miércoles, 28 de junio de 2017

La violencia de género como ritual

En el cine y la televisión las narrativas sobre mujeres atrapadas por hombres violentos se han vuelto cada vez más recurrentes. Filmes de todos los géneros han visitado el tema en años recientes: desde la ciencia ficción apocalíptica de Mad Max: Furia en el camino, de George Miller, hasta el drama de La habitación, de Lenny Abrahamson (ambos son de 2015); pasando por el horror tremendista de No respires (Fede Álvarez, 2016), el horror moderado de Fragmentado (M. Night Shyamalan, 2016) hasta el thriller Síndrome de Berlín (Cate Shortland, 2017), por mencionar algunos. Pero debe decirse: la reincidencia en el tema resulta de una fantasía masculina. Destaca en ese panorama la adaptación de la popular novela El cuento de la criada (1985), de la escritora canadiense Margaret Atwood, creada por Bruce Miller para Hulu –el servicio de transmisión bajo demanda de Amazon. La serie, The Handmaid’s Tale, estrenada a finales de abril, nos recuerda (y aquí está la fantasía masculina) que no sólo se trata de un grupo de ovejas negras y descarriadas las que odian o ponen en peligro a las mujeres (hombres violentos, psicópatas, desviados sexuales…): como sabemos bien, una sociedad entera puede normalizar (e incluso ritualizar) la violencia de género.

 

Para quien no conozca ya la premisa: El cuento de la criada relata la historia de una de las mujeres que se ven obligadas a servir como receptáculos de fertilidad para los dirigentes de la nueva república de Gilead, un estado totalitario de inspiración cristiana que ha subido al poder tras una plaga que ha diezmado la natalidad. La protagonista, Offred (o June, como se revela en la serie), es interpretada por Elisabeth Moss, una elección ideal, dado el historial de los personajes más populares de la actriz. Identificamos ya su rostro con mujeres de carácter, como la protofeminista Peggy Olson de Mad Men (2007-2015) o la detective Robin Griffin, que se enfrenta a un entorno profundamente machista en Top of the Lake (la mini-serie de Jane Campion y Gerard Lee de 2013, que estrenará una segunda temporada este año). Pero su papel en The Handmaid’s Tale ofrece una perspectiva distinta, al colocar a una mujer fuerte en una situación extrema y que a menudo sale de los registros de lo que hoy nos atrevemos a imaginar. La serie nos pone, en este sentido, en zapatos conocidos –la introspección de una mujer compleja– para transitar un camino que, afortunadamente, no se ha visitado demasiado.

 

Existe una adaptación previa que se estrenó en español como El cuento de la doncella (1990), una película de dos horas, dirigida por Volker Schlöndorff con guion de Harold Pinter; pero el largo aliento de la serie (cuya primera temporada finalizó el pasado 14 de junio, con diez capítulos de una hora cada uno) ha ayudado a darle un cuerpo robusto a la distopía de Atwood. La típica pregunta por la verosimilitud de un relato de ficción (especulativa, en este caso), que tanto agrada a la crítica norteamericana, no ha tardado en desmenuzar la serie. Para el New York Times, por ejemplo, Ross Douthat, un autodenominado “lector religioso”, ha puesto en duda que un estado como la república de Gilead pudiera surgir en un país liberal como los Estados Unidos. Más interesantes han resultado las lecturas que se preguntan por la manera en que la serie “pone al día” el feminismo de la era de Reagan que se refleja de la novela, como hizo Emily Nussbaum. En todo caso, debemos admitir que ante el clima que vivimos, la pregunta por la verosimilitud no está fuera de lugar. Perturbadora, la lenta cocción de The Handmaid’s Tale a menudo nos obliga a ver la serie como una terrible advertencia, a preguntarnos: “Bueno, pero esto, ¿podría ocurrir…?”, para de inmediato añadir “¿…de nuevo?”.

 



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