Una colección de crónicas que repasa la historia reciente de Cuba, con especial énfasis en el período que va de 2014 a 2016, circula desde el pasado junio en las mesas de novedades: La tribu, de Carlos Manuel Álvarez Rodríguez. Se trata de una buena muestra de los alcances de la crónica latinoamericana actual, un medio donde, además de convivir con datos duros y testimonios, la narrativa da cuenta de una voz personal. Ante el restablecimiento de relaciones entre Cuba y los Estados Unidos, por ejemplo, Álvarez Rodríguez escribe sobre el estado psíquico que se percibía en la isla: “Todo, sin embargo, sucede con cierto recato. Como si la euforia ocurriera de puertas para adentro o como si la euforia misma nos hubiese anestesiado. Balbuceamos. Repetimos naderías. Nuestro éxtasis es raro y algo alocado, como un opio general que la isla hubiera ingerido, una droga colectiva fumada por todos. En cierto sentido, es justo. Llevamos tantos años desfilando por cualquier minucia, celebrando con pancartas y lemas cuantos aniversarios sean posibles, que ahora merecemos festejar a la inversa, el silencio como grito”.
La reflexión permite repensar el lugar del escritor respecto al momento histórico que vive, es decir, con relación a las realidades del mundo contemporáneo y las formas de describirlas. Pues, debe decirse, a menudo el hecho le arrebata la palabra al escritor, enmudeciéndolo, como ya había visto, desde principios del siglo XX, Karl Kraus en su texto satírico Contra los periodistas. Inquietantemente, Álvarez Rodríguez parece hacer eco de las reservas que mostraba Kraus respecto al alcance de la palabra publicada en prensa: “¿Qué tono usar, si el acento de gesta languidece? […] Estamos descubriendo casi con pavor que la buena nueva nos usurpa la voz, porque todo nuestro vocabulario se supedita a la confrontación, al imaginario bélico”. Esta pregunta por el lenguaje, por la forma de decir, por el tono a usarse, no es, precisamente, una pregunta que un periodista deba plantearse. Es decir, no si se trata exclusivamente de uno que trabaja con fechas de cierre o datos desnudos (de nuevo, Karl Kraus: “El periodista está estimulado por el plazo. Cuando tiene tiempo, escribe peor”). Sí es, en cambio, la que se plantea un escritor.
Martín Caparros, en el prólogo que escribió para La tribu, lo expresa así: “Yo no debería decir que sigo creyendo que un periodista y un escritor no son lo mismo: que se puede ser un muy buen periodista sin ser un escritor, un muy buen escritor sin ser un periodista. Pero que, muy de tanto en tanto, alguien es ambos y entonces algo pasa”. Ahora Álvarez Rodríguez, pero ya desde hace un rato Caparrós (su libro más reciente de crónicas es El hambre, de 2014), así como Juan Villoro, Leila Guerriero, Gabriela Wiener o Sergio González Rodríguez, han mostrado que el cronista es un escritor singular, que entabla una relación entre el rigor periodístico y la narrativa literaria. Al mismo tiempo, es difícil no creer que se vive un momento especial para la crónica como género periodístico. En este mismo espacio ya hemos hablado sobre una creciente discusión pública, que denota cierto entusiasmo, en torno al momento que vive el periodismo en México. Si bien lo hicimos a propósito de una de sus esquirlas, el periodismo cultural, lo cierto es que se aprecia una recepción optimista por sus formas de largo aliento.
Además de los ciclos mencionados entonces, editores, cronistas, escritores y periodistas siguen entablando un ¿fructífero? diálogo en distintos foros. Actualmente, por ejemplo, se lleva a cabo la serie de charlas Escribir en tiempos de crisis, organizada por la editorial Almadía, que aún tiene dos fechas programadas: este jueves, en la librería Gandhi Mauricio Achar de la Ciudad de México, se discutirán las visiones que distintos escritores extranjeros han tenido de nuestro país (participan los cronistas David Lida y John Gibler, así como el escritor Alejandro Zambra); y el jueves 31 de agosto Ricardo Raphael, John M. Ackerman y Rita Varelo discutirán el “Periodismo en tiempos de crisis”. Mencionemos, también, el robusto programa dedicado al periodismo (en mancuerna sintomática con el activismo) que albergará la próxima edición del Hay Festival Querétaro (puede consultarse el programa y la lista de participantes acá). Finalmente, este viernes, Julio Villanueva Chang, el editor de la publicación peruana Etiqueta Negra, impartirá la primera de tres sesiones de su taller De cerca nadie es normal, sobre crónica de personajes, en el centro cultural Horizontal.
Pero debemos preguntarnos si esta discusión general y pública corresponde, o no, con un panorama donde, en efecto, la crónica vive saludablemente.
