollarme en los cultivos de la nada, alejándome, yéndome.

 

[13, 18-19]

Cada proyecto culmina como Apolo y Dafne. Como en la estatua de Bernini, apenas me acerco a la presa, ésta se transforma en una corteza dura, la carne en una rígida cáscara bibliográfica. El placer desaparece, y, en lugar de una mujer, me encuentro abrazando un deber, un trabajo.

 

[13, 30]

Odio intentar dormir. Esperar dormir es como esperar al autobús (pero que no aparece).

 

[13, 41]

Esperar el sueño como a un autobús. En la parada. Paciente.

 

[14, 19]

Debió ocurrir cuando las raíces tocaron la corteza: el veneno comenzó a circular, subiendo por el tronco, hasta las ramas y las hojas. Ahora soy un cadáver atravesado por la nada. Rezo mal, quedé inutilizable, excepto para decir que, una vez que te toca, aunque sea con un rasguño, para la enfermedad no hay defensa.

 

[14, 35]

El antidepresivo es el cable delgado

que me pone en órbita,

suspendido en el espacio,

finalmente, lejos

de la cápsula de la muerte

de una vida aprisionada.

Déjenme, por fin, pasear

ligero y

vacío por el vacío sideral,

augurio de un mundo libre de cargas.

 

[14, 40]

Para mí, la mirada de quien escribe es la de un hombre que está a punto de ser arrollado.

 

[14, 43]

Muerte, terrible dragón

que resguarda el tesoro

del no-ser,

tan terrible como grande

el don que protege,

el sueño de una morfina eterna

que finalmente detendrá

la punción-incendio-llaga

de la conciencia.

Conciencia es sufrimiento.

Por eso el golpe se llama “de gracia”.

 

[14, 62]

Despertar después del sedante y volver a mi celda en la prisión. “¡¿Por qué me trajeron aquí!?”. (Más tarde esta sensación se desvanece; pero una vez allí, lloré.)

 

[14, 64]

Mientras continúe blasfemando, no puedo decir que no soy cristiano. No puedo convertirme en laico, no puedo liberarme de la sombra que el Padre echó sobre mi vida. Una vida a la sombra de la Culpa, una vida en el signo del Castigo. ¿Cuándo creceré? ¿Cuándo podré finalmente convertirme en Ateo? ¿Cuándo dejaré de creer en mi verdugo?

 

[14, 69]

Quisiera estar muerto, pero no se puede tener todo en la vida.

 

[14, 90]

Incompetencia, plagio, estupidez = incapacidad de encomendar cualquier cosa. El mío será el único ataúd con clavos martillados por dentro, en la imposibilidad de confiar en alguien que pueda hacerlo desde fuera.

 

[14, 105]

Hijo = murciélago que avanza en la oscuridad haciendo rebotar ondas-radio en la figura opuesta de su padre. Para no estrellarse contra él.

 

[14, 135]

No me considero posmoderno, pero propongo una pospoética, que nazca después y no antes de la escritura (que no la guíen las explicaciones y las interrogantes).

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jueves, 23 de septiembre de 2021

Califato ¾: hasta que los sapos hablen

Como si fuera una tradición no escrita, de tanto en tanto España suele dar un reseteo a sus raíces musicales para reconfigurar, cuestionar y potenciar las reglas del juego. Moldear un canon fuera del mismo sin descuidar el rostro local, algo que hoy se refleja en nombres de alcance mundial como Rosalía, C. Tangana, Bad Gyal o El Guincho, o bien a través de la pléyade de traperos duros post Pxxr Gvng como Takers, Gipsy la Fe, incluso El Coleta, o bien en artífices mucho más radicales como Los Voluble, Niño de Elche, Romero Martín, entre otros.

Para ser más minuciosos y poner el lente sobre el sur, ahí donde la riqueza andaluza clama por la reconsagración de su esplendor milenario, el grupo Califato ¾ viene a dar en el clavo con el crisol múltiple de la herencia gitana, donde ni la fusión ni la mezcla ni el sincretismo son en ningún momento un ardid chocoso o turístico con tintes globalizantes. Por el contrario, se trata de un combo maquiavélico, alucinante y gozoso, integrado en su tronco elemental por seis mentes antropófagas, provenientes de distintas influencias y latitudes sonoras para dar vida a uno de los proyectos más potentes del sur español.

Durante la continuación impostergable de la pandemia y el confinamiento de inicios de 2021, en febrero, Califato ¾ decidió disparar su segundo larga duración (tercera obra de estudio si contamos su EP debut, L’ambôccá, de 2018), que lleva por título La Contraçeña (Breaking Bass Records) y en el cual confluye todo el arrojo y el marasmo sonoro de la agrupación andaluza, que sabe hilvanar los cabos libres de un flamenco experimental con los breaks rotos, ensalzados con dub y juke entintado a lo jungle, cargado de su buena dosis arabesca de spoken word, atmósferas místicas y humor… mucho humor.

“En ningún momento tuvimos ninguna intención más allá de hacer música juntos, fuimos construyendo el discurso a partir de ahí. Nuestra música y forma de hacer siempre ha sido transgresora.”    

Raíces propias y ajenas

En lo que la gira de promoción del disco sucede por varios puntos de España, en medio de distanciamientos, cubrebocas y medidas restrictivas cambiantes, platicamos brevemente y a distancia con Lorenzo Soria, que además de encargarse de los beats más rotos y desternillantes del grupo tiene otro proyecto igual de alucinante, mucho más oscuro y ácido llamado Bazofia, el cual facturó uno de los mejores discos del subterráneo electrónico de 2019.

