jueves, 27 de octubre de 2022

Los demonios de la ciencia

A menudo se piensa en la tecnología y en la ciencia como un terreno neutral. Es lógico: educados en la era de la razón y del progreso representado por la industria, creemos que cualquier innovación es, en sí misma, positiva para todos, aunque la historia muestre que no siempre es así. Quizás una de las paradojas más representativas de la doble cara de la tecnología es la que propuso el economista inglés William Stanley Jevons. El también filósofo alertó que la eficiencia en el uso de un recurso aumenta su consumo y no lo disminuye. De esta forma, podemos inventar –como ocurrió en su época con el carbón– una máquina que use menos combustible fósil y la lógica indicará que protegemos a la naturaleza. Sin embargo, al bajar el costo de cualquier producto se incentiva su uso anulando, de esta forma, los beneficios originalmente planteados.

A pesar de que esta problemática existe desde el siglo XIX, aún seguimos creyendo las utopías del conocimiento que, casi a diario, nos presentan las redes sociales y los medios de comunicación: autos voladores, minería espacial, reactores nucleares portátiles, máquinas gigantes que purifican el aire de las ciudades, nubes artificiales –propuestas por el multimillonario Bill Gates– que ayudan a combatir el cambio climático.

David G. Jara, doctor en bioquímica y autor de varios libros de divulgación científica, usa la historia para mostrar los proyectos macabros hechos en nombre de la ciencia, experimentos que, en su momento, fueron apoyados por varios gobiernos. En Tratado de ciencia canalla expone varios casos que ejemplifican no sólo los peligros de las utopías científicas sino su vinculación a ideologías políticas perniciosas. Quizá lo primero que viene a la mente son los experimentos nazis con su población y con los presos del bando enemigo. Sin embargo, Jara evita ese lugar común y pasa revista por un catálogo de horrores que, en la mayor parte de los casos, es desconocido para el público.

En uno de los primeros ejemplos del libro examina el proyecto del gobierno de Estados Unidos para infectar a cientos de afroamericanos de Alabama –en lo que se conoce como el experimento Tuskegee– con sífilis para observar cómo progresaba la enfermedad a pesar de que, en ese momento, ya existía una cura o, al menos, tratamientos paliativos. El objetivo era estudiar el desarrollo de la enfermedad, pues las infecciones venéreas fueron usadas como arma en la Segunda Guerra Mundial. Ese mismo procedimiento fue utilizado fuera de las fronteras de Estados Unidos con el ejército de Guatemala. Al igual que en el primer caso, los soldados del país centroamericano fueron infectados y usados como conejillos de indias.

Tratado de ciencia canalla aborda, por otra parte, prácticas científicas que se usaron para segregar y demonizar a los extranjeros. En el capítulo 5, “Aunque lo parezca… no es ciencia”, el autor analiza la historia de los llamados “test de inteligencia” y su papel en la discriminación de amplios sectores de la población, en particular de Estados Unidos. A través de la manipulación de los cuestionarios y, sobre todo, de una visión muy limitada del concepto “inteligencia”, las pruebas a las que fueron sometidos muchos extranjeros los calificaron como poco aptos para la educación, entre otras cosas. De esta forma, los recursos públicos –en una sociedad que ya idealizaba la meritocracia– eran destinados a la población blanca y privilegiada que encontraba, en aquellos test, un traje a modo para destacar. Por otro lado, en una historia más conocida, Jara revisa la serie de supuestos asociados con la eugenesia, es decir, las ideas sobre la raza y su mejoramiento a través de la selección artificial hecha por el hombre, entre otros procedimientos.

En su libro Némesis médica el filósofo Iván Ilich menciona un punto crucial en la medicina y sus avances: se ha privilegiado la investigación en enfermedades que sufre un porcentaje minoritario de la población que pertenece a los sectores más privilegiados de los países desarrollados. En contraste, la periferia es víctima de enfermedades que pueden erradicarse con el acceso a agua potable y un medioambiente libre de contaminación, entre otras medidas resueltas por la ciencia desde hace mucho. Sin embargo, como indica uno de los últimos capítulos de Tratado de ciencia canalla, la desigualdad en el siglo XXI ha hecho que la mayor parte de la innovación científica esté enfocada no en el bien común sino en la obtención de utilidades o en el divertimento de los multimillonarios.

No sólo la medicina sino también la exploración espacial, los avances en la automatización o en la inteligencia artificial son utopías de un grupo de personas que acumulan cada vez más poder y que, en su cruzada por imponernos su visión del mundo y de la realidad, experimentan con nosotros de la misma forma en la que se ha experimentado en el pasado. La crítica a la ciencia y una buena dosis de incredulidad ante sus promesas son un camino para contrarrestar el futuro antidemocrático que, usando como pretexto el conocimiento, se planea para nosotros.

David G. Jara, Tratado de ciencia canalla. Un análisis histórico de algunas de las etapas más oscuras del conocimiento científico, Fondo de Cultura Económica, México, 2022

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Los demonios de la ciencia

A menudo se piensa en la tecnología y en la ciencia como un terreno neutral. Es lógico: educados en la era de la razón y del progreso representado por la industria, creemos que cualquier innovación es, en sí misma, positiva para todos, aunque la historia muestre que no siempre es así. Quizás una de las paradojas más representativas de la doble cara de la tecnología es la que propuso el economista inglés William Stanley Jevons. El también filósofo alertó que la eficiencia en el uso de un recurso aumenta su consumo y no lo disminuye. De esta forma, podemos inventar –como ocurrió en su época con el carbón– una máquina que use menos combustible fósil y la lógica indicará que protegemos a la naturaleza. Sin embargo, al bajar el costo de cualquier producto se incentiva su uso anulando, de esta forma, los beneficios originalmente planteados.

A pesar de que esta problemática existe desde el siglo XIX, aún seguimos creyendo las utopías del conocimiento que, casi a diario, nos presentan las redes sociales y los medios de comunicación: autos voladores, minería espacial, reactores nucleares portátiles, máquinas gigantes que purifican el aire de las ciudades, nubes artificiales –propuestas por el multimillonario Bill Gates– que ayudan a combatir el cambio climático.

David G. Jara, doctor en bioquímica y autor de varios libros de divulgación científica, usa la historia para mostrar los proyectos macabros hechos en nombre de la ciencia, experimentos que, en su momento, fueron apoyados por varios gobiernos. En Tratado de ciencia canalla expone varios casos que ejemplifican no sólo los peligros de las utopías científicas sino su vinculación a ideologías políticas perniciosas. Quizá lo primero que viene a la mente son los experimentos nazis con su población y con los presos del bando enemigo. Sin embargo, Jara evita ese lugar común y pasa revista por un catálogo de horrores que, en la mayor parte de los casos, es desconocido para el público.

En uno de los primeros ejemplos del libro examina el proyecto del gobierno de Estados Unidos para infectar a cientos de afroamericanos de Alabama –en lo que se conoce como el experimento Tuskegee– con sífilis para observar cómo progresaba la enfermedad a pesar de que, en ese momento, ya existía una cura o, al menos, tratamientos paliativos. El objetivo era estudiar el desarrollo de la enfermedad, pues las infecciones venéreas fueron usadas como arma en la Segunda Guerra Mundial. Ese mismo procedimiento fue utilizado fuera de las fronteras de Estados Unidos con el ejército de Guatemala. Al igual que en el primer caso, los soldados del país centroamericano fueron infectados y usados como conejillos de indias.

Tratado de ciencia canalla aborda, por otra parte, prácticas científicas que se usaron para segregar y demonizar a los extranjeros. En el capítulo 5, “Aunque lo parezca… no es ciencia”, el autor analiza la historia de los llamados “test de inteligencia” y su papel en la discriminación de amplios sectores de la población, en particular de Estados Unidos. A través de la manipulación de los cuestionarios y, sobre todo, de una visión muy limitada del concepto “inteligencia”, las pruebas a las que fueron sometidos muchos extranjeros los calificaron como poco aptos para la educación, entre otras cosas. De esta forma, los recursos públicos –en una sociedad que ya idealizaba la meritocracia– eran destinados a la población blanca y privilegiada que encontraba, en aquellos test, un traje a modo para destacar. Por otro lado, en una historia más conocida, Jara revisa la serie de supuestos asociados con la eugenesia, es decir, las ideas sobre la raza y su mejoramiento a través de la selección artificial hecha por el hombre, entre otros procedimientos.

En su libro Némesis médica el filósofo Iván Ilich menciona un punto crucial en la medicina y sus avances: se ha privilegiado la investigación en enfermedades que sufre un porcentaje minoritario de la población que pertenece a los sectores más privilegiados de los países desarrollados. En contraste, la periferia es víctima de enfermedades que pueden erradicarse con el acceso a agua potable y un medioambiente libre de contaminación, entre otras medidas resueltas por la ciencia desde hace mucho. Sin embargo, como indica uno de los últimos capítulos de Tratado de ciencia canalla, la desigualdad en el siglo XXI ha hecho que la mayor parte de la innovación científica esté enfocada no en el bien común sino en la obtención de utilidades o en el divertimento de los multimillonarios.

No sólo la medicina sino también la exploración espacial, los avances en la automatización o en la inteligencia artificial son utopías de un grupo de personas que acumulan cada vez más poder y que, en su cruzada por imponernos su visión del mundo y de la realidad, experimentan con nosotros de la misma forma en la que se ha experimentado en el pasado. La crítica a la ciencia y una buena dosis de incredulidad ante sus promesas son un camino para contrarrestar el futuro antidemocrático que, usando como pretexto el conocimiento, se planea para nosotros.

