viernes, 28 de febrero de 2020

Exposiciones de marzo

El mes de marzo renueva la cartelera de artes visuales de la Ciudad de México con muestras en la Sala de Arte Público Siqueiros, el MUAC y el Museo Jumex. Aquí, los detalles de cada exposición. 

 

Murales para un cubo blanco, de Ana Bidart y Primal, Antonio Bravo, Iván Krassoievitch y Lucía Vidales

La muestra de la Sala de Arte Público Siqueiros toma como punto de partida la oposición entre el cubo blanco y la última etapa del muralismo adscrita a los preceptos de la integración plástica. Consta de cuatro proyectos comisionados a los creadores que dialogan con el trabajo intelectual y plástico de David Alfaro Siqueiros. Ana Bidart y los integrantes del estudio de diseño Primal intervendrá la fachada del inmueble con un mural acerca de la temporalidad de la pintura en el espacio público. Por otro lado, Antonio Bravo presentará una intervención en la entrada del museo, hecha con barricadas de piedra caliza cuyas imágenes talladas provienen de archivos personales y de los acervos documentales del Centro de Investigación y Documentación Siqueiros. Iván Krassoievitch, por su lado, revisa textos programáticos escritos por Siqueiros, a partir de los que propone lecturas pictóricas. Finalmente, Lucía Vidales se basa en el tema de la crucifixión, abordado por Siqueiros, para producir una obra mural transportable que actualiza temas como el cuerpo vivo, la vertical, la horizontal, la muerte y el género.

Inauguración: 5 de marzo de 2020, 19 horas

Exposiciones de marzo

From the Other Side, Fragment [Desde el otro lado, Fragmento], de Chantal Akerman

En el marco del décimo aniversario de FICUNAM, el MUAC muestra la videoinstalación titulada Desde el otro lado, Fragmento, de la cineasta belga Chantal Akerman, como parte de una retrospectiva que incluye, además, 23 películas, un performance y la presentación de un libro. Filmada en Agua Prieta, Sonora, y Douglas, Arizona, expone las diferencias entre dos poblaciones divididas por un muro; de modo que los inmigrantes cruzan ilegalmente el desierto y, al mismo tiempo, son cazados por oficiales que utilizan dispositivos de detección con infrarrojos. Disponible del 7 de marzo al 19 de abril. 

Exposiciones de marzo

Clara Porset: Diseño y pensamiento 

Esta exposición busca indagar en las propuestas y conceptos sobre el diseño extraídos de los textos críticos de Clara Porset, una de las diseñadoras e interioristas más importantes en México, creadora de piezas clave del diseño funcionalista. Clara Porset: Diseño y pensamiento explora el sentido del trabajo de la diseñadora, sus convicciones ideológicas y compromiso social, mostrando planos, fotografías, maquetas, objetos y mobiliario de colecciones particulares. Se podrá ver del 7 de marzo al 31 de mayo en el Museo Jumex.

 

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Exposiciones de marzo

El mes de marzo renueva la cartelera de artes visuales de la Ciudad de México con muestras en la Sala de Arte Público Siqueiros, el MUAC y el Museo Jumex. Aquí, los detalles de cada exposición. 

 

Murales para un cubo blanco, de Ana Bidart y Primal, Antonio Bravo, Iván Krassoievitch y Lucía Vidales

La muestra de la Sala de Arte Público Siqueiros toma como punto de partida la oposición entre el cubo blanco y la última etapa del muralismo adscrita a los preceptos de la integración plástica. Consta de cuatro proyectos comisionados a los creadores que dialogan con el trabajo intelectual y plástico de David Alfaro Siqueiros. Ana Bidart y los integrantes del estudio de diseño Primal intervendrá la fachada del inmueble con un mural acerca de la temporalidad de la pintura en el espacio público. Por otro lado, Antonio Bravo presentará una intervención en la entrada del museo, hecha con barricadas de piedra caliza cuyas imágenes talladas provienen de archivos personales y de los acervos documentales del Centro de Investigación y Documentación Siqueiros. Iván Krassoievitch, por su lado, revisa textos programáticos escritos por Siqueiros, a partir de los que propone lecturas pictóricas. Finalmente, Lucía Vidales se basa en el tema de la crucifixión, abordado por Siqueiros, para producir una obra mural transportable que actualiza temas como el cuerpo vivo, la vertical, la horizontal, la muerte y el género.

