Al resignificar materiales, restos constructivos, residuos urbanos o piedras y rocas encontrados ya sea en la ciudad o en su hábitat natural, Alberto Odériz cuestiona la escultura. El creador español, arquitecto de formación, compagina su trabajo como escultor con otras disciplinas, por ejemplo el urbanismo. Aquí, Odériz detalla lo que se verá en Ascensión y caída: un sacrificio, su nueva exposición. Ésta, que a través de la figura de la Coyolxauhqui explora los procesos alrededor de la práctica escultórica, abrirá el 20 de febrero en el Centro Cultural de España.
¿En qué consiste tu abordaje como escultor en el que converge tu formación arquitectónica con el urbanismo?
La ciudad es un espacio de convivencia, pero también de disputa por el significado de sus partes. La historia de una ciudad se puede explicar a partir de las acciones que realiza una sociedad sobre sus esculturas y cómo su intervención sigue provocando conflictos. Por ejemplo los casos de esculturas caídas en temblores (el Ángel de la Independencia en 1957 y el Monumento a la Madre en 2017), también desplazamientos forzosos (la escultura de Tláloc, llevada de Coachintlán al Museo de Antropología), descubrimientos casuales (la Coyolxauhqui en el Templo Mayor), ausencias (el Monumento a la Independencia, proyectado en 1843, que no se erigió y sólo dejó el zócalo de la escultura) o caídas forzadas (como la estatua de Miguel Alemán en Ciudad Universitaria que fue dinamitada).
La resignificación de los materiales y las piedras es una de las características de tu trabajo. ¿Cuáles son tus estrategias discursivas y formales para darle otro sentido a las cosas?
Parto del supuesto de que las cosas no tienen sentido por sí mismas; si lo tienen, nos es inalcanzable. Somos nosotros quienes se lo adherimos. Pensemos en una piedra cualquiera en la naturaleza, desconocida. El proceso cultural se inicia en el momento que alguien la busca, la selecciona, la desplaza, la esculpe o la eleva, pero nunca antes.
Al empezar a trabajar con la piedra Coyolxauhqui creía que el proceso terminaba con la escultura exhibida sobre un pedestal. Sin embargo, la piedra mexica, su historia, posición y uso en el sacrificio, su ocultamiento, descubrimiento y conversión en pieza arqueológica, forman parte del desarrollo escultórico. De eso trata esta exposición, de la exploración de todos los procesos que están alrededor de cada una de esas acciones.
¿Qué lugar ocupa en tu práctica el azar, la posibilidad de hallar un objeto, y el escenario de la urbe en el que pueden suceder estos encuentros?
La escultura, a diferencia de otras disciplinas más responsables, permite avanzar sin un plan específico, a través de un proceso determinado más por el hacer que por el pensar. El hacer es sólo una acción y por lo tanto no está sujeto al cumplimiento de las fases de un proyecto planificado, sino al azar de lo que suceda mientras dure la acción. Cuando los movimientos sobre la piedra se realizan en circunstancias tan intensas como las de la Ciudad de México, entonces el resultado está sujeto al azar.
La muestra que presentarás en el Centro Cultural de España se relaciona con los rituales mexicas y la idea de la caída. ¿En qué consiste esta aproximación y cómo afecta a las piezas que se presentarán?
La ubicación del Centro Cultural España está a escasos metros del Templo Mayor, donde se descubrió el 21 de febrero de 1978 una de las esculturas más importantes de México: la Coyolxauhqui, diosa lunar mexica representada sobre una piedra circular como una mujer asesinada y desmembrada. La exposición trata de analizarla a través de indagar en los procesos de los que formó parte: imaginamos la cantera de donde se sacó la piedra, el esfuerzo de los trabajadores, el complejo desplazamiento hasta llevarla a la base del templo o el ritual del que formaba parte.
También hay algo ritual, que se manifiesta en la transformación de una cosa en otra. ¿Cómo se entiende esto en tu obra reciente?
El objetivo del trabajo ha sido realizar experimentos para explorar la escultura más allá de lo decorativo y mostrar los acontecimientos que forman parte de su memoria. La propia historia de la Coyolxauhqui ya nos muestra otros niveles de significado y de función social que superan esta visión: no sólo representaba a la diosa sino que era la piedra de sacrificio sobre la que caía el cautivo arrojado desde la cima de la pirámide. De alguna manera cualquier escultura caída guarda la memoria del acontecimiento que la tiró (ya sea un temblor, una revuelta, un ritual o un accidente), porque si la ascensión de una piedra es el nacimiento de un significado, su caída no es la desaparición de éste sino un sacrificio, es decir, una muerte cargada de sentido.
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