David G. Jara, Tratado de ciencia canalla. Un análisis histórico de algunas de las etapas más oscuras del conocimiento científico, Fondo de Cultura Económica, México, 2022

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miércoles, 26 de octubre de 2022

Mario García Torres: narrar el destino

El trabajo de Mario García Torres (Monclova, 1975) se despliega en todo tipo de medios, recurre a las herramientas que le permiten desarrollar una idea de la forma más amplia posible. Su obra es siempre producto de una investigación sobre las derivas del arte y la cultura de la modernidad y la contemporaneidad, de cómo la creación habita el tiempo. Por ello resulta fascinante su propuesta más reciente, el ensayo museográfico Destino.

En primera instancia, parece tratarse de una exposición de escultura. El Museo Experimental El Eco, en la Ciudad de México, ha sido poblado por piezas procedentes de la Colección Isabel y Agustín Coppel (CIAC) que se caracterizan por su naturaleza enigmática. Obras de Fausto Melotti, Heimo Zobernig, Tunga, Isa Genzken y Franz West, además de la Lámpara Tampico del artista-curador. Parece haber un relato involucrado. “Son, cada uno de los objetos, personajes en una obra de teatro, en un talk show”, explica García Torres.

Lo teatral no es una metáfora: Destino funciona como pieza escénica un día a la semana. La última función tendrá lugar el jueves 27 de octubre, a las 8:00 pm (es necesario reservar un lugar aquí). A la curaduría se suman, de ese modo, música, teatro, danza. ¿Una manera de responder a los usos que tuvo El Eco a lo largo de su historia? “Me interesan de una manera muy conceptual esos momentos en el tiempo en que un museo o una obra de arte dejan de significar, dejan de serlo. El caso de El Eco es particular en ese sentido: un espacio que fue museo dejó de serlo por décadas; se convirtió en restaurante, cabaret, antro gay y teatro, para luego regresar a ser un espacio de arte”, elabora el artista, que se nutrió de las cosas ocurrieron en el edificio construido por Mathias Goeritz en 1953.

Mario García Torres

Vista de Destino en el Museo Experimental El Eco, Ciudad de México. Fotografía: Pavka Segura. Cortesía del Museo Experimental El Eco

Narrar el destino

Salvo la pieza de Melotti (La rivoluzione dogmatica) en el vestíbulo y las de West, ubicadas en el patio, las esculturas de la sala principal son, como se mencionó, parte de un ejercicio escénico. Escrita por Mario García Torres y Eduardo Donjuan, el standupero y maestro de ceremonias de cada noche teatral, Destino es una narración oral que se nutre de lo anecdótico para alcanzar, a través de constantes notas de humor, una reflexión sobre el tema que le da nombre: “El destino es, muchas veces, la respuesta a algo que no creemos que tenga respuesta. Es el producto de la impredictibilidad; es el resultado de un evento sin lógica. El destino, al lado de otros conceptos como la indecisión, el fracaso y el desencanto, son los conceptos que forman los argumentos de este acto escénico”.

“El destino es, muchas veces, la respuesta a algo que no creemos que tenga respuesta. Es el producto de la impredictibilidad; es el resultado de un evento sin lógica.”

Donjuan alterna en escena con un coro, con la compañía de danza Altagracia y con famosos periodistas deportivos de la televisión, uno distinto en cada función. El destino como programa de variedades. “Son todas ideas que de alguna manera atentan contra la retórica del progreso, establecida por los poderes intelectuales mundiales. El argumento en el acto escénico pretende reivindicar conceptos que creemos que están más de acuerdo con la perenne situación de desarrollo en nuestro país”. Una idea atraviesa la mente del espectador: fracaso. ¿O es otra manera de cumplir el destino?

Escenografía y, a la vez, reparto, las esculturas permanecen inmóviles al fondo: “En su mayoría son obras que se encienden y se apagan, ya sea porque tienen luz o porque se activan de alguna manera. En parte ese fue un criterio importante para la selección. Cuando no están activados parecen un montón de objetos sin sentido. Eso me interesa sobremanera, cómo cambia el significado de los objetos”, comenta García Torres.

Mario García Torres

La puesta en escena de Destino, de Mario García Torres y Eduardo Donjuan. Fotografía: Mauricio Guerrero. Cortesía de la Colección Isabel y Agustín Coppel

Medios proliferantes

Por un lado, piezas escultóricas; por otro, el monólogo sobre un barco condenado a estrellarse en el puerto de Tampico. En el transcurso, la recreación coreográfica de escenas de muerte en el cine popular, mientras se lee un ensayo al respecto, y finalmente historias deportivas vinculadas a la idea del destino, narradas por comentaristas de la televisión con su estilo característico. El artista explica: “Si bien hay un sinnúmero de argumentos en el proyecto, la idea es no comunicarlos como algo panfletario, más bien hemos tratado de que esas ideas lleguen en forma de rumor, en forma de historias. Es decir, que lleguen de formas veladas. Los errores deportivos que cambiaron la vida de algunos jugadores en la historia abonan a esa narrativa”.

“Si bien hay un sinnúmero de argumentos en el proyecto, la idea es no comunicarlos como algo panfletario, más bien hemos tratado de que esas ideas lleguen en forma de rumor, en forma de historias.”

Mario García Torres ha explorado una multiplicidad de medios a lo largo de su carrera, y uno de los formatos que parecen resultar idóneos para sus investigaciones artísticas es el ensayo museográfico. Destino es un ejemplo, que además de lo ya mencionado hace uso del video, con la participación del actor Alejandro Suárez. La incorporación de piezas teatrales es además recurrente. ¿Los procedimientos dramáticos son ya inseparables de sus propuestas? “Es difícil predecir. Me emociona mucho hacer cosas en escenarios, es una cosa muy poderosa para transmitir ideas, pero siempre hay que cuestionarse la forma antes de cada proyecto”.

Destino puede visitarse en El Eco hasta el 6 de noviembre, luego de su última activación teatral.

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Mario García Torres: narrar el destino

El trabajo de Mario García Torres (Monclova, 1975) se despliega en todo tipo de medios, recurre a las herramientas que le permiten desarrollar una idea de la forma más amplia posible. Su obra es siempre producto de una investigación sobre las derivas del arte y la cultura de la modernidad y la contemporaneidad, de cómo la creación habita el tiempo. Por ello resulta fascinante su propuesta más reciente, el ensayo museográfico Destino.

En primera instancia, parece tratarse de una exposición de escultura. El Museo Experimental El Eco, en la Ciudad de México, ha sido poblado por piezas procedentes de la Colección Isabel y Agustín Coppel (CIAC) que se caracterizan por su naturaleza enigmática. Obras de Fausto Melotti, Heimo Zobernig, Tunga, Isa Genzken y Franz West, además de la Lámpara Tampico del artista-curador. Parece haber un relato involucrado. “Son, cada uno de los objetos, personajes en una obra de teatro, en un talk show”, explica García Torres.

Lo teatral no es una metáfora: Destino funciona como pieza escénica un día a la semana. La última función tendrá lugar el jueves 27 de octubre, a las 8:00 pm (es necesario reservar un lugar aquí). A la curaduría se suman, de ese modo, música, teatro, danza. ¿Una manera de responder a los usos que tuvo El Eco a lo largo de su historia? “Me interesan de una manera muy conceptual esos momentos en el tiempo en que un museo o una obra de arte dejan de significar, dejan de serlo. El caso de El Eco es particular en ese sentido: un espacio que fue museo dejó de serlo por décadas; se convirtió en restaurante, cabaret, antro gay y teatro, para luego regresar a ser un espacio de arte”, elabora el artista, que se nutrió de las cosas ocurrieron en el edificio construido por Mathias Goeritz en 1953.

Mario García Torres

Vista de Destino en el Museo Experimental El Eco, Ciudad de México. Fotografía: Pavka Segura. Cortesía del Museo Experimental El Eco

Narrar el destino

Salvo la pieza de Melotti (La rivoluzione dogmatica) en el vestíbulo y las de West, ubicadas en el patio, las esculturas de la sala principal son, como se mencionó, parte de un ejercicio escénico. Escrita por Mario García Torres y Eduardo Donjuan, el standupero y maestro de ceremonias de cada noche teatral, Destino es una narración oral que se nutre de lo anecdótico para alcanzar, a través de constantes notas de humor, una reflexión sobre el tema que le da nombre: “El destino es, muchas veces, la respuesta a algo que no creemos que tenga respuesta. Es el producto de la impredictibilidad; es el resultado de un evento sin lógica. El destino, al lado de otros conceptos como la indecisión, el fracaso y el desencanto, son los conceptos que forman los argumentos de este acto escénico”.

“El destino es, muchas veces, la respuesta a algo que no creemos que tenga respuesta. Es el producto de la impredictibilidad; es el resultado de un evento sin lógica.”

Donjuan alterna en escena con un coro, con la compañía de danza Altagracia y con famosos periodistas deportivos de la televisión, uno distinto en cada función. El destino como programa de variedades. “Son todas ideas que de alguna manera atentan contra la retórica del progreso, establecida por los poderes intelectuales mundiales. El argumento en el acto escénico pretende reivindicar conceptos que creemos que están más de acuerdo con la perenne situación de desarrollo en nuestro país”. Una idea atraviesa la mente del espectador: fracaso. ¿O es otra manera de cumplir el destino?

