jueves, 31 de agosto de 2017

Nuevos aires en Venecia

El festival de cine más antiguo del mundo se encuentra frente el reto de adaptarse a las tendencias fílmicas de nuestra época. La edición número 74 del Festival Internacional de Cine de Venecia, enmarcada por la Bienal de Venecia, seguirá los pasos de Tribeca y Cannes al incorporar una sección dedicada específicamente a películas en realidad virtual, además este año contará con el estreno de sendos proyectos realizados por los artistas Ai Weiwei, Laurie Anderson y Shirin Neshat.

 

Por la relevancia y atención mediática de su creador  —y ayudado por la pujante distribuidora y productora Amazon Studios— los reflectores están en el documental Human Flow (2017), realizado por el artista chino disidente Ai Weiwei. La cinta filmada en veintitrés países aborda el desplazamiento masivo de personas a causa de la crisis migratoria y forma parte de de la competencia internacional Venezia 74. El primer largometraje de Ai figura entre las favoritas para hacerse del León de Oro a Mejor Película junto al nuevo thriller de Darren Aronofsky: ¡Madre! (Mother!, 2017).

 

En conjunto con Hsin-Chien Huang, Laurie Anderson se presenta en la sección de realidad virtual con El cuarto de arena (Sand Room, 2017), una instalación interactiva que permite al espectador explorar distintos cuartos en los que, a partir del canto, se crea una escultura que será observada y escuchada por el siguiente participante de la experiencia. Este proyecto compite por los premios Mejor Realidad Virtual, Mejor Experiencia en Realidad Virtual y Mejor Historia en Realidad Virtual.

 

Finalmente, fuera de la competencia oficial, la artista iraní Shirin Neshat estrena Looking for Oum Kulthum (2017), que compite por el premio Giornate degli Autori, dotado de veinte mil euros. La película narra la historia de Mitra, cineasta que trabaja en la película biográfica de la legendaria cantante egipcia Oum Kulthum. La realizadora, que encontró paralelos entre su vida y la de la célebre cantante, ha dicho que el proyecto fue toda una catarsis emocional y artística.

 

El Festival Internacional de Cine de Venecia se llevará a cabo del 31 de agosto al 9 de septiembre.

 



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Nuevos aires en Venecia

El festival de cine más antiguo del mundo se encuentra frente el reto de adaptarse a las tendencias fílmicas de nuestra época. La edición número 74 del Festival Internacional de Cine de Venecia, enmarcada por la Bienal de Venecia, seguirá los pasos de Tribeca y Cannes al incorporar una sección dedicada específicamente a películas en realidad virtual, además este año contará con el estreno de sendos proyectos realizados por los artistas Ai Weiwei, Laurie Anderson y Shirin Neshat.

 

Por la relevancia y atención mediática de su creador  —y ayudado por la pujante distribuidora y productora Amazon Studios— los reflectores están en el documental Human Flow (2017), realizado por el artista chino disidente Ai Weiwei. La cinta filmada en veintitrés países aborda el desplazamiento masivo de personas a causa de la crisis migratoria y forma parte de de la competencia internacional Venezia 74. El primer largometraje de Ai figura entre las favoritas para hacerse del León de Oro a Mejor Película junto al nuevo thriller de Darren Aronofsky: ¡Madre! (Mother!, 2017).

 

En conjunto con Hsin-Chien Huang, Laurie Anderson se presenta en la sección de realidad virtual con El cuarto de arena (Sand Room, 2017), una instalación interactiva que permite al espectador explorar distintos cuartos en los que, a partir del canto, se crea una escultura que será observada y escuchada por el siguiente participante de la experiencia. Este proyecto compite por los premios Mejor Realidad Virtual, Mejor Experiencia en Realidad Virtual y Mejor Historia en Realidad Virtual.

 

Finalmente, fuera de la competencia oficial, la artista iraní Shirin Neshat estrena Looking for Oum Kulthum (2017), que compite por el premio Giornate degli Autori, dotado de veinte mil euros. La película narra la historia de Mitra, cineasta que trabaja en la película biográfica de la legendaria cantante egipcia Oum Kulthum. La realizadora, que encontró paralelos entre su vida y la de la célebre cantante, ha dicho que el proyecto fue toda una catarsis emocional y artística.

 

El Festival Internacional de Cine de Venecia se llevará a cabo del 31 de agosto al 9 de septiembre.

 



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Bienal Femsa: releer la actualidad

La Bienal Femsa se actualiza: transita del modelo de certamen para concentrarse en un programa curatorial de 18 meses conformado por diversos proyectos museológicos, editoriales y pedagógicos, así como comisiones artísticas. El objetivo de la edición XIII, que se realizará de septiembre de 2017 a febrero de 2019, es la visualización formal de lo histórico a través de ejercicios que involucren la abstracción, lo barroco y las artes populares, entre otras manifestaciones.

 

Bajo el título de “Nunca fuimos contemporáneos”, la bienal, que se realizará en la ciudad de Zacatecas, propone una relectura de la función de las bienales de representar la actualidad. “Hace énfasis en las contradicciones entre lo barroco y lo colonial, lo moderno y lo posmoderno, lo artesanal y lo popular”, considera Willy Kautz, director artístico del evento, cuyas actividades serán gratuitas.

 

El programa curatorial del evento, que a partir de esta edición será itinerante, se compone de cinco ejes: “Colaboraciones museológicas”, que comprende montajes en los museos participantes, diálogo con colecciones institucionales y comisión de obra artística; “Intervenciones en el espacio público”,  que son comisiones artísticas en sitios de relevante presencia en la vida cotidiana de los habitantes de la ciudad; “Programa pedagógico”, que comprende dos momentos: uno abierto al público en general y otro dirigido a la comunidad artística local; “Programa editorial”, cuyo objetivo es reforzar la relectura histórica a partir del uso de distintos soportes editoriales, y “Programa público”, en el que se realizará un simposio, programado para noviembre de 2018, cuyo tema serán las bienales en Latinoamérica.

 

La organización de la bienal, que se realiza desde 1992, decidió situar el evento en la ciudad de Zacatecas debido su circuito cultural, compuesto por el complejo cultural del Instituto Zacatecano de Cultura, el Museo Guadalupe y los espacios autogestivos el Santero, el MUNO y el Museo Comunitario de Vetagrande.



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Bienal Femsa: releer la actualidad

La Bienal Femsa se actualiza: transita del modelo de certamen para concentrarse en un programa curatorial de 18 meses conformado por diversos proyectos museológicos, editoriales y pedagógicos, así como comisiones artísticas. El objetivo de la edición XIII, que se realizará de septiembre de 2017 a febrero de 2019, es la visualización formal de lo histórico a través de ejercicios que involucren la abstracción, lo barroco y las artes populares, entre otras manifestaciones.

 

Bajo el título de “Nunca fuimos contemporáneos”, la bienal, que se realizará en la ciudad de Zacatecas, propone una relectura de la función de las bienales de representar la actualidad. “Hace énfasis en las contradicciones entre lo barroco y lo colonial, lo moderno y lo posmoderno, lo artesanal y lo popular”, considera Willy Kautz, director artístico del evento, cuyas actividades serán gratuitas.

 

El programa curatorial del evento, que a partir de esta edición será itinerante, se compone de cinco ejes: “Colaboraciones museológicas”, que comprende montajes en los museos participantes, diálogo con colecciones institucionales y comisión de obra artística; “Intervenciones en el espacio público”,  que son comisiones artísticas en sitios de relevante presencia en la vida cotidiana de los habitantes de la ciudad; “Programa pedagógico”, que comprende dos momentos: uno abierto al público en general y otro dirigido a la comunidad artística local; “Programa editorial”, cuyo objetivo es reforzar la relectura histórica a partir del uso de distintos soportes editoriales, y “Programa público”, en el que se realizará un simposio, programado para noviembre de 2018, cuyo tema serán las bienales en Latinoamérica.

 

La organización de la bienal, que se realiza desde 1992, decidió situar el evento en la ciudad de Zacatecas debido su circuito cultural, compuesto por el complejo cultural del Instituto Zacatecano de Cultura, el Museo Guadalupe y los espacios autogestivos el Santero, el MUNO y el Museo Comunitario de Vetagrande.



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La fiesta de las galerías

La quinta edición de Gallery Weekend CDMX está a la vuelta de la esquina. El evento, en el que se presentarán 41 exposiciones en 35 galerías –entre ellas Arredondo\Arozarena, Galería Alterna, Breve, El Cuarto de Máquinas, Marso, Labor, Kurimanzutto y Proyectos Monclova– se llevará a cabo del 21 al 24 de septiembre.

 

Gallery Weekend, que se realiza desde 2013, fue creada con la intención de visibilizar la escena artística nacional y sus espacios durante un intenso fin de semana. Este año se suman al evento Galería La Esperanza, Lulu y Galería Mascota, además de algunos espacios que no se encuentran en la Ciudad de México. Esta modalidad, llamada “Pop Up”, la componen Curro, Páramo y Travesía Cuatro, de Guadalajara; GE, de Monterrey; RGR+ART, de Venezuela; y YAM, de San Miguel de Allende.

 

Algunos de los artistas que expondrán durante el evento son Marilá Dardot (Brasil), en Arredondo\Arozarena; Athina Ioannou (Grecia), en la Galería Hilario Galguera; Anri Sala (Albania), en Kurimanzutto; Priscila Monge (Costa Rica), en la Galería Luis Adelantado; Theo Mercier (Francia), en Marso; Josephine Meckseper (Alemania), en Proyectos Monclova; Madeline Jiménez (República Dominicana), en la Galería Alterna; Jorge Rosano Gamboa (México), en Breve; y Gala Porras-Kim (Colombia), en Labor.     

 

Gallery Weekend sirve, también, como marco para la realización de la tercera edición de PaperWorks, la Feria del Libro de Arte, que tendrá como escenario el Museo Tamayo los días 23 y 24 de septiembre.



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La fiesta de las galerías

La quinta edición de Gallery Weekend CDMX está a la vuelta de la esquina. El evento, en el que se presentarán 41 exposiciones en 35 galerías –entre ellas Arredondo\Arozarena, Galería Alterna, Breve, El Cuarto de Máquinas, Marso, Labor, Kurimanzutto y Proyectos Monclova– se llevará a cabo del 21 al 24 de septiembre.