Inauguración: 5 de marzo de 2020, 19 horas

Exposiciones de marzo

From the Other Side, Fragment [Desde el otro lado, Fragmento], de Chantal Akerman

En el marco del décimo aniversario de FICUNAM, el MUAC muestra la videoinstalación titulada Desde el otro lado, Fragmento, de la cineasta belga Chantal Akerman, como parte de una retrospectiva que incluye, además, 23 películas, un performance y la presentación de un libro. Filmada en Agua Prieta, Sonora, y Douglas, Arizona, expone las diferencias entre dos poblaciones divididas por un muro; de modo que los inmigrantes cruzan ilegalmente el desierto y, al mismo tiempo, son cazados por oficiales que utilizan dispositivos de detección con infrarrojos. Disponible del 7 de marzo al 19 de abril. 

Exposiciones de marzo

Clara Porset: Diseño y pensamiento 

Esta exposición busca indagar en las propuestas y conceptos sobre el diseño extraídos de los textos críticos de Clara Porset, una de las diseñadoras e interioristas más importantes en México, creadora de piezas clave del diseño funcionalista. Clara Porset: Diseño y pensamiento explora el sentido del trabajo de la diseñadora, sus convicciones ideológicas y compromiso social, mostrando planos, fotografías, maquetas, objetos y mobiliario de colecciones particulares. Se podrá ver del 7 de marzo al 31 de mayo en el Museo Jumex.

 

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¿A dónde va el Pritzker?

El Premio Pritzker se anunciará el 3 de marzo. Considerado como el Nobel de la arquitectura, es decir el máximo reconocimiento de la disciplina, es celebrado anualmente para distinguir el trabajo de arquitectos vivos que han contribuido de forma significativa a la humanidad y el medioambiente. 

Entregado por la Fundación Hyatt, nace como una iniciativa de Carleton Smith –empresario y director de la National Arts Foundation– en asociación con la familia Pritzker, quienes buscaron estimular al público para conocer la arquitectura y visibilizar la creatividad de la profesión. El galardón está dotado con 100 mil dólares y un medallón de bronce diseñado por el arquitecto Louis Sullivan. 

El primer condecorado fue Philip Johnson, diseñador de la Casa de Cristal, que recibió el Pritzker en 1979. Desde entonces, más de 40 arquitectos han sido reconocidos; al menos la mitad son de origen europeo; mientras que ningún africano ha sido galardonado; por otro lado, sólo 4 latinoamericanos son parte de la lista de ganadores: Luis Barragán (México), Oscar Niemeyer (Brasil), Paulo Mendes da Rocha (Brasil) y Alejandro Aravena (Chile). En cuanto al género, únicamente se ha reconocido a tres mujeres: Zaha Hadid en 2004, Kazuyo Sejima (de SANAA) en 2010 y Carme Pigem (de RCR Arquitectes) en 2017.

Los premios y los contextos cambian: el Pritzker nació cuando el Gran Premio de Roma (que dejó de otorgarse en 1968) se juzgó demasiado académico. ¿Qué es lo que quiere reconocer este premio? El arquitecto francés Alain Sarfati, columnista en Télérama y La Tribune, lanzó una pregunta: hoy, ¿los ganadores del Pritzker son modelos que los arquitectos pueden seguir o imitar? 

“La globalización da un poco la sensación de uniformidad, mientras que el sentido de la arquitectura es precisamente mostrar una diferencia, una diversidad, la otredad, a través de ejemplos alimentados por una cultura que coloca a lo local en el corazón de lo global”, considera Sarfati. En ese sentido, vale la pena interrogar la pertinencia del Pritzker, especialmente en un contexto complejo, de cara a la emergencia climática y los movimientos feministas como motores del cambio global.

A la espera del anuncio del Pritzker 2020, aquí, un recorrido por los ganadores de la última década.

Historia del premio Pritzker de arquitectura

2019 – Arata Isozaki – Japón

Historia del premio Pritzker de arquitectura

2018 – Balkrishna Doshi – India

Historia del premio Pritzker de arquitectura

2017 – Estudio RCR Arquitects (Ramón Vilalta, Rafael Aranda, Carme Pigem) – 2017

Historia del premio Pritzker de arquitectura

2016 – Alejandro Aravena – Chile

Historia del premio Pritzker de arquitectura

2015 – Frei Otto – Alemania

Historia del premio Pritzker de arquitectura

2014 – Shigeru Ban – Japón

2013 – Toyō Itō – Japón

Historia del premio Pritzker de arquitectura

2012 – Wang Shu – China

Historia del premio Pritzker de arquitectura

2011 – Eduardo Souto de Moura – Portugal

Historia del premio Pritzker de arquitectura

2010 – SANAA (Kazuyo Sejima y Ryue Nishizawa) – Japón

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¿A dónde va el Pritzker?

