miércoles, 27 de febrero de 2019

Un receptor de tensiones

“A medida que la televisión llega al final de su ciclo de dominio de los medios de comunicación, los artistas están encontrando resonancias en la forma en que la pantalla chica ha influido la estética contemporánea, que es una parte formativa de nuestra cultura visual general, para jugar con las convenciones del medio como motores dentro de su práctica”, dice Kit Hammonds, curador del Museo Jumex, que organizó la muestra Realidad programada: La vida y el arte en la televisión. Para abordar el impacto de la televisión, la muestra exhibe obras de, entre otros, Bruce Nauman, Nam June Paik, John Waters y James Turrell.

Una de las piezas de la expo llama la atención al retomar la telenovela, un género asociado al consumo y la educación de las clases populares. soy mi madre (2018), del artista visual británico Phil Collins, que por primera vez se muestra en México, retoma aspectos de Las criadas, la obra de teatro de Jean Genet de 1947. La obra audiovisual, en la que participan actrices mexicanas emblemáticas del género –por ejemplo Patricia Reyes Spíndola y Verónica Langer–, cuenta una historia bien conocida, la de una doméstica que soporta las humillaciones de su patrona; ambas están unidas por una relación de trabajo, sí, pero también son familia, aunque la empleadora lo ignore.  

Comisionada por el Museo de Arte de Aspen, soy mi madre está inspirada en la población latina e inmigrante de Colorado, en la que un porcentaje considerable de trabajadores proviene del noroeste de México. La exageración de los diálogos y la gesticulación de los intérpretes en la obra de Collins rezuma humor e ironía. Otra de las aristas de su argumento –la rivalidad por el afecto de un jardinero (al que da vida Tenoch Huerta) entre la señora de la casa, de piel blanca, y otra empleada más joven, de piel morena– da cuenta de las intrincadas relaciones que visibiliza la pieza. Ésta tiene un momento admirable, de meta reflexión, en el que un movimiento de la cámara descubre el registro fílmico, poniendo en crisis la representación.     

Art Soy Mi Madre / Phil Collins from estudio de producción on Vimeo.

“Las telenovelas son productos comerciales que como tales se construyen con base en los intereses y las preocupaciones del público que las consume”, asegura el artista Pablo Helguera, que en 2017 presentó, también en el Jumex, Dramatis Personae: El Instituto de la Telenovela. “Se dice que Valentín Pimstein (al autor de Los ricos también lloran) hacía estudios de mercado literalmente en el mercado, preguntándole a las marchantas qué opinaban de cierta telenovela y qué debería ocurrir con tal o cual personaje. El género de la telenovela, efectivamente, depende de las tensiones que surgen de la interacción entre diferentes clases sociales, utilizando historias románticas al estilo de ‘La Cenicienta’ que superan poéticamente esas divisiones”, agrega el creador.

La obra de Collins recoge de forma audaz la conversación que han generado las películas Roma, La camarista y El ombligo de Guie’dani (que se estrenará en el marco de FICUNAM) sobre el trabajo doméstico. “Roma aborda estos puntos, pero debemos recordar que es producida por Netflix, una de las principales nuevas formas de televisión, y no por una productora tradicional. El tono de soy mi madre es irónico y quizá se debe a que se trata de un punto de vista externo en lugar de uno basado en la memoria personal”, explica Hammonds.  

La obra de Genet muestra a las criadas diseñando castigos para sus empleadores; en soy  mi madre, por otro lado, hay guiños a una práctica típica del melodrama televisivo: el envenenamiento. El antagonismo que plantea la obra del dramaturgo francés encubre pasiones y resentimientos. Fue Claude Chabrol el que mejor ficcionalizó este aspecto en La ceremonia (1995), película que retoma elementos de la obra de Genet, donde la actitud temeraria de las domésticas es tratada con ambigüedad por el realizador.     

El curador considera que al adaptar a Genet a través del estilo de la telenovela, Collins crea una dinámica entre la cultura supuestamente alta, la del teatro moderno, con la baja, asociada a la televisión. soy mi madre, asegura Hammonds, fue un punto clave en el origen del programa de la muestra, ya que los géneros televisivos actuales (que han ido ajustándose a Internet) pueden ser un medio para reflejar preocupaciones sociales y políticas amplias. En la ex Unión Soviética, por ejemplo, el éxito de Los ricos también lloran, apunta Helguera, se atribuye a que los problemas de clase eran un tema tabú en la sociedad rusa que estaba haciendo la transición hacia el post-comunismo.

La desigualdad laboral, social y económica que predomina desde hace décadas en México legitima la existencia no sólo de las telenovelas, también de productos como el reciente reality show de Netflix Made In México, “que sigue la vida de nueve miembros de la alta sociedad de la Ciudad de México”, o la popularización en redes sociales del concepto whitexican, término que engloba a las personas que retoman desde su posición de privilegio aspectos relacionados con la identidad mexicana, por ejemplo el Día de Muertos, las artesanías y los textiles indígenas. Todos estos productos tienen una razón de ser y reflejan los conflictos de clase, raciales y políticos que no han sido resueltos.

“Lo que no se suele tratar es el contexto socioeconómico que subyace, la manera en que las telenovelas y otros productos se convierten en una especie de subconsciente colectivo que refleja nuestras obsesiones, aspiraciones y miedos”, sintetiza Helguera. Justo eso es lo que logra soy mi madre: poner en la mesa el origen de los contenidos que han educado y servido de modelo a múltiples generaciones.  



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