El entusiasmo y lo real
Es cierto: publicaciones como la mexicana Gatopardo, la colombiana El Malpensante (que también publica libros) o la mencionada Etiqueta Negra se han vuelto medios de referencia para la crónica latinoamericana. Pero el volumen de crónicas de largo aliento que se publican sencillamente no casa con el entusiasmo que parece haber por el género ni su alcance. Mientras que en España la crónica ha formado parte de los catálogos de sus editoriales desde hace varios años (como se ve en Debate, en la colección “Crónicas” de Anagrama o en “Andanzas” de Tusquets), en México hoy los casos son contados. La tribu, por ejemplo, se publicó en la colección “Realidades” de Sexto Piso (donde se publican, aproximadamente, seis títulos al año, pero no todos son de crónica –en la misma colección, por ejemplo, apareció Noches sin noche y algunos días sin día, el diario de sueños de Michel Leiris). Producciones El Salario del Miedo, cuyos libros se distribuyen con el apoyo de Almadía, se ha especializado en el periodismo gonzo: han publicado, por ejemplo, las crónicas de Fernanda Melchor, pero apenas cuenta con un puñado de autores.
Jordy Meléndez, de Factual MX y Distintas Latitudes, nos explicó: “En América Latina el periodismo de largo aliento ha ido perdiendo espacio en la mayoría de los medios tradicionales. Desde hace al menos cinco años, las grandes investigaciones periodísticas se ven relegadas por notas de coyuntura, virales e información que se pueda consumir rápido para después ser compartida. Las unidades de investigación han empezado a ser reemplazadas por equipos de ‘viralidad’. Medios como El Comercio en Perú; El Universal en México o El Tiempo en Colombia son algunos ejemplos de esto. La crónica, por su parte, también pierde espacios en los medios periodísticos tradicionales”.
Diego Olavarría, autor de El paralelo etíope (por el que recibió el Premio Nacional de Crónica Joven Ricardo Garibay en 2015) hace eco de la opinión: “El panorama de la crónica es incierto y el ‘entusiasmo’ es infundado. Por un lado, en años recientes ha habido mucho interés por la crónica (mediáticamente hablando). Por otro, todavía se producen pocos libros de crónica literaria y de periodismo de largo aliento en América Latina. Todos dicen que géneros como el cuento están muertos, pero si comparas el número de libros de cuento que se publican con el de crónica, creo que es superior”.
Si en 2012 parecía que había un “boom” en la crónica de América Latina (como sugería Leila Guerriero en esta entrevista), hoy su efecto y salud se abordan con prudencia (como, de nuevo, hace Guerriero en esta entrevista más reciente). Por lo demás, la crónica –que lo mismo puede atender partidos de futbol y paseos gastronómicos que crímenes– no se identifica necesariamente con el periodismo de investigación, como especifica Olavarría: “El periodismo de datos es un animal distinto, y no estoy seguro de que la crónica sea el género predilecto de los periodistas de investigación. Me gustaría que lo fuera: que la gente consumiera libros y reportajes largos y exhaustivos para entender las complejidades del país. Como género, la crónica permite dialogar con datos históricos, vivenciales, escuchar a los expertos y a los ciudadanos comunes. Pero un libro de 300 páginas no es ‘viralizable’. Hoy parece que los periodistas y los medios están más interesados en videos cortos que en historias complejas”.
Aún así, en cierto grado parece que la investigación se ha mudado del periódico al libro, como señala Meléndez: “La industria editorial en Iberoamérica ha venido apostando con fuerza a la literatura de no ficción en años recientes, quizá bajo la influencia de la Nobel de literatura Svetlana Aleksiévich. Los libros de crónicas periodísticas Cuba Stone, de Tusquets; El hambre, de Planeta; La tribu, de Sexto Piso; y las investigaciones Los 12 mexicanos más pobres, otra vez de Planeta, y La Casa Blanca de Peña Nieto de Grijalbo, son algunos ejemplos que se me vienen al vuelo. Todos son proyectos que difícilmente habrían visto la luz en medios de prensa tradicional”.
Por supuesto, el futuro del periodismo de investigación no descansa sólo en la industria del libro. Factual MX, que incentiva el uso de nuevas herramientas periodísticas, recientemente publicó una investigación sobre el estado del periodismo digital en América Latina (puede descargarse aquí). Llama la atención que de los 34 medios investigados sólo algunos le den atención privilegiada al periodismo narrativo, como Kienyke de Bogotá, El Faro de El Salvador, La Mula de Perú o Anfibia en Argentina. No son, claro, los únicos, como señala Meléndez:“En el ecosistema de medios nativos digitales están emergiendo excelentes espacios dedicados a la crónica, entre los que destacan El Estornudo de Cuba; GKill City de Ecuador; Kurtural en Paraguay o Anfibia en Argentina”. Se trata, tal vez, de un momento interesante (es decir, de crisis) donde no termina por morir un viejo esquema (la crónica que formaba parte del periódico), ni de nacer uno nuevo.
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