 

Gallery Weekend, que se realiza desde 2013, fue creada con la intención de visibilizar la escena artística nacional y sus espacios durante un intenso fin de semana. Este año se suman al evento Galería La Esperanza, Lulu y Galería Mascota, además de algunos espacios que no se encuentran en la Ciudad de México. Esta modalidad, llamada “Pop Up”, la componen Curro, Páramo y Travesía Cuatro, de Guadalajara; GE, de Monterrey; RGR+ART, de Venezuela; y YAM, de San Miguel de Allende.

 

Algunos de los artistas que expondrán durante el evento son Marilá Dardot (Brasil), en Arredondo\Arozarena; Athina Ioannou (Grecia), en la Galería Hilario Galguera; Anri Sala (Albania), en Kurimanzutto; Priscila Monge (Costa Rica), en la Galería Luis Adelantado; Theo Mercier (Francia), en Marso; Josephine Meckseper (Alemania), en Proyectos Monclova; Madeline Jiménez (República Dominicana), en la Galería Alterna; Jorge Rosano Gamboa (México), en Breve; y Gala Porras-Kim (Colombia), en Labor.     

 

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miércoles, 30 de agosto de 2017

Ahora en cartelera: Stephen King

 

La sensación es que uno podría aventar una piedra y romper algo relacionado, de cualquier manera, con Stephen King. Pero en cuanto uno la levanta para arrojarla, descubre que debajo ya repta una noticia de espectáculos que anuncia una nueva adaptación de alguno de sus relatos o novelas al cine o la televisión. Los ejemplos abundan: a principios del año pasado Hulu transmitió la mini-serie de ocho episodios 11.22.63 (basada en la novela homónima de King, sobre un viajero en el tiempo –interpretado por James Franco– que intenta detener el asesinato de Kennedy). Fue producida por Bad Robot (de J.J. Abrams) y Warner Bros., las mismas compañías, en mancuerna con Hulu, que a principios de este año anunciaron una nueva serie, Castle Rock, que estrenará diez capítulos en 2018, nombrada como uno de los pueblos ficticios de Maine en los que King ambienta muchas de sus historias (Derry, donde se desarrollan El cuerpo y Eso, por ejemplo, es otro de ellos). La idea detrás de la serie es que una amplia red  de eventos, inspirada en el “mito” creado por King, que se pliega y despliega a lo largo de sus capítulos. La complejidad y el número de elementos que le dan vida al universo de King –quien publicó Carrie, su primera novela, en 1973– parece proporcional al volumen de la intrincada red de valores que conforman el patrimonio neto del autor (estimado en unos 400 millones de dólares).

 

Pues sí, como es sabido, Stephen King se trata de un autor industrial, para quien el vigor creativo y el volumen (ha firmado más de cincuenta novelas y diez libros de relatos) eclipsan la invención formal o la prosa arriesgada. A diferencia de novelistas populares como George Simenon (quien publicó casi doscientas novelas, en las que setenta y cinco tuvieron a su detective Maigret como protagonista), King además cuenta con la extraña ventaja de escribir en una época donde la literatura le ha cedido centralidad cultural a la imagen: hay más de doscientas adaptaciones de su trabajo al cine o a la televisión, que lo hacen un innegable pero abrumador referente de la cultura popular. Ahora mismo en la cartelera comercial mexicana se exhibe La torre oscura (2017, Nikolaj Arcel) y el próximo 14 de septiembre se estrenará una nueva versión de Eso (2017, Andrés Muschietti). En la televisión ocurre algo similar: Netflix ya transmite la primera temporada de La niebla (2017- ), una serie desarrollada por Christian Torpe (y que Frank Darabont adaptó hace una década al cine). Su novela policíaca Mr. Mercedes (2014) también fue adaptada a la televisión este año: diez capítulos fueron desarrollados por David E. Kelley, se transmiten por AT&T Originals.

 

Muchas de las adaptaciones, especialmente de sus relatos, se deben a la gentil estrategia de King de ceder derechos por un dólar a estudiantes de cine (una lista de los relatos disponibles, o “Dollar Babies”, puede consultarse aquí). Pero debe decirse algo más sobre la ubicuidad de los productos King: los géneros a los que ha constreñido su obra (que van del horror al noir, pasando por el relato extraño) y la deuda que tiene con autores como H.P. Lovecraft y Richard Matheson, reflejan la aspiración principal del escritor norteamericano: entretener a las masas. Es algo que también se aprecia en los pocos “riesgos” formales de sus novelas (que a menudo no son más que traducciones de herramientas de la edición del cine, como los flashbacks o los cortes abruptos); en las coordenadas humanistas de sus relatos y, principalmente, en su fidelidad al realismo (pues sí, el relato fantástico puede seguir, a pie juntillas, las convenciones de los relatos que buscan, ante todo, representar). No debe extrañar que haya renegado en varias entrevistas, precisamente, de la adaptación al cine de una de sus novelas que le dio la espalda a varias de esas convenciones: El resplandor (Stanley Kubrick, 1980). Debe reconocerse que es una de las pocas adaptaciones del trabajo de King que escapa al destino del producto pasatista. La cinta, incidentalmente, volverá a la cartelera comercial mexicana del 14 al 17 de septiembre.



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Ahora en cartelera: Stephen King

 

La sensación es que uno podría aventar una piedra y romper algo relacionado, de cualquier manera, con Stephen King. Pero en cuanto uno la levanta para arrojarla, descubre que debajo ya repta una noticia de espectáculos que anuncia una nueva adaptación de alguno de sus relatos o novelas al cine o la televisión. Los ejemplos abundan: a principios del año pasado Hulu transmitió la mini-serie de ocho episodios 11.22.63 (basada en la novela homónima de King, sobre un viajero en el tiempo –interpretado por James Franco– que intenta detener el asesinato de Kennedy). Fue producida por Bad Robot (de J.J. Abrams) y Warner Bros., las mismas compañías, en mancuerna con Hulu, que a principios de este año anunciaron una nueva serie, Castle Rock, que estrenará diez capítulos en 2018, nombrada como uno de los pueblos ficticios de Maine en los que King ambienta muchas de sus historias (Derry, donde se desarrollan El cuerpo y Eso, por ejemplo, es otro de ellos). La idea detrás de la serie es que una amplia red  de eventos, inspirada en el “mito” creado por King, que se pliega y despliega a lo largo de sus capítulos. La complejidad y el número de elementos que le dan vida al universo de King –quien publicó Carrie, su primera novela, en 1973– parece proporcional al volumen de la intrincada red de valores que conforman el patrimonio neto del autor (estimado en unos 400 millones de dólares).

 

Pues sí, como es sabido, Stephen King se trata de un autor industrial, para quien el vigor creativo y el volumen (ha firmado más de cincuenta novelas y diez libros de relatos) eclipsan la invención formal o la prosa arriesgada. A diferencia de novelistas populares como George Simenon (quien publicó casi doscientas novelas, en las que setenta y cinco tuvieron a su detective Maigret como protagonista), King además cuenta con la extraña ventaja de escribir en una época donde la literatura le ha cedido centralidad cultural a la imagen: hay más de doscientas adaptaciones de su trabajo al cine o a la televisión, que lo hacen un innegable pero abrumador referente de la cultura popular. Ahora mismo en la cartelera comercial mexicana se exhibe La torre oscura (2017, Nikolaj Arcel) y el próximo 14 de septiembre se estrenará una nueva versión de Eso (2017, Andrés Muschietti). En la televisión ocurre algo similar: Netflix ya transmite la primera temporada de La niebla (2017- ), una serie desarrollada por Christian Torpe (y que Frank Darabont adaptó hace una década al cine). Su novela policíaca Mr. Mercedes (2014) también fue adaptada a la televisión este año: diez capítulos fueron desarrollados por David E. Kelley, se transmiten por AT&T Originals.

 

Muchas de las adaptaciones, especialmente de sus relatos, se deben a la gentil estrategia de King de ceder derechos por un dólar a estudiantes de cine (una lista de los relatos disponibles, o “Dollar Babies”, puede consultarse aquí). Pero debe decirse algo más sobre la ubicuidad de los productos King: los géneros a los que ha constreñido su obra (que van del horror al noir, pasando por el relato extraño) y la deuda que tiene con autores como H.P. Lovecraft y Richard Matheson, reflejan la aspiración principal del escritor norteamericano: entretener a las masas. Es algo que también se aprecia en los pocos “riesgos” formales de sus novelas (que a menudo no son más que traducciones de herramientas de la edición del cine, como los flashbacks o los cortes abruptos); en las coordenadas humanistas de sus relatos y, principalmente, en su fidelidad al realismo (pues sí, el relato fantástico puede seguir, a pie juntillas, las convenciones de los relatos que buscan, ante todo, representar). No debe extrañar que haya renegado en varias entrevistas, precisamente, de la adaptación al cine de una de sus novelas que le dio la espalda a varias de esas convenciones: El resplandor (Stanley Kubrick, 1980). Debe reconocerse que es una de las pocas adaptaciones del trabajo de King que escapa al destino del producto pasatista. La cinta, incidentalmente, volverá a la cartelera comercial mexicana del 14 al 17 de septiembre.



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Marcos Castro: La historia como herramienta

 

En abril de este año Marcos Castro participó en la muestra colectiva Tlaxotlali. Alternancia de ciclos. Agricultura y producción de alimentos, que se presentó en la Casa del Lago. De aquella exposición, que exploraba los ciclos, los ritos y los métodos de cultivo de las culturas prehispánicas, surgió la idea para El color del sur, exhibición que hace unos días se inauguró en la galería Machete de la Ciudad de México.

 

A través de doce jarrones, dos murales y un dibujo, Castro realiza su propia versión de la historia de México para explorar el tema de la identidad subvirtiendo la función meramente decorativa de los jarrones de cerámica. “La historia es una herramienta que usa el poder para generar ideas de identidad que sean convenientes”, asegura el artista, quien se impuso el uso del color azul –asociado por los mexicas a Huitzilopochtli, al sur y al sacrificio– para la realización de las piezas.

 

En los jarrones Castro pintó imágenes que aluden a momentos que considera marcas históricas importantes: dinosaurios, calaveras y eventos como la fundación de Tenochtitlán y el movimiento estudiantil de 1968. Uno de los murales, también de cerámica, muestra a un manifestante con una bomba molotov que porta en el pecho una imagen de Huitzilopochtli: con esta pieza Castro trae a la actualidad el tema de la defensa y el combate arraigados a la identidad.

