miércoles, 30 de agosto de 2017

El cuerpo ajeno

Distribuida por Netflix, ¿Qué le paso a Lunes? (2017) no merece, en realidad, más atención que la del espectador distraído dispuesto a matar un par de horas con un nuevo producto de cine de acción (el filme, protagonizado –siete veces– por Noomi Rapace, fue cometido por Tommy Wirkola, el mismo director de Zombis nazis y su secuela, Zombis nazis 2: Rojos vs muertos…). Pero tiene una virtud: permite, dada su premisa, volver a uno de los temas predilectos de la ciencia ficción contemporánea, y que merece ser comentado. Va el argumento: en el año 2073 la sobrepoblación obligará a los gobiernos a instaurar políticas de control natal y las familias sólo podrán tener un hijo. Hemos estado aquí antes: la polémica política de hijo único, presentada por el gobierno chino en 1979 (un año después del nacimiento del primer “niño probeta”), que dejó de estar vigente en 2015 (el año pasado fue reformada para permitir dos niños por familia). Pero ¿Qué le pasó a Lunes? introdujo un elemento de distopía totalitaria: el gobierno también insta a denunciar a quienes tengan más de un hijo para que los excedentes puedan (secretamente) ser exterminados. La trama, así, sigue a unas septillizas –de distintas personalidades– que se hacen pasar por una sola persona.

 

La estrategia de ¿Qué le pasó a Lunes? es típica del género de la ficción especulativa: a partir de una realidad (científica o social) se delinean sus consecuencias futuras al grado de que parezcan exageradas, fantásticas o atemorizantes. Otro ejemplo conocido: los temores y ansiedades que la manipulación genética disparó hace un par de décadas se vieron reflejados en la popularidad de Gattaca (Andrew Niccol, 1997), donde se presentaba una sociedad de “válidos” e “inválidos”, regida exclusivamente por la capacidad para editar genomas. Pero debe recordarse que Gattaca fue la historia de un triunfo secreto: un hombre “inválido” conseguía sus objetivos en la sociedad elitista de los “válidos”. El triunfo individual, a la distancia, suena pírrico cuando la segregación por ADN se ha normalizado. Casi una década más tarde, ese “triunfo en la cruz”, con todo y sacrificio, encontró un eco en Niños del hombre (Alfonso Cuarón, 2006): en la última escena del filme vemos que la embarcación Tomorrow recoge a quien podría ser una de las pocas madres (y a su hija) en un planeta de humanos que son, en su mayoría, infértiles. Pero, en efecto, ¿qué importa la promesa del mañana si el presente es yermo?

 
Aunque cada tanto vuelven a los encabezados de periódicos, es interesante observar que en la medida en que las tecnologías de la fertilización asistida (o avances científicos de edición de ADN como los logrados a partir del sistema CRISPR) se vuelven cada vez más familiares (desde 1985, sólo en los EEUU, han nacido más de un millón de niños por fertilización in vitro), los temores asociados con la realidad de la natalidad se han desplazado. ¿Hacia dónde? Como ya se vio en The Handmaid’s Tale, la respuesta está ya no en la normalización sino en la ritualización de la violencia hacia las mujeres: la serie, basada en la novela homónima de Margaret Atwood, no gira en la catástrofe de la infertilidad mundial tanto como en la “solución” de hacer de un grupo minoritario de mujeres fértiles meros vehículos para la procreación. Como se ve, los relatos de terror corporal pueden albergar, además de historias sobre los límites de la carne, tramas inquietantes sobre el poder que puede ejercerse sobre el cuerpo de los otros.



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