viernes, 30 de junio de 2017

Franz Kafka, revelado

Franz Kafka, revelado

Agenda de fin de semana

La Ciudad de México es imparable. Aquí, una selección de películas, exposiciones y puestas en escena que, desde la redacción, recomendamos para este fin de semana:

 

Película

Tras la tormenta

Hirokazu Koreeda

 

El director japonés regresa a su tema central: la familia y las intrincadas redes de lealtad, dolor y culpa que se generan entre sus miembros. En esta cinta cuenta la historia de un hombre divorciado y adicto a las apuestas, que abandonó su carrera como escritor y defraudó la confianza de sus seres queridos, entre ellos su hijo de once años. Delicadamente, Koreeda sigue a sus personajes en su vida urbana, triste y sombría, hasta adentrarse en sus sentimientos más íntimos. Sin subidas de tono dramáticas, sin efectismo, la cinta avanza sobre temas dolorosos, heridas abiertas que el cineasta cura con sutileza sin pretender cerrarlas.

 

Cineteca Nacional

Viernes y sábado, 16:45 y 21:30 horas

Domingo, 15:15 y 20:45 horas

$50 entrada general; $30 para menores de 25 años, estudiantes y adultos mayores

 

Montaje escénico

Sedimentos

Octavio Michel Frau

 

Michel Grau creó un montaje que reflexiona sobre el suicidio, un tema que se ha abordado en varias ocasiones en el cine reciente [Piedad, de Kim Ki-duk; y Amor, de Michael Haneke, ambas de 2012, son buenos ejemplos], pero que pocas veces es tratado a partir de la danza y el teatro. La pieza está inspirada en la vida y obra de Francesca Woodman, fotógrafa que se quitó la vida a los 22 años. La función del sábado se complementará con la charla “Suicidio en el arte contemporáneo”, en la que participarán Cannon Bernáldez y Pancho López. Dicha actividad se realizará a las 7 PM.

 

Casa del Lago

Viernes, 20:00

Sábado y domingo, 18:00 horas

$150 general; $100 estudiantes, maestros y adultos mayores con credencial vigente

Cupo limitado

 

Exposiciones

Hans Arp

 

La muestra que el Museo de Arte Moderno le dedica al creador francoalemán Hans Arp se encuentra en su recta final. Se trata de la primera retrospectiva en América Latina del fundador del movimiento Dadá, en 1916, quien consideró al arte como “un fruto que crece en el hombre, como una fruta o una planta, como un niño en el vientre de su madre”. La exposición  comprende esculturas, pinturas y una selección de libros ilustrados por el artista.

 

Museo de Arte Moderno

Martes a domingo de 10:15 a 17:30 horas

$60; domingo entrada libre

Entrada gratuita con credencial de profesor, estudiante e INAPAM

Hasta el 16 de julio

 

Orozco y Los Teules

José Clemente Orozco

 

Para muchos, Los Teules es una de las mejores series de José Clemente Orozco. No hay que perderse esta exposición, que recupera parte de las setenta obras, entre pinturas y dibujos, encargadas al artista jalisciense por el Colegio Nacional en 1947. ¿Su tema? La narración visual de la Conquista, que para Orozco no pudo ser más que sangre, cadáveres, muerte y destrucción. En su momento la serie fue descrita por el historiador y crítico Justino Fernández como “una de las mejores y más impresionantes de cuantas ha presentado”.

 

Museo de Arte Carrillo Gil

Martes a domingo de 10:00 a 18:00 horas

$45; domingo entrada libre

Hasta el 6 de agosto

 



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Agenda de fin de semana

La Ciudad de México es imparable. Aquí, una selección de películas, exposiciones y puestas en escena que, desde la redacción, recomendamos para este fin de semana:

 

Película

Tras la tormenta

Hirokazu Koreeda

 

El director japonés regresa a su tema central: la familia y las intrincadas redes de lealtad, dolor y culpa que se generan entre sus miembros. En esta cinta cuenta la historia de un hombre divorciado y adicto a las apuestas, que abandonó su carrera como escritor y defraudó la confianza de sus seres queridos, entre ellos su hijo de once años. Delicadamente, Koreeda sigue a sus personajes en su vida urbana, triste y sombría, hasta adentrarse en sus sentimientos más íntimos. Sin subidas de tono dramáticas, sin efectismo, la cinta avanza sobre temas dolorosos, heridas abiertas que el cineasta cura con sutileza sin pretender cerrarlas.

 

Cineteca Nacional

Viernes y sábado, 16:45 y 21:30 horas

Domingo, 15:15 y 20:45 horas

$50 entrada general; $30 para menores de 25 años, estudiantes y adultos mayores

 

Montaje escénico

Sedimentos

Octavio Michel Frau

 

Michel Grau creó un montaje que reflexiona sobre el suicidio, un tema que se ha abordado en varias ocasiones en el cine reciente [Piedad, de Kim Ki-duk; y Amor, de Michael Haneke, ambas de 2012, son buenos ejemplos], pero que pocas veces es tratado a partir de la danza y el teatro. La pieza está inspirada en la vida y obra de Francesca Woodman, fotógrafa que se quitó la vida a los 22 años. La función del sábado se complementará con la charla “Suicidio en el arte contemporáneo”, en la que participarán Cannon Bernáldez y Pancho López. Dicha actividad se realizará a las 7 PM.

 

Casa del Lago

Viernes, 20:00

Sábado y domingo, 18:00 horas

$150 general; $100 estudiantes, maestros y adultos mayores con credencial vigente

Cupo limitado

 

Exposiciones

Hans Arp

 

La muestra que el Museo de Arte Moderno le dedica al creador francoalemán Hans Arp se encuentra en su recta final. Se trata de la primera retrospectiva en América Latina del fundador del movimiento Dadá, en 1916, quien consideró al arte como “un fruto que crece en el hombre, como una fruta o una planta, como un niño en el vientre de su madre”. La exposición  comprende esculturas, pinturas y una selección de libros ilustrados por el artista.

 

Museo de Arte Moderno

Martes a domingo de 10:15 a 17:30 horas

$60; domingo entrada libre

Entrada gratuita con credencial de profesor, estudiante e INAPAM

Hasta el 16 de julio

 

Orozco y Los Teules

José Clemente Orozco

 

Para muchos, Los Teules es una de las mejores series de José Clemente Orozco. No hay que perderse esta exposición, que recupera parte de las setenta obras, entre pinturas y dibujos, encargadas al artista jalisciense por el Colegio Nacional en 1947. ¿Su tema? La narración visual de la Conquista, que para Orozco no pudo ser más que sangre, cadáveres, muerte y destrucción. En su momento la serie fue descrita por el historiador y crítico Justino Fernández como “una de las mejores y más impresionantes de cuantas ha presentado”.

 

Museo de Arte Carrillo Gil

Martes a domingo de 10:00 a 18:00 horas

$45; domingo entrada libre

Hasta el 6 de agosto

 



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Cartografías líquidas

El Sábado de Galerías nos dejó con pocas novedades. Así, vuelvo a una exposición inaugurada en mayo en el Museo de Arte Carrillo Gil: Cartografías líquidas, curada por Carlos E. Palacios, Paula Duarte y Blanca de la Torre. La muestra reúne el trabajo de doce artistas a la sombra de las ideas de Zygmunt Bauman. Digo “a la sombra” porque las obras no proponen nuevas lecturas del programa sociológico del polaco, sino que más bien ilustran sus nociones acerca de la modernidad.

 

El cartel está integrado por seis artistas mexicanos y seis españoles. Cartografías líquidas es precisamente eso: un mapa de ideas para situar las reflexiones del pensador recientemente fallecido. Para ser honestos, casi cualquier obra de un artista contemporáneo serio cabría dentro del imaginario líquido de Bauman; sin embargo, la muestra es importante por el diálogo que genera entre el arte mexicano y el español. Las distancias entre los discursos son interesantes.

 

Contrastemos, por ejemplo, la instalación El ojo que todo lo ve. 30 euros 15 minutos, del español Carlos Aires –un grupo de anuncios impresos en bastidores de catorce kilates–, con la serie fotográfica de paisaje en ruinas Batuc, del mexicano Miguel Fernández de Castro, ambos trabajos agrupados bajo eje curatorial de “Economía”. El mismo ejercicio puede hacerse con las otras cinco coordenadas propuestas por los curadores para explicar las sociedades contemporáneas: “Frontera/Límites”, “Sustentabilidad”, “Historia/Archivo”, “Redes/ Comunicación” y “Hábitat”.

 

Por parte de México colaboran Edgardo Aragón, Morelos León Celis, Mauricio Orduña, Miguel Fernández de Castro, Ana Roldán y Emilio Chapela; el grupo de España está integrado por Élena Lavellés, Carlos Aires, Rosel Meseguer, Maider López, Fernando García-Dory y Asunción Molinos Gordo.

 



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Cartografías líquidas

El Sábado de Galerías nos dejó con pocas novedades. Así, vuelvo a una exposición inaugurada en mayo en el Museo de Arte Carrillo Gil: Cartografías líquidas, curada por Carlos E. Palacios, Paula Duarte y Blanca de la Torre. La muestra reúne el trabajo de doce artistas a la sombra de las ideas de Zygmunt Bauman. Digo “a la sombra” porque las obras no proponen nuevas lecturas del programa sociológico del polaco, sino que más bien ilustran sus nociones acerca de la modernidad.