 

El artista también cuestiona a qué lugar pertenece México. “Los mapas, creados por los vencedores de las luchas, se trazan a partir de la dicotomía entre el arriba y el abajo, el norte y el sur. Esa diferencia no existe en el concepto de universo, es una convención que genera una idea de poder. Para nosotros México es parte de la geografía de Norteamérica, aunque en Norteamérica les enseñan lo contrario: para ellos somos sur. Esto engendra un interés aspiracional, de jerarquías. Por otra parte, evidentemente, tenemos más puntos en común con el sur del continente”, señala Castro, que el año pasado expuso en la muestra Mutaciones de la Galería Metropolitana de la UAM.  
El color del sur se podrá ver hasta el 3 de octubre en Machete, que se ubica en la calle de Córdoba 25, en la colonia Roma Norte.



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Marcos Castro: La historia como herramienta

 

En abril de este año Marcos Castro participó en la muestra colectiva Tlaxotlali. Alternancia de ciclos. Agricultura y producción de alimentos, que se presentó en la Casa del Lago. De aquella exposición, que exploraba los ciclos, los ritos y los métodos de cultivo de las culturas prehispánicas, surgió la idea para El color del sur, exhibición que hace unos días se inauguró en la galería Machete de la Ciudad de México.

 

A través de doce jarrones, dos murales y un dibujo, Castro realiza su propia versión de la historia de México para explorar el tema de la identidad subvirtiendo la función meramente decorativa de los jarrones de cerámica. “La historia es una herramienta que usa el poder para generar ideas de identidad que sean convenientes”, asegura el artista, quien se impuso el uso del color azul –asociado por los mexicas a Huitzilopochtli, al sur y al sacrificio– para la realización de las piezas.

 

En los jarrones Castro pintó imágenes que aluden a momentos que considera marcas históricas importantes: dinosaurios, calaveras y eventos como la fundación de Tenochtitlán y el movimiento estudiantil de 1968. Uno de los murales, también de cerámica, muestra a un manifestante con una bomba molotov que porta en el pecho una imagen de Huitzilopochtli: con esta pieza Castro trae a la actualidad el tema de la defensa y el combate arraigados a la identidad.

 

El artista también cuestiona a qué lugar pertenece México. “Los mapas, creados por los vencedores de las luchas, se trazan a partir de la dicotomía entre el arriba y el abajo, el norte y el sur. Esa diferencia no existe en el concepto de universo, es una convención que genera una idea de poder. Para nosotros México es parte de la geografía de Norteamérica, aunque en Norteamérica les enseñan lo contrario: para ellos somos sur. Esto engendra un interés aspiracional, de jerarquías. Por otra parte, evidentemente, tenemos más puntos en común con el sur del continente”, señala Castro, que el año pasado expuso en la muestra Mutaciones de la Galería Metropolitana de la UAM.  
El color del sur se podrá ver hasta el 3 de octubre en Machete, que se ubica en la calle de Córdoba 25, en la colonia Roma Norte.



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Instantáneas de la escena mexicana, 8

Un cuestionario de seis preguntas, las respuestas de diversas voces: la idea es producir una imagen de la escena de las artes visuales en México, de sus fortalezas y tareas pendientes. Es momento de hacer una pausa para reflexionar desde las distintas trincheras que han hecho de la Ciudad de México uno de los principales territorios de la creación contemporánea. Se trata de esbozar un mapa atendiendo a la historia, para saber en dónde estamos parados.

 

Crítico, historiador y curador de formación filosófica, José Luis Barrios formó parte del grupo que animó la extinta revista Curare. Profesor en la Universidad Iberoamericana y la UNAM, ha realizado curadurías para el Museo Universitario Arte Contemporáneo, el Museo Nacional de Arte, el Museo Universitario de Artes y Ciencias, el Museo de Arte Carrillo Gil y el Laboratorio Arte Alameda, entre otros espacios. Fue curador del Pabellón de México en la 54ª Bienal de Venecia con el proyecto Cuadrado rojo, rosa imposible, de Melanie Smith. Algunos de sus libros son El cuerpo disuelto. Lo colosal y lo monstruoso (2010), Máquinas, dispositivos, agenciamientos (2015) y Lengua herida y crítica del presente (2016).

 

1

Buena parte del arte producido en los noventa (sobre todo el exhibido en sedes como Temístocles 44 o La Panadería) puede incluirse en el capítulo de las búsquedas posmodernas mexicanas. A más de dos décadas de aquel momento casi mítico, ¿existen discursos equiparables en su carácter renovador, en la actualidad?

 

No lo creo. Primero, la idea de la posmodernidad sin duda funcionaba como una utopía reivindicadora (aunque lo ocultara bajo la consigna de la muerte de las ideologías) del entusiasmo por lo global, producido tanto por la caída del Muro de Berlín como por cierto programa de la socialdemocracia europea que deseaba insertarse en los discursos de la globalización. El mito del arte de los noventa fue el entusiasmo por la globalización. Además ese arte produjo en los márgenes una sinergia entre producción, discurso y crítica institucional que logró configurar lo que la sociología del arte llama “sistema artístico”, o si se quiere una maquinante estética deseante: canalizó los flujos de deseo y encontró un punto de quiebre en donde inscribir su potencia. A saber, la perforación del imaginario identitario y binario del arte mexicano en cualquiera de sus versiones. En este sentido, creo que la primera diferencia es de índole afectiva. Hoy por hoy la utopía de lo “global” está en crisis, lo que en significa que no hay metarrelato (la posmodernidad lo era) en el cual inscribir el afecto estético del tiempo presente. Si observamos la Historia es evidente que lo que da lugar a una tendencia, movimiento o incluso estilo es que detrás existe un cierto “ímpetu” de y en los individuos y las colectividades que se disemina en regímenes de visibilidad y discursividad bien claros: pensemos en el romanticismo, las vanguardias e incluso los movimientos de la posvanguardia de la segunda mitad del siglo XX.

 

En el caso del arte actual en México yo no observo este ímpetu y menos aún alcanzo a ver la conjunción de elementos que permita producir un sistema estético-artístico específico. Digamos, usando una vieja fórmula, que no ha creado una masa crítica, una fuerza dislocadora del orden de la representación, y si la hay ésta no ha producido un régimen de enunciación (la tensión entre poder y saber, según Foucault). La potencia discursiva está dispersa a causa de la demanda histérica de reconocimiento de los creadores, curadores y críticos. Dicho de otra manera, la producción discursiva y material del arte de hoy en día está demasiado volcada a ganar espacios de reconocimiento y no a producirlos; quizás esta sea una de las mayores diferencias estructurales que observo.

 

En suma, si la pregunta es si la práctica y la producción artística actuales en México se inscriben en un marco discursivo y estético que las defina, reitero que no. Creo que el resurgimiento de la teoría crítica y de la teoría pos y decolonial, incluso la reinvención del género y la crítica estético-económica de la precarización de la vida, han sido francamente instrumentalizados por los regímenes económicos-políticos hegemónicos del arte, que en México conocen tres grandes ámbitos: la institución pública (los museos de arte contemporáneo), el coleccionismo y las fundaciones. Quizás esto no pueda ser de otra manera, pero lo que queda claro es que estos discursos no están pensando la condición crítica del arte. No basta con hacer crítica del poder; el arte en México tendría que estarse preguntando por sus condiciones críticas de posibilidad de producción. En el momento en que los grandes problemas de la sociedad mexicana son tocados por el arte (violencia, migración, narcotráfico, impunidad, corrupción, perversión del poder) se dibujan una paradoja y una aporía que debería estar observando. ¿No es síntoma de esta instrumentalización el marketing de González Iñárritu, que vende cine como instalación virtual sobre el problema de la migración, a manera de espectáculo (Horkheimer dixit).

 

2

La entrada del nuevo milenio estuvo marcada por la inserción del arte mexicano contemporáneo en la globalidad, acentuada por el surgimiento del mercado correspondiente (pensemos en la apertura de Kurimanzutto en 1999). El país cuenta hoy con decenas de galerías de arte contemporáneo (con presencia nacional e internacional) y tres ferias anuales (Zsona Maco, Salón Acme y Material Art Fair). La consolidación de este mercado ¿se refleja en la producción y la circulación del arte en México? ¿Qué tipo de balance existe entre ambas fuerzas? En el mismo sentido: ¿a qué acuerdos han llegado el capital privado y los museos y espacios públicos?

 

Desde luego que hay una colusión, si se quiere “involuntaria”, entre política y mercado. En el caso de México se observó desde la gestión de Sari Bermúdez en lo que no hace mucho tiempo era el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes. Si hacemos un poco de memoria, en ese momento se producía un discurso bastante ambiguo, el cual operaba a partir de tres nociones básicas: la ciudadanización de la cultura, las industrias culturales y la Secretaría de Cultura. Tal como suelen funcionar estos “significantes”, que de tanto usarse llegan a ser vacíos, detrás de estas tres nociones se operaba una acción político-afirmativa de corte liberal (aunque con matices conservadores) respecto a la política cultural en la que se puede leer la instrumentalización del arte en cifra de capital. Así, ciudadanización, industria cultural y Secretaría de Cultura no son más que tres formas de enunciar la administración de la producción artística a modo: instrumentalización seudo democrática de la creación, masificación del gusto vía el mercado (ferias y coleccionismo) y centralización de la política cultural, lo que sin duda ha permitido acotar a canales claramente manejables para la producción y el discurso del arte en nuestros días. El poder es suficientemente hábil, al menos hasta ahora, para producir una relación compleja de la demanda donde política y mercado son los marcos invisibles sobre los que se produce el discurso y la creación, a tal punto que lo que logra administrar son las formas mismas de producción artística. No es una pregunta que deba hacerse la economía o la política, sino el arte, que está demasiado preocupado por ver cómo inserta su simulacro de singularidad en las fanstasmagorías del mercado y la política global.

 

Lo podríamos formular de la siguiente manera: no es que no haya producción artística y crítica, lo que se ha logrado administrar, jerarquizar y fragmentar son las esferas de efectividad de las diversas prácticas creativas y discursivas del arte. La instrumentalización tiene que ver con algo que puede parecer fácil, pero no lo es: ¿cómo se distribuye la relación tiempo/fuerza de trabajo en la cadena productiva del arte en México hoy? Presas, como lo anotaba en mi respuesta anterior, de la demanda histérica de reconocimiento, el arte ha clausurado la condición misma de creación que lo definió desde siempre –y asumo el carácter maximalista de esta afirmación–: el gasto improductivo, el pensamiento inútil y el dispendio del tiempo. Es evidente que ha cambiado la relación entre política y mercado, lo que no es tan evidente es que este cambio está relacionado con el modo específico en que el capitalismo global produce la superplusvalía del deseo, es decir, se vuelca a la subjetividad como objeto de deseo de sí misma: un cierto narcisismo imaginario que opera como administración del deseo en la medida en que promete reconocimiento.