El Premio Pritzker se anunciará el 3 de marzo. Considerado como el Nobel de la arquitectura, es decir el máximo reconocimiento de la disciplina, es celebrado anualmente para distinguir el trabajo de arquitectos vivos que han contribuido de forma significativa a la humanidad y el medioambiente. 

Entregado por la Fundación Hyatt, nace como una iniciativa de Carleton Smith –empresario y director de la National Arts Foundation– en asociación con la familia Pritzker, quienes buscaron estimular al público para conocer la arquitectura y visibilizar la creatividad de la profesión. El galardón está dotado con 100 mil dólares y un medallón de bronce diseñado por el arquitecto Louis Sullivan. 

El primer condecorado fue Philip Johnson, diseñador de la Casa de Cristal, que recibió el Pritzker en 1979. Desde entonces, más de 40 arquitectos han sido reconocidos; al menos la mitad son de origen europeo; mientras que ningún africano ha sido galardonado; por otro lado, sólo 4 latinoamericanos son parte de la lista de ganadores: Luis Barragán (México), Oscar Niemeyer (Brasil), Paulo Mendes da Rocha (Brasil) y Alejandro Aravena (Chile). En cuanto al género, únicamente se ha reconocido a tres mujeres: Zaha Hadid en 2004, Kazuyo Sejima (de SANAA) en 2010 y Carme Pigem (de RCR Arquitectes) en 2017.

Los premios y los contextos cambian: el Pritzker nació cuando el Gran Premio de Roma (que dejó de otorgarse en 1968) se juzgó demasiado académico. ¿Qué es lo que quiere reconocer este premio? El arquitecto francés Alain Sarfati, columnista en Télérama y La Tribune, lanzó una pregunta: hoy, ¿los ganadores del Pritzker son modelos que los arquitectos pueden seguir o imitar? 

“La globalización da un poco la sensación de uniformidad, mientras que el sentido de la arquitectura es precisamente mostrar una diferencia, una diversidad, la otredad, a través de ejemplos alimentados por una cultura que coloca a lo local en el corazón de lo global”, considera Sarfati. En ese sentido, vale la pena interrogar la pertinencia del Pritzker, especialmente en un contexto complejo, de cara a la emergencia climática y los movimientos feministas como motores del cambio global.

A la espera del anuncio del Pritzker 2020, aquí, un recorrido por los ganadores de la última década.

Historia del premio Pritzker de arquitectura

2019 – Arata Isozaki – Japón

Historia del premio Pritzker de arquitectura

2018 – Balkrishna Doshi – India

Historia del premio Pritzker de arquitectura

2017 – Estudio RCR Arquitects (Ramón Vilalta, Rafael Aranda, Carme Pigem) – 2017

Historia del premio Pritzker de arquitectura

2016 – Alejandro Aravena – Chile

Historia del premio Pritzker de arquitectura

2015 – Frei Otto – Alemania

Historia del premio Pritzker de arquitectura

2014 – Shigeru Ban – Japón

2013 – Toyō Itō – Japón

Historia del premio Pritzker de arquitectura

2012 – Wang Shu – China

Historia del premio Pritzker de arquitectura

2011 – Eduardo Souto de Moura – Portugal

Historia del premio Pritzker de arquitectura

2010 – SANAA (Kazuyo Sejima y Ryue Nishizawa) – Japón

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jueves, 27 de febrero de 2020

Debajo de la alfombra de los escritores

Quienes no lo sepan, tienen aquí la primera noticia: «todos» los escritores somos invitados «todo» el tiempo por «todas» las personas a responder a la pregunta acerca de si la literatura de ficción puede cambiar la realidad, una pregunta que, con diferentes acentos y en formulaciones diversas, recorre la historia de la relación entre ciertos libros y ciertos lectores; ante nuestra incapacidad para responder de forma taxativa, nos refugiamos a veces en la salvedad de que antes de hacerlo debemos definir a qué literatura de ficción nos referimos (y, desde luego, a qué realidad, aunque éste es un tema considerablemente más arduo) y damos la cuestión por zanjada: se trata, para decirlo de algún modo, de la alfombra debajo de la cual los escritores barremos ciertas preguntas incómodas. Vamos a levantar esa alfombra.