 

El cartel está integrado por seis artistas mexicanos y seis españoles. Cartografías líquidas es precisamente eso: un mapa de ideas para situar las reflexiones del pensador recientemente fallecido. Para ser honestos, casi cualquier obra de un artista contemporáneo serio cabría dentro del imaginario líquido de Bauman; sin embargo, la muestra es importante por el diálogo que genera entre el arte mexicano y el español. Las distancias entre los discursos son interesantes.

 

Contrastemos, por ejemplo, la instalación El ojo que todo lo ve. 30 euros 15 minutos, del español Carlos Aires –un grupo de anuncios impresos en bastidores de catorce kilates–, con la serie fotográfica de paisaje en ruinas Batuc, del mexicano Miguel Fernández de Castro, ambos trabajos agrupados bajo eje curatorial de “Economía”. El mismo ejercicio puede hacerse con las otras cinco coordenadas propuestas por los curadores para explicar las sociedades contemporáneas: “Frontera/Límites”, “Sustentabilidad”, “Historia/Archivo”, “Redes/ Comunicación” y “Hábitat”.

 

Por parte de México colaboran Edgardo Aragón, Morelos León Celis, Mauricio Orduña, Miguel Fernández de Castro, Ana Roldán y Emilio Chapela; el grupo de España está integrado por Élena Lavellés, Carlos Aires, Rosel Meseguer, Maider López, Fernando García-Dory y Asunción Molinos Gordo.

 



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jueves, 29 de junio de 2017

Una naturaleza virtual

 

 

Nuestra edición de junio (123) incluye en su sección “Territorios” un conjunto de textos agrupados con el título “Videojuegos: ¿un nuevo arte?”. Los autores se preguntan por el carácter estético de algunas de estas creaciones y su creciente grado de sofisticación. Como extensión del tema, el autor de este texto, filósofo, reflexiona sobre las posibilidades que algunos videojuegos ofrecen al desarrollo del pensamiento ecológico.

 

Soy historiador ambiental y, desde hace algunos años, estoy enfocado en encontrar las raíces históricas del pensamiento ecologista en México. Mi labor me ha permitido observar cómo lo ambiental ha permeado prácticamente todos los ámbitos de nuestra vida: hoy muchas cosas se pintan de verde para alcanzar a un sector de consumidores felices, y todo indica que los videojuegos han sido incorporados a este modelo.

 

Juegos como Dear Esther, Flower o Everything utilizan el medioambiente virtual como algo más que un simple escenario: los paisajes dejan de ser el telón de fondo para convertirse en un personaje más de la trama en la que nos sumergen. Estos videojuegos, sus experiencias, representan dos posibilidades. La primera nos llena de esperanza si lo que buscamos es educar: podrían ser un vehículo para sensibilizar a los jugadores sobre la importancia de la naturaleza, de su conservación y cuidado; podrían ser una herramienta didáctica y pedagógica importante para el presente y el futuro. La segunda no es tan esperanzadora, porque abre la puerta para ver a la naturaleza como algo que se puede regenerar reiniciando el juego, apagando la consola o la computadora.

 

Dear Esther es un juego experimental donde el entorno cobra un papel relevante. Dan Pinchbeck (autor también de Korsakovia, Amnesia AMFP y Everybody’s Gone to the Rapture) escribió la historia, que fue desarrollada por Robert Briscoe. La experiencia ocurre en primera persona y nos hace pensar que todo está en nosotros: se trata de recorrer una de las islas Hébridas, en Escocia. Al explorar el terreno y visitar ciertas áreas aparecen cartas que alguien escribió a Esther; una voz las lee y en éstas se brindan pequeños detalles de la historia. No se observan más personas, pareciera que el mundo en sociedad ya no importa, pues la única interacción ocurre entre el personaje y la isla. La experiencia se individualiza de manera aterradora. Una serie de pistas esparcidas ofrecen detalles fragmentados: un viejo faro abandonado con unas habitaciones anexas derruidas, una cueva con formaciones geológicas y luz tenue, un barco varado al cual no podemos acercarnos. El descubrimiento en esta experiencia se da a través del recorrido. Nos hace creer que el paisaje y sus elementos cobran una importancia insospechada. Cuando no hay otras personas con quienes interactuar, la naturaleza deja de ser escenario para convertirse en personaje, y nos engaña al darnos la oportunidad de escuchar el viento o el golpeteo de las olas contra las rocas, de observar las gruesas nubes grises cuya atmósfera recrea el clima de estas frías zonas del norte.

 

© Robert Briscoe

 

Flower fue desarrollado por Jenova Chen y Nicholas Clark en 2007 para la consola Play Station. Ofrece una experiencia diferente: somos un pétalo transportado por el viento. Como protagonistas podemos surcar los aires recolectando otros pétalos hasta conformar una nube multicolor. Uno decide en qué dirección moverse, y el objetivo del juego consiste en hacer crecer otras flores o darle vida a las ya marchitas. Al hacer esto, los yermos espacios sin vida reverdecen. Podemos hacerlo en pequeña o gran escala; para lograr un amplio alcance es necesario polinizar las zonas circundantes. El impacto puede ser tal que árboles grandes vuelvan a la vida y, si la imaginación lo permite, se recuperen especies o ecosistemas devastados, trayendo consigo la vegetación de una región completa. Lo anterior me recuerda el sueño de los biohackers y la reconfiguración de los códigos de la vida: un mundo feliz. Podemos decir que Flower nos muestra la idea o noción de caos y la metáfora del efecto mariposa: su aleteo puede provocar un huracán al otro lado del mundo. En ese sentido, el videojuego nos muestra los efectos producidos por los pequeños actos. Un pétalo arrastrado por una ventisca retrata la incertidumbre de una partícula sujeta a fuerzas enormes en las que no tiene injerencia alguna. Sin embargo, nos da la oportunidad de tomar decisiones, la capacidad de elegir hacia dónde dirigirnos y, sobre todo, la posibilidad de incidir en los procesos naturales que nos proporcionan lo necesario para vivir. Ya sea en el campo o en un ambiente urbano, los pétalos se abren paso para propagar vida en este mundo caótico y fluctuante.

 

© Jenova Chen

 
Tal como su nombre lo indica, en Everything la experiencia simula abarcar todas y cada una de las cosas del Universo. Creado por David OReilly y narrado por el filósofo británico Alan Watts, en Everything tú decides en la escala de la experiencia: organismo, objeto del planeta o el universo. Las posibilidades son muy amplias: seres vivos como mamíferos, plantas o insectos y organismos microscópicos; artefactos como barriles, pianos, globos aerostáticos, casas, utensilios de cocina, instrumentos musicales; objetos de la naturaleza: átomos, moléculas, islas, planetas, galaxias. Algo peculiar de los seres vivos terrestres es que se mueven rodando, cual Link en The Legend of Zelda. Sin importar qué se elija, puedes actuar de forma individual-colectiva: manadas, parvadas, cúmulos de estrellas o galaxias. La narración de Watts da pie al gameplay del juego. Destaca la sensibilidad de cada criatura del universo, redes y jerarquías hacia arriba y hacia abajo: “donde quiera que estés y quienquiera que seas y cualquier cosa que seas, estás en el medio. Ése es el juego”. Una vez establecido el formato, cobra relevancia la escala de participación, o como menciona Watts: “un principio muy importante es el de los diferentes puntos de vista que se obtienen cuando se cambia el nivel de ampliación. […] puedes mirar algo con un microscopio y verlo de cierta manera; puedes mirarlo a simple vista y verlo de cierta manera; y puedes mirarlo con un telescopio y lo ves de otra manera”. Observar y motivar la interacción en los múltiples niveles muestra la interdependencia de los organismos y los objetos con su medio, así como las distintas temporalidades de los objetos, los organismos, ecosistemas y ambientes. Everything intenta revelar las distintas escalas de la naturaleza, pero también nos engaña, porque nos muestra una complejidad simplificada.

 

© David OReilly

 



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Una naturaleza virtual

 

 

Nuestra edición de junio (123) incluye en su sección “Territorios” un conjunto de textos agrupados con el título “Videojuegos: ¿un nuevo arte?”. Los autores se preguntan por el carácter estético de algunas de estas creaciones y su creciente grado de sofisticación. Como extensión del tema, el autor de este texto, filósofo, reflexiona sobre las posibilidades que algunos videojuegos ofrecen al desarrollo del pensamiento ecológico.

 

Soy historiador ambiental y, desde hace algunos años, estoy enfocado en encontrar las raíces históricas del pensamiento ecologista en México. Mi labor me ha permitido observar cómo lo ambiental ha permeado prácticamente todos los ámbitos de nuestra vida: hoy muchas cosas se pintan de verde para alcanzar a un sector de consumidores felices, y todo indica que los videojuegos han sido incorporados a este modelo.

 

Juegos como Dear Esther, Flower o Everything utilizan el medioambiente virtual como algo más que un simple escenario: los paisajes dejan de ser el telón de fondo para convertirse en un personaje más de la trama en la que nos sumergen. Estos videojuegos, sus experiencias, representan dos posibilidades. La primera nos llena de esperanza si lo que buscamos es educar: podrían ser un vehículo para sensibilizar a los jugadores sobre la importancia de la naturaleza, de su conservación y cuidado; podrían ser una herramienta didáctica y pedagógica importante para el presente y el futuro. La segunda no es tan esperanzadora, porque abre la puerta para ver a la naturaleza como algo que se puede regenerar reiniciando el juego, apagando la consola o la computadora.