 

Explicar este cambio y profundizar en su crítica tiene que ver con el hecho de que hoy por hoy el arte y la precarización de la vida forman parte de la misma dialéctica de la servidumbre: a mayor precarización mayor materia de explotación artística. Una variación que, creo, encuentra su explicación en algo que Hegel ya había visto en el siglo XIX, pero que traído al presente habría que leer en función del modo en que la producción y el discurso del arte se inscriben en la precaria división social del trabajo y en la inserción del tiempo de trabajo del pensamiento crítico en la maquinaria de producción industrial de visibilidad de la que el arte es víctima y cómplice. Dicho de otro modo, en la medida en que se fragmenta la lógica del tiempo y el trabajo intelectual y artístico en función de la imagen pública que le otorga su plusvalía, la creación y el análisis funcionan de acuerdo a una finalidad, a eso me refiero con demanda histérica de reconocimiento. No sé si eso está bien o está mal, lo que sí puedo afirmar es que este aspecto del sistema de producción artística no se está pensando lo suficiente. La condición crítica del arte está en la capacidad de superar este narcisismo especular que inunda la totalidad del sistema del arte.

 

3

Hoy es posible encontrar distintas memorias o relatos (el curatorial, el artístico, el social, el institucional o el mercantil, por ejemplo) sobre el desarrollo del arte contemporáneo mexicano a partir de 1989. Sin embargo, el trabajo crítico se antoja insuficiente. Se extinguieron Curare y Poliester, desaparecieron ciertas columnas periódicas y las reseñas en revistas suelen ser inconsistentes. La aparente “muerte de la crítica de arte en México” ¿se debe a los espacios para la discusión estética (las publicaciones), a sus agentes (los críticos e historiadores) o a otros factores?

 

No creo que en sentido estricto haya una “muerte de la crítica del arte”, más bien hay una frivolización, al menos en su sentido mediático. La frivolidad podría tener algo sugerente si fuera capaz de asumir los juegos cortesanos que la acompañan, pero en México no sucede esto entre las rivalidades de grupúsculos, los recelos profesionales, las moralinas pequeñoburguesas y, sobre todo, la producción de vacíos discursivos de corte teórico, causados por la emergencia del mercado global del arte. Por un lado se ha frivolizado la crítica al punto de sólo tener espacio en las revistas de tendencias, en el mejor de los casos, y en la revistas para matar el tiempo de alguna línea área, en el peor. Por el otro, la urgencia de ganar visibilidad en la “escena” del arte, al tiempo que la crítica regresa a un lirismo grandilocuente o un historicismo causalista y formalista, se ha convertido en una apología de los olvidados de la historia del arte, que a través de artificios retóricos y subformulaciones pretenden hacer avanzar las condiciones de conocimiento de la crítica misma, sin darse cuenta de que la cuestión es saber cómo superar la contradicción que la crítica ha producido en términos de discurso y relato y la relación que esto guarda con ciertas producciones artísticas que apuntan en este sentido. En todo caso, sea por frivolización discursiva o por falacias conceptuales llenas de verborrea seudo téorica, lo cierto es que, en el orden conceptual y analítico, la crítica del arte en México hoy en día no se toma el tiempo de pensar las condiciones materiales, políticas, sociales e históricas en las que se produce.

 

En este contexto, sin duda la desaparición de revistas de largo aliento como Curare o Poliéster algo tienen que ver, pero sólo en el sentido de que son el síntoma de un proceso de dispersión de la crítica vinculado al modo en que se produjo un vacío que, de un modo u otro, todos los que estamos inmersos en el mundo del arte tenemos que ver. El asunto es que hemos creído demasiado en la “democratización” de los medios y los discursos. Esto hay que entenderlo en varios sentidos: la proliferación de espacios de enunciación que traen consigo las redes sociales en realidad ha implicado un debilitamiento del “tempo” del pensamiento y, sobre todo, ha producido una sobreoferta discursiva y oportunista, algo que también tiene que ver con el hecho que las condiciones laborales para el profesional del arte sean absolutamente precarias, pero además ha cambiado de manera muy significativa la inserción del discurso en este mercado. Para nadie es una noticia que se paga mejor un proyecto curatorial que un texto de investigación o de crítica del arte; el asunto es que no son ajenos uno del otro. Hay que haber visto lo suficiente, pero hay que haber leído mucho más.

 

Para decirlo pronto, la crítica de arte hoy es frívola o retórica porque tiene más que ver con el efectismo de lo inmediato y con el espectáculo mediático que produce. Esto además está estrechamente relacionado con la práctica curatorial del arte contemporáneo: la urgencia de hacer visible, responder al mercado y apostar por un golpe de suerte sin duda funciona en contra del ejercicio mismo de la lectura y la escritura que es lo propio de la crítica. Yo lo plantearía de esta manera: ¿cuántos curadores de arte contemporáneo son capaces de sostener un discurso más allá del stock de citas sancionadas por el “gusto” contemporáneo y de sus viajes de dos días por ferias, bienales y eventos internacionales de arte? ¡Warhol tenía razón! Hace falta ser frívolo en serio para producir intrigas en el arte.

 

4

Luego de la generación de los grupos (No Grupo, Proceso Pentágono, Suma o Peyote y la Compañía, en los setenta) y de los colectivos surgidos en los noventa (el Taller de los Viernes, SEMEFO, Temístocles 44 o La Panadería), actualmente encontramos más iniciativas independientes de las instituciones, pero ligadas al mercado, y algunos proyectos que conservan el espíritu autónomo de fin de siglo, como Cráter Invertido y Biquini Wax en la CDMX, o Proyectos Impala en Ciudad Juárez. En paralelo, la infraestructura cultural parece adaptarse a las exigencias del turismo. ¿De qué manera se complementan los foros del estado, las sedes privadas y los proyectos autónomos o independientes?

 

Sólo un par de ideas complementarias. Sin duda hay un sinfín de iniciativas independientes profundamente ligadas al mercado. También es cierto que hay algunas iniciativas que conservan el “espíritu autónomo de fin de siglo”. Pero ¿basta el espíritu de fin de siglo para que estas iniciativas desestabilicen el sistema del arte en México? Creo que no. Sobre Proyectos Impala no puedo decir demasiado, me reservo mi opinión para otro momento. Desde luego tampoco voy a ejercer un juicio sumario sobre Cráter Invertido y Bikini Wax. Lo único que puedo cuestionar es si el presentismo de Cráter Invertido (es decir la fascinación por el presente social y político) es aún materia suficiente para dislocar las condiciones de producción artística y discursiva contemporáneas. Pienso que no está problematizada, en términos de poética y de artisticidad, su práctica. Digamos que Cráter Invertido está atrapado en un programa demasiado narrativo, que a mi entender no es suficiente para definir las condiciones de posibilidad crítico-estéticas y políticas del campo de acción social en el que inscriben su práctica artística. Más problemática me parece la “batería” seudo conceptual con la que Bikini Wax define su plataforma discursiva. Desde mi perspectiva, se trata de una mera formulación retórica que quiere “sorprender” a un receptor ingenuo y jugar el juego de épater le bourgeois. Si bien se podría reconocer cierta intención de emular las figuras de los espacios alternativos de los noventa y tempranos dos mil en México, el propio hashtag #TemploDeEstudiosSubcríticos, allende el batiburrillo conceptual, intenta ser una cuasi categoría y no es más que una afirmación retórica que habría que someter a sus propias condiciones de posibilidad crítico-estéticas: teoría crítica, subalternidad y arte son conceptos que hoy por hoy entran en los circuitos políticamente correctos del arte y la crítica. Por cierto, nada hay más lejano al concepto de crítica que el concepto de templo.

 

5

En “Genealogía de una exposición” (Olivier Debroise y Cuauhtémoc Medina), uno de los textos introductorios del catálogo La era de la discrepancia (2007), se lee:

 

Como muchos de los artistas en los primeros años noventa, queríamos marcar la mayor distancia posible frente al caudillismo cultural local, y empleábamos referencias de una historia del arte internacional para comprender la creación del momento: Marcel Duchamp y Joseph Beuys, Yves Klein, Robert Smithson o Robert Morris y, muy ocasionalmente, artistas latinoamericanos como Lygia Clark o Hélio Oiticica. Nunca, en ese momento por lo menos, se aludía a los territorios abiertos desde principios de los años sesenta por Mathias Goeritz, Felipe Ehrenberg, Helen Escobedo, Alejandro Jodorowsky, Marcos Kurtycz o Ulises Carrión, aun cuando varios de estos artistas seguían produciendo, o eran maestros en escuelas de arte o talleres independientes. El vacío en la historia cultural reciente, del que éramos en cierta medida víctimas y cómplices, era un rasgo característico de la situación. Por un lado, señalaba un quiebre en la filiación de los participantes del nuevo circuito cultural. Por otro lado, se manifestaba ahí la ausencia de referentes públicos sobre el proceso artístico local, la ausencia de colecciones y/o publicaciones panorámicas, que dieran sentido a una narrativa.

 

¿Es posible distinguir una evolución en las referencias estéticas de los discursos curatoriales actuales? En otras palabras, ¿cuáles son las distancias y las aproximaciones, y de qué tipo, entre las referencias locales y las internacionales en los ejercicios curatoriales contemporáneos? (Pensemos en las participaciones mexicanas en la Bienal de Venecia, en las exposiciones blockbuster, en los espacios (públicos o privados) que privilegian la experimentación, o en las muestras que elaboran una versión de ciertos segmentos de la historia del arte mexicano, dentro y fuera de México).

 

La ampliación del “espectro” historiográfico del arte mexicano del siglo XX es una de las mayores diferencias y aportes que la práctica curatorial e historiográfica del arte en México ha hecho en los últimos años. A diferencia del texto de Olivier Debroise y de Cuauhtémoc Medina que refieren, e incluso a diferencia de la tesis curatorial de la exposición La era de la discrepancia, que postula un corte radical –y problemático– en torno un cierto comienzo de lo “contemporáneo” del arte en México, ya en la primera década del siglo XXI se emplazan discursos académicos y curatoriales que postulan una reelectura del arte de la llamada Generación de la Ruptura, en al menos dos direcciones: una que intenta sacar a esa generación de artistas de la discusión de lo nacional y lo internacional y otra, más importante desde mi perspectiva, que los inserta, a partir de la práctica artística misma y del discurso producido en los cincuenta y sesenta por la crítica del arte, en la historia de la posvanguardia artística latinoamericana. En este sentido el trabajo de investigación que hizo Daniel Garza Usabiaga en el Museo de Arte Moderno y su libro sobre Mathias Goeritz son fundamentales, como lo es la exposición curada por Rita Eder Desafío a la estabilidad, que se presentó en el MUAC no hace mucho. Pero más allá de los nombres, lo que sin duda hay que reconocer como un aporte que se desprende de estas revisiones historiográficas es que en ambas se configuran categorías que abren perspectivas distintas en torno a la visiones binaristas de la historia del arte en nuestro país.