Según data en los testimonios y entrevistas de sus creadores, Califato ¾ nació como muchos otros grupos, donde el placer por juntarse, tocar, crear y experimentar con los colegas musicales arrojó sonidos completamente genuinos. Y es que más allá de que sus canciones dan fe de ese disfrute y el poderío propio de la cultura andaluza, algo que llama la atención a primera de oídas con Califato ¾ es que se apropia y vuelve clásico y tradicional el imaginario de lo que alguna vez fue “moderno” o futurista en la música electrónica, a través de beats rotos y agrestes, algo que para el combo afincado en Sevilla parece completamente natural: “Una consecuencia de nuestra forma de ser y del sitio donde vivimos. En ningún momento tuvimos ninguna intención más allá de hacer música juntos, fuimos construyendo el discurso a partir de ahí. Nuestra música y forma de hacer siempre ha sido transgresora y crítica con el entorno; de hecho, en mi opinión, estamos en nuestra etapa más políticamente correcta”, afirma Soria.

En esta misma idea, Califato ¾ pudiera percibirse como algo hiperlocal, arraigado en la imaginería de una parte específica de la historia de España y su encuentro con la cultura árabe, sin embargo los beats y la psicodelia pueden detonar un clic subconsciente con América Latina u otras latitudes de Europa e incluso de Asia, una visión que Soria comprende desde el hambre y la expresividad innata de los integrantes del grupo: “Nos encanta investigar sobre raíces y música antigua, ya sea de aquí o de la otra punta del mundo. En el caso de Andalucía es algo que llevamos mamando toda la vida, aun así es una fuente inagotable de inspiración y sobre todo de aprendizaje. Teníamos que mirar para dentro primero y después hacia afuera”.

Califato

Califato ¾ retratados por Adrián del Campo. Estilismo de Leandro Cano

“La gente que viene de sitios humildes suele cumplir dos premisas: la primera es la de compartir lo poco que se tiene y la segunda es la de tener sentido del humor para afrontar la realidad.”    

Humildad y generosidad

Además de una psicodelia completamente vibrante y las sugerencias alteradas, chuecas, dislocadas de su música, un elemento vital que también sorprende de Califato ¾ es en definitiva el humor, un recurso que suele ser muy intentado y poco logrado en los proyectos musicales de Hispanoamérica.

A pregunta expresa sobre la forma en la que el grupo mantiene fresco y dinámico este elemento, sin caer en un tema de fórmulas y repeticiones forzadas, Lorenzo Soria hace énfasis en que el humor es intrínseco en la cultura andaluza. Y añade: “Siempre se ha dicho que en el sur tenemos salero, o arte, o gracia. Y no les falta razón, un gaditano seguramente te hará reír mucho antes que uno de Valladolid. La gente que viene de sitios humildes suele cumplir dos premisas: la primera es la de compartir lo poco que se tiene y la segunda es la de tener sentido del humor para afrontar la realidad”.

“Nosotros estamos riéndonos y gastando bromas continuamente, no pensamos en hacerlo a propósito, nos sale solo. De hecho nos gusta darle poca importancia a gastar bromas, la gente sin sentido del humor no vale la pena, son unos amargados”, remata el beatmaker del grupo.

Hasta que los sapos hablen

Sin temor a equivocarnos, podríamos ver en La Contraçeña uno de los discos más vitales de habla hispana en 2021, percepción que quizá no sea tan compartida o difundida en tiempos pandémicos, que todo lo han trastocado y nos ha hecho pasar de largo sobre grandes discos como éste.

En este sentido podríamos decir que el galope y vitalidad más directa de Califato ¾ se ha dado en tiempos pandémicos, los cuales no han frenado (más o menos) los planes de la banda. “Desde que empezamos a dar conciertos, todos excepto el primero han sido con todas las medidas de seguridad pertinentes. Esto nos ha enseñado a dar un concierto en un teatro lleno de gente y a lidiar con que la gente no pueda mostrar tanto la euforia de la música en directo. Estamos contentos porque seguro que cuando esto termine vamos a poner los festivales boca abajo”, augura Soria, quien para cerrar reflexiona sobre el momento por el que está pasando la música de España, que parece haber dejado atrás el fulgor del rock indie de guitarras, pero que también va superando los purismos y atavíos folclóricos para incorporarlo a propuestas diversas e interesantes.

“ Hay infinidad de colectivos y allegados que formamos una ‘escena’, o como se quiera llamar, aquí en Andalucía.”    

Lorenzo Soria afirma que ahora mismo hay mucha gente mezclando música tradicional de cada sitio. “¡Y eso mola un montón! A nosotros nos suelen meter en el saco de artistazos como los Derby Motoretta, Baiuca, Rodrigo Cuevas, pero nos sentimos igual de identificados con peña como Chill Mafia Records u otras muchas de la electrónica de cada sitio. Aquí en Andalucía hay peña interesante en cada ciudad, desde Granada con la peña de Mareo, la conexión Málaga-Sevilla, Breaking Bass, Industrias94, Lie Radio… Hay infinidad de colectivos y allegados que formamos una ‘escena’, o como se quiera llamar, aquí en Andalucía”.

El programador añade también que el futuro inmediato de Califato ¾ parece marchar de forma óptima: “Esperamos que pronto empiece a desaparecer la pesadilla del virus y todo vuelva a la normalidad. Queremos dar muchos conciertos y seguir haciendo música hasta que los sapos hablen”.

