jueves, 28 de febrero de 2019

Exposiciones de marzo

Una muestra de arquitectura en el Museo de la Ciudad de México y dos exposiciones dedicadas a creadoras contemporáneas renuevan la cartelera cultural de la Ciudad de México en el mes de marzo.

 

David Chipperfield Architects

En 1985 David Chipperfield (Londres, 1953) abrió su estudio, David Chipperfield Architects, que ha producido más de cien proyectos en Europa, América, África y Asia. En México, el despacho es responsable del diseño del Museo Jumex. La muestra dedicada al estudio, que se podrá ver a partir del 10 de marzo al 12 de mayo en el Museo de la Ciudad de México, exhibirá bocetos y modelos de cinco proyectos recientes; planos de construcción final, fotografías y películas complementan la exposición, que se presenta en el marco de Mextrópoli.

 

Cómo construir un negocio que nunca verá su fin, de Maria Loboda

El Museo Tamayo comisionó esta muestra a la artista polaco-alemana Maria Loboda (Cracovia, 1979). El trabajo de Loboda se caracteriza por apropiarse de mitos, rituales, símbolos, materiales e imágenes de sistemas y de creencias de diversas culturas y épocas. En su práctica –que refiere a la historia de la arquitectura y el diseño, a disciplinas como la arqueología y la antropología, también al folclor y a elementos de la cultura popular–, la polaca recurre a medios como la instalación, la escultura y la fotografía. La exposición estará vigente del 16 de marzo al 26 de mayo.

Ecos, de Magdalena Fernández

Curada por Carlos E. Palacios y Anel Jiménez, esta muestra (vigente del 29 de marzo al 23 de junio en el Museo de Arte Carrillo Gil) se enfoca en el trabajo de la artista venezolana Magdalena Fernández (Caracas, 1964). Su trabajo –que usa medios como la instalación, la videoinstalación y piezas tridimensionales– se fundamenta en las experiencias sensoriales, el impacto en los espectadores, su interacción y diálogo con las obras. Sus piezas son de gran relevancia dentro de una genealogía del arte latinoamericano contemporáneo donde se revisita y reactualiza la experiencia del arte minimal, del arte concreto y del cinetismo.



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Exposiciones de marzo

Una muestra de arquitectura en el Museo de la Ciudad de México y dos exposiciones dedicadas a creadoras contemporáneas renuevan la cartelera cultural de la Ciudad de México en el mes de marzo.

 

David Chipperfield Architects

En 1985 David Chipperfield (Londres, 1953) abrió su estudio, David Chipperfield Architects, que ha producido más de cien proyectos en Europa, América, África y Asia. En México, el despacho es responsable del diseño del Museo Jumex. La muestra dedicada al estudio, que se podrá ver a partir del 10 de marzo al 12 de mayo en el Museo de la Ciudad de México, exhibirá bocetos y modelos de cinco proyectos recientes; planos de construcción final, fotografías y películas complementan la exposición, que se presenta en el marco de Mextrópoli.

 

Cómo construir un negocio que nunca verá su fin, de Maria Loboda

El Museo Tamayo comisionó esta muestra a la artista polaco-alemana Maria Loboda (Cracovia, 1979). El trabajo de Loboda se caracteriza por apropiarse de mitos, rituales, símbolos, materiales e imágenes de sistemas y de creencias de diversas culturas y épocas. En su práctica –que refiere a la historia de la arquitectura y el diseño, a disciplinas como la arqueología y la antropología, también al folclor y a elementos de la cultura popular–, la polaca recurre a medios como la instalación, la escultura y la fotografía. La exposición estará vigente del 16 de marzo al 26 de mayo.

Ecos, de Magdalena Fernández

Curada por Carlos E. Palacios y Anel Jiménez, esta muestra (vigente del 29 de marzo al 23 de junio en el Museo de Arte Carrillo Gil) se enfoca en el trabajo de la artista venezolana Magdalena Fernández (Caracas, 1964). Su trabajo –que usa medios como la instalación, la videoinstalación y piezas tridimensionales– se fundamenta en las experiencias sensoriales, el impacto en los espectadores, su interacción y diálogo con las obras. Sus piezas son de gran relevancia dentro de una genealogía del arte latinoamericano contemporáneo donde se revisita y reactualiza la experiencia del arte minimal, del arte concreto y del cinetismo.



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100 años de arquitectura

Más de cuarenta arquitectos y profesores de renombre internacional –como Peter Eisenman, Carme Pinós, Toyo Ito, Zaha Hadid o Rafael Moneo– participaron en la creación de una lista de los 100 edificios del siglo XX que todo estudiante y profesional de arquitectura deber conocer. Los resultados de la encuesta han sido publicados en un libro editado por la editorial Gustavo Gil. 100 edificios del siglo XX, que se publicó en lengua inglesa en 2017, es una investigación de Eui-Sung Yi, respaldada por The Now Institute.

Desde casas unifamiliares y viviendas plurifamiliares hasta museos y aeropuertos, el libro ofrece una selección única de las obras elegidas, todas ellas descritas con textos breves y directos e ilustradas con fotografías y dibujos de plantas, alzados y perspectivas. “Un documento esencial que recoge las referencias obligadas para cualquier persona interesada en la arquitectura y el diseño en el mundo contemporáneo”, argumenta la editorial.

Sobre los resultados de la indagación, se puede decir que Le Corbusier es el arquitecto más admirado por sus colegas, ya que es el creador con más proyectos en la lista de los cien mejores edificios construidos entre 1900 y el año 2000. ¿Su obra más aclamada? La Villa Savoye, por supuesto, que ocupa el primerísimo lugar de la compilación. Secundando al arquitecto suizo –nacionalizado francés– se encuentra el germano-estadounidense Mies van der Rohe.

Las primeras páginas de la publicación ofrecen mapas que indican el lugar donde están emplazadas las obras. Como es de esperarse, la investigación se queda corta: el único mexicano de la lista es Luis Barragán, cuya casa y estudio han sido incluidos en la lista. El continente africano, por otro lado, no figura en ningún puesto.

Imagen – Portada del libro




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100 años de arquitectura

Más de cuarenta arquitectos y profesores de renombre internacional –como Peter Eisenman, Carme Pinós, Toyo Ito, Zaha Hadid o Rafael Moneo– participaron en la creación de una lista de los 100 edificios del siglo XX que todo estudiante y profesional de arquitectura deber conocer. Los resultados de la encuesta han sido publicados en un libro editado por la editorial Gustavo Gil. 100 edificios del siglo XX, que se publicó en lengua inglesa en 2017, es una investigación de Eui-Sung Yi, respaldada por The Now Institute.

Desde casas unifamiliares y viviendas plurifamiliares hasta museos y aeropuertos, el libro ofrece una selección única de las obras elegidas, todas ellas descritas con textos breves y directos e ilustradas con fotografías y dibujos de plantas, alzados y perspectivas. “Un documento esencial que recoge las referencias obligadas para cualquier persona interesada en la arquitectura y el diseño en el mundo contemporáneo”, argumenta la editorial.

Sobre los resultados de la indagación, se puede decir que Le Corbusier es el arquitecto más admirado por sus colegas, ya que es el creador con más proyectos en la lista de los cien mejores edificios construidos entre 1900 y el año 2000. ¿Su obra más aclamada? La Villa Savoye, por supuesto, que ocupa el primerísimo lugar de la compilación. Secundando al arquitecto suizo –nacionalizado francés– se encuentra el germano-estadounidense Mies van der Rohe.

Las primeras páginas de la publicación ofrecen mapas que indican el lugar donde están emplazadas las obras. Como es de esperarse, la investigación se queda corta: el único mexicano de la lista es Luis Barragán, cuya casa y estudio han sido incluidos en la lista. El continente africano, por otro lado, no figura en ningún puesto.

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Un cine del presente

Loy inicia la nueva edición del festival de cine más propositivo de México: FICUNAM. Desde hace nueve años el encuentro fílmico genera una conversación al programar el cine más audaz del presente. También se ha encargado de revisar varias de las filmografías de artistas de avanzada, por ejemplo Jonas Mekas, Otar Iosseliani, Harun Farocki e Isaac Julien, entre otros; este año FICUNAM dedica sus retrospectivas a Alan Clarke (figura clave del realismo social contemporáneo), Pere Portabella (que a través de su obra ofrece una lectura política y estética de España) y Ulrich Köhler (creador que plantea el futuro incierto de Europa).