Escenografía y, a la vez, reparto, las esculturas permanecen inmóviles al fondo: “En su mayoría son obras que se encienden y se apagan, ya sea porque tienen luz o porque se activan de alguna manera. En parte ese fue un criterio importante para la selección. Cuando no están activados parecen un montón de objetos sin sentido. Eso me interesa sobremanera, cómo cambia el significado de los objetos”, comenta García Torres.

Mario García Torres

La puesta en escena de Destino, de Mario García Torres y Eduardo Donjuan. Fotografía: Mauricio Guerrero. Cortesía de la Colección Isabel y Agustín Coppel

Medios proliferantes

Por un lado, piezas escultóricas; por otro, el monólogo sobre un barco condenado a estrellarse en el puerto de Tampico. En el transcurso, la recreación coreográfica de escenas de muerte en el cine popular, mientras se lee un ensayo al respecto, y finalmente historias deportivas vinculadas a la idea del destino, narradas por comentaristas de la televisión con su estilo característico. El artista explica: “Si bien hay un sinnúmero de argumentos en el proyecto, la idea es no comunicarlos como algo panfletario, más bien hemos tratado de que esas ideas lleguen en forma de rumor, en forma de historias. Es decir, que lleguen de formas veladas. Los errores deportivos que cambiaron la vida de algunos jugadores en la historia abonan a esa narrativa”.

“Si bien hay un sinnúmero de argumentos en el proyecto, la idea es no comunicarlos como algo panfletario, más bien hemos tratado de que esas ideas lleguen en forma de rumor, en forma de historias.”

Mario García Torres ha explorado una multiplicidad de medios a lo largo de su carrera, y uno de los formatos que parecen resultar idóneos para sus investigaciones artísticas es el ensayo museográfico. Destino es un ejemplo, que además de lo ya mencionado hace uso del video, con la participación del actor Alejandro Suárez. La incorporación de piezas teatrales es además recurrente. ¿Los procedimientos dramáticos son ya inseparables de sus propuestas? “Es difícil predecir. Me emociona mucho hacer cosas en escenarios, es una cosa muy poderosa para transmitir ideas, pero siempre hay que cuestionarse la forma antes de cada proyecto”.

Destino puede visitarse en El Eco hasta el 6 de noviembre, luego de su última activación teatral.

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martes, 25 de octubre de 2022

Por el camino de Boris Albin

Sus edificios transformaron el paisaje de algunas zonas de la Ciudad de México, pero sigue siendo prácticamente desconocido entre los estudiosos de la arquitectura moderna en el país. Boris Albin (1924-2017) fue uno de los practicantes más rigurosos del llamado estilo internacional; formado como ingeniero civil, construyó más de tres centenares de edificios entre los cincuenta y los ochenta del siglo pasado. Lejos de concebirse como un artista, se definió siempre como un profesional de la construcción.

Gracias a Alejandro Leal Menegus, autor de La otra vivienda colectiva moderna en México (2019) y otros trabajos sobre el ingeniero Albin, hoy es posible conocer su itinerario vital. Nacido en Odesa en una familia de comerciantes judíos, las convulsiones de la historia lo llevaron a exiliarse con los suyos inicialmente en Harbin (enclave ruso en China donde, por cierto, nació Vladimir Kaspé), para recalar en México en 1935. Se formó en la Escuela Nacional de Ingenieros de la UNAM y, al comenzar los cincuenta, construyó su primer proyecto, un edificio de departamentos en la Condesa (Puerto Real 38), inversión inmobiliaria de su propia familia.

Un rasgo saliente del estilo de Boris Albin es la preeminencia del plano horizontal, lo mismo en viviendas unifamiliares que en departamentos. Las fachadas acristaladas son apenas una envolvente para acentuar las losas.

Como explica Leal Menegus en el libro sobre los condominios verticales de Boris Albin, su obra se desarrolló principalmente en las zonas del área metropolitana donde se asentaron los miembros de la comunidad judía, a la que pertenecían sus clientes: las colonias Condesa, Polanco y Lomas de Tecamachalco. A diferencia de otros ingenieros que se abocaron a la construcción de edificios carentes de expresión (lo que les valió reproches de, por ejemplo, Enrique del Moral), Albin cultivó una arquitectura comercial que incorporó las lecciones plásticas de figuras como Mario Pani o Augusto H. Álvarez. Un rasgo saliente de su estilo es la preeminencia del plano horizontal, lo mismo en viviendas unifamiliares que en departamentos. Las fachadas acristaladas son apenas una envolvente para acentuar a los protagonistas del espacio: las losas.

Boris Albin

Boris Albin, Casas en serie tipo Apolo, Tecamachalco, 1962. Fuente: Archivo de Arquitectos Mexicanos, UNAM / Fondo Boris Albin Subkis

Recompensas pragmáticas

En una ciudad con riesgo sísmico y crecimiento descontrolado, resulta notable el hecho de que siga en pie la gran mayoría de las obras de Boris Albin. Además de la calidad constructiva que caracterizó a su práctica, puede arriesgarse otro motivo: el estilo neutro y funcional, los espacios generosos y abiertos, vuelven a sus inmuebles adaptables a las necesidades de nuevos habitantes. (Puedo decirlo de primera mano, pues viví por unos años en uno de sus edificios característicos: el departamento era un festín de espacio y luz, y su pragmatismo permitía organizar los ambientes de distintas maneras.)

En una ciudad con riesgo sísmico y crecimiento descontrolado, resulta notable el hecho de que siga en pie la gran mayoría de las obras de Boris Albin. Sus edificios se adaptan a las necesidades de nuevos habitantes.

Aunque la impronta de Albin se manifiesta sobre todo en la ética laboral y el profesionalismo de muchos de sus colaboradores, así como en su incidencia en la imagen de colonias de alto nivel económico, no puede desestimarse su impacto en la obra de algunos colegas. Pensemos por ejemplo en el edificio Parque España 47 (2001), de TEN Arquitectos, con sus balcones ligeros a lo largo de la fachada acristalada y la planta baja ciega a la calle. El joven Enrique Norten trabajó con el ingeniero y, como se ve, no sólo recibió lecciones constructivas.

El azar ha llevado al Estudio Mero a intervenir dos obras habitacionales de Boris Albin. La primera, en el condominio Mazatlán 36 (1961), implicó reformular el penthouse, un agregado al edificio situado en una esquina privilegiada de la Condesa, que a esa altura permite ver el Castillo de Chapultepec. PH Mazatlán (2021) flexibiliza el espacio (no diseñado por Albin) para responder a las necesidades de una pequeña familia, haciendo del lugar una suerte de vivienda-estudio flotante, de límites porosos con el exterior; un cubo acristalado que pone a dialogar el estilo internacional con materiales y texturas de una manera concreta de vivir.

Boris Albin

Boris Albin, Casas en Fuente de Venus, Tecamachalco, 1966. Fuente: Archivo de Arquitectos Mexicanos, UNAM / Fondo Boris Albin Subkis

Casa Quijote

Fundado en 2017, Estudio Mero es un despacho capitalino de arquitectura e interiorismo encabezado por Rodrigo Degetau y Horacio Gutiérrez Merediz. Tras PH Mazatlán, la arquitectura de Boris Albin volvió a aparecer en su camino. En este caso, una de las 41 viviendas que construyó entre 1962 y 1981 en Lomas de Tecamachalco, Estado de México. El inmueble original, de 1963, había sido modificado de forma evidente, y los propietarios querían, antes que una restauración, la apertura de posibilidades dentro de su esquema original.

El diseño de Albin pertenece a un período en el que el ingeniero había depurado al máximo sus procedimientos constructivos. En Casa Quijote Estudio Mero respetó la distribución de los espacios y el esquema general de la vivienda y la transformó a través de gestos específicos, para imprimirle un carácter contemporáneo. En primer lugar, la sala y el comedor se abren al jardín a través de puertas corredizas que conducen a una terraza antes no contemplada, demarcada ahora por un muro extendido y una pérgola que lleva su ritmo al interior.

En Casa Quijote Estudio Mero respetó la distribución de los espacios y el esquema general de la vivienda y la transformó a través de gestos específicos, para imprimirle un carácter contemporáneo.

Las intervenciones en Casa Quijote tienen dos constantes: por un lado, el uso intensivo de superficies de madera, que integra los espacios y les otorga calidez; por otro, en cercanía con las ideas de Albin, la búsqueda de flexibilidad a través de elementos corredizos, que permiten disposiciones diferenciadas en el interior de la vivienda. En el trabajo de Estudio Mero hay una gramática de las superficies, lo mismo en el concreto estriado de los muros exteriores que en los listones de madera que comunican la sala y el jardín.

Estudio Mero

Estudio Mero, Casa Quijote, Tecamachalco, 2022. Fotografía: Alum Galvez

Relectura de Boris Albin

Aunque sería deseable que algunos edificios de Albin fueran preservados, lo cierto es que el área en la que destacó, la vivienda, es la más sujeta a la presión del cambio. Su “popular moderno”, como lo ha llamado Alejandro Leal Menegus, tiene como principal virtud la capacidad de ser adaptado a las necesidades e incluso las fantasías del estilo de vida contemporáneo del sector socioeconómico al que dirigió su arquitectura. El proyecto de Estudio Mero reinterpreta el orden espacial de la vivienda y extrae su potencial contemporáneo.

Aunque sería deseable que algunos edificios de Boris Albin fueran preservados, lo cierto es que el área en la que destacó, la vivienda, es la más sujeta a la presión del cambio.