 

6

¿Cómo describirías el panorama editorial reciente del país? Más allá de los catálogos de exposiciones, ¿encuentras libros escritos por autores mexicanos que se sumen a la discusión acerca de la contemporaneidad de las artes?

 

En realidad son escasos y los que hay siguen siendo monografías de autor que no aportan demasiado a la construcción de perspectivas teóricas e historiográficas amplias. Salvo algunas excepciones, creo que la investigación histórica y teórica sobre el arte en México es raquítica, estamos en un punto donde quizás es necesario hacernos la pregunta por un nuevo comienzo del relato del arte actual en México, toda vez que las estéticas y la poéticas del llamado arte de lo noventa y dos mil llegaron a un punto sin retorno, y que ya no puede funcionar como un paradigma de la creación. Considero necesario que las nuevas generaciones de teóricos, críticos e historiadores del arte se den el tiempo de construir su propio consenso de discusión estético-política, lo cual no quiere decir construir un programa. Pienso que estas generaciones están demasiado preocupadas por lo temas que son rentables y efectivos y no por preguntas críticas que permitan negociar el espacio político del arte y sus discursos. Esto es un problema complejo que tiene que ver con el salto al vacío que se da entre la academia y la vida profesional, que ha estrechado y oprimido las condiciones materiales de posibilidad para la generación de intersticios de pensamiento. Finalmente creo que se ha debilitado de manera muy importante el sistema de apoyos financieros (privados y públicos) al trabajo de investigación de largo aliento, algo que hace casi imposible la producción editorial de proyectos de esta naturaleza.



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Instantáneas de la escena mexicana, 8

Un cuestionario de seis preguntas, las respuestas de diversas voces: la idea es producir una imagen de la escena de las artes visuales en México, de sus fortalezas y tareas pendientes. Es momento de hacer una pausa para reflexionar desde las distintas trincheras que han hecho de la Ciudad de México uno de los principales territorios de la creación contemporánea. Se trata de esbozar un mapa atendiendo a la historia, para saber en dónde estamos parados.

 

Crítico, historiador y curador de formación filosófica, José Luis Barrios formó parte del grupo que animó la extinta revista Curare. Profesor en la Universidad Iberoamericana y la UNAM, ha realizado curadurías para el Museo Universitario Arte Contemporáneo, el Museo Nacional de Arte, el Museo Universitario de Artes y Ciencias, el Museo de Arte Carrillo Gil y el Laboratorio Arte Alameda, entre otros espacios. Fue curador del Pabellón de México en la 54ª Bienal de Venecia con el proyecto Cuadrado rojo, rosa imposible, de Melanie Smith. Algunos de sus libros son El cuerpo disuelto. Lo colosal y lo monstruoso (2010), Máquinas, dispositivos, agenciamientos (2015) y Lengua herida y crítica del presente (2016).

 

1

Buena parte del arte producido en los noventa (sobre todo el exhibido en sedes como Temístocles 44 o La Panadería) puede incluirse en el capítulo de las búsquedas posmodernas mexicanas. A más de dos décadas de aquel momento casi mítico, ¿existen discursos equiparables en su carácter renovador, en la actualidad?

 

No lo creo. Primero, la idea de la posmodernidad sin duda funcionaba como una utopía reivindicadora (aunque lo ocultara bajo la consigna de la muerte de las ideologías) del entusiasmo por lo global, producido tanto por la caída del Muro de Berlín como por cierto programa de la socialdemocracia europea que deseaba insertarse en los discursos de la globalización. El mito del arte de los noventa fue el entusiasmo por la globalización. Además ese arte produjo en los márgenes una sinergia entre producción, discurso y crítica institucional que logró configurar lo que la sociología del arte llama “sistema artístico”, o si se quiere una maquinante estética deseante: canalizó los flujos de deseo y encontró un punto de quiebre en donde inscribir su potencia. A saber, la perforación del imaginario identitario y binario del arte mexicano en cualquiera de sus versiones. En este sentido, creo que la primera diferencia es de índole afectiva. Hoy por hoy la utopía de lo “global” está en crisis, lo que en significa que no hay metarrelato (la posmodernidad lo era) en el cual inscribir el afecto estético del tiempo presente. Si observamos la Historia es evidente que lo que da lugar a una tendencia, movimiento o incluso estilo es que detrás existe un cierto “ímpetu” de y en los individuos y las colectividades que se disemina en regímenes de visibilidad y discursividad bien claros: pensemos en el romanticismo, las vanguardias e incluso los movimientos de la posvanguardia de la segunda mitad del siglo XX.

 

En el caso del arte actual en México yo no observo este ímpetu y menos aún alcanzo a ver la conjunción de elementos que permita producir un sistema estético-artístico específico. Digamos, usando una vieja fórmula, que no ha creado una masa crítica, una fuerza dislocadora del orden de la representación, y si la hay ésta no ha producido un régimen de enunciación (la tensión entre poder y saber, según Foucault). La potencia discursiva está dispersa a causa de la demanda histérica de reconocimiento de los creadores, curadores y críticos. Dicho de otra manera, la producción discursiva y material del arte de hoy en día está demasiado volcada a ganar espacios de reconocimiento y no a producirlos; quizás esta sea una de las mayores diferencias estructurales que observo.

 

En suma, si la pregunta es si la práctica y la producción artística actuales en México se inscriben en un marco discursivo y estético que las defina, reitero que no. Creo que el resurgimiento de la teoría crítica y de la teoría pos y decolonial, incluso la reinvención del género y la crítica estético-económica de la precarización de la vida, han sido francamente instrumentalizados por los regímenes económicos-políticos hegemónicos del arte, que en México conocen tres grandes ámbitos: la institución pública (los museos de arte contemporáneo), el coleccionismo y las fundaciones. Quizás esto no pueda ser de otra manera, pero lo que queda claro es que estos discursos no están pensando la condición crítica del arte. No basta con hacer crítica del poder; el arte en México tendría que estarse preguntando por sus condiciones críticas de posibilidad de producción. En el momento en que los grandes problemas de la sociedad mexicana son tocados por el arte (violencia, migración, narcotráfico, impunidad, corrupción, perversión del poder) se dibujan una paradoja y una aporía que debería estar observando. ¿No es síntoma de esta instrumentalización el marketing de González Iñárritu, que vende cine como instalación virtual sobre el problema de la migración, a manera de espectáculo (Horkheimer dixit).

 

2

La entrada del nuevo milenio estuvo marcada por la inserción del arte mexicano contemporáneo en la globalidad, acentuada por el surgimiento del mercado correspondiente (pensemos en la apertura de Kurimanzutto en 1999). El país cuenta hoy con decenas de galerías de arte contemporáneo (con presencia nacional e internacional) y tres ferias anuales (Zsona Maco, Salón Acme y Material Art Fair). La consolidación de este mercado ¿se refleja en la producción y la circulación del arte en México? ¿Qué tipo de balance existe entre ambas fuerzas? En el mismo sentido: ¿a qué acuerdos han llegado el capital privado y los museos y espacios públicos?

 

Desde luego que hay una colusión, si se quiere “involuntaria”, entre política y mercado. En el caso de México se observó desde la gestión de Sari Bermúdez en lo que no hace mucho tiempo era el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes. Si hacemos un poco de memoria, en ese momento se producía un discurso bastante ambiguo, el cual operaba a partir de tres nociones básicas: la ciudadanización de la cultura, las industrias culturales y la Secretaría de Cultura. Tal como suelen funcionar estos “significantes”, que de tanto usarse llegan a ser vacíos, detrás de estas tres nociones se operaba una acción político-afirmativa de corte liberal (aunque con matices conservadores) respecto a la política cultural en la que se puede leer la instrumentalización del arte en cifra de capital. Así, ciudadanización, industria cultural y Secretaría de Cultura no son más que tres formas de enunciar la administración de la producción artística a modo: instrumentalización seudo democrática de la creación, masificación del gusto vía el mercado (ferias y coleccionismo) y centralización de la política cultural, lo que sin duda ha permitido acotar a canales claramente manejables para la producción y el discurso del arte en nuestros días. El poder es suficientemente hábil, al menos hasta ahora, para producir una relación compleja de la demanda donde política y mercado son los marcos invisibles sobre los que se produce el discurso y la creación, a tal punto que lo que logra administrar son las formas mismas de producción artística. No es una pregunta que deba hacerse la economía o la política, sino el arte, que está demasiado preocupado por ver cómo inserta su simulacro de singularidad en las fanstasmagorías del mercado y la política global.

 

Lo podríamos formular de la siguiente manera: no es que no haya producción artística y crítica, lo que se ha logrado administrar, jerarquizar y fragmentar son las esferas de efectividad de las diversas prácticas creativas y discursivas del arte. La instrumentalización tiene que ver con algo que puede parecer fácil, pero no lo es: ¿cómo se distribuye la relación tiempo/fuerza de trabajo en la cadena productiva del arte en México hoy? Presas, como lo anotaba en mi respuesta anterior, de la demanda histérica de reconocimiento, el arte ha clausurado la condición misma de creación que lo definió desde siempre –y asumo el carácter maximalista de esta afirmación–: el gasto improductivo, el pensamiento inútil y el dispendio del tiempo. Es evidente que ha cambiado la relación entre política y mercado, lo que no es tan evidente es que este cambio está relacionado con el modo específico en que el capitalismo global produce la superplusvalía del deseo, es decir, se vuelca a la subjetividad como objeto de deseo de sí misma: un cierto narcisismo imaginario que opera como administración del deseo en la medida en que promete reconocimiento.