Un modo viable de responder a la pregunta de si la ficción puede cambiar la realidad quizás consista en preguntarnos si existe algún tipo de literatura de ficción que NO pueda hacerlo; de existir, pienso que podemos encontrarla en, por ejemplo, aquellos textos que abordan hechos trágicos del pasado reciente a la manera de la novela policial o policiaca: articulados a partir de convenciones que podemos reconocer con facilidad, incluso aunque a menudo nos resulte difícil formularlas de manera explícita, esos textos dejan en el lector la impresión de que las injusticias y los crímenes a los que asiste durante la lectura tan sólo tienen lugar en ella; esto es, que el lector emerge tras la lectura del libro a un mundo más justo o más bueno y que no merece ser cuestionado; son textos ineficaces desde el punto de vista político, en la medida en que invitan a no hacer en vez de a hacer y ofrecen la tranquilidad de una mentira antes que la inquietud de una mentira (literaria) que permita vislumbrar una realidad mayor y menos agradable.

Digamos algunas palabras más sobre este tipo de textos: son el resultado de una cierta forma de concebir la literatura para la cual aquello que puede ser comercializado es mucho más importante que lo que exige ser creado para enriquecer la discusión en torno al arte y la sociedad. La literatura escrita con buenas intenciones, la que se atiene al sentido común, la que apela a nuestros instintos más básicos en torno a lo que puede y debe decirse, la que sólo cree «ser» si se habla de ella y se vende, la que exige cuotas y aborda los temas serios con seriedad y habla de los desastres desastrosamente es el tipo de literatura que no contribuye en absoluto a la ampliación del repertorio de posibilidades y es, por lo tanto, ineficaz para cambiar la realidad.

(No deja de ser literatura política, por supuesto, y lo es a pesar y quizás sin el consentimiento de sus autores, quienes, creyendo ser apolíticos, se manifiestan implícitamente a favor del mercado y a favor de las desigualdades que éste provoca: la disponibilidad absoluta para su consumo por parte de cierta literatura sólo pone de manifiesto su absoluta falta de disponibilidad a plantearse los grandes temas del presente, en particular los que tienen que ver con el dinero.)

Pero existe otro tipo de literatura, minoritaria aunque bastante relevante pese a todo, en la cual los autores se preguntan cómo narrar hechos trágicos de una forma en que la respuesta del lector contribuya a un esfuerzo colectivo por acabar con ellos. Este tipo de literatura, que me interesa particularmente como lector y como autor, es aquella que, siendo consciente de los límites que impone al arte su condición de hecho social, trabaja «sobre» esos límites.

Esta literatura a la que me refiero tiene muy poco o nada que ver con las simpatías políticas de su autor, y absolutamente nada con las buenas intenciones: es un tipo de literatura que establece una disociación muy concreta entre la conducta personal y la obra de arte (excepto que pensemos en la existencia social del escritor como el resultado de la confusión natural entre vida personal y obra; o, mejor aún, que digamos que el escritor es básicamente lo que hace, que no es una mala manera de verlo en todo caso) y presta tanta atención a lo que cuenta como a la forma en que lo cuenta.

Puesto que las convenciones narrativas (no sólo las que afectan a la literatura, sino al mundo de la cinematografía, a la circulación del arte contemporáneo y a otros) son la expresión de prácticas y convenciones que presiden nuestra sociedad (en la medida también en que el pacto con el lector que se establece en los textos es el resultado del pacto que establecemos todos nosotros en tanto ciudadanos con el Estado, un pacto de representatividad), parece necesario reivindicar un tipo de literatura que tiende a establecer nuevos contratos con el lector y busca nuevas formas para contar las cosas. Al hacerlo, desde luego, esa literatura tropieza con un límite, que es el del gusto de las masas y el del sentido común con el que tan a menudo se censura a ciertos artistas y escritores y se les invita a que regresen por sus fueros, olvidando que esos artistas tienen por fuerza que abandonar esos fueros para expandir los límites de lo posible, de lo decible y de lo mostrable en nuestra sociedad. Las ideas de orden y de corrección literarios son cárceles en las que se recluye a escritores y a lectores, lo cual no es en absoluto sorprendente; lo sorprendente es que tantos de ellos se encierren voluntariamente en esas cárceles y arrojen la llave lejos de su vista.