Poco afecto a la teoría, Boris Albin practicó su oficio con gran firmeza conceptual. Su “Credo arquitectónico” está regado de ideas útiles para entender su obra: claridad en las soluciones, sencillez y sobriedad, plasticidad refinada, lucidez. En suma, su labor se rigió siempre por una voluntad modernizadora dentro del camino abierto por la Bauhaus, si bien con influencia evidente del estilo de vida estadounidense, que las clases medias altas mexicanas buscaban emular.

En Casa Quijote, Estudio Mero trabajó sobre una casa ya modificada y le devolvió no su aspecto sino sus principios: simplicidad espacial, funcionalidad, flexibilidad y amplitud. En ese sentido, hace justicia al tipo de vivienda proyectada por el ingeniero Albin. Si el estilo internacional ignoró las particularidades culturales del entorno, sus mejores cultores dejaron abiertas posibilidades al futuro. Fue el caso de Boris Albin.

Estudio Mero

Estudio Mero, Casa Quijote, Tecamachalco, 2022. Fotografía: Alum Galvez

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Por el camino de Boris Albin

Sus edificios transformaron el paisaje de algunas zonas de la Ciudad de México, pero sigue siendo prácticamente desconocido entre los estudiosos de la arquitectura moderna en el país. Boris Albin (1924-2017) fue uno de los practicantes más rigurosos del llamado estilo internacional; formado como ingeniero civil, construyó más de tres centenares de edificios entre los cincuenta y los ochenta del siglo pasado. Lejos de concebirse como un artista, se definió siempre como un profesional de la construcción.

Gracias a Alejandro Leal Menegus, autor de La otra vivienda colectiva moderna en México (2019) y otros trabajos sobre el ingeniero Albin, hoy es posible conocer su itinerario vital. Nacido en Odesa en una familia de comerciantes judíos, las convulsiones de la historia lo llevaron a exiliarse con los suyos inicialmente en Harbin (enclave ruso en China donde, por cierto, nació Vladimir Kaspé), para recalar en México en 1935. Se formó en la Escuela Nacional de Ingenieros de la UNAM y, al comenzar los cincuenta, construyó su primer proyecto, un edificio de departamentos en la Condesa (Puerto Real 38), inversión inmobiliaria de su propia familia.

Un rasgo saliente del estilo de Boris Albin es la preeminencia del plano horizontal, lo mismo en viviendas unifamiliares que en departamentos. Las fachadas acristaladas son apenas una envolvente para acentuar las losas.

Como explica Leal Menegus en el libro sobre los condominios verticales de Boris Albin, su obra se desarrolló principalmente en las zonas del área metropolitana donde se asentaron los miembros de la comunidad judía, a la que pertenecían sus clientes: las colonias Condesa, Polanco y Lomas de Tecamachalco. A diferencia de otros ingenieros que se abocaron a la construcción de edificios carentes de expresión (lo que les valió reproches de, por ejemplo, Enrique del Moral), Albin cultivó una arquitectura comercial que incorporó las lecciones plásticas de figuras como Mario Pani o Augusto H. Álvarez. Un rasgo saliente de su estilo es la preeminencia del plano horizontal, lo mismo en viviendas unifamiliares que en departamentos. Las fachadas acristaladas son apenas una envolvente para acentuar a los protagonistas del espacio: las losas.

Boris Albin

Boris Albin, Casas en serie tipo Apolo, Tecamachalco, 1962. Fuente: Archivo de Arquitectos Mexicanos, UNAM / Fondo Boris Albin Subkis

Recompensas pragmáticas

En una ciudad con riesgo sísmico y crecimiento descontrolado, resulta notable el hecho de que siga en pie la gran mayoría de las obras de Boris Albin. Además de la calidad constructiva que caracterizó a su práctica, puede arriesgarse otro motivo: el estilo neutro y funcional, los espacios generosos y abiertos, vuelven a sus inmuebles adaptables a las necesidades de nuevos habitantes. (Puedo decirlo de primera mano, pues viví por unos años en uno de sus edificios característicos: el departamento era un festín de espacio y luz, y su pragmatismo permitía organizar los ambientes de distintas maneras.)

En una ciudad con riesgo sísmico y crecimiento descontrolado, resulta notable el hecho de que siga en pie la gran mayoría de las obras de Boris Albin. Sus edificios se adaptan a las necesidades de nuevos habitantes.

Aunque la impronta de Albin se manifiesta sobre todo en la ética laboral y el profesionalismo de muchos de sus colaboradores, así como en su incidencia en la imagen de colonias de alto nivel económico, no puede desestimarse su impacto en la obra de algunos colegas. Pensemos por ejemplo en el edificio Parque España 47 (2001), de TEN Arquitectos, con sus balcones ligeros a lo largo de la fachada acristalada y la planta baja ciega a la calle. El joven Enrique Norten trabajó con el ingeniero y, como se ve, no sólo recibió lecciones constructivas.

El azar ha llevado al Estudio Mero a intervenir dos obras habitacionales de Boris Albin. La primera, en el condominio Mazatlán 36 (1961), implicó reformular el penthouse, un agregado al edificio situado en una esquina privilegiada de la Condesa, que a esa altura permite ver el Castillo de Chapultepec. PH Mazatlán (2021) flexibiliza el espacio (no diseñado por Albin) para responder a las necesidades de una pequeña familia, haciendo del lugar una suerte de vivienda-estudio flotante, de límites porosos con el exterior; un cubo acristalado que pone a dialogar el estilo internacional con materiales y texturas de una manera concreta de vivir.

Boris Albin

Boris Albin, Casas en Fuente de Venus, Tecamachalco, 1966. Fuente: Archivo de Arquitectos Mexicanos, UNAM / Fondo Boris Albin Subkis

Casa Quijote

Fundado en 2017, Estudio Mero es un despacho capitalino de arquitectura e interiorismo encabezado por Rodrigo Degetau y Horacio Gutiérrez Merediz. Tras PH Mazatlán, la arquitectura de Boris Albin volvió a aparecer en su camino. En este caso, una de las 41 viviendas que construyó entre 1962 y 1981 en Lomas de Tecamachalco, Estado de México. El inmueble original, de 1963, había sido modificado de forma evidente, y los propietarios querían, antes que una restauración, la apertura de posibilidades dentro de su esquema original.

El diseño de Albin pertenece a un período en el que el ingeniero había depurado al máximo sus procedimientos constructivos. En Casa Quijote Estudio Mero respetó la distribución de los espacios y el esquema general de la vivienda y la transformó a través de gestos específicos, para imprimirle un carácter contemporáneo. En primer lugar, la sala y el comedor se abren al jardín a través de puertas corredizas que conducen a una terraza antes no contemplada, demarcada ahora por un muro extendido y una pérgola que lleva su ritmo al interior.

En Casa Quijote Estudio Mero respetó la distribución de los espacios y el esquema general de la vivienda y la transformó a través de gestos específicos, para imprimirle un carácter contemporáneo.

Las intervenciones en Casa Quijote tienen dos constantes: por un lado, el uso intensivo de superficies de madera, que integra los espacios y les otorga calidez; por otro, en cercanía con las ideas de Albin, la búsqueda de flexibilidad a través de elementos corredizos, que permiten disposiciones diferenciadas en el interior de la vivienda. En el trabajo de Estudio Mero hay una gramática de las superficies, lo mismo en el concreto estriado de los muros exteriores que en los listones de madera que comunican la sala y el jardín.

Estudio Mero

Estudio Mero, Casa Quijote, Tecamachalco, 2022. Fotografía: Alum Galvez

Relectura de Boris Albin

Aunque sería deseable que algunos edificios de Albin fueran preservados, lo cierto es que el área en la que destacó, la vivienda, es la más sujeta a la presión del cambio. Su “popular moderno”, como lo ha llamado Alejandro Leal Menegus, tiene como principal virtud la capacidad de ser adaptado a las necesidades e incluso las fantasías del estilo de vida contemporáneo del sector socioeconómico al que dirigió su arquitectura. El proyecto de Estudio Mero reinterpreta el orden espacial de la vivienda y extrae su potencial contemporáneo.

Aunque sería deseable que algunos edificios de Boris Albin fueran preservados, lo cierto es que el área en la que destacó, la vivienda, es la más sujeta a la presión del cambio.

Poco afecto a la teoría, Boris Albin practicó su oficio con gran firmeza conceptual. Su “Credo arquitectónico” está regado de ideas útiles para entender su obra: claridad en las soluciones, sencillez y sobriedad, plasticidad refinada, lucidez. En suma, su labor se rigió siempre por una voluntad modernizadora dentro del camino abierto por la Bauhaus, si bien con influencia evidente del estilo de vida estadounidense, que las clases medias altas mexicanas buscaban emular.

En Casa Quijote, Estudio Mero trabajó sobre una casa ya modificada y le devolvió no su aspecto sino sus principios: simplicidad espacial, funcionalidad, flexibilidad y amplitud. En ese sentido, hace justicia al tipo de vivienda proyectada por el ingeniero Albin. Si el estilo internacional ignoró las particularidades culturales del entorno, sus mejores cultores dejaron abiertas posibilidades al futuro. Fue el caso de Boris Albin.