 

Explicar este cambio y profundizar en su crítica tiene que ver con el hecho de que hoy por hoy el arte y la precarización de la vida forman parte de la misma dialéctica de la servidumbre: a mayor precarización mayor materia de explotación artística. Una variación que, creo, encuentra su explicación en algo que Hegel ya había visto en el siglo XIX, pero que traído al presente habría que leer en función del modo en que la producción y el discurso del arte se inscriben en la precaria división social del trabajo y en la inserción del tiempo de trabajo del pensamiento crítico en la maquinaria de producción industrial de visibilidad de la que el arte es víctima y cómplice. Dicho de otro modo, en la medida en que se fragmenta la lógica del tiempo y el trabajo intelectual y artístico en función de la imagen pública que le otorga su plusvalía, la creación y el análisis funcionan de acuerdo a una finalidad, a eso me refiero con demanda histérica de reconocimiento. No sé si eso está bien o está mal, lo que sí puedo afirmar es que este aspecto del sistema de producción artística no se está pensando lo suficiente. La condición crítica del arte está en la capacidad de superar este narcisismo especular que inunda la totalidad del sistema del arte.

 

3

Hoy es posible encontrar distintas memorias o relatos (el curatorial, el artístico, el social, el institucional o el mercantil, por ejemplo) sobre el desarrollo del arte contemporáneo mexicano a partir de 1989. Sin embargo, el trabajo crítico se antoja insuficiente. Se extinguieron Curare y Poliester, desaparecieron ciertas columnas periódicas y las reseñas en revistas suelen ser inconsistentes. La aparente “muerte de la crítica de arte en México” ¿se debe a los espacios para la discusión estética (las publicaciones), a sus agentes (los críticos e historiadores) o a otros factores?

 

No creo que en sentido estricto haya una “muerte de la crítica del arte”, más bien hay una frivolización, al menos en su sentido mediático. La frivolidad podría tener algo sugerente si fuera capaz de asumir los juegos cortesanos que la acompañan, pero en México no sucede esto entre las rivalidades de grupúsculos, los recelos profesionales, las moralinas pequeñoburguesas y, sobre todo, la producción de vacíos discursivos de corte teórico, causados por la emergencia del mercado global del arte. Por un lado se ha frivolizado la crítica al punto de sólo tener espacio en las revistas de tendencias, en el mejor de los casos, y en la revistas para matar el tiempo de alguna línea área, en el peor. Por el otro, la urgencia de ganar visibilidad en la “escena” del arte, al tiempo que la crítica regresa a un lirismo grandilocuente o un historicismo causalista y formalista, se ha convertido en una apología de los olvidados de la historia del arte, que a través de artificios retóricos y subformulaciones pretenden hacer avanzar las condiciones de conocimiento de la crítica misma, sin darse cuenta de que la cuestión es saber cómo superar la contradicción que la crítica ha producido en términos de discurso y relato y la relación que esto guarda con ciertas producciones artísticas que apuntan en este sentido. En todo caso, sea por frivolización discursiva o por falacias conceptuales llenas de verborrea seudo téorica, lo cierto es que, en el orden conceptual y analítico, la crítica del arte en México hoy en día no se toma el tiempo de pensar las condiciones materiales, políticas, sociales e históricas en las que se produce.

 

En este contexto, sin duda la desaparición de revistas de largo aliento como Curare o Poliéster algo tienen que ver, pero sólo en el sentido de que son el síntoma de un proceso de dispersión de la crítica vinculado al modo en que se produjo un vacío que, de un modo u otro, todos los que estamos inmersos en el mundo del arte tenemos que ver. El asunto es que hemos creído demasiado en la “democratización” de los medios y los discursos. Esto hay que entenderlo en varios sentidos: la proliferación de espacios de enunciación que traen consigo las redes sociales en realidad ha implicado un debilitamiento del “tempo” del pensamiento y, sobre todo, ha producido una sobreoferta discursiva y oportunista, algo que también tiene que ver con el hecho que las condiciones laborales para el profesional del arte sean absolutamente precarias, pero además ha cambiado de manera muy significativa la inserción del discurso en este mercado. Para nadie es una noticia que se paga mejor un proyecto curatorial que un texto de investigación o de crítica del arte; el asunto es que no son ajenos uno del otro. Hay que haber visto lo suficiente, pero hay que haber leído mucho más.

 

Para decirlo pronto, la crítica de arte hoy es frívola o retórica porque tiene más que ver con el efectismo de lo inmediato y con el espectáculo mediático que produce. Esto además está estrechamente relacionado con la práctica curatorial del arte contemporáneo: la urgencia de hacer visible, responder al mercado y apostar por un golpe de suerte sin duda funciona en contra del ejercicio mismo de la lectura y la escritura que es lo propio de la crítica. Yo lo plantearía de esta manera: ¿cuántos curadores de arte contemporáneo son capaces de sostener un discurso más allá del stock de citas sancionadas por el “gusto” contemporáneo y de sus viajes de dos días por ferias, bienales y eventos internacionales de arte? ¡Warhol tenía razón! Hace falta ser frívolo en serio para producir intrigas en el arte.

 

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Luego de la generación de los grupos (No Grupo, Proceso Pentágono, Suma o Peyote y la Compañía, en los setenta) y de los colectivos surgidos en los noventa (el Taller de los Viernes, SEMEFO, Temístocles 44 o La Panadería), actualmente encontramos más iniciativas independientes de las instituciones, pero ligadas al mercado, y algunos proyectos que conservan el espíritu autónomo de fin de siglo, como Cráter Invertido y Biquini Wax en la CDMX, o Proyectos Impala en Ciudad Juárez. En paralelo, la infraestructura cultural parece adaptarse a las exigencias del turismo. ¿De qué manera se complementan los foros del estado, las sedes privadas y los proyectos autónomos o independientes?

 

Sólo un par de ideas complementarias. Sin duda hay un sinfín de iniciativas independientes profundamente ligadas al mercado. También es cierto que hay algunas iniciativas que conservan el “espíritu autónomo de fin de siglo”. Pero ¿basta el espíritu de fin de siglo para que estas iniciativas desestabilicen el sistema del arte en México? Creo que no. Sobre Proyectos Impala no puedo decir demasiado, me reservo mi opinión para otro momento. Desde luego tampoco voy a ejercer un juicio sumario sobre Cráter Invertido y Bikini Wax. Lo único que puedo cuestionar es si el presentismo de Cráter Invertido (es decir la fascinación por el presente social y político) es aún materia suficiente para dislocar las condiciones de producción artística y discursiva contemporáneas. Pienso que no está problematizada, en términos de poética y de artisticidad, su práctica. Digamos que Cráter Invertido está atrapado en un programa demasiado narrativo, que a mi entender no es suficiente para definir las condiciones de posibilidad crítico-estéticas y políticas del campo de acción social en el que inscriben su práctica artística. Más problemática me parece la “batería” seudo conceptual con la que Bikini Wax define su plataforma discursiva. Desde mi perspectiva, se trata de una mera formulación retórica que quiere “sorprender” a un receptor ingenuo y jugar el juego de épater le bourgeois. Si bien se podría reconocer cierta intención de emular las figuras de los espacios alternativos de los noventa y tempranos dos mil en México, el propio hashtag #TemploDeEstudiosSubcríticos, allende el batiburrillo conceptual, intenta ser una cuasi categoría y no es más que una afirmación retórica que habría que someter a sus propias condiciones de posibilidad crítico-estéticas: teoría crítica, subalternidad y arte son conceptos que hoy por hoy entran en los circuitos políticamente correctos del arte y la crítica. Por cierto, nada hay más lejano al concepto de crítica que el concepto de templo.

 

5

En “Genealogía de una exposición” (Olivier Debroise y Cuauhtémoc Medina), uno de los textos introductorios del catálogo La era de la discrepancia (2007), se lee:

 

Como muchos de los artistas en los primeros años noventa, queríamos marcar la mayor distancia posible frente al caudillismo cultural local, y empleábamos referencias de una historia del arte internacional para comprender la creación del momento: Marcel Duchamp y Joseph Beuys, Yves Klein, Robert Smithson o Robert Morris y, muy ocasionalmente, artistas latinoamericanos como Lygia Clark o Hélio Oiticica. Nunca, en ese momento por lo menos, se aludía a los territorios abiertos desde principios de los años sesenta por Mathias Goeritz, Felipe Ehrenberg, Helen Escobedo, Alejandro Jodorowsky, Marcos Kurtycz o Ulises Carrión, aun cuando varios de estos artistas seguían produciendo, o eran maestros en escuelas de arte o talleres independientes. El vacío en la historia cultural reciente, del que éramos en cierta medida víctimas y cómplices, era un rasgo característico de la situación. Por un lado, señalaba un quiebre en la filiación de los participantes del nuevo circuito cultural. Por otro lado, se manifestaba ahí la ausencia de referentes públicos sobre el proceso artístico local, la ausencia de colecciones y/o publicaciones panorámicas, que dieran sentido a una narrativa.

 

¿Es posible distinguir una evolución en las referencias estéticas de los discursos curatoriales actuales? En otras palabras, ¿cuáles son las distancias y las aproximaciones, y de qué tipo, entre las referencias locales y las internacionales en los ejercicios curatoriales contemporáneos? (Pensemos en las participaciones mexicanas en la Bienal de Venecia, en las exposiciones blockbuster, en los espacios (públicos o privados) que privilegian la experimentación, o en las muestras que elaboran una versión de ciertos segmentos de la historia del arte mexicano, dentro y fuera de México).

 

La ampliación del “espectro” historiográfico del arte mexicano del siglo XX es una de las mayores diferencias y aportes que la práctica curatorial e historiográfica del arte en México ha hecho en los últimos años. A diferencia del texto de Olivier Debroise y de Cuauhtémoc Medina que refieren, e incluso a diferencia de la tesis curatorial de la exposición La era de la discrepancia, que postula un corte radical –y problemático– en torno un cierto comienzo de lo “contemporáneo” del arte en México, ya en la primera década del siglo XXI se emplazan discursos académicos y curatoriales que postulan una reelectura del arte de la llamada Generación de la Ruptura, en al menos dos direcciones: una que intenta sacar a esa generación de artistas de la discusión de lo nacional y lo internacional y otra, más importante desde mi perspectiva, que los inserta, a partir de la práctica artística misma y del discurso producido en los cincuenta y sesenta por la crítica del arte, en la historia de la posvanguardia artística latinoamericana. En este sentido el trabajo de investigación que hizo Daniel Garza Usabiaga en el Museo de Arte Moderno y su libro sobre Mathias Goeritz son fundamentales, como lo es la exposición curada por Rita Eder Desafío a la estabilidad, que se presentó en el MUAC no hace mucho. Pero más allá de los nombres, lo que sin duda hay que reconocer como un aporte que se desprende de estas revisiones historiográficas es que en ambas se configuran categorías que abren perspectivas distintas en torno a la visiones binaristas de la historia del arte en nuestro país.