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Califato ¾: hasta que los sapos hablen

Como si fuera una tradición no escrita, de tanto en tanto España suele dar un reseteo a sus raíces musicales para reconfigurar, cuestionar y potenciar las reglas del juego. Moldear un canon fuera del mismo sin descuidar el rostro local, algo que hoy se refleja en nombres de alcance mundial como Rosalía, C. Tangana, Bad Gyal o El Guincho, o bien a través de la pléyade de traperos duros post Pxxr Gvng como Takers, Gipsy la Fe, incluso El Coleta, o bien en artífices mucho más radicales como Los Voluble, Niño de Elche, Romero Martín, entre otros.

Para ser más minuciosos y poner el lente sobre el sur, ahí donde la riqueza andaluza clama por la reconsagración de su esplendor milenario, el grupo Califato ¾ viene a dar en el clavo con el crisol múltiple de la herencia gitana, donde ni la fusión ni la mezcla ni el sincretismo son en ningún momento un ardid chocoso o turístico con tintes globalizantes. Por el contrario, se trata de un combo maquiavélico, alucinante y gozoso, integrado en su tronco elemental por seis mentes antropófagas, provenientes de distintas influencias y latitudes sonoras para dar vida a uno de los proyectos más potentes del sur español.

Durante la continuación impostergable de la pandemia y el confinamiento de inicios de 2021, en febrero, Califato ¾ decidió disparar su segundo larga duración (tercera obra de estudio si contamos su EP debut, L’ambôccá, de 2018), que lleva por título La Contraçeña (Breaking Bass Records) y en el cual confluye todo el arrojo y el marasmo sonoro de la agrupación andaluza, que sabe hilvanar los cabos libres de un flamenco experimental con los breaks rotos, ensalzados con dub y juke entintado a lo jungle, cargado de su buena dosis arabesca de spoken word, atmósferas místicas y humor… mucho humor.

“En ningún momento tuvimos ninguna intención más allá de hacer música juntos, fuimos construyendo el discurso a partir de ahí. Nuestra música y forma de hacer siempre ha sido transgresora.”    

Raíces propias y ajenas

En lo que la gira de promoción del disco sucede por varios puntos de España, en medio de distanciamientos, cubrebocas y medidas restrictivas cambiantes, platicamos brevemente y a distancia con Lorenzo Soria, que además de encargarse de los beats más rotos y desternillantes del grupo tiene otro proyecto igual de alucinante, mucho más oscuro y ácido llamado Bazofia, el cual facturó uno de los mejores discos del subterráneo electrónico de 2019.

Según data en los testimonios y entrevistas de sus creadores, Califato ¾ nació como muchos otros grupos, donde el placer por juntarse, tocar, crear y experimentar con los colegas musicales arrojó sonidos completamente genuinos. Y es que más allá de que sus canciones dan fe de ese disfrute y el poderío propio de la cultura andaluza, algo que llama la atención a primera de oídas con Califato ¾ es que se apropia y vuelve clásico y tradicional el imaginario de lo que alguna vez fue “moderno” o futurista en la música electrónica, a través de beats rotos y agrestes, algo que para el combo afincado en Sevilla parece completamente natural: “Una consecuencia de nuestra forma de ser y del sitio donde vivimos. En ningún momento tuvimos ninguna intención más allá de hacer música juntos, fuimos construyendo el discurso a partir de ahí. Nuestra música y forma de hacer siempre ha sido transgresora y crítica con el entorno; de hecho, en mi opinión, estamos en nuestra etapa más políticamente correcta”, afirma Soria.

En esta misma idea, Califato ¾ pudiera percibirse como algo hiperlocal, arraigado en la imaginería de una parte específica de la historia de España y su encuentro con la cultura árabe, sin embargo los beats y la psicodelia pueden detonar un clic subconsciente con América Latina u otras latitudes de Europa e incluso de Asia, una visión que Soria comprende desde el hambre y la expresividad innata de los integrantes del grupo: “Nos encanta investigar sobre raíces y música antigua, ya sea de aquí o de la otra punta del mundo. En el caso de Andalucía es algo que llevamos mamando toda la vida, aun así es una fuente inagotable de inspiración y sobre todo de aprendizaje. Teníamos que mirar para dentro primero y después hacia afuera”.

Califato

Califato ¾ retratados por Adrián del Campo. Estilismo de Leandro Cano

“La gente que viene de sitios humildes suele cumplir dos premisas: la primera es la de compartir lo poco que se tiene y la segunda es la de tener sentido del humor para afrontar la realidad.”    

Humildad y generosidad

Además de una psicodelia completamente vibrante y las sugerencias alteradas, chuecas, dislocadas de su música, un elemento vital que también sorprende de Califato ¾ es en definitiva el humor, un recurso que suele ser muy intentado y poco logrado en los proyectos musicales de Hispanoamérica.

A pregunta expresa sobre la forma en la que el grupo mantiene fresco y dinámico este elemento, sin caer en un tema de fórmulas y repeticiones forzadas, Lorenzo Soria hace énfasis en que el humor es intrínseco en la cultura andaluza. Y añade: “Siempre se ha dicho que en el sur tenemos salero, o arte, o gracia. Y no les falta razón, un gaditano seguramente te hará reír mucho antes que uno de Valladolid. La gente que viene de sitios humildes suele cumplir dos premisas: la primera es la de compartir lo poco que se tiene y la segunda es la de tener sentido del humor para afrontar la realidad”.

“Nosotros estamos riéndonos y gastando bromas continuamente, no pensamos en hacerlo a propósito, nos sale solo. De hecho nos gusta darle poca importancia a gastar bromas, la gente sin sentido del humor no vale la pena, son unos amargados”, remata el beatmaker del grupo.