Estudio Mero

Estudio Mero, Casa Quijote, Tecamachalco, 2022. Fotografía: Alum Galvez

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lunes, 24 de octubre de 2022

Dos exposiciones en el Museo del Chopo

El Museo Universitario del Chopo inaugura dos muestras de artistas mexicanos este sábado 29 de octubre. Se trata de La isla quiere decirme algo, de Eduardo Abaroa, compuesta por escultura, dibujo, pintura, instalación y video, y Exuvia, de Maximiliano Rosiles, que ocupa la galería sur con una instalación. Las exhibiciones ofrecen pretextos suficientes para recorrer los pasillos del famoso edificio de Santa María la Ribera (Ciudad de México), que abre sus puertas de miércoles a domingo de 11:30 a 18:00 horas.

La isla quiere decirme algo

Las obras reunidas en esta muestra son consecuencia de diferentes experiencias relacionadas con el espacio, que no es neutral sino que va cambiando gracias a la acción y la percepción de los seres que lo habitan. Las piezas fueron creadas, en su mayoría, entre 2018 y 2022, un período en el que el trabajo de Eduardo Abaroa estuvo marcado por el encierro pandémico y una residencia artística en el extranjero. La división tripartita de la Galería Rampas sugirió al artista la idea de dividir la exposición en tres campos diferentes:

Confinamiento. Esta sección incluye una colección de dibujos y pinturas realizadas durante una residencia en Wellington, Nueva Zelanda. La intención del artista era viajar por el  país para conocer sus paisajes naturales; sin embargo, el mal tiempo y la pandemia lo obligaron a encerrarse en un taller artístico, donde dibujó de manera intensa. El resultado fueron obras sencillas que mezclan diagramas, ademanes repetitivos, signos, caricaturas y letras. Esta inesperada inmersión en el dibujo incluso llevó al artista a colaborar con el pintor José Luis Sánchez Rull, con quien realizó una serie de pinturas en blanco y negro titulada El duro deseo de durar.

Eduardo Abaroa

Eduardo Abaroa, fotograma de La isla quiere decirme algo (2022)

Trabajo de campo. Casi al final de su residencia, Abaroa viajó a la isla Kapiti, una de las primeras reservas naturales en el mundo, con una pequeña cámara y un micrófono. Ahí filmó el video La isla quiere decirme algo –con la asesoría de Huhana Smith y el diseño sonoro original de Antonio Fernández Ros–, que se estrena con motivo de esta muestra. El video narra la historia de la isla, de sus seres vivos y de su transformación en reserva natural para reflexionar sobre la conservación, la representación y las implicaciones del registro electrónico compulsivo que la sociedad realiza de los seres vivos y su entorno.

Materiales, señales, registros. En este núcleo hay esculturas y videos que enfatizan la materialidad de los procesos tecnológicos de comunicación. Destacan los materiales inertes, como las señales de tránsito en las calles (con estampas, etiquetas y rayones) o los botones de hule de los controles remotos. Abaroa encuentra afinidad con investigaciones en torno al mundo digital de gente como Jussi Parikka, cuya “geología de los medios” aborda la tensión entre la tecnología humana y los diversos desastres ecológicos de la actualidad.

Vista de Exuvia (2022), de Maximiliano Rosiles

Exuvia

La instalación está formada por un conjunto de esculturas realizadas con residuos de tela, considerado material “muerto”, que el artista reensambló luego de estudiar los procesos industriales de fabricación de ropa en su ciudad natal, Uriangato, Guanajuato. La obra de Maximiliano Rosiles aborda narrativas guardadas en el inconsciente colectivo de la experiencia mexicoamericana. En palabras del artista: “Creo que la experiencia chicana es una existencia dentro de un estado mental constante de deconstrucción, transformación y curación dentro de la interfaz de la contradicción. Es una práctica de fragmentación, de reconfiguración, de unir lo separado. Es el reflejo de lo que el individuo enfrenta cuando vive en un estado de transición perpetua, dentro de un umbral dual de culturas, ideas, creencias y perspectivas en conflicto”.

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Dos exposiciones en el Museo del Chopo

El Museo Universitario del Chopo inaugura dos muestras de artistas mexicanos este sábado 29 de octubre. Se trata de La isla quiere decirme algo, de Eduardo Abaroa, compuesta por escultura, dibujo, pintura, instalación y video, y Exuvia, de Maximiliano Rosiles, que ocupa la galería sur con una instalación. Las exhibiciones ofrecen pretextos suficientes para recorrer los pasillos del famoso edificio de Santa María la Ribera (Ciudad de México), que abre sus puertas de miércoles a domingo de 11:30 a 18:00 horas.

La isla quiere decirme algo

Las obras reunidas en esta muestra son consecuencia de diferentes experiencias relacionadas con el espacio, que no es neutral sino que va cambiando gracias a la acción y la percepción de los seres que lo habitan. Las piezas fueron creadas, en su mayoría, entre 2018 y 2022, un período en el que el trabajo de Eduardo Abaroa estuvo marcado por el encierro pandémico y una residencia artística en el extranjero. La división tripartita de la Galería Rampas sugirió al artista la idea de dividir la exposición en tres campos diferentes:

Confinamiento. Esta sección incluye una colección de dibujos y pinturas realizadas durante una residencia en Wellington, Nueva Zelanda. La intención del artista era viajar por el  país para conocer sus paisajes naturales; sin embargo, el mal tiempo y la pandemia lo obligaron a encerrarse en un taller artístico, donde dibujó de manera intensa. El resultado fueron obras sencillas que mezclan diagramas, ademanes repetitivos, signos, caricaturas y letras. Esta inesperada inmersión en el dibujo incluso llevó al artista a colaborar con el pintor José Luis Sánchez Rull, con quien realizó una serie de pinturas en blanco y negro titulada El duro deseo de durar.

Eduardo Abaroa

Eduardo Abaroa, fotograma de La isla quiere decirme algo (2022)

Trabajo de campo. Casi al final de su residencia, Abaroa viajó a la isla Kapiti, una de las primeras reservas naturales en el mundo, con una pequeña cámara y un micrófono. Ahí filmó el video La isla quiere decirme algo –con la asesoría de Huhana Smith y el diseño sonoro original de Antonio Fernández Ros–, que se estrena con motivo de esta muestra. El video narra la historia de la isla, de sus seres vivos y de su transformación en reserva natural para reflexionar sobre la conservación, la representación y las implicaciones del registro electrónico compulsivo que la sociedad realiza de los seres vivos y su entorno.

Materiales, señales, registros. En este núcleo hay esculturas y videos que enfatizan la materialidad de los procesos tecnológicos de comunicación. Destacan los materiales inertes, como las señales de tránsito en las calles (con estampas, etiquetas y rayones) o los botones de hule de los controles remotos. Abaroa encuentra afinidad con investigaciones en torno al mundo digital de gente como Jussi Parikka, cuya “geología de los medios” aborda la tensión entre la tecnología humana y los diversos desastres ecológicos de la actualidad.

Vista de Exuvia (2022), de Maximiliano Rosiles

Exuvia

La instalación está formada por un conjunto de esculturas realizadas con residuos de tela, considerado material “muerto”, que el artista reensambló luego de estudiar los procesos industriales de fabricación de ropa en su ciudad natal, Uriangato, Guanajuato. La obra de Maximiliano Rosiles aborda narrativas guardadas en el inconsciente colectivo de la experiencia mexicoamericana. En palabras del artista: “Creo que la experiencia chicana es una existencia dentro de un estado mental constante de deconstrucción, transformación y curación dentro de la interfaz de la contradicción. Es una práctica de fragmentación, de reconfiguración, de unir lo separado. Es el reflejo de lo que el individuo enfrenta cuando vive en un estado de transición perpetua, dentro de un umbral dual de culturas, ideas, creencias y perspectivas en conflicto”.

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jueves, 20 de octubre de 2022

Sevilla y el flamenco

Cada dos años la ciudad de Sevilla se convierte en la sede uno de los festivales más prestigiosos del mundo: La Bienal de Flamenco. Durante el otoño la capital andaluza es el principal punto de conexión de un arte antiguo y apasionado. Entre 8 de septiembre y el 1 de octubre se programaron sesenta y ocho espectáculos de las principales figuras del flamenco, en sus variantes de cante, baile y guitarra.

Hace un siglo, en 1922, Federico García Lorca, Manuel de Falla y otros intelectuales de la época crearon el primer Concurso de Cante Jondo, celebrado en Granada. La Bienal de Flamenco quiso rendir homenaje a esta efeméride con el pregón inaugural de Laura García Lorca, sobrina del poeta andaluz. En él recuerda una anécdota que nos habla de la fascinación de García Lorca por el flamenco:

Una noche de invierno del 27, reunidos aquí oyendo a uno muy bueno cantar por soleares, Federico dijo a Ignacio [Sánchez Mejías], “Muy bien, pero el que me gusta de verdad es Manuel Torre”. Ignacio sonrió y dijo, “A ver si puedo hacer algo”, y lo fue a buscar su chófer a una venta cercana donde sabía que estaba cantando. Y así llegó su favorito a encender la noche. El “que tiene tronco de Faraón”.

Entre los artistas invitados a la XXII Bienal de Flamenco figura la cantaora Marina Heredia. Su actuación en el Teatro de la Maestranza fue un homenaje a tres figuras importantes en su vida: Federico García Lorca, Manuel de Falla y sus raíces gitanas. En su nuevo espectáculo, titulado Status quo, muestra las influencias de los versos de García Lorca y del espíritu musical de Falla con los distintos palos del flamenco: “Alegrías”, “Tientos”, “Solea” o “Tangos de Graná”, y que ha contado con la participación del guitarrista José Quevedo “El Bola”, el percusionista Paquito González y un coro flamenco.