 

Dear Esther es un juego experimental donde el entorno cobra un papel relevante. Dan Pinchbeck (autor también de Korsakovia, Amnesia AMFP y Everybody’s Gone to the Rapture) escribió la historia, que fue desarrollada por Robert Briscoe. La experiencia ocurre en primera persona y nos hace pensar que todo está en nosotros: se trata de recorrer una de las islas Hébridas, en Escocia. Al explorar el terreno y visitar ciertas áreas aparecen cartas que alguien escribió a Esther; una voz las lee y en éstas se brindan pequeños detalles de la historia. No se observan más personas, pareciera que el mundo en sociedad ya no importa, pues la única interacción ocurre entre el personaje y la isla. La experiencia se individualiza de manera aterradora. Una serie de pistas esparcidas ofrecen detalles fragmentados: un viejo faro abandonado con unas habitaciones anexas derruidas, una cueva con formaciones geológicas y luz tenue, un barco varado al cual no podemos acercarnos. El descubrimiento en esta experiencia se da a través del recorrido. Nos hace creer que el paisaje y sus elementos cobran una importancia insospechada. Cuando no hay otras personas con quienes interactuar, la naturaleza deja de ser escenario para convertirse en personaje, y nos engaña al darnos la oportunidad de escuchar el viento o el golpeteo de las olas contra las rocas, de observar las gruesas nubes grises cuya atmósfera recrea el clima de estas frías zonas del norte.

 

© Robert Briscoe

 

Flower fue desarrollado por Jenova Chen y Nicholas Clark en 2007 para la consola Play Station. Ofrece una experiencia diferente: somos un pétalo transportado por el viento. Como protagonistas podemos surcar los aires recolectando otros pétalos hasta conformar una nube multicolor. Uno decide en qué dirección moverse, y el objetivo del juego consiste en hacer crecer otras flores o darle vida a las ya marchitas. Al hacer esto, los yermos espacios sin vida reverdecen. Podemos hacerlo en pequeña o gran escala; para lograr un amplio alcance es necesario polinizar las zonas circundantes. El impacto puede ser tal que árboles grandes vuelvan a la vida y, si la imaginación lo permite, se recuperen especies o ecosistemas devastados, trayendo consigo la vegetación de una región completa. Lo anterior me recuerda el sueño de los biohackers y la reconfiguración de los códigos de la vida: un mundo feliz. Podemos decir que Flower nos muestra la idea o noción de caos y la metáfora del efecto mariposa: su aleteo puede provocar un huracán al otro lado del mundo. En ese sentido, el videojuego nos muestra los efectos producidos por los pequeños actos. Un pétalo arrastrado por una ventisca retrata la incertidumbre de una partícula sujeta a fuerzas enormes en las que no tiene injerencia alguna. Sin embargo, nos da la oportunidad de tomar decisiones, la capacidad de elegir hacia dónde dirigirnos y, sobre todo, la posibilidad de incidir en los procesos naturales que nos proporcionan lo necesario para vivir. Ya sea en el campo o en un ambiente urbano, los pétalos se abren paso para propagar vida en este mundo caótico y fluctuante.

 

© Jenova Chen

 
Tal como su nombre lo indica, en Everything la experiencia simula abarcar todas y cada una de las cosas del Universo. Creado por David OReilly y narrado por el filósofo británico Alan Watts, en Everything tú decides en la escala de la experiencia: organismo, objeto del planeta o el universo. Las posibilidades son muy amplias: seres vivos como mamíferos, plantas o insectos y organismos microscópicos; artefactos como barriles, pianos, globos aerostáticos, casas, utensilios de cocina, instrumentos musicales; objetos de la naturaleza: átomos, moléculas, islas, planetas, galaxias. Algo peculiar de los seres vivos terrestres es que se mueven rodando, cual Link en The Legend of Zelda. Sin importar qué se elija, puedes actuar de forma individual-colectiva: manadas, parvadas, cúmulos de estrellas o galaxias. La narración de Watts da pie al gameplay del juego. Destaca la sensibilidad de cada criatura del universo, redes y jerarquías hacia arriba y hacia abajo: “donde quiera que estés y quienquiera que seas y cualquier cosa que seas, estás en el medio. Ése es el juego”. Una vez establecido el formato, cobra relevancia la escala de participación, o como menciona Watts: “un principio muy importante es el de los diferentes puntos de vista que se obtienen cuando se cambia el nivel de ampliación. […] puedes mirar algo con un microscopio y verlo de cierta manera; puedes mirarlo a simple vista y verlo de cierta manera; y puedes mirarlo con un telescopio y lo ves de otra manera”. Observar y motivar la interacción en los múltiples niveles muestra la interdependencia de los organismos y los objetos con su medio, así como las distintas temporalidades de los objetos, los organismos, ecosistemas y ambientes. Everything intenta revelar las distintas escalas de la naturaleza, pero también nos engaña, porque nos muestra una complejidad simplificada.

 

© David OReilly

 



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Jorge Satorre: decorar el mito

Acudimos a un nuevo sitio arqueológico. La galería es ahora un museo de sitio: afuera, en el patio, vemos un gran agujero; en el interior, en la sala, una escultura de concreto: el molde del agujero, decorado con impresiones de hojas de árboles y huellas de patas de perros. También vemos una estructura de acero, el armazón usado para sacar el molde del agujero y guiarlo al interior.

 

En los muros del nuevo museo está montada una serie de dibujos que relatan el mito fundacional de la casa en Francisco Ramírez no. 5, de la colonia Ampliación Daniel Garza, antes Tacubaya. Predio que desde 2009 ocupa la galería Labor. Esta casa fue construida por Enrique del Moral entre 1946 y 1949, en lo que entonces se conocía como el Rancho de la Providencia, hectáreas propiedad de Luis Barragán. La casa de Enrique del Moral (General Francisco Ramírez no. 5) está justo cruzando la Casa Luis Barragán, que ahora también es un museo de sitio, o más bien un mausoleo. Entre 2003 y 2008 el arquitecto Fernando Romero compró y remodeló el inmueble para usarlo como la sede de Fernando Romero Enterprise; el caprichoso rediseño desfiguró el funcionalismo original de Del Moral. Durante esta etapa también se taló un pirul y se rentó un cacho del terreno a Nextel para que instalara una de sus antenas.

 

El título de la exposición de Jorge Satorre en Labor, Un tema moral moderno, decorar el agujero, proviene del modelo de sátira pictórica inventado por William Hogarth durante el siglo XVII, en el que los modales y la moral de la época son criticadas con humor, en particular las divisiones clasistas entre “arte popular” y “gran arte”.

 

Documento de barbarie

Sin duda aún vivimos en una época de vigencia mítica. A finales del siglo XIX el empresario español Íñigo Noriega, cercano a Porfirio Díaz, obtuvo la concesión para desecar el lago de Chalco. Este acto de depredación ambiental no sólo sepultó objetos y construcciones precolombinas bajo las nuevas haciendas criollas, también es una de las causas del grave problema de marginación urbana, violencia y pobreza presentes en el municipio desde las migraciones indígenas modernas en los terrenos baldíos generados un siglo atrás. Satorre documentó esto en su exposición El retroceso (2014), también en Labor.

 

En Los mitos y sus tiempos, Alfredo López Austin y Luis Millones nos regalan una máxima universal; aquí la paráfrasis: «Los extranjeros pretenden borrar por la fuerza los mitos anteriores para ocupar su sitio». Chovinismo aparte, lo que importa aquí es la sucesión de las «potencias divinas»: el padre-gobernante precolombino es sepultado por el padre-gobernante español, como lo presentó Satorre en El retroceso. Luego, como vemos en Un tema moral moderno, el padre-gobernante moderno-funcionalista es borrado por el padre-gobernante posthistórico. El uso del término posthistórico no es gratuito, si recurrimos al filósofo moscovita Alexandre Kojève, que veía como síntomas de ese “tiempo” la negatividad gratuita, el esnobismo a través el arte y el vaciado de contenido histórico. Siempre resulta curiosa la cadena de funciones si se sigue el hilo de una misma construcción, en el caso del inmueble de Francisco Ramírez no. 5: primero una casa, luego un despacho, ahora una galería.

 

Un nuevo mito

En el nuevo sitio arqueológico vemos una escultura, hallada mediante una excavación profunda. En ella se pueden apreciar fósiles vegetales y animales. Los dibujos en los muros relatan transformaciones profundas en la relación amo-esclavo: los trabajadores ahora gozan, beben reunidos, celebran la instalación de una antena de comunicaciones, adoran las vigas de acero, los perros mean y lo observan todo, un machete descansa sobre la base del tronco mutilado de un pirul; el animal laborans es transformado por una suerte de ocio divino en homo ludens, que duerme la mona dentro de una fábrica –¿o una galería?

 

No queda claro si estamos ante una celebración del erotismo laboral o frente a una sublevación obrera. Un tema moral moderno, decorar el agujero es quizás un llamado a acabar con los instrumentos de engaño utilizados en la creación de nuevos mitos y nuevos documentos culturales.

 

Publicado originalmente en La Tempestad 123, junio de 2017

 

 



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Jorge Satorre: decorar el mito

Acudimos a un nuevo sitio arqueológico. La galería es ahora un museo de sitio: afuera, en el patio, vemos un gran agujero; en el interior, en la sala, una escultura de concreto: el molde del agujero, decorado con impresiones de hojas de árboles y huellas de patas de perros. También vemos una estructura de acero, el armazón usado para sacar el molde del agujero y guiarlo al interior.