Este año el festival ha preparado un festín que incluye varias de las películas más aclamadas por la crítica internacional –por ejemplo Burning, de Lee Chang-dong, y Hotel by the River, de Hong Sang-soo– y otras que son fundamentales para dibujar un panorama de las miradas más radicales que están empujando el quehacer cinematográfico de nuestros días; estas películas son las que pueblan este listado que, esperamos, sirva como una breve guía para saber qué elegir en el extenso bufet que preparó FICUNAM.

 

La flor (2018), de Mariano Llinás

Una película titánica filmada en un lapso de diez años que reflexiona sobre la ficción. La cinta, de catorce horas de duración, comprende múltiples historias de diferentes formatos, géneros, temas y duraciones unidas por las actrices del colectivo Piel de Lava.

 

Largo viaje hacia la noche (2018), de Bi Gan

El filme sigue a Luo Hongwu, que luego de doce años fuera regresa a Kaili, su ciudad natal. Cuando los recuerdos de una mujer enigmática y hermosa vuelven a surgir, una mujer que amó y que no ha podido olvidar, Luo Hongwu comienza a buscarla. El filme de Gan –director de Kaili Blues, 2015– es una verdadera rareza: no sólo es una película de arte (con un plano secuencia de una hora y una breve sección en 3D), sino que también resultó un taquillazo en China gracias a una astuta campaña de promoción.

 

Manta Ray (2018), de Phuttiphong Aroonpheng

Cerca de un pueblo costero de Tailandia, un pescador local encuentra a un hombre herido e inconsciente. Al rescatar al extraño, que no habla una palabra, el hombre le ofrece su amistad y lo llama Thongchai. Pero cuando el pescador desaparece repentinamente en el mar, Thongchai comienza a apoderarse de la vida de su amigo: su casa, su trabajo y su ex esposa. El tono del filme de Aroonpheng, en cuya narrativa conviven el sueño y la realidad, recuerda al cine de Apichatpong Weerasethakul, su compatriota.

 

MANTA RAY TRAILER from jour2fete on Vimeo.

 

Tarde para morir joven (2018), de Dominga Sotomayor

Durante el verano de 1990 en Chile, un pequeño grupo de familias vive en una comunidad aislada justo debajo de los Andes, con la libertad emergente que siguió al final de la dictadura. Sofía y Lucas, de 16 años, y Clara, de 10, son vecinos en esta tierra seca en la que se enfrentan a sus padres, los primeros amores y los miedos, mientras preparan una gran fiesta para la víspera de Año Nuevo. Gracias a esta película Sotomayor ganó el premio de mejor dirección en el Festival de Locarno, convirtiéndose en la primera mujer en obtener el galardón.

Tarde para morir joven (Too late to die young) from Compañía de Cine on Vimeo.

 

Alex Winter (2018), de César Demian

Un adolescente solitario, afectado por el abandono de su padre, vive en el campo con su madre, una mujer conflictiva y autoritaria con la que tiene una relación complicada. Al decidir explorar nuevas oportunidades, el chico empeora su condición mental y pierde el control de sus emociones. El primer largometraje de César Damian, que compite en la sección Ahora México (que aglutina a las películas mexicanas más destacadas), presenta una estética interesante, que se puede apreciar en este avance.

 

FICUNAM se realizará del 28 de febrero al 10 de marzo. Todas sus funciones son gratuitas en el Centro Cultural Universitario.




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Un cine del presente

Loy inicia la nueva edición del festival de cine más propositivo de México: FICUNAM. Desde hace nueve años el encuentro fílmico genera una conversación al programar el cine más audaz del presente. También se ha encargado de revisar varias de las filmografías de artistas de avanzada, por ejemplo Jonas Mekas, Otar Iosseliani, Harun Farocki e Isaac Julien, entre otros; este año FICUNAM dedica sus retrospectivas a Alan Clarke (figura clave del realismo social contemporáneo), Pere Portabella (que a través de su obra ofrece una lectura política y estética de España) y Ulrich Köhler (creador que plantea el futuro incierto de Europa).

Este año el festival ha preparado un festín que incluye varias de las películas más aclamadas por la crítica internacional –por ejemplo Burning, de Lee Chang-dong, y Hotel by the River, de Hong Sang-soo– y otras que son fundamentales para dibujar un panorama de las miradas más radicales que están empujando el quehacer cinematográfico de nuestros días; estas películas son las que pueblan este listado que, esperamos, sirva como una breve guía para saber qué elegir en el extenso bufet que preparó FICUNAM.

 

La flor (2018), de Mariano Llinás

Una película titánica filmada en un lapso de diez años que reflexiona sobre la ficción. La cinta, de catorce horas de duración, comprende múltiples historias de diferentes formatos, géneros, temas y duraciones unidas por las actrices del colectivo Piel de Lava.

 

Largo viaje hacia la noche (2018), de Bi Gan

El filme sigue a Luo Hongwu, que luego de doce años fuera regresa a Kaili, su ciudad natal. Cuando los recuerdos de una mujer enigmática y hermosa vuelven a surgir, una mujer que amó y que no ha podido olvidar, Luo Hongwu comienza a buscarla. El filme de Gan –director de Kaili Blues, 2015– es una verdadera rareza: no sólo es una película de arte (con un plano secuencia de una hora y una breve sección en 3D), sino que también resultó un taquillazo en China gracias a una astuta campaña de promoción.

 

Manta Ray (2018), de Phuttiphong Aroonpheng

Cerca de un pueblo costero de Tailandia, un pescador local encuentra a un hombre herido e inconsciente. Al rescatar al extraño, que no habla una palabra, el hombre le ofrece su amistad y lo llama Thongchai. Pero cuando el pescador desaparece repentinamente en el mar, Thongchai comienza a apoderarse de la vida de su amigo: su casa, su trabajo y su ex esposa. El tono del filme de Aroonpheng, en cuya narrativa conviven el sueño y la realidad, recuerda al cine de Apichatpong Weerasethakul, su compatriota.

 

MANTA RAY TRAILER from jour2fete on Vimeo.

 

Tarde para morir joven (2018), de Dominga Sotomayor

Durante el verano de 1990 en Chile, un pequeño grupo de familias vive en una comunidad aislada justo debajo de los Andes, con la libertad emergente que siguió al final de la dictadura. Sofía y Lucas, de 16 años, y Clara, de 10, son vecinos en esta tierra seca en la que se enfrentan a sus padres, los primeros amores y los miedos, mientras preparan una gran fiesta para la víspera de Año Nuevo. Gracias a esta película Sotomayor ganó el premio de mejor dirección en el Festival de Locarno, convirtiéndose en la primera mujer en obtener el galardón.

Tarde para morir joven (Too late to die young) from Compañía de Cine on Vimeo.

 

Alex Winter (2018), de César Demian

Un adolescente solitario, afectado por el abandono de su padre, vive en el campo con su madre, una mujer conflictiva y autoritaria con la que tiene una relación complicada. Al decidir explorar nuevas oportunidades, el chico empeora su condición mental y pierde el control de sus emociones. El primer largometraje de César Damian, que compite en la sección Ahora México (que aglutina a las películas mexicanas más destacadas), presenta una estética interesante, que se puede apreciar en este avance.

 

FICUNAM se realizará del 28 de febrero al 10 de marzo. Todas sus funciones son gratuitas en el Centro Cultural Universitario.




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miércoles, 27 de febrero de 2019

Un diorama contemporáneo

Con la muestra El horizonte es nuestro, el despacho Pedro & Juana trabaja con el dispositivo del diorama como un gesto arquitectónico radical. Este proyecto, que se podrá ver del 7 de marzo al 31 de mayo en Liga, consiste en un diorama que representa un espacio de la Ciudad de México, donde una serie de objetos, a los que el despacho se refiere como las actrices, componen una escena. Estas actrices adoptan nombres escénicos, por ejemplo “Sonido Sonorense”, que representa el sonido de la flauta de un afilador de cuchillos, el vendedor del agua o el camión de la basura; y “Solecito de Tepito”, que alude al calor bochornoso que incrementa cada medio día en los puestos de comida de Tepito. 

Los dioramas han constituido desde su incorporación a los museos en el siglo XIX, un dispositivo museográfico para mostrar espacios a escala en el que se reflejan lugares remotos geográficamente o dislocados en el tiempo. Una mezcla entre arte y ciencia, los dioramas se convirtieron en el primer intento de realidad virtual, a través de la interrelación entre un primer plano y la pintura en fondo curvo.