La cantaora granadina estrenó en 2019 Lorca y la pasión. Un mar de sueños en el Generalife de la Alhambra, espectáculo flamenco donde “quería coger un hilo conductor que es común en muchas obras de Lorca, el amor de la mujer”. Heredia ya había puesto voz a algunas de las canciones populares que fueron recopiladas por Federico García Lorca: “Tengo los ojos azules, / tengo los ojos azules, / y el corazoncito igual / que la cresta de la lumbre. / De noche me salgo al patio / y me jarto de llorar / de ver que te quiero tanto / y tú no me quieres na. / Esta gitana está loca, / loca que la van a atar, / que lo que sueña de noche / quiere que sea verdad”.

Una de las grandes novedades de este año en la Bienal de Flamenco ha sido el ciclo “Guitarra desnuda”, una oportunidad para “conocer la vanguardia de la guitarra flamenca, su riqueza. Antes se pedía a los guitarristas que acompañaran a la bailaora y ahora crean espacios sonoros nuevos”, como recuerda Gerardo Núñez, coordinador de esta propuesta.

El encargado de clausurar la Bienal en el Teatro Lope de Vega fue Rafael Riqueni. El guitarrista sevillano, nacido en Triana, una de las cunas del flamenco, presentó su último trabajo, Herencia, donde rinde un homenaje a la historia y la tradición de la guitarra flamenca. Su actuación en el Lope de Vega convocó a un público entusiasmado con su arte. Se pudieron escuchar la taranta “Minerico” o la “Soleá de los llanos”, sincero homenaje al maestro de muchos, Manolo Sanlúcar. La última obra de Rafael Requeni es Nerja, “una fantasía descriptiva desde el impresionismo musical y con elementos de la música clásica española que han definido gran parte de su carrera”.

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Sevilla y el flamenco

Cada dos años la ciudad de Sevilla se convierte en la sede uno de los festivales más prestigiosos del mundo: La Bienal de Flamenco. Durante el otoño la capital andaluza es el principal punto de conexión de un arte antiguo y apasionado. Entre 8 de septiembre y el 1 de octubre se programaron sesenta y ocho espectáculos de las principales figuras del flamenco, en sus variantes de cante, baile y guitarra.

Hace un siglo, en 1922, Federico García Lorca, Manuel de Falla y otros intelectuales de la época crearon el primer Concurso de Cante Jondo, celebrado en Granada. La Bienal de Flamenco quiso rendir homenaje a esta efeméride con el pregón inaugural de Laura García Lorca, sobrina del poeta andaluz. En él recuerda una anécdota que nos habla de la fascinación de García Lorca por el flamenco:

Una noche de invierno del 27, reunidos aquí oyendo a uno muy bueno cantar por soleares, Federico dijo a Ignacio [Sánchez Mejías], “Muy bien, pero el que me gusta de verdad es Manuel Torre”. Ignacio sonrió y dijo, “A ver si puedo hacer algo”, y lo fue a buscar su chófer a una venta cercana donde sabía que estaba cantando. Y así llegó su favorito a encender la noche. El “que tiene tronco de Faraón”.

Entre los artistas invitados a la XXII Bienal de Flamenco figura la cantaora Marina Heredia. Su actuación en el Teatro de la Maestranza fue un homenaje a tres figuras importantes en su vida: Federico García Lorca, Manuel de Falla y sus raíces gitanas. En su nuevo espectáculo, titulado Status quo, muestra las influencias de los versos de García Lorca y del espíritu musical de Falla con los distintos palos del flamenco: “Alegrías”, “Tientos”, “Solea” o “Tangos de Graná”, y que ha contado con la participación del guitarrista José Quevedo “El Bola”, el percusionista Paquito González y un coro flamenco.

La cantaora granadina estrenó en 2019 Lorca y la pasión. Un mar de sueños en el Generalife de la Alhambra, espectáculo flamenco donde “quería coger un hilo conductor que es común en muchas obras de Lorca, el amor de la mujer”. Heredia ya había puesto voz a algunas de las canciones populares que fueron recopiladas por Federico García Lorca: “Tengo los ojos azules, / tengo los ojos azules, / y el corazoncito igual / que la cresta de la lumbre. / De noche me salgo al patio / y me jarto de llorar / de ver que te quiero tanto / y tú no me quieres na. / Esta gitana está loca, / loca que la van a atar, / que lo que sueña de noche / quiere que sea verdad”.

Una de las grandes novedades de este año en la Bienal de Flamenco ha sido el ciclo “Guitarra desnuda”, una oportunidad para “conocer la vanguardia de la guitarra flamenca, su riqueza. Antes se pedía a los guitarristas que acompañaran a la bailaora y ahora crean espacios sonoros nuevos”, como recuerda Gerardo Núñez, coordinador de esta propuesta.

El encargado de clausurar la Bienal en el Teatro Lope de Vega fue Rafael Riqueni. El guitarrista sevillano, nacido en Triana, una de las cunas del flamenco, presentó su último trabajo, Herencia, donde rinde un homenaje a la historia y la tradición de la guitarra flamenca. Su actuación en el Lope de Vega convocó a un público entusiasmado con su arte. Se pudieron escuchar la taranta “Minerico” o la “Soleá de los llanos”, sincero homenaje al maestro de muchos, Manolo Sanlúcar. La última obra de Rafael Requeni es Nerja, “una fantasía descriptiva desde el impresionismo musical y con elementos de la música clásica española que han definido gran parte de su carrera”.

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miércoles, 19 de octubre de 2022

Jonas Carpignano, del gesto y lo político

I

La relación entre cine y realidad encuentra su proximidad en el gesto: mostrar las condiciones sociales, hacer la crónica de la cotidianidad, adherirse a la actualidad de las minorías y los grupos marginados. Con esta afirmación, André Bazin dispone al gesto como centro del neorrealismo italiano. El gesto como lo que hace falta y cómo hace falta. El cine alcanza lo real cuando registra la existencia y la grieta que las guerras abrieron en lo real: cuando cineastas como Roberto Rossellini, Mario Alberto Lattuada o Alessandro Blasetti se comprometieron políticamente evitaron que el cine se transformara en una banal ficción imaginaria. Frente a la catástrofe –la ocupación aliada, la revolución política, el desequilibrio económico y el desgarramiento social– el neorrealismo italiano buscó en el fulgor de la actualidad la fuerza de estilos, lenguajes y narraciones que hicieran visible lo invisible, que provocaran sensiblemente lo impensado.

El neorrealismo hizo la pregunta crucial en el cine moderno, marcado por el giro ético-político: ¿cómo plantear la realidad en términos de pensamiento? El cuestionamiento entabla un diálogo con generaciones pasadas y futuras, se extiende y se expresa como una selección de problemas y puntos de vista de nuestro tiempo, guardando una relación antropológica de aspectos humanos enfrentados a las condiciones históricas de su existencia. El pensamiento, a decir de Hannah Arendt, es un apetito de significación, es decir, un desequilibrio entre el sentido y el sinsentido que a lo largo del tiempo no deja de reactivarse, variar y desequilibrar la manera en que concebimos la realidad.

II

Jonas Carpignano (Nueva York, 1984) parece brotar de esta genealogía. Sus ideas-cine son profundas, nada convencionales, imposibles de simplificar. Pueden rastrearse en recorridos transversales por su Trilogía Calabresa, desde Mediterránea (2015) o La Ciambra (2017) hasta Para Chiara (2021). En ellas se ejercitan algunos criterios formales del neorrealismo que apuntan a una ambigüedad por descifrar. A través del plano-secuencia se descubre esa forma de abrirse al espacio provocando un efecto de aproximación oscilante, dispersivo y errante de carácter documental. Un arte de encuentros efímeros o fragmentarios –para decirlo en términos de Cesare Zavattini– que descubre la inexorable conjunción de frialdad y lucidez, temor y odio, amistad y traición, vida y muerte.

Jonas Carpignano realiza un viaje trágico que escenifica, de modo imprevisible y errático, los caminos indeterminados que pueden seguirse y en donde cualquier cosa puede suceder.  

Carpignano realiza un viaje trágico que escenifica, de modo imprevisible y errático, los caminos indeterminados que pueden seguirse y en donde cualquier cosa puede suceder. Eso concede a sus filmes un carácter tremendamente expresivo, congenial con los principios fundamentales del neorrealismo italiano y que puede advertirse, por ejemplo, en el uso de actores no profesionales. Lo que se expresa en el decir poético expone las marcas del cuerpo; el pensamiento como testigo narra, a través de enlaces sensibles, los desgarramientos de un humanismo exhausto, recreando mundos por venir, haciendo visibles y audibles mundos olvidados.

III

Podría decirse que la creatividad de este cineasta responde a un continuum sensible de gradual progresión, como sucede en su ópera prima, Mediterránea, en la que reflexiona sobre el derecho civil de los inmigrantes, el espacio público y la representación política de las minorías. Su comentario apunta a extinguir el relato causal y la teoría del progreso. Para lograrlo, coloca a la imagen como decisión de la consciencia ética y la potencia transformadora de lo común. Los acontecimientos crean campos de conflicto en los que se exploran rostros, multiplicidades, diferencias e intervalos. Un lugar fronterizo en el que sucede el aparecer político (en el sentido de Arendt), conformado por pluralidades que entran en relación y pugna. Sólo entonces podemos contemplar, en un mismo espacio, las vidas ética y política, que se cuestionan una a la otra.