Existe la percepción de que la literatura es ineficaz como herramienta política, y, desde luego, lo es en un sentido lato. Pero la literatura también opera en el ámbito de la historia de las mentalidades, un ámbito que está en permanente transformación y que sufre procesos de cambio que a menudo se extienden en un período mayor que el puramente electoral (y, por tanto, resultan a veces imperceptibles), pero en el que los cambios y las transformaciones que se producen son duraderos. Para dar un ejemplo de esto, diría que nuestro mundo debe más a El amante de lady Chatterley del inglés D. H. Lawrence que a los censores que en su momento quisieron hacer inaccesible esa obra a los lectores y retirarla de la discusión sobre los libros y la sociedad.

La razón por la que nuestro mundo y la libertad sexual de la que disfrutamos en este momento deben mucho más a ese texto que a sus censores (que sostenían una imagen de la sociedad monolítica vinculada con una supuesta supremacía de los hombres sobre la mujeres, por ejemplo) es que Lawrence se atrevió a cruzar un límite que se le había impuesto y que otros autores se habían impuesto a sí mismos, que era el límite de lo que se podía decir o de lo que se podía mostrar en la sociedad inglesa de comienzos del siglo XX. Al hacerlo amplió el repertorio de posibilidades, enriqueció la discusión y transformó el mundo de una manera mucho más profunda y permanente de la que lo hicieron sus enemigos.

Con esto quiero decir que la ficción puede cambiar la realidad, para lo cual se requiere que sea buena ficción (es el caso del libro de Lawrence) y sea ficción valiente, y de que sus autores asumamos la responsabilidad de intervenir en el marco de los discursos que nos resultan más significativos sin abandonar la ambición de que nuestros textos sean mejores y más relevantes que aquellos que los han precedido; es decir, en la medida en que (de manera intuitiva, a veces cometiendo errores, pero también con la percepción de que la literatura y el arte en general tienen mucho que decir sobre nuestras relaciones con el mundo que nos rodea) busquemos enriquecer el ámbito de los discursos en vez de empobrecerlos y que, aun teniendo empatía para con las víctimas, asumamos que la tarea de darles una voz de manera de obtener una respuesta concreta y política de nuestros interlocutores debe por fuerza resultar en una voz nueva y que en eso radica el poder del arte. Le resultó posible a D. H. Lawrence allí y entonces y no parece haber ninguna razón por la que no sea posible aquí y ahora.

2017

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Debajo de la alfombra de los escritores

Quienes no lo sepan, tienen aquí la primera noticia: «todos» los escritores somos invitados «todo» el tiempo por «todas» las personas a responder a la pregunta acerca de si la literatura de ficción puede cambiar la realidad, una pregunta que, con diferentes acentos y en formulaciones diversas, recorre la historia de la relación entre ciertos libros y ciertos lectores; ante nuestra incapacidad para responder de forma taxativa, nos refugiamos a veces en la salvedad de que antes de hacerlo debemos definir a qué literatura de ficción nos referimos (y, desde luego, a qué realidad, aunque éste es un tema considerablemente más arduo) y damos la cuestión por zanjada: se trata, para decirlo de algún modo, de la alfombra debajo de la cual los escritores barremos ciertas preguntas incómodas. Vamos a levantar esa alfombra.

Un modo viable de responder a la pregunta de si la ficción puede cambiar la realidad quizás consista en preguntarnos si existe algún tipo de literatura de ficción que NO pueda hacerlo; de existir, pienso que podemos encontrarla en, por ejemplo, aquellos textos que abordan hechos trágicos del pasado reciente a la manera de la novela policial o policiaca: articulados a partir de convenciones que podemos reconocer con facilidad, incluso aunque a menudo nos resulte difícil formularlas de manera explícita, esos textos dejan en el lector la impresión de que las injusticias y los crímenes a los que asiste durante la lectura tan sólo tienen lugar en ella; esto es, que el lector emerge tras la lectura del libro a un mundo más justo o más bueno y que no merece ser cuestionado; son textos ineficaces desde el punto de vista político, en la medida en que invitan a no hacer en vez de a hacer y ofrecen la tranquilidad de una mentira antes que la inquietud de una mentira (literaria) que permita vislumbrar una realidad mayor y menos agradable.

