viernes, 25 de agosto de 2017

Mario Levrero: irrumpir y reanudar

La fidelidad al número redondo obliga a recordar, y celebrar, que se cumple una década de la primera edición completa de las Irrupciones de Mario Levrero (1940-2004), que con el tiempo ha cobrado tanta importancia como su otra popular obra póstuma, La novela luminosa (2005).

 

Por otro lado, el recato impone precisión: aunque fue la primera edición completa, Levrero ya había publicado algunas de sus columnas (lo que se compila en Irrupciones, intervenciones en prensa aparecidas en la revista Postdata entre 1996 y 2000) en 2001, en una edición de dos tomos (a través de Cauce, de Montevideo). Fogwill, en su artículo “Varlotta-Levrero” (El interpretador, noviembre de 2005) ya advertía: “Levrero siempre fue desafortunado con sus editores, incluso en los dos o tres casos, como en el de sus ensayos de Irrupciones I e Irrupciones II, para los que él mismo ofició de director editorial. De algunos de sus libros publicados en la Argentina, un editor megalómano llegó a imprimir una primera edición de 10.000 ejemplares, la mayoría de los cuales fueron reducidos a pulpa de papel para obtener dinero durante alguna de las crisis económicas de los años ochenta”.

 

Es cierto, aún estamos lejos de contar con un trabajo editorial que haya dado cuenta sistemáticamente de las distintas aristas de la obra de Levrero (aunque parece que Literatura Random House lo está intentando). El lector mexicano interesado en su legado ya ha leído –tengo la impresión– algunas de sus obras más importantes (la novela mencionada, sus dos “trilogías”, colecciones de cuentos, El discurso vacío, El diario de un canalla…) pero aún sospecha que hay varios títulos por descubrir, incluyendo su trabajo como historietista y humorista. El mismo Fogwill, en otro artículo, “Las noches oscuras de un maestro” (publicado en Perfil en diciembre de 2008), daba cuenta de algunas de las imprecisiones causadas por el caos editorial en torno al escritor uruguayo (le atribuye la primera edición de Irrupciones a Punto Sur, cuando fue publicada por Punto de Lectura, de Alfaguara; el artículo completo puede leerse acá, rescatado por Antonio Jiménez Morato).

 

Si en la década de los noventa Levrero alcanzó la consagración crítica (especialmente en las coordenadas de la academia argentina), en la primera década de este siglo sus libros comenzaron a ser reeditados y a encontrar su camino hacia las editoriales españolas (algo de ese recorrido se refleja en La máquina de pensar en Mario, una colección de ensayos sobre Levrero seleccionada por Ezequiel De Rosso para Eterna Cadencia, en 2013). Ahora es innegable, incluso, que se trata de un autor que goza de popularidad (aunque, ay, tardía). Por ejemplo, el centro cultural Squash 73, en la Ciudad de México, ahora mismo alberga un “Laboratorio de lectura” a partir de su obra (la primera sesión fue el pasado 18 de agosto).

 

Leer Irrupciones (Criatura Editora reeditó el libro en 2013) es una experiencia distinta a la que se obtiene de otras antologías de intervenciones en prensa de autores latinoamericanos. Contrastémosla con la beligerancia de Los libros de la guerra del propio Fogwill (Mansalva publicó la segunda edición, ampliada, en 2010); o con el periodismo riguroso de Antonio Di Benedetto (sobre sus Escritos periodísticos publicamos esta breve nota a inicio de año); o con las alturas a las que José Emilio Pacheco llevó el periodismo cultural en su Inventario. Las Irrupciones de Levrero interrumpieron la maquinaria de la prensa para reanudar la conversación con su mundo interior: registros de sueños, pequeñas escenas cotidianas y urbanas, reflexiones semifilosóficas, anécdotas humorísticas. En conjunto, estas “columnas” se leen como una extensión de las obsesiones ya conocidas del uruguayo. Como el resto de su obra, el suyo fue un periodismo en deuda con Kafka y Felisberto Hernández: capaz de concentrarse en una hormiga durante horas, líneas y párrafos, para mostrar que ahí también se encuentran dimensiones fantásticas.



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