A cuatro décadas de la primera Marcha del Orgullo LGBT +, presentamos esta reunión de testimonios, realizada en colaboración con Anal Magazine. Esta serie, que inició en La Tempestad 135 (junio de 2018), ofrece un mosaico que aspira a expresar la diversidad sexual-creativa mexicana. El conjunto de textos, que consta de cuarenta voces, agrupa no sólo a artistas y diseñadores, sino también gestores culturales, curadores, editores y personas del mundo de las ideas. La serie continúa con Mauricio Ascencio Minués, diseñador escénico.
¿Cómo fue tu incursión en el mundo de la escenografía y las artes teatrales?
Vengo de una familia en la que el arte es una constante: mi papá es ceramista, mi mamá estudió diseño textil. Nunca me cuestioné dedicarme a otra cosa que no fuera una disciplina artística. Pensé en estudiar artes visuales, pero mi hermana, que es tres años mayor, se me adelantó. El programa de La Esmeralda, por otro lado, se había vuelto muy teórico y yo añoraba un espacio propicio para la práctica. A través de un folleto conocí la escenografía y me encantó. A lo largo del tiempo entendí la razón por la que decidí dedicarme a esto: valoro mucho los procesos de colaboración, el diálogo con el otro, algo que no veía en las artes visuales. Colaborar es entender el universo estético y las ideas de otra persona, generar un diálogo; trabajar a partir de eso es lo que más disfruto. Por esas mismas razones valoro tanto la docencia.
¿Consideras que existe una sensibilidad distinta que provenga de la identidad sexual del creador?
Es difícil no ligar la preferencia sexual con los procesos creativos; no hay manera de que estén deslindadas. En gran medida eso define mis gustos estéticos, es parte de mi sentir y desde luego que permea el trabajo que hago.
¿Crees que el arte y el diseño tienen una relación especial con los movimientos sociales?
El teatro y lo escénico están encaminados hacia un público o usuario, como yo le llamo. En ese sentido todo el tiempo se está dialogando para buscar al otro y construir algo a partir de ese encuentro. Los trabajos, sin embargo, pueden ser tan diversos como las personas que intervienen en ellos. Alguna vez le escuché decir a Doris Salcedo que a través de la belleza es posible redimir al ser humano, pero no cambiarlo. Eso se relaciona con mi práctica, que tiene que ver con la construcción de lo sutil, de la belleza.
¿Tienes alguna relación con la comunidad LGBT+ en México?
Gran parte del gremio del teatro y la danza pertenecen a la comunidad, es un cliché, pero es cierto. Por ello pocas veces me cuestiono si estoy fuera o dentro de un sector. Todos los días me desenvuelvo en ese entorno, así que esa es mi relación.
¿Qué futuros ves en el mundo del teatro?
Se empiezan a desdibujar las fronteras. Cada vez que me involucro en un proyecto, lo primero que me dicen los directores es que ya no quieren hacer teatro, sino algo que está más cerca de la danza o lo visual, etc. Siento que en el arte escénico está surgiendo una mezcla de varias cosas, aunque todavía no tiene un sentido como el que percibo en las artes visuales.
La situación económica de las artes escénicas en México es verdaderamente dramática. La escena se comienza a dividir: por un lado lo tecnológico, que es costoso, y, por el otro, la negación de todo lo que tiene que ver con la tecnología. Ahí empieza a haber un desfase.
Hay cada vez más trabajos que buscan hacer comunidad, sobre todo desde la danza. Me gusta participar en esos proyectos. Se está pugnando por encontrar nuevos caminos.
¿Qué futuro auguras para la comunidad LGBT+?
La comunidad es visible y eso es fundamental. Provengo de una disciplina visual y me parece que la visibilidad es el primer paso para generar pensamiento, para integrarse dentro del lenguaje. Es increíble lo que ahora sucede, hay cosas que comparto y otras que no, sin embargo entiendo el sentir de la comunidad.
Algunas recomendaciones para los jóvenes.
La fotografía es un territorio de conocimiento increíble. Hiroshi Sugimoto es uno de mis artistas favoritos, también Helmut Newton, Guy Bourdin, Maurizio Cattelan. Ahora que estoy cerca de personas jóvenes, todo el tiempo les digo que tiene que haber congruencia: el pensamiento debe coincidir con el hacer. Cuando soy congruente y sé lo que quiero decir, puedo dialogar desde ese lugar.
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