Pedro & Juana es un estudio fundado en la Ciudad de México por Ana Paula Ruiz Galindo y Mecky Reuss que trabaja en una variedad de proyectos a través de distintas disciplinas. Algunos de sus proyectos más recientes inclyen From the Tropics with Love (2017), intervención en el Museo de Arte Contemporáneo en Chicago (MCA); Dear Randolph (2015), una plaza pública dentro de un interior doméstico para la Bienal de Arquitectura de Chicago de 2015; Pabellón de Hotel Palenque is not in Yucatan (2014), un pabellón dentro de una exposición que sirvió como sede del simposio e Future Curatorial What Not & Study What?  (2012-2015), entre otros.  



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Un diorama contemporáneo

Con la muestra El horizonte es nuestro, el despacho Pedro & Juana trabaja con el dispositivo del diorama como un gesto arquitectónico radical. Este proyecto, que se podrá ver del 7 de marzo al 31 de mayo en Liga, consiste en un diorama que representa un espacio de la Ciudad de México, donde una serie de objetos, a los que el despacho se refiere como las actrices, componen una escena. Estas actrices adoptan nombres escénicos, por ejemplo “Sonido Sonorense”, que representa el sonido de la flauta de un afilador de cuchillos, el vendedor del agua o el camión de la basura; y “Solecito de Tepito”, que alude al calor bochornoso que incrementa cada medio día en los puestos de comida de Tepito. 

Los dioramas han constituido desde su incorporación a los museos en el siglo XIX, un dispositivo museográfico para mostrar espacios a escala en el que se reflejan lugares remotos geográficamente o dislocados en el tiempo. Una mezcla entre arte y ciencia, los dioramas se convirtieron en el primer intento de realidad virtual, a través de la interrelación entre un primer plano y la pintura en fondo curvo.

Pedro & Juana es un estudio fundado en la Ciudad de México por Ana Paula Ruiz Galindo y Mecky Reuss que trabaja en una variedad de proyectos a través de distintas disciplinas. Algunos de sus proyectos más recientes inclyen From the Tropics with Love (2017), intervención en el Museo de Arte Contemporáneo en Chicago (MCA); Dear Randolph (2015), una plaza pública dentro de un interior doméstico para la Bienal de Arquitectura de Chicago de 2015; Pabellón de Hotel Palenque is not in Yucatan (2014), un pabellón dentro de una exposición que sirvió como sede del simposio e Future Curatorial What Not & Study What?  (2012-2015), entre otros.  



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Un receptor de tensiones

“A medida que la televisión llega al final de su ciclo de dominio de los medios de comunicación, los artistas están encontrando resonancias en la forma en que la pantalla chica ha influido la estética contemporánea, que es una parte formativa de nuestra cultura visual general, para jugar con las convenciones del medio como motores dentro de su práctica”, dice Kit Hammonds, curador del Museo Jumex, que organizó la muestra Realidad programada: La vida y el arte en la televisión. Para abordar el impacto de la televisión, la muestra exhibe obras de, entre otros, Bruce Nauman, Nam June Paik, John Waters y James Turrell.

Una de las piezas de la expo llama la atención al retomar la telenovela, un género asociado al consumo y la educación de las clases populares. soy mi madre (2018), del artista visual británico Phil Collins, que por primera vez se muestra en México, retoma aspectos de Las criadas, la obra de teatro de Jean Genet de 1947. La obra audiovisual, en la que participan actrices mexicanas emblemáticas del género –por ejemplo Patricia Reyes Spíndola y Verónica Langer–, cuenta una historia bien conocida, la de una doméstica que soporta las humillaciones de su patrona; ambas están unidas por una relación de trabajo, sí, pero también son familia, aunque la empleadora lo ignore.  

Comisionada por el Museo de Arte de Aspen, soy mi madre está inspirada en la población latina e inmigrante de Colorado, en la que un porcentaje considerable de trabajadores proviene del noroeste de México. La exageración de los diálogos y la gesticulación de los intérpretes en la obra de Collins rezuma humor e ironía. Otra de las aristas de su argumento –la rivalidad por el afecto de un jardinero (al que da vida Tenoch Huerta) entre la señora de la casa, de piel blanca, y otra empleada más joven, de piel morena– da cuenta de las intrincadas relaciones que visibiliza la pieza. Ésta tiene un momento admirable, de meta reflexión, en el que un movimiento de la cámara descubre el registro fílmico, poniendo en crisis la representación.     

Art Soy Mi Madre / Phil Collins from estudio de producción on Vimeo.

“Las telenovelas son productos comerciales que como tales se construyen con base en los intereses y las preocupaciones del público que las consume”, asegura el artista Pablo Helguera, que en 2017 presentó, también en el Jumex, Dramatis Personae: El Instituto de la Telenovela. “Se dice que Valentín Pimstein (al autor de Los ricos también lloran) hacía estudios de mercado literalmente en el mercado, preguntándole a las marchantas qué opinaban de cierta telenovela y qué debería ocurrir con tal o cual personaje. El género de la telenovela, efectivamente, depende de las tensiones que surgen de la interacción entre diferentes clases sociales, utilizando historias románticas al estilo de ‘La Cenicienta’ que superan poéticamente esas divisiones”, agrega el creador.

La obra de Collins recoge de forma audaz la conversación que han generado las películas Roma, La camarista y El ombligo de Guie’dani (que se estrenará en el marco de FICUNAM) sobre el trabajo doméstico. “Roma aborda estos puntos, pero debemos recordar que es producida por Netflix, una de las principales nuevas formas de televisión, y no por una productora tradicional. El tono de soy mi madre es irónico y quizá se debe a que se trata de un punto de vista externo en lugar de uno basado en la memoria personal”, explica Hammonds.  

La obra de Genet muestra a las criadas diseñando castigos para sus empleadores; en soy  mi madre, por otro lado, hay guiños a una práctica típica del melodrama televisivo: el envenenamiento. El antagonismo que plantea la obra del dramaturgo francés encubre pasiones y resentimientos. Fue Claude Chabrol el que mejor ficcionalizó este aspecto en La ceremonia (1995), película que retoma elementos de la obra de Genet, donde la actitud temeraria de las domésticas es tratada con ambigüedad por el realizador.     

El curador considera que al adaptar a Genet a través del estilo de la telenovela, Collins crea una dinámica entre la cultura supuestamente alta, la del teatro moderno, con la baja, asociada a la televisión. soy mi madre, asegura Hammonds, fue un punto clave en el origen del programa de la muestra, ya que los géneros televisivos actuales (que han ido ajustándose a Internet) pueden ser un medio para reflejar preocupaciones sociales y políticas amplias. En la ex Unión Soviética, por ejemplo, el éxito de Los ricos también lloran, apunta Helguera, se atribuye a que los problemas de clase eran un tema tabú en la sociedad rusa que estaba haciendo la transición hacia el post-comunismo.

La desigualdad laboral, social y económica que predomina desde hace décadas en México legitima la existencia no sólo de las telenovelas, también de productos como el reciente reality show de Netflix Made In México, “que sigue la vida de nueve miembros de la alta sociedad de la Ciudad de México”, o la popularización en redes sociales del concepto whitexican, término que engloba a las personas que retoman desde su posición de privilegio aspectos relacionados con la identidad mexicana, por ejemplo el Día de Muertos, las artesanías y los textiles indígenas. Todos estos productos tienen una razón de ser y reflejan los conflictos de clase, raciales y políticos que no han sido resueltos.

“Lo que no se suele tratar es el contexto socioeconómico que subyace, la manera en que las telenovelas y otros productos se convierten en una especie de subconsciente colectivo que refleja nuestras obsesiones, aspiraciones y miedos”, sintetiza Helguera. Justo eso es lo que logra soy mi madre: poner en la mesa el origen de los contenidos que han educado y servido de modelo a múltiples generaciones.


 



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Un receptor de tensiones

“A medida que la televisión llega al final de su ciclo de dominio de los medios de comunicación, los artistas están encontrando resonancias en la forma en que la pantalla chica ha influido la estética contemporánea, que es una parte formativa de nuestra cultura visual general, para jugar con las convenciones del medio como motores dentro de su práctica”, dice Kit Hammonds, curador del Museo Jumex, que organizó la muestra Realidad programada: La vida y el arte en la televisión. Para abordar el impacto de la televisión, la muestra exhibe obras de, entre otros, Bruce Nauman, Nam June Paik, John Waters y James Turrell.