Hasta que los sapos hablen

Sin temor a equivocarnos, podríamos ver en La Contraçeña uno de los discos más vitales de habla hispana en 2021, percepción que quizá no sea tan compartida o difundida en tiempos pandémicos, que todo lo han trastocado y nos ha hecho pasar de largo sobre grandes discos como éste.

En este sentido podríamos decir que el galope y vitalidad más directa de Califato ¾ se ha dado en tiempos pandémicos, los cuales no han frenado (más o menos) los planes de la banda. “Desde que empezamos a dar conciertos, todos excepto el primero han sido con todas las medidas de seguridad pertinentes. Esto nos ha enseñado a dar un concierto en un teatro lleno de gente y a lidiar con que la gente no pueda mostrar tanto la euforia de la música en directo. Estamos contentos porque seguro que cuando esto termine vamos a poner los festivales boca abajo”, augura Soria, quien para cerrar reflexiona sobre el momento por el que está pasando la música de España, que parece haber dejado atrás el fulgor del rock indie de guitarras, pero que también va superando los purismos y atavíos folclóricos para incorporarlo a propuestas diversas e interesantes.

“ Hay infinidad de colectivos y allegados que formamos una ‘escena’, o como se quiera llamar, aquí en Andalucía.”    

Lorenzo Soria afirma que ahora mismo hay mucha gente mezclando música tradicional de cada sitio. “¡Y eso mola un montón! A nosotros nos suelen meter en el saco de artistazos como los Derby Motoretta, Baiuca, Rodrigo Cuevas, pero nos sentimos igual de identificados con peña como Chill Mafia Records u otras muchas de la electrónica de cada sitio. Aquí en Andalucía hay peña interesante en cada ciudad, desde Granada con la peña de Mareo, la conexión Málaga-Sevilla, Breaking Bass, Industrias94, Lie Radio… Hay infinidad de colectivos y allegados que formamos una ‘escena’, o como se quiera llamar, aquí en Andalucía”.

El programador añade también que el futuro inmediato de Califato ¾ parece marchar de forma óptima: “Esperamos que pronto empiece a desaparecer la pesadilla del virus y todo vuelva a la normalidad. Queremos dar muchos conciertos y seguir haciendo música hasta que los sapos hablen”.

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miércoles, 22 de septiembre de 2021

Rusia: el pasado impredecible

Algunos, entre quienes estaban ahí, cuentan que la Perestroika de las artes comenzó entre cineastas. En marzo de 1986 estaba por cumplirse un año desde que el programa de reformas implementado por el Comité Central del Partido Comunista y su recién nombrado secretario general, Mijaíl Gorbachov, se puso en marcha. Estaba planeado para durar año y medio; cinco años después, en 1991, la URSS seguía girando en una vorágine de transformaciones. Pero en la primavera del 86 realizadores y críticos se preparaban para el V Congreso de la Unión de Cineastas de la URSS, sin estar dispuestos a aceptar dedazos ni imposiciones de la burocracia central. El guionista Anatoli Grebnev, un veterano que trabajaba en el aparato estatal de Mosfilm desde la época postestalinista, fue enfático al decir en voz alta: “Estamos cansados de ustedes, de sus presídiums, sus discursos y sus elecciones entre comillas. Abajo con eso”.

Fue el inicio de un cambio que se esparció como tormenta de nieve moscovita: los propios cineastas fundaron una comisión de conflictos que, en cuatro años, logró arrancarle a la censura unas 250 películas que habían sido enlatadas en décadas previas, incluyendo tesoros como Mi amigo Iván Lapshin de Alekséi German o La patria de la electricidad de Larisa Shepitko. Comenzó entonces el deshielo de estudios, medios de producción fílmica, exhibición en festivales internacionales y aparatos de prensa cinematográfica, que hasta entonces funcionaban como brazo estatal con el legendario Mosfilm a la cabeza.

Desde 1991 pasaron tres décadas que en retrospectiva revelan un cambio generacional en cámara lenta, con la languidez pesada del pasado burocrático, pero inevitable. Algunos cineastas aún activos, veteranos del atardecer soviético como el armenio Artavazd Pelechian, el georgiano Otar Iosseliani o los rusos Sokurov, Konchalovski o Mijalkov, han logrado convivir con los territorios creativos de aquellos que empezaron a filmar ya en la Rusia contemporánea, como Kossakovski, Zviáguintsev, Serebrennikov o Loznitsa. El cine surgido de esa transición interminable y contradictoria que empieza en Gorbachov y persiste en el régimen de Putin semeja una inconsciente puesta en cámara de aquel viejo dicho eslavo: “Rusia es el único país con un pasado impredecible”.

Festival de Cine Ruso

Fotograma de Sheena667 (2019), de Grigoriy Dobrygin

En Rusia, desde el pasado rojo hasta el futuro incierto, existen pocos consensos, y el cine posterior a la era soviética se alimenta de ese caudal de tensiones y revisionismos de toda índole. En más de un sentido, el cine de la Rusia presente se resiste a negar la herencia de sus predecesores (¿y quién podría, si entre ellos se cuentan Eisenstein, Tarkovski o Klímov?). El inminente rodaje de El desafío de Klim Shipenko, primera ficción rodada en el espacio y coproducida por un canal privado y la Estación Espacial Internacional, reaviva fantasmas de la Guerra Fría, cuando la carrera espacial tenía la atención volcada en las misiones, pero también en películas como Solaris (1972) o 2001: Odisea del espacio (1968). Otras revisiones del pasado resultan monumentales en otro sentido, como la reconstrucción dantesca del funeral de Stalin emprendida por Serguéi Loznitsa recientemente, en State Funeral (2019).