 

En los muros del nuevo museo está montada una serie de dibujos que relatan el mito fundacional de la casa en Francisco Ramírez no. 5, de la colonia Ampliación Daniel Garza, antes Tacubaya. Predio que desde 2009 ocupa la galería Labor. Esta casa fue construida por Enrique del Moral entre 1946 y 1949, en lo que entonces se conocía como el Rancho de la Providencia, hectáreas propiedad de Luis Barragán. La casa de Enrique del Moral (General Francisco Ramírez no. 5) está justo cruzando la Casa Luis Barragán, que ahora también es un museo de sitio, o más bien un mausoleo. Entre 2003 y 2008 el arquitecto Fernando Romero compró y remodeló el inmueble para usarlo como la sede de Fernando Romero Enterprise; el caprichoso rediseño desfiguró el funcionalismo original de Del Moral. Durante esta etapa también se taló un pirul y se rentó un cacho del terreno a Nextel para que instalara una de sus antenas.

 

El título de la exposición de Jorge Satorre en Labor, Un tema moral moderno, decorar el agujero, proviene del modelo de sátira pictórica inventado por William Hogarth durante el siglo XVII, en el que los modales y la moral de la época son criticadas con humor, en particular las divisiones clasistas entre “arte popular” y “gran arte”.

 

Documento de barbarie

Sin duda aún vivimos en una época de vigencia mítica. A finales del siglo XIX el empresario español Íñigo Noriega, cercano a Porfirio Díaz, obtuvo la concesión para desecar el lago de Chalco. Este acto de depredación ambiental no sólo sepultó objetos y construcciones precolombinas bajo las nuevas haciendas criollas, también es una de las causas del grave problema de marginación urbana, violencia y pobreza presentes en el municipio desde las migraciones indígenas modernas en los terrenos baldíos generados un siglo atrás. Satorre documentó esto en su exposición El retroceso (2014), también en Labor.

 

En Los mitos y sus tiempos, Alfredo López Austin y Luis Millones nos regalan una máxima universal; aquí la paráfrasis: «Los extranjeros pretenden borrar por la fuerza los mitos anteriores para ocupar su sitio». Chovinismo aparte, lo que importa aquí es la sucesión de las «potencias divinas»: el padre-gobernante precolombino es sepultado por el padre-gobernante español, como lo presentó Satorre en El retroceso. Luego, como vemos en Un tema moral moderno, el padre-gobernante moderno-funcionalista es borrado por el padre-gobernante posthistórico. El uso del término posthistórico no es gratuito, si recurrimos al filósofo moscovita Alexandre Kojève, que veía como síntomas de ese “tiempo” la negatividad gratuita, el esnobismo a través el arte y el vaciado de contenido histórico. Siempre resulta curiosa la cadena de funciones si se sigue el hilo de una misma construcción, en el caso del inmueble de Francisco Ramírez no. 5: primero una casa, luego un despacho, ahora una galería.

 

Un nuevo mito

En el nuevo sitio arqueológico vemos una escultura, hallada mediante una excavación profunda. En ella se pueden apreciar fósiles vegetales y animales. Los dibujos en los muros relatan transformaciones profundas en la relación amo-esclavo: los trabajadores ahora gozan, beben reunidos, celebran la instalación de una antena de comunicaciones, adoran las vigas de acero, los perros mean y lo observan todo, un machete descansa sobre la base del tronco mutilado de un pirul; el animal laborans es transformado por una suerte de ocio divino en homo ludens, que duerme la mona dentro de una fábrica –¿o una galería?

 

No queda claro si estamos ante una celebración del erotismo laboral o frente a una sublevación obrera. Un tema moral moderno, decorar el agujero es quizás un llamado a acabar con los instrumentos de engaño utilizados en la creación de nuevos mitos y nuevos documentos culturales.

 

Publicado originalmente en La Tempestad 123, junio de 2017

 

 



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Sedimentos

“El suicidio es un tema del que no se habla mucho en México. Sedimentos no da un punto de vista simplista sobre el tema. La obra se aleja de las opiniones que consideran al suicidio como un acto de cobardía o de valentía. Lo rescata como un hecho que desestabiliza, pero que debe ser respetado y aceptado”, asegura Octavio Michel Grau, dramaturgo y director de la puesta en escena que se presenta en la Casa del Lago de la Ciudad de México.

 

La pieza retoma elementos de la obra de la fotógrafa estadounidense Francesca Woodman (1958-1981). En las imágenes en blanco y negro de la artista se exploran el cuerpo femenino, las sombras y el espacio en el que parecen querer esconderse las mujeres que pueblan su producción. Woodman, que se quitó la vida a los 22 años, fue habitualmente su propia modelo. Grau comenta que el texto de la obra se generó a partir de un ejercicio con estas fotografías: “Investigamos qué generaban en los cuatro actores las fotografías de Francesca Woodman. Pedí a cada uno que eligiera la que más le llamaba la atención para interpretarla como si fuera el suicida de la imagen. ¿Cuál sería la carta póstuma de esa persona?, ¿qué historia cuenta esa foto? Los intérpretes generaron las respuestas”.

 

“Mi vida es como un sedimento en una taza de café, preferiría morir dejando varias realizaciones a vivir y borrarlas todas”, escribió Woodman en una carta, que también sirvió de inspiración a Sedimentos.

 

La obra cuenta la historia de cuatro suicidios, abre un espacio para escuchar los testimonios póstumos de quienes no pudieron explicar los motivos de su decisión. El dramaturgo confiesa que la producción de la obra coincidió con la muerte voluntaria de una compañera escenógrafa y diseñadora, cercana a él y a Patricia Yáñez, que funge como actriz y productora de la pieza. Para su investigación Grau entrevistó a una colega cuyo padre se quitó la vida hace diez años. “El gran tema con respecto al suicidio es que se trata de una decisión personal. Moralmente es cuestionable. En el plano ético no, porque a quien se hace daño es a uno mismo, aunque también existe el suicidio asistido”, reflexiona el director.

 

La propuesta dancística es un elemento importante del montaje, ya que hace alusión a la relación del cuerpo con la muerte. Grau puntualiza: “En el proyecto convergen diferentes tipos de lenguajes: el teatral, el vocal y el corporal. La búsqueda de la obra fue sublimar ciertas situaciones para hacer metáforas de los hechos. Nunca se ven los suicidios. Es una obra inconexa, se puede decir: a veces se trata del final de una escena, del eco de la misma o de un puente hacia otra, por eso buscamos la corporalidad del movimiento como una manera de abstracción”.

 

Sedimentos, que surgió de una propuesta de la compañía teatral El Coro de los Otros, podrá verse del viernes 30 de junio al domingo 2 de julio en la Casa del Lago Juan José Arreola de la UNAM, en la primera sección del Bosque de Chapultepec.

 



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Sedimentos

“El suicidio es un tema del que no se habla mucho en México. Sedimentos no da un punto de vista simplista sobre el tema. La obra se aleja de las opiniones que consideran al suicidio como un acto de cobardía o de valentía. Lo rescata como un hecho que desestabiliza, pero que debe ser respetado y aceptado”, asegura Octavio Michel Grau, dramaturgo y director de la puesta en escena que se presenta en la Casa del Lago de la Ciudad de México.

 

La pieza retoma elementos de la obra de la fotógrafa estadounidense Francesca Woodman (1958-1981). En las imágenes en blanco y negro de la artista se exploran el cuerpo femenino, las sombras y el espacio en el que parecen querer esconderse las mujeres que pueblan su producción. Woodman, que se quitó la vida a los 22 años, fue habitualmente su propia modelo. Grau comenta que el texto de la obra se generó a partir de un ejercicio con estas fotografías: “Investigamos qué generaban en los cuatro actores las fotografías de Francesca Woodman. Pedí a cada uno que eligiera la que más le llamaba la atención para interpretarla como si fuera el suicida de la imagen. ¿Cuál sería la carta póstuma de esa persona?, ¿qué historia cuenta esa foto? Los intérpretes generaron las respuestas”.

 

“Mi vida es como un sedimento en una taza de café, preferiría morir dejando varias realizaciones a vivir y borrarlas todas”, escribió Woodman en una carta, que también sirvió de inspiración a Sedimentos.

 

La obra cuenta la historia de cuatro suicidios, abre un espacio para escuchar los testimonios póstumos de quienes no pudieron explicar los motivos de su decisión. El dramaturgo confiesa que la producción de la obra coincidió con la muerte voluntaria de una compañera escenógrafa y diseñadora, cercana a él y a Patricia Yáñez, que funge como actriz y productora de la pieza. Para su investigación Grau entrevistó a una colega cuyo padre se quitó la vida hace diez años. “El gran tema con respecto al suicidio es que se trata de una decisión personal. Moralmente es cuestionable. En el plano ético no, porque a quien se hace daño es a uno mismo, aunque también existe el suicidio asistido”, reflexiona el director.

 

La propuesta dancística es un elemento importante del montaje, ya que hace alusión a la relación del cuerpo con la muerte. Grau puntualiza: “En el proyecto convergen diferentes tipos de lenguajes: el teatral, el vocal y el corporal. La búsqueda de la obra fue sublimar ciertas situaciones para hacer metáforas de los hechos. Nunca se ven los suicidios. Es una obra inconexa, se puede decir: a veces se trata del final de una escena, del eco de la misma o de un puente hacia otra, por eso buscamos la corporalidad del movimiento como una manera de abstracción”.