Una de las piezas de la expo llama la atención al retomar la telenovela, un género asociado al consumo y la educación de las clases populares. soy mi madre (2018), del artista visual británico Phil Collins, que por primera vez se muestra en México, retoma aspectos de Las criadas, la obra de teatro de Jean Genet de 1947. La obra audiovisual, en la que participan actrices mexicanas emblemáticas del género –por ejemplo Patricia Reyes Spíndola y Verónica Langer–, cuenta una historia bien conocida, la de una doméstica que soporta las humillaciones de su patrona; ambas están unidas por una relación de trabajo, sí, pero también son familia, aunque la empleadora lo ignore.  

Comisionada por el Museo de Arte de Aspen, soy mi madre está inspirada en la población latina e inmigrante de Colorado, en la que un porcentaje considerable de trabajadores proviene del noroeste de México. La exageración de los diálogos y la gesticulación de los intérpretes en la obra de Collins rezuma humor e ironía. Otra de las aristas de su argumento –la rivalidad por el afecto de un jardinero (al que da vida Tenoch Huerta) entre la señora de la casa, de piel blanca, y otra empleada más joven, de piel morena– da cuenta de las intrincadas relaciones que visibiliza la pieza. Ésta tiene un momento admirable, de meta reflexión, en el que un movimiento de la cámara descubre el registro fílmico, poniendo en crisis la representación.     

Art Soy Mi Madre / Phil Collins from estudio de producción on Vimeo.

“Las telenovelas son productos comerciales que como tales se construyen con base en los intereses y las preocupaciones del público que las consume”, asegura el artista Pablo Helguera, que en 2017 presentó, también en el Jumex, Dramatis Personae: El Instituto de la Telenovela. “Se dice que Valentín Pimstein (al autor de Los ricos también lloran) hacía estudios de mercado literalmente en el mercado, preguntándole a las marchantas qué opinaban de cierta telenovela y qué debería ocurrir con tal o cual personaje. El género de la telenovela, efectivamente, depende de las tensiones que surgen de la interacción entre diferentes clases sociales, utilizando historias románticas al estilo de ‘La Cenicienta’ que superan poéticamente esas divisiones”, agrega el creador.

La obra de Collins recoge de forma audaz la conversación que han generado las películas Roma, La camarista y El ombligo de Guie’dani (que se estrenará en el marco de FICUNAM) sobre el trabajo doméstico. “Roma aborda estos puntos, pero debemos recordar que es producida por Netflix, una de las principales nuevas formas de televisión, y no por una productora tradicional. El tono de soy mi madre es irónico y quizá se debe a que se trata de un punto de vista externo en lugar de uno basado en la memoria personal”, explica Hammonds.  

La obra de Genet muestra a las criadas diseñando castigos para sus empleadores; en soy  mi madre, por otro lado, hay guiños a una práctica típica del melodrama televisivo: el envenenamiento. El antagonismo que plantea la obra del dramaturgo francés encubre pasiones y resentimientos. Fue Claude Chabrol el que mejor ficcionalizó este aspecto en La ceremonia (1995), película que retoma elementos de la obra de Genet, donde la actitud temeraria de las domésticas es tratada con ambigüedad por el realizador.     

El curador considera que al adaptar a Genet a través del estilo de la telenovela, Collins crea una dinámica entre la cultura supuestamente alta, la del teatro moderno, con la baja, asociada a la televisión. soy mi madre, asegura Hammonds, fue un punto clave en el origen del programa de la muestra, ya que los géneros televisivos actuales (que han ido ajustándose a Internet) pueden ser un medio para reflejar preocupaciones sociales y políticas amplias. En la ex Unión Soviética, por ejemplo, el éxito de Los ricos también lloran, apunta Helguera, se atribuye a que los problemas de clase eran un tema tabú en la sociedad rusa que estaba haciendo la transición hacia el post-comunismo.

La desigualdad laboral, social y económica que predomina desde hace décadas en México legitima la existencia no sólo de las telenovelas, también de productos como el reciente reality show de Netflix Made In México, “que sigue la vida de nueve miembros de la alta sociedad de la Ciudad de México”, o la popularización en redes sociales del concepto whitexican, término que engloba a las personas que retoman desde su posición de privilegio aspectos relacionados con la identidad mexicana, por ejemplo el Día de Muertos, las artesanías y los textiles indígenas. Todos estos productos tienen una razón de ser y reflejan los conflictos de clase, raciales y políticos que no han sido resueltos.

“Lo que no se suele tratar es el contexto socioeconómico que subyace, la manera en que las telenovelas y otros productos se convierten en una especie de subconsciente colectivo que refleja nuestras obsesiones, aspiraciones y miedos”, sintetiza Helguera. Justo eso es lo que logra soy mi madre: poner en la mesa el origen de los contenidos que han educado y servido de modelo a múltiples generaciones.  



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Santiago Sierra vuelve a crear polémica

El Ninot, una escultura hiperrealista de Felipe VI, construida en un taller fallero, ha despertado polémica en la feria de arte ARCO Madrid. La pieza, que tiene una altura de 450 cm, es una colaboración entre Santiago Sierra y Eugenio Merino. ¿La condición para adquirir la obra? Que el comprador la queme antes de que pase un año. 

La obra de Sierra y Merino, ambos de nacionalidad española, se puede ver en el stand de la galería Prometeo, que dirige la italiana Ida Pisani. Al hacerse con El Ninot, el comprador está obligado a firmar un contrato que establece que la pieza debe destruirse. Pisani también ha contribuido a la controversia al declarar que de vez en vez la obra se perfuma con la colonia favorita del monarca español.  

El año pasado, también en ARCO Madrid, Sierra presentó Presos políticos en la España Contemporánea, obra que fue retirada de la feria. Al mostrar 24 retratos pixeleados de diversos líderes presos, la propuesta del español no fue bien vista por personas no identificadas que presionaron para que la obra fuera depuesta. 245 Kubikmeter (2006) es otro de los trabajos de Sierra que ha sido condenado por grupos conservadores; la obra consistió en invitar al público a visitar una sinagoga en Alemania que se llenó de gas tóxico; el recorrido por el espacio, que denunció la trivialización del Holocausto, debía hacerse portando una máscara de gas. Merino también es polémico a su manera: en 2016 dio a conocer Damaged Goods, una escultura que representan la cabeza de Trump dentro de una caja con la advertencia de “producto peligroso”.

Arco Madrid, que hoy inicia sus actividades, se desarrollará hasta el 3 de marzo.

Imagen – ‘El Ninot’, una escultura de más de cuatro metros de altura



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Santiago Sierra vuelve a crear polémica

El Ninot, una escultura hiperrealista de Felipe VI, construida en un taller fallero, ha despertado polémica en la feria de arte ARCO Madrid. La pieza, que tiene una altura de 450 cm, es una colaboración entre Santiago Sierra y Eugenio Merino. ¿La condición para adquirir la obra? Que el comprador la queme antes de que pase un año. 

La obra de Sierra y Merino, ambos de nacionalidad española, se puede ver en el stand de la galería Prometeo, que dirige la italiana Ida Pisani. Al hacerse con El Ninot, el comprador está obligado a firmar un contrato que establece que la pieza debe destruirse. Pisani también ha contribuido a la controversia al declarar que de vez en vez la obra se perfuma con la colonia favorita del monarca español.  

El año pasado, también en ARCO Madrid, Sierra presentó Presos políticos en la España Contemporánea, obra que fue retirada de la feria. Al mostrar 24 retratos pixeleados de diversos líderes presos, la propuesta del español no fue bien vista por personas no identificadas que presionaron para que la obra fuera depuesta. 245 Kubikmeter (2006) es otro de los trabajos de Sierra que ha sido condenado por grupos conservadores; la obra consistió en invitar al público a visitar una sinagoga en Alemania que se llenó de gas tóxico; el recorrido por el espacio, que denunció la trivialización del Holocausto, debía hacerse portando una máscara de gas. Merino también es polémico a su manera: en 2016 dio a conocer Damaged Goods, una escultura que representan la cabeza de Trump dentro de una caja con la advertencia de “producto peligroso”.

Arco Madrid, que hoy inicia sus actividades, se desarrollará hasta el 3 de marzo.

Imagen – ‘El Ninot’, una escultura de más de cuatro metros de altura



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martes, 26 de febrero de 2019

Poéticas del riesgo

“Poéticas del riesgo” es el nombre de la XXX sesión de la Cátedra Ingmar Bergman, que se realizará en el marco de la novena edición de FICUNAM. A través de conferencias, clases magistrales, foros y mesas de discusión, se invita al público a cuestionar y discrepar de los cánones comerciales, así como a pensar el mundo desde sus bordes. Pere Portabella, Dominga Sotomayor, Lluís Miñarro, Ulrich Köhler y Mariano Llinás son los creadores que participarán en la sesión.