Una iniciativa como el Festival de Cine Ruso (Russian Film Festival), que este año celebra su segunda edición en México, busca abrir ventanas a zonas poco exploradas de la industria fílmica rusa, que no pasan por el circuito de festivales internacionales. El espectro abarca desde la comedia industrial hasta el intimismo experimental; en el primer caso, la sátira The Relatives (Ilya Aksionov, 2021), filmada y estrenada durante el confinamiento sanitario, es un híbrido que desde los créditos plantea preguntas sobre la Rusia actual, pues está coproducida por el Ministerio de Cultura Ruso y Columbia Pictures y es distribuida por Sony. En otro polo, Sheena667 (Grigoriy Dobrygin, 2019), indefinible desde el título, es un ejercicio de montaje y silencios con usos muy creativos de la elipsis, el sonido fuera de campo y el lenguaje de apps, pantallas de chat, etc.

Festival de Cine Ruso

Fotograma de ¿Alguien ha visto a mi novia? (2020), de Angelina Nikonova

El Festival de Cine Ruso es una colaboración entre Roskino y el Instituto Mexicano de Cinematografía, organismos públicos que cumplen una función análoga en sus países de origen, y como ventana de exposición quizá es la primera iniciativa importante desde las olvidadas semanas de cine soviético en el cine París del Paseo de la Reforma, a mitad del siglo pasado. Aunque la selección tiene bruscos altibajos en el nivel, tiene aciertos como el melodrama de época Odessa (2019), de Valeriy Todorovski e Irina Tretyakova, de factura melancólica y tono chejoviano; además tiene la ventaja de presentar un relato ubicado en la era soviética con dimensión íntima, sin eufemismos ni superlativos evidentes.

Otro punto de interés en la programación es el documental Stanislavski: sed de vida (2021), de Julia Bobkova, por las preguntas que plantea en torno al renombrado sistema de aprendizaje actoral y los límites del diálogo que dicho método puede establecer con el teatro contemporáneo. A través de las bambalinas de un montaje actual en el Teatro Marinskii, el documental de Bobkova es un notable intento por dialogar con un clásico ruso desde la actualidad de las artes escénicas.

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Rusia: el pasado impredecible

Algunos, entre quienes estaban ahí, cuentan que la Perestroika de las artes comenzó entre cineastas. En marzo de 1986 estaba por cumplirse un año desde que el programa de reformas implementado por el Comité Central del Partido Comunista y su recién nombrado secretario general, Mijaíl Gorbachov, se puso en marcha. Estaba planeado para durar año y medio; cinco años después, en 1991, la URSS seguía girando en una vorágine de transformaciones. Pero en la primavera del 86 realizadores y críticos se preparaban para el V Congreso de la Unión de Cineastas de la URSS, sin estar dispuestos a aceptar dedazos ni imposiciones de la burocracia central. El guionista Anatoli Grebnev, un veterano que trabajaba en el aparato estatal de Mosfilm desde la época postestalinista, fue enfático al decir en voz alta: “Estamos cansados de ustedes, de sus presídiums, sus discursos y sus elecciones entre comillas. Abajo con eso”.

Fue el inicio de un cambio que se esparció como tormenta de nieve moscovita: los propios cineastas fundaron una comisión de conflictos que, en cuatro años, logró arrancarle a la censura unas 250 películas que habían sido enlatadas en décadas previas, incluyendo tesoros como Mi amigo Iván Lapshin de Alekséi German o La patria de la electricidad de Larisa Shepitko. Comenzó entonces el deshielo de estudios, medios de producción fílmica, exhibición en festivales internacionales y aparatos de prensa cinematográfica, que hasta entonces funcionaban como brazo estatal con el legendario Mosfilm a la cabeza.

Desde 1991 pasaron tres décadas que en retrospectiva revelan un cambio generacional en cámara lenta, con la languidez pesada del pasado burocrático, pero inevitable. Algunos cineastas aún activos, veteranos del atardecer soviético como el armenio Artavazd Pelechian, el georgiano Otar Iosseliani o los rusos Sokurov, Konchalovski o Mijalkov, han logrado convivir con los territorios creativos de aquellos que empezaron a filmar ya en la Rusia contemporánea, como Kossakovski, Zviáguintsev, Serebrennikov o Loznitsa. El cine surgido de esa transición interminable y contradictoria que empieza en Gorbachov y persiste en el régimen de Putin semeja una inconsciente puesta en cámara de aquel viejo dicho eslavo: “Rusia es el único país con un pasado impredecible”.

Festival de Cine Ruso

Fotograma de Sheena667 (2019), de Grigoriy Dobrygin

En Rusia, desde el pasado rojo hasta el futuro incierto, existen pocos consensos, y el cine posterior a la era soviética se alimenta de ese caudal de tensiones y revisionismos de toda índole. En más de un sentido, el cine de la Rusia presente se resiste a negar la herencia de sus predecesores (¿y quién podría, si entre ellos se cuentan Eisenstein, Tarkovski o Klímov?). El inminente rodaje de El desafío de Klim Shipenko, primera ficción rodada en el espacio y coproducida por un canal privado y la Estación Espacial Internacional, reaviva fantasmas de la Guerra Fría, cuando la carrera espacial tenía la atención volcada en las misiones, pero también en películas como Solaris (1972) o 2001: Odisea del espacio (1968). Otras revisiones del pasado resultan monumentales en otro sentido, como la reconstrucción dantesca del funeral de Stalin emprendida por Serguéi Loznitsa recientemente, en State Funeral (2019).