 

Sedimentos, que surgió de una propuesta de la compañía teatral El Coro de los Otros, podrá verse del viernes 30 de junio al domingo 2 de julio en la Casa del Lago Juan José Arreola de la UNAM, en la primera sección del Bosque de Chapultepec.

 



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miércoles, 28 de junio de 2017

Magnum, ¡felices 70!

 

La agencia fotográfica Magnum, responsable de algunas de las imágenes más icónicas de la historia, celebra su 70 aniversario con un programa internacional que comprende eventos públicos, exhibiciones y un libro.

 

Martin Luther King estrecha la mano de admiradores en Baltimore en 1964 en su regreso a los EEUU después de recibir el Premio Nobel de la Paz
© Leonard Freed/Magnum Photos

 

En 1947, tras los horrores de la Segunda Guerra Mundial, un grupo de fotoperiodistas volteó a mirar un mundo que se encontraba en escombros. Fue entonces que Robert Capa, Henri Cartier-Bresson, George Rodger, Bill Vandivert y David Seymour fundaron Magnum, en Nueva York. Lo que comenzó como un colectivo de fotógrafos rápidamente se convirtió en una agencia con sedes en Londres, París y Tokio. Magnum fue un agente importante para impulsar los derechos de autor de las imágenes y la profesionalización de la fotografía.

 

 

“Capa defendía un enfoque que requería el contacto directo con los acontecimientos y contribuyó a crear el fotoperiodismo moderno. Cartier-Bresson pugnaba por una forma de distanciamiento que se convirtió en un modelo de creatividad para generaciones de fotógrafos”, comenta Clément Cheroux en el libro sobre la muestra Magnum Manifesto: Magnum Photographers, de la que fue curador. La exposición, que se exhibe en el Centro Internacional de Fotografía de Nueva York, explora la historia de la segunda mitad del siglo XX a través de obras de 75 fotógrafos. Y no es la única exposición de aniversario: Women Seeing Women, en la galería Staley-Wise de Nueva York; Robert Capa Retrospective in Slovenia, en la Casa Cankar de Liubliana; y Magnum Analog Recovery, en LE BAL de París, entre otras, completan el cartel.

 

 

El libro Magnum Manifesto, publicado por Thames & Hudson y escrito por Chéroux en colaboración con Clara Bouveresse, se organiza en tres apartados: el primero de ellos, que abarca de 1947 a 1968, escudriña en el archivo de la agencia a través de sus lentes humanistas, centrándose en imágenes de la posguerra, la comunalidad y las utopías. El segundo, que va de 1969 a 1989, muestra la diversidad de subculturas y minorías. La parte final abarca de 1990 a 2017, en ésta las imágenes dan cuenta de un mundo en flujo y bajo amenaza.  

 

 

El programa de festejos también consta de pláticas con artistas. El 17 de julio el autor Geoff Dyer y los fotógrafos Patrick Zachmann y Matt Stuart charlarán sobre el poder de la fotografía en la narrativa en el Centro Barbican de Londres. En septiembre se llevarán a cabo dos talleres en Hong Kong: el primero consiste en una serie de mentorías para desarrollar un lenguaje visual; en el segundo, el fotógrafo Moisés Saman enseñará a crear y editar un libro fotográfico.  

 



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Magnum, ¡felices 70!

 

La agencia fotográfica Magnum, responsable de algunas de las imágenes más icónicas de la historia, celebra su 70 aniversario con un programa internacional que comprende eventos públicos, exhibiciones y un libro.

 

Martin Luther King estrecha la mano de admiradores en Baltimore en 1964 en su regreso a los EEUU después de recibir el Premio Nobel de la Paz
© Leonard Freed/Magnum Photos

 

En 1947, tras los horrores de la Segunda Guerra Mundial, un grupo de fotoperiodistas volteó a mirar un mundo que se encontraba en escombros. Fue entonces que Robert Capa, Henri Cartier-Bresson, George Rodger, Bill Vandivert y David Seymour fundaron Magnum, en Nueva York. Lo que comenzó como un colectivo de fotógrafos rápidamente se convirtió en una agencia con sedes en Londres, París y Tokio. Magnum fue un agente importante para impulsar los derechos de autor de las imágenes y la profesionalización de la fotografía.

 

 

“Capa defendía un enfoque que requería el contacto directo con los acontecimientos y contribuyó a crear el fotoperiodismo moderno. Cartier-Bresson pugnaba por una forma de distanciamiento que se convirtió en un modelo de creatividad para generaciones de fotógrafos”, comenta Clément Cheroux en el libro sobre la muestra Magnum Manifesto: Magnum Photographers, de la que fue curador. La exposición, que se exhibe en el Centro Internacional de Fotografía de Nueva York, explora la historia de la segunda mitad del siglo XX a través de obras de 75 fotógrafos. Y no es la única exposición de aniversario: Women Seeing Women, en la galería Staley-Wise de Nueva York; Robert Capa Retrospective in Slovenia, en la Casa Cankar de Liubliana; y Magnum Analog Recovery, en LE BAL de París, entre otras, completan el cartel.

 

 

El libro Magnum Manifesto, publicado por Thames & Hudson y escrito por Chéroux en colaboración con Clara Bouveresse, se organiza en tres apartados: el primero de ellos, que abarca de 1947 a 1968, escudriña en el archivo de la agencia a través de sus lentes humanistas, centrándose en imágenes de la posguerra, la comunalidad y las utopías. El segundo, que va de 1969 a 1989, muestra la diversidad de subculturas y minorías. La parte final abarca de 1990 a 2017, en ésta las imágenes dan cuenta de un mundo en flujo y bajo amenaza.  

 

 

El programa de festejos también consta de pláticas con artistas. El 17 de julio el autor Geoff Dyer y los fotógrafos Patrick Zachmann y Matt Stuart charlarán sobre el poder de la fotografía en la narrativa en el Centro Barbican de Londres. En septiembre se llevarán a cabo dos talleres en Hong Kong: el primero consiste en una serie de mentorías para desarrollar un lenguaje visual; en el segundo, el fotógrafo Moisés Saman enseñará a crear y editar un libro fotográfico.  

 



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La violencia de género como ritual

En el cine y la televisión las narrativas sobre mujeres atrapadas por hombres violentos se han vuelto cada vez más recurrentes. Filmes de todos los géneros han visitado el tema en años recientes: desde la ciencia ficción apocalíptica de Mad Max: Furia en el camino, de George Miller, hasta el drama de La habitación, de Lenny Abrahamson (ambos son de 2015); pasando por el horror tremendista de No respires (Fede Álvarez, 2016), el horror moderado de Fragmentado (M. Night Shyamalan, 2016) hasta el thriller Síndrome de Berlín (Cate Shortland, 2017), por mencionar algunos. Pero debe decirse: la reincidencia en el tema resulta de una fantasía masculina. Destaca en ese panorama la adaptación de la popular novela El cuento de la criada (1985), de la escritora canadiense Margaret Atwood, creada por Bruce Miller para Hulu –el servicio de transmisión bajo demanda de Amazon. La serie, The Handmaid’s Tale, estrenada a finales de abril, nos recuerda (y aquí está la fantasía masculina) que no sólo se trata de un grupo de ovejas negras y descarriadas las que odian o ponen en peligro a las mujeres (hombres violentos, psicópatas, desviados sexuales…): como sabemos bien, una sociedad entera puede normalizar (e incluso ritualizar) la violencia de género.

 

Para quien no conozca ya la premisa: El cuento de la criada relata la historia de una de las mujeres que se ven obligadas a servir como receptáculos de fertilidad para los dirigentes de la nueva república de Gilead, un estado totalitario de inspiración cristiana que ha subido al poder tras una plaga que ha diezmado la natalidad. La protagonista, Offred (o June, como se revela en la serie), es interpretada por Elisabeth Moss, una elección ideal, dado el historial de los personajes más populares de la actriz. Identificamos ya su rostro con mujeres de carácter, como la protofeminista Peggy Olson de Mad Men (2007-2015) o la detective Robin Griffin, que se enfrenta a un entorno profundamente machista en Top of the Lake (la mini-serie de Jane Campion y Gerard Lee de 2013, que estrenará una segunda temporada este año). Pero su papel en The Handmaid’s Tale ofrece una perspectiva distinta, al colocar a una mujer fuerte en una situación extrema y que a menudo sale de los registros de lo que hoy nos atrevemos a imaginar. La serie nos pone, en este sentido, en zapatos conocidos –la introspección de una mujer compleja– para transitar un camino que, afortunadamente, no se ha visitado demasiado.

 

Existe una adaptación previa que se estrenó en español como El cuento de la doncella (1990), una película de dos horas, dirigida por Volker Schlöndorff con guion de Harold Pinter; pero el largo aliento de la serie (cuya primera temporada finalizó el pasado 14 de junio, con diez capítulos de una hora cada uno) ha ayudado a darle un cuerpo robusto a la distopía de Atwood. La típica pregunta por la verosimilitud de un relato de ficción (especulativa, en este caso), que tanto agrada a la crítica norteamericana, no ha tardado en desmenuzar la serie. Para el New York Times, por ejemplo, Ross Douthat, un autodenominado “lector religioso”, ha puesto en duda que un estado como la república de Gilead pudiera surgir en un país liberal como los Estados Unidos. Más interesantes han resultado las lecturas que se preguntan por la manera en que la serie “pone al día” el feminismo de la era de Reagan que se refleja de la novela, como hizo Emily Nussbaum. En todo caso, debemos admitir que ante el clima que vivimos, la pregunta por la verosimilitud no está fuera de lugar. Perturbadora, la lenta cocción de The Handmaid’s Tale a menudo nos obliga a ver la serie como una terrible advertencia, a preguntarnos: “Bueno, pero esto, ¿podría ocurrir…?”, para de inmediato añadir “¿…de nuevo?”.