Jonas Carpignano

Fotograma de Mediterránea (2015), Jonas Carpignano

Mediterránea es el germen del tríptico calabrés –precedido por el cortometraje A Chjàna (2011)–, donde Jonas Carpignano aborda los conflictos raciales en Rosarno, municipio en el que se encuentra un gran asentamiento de inmigrantes africanos. El trayecto-viaje desde Burkina Faso hasta Libia, y posteriormente del Mediterráneo hasta Italia, pone en relación distintas culturas, tiempos y procedencias. Estos trayectos rememoran y proyectan el apetito de la libertad, el misterio del azar y la inquietud del deseo. Como una línea de fuga, despliegan el acontecimiento y permiten circunscribir el sitio donde se juega la potencia lírica del desgarramiento y el gesto arbitrario del destino. Desde ese primer anuncio de lo trágico se desencadenan fuerzas proteicas imposibles de reprimir: la espera por pasar la frontera, la no identidad del que ocupa invisiblemente lugares, la renuncia a la propia lengua, la desaparición de la existencia ética.

El sentimiento de huir y perderlo todo se entremezcla con el silencio entrecortado por gritos confusos en el mar; la oscuridad de la noche y la soledad del desierto son testigos de la frialdad de la muerte. El sofocante movimiento de la cámara deja entrever una red de intervalos donde los cuerpos constituyen movimientos, deseos, acciones y palabras cuya síntesis evita toda homogeneización conceptual. La virtud y la potencia de las imágenes y las frases proponen un vínculo dialéctico entre la esperanza y la hostilidad. También incitan al cuestionamiento del ser y la existencia de lo que consideramos extranjero: lo otro ligado a la noción misma de supervivencia. El método intuitivo de Carpignano pone en operación un montaje que no busca unir acciones sino empalmar diferencias e intensidades que cohabitan. Esta puesta en plural es fundamental, pues nos habla de diferencias, multiplicidades, singularidades y cuerpos sensibles que acentúan lo común en todos nosotros.

IV

Toda historia cambia la que le precede, y es asediada por su propia memoria, tratando de conjurar algo que ya ha tenido lugar. Es posible comprender la obra de Jonas Carpignano como un dar fe, pues se detiene en el testimonio (de un observador, actor, víctima o vidente) que surge de una experiencia indecible. Es un gesto para que algo pase. Con una mirada poética, a través de un punto de vista a la vez documental y ficcional, La Ciambra relata la vida de la comunidad romaní, una población originariamente nómada que habita en las afueras de la ciudad de Gioia Tauro.

Jonas Carpignano

Fotograma de La Ciambra (2015), Jonas Carpignano

Al retomar la figura del niño del neorrealismo –alusión clarísima a El limpiabotas de Vittorio De Sica– Carpignano presenta la vida de Pio Amato, un gitano de 14 años de edad que intenta desesperadamente convertirse en adulto y formar parte de un mundo caracterizado por robos, estafas y negocios turbios para ayudar a su familia. Su condición de niño lo convierte en vidente, en el sentido de Gilles Deleuze: observa la crudeza y la brutalidad que esconde la banalidad cotidiana. Así, descubre algo insoportable que adquiere los tintes de sueño o pesadilla, y entonces actúa rompiendo esquematismos y excediendo el límite. Pio hace sensible el mundo calabrés y revela el sentido estético de su cotidianidad.

La filmación con cámara en mano, el uso de planos cerrados, las transiciones foco-fuera de foco y la textura granular generan una imagen imperfecta y una atmósfera inquietante, como si el encuadre estuviera persiguiendo nerviosamente el grano de lo que está a punto de suceder. La sensación es envolvente e invasiva, sugiriendo la inmersión del espectador en los detalles –por ejemplo, de los familiares de Pio mientras comen, beben, fuman o discuten temas triviales– que muestran la singularidad de los personajes. Con paciencia el encuadre se detiene en cada uno, pues comparten el mismo destino aunque son diferentes. Un gesto ético que designa maneras de habitar y maneras de ser. El reconocimiento del otro que se vincula con la amistad, la empatía y la simpatía.

V

La apuesta por actores no profesionales, la selección de locaciones reales y espacios indeterminados, los diálogos improvisados y los planos cercanos a gestos insignificantes dan al cine de Jonas Carpignano un aire manierista, que registra tanto la banalidad cotidiana como las circunstancias excepcionales. Entre estos polos hay un constante ir y venir: de una temporalidad a otra o de una cualidad visual a una cualidad táctil. Esta búsqueda formal puede rastrearse en Para Chiara, tercera parte de la Trilogía Calabresa, que explora la cultura criminal de la Ndrangheta a partir de la mirada de una adolescente.

Jonas Carpignano

Fotograma de Para Chiara (2015), Jonas Carpignano

Chiara indaga la desaparición de su padre. La película funciona a manera de crónica donde las situaciones o eventos se desgarran en un pasado concluido y en un futuro sin salida. La composición audiovisual crea un tejido de signos para leer el presente y el pasado, el aquí y el allá. A lo largo del filme el autor pone en operación una suerte de tacto cinematográfico, construido a través de encuadres que exploran la intimidad de los personajes. La cercanía de las tomas hace parecer a la cámara una prótesis del cuerpo, el efecto provoca una experiencia intersubjetiva que participa en el devenir de los acontecimientos. Se trata de una cualidad táctil en los rostros y en los cuerpos. Mirar lo otro. Tacto y contacto. Estas cualidades presentan un desplazamiento que va de la persecución de los personajes a la interiorización de sus afecciones y propósitos.

La cercanía de las tomas hace parecer a la cámara una prótesis del cuerpo, el efecto provoca una experiencia intersubjetiva que participa en el devenir de los acontecimientos. 

El efecto: un perpetuo montaje de espacios y tiempos, de sensaciones y signos que entretejen los dos mundos de Chiara, el familiar y el desconocido, lleno de sombras, secretos y peligros. Ambos convergen en un punto de indiscernibilidad entre lo real y lo imaginario. No se trata de una simple asociación entre lo verdadero y lo falso sino del intersticio en el que el pensamiento crea una nueva versión de los hechos, una interrupción entre afecciones y percepciones en la que surge una pista o un fulgor de verdad que se torna ficción.

VI

Dice Georges Didi-Huberman que no hay encuadres estéticos sin encuadres políticos. Los rasgos y las poses, la mirada y algunas facciones se convierten en elementos centrales que vibran y laten para encararnos. Las imágenes de Jonas Carpignano participan de un gesto auténticamente crítico del que emerge el rostro del otro, el sentido de su existencia, la sensación de que es una verdadera fuerza política. Las visiones estéticas de este autor están acompañadas de la empatía y la simpatía. Su punto de vista es neutral e impasible, no juzga ni toma posición, simplemente, al igual que sus personajes, es un vidente que persigue el acontecer de los eventos.

Mediterránea, La Ciambra y Para Chiara son gestos de triple fase, proverbios corporales que encarnan las acciones del mundo. Se trasponen en una vigorosa rítmica expresando el carácter multilateral de la vida. La inmigración, la falta de oportunidades y la marginalidad de ciertas minorías terminan confluyendo en escenas que mezclan lo documental, lo poético y lo ficcional para reflexionar sobre la memoria política, la identidad cultural y la incertidumbre de la hospitalidad como síntomas del mundo, fenómenos de amplitud mundial que asedian e interrogan a la humanidad en su relación con la violencia y la lucha por los lugares.

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Jonas Carpignano, del gesto y lo político

I

La relación entre cine y realidad encuentra su proximidad en el gesto: mostrar las condiciones sociales, hacer la crónica de la cotidianidad, adherirse a la actualidad de las minorías y los grupos marginados. Con esta afirmación, André Bazin dispone al gesto como centro del neorrealismo italiano. El gesto como lo que hace falta y cómo hace falta. El cine alcanza lo real cuando registra la existencia y la grieta que las guerras abrieron en lo real: cuando cineastas como Roberto Rossellini, Mario Alberto Lattuada o Alessandro Blasetti se comprometieron políticamente evitaron que el cine se transformara en una banal ficción imaginaria. Frente a la catástrofe –la ocupación aliada, la revolución política, el desequilibrio económico y el desgarramiento social– el neorrealismo italiano buscó en el fulgor de la actualidad la fuerza de estilos, lenguajes y narraciones que hicieran visible lo invisible, que provocaran sensiblemente lo impensado.

El neorrealismo hizo la pregunta crucial en el cine moderno, marcado por el giro ético-político: ¿cómo plantear la realidad en términos de pensamiento? El cuestionamiento entabla un diálogo con generaciones pasadas y futuras, se extiende y se expresa como una selección de problemas y puntos de vista de nuestro tiempo, guardando una relación antropológica de aspectos humanos enfrentados a las condiciones históricas de su existencia. El pensamiento, a decir de Hannah Arendt, es un apetito de significación, es decir, un desequilibrio entre el sentido y el sinsentido que a lo largo del tiempo no deja de reactivarse, variar y desequilibrar la manera en que concebimos la realidad.