 

6

¿Cómo describirías el panorama editorial reciente del país? Más allá de los catálogos de exposiciones, ¿encuentras libros escritos por autores mexicanos que se sumen a la discusión acerca de la contemporaneidad de las artes?

 

En realidad son escasos y los que hay siguen siendo monografías de autor que no aportan demasiado a la construcción de perspectivas teóricas e historiográficas amplias. Salvo algunas excepciones, creo que la investigación histórica y teórica sobre el arte en México es raquítica, estamos en un punto donde quizás es necesario hacernos la pregunta por un nuevo comienzo del relato del arte actual en México, toda vez que las estéticas y la poéticas del llamado arte de lo noventa y dos mil llegaron a un punto sin retorno, y que ya no puede funcionar como un paradigma de la creación. Considero necesario que las nuevas generaciones de teóricos, críticos e historiadores del arte se den el tiempo de construir su propio consenso de discusión estético-política, lo cual no quiere decir construir un programa. Pienso que estas generaciones están demasiado preocupadas por lo temas que son rentables y efectivos y no por preguntas críticas que permitan negociar el espacio político del arte y sus discursos. Esto es un problema complejo que tiene que ver con el salto al vacío que se da entre la academia y la vida profesional, que ha estrechado y oprimido las condiciones materiales de posibilidad para la generación de intersticios de pensamiento. Finalmente creo que se ha debilitado de manera muy importante el sistema de apoyos financieros (privados y públicos) al trabajo de investigación de largo aliento, algo que hace casi imposible la producción editorial de proyectos de esta naturaleza.



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Nueva Imagen del Abierto Mexicano de Diseño

El Abierto Mexicano de Diseño se renueva: su quinta edición se aleja del acercamiento convencional de categorización por disciplinas y propone una estructura que da cuenta del trabajo multidisciplinario combinado con nuevas tecnologías. Para transmitir este renovado concepto la organización del festival de diseño recurrió a Lance Wyman, el diseñador estadounidense que desarrolló la identidad gráfica del Metro de la Ciudad de México, entre otros trabajos, para crear la imagen de la nueva edición.

 

“Un aspecto muy importante del enfoque del diseño para la identidad del Abierto es la creación de imágenes modulares que se pueden combinar para sugerir un espacio urbano emocionante. El contexto del festival es el centro de la Ciudad de México, un entorno urbano energético, un espacio urbano emocionante”, expresa Wyman a La Tempestad.

 

La trayectoria del diseñador, que fue motivo de la muestra De ida y vuelta. Lance Wyman: íconos urbanos, que se presentó en el MUAC en 2014, está anclada a la historia moderna de México. Es conocido por la co-creación del logotipo de los Juegos Olímpicos de México 1968, la identidad visual para la Copa Mundial de Fútbol 1970 que se celebró en el país y las identidades gráficas del Museo de Arte Contemporáneo de Monterrey y el Museo del Papalote. 

 

Wyman considera que “los diseñadores mexicanos tienen una poderosa cultura para crear una comunicación visual potente y, además, un buen sentido del humor”. El creador observa que una de las fortalezas de los diseñadores en México es que están aprendiendo a ser empresarios exitosos.

 

El Abierto Mexicano de Diseño, en el que participarán 650 diseñadores en más 130 eventos en espacios como el MUNAL, el Museo Franz Mayer, la Alameda Central y el Palacio de Correos, se realizará del 19 al 23 de octubre.



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Nueva Imagen del Abierto Mexicano de Diseño

El Abierto Mexicano de Diseño se renueva: su quinta edición se aleja del acercamiento convencional de categorización por disciplinas y propone una estructura que da cuenta del trabajo multidisciplinario combinado con nuevas tecnologías. Para transmitir este renovado concepto la organización del festival de diseño recurrió a Lance Wyman, el diseñador estadounidense que desarrolló la identidad gráfica del Metro de la Ciudad de México, entre otros trabajos, para crear la imagen de la nueva edición.

 

“Un aspecto muy importante del enfoque del diseño para la identidad del Abierto es la creación de imágenes modulares que se pueden combinar para sugerir un espacio urbano emocionante. El contexto del festival es el centro de la Ciudad de México, un entorno urbano energético, un espacio urbano emocionante”, expresa Wyman a La Tempestad.

 

La trayectoria del diseñador, que fue motivo de la muestra De ida y vuelta. Lance Wyman: íconos urbanos, que se presentó en el MUAC en 2014, está anclada a la historia moderna de México. Es conocido por la co-creación del logotipo de los Juegos Olímpicos de México 1968, la identidad visual para la Copa Mundial de Fútbol 1970 que se celebró en el país y las identidades gráficas del Museo de Arte Contemporáneo de Monterrey y el Museo del Papalote. 

 

Wyman considera que “los diseñadores mexicanos tienen una poderosa cultura para crear una comunicación visual potente y, además, un buen sentido del humor”. El creador observa que una de las fortalezas de los diseñadores en México es que están aprendiendo a ser empresarios exitosos.

 

El Abierto Mexicano de Diseño, en el que participarán 650 diseñadores en más 130 eventos en espacios como el MUNAL, el Museo Franz Mayer, la Alameda Central y el Palacio de Correos, se realizará del 19 al 23 de octubre.



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El cuerpo ajeno

Distribuida por Netflix, ¿Qué le paso a Lunes? (2017) no merece, en realidad, más atención que la del espectador distraído dispuesto a matar un par de horas con un nuevo producto de cine de acción (el filme, protagonizado –siete veces– por Noomi Rapace, fue cometido por Tommy Wirkola, el mismo director de Zombis nazis y su secuela, Zombis nazis 2: Rojos vs muertos…). Pero tiene una virtud: permite, dada su premisa, volver a uno de los temas predilectos de la ciencia ficción contemporánea, y que merece ser comentado. Va el argumento: en el año 2073 la sobrepoblación obligará a los gobiernos a instaurar políticas de control natal y las familias sólo podrán tener un hijo. Hemos estado aquí antes: la polémica política de hijo único, presentada por el gobierno chino en 1979 (un año después del nacimiento del primer “niño probeta”), que dejó de estar vigente en 2015 (el año pasado fue reformada para permitir dos niños por familia). Pero ¿Qué le pasó a Lunes? introdujo un elemento de distopía totalitaria: el gobierno también insta a denunciar a quienes tengan más de un hijo para que los excedentes puedan (secretamente) ser exterminados. La trama, así, sigue a unas septillizas –de distintas personalidades– que se hacen pasar por una sola persona.

 

La estrategia de ¿Qué le pasó a Lunes? es típica del género de la ficción especulativa: a partir de una realidad (científica o social) se delinean sus consecuencias futuras al grado de que parezcan exageradas, fantásticas o atemorizantes. Otro ejemplo conocido: los temores y ansiedades que la manipulación genética disparó hace un par de décadas se vieron reflejados en la popularidad de Gattaca (Andrew Niccol, 1997), donde se presentaba una sociedad de “válidos” e “inválidos”, regida exclusivamente por la capacidad para editar genomas. Pero debe recordarse que Gattaca fue la historia de un triunfo secreto: un hombre “inválido” conseguía sus objetivos en la sociedad elitista de los “válidos”. El triunfo individual, a la distancia, suena pírrico cuando la segregación por ADN se ha normalizado. Casi una década más tarde, ese “triunfo en la cruz”, con todo y sacrificio, encontró un eco en Niños del hombre (Alfonso Cuarón, 2006): en la última escena del filme vemos que la embarcación Tomorrow recoge a quien podría ser una de las pocas madres (y a su hija) en un planeta de humanos que son, en su mayoría, infértiles. Pero, en efecto, ¿qué importa la promesa del mañana si el presente es yermo?

 
Aunque cada tanto vuelven a los encabezados de periódicos, es interesante observar que en la medida en que las tecnologías de la fertilización asistida (o avances científicos de edición de ADN como los logrados a partir del sistema CRISPR) se vuelven cada vez más familiares (desde 1985, sólo en los EEUU, han nacido más de un millón de niños por fertilización in vitro), los temores asociados con la realidad de la natalidad se han desplazado. ¿Hacia dónde? Como ya se vio en The Handmaid’s Tale, la respuesta está ya no en la normalización sino en la ritualización de la violencia hacia las mujeres: la serie, basada en la novela homónima de Margaret Atwood, no gira en la catástrofe de la infertilidad mundial tanto como en la “solución” de hacer de un grupo minoritario de mujeres fértiles meros vehículos para la procreación. Como se ve, los relatos de terror corporal pueden albergar, además de historias sobre los límites de la carne, tramas inquietantes sobre el poder que puede ejercerse sobre el cuerpo de los otros.



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El cuerpo ajeno

Distribuida por Netflix, ¿Qué le paso a Lunes? (2017) no merece, en realidad, más atención que la del espectador distraído dispuesto a matar un par de horas con un nuevo producto de cine de acción (el filme, protagonizado –siete veces– por Noomi Rapace, fue cometido por Tommy Wirkola, el mismo director de Zombis nazis y su secuela, Zombis nazis 2: Rojos vs muertos…). Pero tiene una virtud: permite, dada su premisa, volver a uno de los temas predilectos de la ciencia ficción contemporánea, y que merece ser comentado. Va el argumento: en el año 2073 la sobrepoblación obligará a los gobiernos a instaurar políticas de control natal y las familias sólo podrán tener un hijo. Hemos estado aquí antes: la polémica política de hijo único, presentada por el gobierno chino en 1979 (un año después del nacimiento del primer “niño probeta”), que dejó de estar vigente en 2015 (el año pasado fue reformada para permitir dos niños por familia). Pero ¿Qué le pasó a Lunes? introdujo un elemento de distopía totalitaria: el gobierno también insta a denunciar a quienes tengan más de un hijo para que los excedentes puedan (secretamente) ser exterminados. La trama, así, sigue a unas septillizas –de distintas personalidades– que se hacen pasar por una sola persona.