Una iniciativa como el Festival de Cine Ruso (Russian Film Festival), que este año celebra su segunda edición en México, busca abrir ventanas a zonas poco exploradas de la industria fílmica rusa, que no pasan por el circuito de festivales internacionales. El espectro abarca desde la comedia industrial hasta el intimismo experimental; en el primer caso, la sátira The Relatives (Ilya Aksionov, 2021), filmada y estrenada durante el confinamiento sanitario, es un híbrido que desde los créditos plantea preguntas sobre la Rusia actual, pues está coproducida por el Ministerio de Cultura Ruso y Columbia Pictures y es distribuida por Sony. En otro polo, Sheena667 (Grigoriy Dobrygin, 2019), indefinible desde el título, es un ejercicio de montaje y silencios con usos muy creativos de la elipsis, el sonido fuera de campo y el lenguaje de apps, pantallas de chat, etc.

Festival de Cine Ruso

Fotograma de ¿Alguien ha visto a mi novia? (2020), de Angelina Nikonova

El Festival de Cine Ruso es una colaboración entre Roskino y el Instituto Mexicano de Cinematografía, organismos públicos que cumplen una función análoga en sus países de origen, y como ventana de exposición quizá es la primera iniciativa importante desde las olvidadas semanas de cine soviético en el cine París del Paseo de la Reforma, a mitad del siglo pasado. Aunque la selección tiene bruscos altibajos en el nivel, tiene aciertos como el melodrama de época Odessa (2019), de Valeriy Todorovski e Irina Tretyakova, de factura melancólica y tono chejoviano; además tiene la ventaja de presentar un relato ubicado en la era soviética con dimensión íntima, sin eufemismos ni superlativos evidentes.

Otro punto de interés en la programación es el documental Stanislavski: sed de vida (2021), de Julia Bobkova, por las preguntas que plantea en torno al renombrado sistema de aprendizaje actoral y los límites del diálogo que dicho método puede establecer con el teatro contemporáneo. A través de las bambalinas de un montaje actual en el Teatro Marinskii, el documental de Bobkova es un notable intento por dialogar con un clásico ruso desde la actualidad de las artes escénicas.

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lunes, 20 de septiembre de 2021

Anne Boyer: “Los poetas conocemos el futuro”

Desde la publicación de El buen apocalipsis de Anne Boyer, en 2006, y a lo largo de una carrera compuesta por casi una decena de libros, algunos de poesía y otros de ensayo, Anne Boyer (1973) se ha concentrado en descifrar los mecanismos que relacionan a las personas con la sociedad, para exponerlos a través de una escritura repleta de observaciones reveladoras, precisas y expresivas. Boyer visitó la Ciudad de México para presentar Desmorir (Sexto Piso), ingeniosas y penetrantes memorias sobre la batalla de la autora contra el cáncer de mama y, al mismo tiempo, cáustica crítica hacia el universo médico capitalista, que le valió el premio Pulitzer de no ficción 2020, lo que a la fecha, confiesa, la mantiene “en shock después de recibir la noticia”.

Desmorir alterna dos planos narrativos: uno en el que detalla su vida –su diagnóstico, sus extenuantes tratamientos de quimioterapia y su doble mastectomía, profundizando en el miedo, el sufrimiento y la soledad que trae el cáncer– y otro en el que inserta su experiencia en un marco más amplio donde existe ella, pero también todo lo que le rodea, aunque no se perciba. Es clara cuando expone: “ningún paciente es soberano y todos los que lo sufren, tanto los marcados por el tratamiento por el cáncer como los marcados por la agotadora rutina de cuidar a los afectados por el cáncer, están además marcados por nuestras particularidades históricas, agrupadas en constelaciones de relaciones sociales y económicas”. Sentada en la sala de la librería Casa Tomada, la autora explica, con la asistencia de Paulina Ortega en la traducción: “No solamente me interesan los casos particulares, sino también cómo ese caso aislado representa lo global y cómo se concibe según la cultura, historia, política de estos lugares y, particularmente hablando de los médicos, cómo generan que unas cosas sean válidas y otras no, a través del conocimiento científico”.       

Ciencia y poesía

¿Qué llevó a Boyer del campo de la poesía a la escritura de no ficción? Al señalar la importancia de la poesía para percibir el mundo, la autora permite comprender un poco mejor que “los poetas están constantemente interpretando el mundo”, y que sólo desde su óptica de poeta pudo escribir este ensayo: “Si hubiera pensado desde el punto de vista científico acerca de cómo funciona el cáncer, no lo hubiese escrito porque no podía considerarlo sin la belleza del lenguaje”, afirma. “Después de que te diagnostican muy pocas cosas vuelven a ser las mismas”, por esa razón en este libro “me conté a mí misma una historia tratando de entender lo que creció en mi interior como algo que es y no es a la vez yo misma. El amor propio, en estas condiciones, parece requerir que ames el cáncer en ti misma y que, además, lo odies como una amenaza para ti”. Confiesa: “Éste es mi cuerpo y quiero saber qué ha pasado con él”.