Digamos algunas palabras más sobre este tipo de textos: son el resultado de una cierta forma de concebir la literatura para la cual aquello que puede ser comercializado es mucho más importante que lo que exige ser creado para enriquecer la discusión en torno al arte y la sociedad. La literatura escrita con buenas intenciones, la que se atiene al sentido común, la que apela a nuestros instintos más básicos en torno a lo que puede y debe decirse, la que sólo cree «ser» si se habla de ella y se vende, la que exige cuotas y aborda los temas serios con seriedad y habla de los desastres desastrosamente es el tipo de literatura que no contribuye en absoluto a la ampliación del repertorio de posibilidades y es, por lo tanto, ineficaz para cambiar la realidad.

(No deja de ser literatura política, por supuesto, y lo es a pesar y quizás sin el consentimiento de sus autores, quienes, creyendo ser apolíticos, se manifiestan implícitamente a favor del mercado y a favor de las desigualdades que éste provoca: la disponibilidad absoluta para su consumo por parte de cierta literatura sólo pone de manifiesto su absoluta falta de disponibilidad a plantearse los grandes temas del presente, en particular los que tienen que ver con el dinero.)

Pero existe otro tipo de literatura, minoritaria aunque bastante relevante pese a todo, en la cual los autores se preguntan cómo narrar hechos trágicos de una forma en que la respuesta del lector contribuya a un esfuerzo colectivo por acabar con ellos. Este tipo de literatura, que me interesa particularmente como lector y como autor, es aquella que, siendo consciente de los límites que impone al arte su condición de hecho social, trabaja «sobre» esos límites.

Esta literatura a la que me refiero tiene muy poco o nada que ver con las simpatías políticas de su autor, y absolutamente nada con las buenas intenciones: es un tipo de literatura que establece una disociación muy concreta entre la conducta personal y la obra de arte (excepto que pensemos en la existencia social del escritor como el resultado de la confusión natural entre vida personal y obra; o, mejor aún, que digamos que el escritor es básicamente lo que hace, que no es una mala manera de verlo en todo caso) y presta tanta atención a lo que cuenta como a la forma en que lo cuenta.

Puesto que las convenciones narrativas (no sólo las que afectan a la literatura, sino al mundo de la cinematografía, a la circulación del arte contemporáneo y a otros) son la expresión de prácticas y convenciones que presiden nuestra sociedad (en la medida también en que el pacto con el lector que se establece en los textos es el resultado del pacto que establecemos todos nosotros en tanto ciudadanos con el Estado, un pacto de representatividad), parece necesario reivindicar un tipo de literatura que tiende a establecer nuevos contratos con el lector y busca nuevas formas para contar las cosas. Al hacerlo, desde luego, esa literatura tropieza con un límite, que es el del gusto de las masas y el del sentido común con el que tan a menudo se censura a ciertos artistas y escritores y se les invita a que regresen por sus fueros, olvidando que esos artistas tienen por fuerza que abandonar esos fueros para expandir los límites de lo posible, de lo decible y de lo mostrable en nuestra sociedad. Las ideas de orden y de corrección literarios son cárceles en las que se recluye a escritores y a lectores, lo cual no es en absoluto sorprendente; lo sorprendente es que tantos de ellos se encierren voluntariamente en esas cárceles y arrojen la llave lejos de su vista.

Existe la percepción de que la literatura es ineficaz como herramienta política, y, desde luego, lo es en un sentido lato. Pero la literatura también opera en el ámbito de la historia de las mentalidades, un ámbito que está en permanente transformación y que sufre procesos de cambio que a menudo se extienden en un período mayor que el puramente electoral (y, por tanto, resultan a veces imperceptibles), pero en el que los cambios y las transformaciones que se producen son duraderos. Para dar un ejemplo de esto, diría que nuestro mundo debe más a El amante de lady Chatterley del inglés D. H. Lawrence que a los censores que en su momento quisieron hacer inaccesible esa obra a los lectores y retirarla de la discusión sobre los libros y la sociedad.

La razón por la que nuestro mundo y la libertad sexual de la que disfrutamos en este momento deben mucho más a ese texto que a sus censores (que sostenían una imagen de la sociedad monolítica vinculada con una supuesta supremacía de los hombres sobre la mujeres, por ejemplo) es que Lawrence se atrevió a cruzar un límite que se le había impuesto y que otros autores se habían impuesto a sí mismos, que era el límite de lo que se podía decir o de lo que se podía mostrar en la sociedad inglesa de comienzos del siglo XX. Al hacerlo amplió el repertorio de posibilidades, enriqueció la discusión y transformó el mundo de una manera mucho más profunda y permanente de la que lo hicieron sus enemigos.