El 2 de marzo a las 12:00 horas se realizará la videoconferencia “Pere Portabella: Voluntad, forma y discurso”, en el Auditorio del MUAC. Portabella, cuyo cine es objeto de una retrospectiva por parte de FICUNAM, ha mantenido un compromiso político al revisar a través de su obra la historia de España y Europa.

Al día siguiente a las 11:00 horas, en el marco del Foro de la Crítica Permanente, se llevará a cabo la charla “El cine como palabra errante” –acerca del prejuicio sobre el uso extensivo de la oralidad en el lenguaje cinematográfico–, que contará con la participación de los críticos Adriana Bellamy (México), Olaf Möller (Alemania), Carlota Moseguí (España) y la realizadora chilena Dominga Sotomayor, cuyo filme Tarde para morir joven es parte de la programación del festival. Ese mismo día, a las 13:00 horas, los críticos Alonso Díaz de la Vega (México) y Jennifer Barker (Estados Unidos), por otro lado, dialogarán con la mexicana Iria Gómez, que fundó la productora Ciudad Cinema, y el español Lluís Miñarro (director de Love me not, que forma parte de la Competencia Internacional); el tema a debatir es “Realización y crítica: La escritura como reinterpretación”. Ambas charlas serán moderadas por Rafael Guilhem, crítico de cine. 

El alemán Ulrich Köhler, cuyo trabajo también es motivo de una retrospectiva, ofrecerá una conferencia magistral acerca del colonialismo europeo, la desigualdad y el desconcierto en el mundo contemporáneo, temas clave de su cine. El creador platicará con el crítico Luis Rivera, también en el Auditorio del MUAC, el 4 de marzo a las 17:00 horas.

El 5 de marzo, finalmente, Mariano Llinás detallará el proceso creativo de La flor, su película episódica de catorce horas de duración, que también forma parte de FICUNAM. La presentación correrá a cargo de la crítica Arantxa Luna; la cita es a las 11:00 horas.

Todas las actividades de la Cátedra Bergman son gratuitas, previo registro.

El Festival Internacional de Cine de la UNAM se realizará del 28 de febrero al 10 de marzo.



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Poéticas del riesgo

“Poéticas del riesgo” es el nombre de la XXX sesión de la Cátedra Ingmar Bergman, que se realizará en el marco de la novena edición de FICUNAM. A través de conferencias, clases magistrales, foros y mesas de discusión, se invita al público a cuestionar y discrepar de los cánones comerciales, así como a pensar el mundo desde sus bordes. Pere Portabella, Dominga Sotomayor, Lluís Miñarro, Ulrich Köhler y Mariano Llinás son los creadores que participarán en la sesión.

El 2 de marzo a las 12:00 horas se realizará la videoconferencia “Pere Portabella: Voluntad, forma y discurso”, en el Auditorio del MUAC. Portabella, cuyo cine es objeto de una retrospectiva por parte de FICUNAM, ha mantenido un compromiso político al revisar a través de su obra la historia de España y Europa.

Al día siguiente a las 11:00 horas, en el marco del Foro de la Crítica Permanente, se llevará a cabo la charla “El cine como palabra errante” –acerca del prejuicio sobre el uso extensivo de la oralidad en el lenguaje cinematográfico–, que contará con la participación de los críticos Adriana Bellamy (México), Olaf Möller (Alemania), Carlota Moseguí (España) y la realizadora chilena Dominga Sotomayor, cuyo filme Tarde para morir joven es parte de la programación del festival. Ese mismo día, a las 13:00 horas, los críticos Alonso Díaz de la Vega (México) y Jennifer Barker (Estados Unidos), por otro lado, dialogarán con la mexicana Iria Gómez, que fundó la productora Ciudad Cinema, y el español Lluís Miñarro (director de Love me not, que forma parte de la Competencia Internacional); el tema a debatir es “Realización y crítica: La escritura como reinterpretación”. Ambas charlas serán moderadas por Rafael Guilhem, crítico de cine. 

El alemán Ulrich Köhler, cuyo trabajo también es motivo de una retrospectiva, ofrecerá una conferencia magistral acerca del colonialismo europeo, la desigualdad y el desconcierto en el mundo contemporáneo, temas clave de su cine. El creador platicará con el crítico Luis Rivera, también en el Auditorio del MUAC, el 4 de marzo a las 17:00 horas.

El 5 de marzo, finalmente, Mariano Llinás detallará el proceso creativo de La flor, su película episódica de catorce horas de duración, que también forma parte de FICUNAM. La presentación correrá a cargo de la crítica Arantxa Luna; la cita es a las 11:00 horas.

Todas las actividades de la Cátedra Bergman son gratuitas, previo registro.

El Festival Internacional de Cine de la UNAM se realizará del 28 de febrero al 10 de marzo.



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Ya viene La Lonja MX

Con la intención de mostrar lo mejor del diseño en México llega la nueva edición de La Lonja MX, mercado itinerante que promueve la cultura contemporánea, que se realizará el 2 y 3 de marzo en el Parque Lincoln, el primer parque que se diseñó para la colonia Polanco.

Al reunir a los mejores diseñadores y productores de México, La Lonja presenta tendencias, propuestas, ideologías, movimientos y procesos creativos que de otra manera resultaría difícil conocer. El mercado ofrece una experiencia única en un espacio donde los diseñadores y productores venden directamente. Además del mejor diseño, presenta una amplia propuesta gastronómica que invita al público a disfrutar y acercarse a la cultura creativa.

El mercado de La Lonja, cuya principal ventaja es que ha creado una red de diseñadores, contará esta ocasión con la participación de marcas de accesorios –por ejemplo Armadillo Stores, La Regia, Nomadict–, belleza –Basata, Evie, Pai Pai–, joyería –Hearthoney, Jacobo Toledo–, mobiliario –Rituales Contemporáneos–, moda –Atrio, María Céspedes, Pay’s y Trinidad Cuesta– y objetos –Alicia D’Core, Barroko Tropical, Canuto, Fervor, Ediciones Tecolote y Taller de Obsidiana.

Aquí, más info de los expositores



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Ya viene La Lonja MX

Con la intención de mostrar lo mejor del diseño en México llega la nueva edición de La Lonja MX, mercado itinerante que promueve la cultura contemporánea, que se realizará el 2 y 3 de marzo en el Parque Lincoln, el primer parque que se diseñó para la colonia Polanco.

Al reunir a los mejores diseñadores y productores de México, La Lonja presenta tendencias, propuestas, ideologías, movimientos y procesos creativos que de otra manera resultaría difícil conocer. El mercado ofrece una experiencia única en un espacio donde los diseñadores y productores venden directamente. Además del mejor diseño, presenta una amplia propuesta gastronómica que invita al público a disfrutar y acercarse a la cultura creativa.

El mercado de La Lonja, cuya principal ventaja es que ha creado una red de diseñadores, contará esta ocasión con la participación de marcas de accesorios –por ejemplo Armadillo Stores, La Regia, Nomadict–, belleza –Basata, Evie, Pai Pai–, joyería –Hearthoney, Jacobo Toledo–, mobiliario –Rituales Contemporáneos–, moda –Atrio, María Céspedes, Pay’s y Trinidad Cuesta– y objetos –Alicia D’Core, Barroko Tropical, Canuto, Fervor, Ediciones Tecolote y Taller de Obsidiana.

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lunes, 25 de febrero de 2019

Mark Hollis: olfato de pirómano

Hasta mediados de los ochenta la carrera de Talk Talk estaba destinada a gravitar alrededor de la estética del synthpop. Con su primer álbum, The Party’s Over (1982), tuvieron dos sencillos relativamente exitosos: “Today” y “Talk Talk”, y su siguiente disco, It’s My Life (1984), contiene sus canciones más célebres, la que titula el álbum y “Such a Shame”. Hasta la fecha, la agrupación liderada por Mark Hollis es recordada mayormente por estos temas. Los discos fueron producidos por Colin Thurston quien, además de haber trabajado con David Bowie e Iggy Pop a finales de los setenta (en álbumes importantísimos como Heroes y Lust for Life), configuró en gran parte el sonido del pop británico de la época. Produjo, entre otros, Reproduction (1979) de The Human League, el disco debut homónimo de Duran Duran (1981) o The Fury (1985) de Gary Numan. Es decir, trabajos de excelente manufactura pero que difícilmente superaban, o siquiera pretendían distanciarse, de los códigos de la canción pop. Contenían una estética particular que, sin embargo, solía agotarse en sus propios gestos. Se trataba, además, de una música que aunque no era frívola era exitosa, radiable, con un lugar establecido en la industria musical.

