En estos años ha resurgido la figura de George Orwell (1903-1950). Hay distintas razones. La llegada a la presidencia de Donald Trump en 2017, por ejemplo, magnificó el debate sobre la verdad, la manipulación y las noticias falsas. Estos temas recorren la obra del escritor inglés, particularmente en la novela 1984, un clásico que no ha perdido vigencia en un mundo en el que la posverdad parece determinar nuestras percepciones. Como sucede en el debate –o ausencia de éste– en los medios y redes sociales, se recurre a lo inmediato y a lo fácilmente reconocible en la obra orwelliana, cuando el alcance de sus ideas llega no sólo a la política sino al totalitarismo del sistema económico mundial, entre otras perspectivas.
La ensayista estadounidense Rebecca Solnit (1961) retoma en Las rosas de Orwell las inquietudes del escritor que se reflejan en sus textos de ficción pero también en sus diarios, ensayos y artículos de prensa. Recorre su biografía y la entrelaza con los tiempos convulsos de la primera mitad del siglo XX. Como en sus anteriores libros –destaco especialmente Wanderlust. Una historia del caminar (2000)– Solnit explora a profundidad las amplias posibilidades del ensayo: salta de un tema a otro; describe un viaje, pero también recurre a la exploración bibliográfica, y se mueve en diferentes épocas para capturar la complejidad del autor.
El hilo conductor del libro es un tema en apariencia lejano a la obra del inglés: las rosas y el trabajo en el jardín. Una de las preguntas importantes que surgen alrededor de este pretexto es la verdad, las diferentes maneras en las que podemos serle fieles. El contacto con la tierra fue una de las vías para que Orwell descorriera el velo de las mentiras de su época y, además, consolidara su espíritu crítico, un pensamiento que supo cuestionar el estalinismo, que marcó una parte importante de la historia de la Unión Soviética, sin dar el vuelco a la derecha como muchos intelectuales contemporáneos.
La rosa tiene múltiples significados. Se le asocia, principalmente, al amor romántico o al misticismo religioso. Sin embargo, hay otras perspectivas que pasan desapercibidas. La producción industrial de esta flor, por ejemplo, es una metáfora de nuestros tiempos. A través de un viaje a Colombia en el que visita una empresa exportadora de rosas, Solnit describe los espejismos del capitalismo actual: la precarización laboral está detrás de una flor que simboliza la transparencia de los sentimientos y, por supuesto, la belleza. Esta paradoja se puede encontrar en el ecosistema social en el que nos movemos todos los días: las buenas intenciones –las esperanzas de cambio– encubren un engranaje que no vemos por su complejidad y porque los procesos que mueven nuestras grandes ciudades ocurren fuera de nuestro horizonte. Detrás de la belleza y las buenas causas hay historias que nadie quiere contar ni escuchar.
Orwell supo ver, según Solnit, las contradicciones de su época y de su propia biografía. El autor renunció a una genealogía de terratenientes y nobles para explorar la vida de los mineros y los trabajadores. También se alejó, por largas temporadas, de los círculos intelectuales para explorar, por sí mismo, la vida en el campo y el trabajo con sus propias manos. Este cruce de experiencias le hizo ver a la naturaleza como un acto político. Me parece que ésta es una idea fundamental en la aproximación de Solnit vinculada con la crisis climática y social que vivimos. Orwell enfatizó en su obra la necesidad de llevar el arte al terreno en el que significa más: la crítica como transformación social. También la necesidad del disfrute como modo de rebelión ante un ecosistema determinado por el lucro y la productividad que ignora sus propios límites. Juntando estas obsesiones podemos encontrar en la naturaleza –y en el activismo alrededor de ella– una vía para repensarnos de manera profunda, no la contemplación vacía que abunda en nuestros días.
Rebecca Solnit, Las rosas de Orwell, traducción del inglés de Antonia Martín, Lumen, Barcelona, 2022
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