 



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La violencia de género como ritual

En el cine y la televisión las narrativas sobre mujeres atrapadas por hombres violentos se han vuelto cada vez más recurrentes. Filmes de todos los géneros han visitado el tema en años recientes: desde la ciencia ficción apocalíptica de Mad Max: Furia en el camino, de George Miller, hasta el drama de La habitación, de Lenny Abrahamson (ambos son de 2015); pasando por el horror tremendista de No respires (Fede Álvarez, 2016), el horror moderado de Fragmentado (M. Night Shyamalan, 2016) hasta el thriller Síndrome de Berlín (Cate Shortland, 2017), por mencionar algunos. Pero debe decirse: la reincidencia en el tema resulta de una fantasía masculina. Destaca en ese panorama la adaptación de la popular novela El cuento de la criada (1985), de la escritora canadiense Margaret Atwood, creada por Bruce Miller para Hulu –el servicio de transmisión bajo demanda de Amazon. La serie, The Handmaid’s Tale, estrenada a finales de abril, nos recuerda (y aquí está la fantasía masculina) que no sólo se trata de un grupo de ovejas negras y descarriadas las que odian o ponen en peligro a las mujeres (hombres violentos, psicópatas, desviados sexuales…): como sabemos bien, una sociedad entera puede normalizar (e incluso ritualizar) la violencia de género.

 

Para quien no conozca ya la premisa: El cuento de la criada relata la historia de una de las mujeres que se ven obligadas a servir como receptáculos de fertilidad para los dirigentes de la nueva república de Gilead, un estado totalitario de inspiración cristiana que ha subido al poder tras una plaga que ha diezmado la natalidad. La protagonista, Offred (o June, como se revela en la serie), es interpretada por Elisabeth Moss, una elección ideal, dado el historial de los personajes más populares de la actriz. Identificamos ya su rostro con mujeres de carácter, como la protofeminista Peggy Olson de Mad Men (2007-2015) o la detective Robin Griffin, que se enfrenta a un entorno profundamente machista en Top of the Lake (la mini-serie de Jane Campion y Gerard Lee de 2013, que estrenará una segunda temporada este año). Pero su papel en The Handmaid’s Tale ofrece una perspectiva distinta, al colocar a una mujer fuerte en una situación extrema y que a menudo sale de los registros de lo que hoy nos atrevemos a imaginar. La serie nos pone, en este sentido, en zapatos conocidos –la introspección de una mujer compleja– para transitar un camino que, afortunadamente, no se ha visitado demasiado.

 

Existe una adaptación previa que se estrenó en español como El cuento de la doncella (1990), una película de dos horas, dirigida por Volker Schlöndorff con guion de Harold Pinter; pero el largo aliento de la serie (cuya primera temporada finalizó el pasado 14 de junio, con diez capítulos de una hora cada uno) ha ayudado a darle un cuerpo robusto a la distopía de Atwood. La típica pregunta por la verosimilitud de un relato de ficción (especulativa, en este caso), que tanto agrada a la crítica norteamericana, no ha tardado en desmenuzar la serie. Para el New York Times, por ejemplo, Ross Douthat, un autodenominado “lector religioso”, ha puesto en duda que un estado como la república de Gilead pudiera surgir en un país liberal como los Estados Unidos. Más interesantes han resultado las lecturas que se preguntan por la manera en que la serie “pone al día” el feminismo de la era de Reagan que se refleja de la novela, como hizo Emily Nussbaum. En todo caso, debemos admitir que ante el clima que vivimos, la pregunta por la verosimilitud no está fuera de lugar. Perturbadora, la lenta cocción de The Handmaid’s Tale a menudo nos obliga a ver la serie como una terrible advertencia, a preguntarnos: “Bueno, pero esto, ¿podría ocurrir…?”, para de inmediato añadir “¿…de nuevo?”.

 



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Lecturas de verano

 

 

Ha llegado el verano y la sensación es que se extienden las horas del día y se abre un gozoso horizonte de posibilidades: carnes asadas con los amigos, tardes distendidas en el jardín trasero, bebidas refrescantes, la oportunidad de ver cómo aparecen las luciérnagas, la tumbona en la playa, la alberca improvisada en el techo del edificio. Etcétera, etcétera. Al mismo tiempo, la industria del espectáculo no descansa y nos ofrece sus mejores ofertas, los multicinemas se llenan de películas taquilleras (o que esperan serlo) y los parques de diversiones aseguran ser una opción para matar el tiempo y poner una sonrisa en la cara. Desde nuestra pequeña trinchera estamos dispuestos a ofrecer cierta resistencia al conocido mundo de la dispersión pasatista, con algunas sugerencias literarias.

 

Pero ¿qué libro leer en el verano? ¿Tenemos tanto tiempo para gastarlo en novelas de pacotilla que, como sea, desaparecerán en un mes de los anaqueles? ¿Vale la pena comprar un best-seller que terminará descansando sobre el rostro durante la siesta de la tarde? Para todo hay público. Como sea, contra la literatura de aeropuerto o supermercado, o la idea de que uno lee para relajarse (como si fuera un masaje o un barbitúrico), presentamos aquí algunas sugerencias. Consultamos a algunos lectores y cómplices de La Tempestad sobre lo que recomiendan leer en este verano, con favoritos de hoy, ayer y mañana.

 

Carla Faesler

Autora de poemarios como Anábasis maqueta (2003) y Catábasis exvoto (2010), así como de la novela Formol (2014)

 

 

El búho ciego (1937; Hiperión, 1992), de Sadeq Hedayat

Prohibida en Irán hasta 1941, esta novela es considerada la madre de la ficción moderna iraní. «Si me he decidido a escribir ahora es sólo para que me conozca mi sombra», comienza el pintor obsesionado con el amor, la abstinencia y el sueño narcótico. Escritura como experiencia alucinógena de apariciones etéreas y penetrantes disquisiciones canalizadas en opio. Provocadora y pesadillesca, abre un trance que nos suspende entre la familia como alivio y trasgresión, el sistema como alienación individual y la sexualidad entretejida con la muerte.

 

Cicatrices (Páramo, 2009), de Esther Seligson

«Nada como dejar correr, libre, gozoso, el semen consolador de las lágrimas». Una colección de aforismos, microrrelatos, minificciones y demás formas de escritura breve que registran los intereses de la autora. Religión, quehacer poético, mitología griega, vida amorosa y otros temas se leen como dardos terribles, inclementes, eruditos y divertidos que dan en el blanco de la sorpresa y el gozo literario.

 

La dama que se transformó en zorro (1922; Periférica, 2014), de David Garnett

La fascinante historia de Silvia Fox, quien, luego de varios años felices de matrimonio con Richard Tebrick, no puede reprimir el llamado de lo salvaje y se entrega de repente a su animal. Literalmente. Una novela breve, deliciosa, de prosa diáfana, cuya sencillez nos ampara en la claridad de la vida simple y el amor incondicional pero que también sugiere, de manera fina y velada, críticas a la moral sexual, a la institución del matrimonio y a la élite inglesa de la época.

 

El mundo bajo los párpados (Atalanta, 2010), de Jacobo Siruela

¿En pleno siglo XXI y todavía duda usted de que para todo hay una explicación irracional? La historia, lo sagrado, el espacio, el tiempo y la muerte en relación con el inconsciente. Ciencia, superstición, predicción, psicología, filosofía. Nada como dejar ya de dormir tranquilamente para entregarse al viaje onironauta.

 

Ensayos malogrados. Resabios sobre la muerte voluntaria (Cuadrivio, 2016), de Alejandro Tarrab

«Umbral. A los pocos años de vida el umbral es algo significativo. No importan las palabras –al menos por ahora. El umbral es la frontera en donde varios fenómenos entran en juego: la posibilidad de traspasar, corregir o detenerse; el deseo antagónico de ocultarse y a un tiempo mostrarse, fragmentariamente, desnudo. La sospecha de que algo está ocurriendo más allá de uno mismo». Nada más que agregar.

 

Fernanda Melchor

Autora del libro de crónicas Aquí no es Miami (2012) y de las novelas Falsa liebre (2012) y Temporada de huracanes (2017)

 

 

La pampa imposible (Literatura Random House, 2017), de David Miklos

Una novela íntima sobre el verano, la memoria, el final de la infancia y el despertar del deseo.

 

Kafka en traje de baño (NitroPress, 2015), de Franco Félix

Un libro de crónicas lleno de humor, inteligencia y sensibilidad, escrito por uno de los mejores autores de su generación.

 

Al final del periférico (Literatura Random House, 2016), de Guillermo Fadanelli

El autor de Educar a los topos está de vuelta: íntimo y crudo a la hora de retratar la inocencia y la brutalidad de la adolescencia.

 

El cuerpo (1982; Grijalbo, 1987), de Stephen King

Esta novela corta lleva ya un rato fuera de imprenta, pero vale la pena su lectura, en el soporte que sea. Adaptado a la pantalla grande en la aclamada Cuenta conmigo (Rob Reiner, 1986), narra la historia de cuatro morros que emprenden una excursión para ver un cadáver, de la que no regresarán siendo los mismos.