En este contexto, la publicación de The Colour of Spring en 1986 supone un primer asomo hacia lo que en este dossier se ha denominado “abismo”: una apuesta súbita, desde un lugar de seguridad, por un territorio de dimensiones (musicales) ignotas. Ya desde el inicio, con el corte “Happiness is Easy”, se percibe el primer giro que distanciaría a Hollis de los terrenos del synthpop: la mayoría de los instrumentos son acústicos, lo que aquí no es poca cosa, pues significa una mutación casi completa de su lógica sonora (las características, hasta cierto punto limitadas, de los sintetizadores definían el timbre e incluso el ritmo del género; más adelante, Hollis aduciría su uso a las precarias condiciones económicas de los inicios de su carrera). Antes del minuto se muestran ya todas las barajas, se despeja la incógnita sólo para adentrarse en un misterio mayor: el ritmo admite síncopas, la textura de las cuerdas del contrabajo o la guitarra acústica son explícitas, hay incluso un coro infantil, siniestro, que recuerda, por supuesto, a “Another Brick In The Wall” de Pink Floyd, pero que aquí suena inoperante, improvisado, casi desganado. “April 5th” o “Chameleon Day” se adentran en atmósferas intimistas y prefiguran la distensión temporal en la que la agrupación profundizaría en los siguientes años, así como la transición hacia el corte final “Time It’s Time” prefigura el encadenamiento conceptual de las canciones en sus últimos álbumes. Sin embargo, con The Colour of Spring (influido por el trabajo del grupo alemán Can, principalmente por su álbum Tago Mago de 1971) ocurrió algo inesperado y de consecuencias paradójicas: fue un gran éxito comercial, principalmente por el sencillo “Life’s What You Make It”. Las ganancias que generó el álbum entusiasmaron tanto a emi que otorgaron a Hollis completa libertad financiera para explorar los caminos artísticos que decidiera. Ese fue el principal error del sello discográfico. Y la principal fortuna para el resto del mundo.

Hollis, que además de Can había confesado la influencia de músicos tan disímiles como Miles Davis, Béla Bartók, Otis Redding o Burt Bacharach, casi como una provocación para las coordenadas del pop en boga, estaba por adentrarse en un túnel. Se distanciaría de la inanición de la industria, como ha resumido Alan McGee, a través de la “locura”. Hollis, detalla el columnista de The Guardian, procedería a grabar su obra maestra, Spirit of Eden (1988), mayormente a partir de sesiones improvisadas. Su conclusión tomaría más de un año. Los músicos invitados, más de catorce, además de Lee Harris en la batería y Paul Webb en el bajo, eran adentrados en una iglesia abandonada con un ambiente preparado por Harris para desorientar sus nociones espaciotemporales. A veces luces tenues, a veces luces estroboscópicas, a veces total oscuridad, como resumiría el ingeniero de audio Phil Brown. Las sesiones se alargaban por horas. Y si la anécdota suena a mera extravagancia de músico pop, luego mitificada por la crítica y la audiencia, el resultado sonoro confirmaría que la desorientación buscada tenía alcances más amplios. No sólo de método, sino estéticos.

Las canciones de Spirit of Eden se dilatan hasta el punto de la tensión, y mediante recursos como el feedback de las guitarras, cada tanto, se rompen o, en ocasiones, construyen una estructura más cercana al rock, pero sin sus corsés. La voz de barítono de Hollis se escucha por momentos sosegada, por momentos inquietante. Igualmente el entorno: es oscuro, pero de una especie de oscuridad plácida, envolvente. Los cortes (seis en total, que se alargan por más de 40 minutos) son meras marcas, puntos de referencia para un paisaje que lucha por difuminarlos. Por supuesto, Hollis decidió no publicar ningún sencillo, aunque emi lanzó “I Believe In You” sin su consentimiento, lo que sería el inicio de un conflicto sin solución. El intento de promoción, de cualquier forma, resultó inútil: la canción, de más de seis minutos, no era en absoluto accesible. Además, Talk Talk decidió no dar conciertos porque, de acuerdo con el cantante, hubiera resultado imposible recrear las condiciones de creación del álbum, lo que también evidenciaba las largas horas de postproducción a las que fue sometido, como si se tratara de una sesión de ensamblaje. Un crítico de la época afirmaría: “es el tipo de disco que alienta a la gente de mercadotencia a suicidarse”, pero no hay que confundirse: para 1988 ya se habían editados obras mucho más arriesgadas. La cuestión aquí residía en que Spirit of Eden representaba un salto (a las alturas, desde una perspectiva artística; al vacío, desde una perspectiva comercial) y no una inmersión o una construcción gradual. Una agrupación que bien podía continuar equilibrando, desde una zona confortable, ciertos gestos experimentales en un entorno pop, decide recomenzar desde las penumbras. No es un caso único, evidentemente. Tan sólo en su órbita podemos citar, veinte años antes, nada menos que a The Beatles, o veinte años después a Radiohead (Thom Yorke confesó su afición por Talk Talk durante la concepción de Kid A). Pero ambos casos, curiosamente, terminaron por generar un culto aún mayor por las agrupaciones –y por aumentar sus cuentas bancarias. Coincidentemente, The Beatles dejarían de dar conciertos al tiempo que comenzaron su etapa más experimental por las mismas razones: las obras se concebían enteramente en el estudio, con capas y capas de postproducción. (Por otra parte, y haciendo un apunte al paso, el caso de Hollis me recuerda al de Federico Moura, cantante de Virus, interrumpido por su temprana muerte en… 1988. ¿A qué abismos se habría asomado el músico argentino? Sólo se puede especular.) Seguramente el caso más similar, aunque no tan súbito, sea el de Scott Walker, del que ya se ha hablado en esta revista.

Una de las cuestiones más interesantes que generó Spirit of Eden fue la respuesta de su sello discográfico: impedidos de escuchar un sólo pasaje del álbum hasta su mezcla final, emi terminaría por demandar a la agrupación por ser “deliberadamente oscura y poco comercial”. La demanda sería descartada por la corte, pero sentaría un precedente por el que algunas compañías incluirían una cláusula para exigir a los artistas que sus grabaciones fueran de “naturaleza comercialmente satisfactoria” (?). De esa magnitud fue el quiebre. Talk Talk terminaría por firmar con Polydor, donde publicaría su último disco, Laughing Stock (1991), y donde Mark Hollis editaría su homónimo álbum solista, en 1998, su obra final. Ambos transitarían por las mismas sendas abiertas por Spirit of Eden porque, simplemente, ya no había vuelta atrás. A partir de entonces Hollis guardaría un silencio que dura hasta la fecha: a partir de los 43 años, en lo que pudo representar el pico de su carrera, el británico decidió no componer más o, por lo menos, no publicar más sus composiciones. “A New Jerusalem” es, hasta la fecha, su último tema conocido. ¿Por qué? ¿A qué podemos atribuir tanto su salto abrupto como su silencio extendido?

Aunque Hollis ha aducido cuestiones familiares o discreción pública, pueden ensayarse respuestas de mayor hondura. Primero habría que problematizar aquella imagen de la repentina “locura” del autor. Es efectista y, por lo tanto, no alcanza a dar cuenta de la probable complejidad del proceso. Hollis, más que desde un arrebato de insensatez, parece trabajar desde una fría mirada estratégica. Cada uno de los tres primeros discos representa un paso (o varios) para tantear el terreno. Cuando Hollis reconoce que se encuentra en una zona estable del risco, juega su carta definitiva. No se puede saltar tan alto desde un terreno pantanoso. Es una apuesta que podría parecer irracional, pero que está precedida por un método intuitivo de gran inteligencia: valerse de los recursos de la industria, parasitarla, para entregar una obra de profundidad artística.

Por supuesto, no creemos que fuera un plan trazado de antemano por Talk Talk sino, a partir del curso de los acontecimientos, el descubrimiento de una oportunidad. Hollis tuvo, como decía Lyotard en un contexto político, olfato de pirómano para distinguir las chispas que surgían dispersas, y apenas visibles, aquí y allá. Si nos deshacemos de la figura del “loco” podemos, además, revalorizar su obra temprana, como si la larga sombra posterior fuera retroactiva y oscureciera su camino entero. Las semillas del fruto ya estaban malditas. El largo y romántico silencio que mantiene Hollis (¿no le inquietará, aunque sea un poco, reclamar su lugar fundacional después del surgimiento de bandas como Godspeed You! Black Emperor, Tortoise o Sigur Rós?) sólo agrega sombras, negro sobre negro, a su hermoso óleo de penumbras.

