Una tarea pendiente: revisar con calma la obra electrónica de Herbie Hancock. O, mejor dicho, los álbumes en los que el pianista norteamericano contaminó su música, anclada en el bop, con los procesos de la electrónica y encontró, en el camino, al hip hop, ebresentar, en el camino, al hip hop, el funk o incluso el drum and bass. Opacada por el éxito de “Rockit”, del álbum Future Shock (1983), se corre el riesgo de pasar por alto una obra poliédrica, de verdaderos picos creativos, que se encuentra entre las búsquedas jazzísticas más importantes de finales del siglo XX. Sus referentes directos son, por supuesto, los osados experimentos eléctricos que Miles Davis emprendió desde finales de los años sesenta –justo al final de la participación de Hancock con el segundo gran quinteto del trompetista–, y que sirvieron como faro de una generación de músicos jóvenes entre los que también se encontraban Tony Williams, Dave Holland o John Scofield.
Puede comenzarse con lo que posteriormente fue conocido como el período Mwandishi, por el álbum del mismo nombre publicado en 1971, que otorgó obras maestras como Crossings (1972) y Sextant (1973), donde los escarceos con el funk de discos anteriores fueron deconstruidos y llevados a extremos disonantes. Basta escuchar el inicio de “Rain Dance” para entender la amplitud de la apuesta.
Y si álbumes como Head Hunters (1973) o Thrust (1974) estabilizaron su sonido en un funk más idiomático, no por ello menos destacado, y trabajos como Lite Me Up (1982), duramente criticado, entraron decididamente en el terreno de la música disco y el pop, de a poco prepararon el camino para la explosión que significó Future Shock. Tuvo que intervenir un nuevo factor de desestabilización, llamado Bill Laswell. El productor fue, en este sentido, revolucionario, y empujó a Hancock hasta límites sonoros que hasta la fecha no ha podido igualar. Tres álbumes publicados en los años ochenta –el ya mencionado Future Shock, además de Sound System (1984) y Perfect Machine (1988)– generaron un pulso creativo cuya relevancia apenas atinamos a reconocer. En una década en la que, por ejemplo, el genio de Miles Davis entró en decadencia, Hancock mantuvo la tensión entre la experimentación formal y la música popular.
El pianista intentó alargar esa aproximación estética en el álbum Dis Is Da Drum (1994), pero fue hasta la reunión con Bill Laswell en Future2Future, de 2001, cuando su música alcanzó nuevas cimas creativas. Future2Future se interna en un entorno de experimentación en el que ya existían álbumes como Kid A de Radiohead o Go Plastic de Squarepusher, con una frescura particular, soportada por el bagaje de cuarenta años de carrera. Se trata de una de las joyas musicales ocultas del cambio de siglo.
Desde entonces ha habido poco o nada en la carrera de Hancock: álbumes autocomplacientes, intrascendentes o que rayan en lo vergonzoso (basta escuchar sus colaboraciones con Juanes o Pink). Su obra electrónica, sin embargo, se mantiene como testimonio de lo que un músico virtuoso puede crear cuando los límites de su lenguaje son desestabilizados.
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