 

Los hermosos años del castigo (1989; Tusquets, 2009), de Fleur Jaeggy

Novela de formación que narra la vida de una niña deliciosamente maligna recluida en un estricto internado para señoritas.

 

Daniel Saldaña París

Autor del poemario La máquina autobiográfica (2012) y de la novela En medio de extrañas víctimas (2013)

 

 

El reino (2014; Anagrama, 2015), de Emmanuel Carrère

Lo que comienza como una historia personal de fascinación y decepción del catolicismo se convierte en una novela sobre los autores de los evangelios Pablo y Lucas.

 

La trabajadora (Literatura Random House, 2014), de Elvira Navarro

Navarro inventa una estructura y un lenguaje para narrar la precariedad laboral y los extrarradios urbanos europeos.

 

El peregrino (1967; Sigilo, 2016), de J.A. Baker

Hay que celebrar que la editorial argentina Sigilo haya puesto en circulación este clásico de la literatura sobre la naturaleza, que alcanza momentos altísimos –emulando el vuelo de los halcones.

 

De marras (FCE, 2016), de Gerardo Deniz

Toda la erudición, el ingenio y la mala leche de don Juan Almela en prosa.

 

La peste, de Albert Camus (1947)

Mientras las cifras de muertos en la ciudad continúan en ascenso, un burócrata municipal aspirante a escritor se esmera en pulir y repulir la primera frase de su novela: «En una hermosa mañana de mayo, una esbelta amazona, montada en una soberbia jaca alazana, recorría las alamedas floridas del bosque de Boloña».

 

Diego Rabasa

Editor de Sexto Piso

 

 

Stone Junction. Una epopeya alquímica (1990; Alpha Decay, 2007), de Jim Dodge

Es una de esas lecturas para las que bien se podría haber inventado el verano. Una cofradía de maravillosos “delincuentes” ordenan al joven Daniel en ardides como las apuestas de naipes, los explosivos, la supervivencia al descampado o la trasgresión de cajas fuertes. El encanto de los personajes solivianta los excesos de la trama, en la búsqueda del protagonista por el santo grial de la existencia.

 

El eterno intermedio de Billy Lynn (2012; Contra, 2016), de Ben Fountain

Primera novela publicada a los 54 años, cuenta la historia de un comando, el Bravo, que tras una heroica intervención en Irak regresa a desfilar por el Tour de la Victoria: una gira por todo lo ancho y largo del territorio norteamericano en la que someten a los héroes de la batalla al vórtice del enajenamiento, culmina con su participación en el medio tiempo del partido de Acción de Gracias en el Texas Stadium. Los amiguetes de la cúpula Bush-Cheney actúan como anfitriones de los soldados adolescentes cuya utilización en esta trinchera –igual de perversa en su trasfondo que aquella del valle de Al Ansakar– desnuda la ferocidad de la pesadilla americana que corroe el ADN de aquella nación.

 

Los hombres me explican cosas (2014; Capitán Swing, 2017), de Rebecca Solnit

Desde la década de los noventa la californiana se ha dedicado a publicar ensayos a contracorriente contra los derroteros del capitalismo voraz, los problemas de género y raciales y los efectos de la gentrificación, entre otros. En este conjunto de ensayos Solnit alcanza su registro más mordaz y divertido al tiempo que descubre la velada arrogancia que acompaña el discurso macho incluso en los círculos pretendidamente liberales. El libro es producto de una cena en la que a Solnit, con desmedida arrogancia, le fue explicado el verdadero sentido de un libro que ella misma había escrito (cosa que, por supuesto, su interlocutor ignoraba).

 



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Lecturas de verano

 

 

Ha llegado el verano y la sensación es que se extienden las horas del día y se abre un gozoso horizonte de posibilidades: carnes asadas con los amigos, tardes distendidas en el jardín trasero, bebidas refrescantes, la oportunidad de ver cómo aparecen las luciérnagas, la tumbona en la playa, la alberca improvisada en el techo del edificio. Etcétera, etcétera. Al mismo tiempo, la industria del espectáculo no descansa y nos ofrece sus mejores ofertas, los multicinemas se llenan de películas taquilleras (o que esperan serlo) y los parques de diversiones aseguran ser una opción para matar el tiempo y poner una sonrisa en la cara. Desde nuestra pequeña trinchera estamos dispuestos a ofrecer cierta resistencia al conocido mundo de la dispersión pasatista, con algunas sugerencias literarias.

 

Pero ¿qué libro leer en el verano? ¿Tenemos tanto tiempo para gastarlo en novelas de pacotilla que, como sea, desaparecerán en un mes de los anaqueles? ¿Vale la pena comprar un best-seller que terminará descansando sobre el rostro durante la siesta de la tarde? Para todo hay público. Como sea, contra la literatura de aeropuerto o supermercado, o la idea de que uno lee para relajarse (como si fuera un masaje o un barbitúrico), presentamos aquí algunas sugerencias. Consultamos a algunos lectores y cómplices de La Tempestad sobre lo que recomiendan leer en este verano, con favoritos de hoy, ayer y mañana.

 

Carla Faesler

Autora de poemarios como Anábasis maqueta (2003) y Catábasis exvoto (2010), así como de la novela Formol (2014)

 

 

El búho ciego (1937; Hiperión, 1992), de Sadeq Hedayat

Prohibida en Irán hasta 1941, esta novela es considerada la madre de la ficción moderna iraní. «Si me he decidido a escribir ahora es sólo para que me conozca mi sombra», comienza el pintor obsesionado con el amor, la abstinencia y el sueño narcótico. Escritura como experiencia alucinógena de apariciones etéreas y penetrantes disquisiciones canalizadas en opio. Provocadora y pesadillesca, abre un trance que nos suspende entre la familia como alivio y trasgresión, el sistema como alienación individual y la sexualidad entretejida con la muerte.

 

Cicatrices (Páramo, 2009), de Esther Seligson

«Nada como dejar correr, libre, gozoso, el semen consolador de las lágrimas». Una colección de aforismos, microrrelatos, minificciones y demás formas de escritura breve que registran los intereses de la autora. Religión, quehacer poético, mitología griega, vida amorosa y otros temas se leen como dardos terribles, inclementes, eruditos y divertidos que dan en el blanco de la sorpresa y el gozo literario.

 

La dama que se transformó en zorro (1922; Periférica, 2014), de David Garnett

La fascinante historia de Silvia Fox, quien, luego de varios años felices de matrimonio con Richard Tebrick, no puede reprimir el llamado de lo salvaje y se entrega de repente a su animal. Literalmente. Una novela breve, deliciosa, de prosa diáfana, cuya sencillez nos ampara en la claridad de la vida simple y el amor incondicional pero que también sugiere, de manera fina y velada, críticas a la moral sexual, a la institución del matrimonio y a la élite inglesa de la época.

 

El mundo bajo los párpados (Atalanta, 2010), de Jacobo Siruela

¿En pleno siglo XXI y todavía duda usted de que para todo hay una explicación irracional? La historia, lo sagrado, el espacio, el tiempo y la muerte en relación con el inconsciente. Ciencia, superstición, predicción, psicología, filosofía. Nada como dejar ya de dormir tranquilamente para entregarse al viaje onironauta.

 

Ensayos malogrados. Resabios sobre la muerte voluntaria (Cuadrivio, 2016), de Alejandro Tarrab

«Umbral. A los pocos años de vida el umbral es algo significativo. No importan las palabras –al menos por ahora. El umbral es la frontera en donde varios fenómenos entran en juego: la posibilidad de traspasar, corregir o detenerse; el deseo antagónico de ocultarse y a un tiempo mostrarse, fragmentariamente, desnudo. La sospecha de que algo está ocurriendo más allá de uno mismo». Nada más que agregar.

 

Fernanda Melchor

Autora del libro de crónicas Aquí no es Miami (2012) y de las novelas Falsa liebre (2012) y Temporada de huracanes (2017)

 

 

La pampa imposible (Literatura Random House, 2017), de David Miklos

Una novela íntima sobre el verano, la memoria, el final de la infancia y el despertar del deseo.

 

Kafka en traje de baño (NitroPress, 2015), de Franco Félix

Un libro de crónicas lleno de humor, inteligencia y sensibilidad, escrito por uno de los mejores autores de su generación.

 

Al final del periférico (Literatura Random House, 2016), de Guillermo Fadanelli

El autor de Educar a los topos está de vuelta: íntimo y crudo a la hora de retratar la inocencia y la brutalidad de la adolescencia.

 

El cuerpo (1982; Grijalbo, 1987), de Stephen King

Esta novela corta lleva ya un rato fuera de imprenta, pero vale la pena su lectura, en el soporte que sea. Adaptado a la pantalla grande en la aclamada Cuenta conmigo (Rob Reiner, 1986), narra la historia de cuatro morros que emprenden una excursión para ver un cadáver, de la que no regresarán siendo los mismos.

 

Los hermosos años del castigo (1989; Tusquets, 2009), de Fleur Jaeggy

Novela de formación que narra la vida de una niña deliciosamente maligna recluida en un estricto internado para señoritas.

 

Daniel Saldaña París

Autor del poemario La máquina autobiográfica (2012) y de la novela En medio de extrañas víctimas (2013)

 

 

El reino (2014; Anagrama, 2015), de Emmanuel Carrère

Lo que comienza como una historia personal de fascinación y decepción del catolicismo se convierte en una novela sobre los autores de los evangelios Pablo y Lucas.