Publicado en La Tempestad 116 (noviembre de 2016)



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Mark Hollis: olfato de pirómano

Hasta mediados de los ochenta la carrera de Talk Talk estaba destinada a gravitar alrededor de la estética del synthpop. Con su primer álbum, The Party’s Over (1982), tuvieron dos sencillos relativamente exitosos: “Today” y “Talk Talk”, y su siguiente disco, It’s My Life (1984), contiene sus canciones más célebres, la que titula el álbum y “Such a Shame”. Hasta la fecha, la agrupación liderada por Mark Hollis es recordada mayormente por estos temas. Los discos fueron producidos por Colin Thurston quien, además de haber trabajado con David Bowie e Iggy Pop a finales de los setenta (en álbumes importantísimos como Heroes y Lust for Life), configuró en gran parte el sonido del pop británico de la época. Produjo, entre otros, Reproduction (1979) de The Human League, el disco debut homónimo de Duran Duran (1981) o The Fury (1985) de Gary Numan. Es decir, trabajos de excelente manufactura pero que difícilmente superaban, o siquiera pretendían distanciarse, de los códigos de la canción pop. Contenían una estética particular que, sin embargo, solía agotarse en sus propios gestos. Se trataba, además, de una música que aunque no era frívola era exitosa, radiable, con un lugar establecido en la industria musical.

En este contexto, la publicación de The Colour of Spring en 1986 supone un primer asomo hacia lo que en este dossier se ha denominado “abismo”: una apuesta súbita, desde un lugar de seguridad, por un territorio de dimensiones (musicales) ignotas. Ya desde el inicio, con el corte “Happiness is Easy”, se percibe el primer giro que distanciaría a Hollis de los terrenos del synthpop: la mayoría de los instrumentos son acústicos, lo que aquí no es poca cosa, pues significa una mutación casi completa de su lógica sonora (las características, hasta cierto punto limitadas, de los sintetizadores definían el timbre e incluso el ritmo del género; más adelante, Hollis aduciría su uso a las precarias condiciones económicas de los inicios de su carrera). Antes del minuto se muestran ya todas las barajas, se despeja la incógnita sólo para adentrarse en un misterio mayor: el ritmo admite síncopas, la textura de las cuerdas del contrabajo o la guitarra acústica son explícitas, hay incluso un coro infantil, siniestro, que recuerda, por supuesto, a “Another Brick In The Wall” de Pink Floyd, pero que aquí suena inoperante, improvisado, casi desganado. “April 5th” o “Chameleon Day” se adentran en atmósferas intimistas y prefiguran la distensión temporal en la que la agrupación profundizaría en los siguientes años, así como la transición hacia el corte final “Time It’s Time” prefigura el encadenamiento conceptual de las canciones en sus últimos álbumes. Sin embargo, con The Colour of Spring (influido por el trabajo del grupo alemán Can, principalmente por su álbum Tago Mago de 1971) ocurrió algo inesperado y de consecuencias paradójicas: fue un gran éxito comercial, principalmente por el sencillo “Life’s What You Make It”. Las ganancias que generó el álbum entusiasmaron tanto a emi que otorgaron a Hollis completa libertad financiera para explorar los caminos artísticos que decidiera. Ese fue el principal error del sello discográfico. Y la principal fortuna para el resto del mundo.

Hollis, que además de Can había confesado la influencia de músicos tan disímiles como Miles Davis, Béla Bartók, Otis Redding o Burt Bacharach, casi como una provocación para las coordenadas del pop en boga, estaba por adentrarse en un túnel. Se distanciaría de la inanición de la industria, como ha resumido Alan McGee, a través de la “locura”. Hollis, detalla el columnista de The Guardian, procedería a grabar su obra maestra, Spirit of Eden (1988), mayormente a partir de sesiones improvisadas. Su conclusión tomaría más de un año. Los músicos invitados, más de catorce, además de Lee Harris en la batería y Paul Webb en el bajo, eran adentrados en una iglesia abandonada con un ambiente preparado por Harris para desorientar sus nociones espaciotemporales. A veces luces tenues, a veces luces estroboscópicas, a veces total oscuridad, como resumiría el ingeniero de audio Phil Brown. Las sesiones se alargaban por horas. Y si la anécdota suena a mera extravagancia de músico pop, luego mitificada por la crítica y la audiencia, el resultado sonoro confirmaría que la desorientación buscada tenía alcances más amplios. No sólo de método, sino estéticos.

Las canciones de Spirit of Eden se dilatan hasta el punto de la tensión, y mediante recursos como el feedback de las guitarras, cada tanto, se rompen o, en ocasiones, construyen una estructura más cercana al rock, pero sin sus corsés. La voz de barítono de Hollis se escucha por momentos sosegada, por momentos inquietante. Igualmente el entorno: es oscuro, pero de una especie de oscuridad plácida, envolvente. Los cortes (seis en total, que se alargan por más de 40 minutos) son meras marcas, puntos de referencia para un paisaje que lucha por difuminarlos. Por supuesto, Hollis decidió no publicar ningún sencillo, aunque emi lanzó “I Believe In You” sin su consentimiento, lo que sería el inicio de un conflicto sin solución. El intento de promoción, de cualquier forma, resultó inútil: la canción, de más de seis minutos, no era en absoluto accesible. Además, Talk Talk decidió no dar conciertos porque, de acuerdo con el cantante, hubiera resultado imposible recrear las condiciones de creación del álbum, lo que también evidenciaba las largas horas de postproducción a las que fue sometido, como si se tratara de una sesión de ensamblaje. Un crítico de la época afirmaría: “es el tipo de disco que alienta a la gente de mercadotencia a suicidarse”, pero no hay que confundirse: para 1988 ya se habían editados obras mucho más arriesgadas. La cuestión aquí residía en que Spirit of Eden representaba un salto (a las alturas, desde una perspectiva artística; al vacío, desde una perspectiva comercial) y no una inmersión o una construcción gradual. Una agrupación que bien podía continuar equilibrando, desde una zona confortable, ciertos gestos experimentales en un entorno pop, decide recomenzar desde las penumbras. No es un caso único, evidentemente. Tan sólo en su órbita podemos citar, veinte años antes, nada menos que a The Beatles, o veinte años después a Radiohead (Thom Yorke confesó su afición por Talk Talk durante la concepción de Kid A). Pero ambos casos, curiosamente, terminaron por generar un culto aún mayor por las agrupaciones –y por aumentar sus cuentas bancarias. Coincidentemente, The Beatles dejarían de dar conciertos al tiempo que comenzaron su etapa más experimental por las mismas razones: las obras se concebían enteramente en el estudio, con capas y capas de postproducción. (Por otra parte, y haciendo un apunte al paso, el caso de Hollis me recuerda al de Federico Moura, cantante de Virus, interrumpido por su temprana muerte en… 1988. ¿A qué abismos se habría asomado el músico argentino? Sólo se puede especular.) Seguramente el caso más similar, aunque no tan súbito, sea el de Scott Walker, del que ya se ha hablado en esta revista.

Una de las cuestiones más interesantes que generó Spirit of Eden fue la respuesta de su sello discográfico: impedidos de escuchar un sólo pasaje del álbum hasta su mezcla final, emi terminaría por demandar a la agrupación por ser “deliberadamente oscura y poco comercial”. La demanda sería descartada por la corte, pero sentaría un precedente por el que algunas compañías incluirían una cláusula para exigir a los artistas que sus grabaciones fueran de “naturaleza comercialmente satisfactoria” (?). De esa magnitud fue el quiebre. Talk Talk terminaría por firmar con Polydor, donde publicaría su último disco, Laughing Stock (1991), y donde Mark Hollis editaría su homónimo álbum solista, en 1998, su obra final. Ambos transitarían por las mismas sendas abiertas por Spirit of Eden porque, simplemente, ya no había vuelta atrás. A partir de entonces Hollis guardaría un silencio que dura hasta la fecha: a partir de los 43 años, en lo que pudo representar el pico de su carrera, el británico decidió no componer más o, por lo menos, no publicar más sus composiciones. “A New Jerusalem” es, hasta la fecha, su último tema conocido. ¿Por qué? ¿A qué podemos atribuir tanto su salto abrupto como su silencio extendido?