Con esto quiero decir que la ficción puede cambiar la realidad, para lo cual se requiere que sea buena ficción (es el caso del libro de Lawrence) y sea ficción valiente, y de que sus autores asumamos la responsabilidad de intervenir en el marco de los discursos que nos resultan más significativos sin abandonar la ambición de que nuestros textos sean mejores y más relevantes que aquellos que los han precedido; es decir, en la medida en que (de manera intuitiva, a veces cometiendo errores, pero también con la percepción de que la literatura y el arte en general tienen mucho que decir sobre nuestras relaciones con el mundo que nos rodea) busquemos enriquecer el ámbito de los discursos en vez de empobrecerlos y que, aun teniendo empatía para con las víctimas, asumamos que la tarea de darles una voz de manera de obtener una respuesta concreta y política de nuestros interlocutores debe por fuerza resultar en una voz nueva y que en eso radica el poder del arte. Le resultó posible a D. H. Lawrence allí y entonces y no parece haber ninguna razón por la que no sea posible aquí y ahora.

2017

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Sophie Calle, lo que queda

La exposición individual What Remains de la artista conceptual francesa Sophie Calle se presentará en el Kunstmuseum Ravensburg del 7 de marzo al 7 de junio. Se trata de una de las presentaciones más completas de los últimos 15 años en Alemania de obras de la creadora. Al examinar temas existenciales como la ceguera, las relaciones familiares, el amor, la pérdida, el dolor y la cultura histórica, los diversos grupos de obras se centran en la ausencia y la memoria.

Curado por Ute Stuffer, director del museo, la muestra reúne obras desde 1986 hasta el presente, con énfasis particular en la serie de obras Ma mère, mon chat, mon père et moi, dans cet ordre (Mi madre, mi gato, mi padre y yo, en ese orden) (2012-2019), Série Noire (2018), Les Tombes (Las Tumbas) (1990) y Les Aveugles (El ciego) (1986). 

Sophie Calle figura entre las personalidades artísticas más notables de la era actual. Sus obras son tanto documentales como de ficción. Calle, reflexiona sobre lo ausente, la fragilidad de la memoria y el poder de la imaginación, es una narradora virtuosa que difunde sus historias dentro del campo dinámico de la imagen fotográfica y el texto de tal manera que involucra a la facultad imaginativa del espectador.

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Sophie Calle, lo que queda

La exposición individual What Remains de la artista conceptual francesa Sophie Calle se presentará en el Kunstmuseum Ravensburg del 7 de marzo al 7 de junio. Se trata de una de las presentaciones más completas de los últimos 15 años en Alemania de obras de la creadora. Al examinar temas existenciales como la ceguera, las relaciones familiares, el amor, la pérdida, el dolor y la cultura histórica, los diversos grupos de obras se centran en la ausencia y la memoria.

Curado por Ute Stuffer, director del museo, la muestra reúne obras desde 1986 hasta el presente, con énfasis particular en la serie de obras Ma mère, mon chat, mon père et moi, dans cet ordre (Mi madre, mi gato, mi padre y yo, en ese orden) (2012-2019), Série Noire (2018), Les Tombes (Las Tumbas) (1990) y Les Aveugles (El ciego) (1986). 

Sophie Calle figura entre las personalidades artísticas más notables de la era actual. Sus obras son tanto documentales como de ficción. Calle, reflexiona sobre lo ausente, la fragilidad de la memoria y el poder de la imaginación, es una narradora virtuosa que difunde sus historias dentro del campo dinámico de la imagen fotográfica y el texto de tal manera que involucra a la facultad imaginativa del espectador.

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miércoles, 26 de febrero de 2020

Fukushima Forever

El libro Restricted Residence del fotógrafo Giles Price examina la reubicación de ciudadanos japoneses en Namie e Iitate, dos ciudades expuestas a radioactividad extrema tras la fuga catastrófica en la central nuclear de Fukushima Daiichi después del terremoto y tsunami de 2011. 