 

La trabajadora (Literatura Random House, 2014), de Elvira Navarro

Navarro inventa una estructura y un lenguaje para narrar la precariedad laboral y los extrarradios urbanos europeos.

 

El peregrino (1967; Sigilo, 2016), de J.A. Baker

Hay que celebrar que la editorial argentina Sigilo haya puesto en circulación este clásico de la literatura sobre la naturaleza, que alcanza momentos altísimos –emulando el vuelo de los halcones.

 

De marras (FCE, 2016), de Gerardo Deniz

Toda la erudición, el ingenio y la mala leche de don Juan Almela en prosa.

 

La peste, de Albert Camus (1947)

Mientras las cifras de muertos en la ciudad continúan en ascenso, un burócrata municipal aspirante a escritor se esmera en pulir y repulir la primera frase de su novela: «En una hermosa mañana de mayo, una esbelta amazona, montada en una soberbia jaca alazana, recorría las alamedas floridas del bosque de Boloña».

 

Diego Rabasa

Editor de Sexto Piso

 

 

Stone Junction. Una epopeya alquímica (1990; Alpha Decay, 2007), de Jim Dodge

Es una de esas lecturas para las que bien se podría haber inventado el verano. Una cofradía de maravillosos “delincuentes” ordenan al joven Daniel en ardides como las apuestas de naipes, los explosivos, la supervivencia al descampado o la trasgresión de cajas fuertes. El encanto de los personajes solivianta los excesos de la trama, en la búsqueda del protagonista por el santo grial de la existencia.

 

El eterno intermedio de Billy Lynn (2012; Contra, 2016), de Ben Fountain

Primera novela publicada a los 54 años, cuenta la historia de un comando, el Bravo, que tras una heroica intervención en Irak regresa a desfilar por el Tour de la Victoria: una gira por todo lo ancho y largo del territorio norteamericano en la que someten a los héroes de la batalla al vórtice del enajenamiento, culmina con su participación en el medio tiempo del partido de Acción de Gracias en el Texas Stadium. Los amiguetes de la cúpula Bush-Cheney actúan como anfitriones de los soldados adolescentes cuya utilización en esta trinchera –igual de perversa en su trasfondo que aquella del valle de Al Ansakar– desnuda la ferocidad de la pesadilla americana que corroe el ADN de aquella nación.

 

Los hombres me explican cosas (2014; Capitán Swing, 2017), de Rebecca Solnit

Desde la década de los noventa la californiana se ha dedicado a publicar ensayos a contracorriente contra los derroteros del capitalismo voraz, los problemas de género y raciales y los efectos de la gentrificación, entre otros. En este conjunto de ensayos Solnit alcanza su registro más mordaz y divertido al tiempo que descubre la velada arrogancia que acompaña el discurso macho incluso en los círculos pretendidamente liberales. El libro es producto de una cena en la que a Solnit, con desmedida arrogancia, le fue explicado el verdadero sentido de un libro que ella misma había escrito (cosa que, por supuesto, su interlocutor ignoraba).

 



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martes, 27 de junio de 2017

El Espacio Escultórico, en riesgo

El comité defensor del Espacio Escultórico de la UNAM, encabezado por el artista Pedro Reyes, dio a conocer un adelanto del documental que está siendo producido con los fondos recolectados en la campaña lanzada en Fondeadora en septiembre del año pasado. La película versa sobre la historia de la escultura pública en México, el patrimonio cultural amenazado y el caso del Espacio Escultórico; el fragmento difundido hoy alude a la destrucción de la Casa de Juan O’Gorman en San Jerónimo, en la Ciudad de México.

 

“En este documental buscamos explicar cómo otros sitios de patrimonio cultural en México se encuentran amenazados. También queremos destacar la importancia de defender el paisaje en donde cultura y naturaleza se integran, y aprovechar el caso del Espacio Escultórico para explicar otros sitios en peligro, como es el caso de la azotea de la Casa Barragán, las pirámides de Mitla y el Cerro del Fortín en Oaxaca, entre otros”, explica Reyes en la plataforma, donde se informa que han sido recaudados 700 mil 823 pesos.

 

El antecedente directo del documental es la petición que un grupo de artistas e intelectuales firmó en Change.org en febrero de 2016 para demoler el Edificio H, que pertenece a la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM,  debido a que daña gravemente el paisaje que rodea el Espacio Escultórico. En junio del mismo año una comisión de expertos creada por la Universidad determinó que el inmueble no sería demolido ni parcial ni totalmente debido a que “respetó la normativa universitaria”. Sin embargo, el comité defensor no ceja en su lucha.

 

 

El filme, actualmente en proceso de producción, retoma en este primer avance el caso de la destrucción de la casa de O’Gorman, ocurrida en 1969. Úrsula García Ascot y Carlos González Lobo hablan de la singular creación del arquitecto, vendida, según sus testimonios, para costear los gastos de una enfermedad. El segundo habla de la historia de la propiedad: “O’Gorman se la vende a una artista, Helen Escobedo, para garantizar que la conservara. […] Ella se comprometió a no tocarla y lo primero que hizo fue demolerla para hacer una casa de la colonia Narvarte”. La difusión de este avance coincide con la muestra Expandir los espacios del arte. Helen Escobedo en la UNAM 1961-1979, que abrirá el MUAC el 29 de junio.

 

El comité defensor también difundió fragmentos de La crítica de arte en el siglo XX, de Ida Rodríguez Prampolini, donde la autora habla de la destrucción de la casa de O’Gorman y de la reconfiguración del Museo Experimental El Eco en la calle de Sullivan, hoy restaurado: “México tenía en el edificio de El Eco el ejemplo clásico de la arquitectura emocional; y la escultura La serpiente, que se encontraba en el patio, fue considerada uno de los primeros antecedentes de la estructura primaria del arte contemporáneo. Un mural, el único diseñado en el mundo por Henry Moore, también desapareció de este lugar. La ignorancia y el afán de destrucción prevaleció sobre el respeto al valor artístico y nadie levantó la liz para impedir el acto de vandalismo”.

 

Mañana se darán a conocer más avances del documental en el marco de la muestra Monumentos, antimonumentos y una nueva escultura pública, en el Museo de Arte de Zapopan.

 



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El Espacio Escultórico, en riesgo

El comité defensor del Espacio Escultórico de la UNAM, encabezado por el artista Pedro Reyes, dio a conocer un adelanto del documental que está siendo producido con los fondos recolectados en la campaña lanzada en Fondeadora en septiembre del año pasado. La película versa sobre la historia de la escultura pública en México, el patrimonio cultural amenazado y el caso del Espacio Escultórico; el fragmento difundido hoy alude a la destrucción de la Casa de Juan O’Gorman en San Jerónimo, en la Ciudad de México.

 

“En este documental buscamos explicar cómo otros sitios de patrimonio cultural en México se encuentran amenazados. También queremos destacar la importancia de defender el paisaje en donde cultura y naturaleza se integran, y aprovechar el caso del Espacio Escultórico para explicar otros sitios en peligro, como es el caso de la azotea de la Casa Barragán, las pirámides de Mitla y el Cerro del Fortín en Oaxaca, entre otros”, explica Reyes en la plataforma, donde se informa que han sido recaudados 700 mil 823 pesos.

 

El antecedente directo del documental es la petición que un grupo de artistas e intelectuales firmó en Change.org en febrero de 2016 para demoler el Edificio H, que pertenece a la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM,  debido a que daña gravemente el paisaje que rodea el Espacio Escultórico. En junio del mismo año una comisión de expertos creada por la Universidad determinó que el inmueble no sería demolido ni parcial ni totalmente debido a que “respetó la normativa universitaria”. Sin embargo, el comité defensor no ceja en su lucha.

 

 

El filme, actualmente en proceso de producción, retoma en este primer avance el caso de la destrucción de la casa de O’Gorman, ocurrida en 1969. Úrsula García Ascot y Carlos González Lobo hablan de la singular creación del arquitecto, vendida, según sus testimonios, para costear los gastos de una enfermedad. El segundo habla de la historia de la propiedad: “O’Gorman se la vende a una artista, Helen Escobedo, para garantizar que la conservara. […] Ella se comprometió a no tocarla y lo primero que hizo fue demolerla para hacer una casa de la colonia Narvarte”. La difusión de este avance coincide con la muestra Expandir los espacios del arte. Helen Escobedo en la UNAM 1961-1979, que abrirá el MUAC el 29 de junio.

 

El comité defensor también difundió fragmentos de La crítica de arte en el siglo XX, de Ida Rodríguez Prampolini, donde la autora habla de la destrucción de la casa de O’Gorman y de la reconfiguración del Museo Experimental El Eco en la calle de Sullivan, hoy restaurado: “México tenía en el edificio de El Eco el ejemplo clásico de la arquitectura emocional; y la escultura La serpiente, que se encontraba en el patio, fue considerada uno de los primeros antecedentes de la estructura primaria del arte contemporáneo. Un mural, el único diseñado en el mundo por Henry Moore, también desapareció de este lugar. La ignorancia y el afán de destrucción prevaleció sobre el respeto al valor artístico y nadie levantó la liz para impedir el acto de vandalismo”.

 

Mañana se darán a conocer más avances del documental en el marco de la muestra Monumentos, antimonumentos y una nueva escultura pública, en el Museo de Arte de Zapopan.

 



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