Aunque Hollis ha aducido cuestiones familiares o discreción pública, pueden ensayarse respuestas de mayor hondura. Primero habría que problematizar aquella imagen de la repentina “locura” del autor. Es efectista y, por lo tanto, no alcanza a dar cuenta de la probable complejidad del proceso. Hollis, más que desde un arrebato de insensatez, parece trabajar desde una fría mirada estratégica. Cada uno de los tres primeros discos representa un paso (o varios) para tantear el terreno. Cuando Hollis reconoce que se encuentra en una zona estable del risco, juega su carta definitiva. No se puede saltar tan alto desde un terreno pantanoso. Es una apuesta que podría parecer irracional, pero que está precedida por un método intuitivo de gran inteligencia: valerse de los recursos de la industria, parasitarla, para entregar una obra de profundidad artística.

Por supuesto, no creemos que fuera un plan trazado de antemano por Talk Talk sino, a partir del curso de los acontecimientos, el descubrimiento de una oportunidad. Hollis tuvo, como decía Lyotard en un contexto político, olfato de pirómano para distinguir las chispas que surgían dispersas, y apenas visibles, aquí y allá. Si nos deshacemos de la figura del “loco” podemos, además, revalorizar su obra temprana, como si la larga sombra posterior fuera retroactiva y oscureciera su camino entero. Las semillas del fruto ya estaban malditas. El largo y romántico silencio que mantiene Hollis (¿no le inquietará, aunque sea un poco, reclamar su lugar fundacional después del surgimiento de bandas como Godspeed You! Black Emperor, Tortoise o Sigur Rós?) sólo agrega sombras, negro sobre negro, a su hermoso óleo de penumbras.

Publicado en La Tempestad 116 (noviembre de 2016)



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Hacia un público militante

Al margen de la naturaleza de las iniciativas culturales, la cuestión es, siempre, cómo garantizar su viabilidad, es decir, cómo generar condiciones para que aquellos que producen cultura puedan vivir dignamente de lo que hacen. Y seguir haciéndolo. La eterna dependencia de fondos públicos y privados, de becas y donativos, la especialización en el llenado de solicitudes antes que en la construcción de modelos de rentabilidad (que permitan realizar otros proyectos) y la precarización de las condiciones laborales se explican por una figura que, a pesar de su centralidad, pareciera no tener un papel activo en el desarrollo de las artes: el público. ¿Qué pasaría si asumiera una posición militante?

La religión neoliberal señala que un producto sin mercado no tiene razón de ser, ignorando convenientemente que las ideas y las formas innovadoras, que en un inicio resultan ilegibles para el gran público, terminan con los años sirviendo de “inspiración” a la industria del entretenimiento y, no pocas veces, a prácticas mercadológicas, políticas o incluso empresariales. Es decir, a los expertos en movilizar voluntades y carteras. La implicación de lectores, espectadores, usuarios y oyentes no sólo garantizaría la viabilidad de los productos culturales: protegería su autonomía ante los poderes económico y político.

Pensemos en dos casos recientes, ambos paradójicos pues se trata de iniciativas subsidiadas. El primero, FilminLatino, un servicio de streaming de cine de autor que, en el país, opera gracias a una alianza con el Instituto Mexicano de Cinematografía. Al comenzar la nueva administración se rumoró que la plataforma desaparecería, pues resultaba onerosa. Rápidamente surgieron voces demandando que FilminLatino continuara porque se trata de la única vía para acceder legalmente a ciertas películas. Como es obvio, el conato de cancelación no habría ocurrido si, previamente, la masa de hipotéticos afectados hubiera pagado mensualmente la cuota de 69 pesos. El otro caso, de naturaleza distinta, es la revista Crítica, editada hasta hace poco por la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Si bien no fue cancelada, su director tiró la toalla luego de años de indiferencia de la institución, con lo que se clausuraron cuatro décadas de reflexión sobre la literatura. ¿Qué habría sido de Crítica si, antes de llorar el fin de la publicación, un grupo importante de lectores la hubiera comprado por 50 pesos al bimestre?

La lección es evidente: para no depender de las pocas personas que deciden el destino de los fondos públicos y privados, los proyectos culturales deben formar comunidades comprometidas y activas. Es indispensable, en ese sentido, la aparición de públicos militantes que, mientras financian las iniciativas que los interpelan –en la medida de sus posibilidades–, ayudan a modelar la oferta artística, con exigencia y apertura. Mientras no cambien las reglas del juego, el voto de confianza se otorga pagando por un libro, un disco, una publicación, asistiendo a un concierto, una exposición, una película. La incidencia de los espectadores y lectores es enorme, pero será incalculable cuando tomen conciencia de su papel: demostrar al mercado que el riesgo y la innovación creativos son redituables. La cultura de la gratuidad impulsada por las dinámicas de Internet es evidentemente atractiva, pero muchas veces ignora que si el financiamiento de un proyecto cultural no proviene de los casi siempre insuficientes fondos públicos o privados –becas, donativos, publicidad– y va directamente a quienes invierten su fuerza de trabajo, los únicos beneficiarios son Facebook y Google. Es hora de los públicos se dejen oír.



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Hacia un público militante

Al margen de la naturaleza de las iniciativas culturales, la cuestión es, siempre, cómo garantizar su viabilidad, es decir, cómo generar condiciones para que aquellos que producen cultura puedan vivir dignamente de lo que hacen. Y seguir haciéndolo. La eterna dependencia de fondos públicos y privados, de becas y donativos, la especialización en el llenado de solicitudes antes que en la construcción de modelos de rentabilidad (que permitan realizar otros proyectos) y la precarización de las condiciones laborales se explican por una figura que, a pesar de su centralidad, pareciera no tener un papel activo en el desarrollo de las artes: el público. ¿Qué pasaría si asumiera una posición militante?

La religión neoliberal señala que un producto sin mercado no tiene razón de ser, ignorando convenientemente que las ideas y las formas innovadoras, que en un inicio resultan ilegibles para el gran público, terminan con los años sirviendo de “inspiración” a la industria del entretenimiento y, no pocas veces, a prácticas mercadológicas, políticas o incluso empresariales. Es decir, a los expertos en movilizar voluntades y carteras. La implicación de lectores, espectadores, usuarios y oyentes no sólo garantizaría la viabilidad de los productos culturales: protegería su autonomía ante los poderes económico y político.

Pensemos en dos casos recientes, ambos paradójicos pues se trata de iniciativas subsidiadas. El primero, FilminLatino, un servicio de streaming de cine de autor que, en el país, opera gracias a una alianza con el Instituto Mexicano de Cinematografía. Al comenzar la nueva administración se rumoró que la plataforma desaparecería, pues resultaba onerosa. Rápidamente surgieron voces demandando que FilminLatino continuara porque se trata de la única vía para acceder legalmente a ciertas películas. Como es obvio, el conato de cancelación no habría ocurrido si, previamente, la masa de hipotéticos afectados hubiera pagado mensualmente la cuota de 69 pesos. El otro caso, de naturaleza distinta, es la revista Crítica, editada hasta hace poco por la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Si bien no fue cancelada, su director tiró la toalla luego de años de indiferencia de la institución, con lo que se clausuraron cuatro décadas de reflexión sobre la literatura. ¿Qué habría sido de Crítica si, antes de llorar el fin de la publicación, un grupo importante de lectores la hubiera comprado por 50 pesos al bimestre?

La lección es evidente: para no depender de las pocas personas que deciden el destino de los fondos públicos y privados, los proyectos culturales deben formar comunidades comprometidas y activas. Es indispensable, en ese sentido, la aparición de públicos militantes que, mientras financian las iniciativas que los interpelan –en la medida de sus posibilidades–, ayudan a modelar la oferta artística, con exigencia y apertura. Mientras no cambien las reglas del juego, el voto de confianza se otorga pagando por un libro, un disco, una publicación, asistiendo a un concierto, una exposición, una película. La incidencia de los espectadores y lectores es enorme, pero será incalculable cuando tomen conciencia de su papel: demostrar al mercado que el riesgo y la innovación creativos son redituables. La cultura de la gratuidad impulsada por las dinámicas de Internet es evidentemente atractiva, pero muchas veces ignora que si el financiamiento de un proyecto cultural no proviene de los casi siempre insuficientes fondos públicos o privados –becas, donativos, publicidad– y va directamente a quienes invierten su fuerza de trabajo, los únicos beneficiarios son Facebook y Google. Es hora de los públicos se dejen oír.



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