II

Jonas Carpignano (Nueva York, 1984) parece brotar de esta genealogía. Sus ideas-cine son profundas, nada convencionales, imposibles de simplificar. Pueden rastrearse en recorridos transversales por su Trilogía Calabresa, desde Mediterránea (2015) o La Ciambra (2017) hasta Para Chiara (2021). En ellas se ejercitan algunos criterios formales del neorrealismo que apuntan a una ambigüedad por descifrar. A través del plano-secuencia se descubre esa forma de abrirse al espacio provocando un efecto de aproximación oscilante, dispersivo y errante de carácter documental. Un arte de encuentros efímeros o fragmentarios –para decirlo en términos de Cesare Zavattini– que descubre la inexorable conjunción de frialdad y lucidez, temor y odio, amistad y traición, vida y muerte.

Jonas Carpignano realiza un viaje trágico que escenifica, de modo imprevisible y errático, los caminos indeterminados que pueden seguirse y en donde cualquier cosa puede suceder.  

Carpignano realiza un viaje trágico que escenifica, de modo imprevisible y errático, los caminos indeterminados que pueden seguirse y en donde cualquier cosa puede suceder. Eso concede a sus filmes un carácter tremendamente expresivo, congenial con los principios fundamentales del neorrealismo italiano y que puede advertirse, por ejemplo, en el uso de actores no profesionales. Lo que se expresa en el decir poético expone las marcas del cuerpo; el pensamiento como testigo narra, a través de enlaces sensibles, los desgarramientos de un humanismo exhausto, recreando mundos por venir, haciendo visibles y audibles mundos olvidados.

III

Podría decirse que la creatividad de este cineasta responde a un continuum sensible de gradual progresión, como sucede en su ópera prima, Mediterránea, en la que reflexiona sobre el derecho civil de los inmigrantes, el espacio público y la representación política de las minorías. Su comentario apunta a extinguir el relato causal y la teoría del progreso. Para lograrlo, coloca a la imagen como decisión de la consciencia ética y la potencia transformadora de lo común. Los acontecimientos crean campos de conflicto en los que se exploran rostros, multiplicidades, diferencias e intervalos. Un lugar fronterizo en el que sucede el aparecer político (en el sentido de Arendt), conformado por pluralidades que entran en relación y pugna. Sólo entonces podemos contemplar, en un mismo espacio, las vidas ética y política, que se cuestionan una a la otra.

Jonas Carpignano

Fotograma de Mediterránea (2015), Jonas Carpignano

Mediterránea es el germen del tríptico calabrés –precedido por el cortometraje A Chjàna (2011)–, donde Jonas Carpignano aborda los conflictos raciales en Rosarno, municipio en el que se encuentra un gran asentamiento de inmigrantes africanos. El trayecto-viaje desde Burkina Faso hasta Libia, y posteriormente del Mediterráneo hasta Italia, pone en relación distintas culturas, tiempos y procedencias. Estos trayectos rememoran y proyectan el apetito de la libertad, el misterio del azar y la inquietud del deseo. Como una línea de fuga, despliegan el acontecimiento y permiten circunscribir el sitio donde se juega la potencia lírica del desgarramiento y el gesto arbitrario del destino. Desde ese primer anuncio de lo trágico se desencadenan fuerzas proteicas imposibles de reprimir: la espera por pasar la frontera, la no identidad del que ocupa invisiblemente lugares, la renuncia a la propia lengua, la desaparición de la existencia ética.

El sentimiento de huir y perderlo todo se entremezcla con el silencio entrecortado por gritos confusos en el mar; la oscuridad de la noche y la soledad del desierto son testigos de la frialdad de la muerte. El sofocante movimiento de la cámara deja entrever una red de intervalos donde los cuerpos constituyen movimientos, deseos, acciones y palabras cuya síntesis evita toda homogeneización conceptual. La virtud y la potencia de las imágenes y las frases proponen un vínculo dialéctico entre la esperanza y la hostilidad. También incitan al cuestionamiento del ser y la existencia de lo que consideramos extranjero: lo otro ligado a la noción misma de supervivencia. El método intuitivo de Carpignano pone en operación un montaje que no busca unir acciones sino empalmar diferencias e intensidades que cohabitan. Esta puesta en plural es fundamental, pues nos habla de diferencias, multiplicidades, singularidades y cuerpos sensibles que acentúan lo común en todos nosotros.

IV

Toda historia cambia la que le precede, y es asediada por su propia memoria, tratando de conjurar algo que ya ha tenido lugar. Es posible comprender la obra de Jonas Carpignano como un dar fe, pues se detiene en el testimonio (de un observador, actor, víctima o vidente) que surge de una experiencia indecible. Es un gesto para que algo pase. Con una mirada poética, a través de un punto de vista a la vez documental y ficcional, La Ciambra relata la vida de la comunidad romaní, una población originariamente nómada que habita en las afueras de la ciudad de Gioia Tauro.

Jonas Carpignano

Fotograma de La Ciambra (2015), Jonas Carpignano

Al retomar la figura del niño del neorrealismo –alusión clarísima a El limpiabotas de Vittorio De Sica– Carpignano presenta la vida de Pio Amato, un gitano de 14 años de edad que intenta desesperadamente convertirse en adulto y formar parte de un mundo caracterizado por robos, estafas y negocios turbios para ayudar a su familia. Su condición de niño lo convierte en vidente, en el sentido de Gilles Deleuze: observa la crudeza y la brutalidad que esconde la banalidad cotidiana. Así, descubre algo insoportable que adquiere los tintes de sueño o pesadilla, y entonces actúa rompiendo esquematismos y excediendo el límite. Pio hace sensible el mundo calabrés y revela el sentido estético de su cotidianidad.

La filmación con cámara en mano, el uso de planos cerrados, las transiciones foco-fuera de foco y la textura granular generan una imagen imperfecta y una atmósfera inquietante, como si el encuadre estuviera persiguiendo nerviosamente el grano de lo que está a punto de suceder. La sensación es envolvente e invasiva, sugiriendo la inmersión del espectador en los detalles –por ejemplo, de los familiares de Pio mientras comen, beben, fuman o discuten temas triviales– que muestran la singularidad de los personajes. Con paciencia el encuadre se detiene en cada uno, pues comparten el mismo destino aunque son diferentes. Un gesto ético que designa maneras de habitar y maneras de ser. El reconocimiento del otro que se vincula con la amistad, la empatía y la simpatía.

V

La apuesta por actores no profesionales, la selección de locaciones reales y espacios indeterminados, los diálogos improvisados y los planos cercanos a gestos insignificantes dan al cine de Jonas Carpignano un aire manierista, que registra tanto la banalidad cotidiana como las circunstancias excepcionales. Entre estos polos hay un constante ir y venir: de una temporalidad a otra o de una cualidad visual a una cualidad táctil. Esta búsqueda formal puede rastrearse en Para Chiara, tercera parte de la Trilogía Calabresa, que explora la cultura criminal de la Ndrangheta a partir de la mirada de una adolescente.

Jonas Carpignano

Fotograma de Para Chiara (2015), Jonas Carpignano

Chiara indaga la desaparición de su padre. La película funciona a manera de crónica donde las situaciones o eventos se desgarran en un pasado concluido y en un futuro sin salida. La composición audiovisual crea un tejido de signos para leer el presente y el pasado, el aquí y el allá. A lo largo del filme el autor pone en operación una suerte de tacto cinematográfico, construido a través de encuadres que exploran la intimidad de los personajes. La cercanía de las tomas hace parecer a la cámara una prótesis del cuerpo, el efecto provoca una experiencia intersubjetiva que participa en el devenir de los acontecimientos. Se trata de una cualidad táctil en los rostros y en los cuerpos. Mirar lo otro. Tacto y contacto. Estas cualidades presentan un desplazamiento que va de la persecución de los personajes a la interiorización de sus afecciones y propósitos.

La cercanía de las tomas hace parecer a la cámara una prótesis del cuerpo, el efecto provoca una experiencia intersubjetiva que participa en el devenir de los acontecimientos. 

El efecto: un perpetuo montaje de espacios y tiempos, de sensaciones y signos que entretejen los dos mundos de Chiara, el familiar y el desconocido, lleno de sombras, secretos y peligros. Ambos convergen en un punto de indiscernibilidad entre lo real y lo imaginario. No se trata de una simple asociación entre lo verdadero y lo falso sino del intersticio en el que el pensamiento crea una nueva versión de los hechos, una interrupción entre afecciones y percepciones en la que surge una pista o un fulgor de verdad que se torna ficción.

VI

Dice Georges Didi-Huberman que no hay encuadres estéticos sin encuadres políticos. Los rasgos y las poses, la mirada y algunas facciones se convierten en elementos centrales que vibran y laten para encararnos. Las imágenes de Jonas Carpignano participan de un gesto auténticamente crítico del que emerge el rostro del otro, el sentido de su existencia, la sensación de que es una verdadera fuerza política. Las visiones estéticas de este autor están acompañadas de la empatía y la simpatía. Su punto de vista es neutral e impasible, no juzga ni toma posición, simplemente, al igual que sus personajes, es un vidente que persigue el acontecer de los eventos.

Mediterránea, La Ciambra y Para Chiara son gestos de triple fase, proverbios corporales que encarnan las acciones del mundo. Se trasponen en una vigorosa rítmica expresando el carácter multilateral de la vida. La inmigración, la falta de oportunidades y la marginalidad de ciertas minorías terminan confluyendo en escenas que mezclan lo documental, lo poético y lo ficcional para reflexionar sobre la memoria política, la identidad cultural y la incertidumbre de la hospitalidad como síntomas del mundo, fenómenos de amplitud mundial que asedian e interrogan a la humanidad en su relación con la violencia y la lucha por los lugares.

La entrada Jonas Carpignano, del gesto y lo político se publicó primero en La Tempestad.



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