Enfermedad y lenguaje

Boyer reflexiona sobre el papel del lenguaje en su experiencia personal asociada al dolor. Una semana después de cumplir 41 años fue diagnosticada con cáncer de mama triple negativo de pronóstico grave, que requería un tratamiento muy agresivo; al principio, el médico que la atendió tomó decisiones que él creyó mejor para ella, afirmando que un tratamiento menos agresivo era lo más adecuado. Por su parte, ella se documentó, consultó libros sobre el tema, además de descripciones muy precisas de los lugares de tratamiento, los estragos y marcas que dejan en los cuerpos. Aun cuando se documentó extensamente sobre su padecimiento, su primer médico determinó que el primer tratamiento era lo mejor para ella. “Quiero ser generosa con el doctor porque, a pesar de todo, entiendo que él estaba preocupado por mí y que también actuó desde su forma de concebir el mundo en general, no sólo con este caso, y había algo que nos separaba: no nos poníamos a la par en nuestro discurso, no lográbamos encontrar ese punto de encuentro que nos permitiera entendernos, lo único que nos unía era ese sentimiento de estar al borde de la vida y la muerte y luchar por quedarse en la vida”, explica.

Boyer alimentó su sed de entender otras formas de ser en el mundo mediante la lectura de memorias de otras escritoras, que se reproducen en el libro y condensan su experiencia con otros lenguajes. Aparecen, incluidos en Desmorir, testimonios de Susan Sontag, Jacqueline Susann, Charlotte Perkins, Audre Lorde o Fanny Burney, que se alternan con datos, estadísticas y estudios científicos. La presencia recurrente de estas declaraciones no solo da un respiro a la narración, sino que permiten percibirla a contraluz. “Como escritora, cada vez que algo me pasa o me obsesiona trato de buscar en la literatura qué más hay o qué más se ha dicho sobre eso y, en este caso en específico, cómo lo habían considerado otras escritoras”.

Anne Boyer

Portada de Desmorir (Sexto Piso, 2021)

El sufrimiento de las mujeres

Se lee en el libro: “La literatura nada como pez en el agua en todo tipo de prejuicio existente… En la literatura el cáncer de una persona parece existir como el instrumento para las epifanías de otra”. Ante esa idea, Anne Boyer se rebela y sentencia: “no necesitaba construir un templo del llanto”, y reflexiona sobre la estigmatización que conlleva el cáncer y la necesidad de “crear un espacio para la expresión física de la pena tanto individual como colectiva, un lugar que expusiera tranquilamente el sufrimiento como algo compartido y que garantizara alguna protección contra reaccionarios antitristeza”.

Escritores y realidad

Desde que Anne Boyer comenzó a publicar a principios de siglo, lo que más le preocupa es no escapar de la realidad y compartir el mundo en que vivimos actualmente. “Los poetas conocemos el futuro. Entendemos que el futuro es una mentira porque todavía no llega. Lo que tenemos aquí es el presente y los poetas siempre lo hemos sabido, constantemente estamos captando el mundo. Por eso, la mayoría de las personas le preguntan a todos, excepto a nosotros porque no quieren escuchar esa verdad que es difícil”. Anne sostiene que actualmente “se está escribiendo desde lo dramático” y ella trata de “no ser reaccionaria sino más bien preguntarme ¿qué está pasando?” y explica: “si alguien en mil años lee mis libros quiero que pueda saber qué estábamos haciendo y cómo y, sobre todo, por qué. En el futuro quiero encontrar en mis escritos cómo era la sociedad en el momento en el que fueron hechos y que reflejen que los escritores también son personas ordinarias aunque hagan libros extraordinarios”.

La poesía no se contrapone a lo real

Vivimos en un momento de esplendor de la no ficción y las escrituras del yo. En todos los rincones del mundo se está cultivando el arte del relato sin ficción a un nivel sin precedentes. Para Boyer “la poesía lo es todo”, pero al mismo tiempo le “asusta ahuyentar a los lectores que miren mis ensayos escritos desde esa mirada”. Y aclara: “Las personas hacen el mundo y están constantemente reinventándolo y los poetas estamos atentos y conscientes de que esa es la realidad”. Ante el crecimiento de obras de no ficción escritas bajo la óptica poética, señala en Desmorir: “La verdad debe escribirse para alguien, un alguien que es todos nosotros, todos los que existimos”.

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Anne Boyer: “Los poetas conocemos el futuro”

Desde la publicación de El buen apocalipsis de Anne Boyer, en 2006, y a lo largo de una carrera compuesta por casi una decena de libros, algunos de poesía y otros de ensayo, Anne Boyer (1973) se ha concentrado en descifrar los mecanismos que relacionan a las personas con la sociedad, para exponerlos a través de una escritura repleta de observaciones reveladoras, precisas y expresivas. Boyer visitó la Ciudad de México para presentar Desmorir (Sexto Piso), ingeniosas y penetrantes memorias sobre la batalla de la autora contra el cáncer de mama y, al mismo tiempo, cáustica crítica hacia el universo médico capitalista, que le valió el premio Pulitzer de no ficción 2020, lo que a la fecha, confiesa, la mantiene “en shock después de recibir la noticia”.

Desmorir alterna dos planos narrativos: uno en el que detalla su vida –su diagnóstico, sus extenuantes tratamientos de quimioterapia y su doble mastectomía, profundizando en el miedo, el sufrimiento y la soledad que trae el cáncer– y otro en el que inserta su experiencia en un marco más amplio donde existe ella, pero también todo lo que le rodea, aunque no se perciba. Es clara cuando expone: “ningún paciente es soberano y todos los que lo sufren, tanto los marcados por el tratamiento por el cáncer como los marcados por la agotadora rutina de cuidar a los afectados por el cáncer, están además marcados por nuestras particularidades históricas, agrupadas en constelaciones de relaciones sociales y económicas”. Sentada en la sala de la librería Casa Tomada, la autora explica, con la asistencia de Paulina Ortega en la traducción: “No solamente me interesan los casos particulares, sino también cómo ese caso aislado representa lo global y cómo se concibe según la cultura, historia, política de estos lugares y, particularmente hablando de los médicos, cómo generan que unas cosas sean válidas y otras no, a través del conocimiento científico”.       