 

La estrategia de ¿Qué le pasó a Lunes? es típica del género de la ficción especulativa: a partir de una realidad (científica o social) se delinean sus consecuencias futuras al grado de que parezcan exageradas, fantásticas o atemorizantes. Otro ejemplo conocido: los temores y ansiedades que la manipulación genética disparó hace un par de décadas se vieron reflejados en la popularidad de Gattaca (Andrew Niccol, 1997), donde se presentaba una sociedad de “válidos” e “inválidos”, regida exclusivamente por la capacidad para editar genomas. Pero debe recordarse que Gattaca fue la historia de un triunfo secreto: un hombre “inválido” conseguía sus objetivos en la sociedad elitista de los “válidos”. El triunfo individual, a la distancia, suena pírrico cuando la segregación por ADN se ha normalizado. Casi una década más tarde, ese “triunfo en la cruz”, con todo y sacrificio, encontró un eco en Niños del hombre (Alfonso Cuarón, 2006): en la última escena del filme vemos que la embarcación Tomorrow recoge a quien podría ser una de las pocas madres (y a su hija) en un planeta de humanos que son, en su mayoría, infértiles. Pero, en efecto, ¿qué importa la promesa del mañana si el presente es yermo?

 
Aunque cada tanto vuelven a los encabezados de periódicos, es interesante observar que en la medida en que las tecnologías de la fertilización asistida (o avances científicos de edición de ADN como los logrados a partir del sistema CRISPR) se vuelven cada vez más familiares (desde 1985, sólo en los EEUU, han nacido más de un millón de niños por fertilización in vitro), los temores asociados con la realidad de la natalidad se han desplazado. ¿Hacia dónde? Como ya se vio en The Handmaid’s Tale, la respuesta está ya no en la normalización sino en la ritualización de la violencia hacia las mujeres: la serie, basada en la novela homónima de Margaret Atwood, no gira en la catástrofe de la infertilidad mundial tanto como en la “solución” de hacer de un grupo minoritario de mujeres fértiles meros vehículos para la procreación. Como se ve, los relatos de terror corporal pueden albergar, además de historias sobre los límites de la carne, tramas inquietantes sobre el poder que puede ejercerse sobre el cuerpo de los otros.



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martes, 29 de agosto de 2017

La NSK en el Museo Reina Sofía

Una de las presentaciones más polémicas de la pasada Bienal de Venecia se realizó en el pabellón del colectivo de arte esloveno NSK cuando Slavoj Žižek, su embajador, se plantó ahí para una lectura pública. El colectivo radical irrumpió el status quo del evento presentando ante al mundo la unicidad de su proyecto: ser el primer país ideológico sin barreras geográficas que, desde 1992, funciona bajo la paradoja del “estado sin estado”.

 

Los cuestionamientos creados a partir de la presentación del filósofo esloveno continúan haciendo eco en Europa, ahora en el Museo Nacional Reina Sofía, donde actualmente se presenta la primera retrospectiva en España del Nuevo Arte Esloveno. La muestra titulada NSK from Kapital to Capital recopila más de treinta años de manifestaciones políticas y artísticas como actos públicos, conciertos, exposiciones, producciones teatrales, performances, manifiestos, entrevistas, entre otros.

 

El colectivo, nacido en 1984, fue central en la eclosión cultural de la Yugoslavia de los años ochenta, durante la Guerra Fría. En sus inicios respaldó agrupaciones de distintas vertientes, como el grupo de música industrial Laibach, el colectivo de artistas IRWIN o la agrupación de teatro experimental Scipion Nacise Sisters Theatre, que formaron los cimientos estéticos de la retrovanguardia —inspirada en el vanguardia rusa, el Bauhaus y Fluxus.

 

NSK from Kapital to Capital se mantendrá en exhibición hasta el próximo 8 de enero de 2018.



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La NSK en el Museo Reina Sofía

Una de las presentaciones más polémicas de la pasada Bienal de Venecia se realizó en el pabellón del colectivo de arte esloveno NSK cuando Slavoj Žižek, su embajador, se plantó ahí para una lectura pública. El colectivo radical irrumpió el status quo del evento presentando ante al mundo la unicidad de su proyecto: ser el primer país ideológico sin barreras geográficas que, desde 1992, funciona bajo la paradoja del “estado sin estado”.

 

Los cuestionamientos creados a partir de la presentación del filósofo esloveno continúan haciendo eco en Europa, ahora en el Museo Nacional Reina Sofía, donde actualmente se presenta la primera retrospectiva en España del Nuevo Arte Esloveno. La muestra titulada NSK from Kapital to Capital recopila más de treinta años de manifestaciones políticas y artísticas como actos públicos, conciertos, exposiciones, producciones teatrales, performances, manifiestos, entrevistas, entre otros.

 

El colectivo, nacido en 1984, fue central en la eclosión cultural de la Yugoslavia de los años ochenta, durante la Guerra Fría. En sus inicios respaldó agrupaciones de distintas vertientes, como el grupo de música industrial Laibach, el colectivo de artistas IRWIN o la agrupación de teatro experimental Scipion Nacise Sisters Theatre, que formaron los cimientos estéticos de la retrovanguardia —inspirada en el vanguardia rusa, el Bauhaus y Fluxus.

 

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La voz de Jeanne Moreau

Antes siquiera de que veamos el primer fotograma de la película Ascensor al cadalso (1958), de Louis Malle, escuchamos una voz, suave, raspada y sensual, que dice casi en secreto, como una petición, “Je t’aime”. Al otro lado del teléfono, el hombre que ha recibido los sensuales tonos de la amante le contesta que “sin su voz” él “estaría perdido en un país de silencio”. A pesar de su muerte, todavía reverbera la voz con que Jeanne Moreau encarnó a la joven Florence Carala, femme fatale que desea salirse de los límites impuestos por su matrimonio vengándose del despreciable hombre que la tiene prisionera con riqueza y contratos. Unos meses después, ese mismo 1958, Jeanne Moreau encarnaba a otra esposa, Jeanne Tournier, en otra película de Malle, Los amantes. Moreau con el pelo rubio en un filme y con el pelo oscuro en el otro se transformó en la imagen de una feminidad que buscaba la expresión de su propio deseo, tema icónico de la nouvelle vague. Más tarde, en 1992, la voz de Moreau vuelve a preguntarse por esa suma libertad en la película El amante: su voz encarna a la narradora que Marguerite Duras dejó impresa en su novela homónima. En estas tres, así como en un gran número de las más de 140 películas en las participó, la voz de Moreau dio curso a la corriente de consciencia de mujeres icónicas, dotando la búsqueda de una voz que, ronca, traspasó también los límites de lo femenino.

 

Jeanne Moreau murió el 31 de julio de 2017, a los 89 años, después de una extensa carrera como actriz en el teatro, el cine y la televisión. Para mí, esa no es una fecha cualquiera: fue el mismo día que renuncié a mi trabajo en el departamento de cine del Museo de Arte Moderno donde Moreau estuvo a mediados de los noventa, como parte de un programa de las películas de Duras. Ambas carreras, la de la actriz y la de la escritora y directora, estuvieron ligadas: Moreau había protagonizó Natalie Granger (1972), de Duras, y Moderato Cantabile (1960), de Peter Brooks, basada en la obra homónima de la escritora; más tarde, en 2001, Moreau encarnaría a la propia Duras en Cet amour-là. Y tal vez fueran ellas dos las primeras responsables de que la literatura se me cruzara con el cine; tal vez quienes me inspiraron a redactar una carta de renuncia como expresión literaria y performance vocal. Duras fue una figura señera en mi formación en las letras, sus libros Emily L., Hiroshima mon Amour y El amante, que descubrí primero en la voz de Jeanne Moreau, me quitaron el sueño durante mi adolescencia. Durante el mismo período en que me obsesionaba con las posibilidades del amor múltiple en Jules et Jim (1962), descubría los cuerpos que lanzaban miradas y chocaban copas fuera de campo en la película ––y luego en el guion–– India song. En Duras, en Moreau, como en tantas otras creadoras después, se creaba un lenguaje para explorar el ojo, esa mirada omnipresente que objetualiza y desea a las mujeres, pero que se apropia de la mirada para encarnarla en la pluma, la cámara, la gestualidad y la voz.

 

En las décadas de los setenta y ochenta, Moreau unió voz y ojo al dirigir tres películas. Lumière (1976) adaptaba libremente partes de su propia vida ––como actriz, directora, esposa de otro director y amante–– que se narra a través de la conversación entre cuatro mujeres durante un viaje a las afueras de la ciudad. En La adolescente (1979), la Segunda Guerra Mundial es el trasfondo para que una joven de trece años explore su deseo a través del vínculo sexual entre su madre y un joven doctor judío. En Lilian Gish (1983), un largo de carácter documental, Moreau conversa con el ícono del cine mudo, explorando el rol de las actrices en la historia del cine; explorando, pues, su propio legado como actriz en la voz y vida de otra mujer.

 

Pero la voz de Moreau no fue la única. El 15 de agosto de este año Film Comment dio a conocer a manera de homenaje el audio de una entrevista que una de sus escritoras hizo a la actriz en 1990. Con una voz ya densa y dura reconoce que Brigitte Bardot en Y Dios creó a la mujer (1956), de Roger Vadim, encarnó por primera vez a una mujer que exhibía la exploración de su deseo, creando las heliografías para la liberación sexual de la que ella formó parte. Al año siguiente en que Moreau se convirtió en la figura señera de la nouvelle vague de la mano de Louis Malle, al otro lado del Atlántico la bailarina y actriz Helena Ignez realizaba su primer rol en las cámaras en el cortometraje de Glauber Rocha Patio (1959). Se me hace imposible no pensar en el paralelo entre estas vidas artísticas cuando reviso los sellos actorales y los modos en que pueden o no circular de la pantalla hasta nosotros. Después de varios roles en películas de corte realista y social, Ignez encarnó a Janet Jane en la primera película de Rogério Sganzerla, El bandido de la luz roja (1968), donde desplegó por primera vez el “feminismo anárquico” que se convertiría en su sello actoral y que dotaría al cine marginal brasileño de una sexualidad desbordante––por ejemplo, en la icónica película La mujer de todos. Al igual que Moreau, Ignez se pasó al otro lado de las cámaras, ahora para expandir sus teorías de actuación, propios del performance vanguardista, inspiradas en el teatro de la crueldad. Los vínculos con los círculos de cineastas, incluidos sus parejas Galuber Rocha y Rogério Sganzerla, fueron registrados por ella misma en el documental La Miss e o dinasaurio, revelando una escena con los postulados éticos con que proponían formas de existencia alternativas frente a los autoritarismos y las dictaduras. Frente a los múltiples homenajes que se hacen a Moreau, sería oportuno reconocer, antes de que se nos escapen todas las demás, cómo la voz de una de ellas reverbera en un coro de muchas.



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