Ciencia y poesía

¿Qué llevó a Boyer del campo de la poesía a la escritura de no ficción? Al señalar la importancia de la poesía para percibir el mundo, la autora permite comprender un poco mejor que “los poetas están constantemente interpretando el mundo”, y que sólo desde su óptica de poeta pudo escribir este ensayo: “Si hubiera pensado desde el punto de vista científico acerca de cómo funciona el cáncer, no lo hubiese escrito porque no podía considerarlo sin la belleza del lenguaje”, afirma. “Después de que te diagnostican muy pocas cosas vuelven a ser las mismas”, por esa razón en este libro “me conté a mí misma una historia tratando de entender lo que creció en mi interior como algo que es y no es a la vez yo misma. El amor propio, en estas condiciones, parece requerir que ames el cáncer en ti misma y que, además, lo odies como una amenaza para ti”. Confiesa: “Éste es mi cuerpo y quiero saber qué ha pasado con él”.

Enfermedad y lenguaje

Boyer reflexiona sobre el papel del lenguaje en su experiencia personal asociada al dolor. Una semana después de cumplir 41 años fue diagnosticada con cáncer de mama triple negativo de pronóstico grave, que requería un tratamiento muy agresivo; al principio, el médico que la atendió tomó decisiones que él creyó mejor para ella, afirmando que un tratamiento menos agresivo era lo más adecuado. Por su parte, ella se documentó, consultó libros sobre el tema, además de descripciones muy precisas de los lugares de tratamiento, los estragos y marcas que dejan en los cuerpos. Aun cuando se documentó extensamente sobre su padecimiento, su primer médico determinó que el primer tratamiento era lo mejor para ella. “Quiero ser generosa con el doctor porque, a pesar de todo, entiendo que él estaba preocupado por mí y que también actuó desde su forma de concebir el mundo en general, no sólo con este caso, y había algo que nos separaba: no nos poníamos a la par en nuestro discurso, no lográbamos encontrar ese punto de encuentro que nos permitiera entendernos, lo único que nos unía era ese sentimiento de estar al borde de la vida y la muerte y luchar por quedarse en la vida”, explica.

Boyer alimentó su sed de entender otras formas de ser en el mundo mediante la lectura de memorias de otras escritoras, que se reproducen en el libro y condensan su experiencia con otros lenguajes. Aparecen, incluidos en Desmorir, testimonios de Susan Sontag, Jacqueline Susann, Charlotte Perkins, Audre Lorde o Fanny Burney, que se alternan con datos, estadísticas y estudios científicos. La presencia recurrente de estas declaraciones no solo da un respiro a la narración, sino que permiten percibirla a contraluz. “Como escritora, cada vez que algo me pasa o me obsesiona trato de buscar en la literatura qué más hay o qué más se ha dicho sobre eso y, en este caso en específico, cómo lo habían considerado otras escritoras”.

Anne Boyer

Portada de Desmorir (Sexto Piso, 2021)

El sufrimiento de las mujeres

Se lee en el libro: “La literatura nada como pez en el agua en todo tipo de prejuicio existente… En la literatura el cáncer de una persona parece existir como el instrumento para las epifanías de otra”. Ante esa idea, Anne Boyer se rebela y sentencia: “no necesitaba construir un templo del llanto”, y reflexiona sobre la estigmatización que conlleva el cáncer y la necesidad de “crear un espacio para la expresión física de la pena tanto individual como colectiva, un lugar que expusiera tranquilamente el sufrimiento como algo compartido y que garantizara alguna protección contra reaccionarios antitristeza”.

Escritores y realidad

Desde que Anne Boyer comenzó a publicar a principios de siglo, lo que más le preocupa es no escapar de la realidad y compartir el mundo en que vivimos actualmente. “Los poetas conocemos el futuro. Entendemos que el futuro es una mentira porque todavía no llega. Lo que tenemos aquí es el presente y los poetas siempre lo hemos sabido, constantemente estamos captando el mundo. Por eso, la mayoría de las personas le preguntan a todos, excepto a nosotros porque no quieren escuchar esa verdad que es difícil”. Anne sostiene que actualmente “se está escribiendo desde lo dramático” y ella trata de “no ser reaccionaria sino más bien preguntarme ¿qué está pasando?” y explica: “si alguien en mil años lee mis libros quiero que pueda saber qué estábamos haciendo y cómo y, sobre todo, por qué. En el futuro quiero encontrar en mis escritos cómo era la sociedad en el momento en el que fueron hechos y que reflejen que los escritores también son personas ordinarias aunque hagan libros extraordinarios”.

La poesía no se contrapone a lo real

Vivimos en un momento de esplendor de la no ficción y las escrituras del yo. En todos los rincones del mundo se está cultivando el arte del relato sin ficción a un nivel sin precedentes. Para Boyer “la poesía lo es todo”, pero al mismo tiempo le “asusta ahuyentar a los lectores que miren mis ensayos escritos desde esa mirada”. Y aclara: “Las personas hacen el mundo y están constantemente reinventándolo y los poetas estamos atentos y conscientes de que esa es la realidad”. Ante el crecimiento de obras de no ficción escritas bajo la óptica poética, señala en Desmorir: “La verdad debe escribirse para alguien, un alguien que es todos nosotros, todos los que existimos”.

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