‘Restricted Residence’, de Giles Price

El libro, publicado por Loose Joints, describe las experiencias de unos 150 mil ciudadanos que regresaron a sus vidas dentro de la zona de exclusión. Utilizando la tecnología de imagen térmica, propia de las prácticas de medicina o vigilancia, los paisajes de Namie e Iitate se transforman en extrañas panorámicas. Price capturó a los trabajadores encargados de limpiar y reconstruir las ciudades. También a figuras cotidianas: mecánicos locales, comerciantes y trabajadores de oficina.

Giles Price es un fotógrafo que basa su trabajo principalmente en retratos, tiende hacia un estilo gráfico directo y utiliza un sistema de iluminación propio desarrollado por la cámara en lugar de una extensa postproducción. Su obra ha aparecido en publicaciones como Telegraph, Independent On Sunday, Guardian Weekend y Big. Ha filmado y publicado un portafolio importante de líderes religiosos en el Reino Unido. Sus retratos de veteranos de la Primera Guerra Mundial (2004) y de Johnson Beharry (2007) forman parte de la colección de la National Portrait Gallery de Londres. 

Fotografía: Giles Price

Fotografía: Giles Price

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Fukushima Forever

El libro Restricted Residence del fotógrafo Giles Price examina la reubicación de ciudadanos japoneses en Namie e Iitate, dos ciudades expuestas a radioactividad extrema tras la fuga catastrófica en la central nuclear de Fukushima Daiichi después del terremoto y tsunami de 2011. 

‘Restricted Residence’, de Giles Price

El libro, publicado por Loose Joints, describe las experiencias de unos 150 mil ciudadanos que regresaron a sus vidas dentro de la zona de exclusión. Utilizando la tecnología de imagen térmica, propia de las prácticas de medicina o vigilancia, los paisajes de Namie e Iitate se transforman en extrañas panorámicas. Price capturó a los trabajadores encargados de limpiar y reconstruir las ciudades. También a figuras cotidianas: mecánicos locales, comerciantes y trabajadores de oficina.

Giles Price es un fotógrafo que basa su trabajo principalmente en retratos, tiende hacia un estilo gráfico directo y utiliza un sistema de iluminación propio desarrollado por la cámara en lugar de una extensa postproducción. Su obra ha aparecido en publicaciones como Telegraph, Independent On Sunday, Guardian Weekend y Big. Ha filmado y publicado un portafolio importante de líderes religiosos en el Reino Unido. Sus retratos de veteranos de la Primera Guerra Mundial (2004) y de Johnson Beharry (2007) forman parte de la colección de la National Portrait Gallery de Londres. 

Fotografía: Giles Price

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¿Habitamos una nueva Edad Media?

¿Habitamos una nueva Edad Media? Esa es la tesis de Joseba Gabilondo en Globalizaciones. La nueva Edad Media y el retorno de la diferencia, publicado recientemente por Siglo XXI. Lo que el escritor vasco propone no es la idea de una regresión a una época que habíamos superado definitivamente, sino una reconceptualización misma de lo que entendemos por modernidad. “Teniendo en cuenta que desde 1492 el imperialismo europeo ha conquistado y transformado todo el mundo, y que los imperialismos británico y estadounidense son el culmen de esa historia imperialista (XIX-XX), lo que los europeos llaman «modernidad» sería la verdadera Edad Media para el mundo no europeo, ya que la ocasión para librarse del yugo de ese imperialismo recién comienza ahora, concretamente a partir de 1989 o, mejor aún, después de 2008” [1989, por la caída del Muro de Berlín; 2008, por la (pen)última crisis financiera global]. Lo que hace Gabilondo, entonces, es desplazar algunas barreras nominales para desmitificar los cortes de la historia que la visión europea había trazado para su propio provecho. En el proceso, tensa una nueva forma de lucha geopolítica (de la que, por otra parte, son bien conscientes diversas corrientes políticas decoloniales desde hace décadas; y de la que algunos escritores europeos comienzan a hacer eco, finalmente).

Hasta qué punto tratamos con un debate conceptual se aclara un poco más adelante: el término «Edad Media», dice Gabilondo, “puede utilizarse como un concepto móvil, para desuniversalizar la historia europea-estadounidense, y subrayar el punto de vista geopolítico que dicho término siempre implica: ¿para quién es la Edad Media?”. Cuando decimos que se trata de un debate conceptual no queremos decir, en absoluto, que se trata de un debate menor: al contrario, sólo a través de ese proceso de pertinencia nominal podremos aspirar a cambiar la realidad. No porque la realidad se cambie mediante conceptos, sino porque sólo con un concepto bien trazado puede hacerse palanca con el mundo.

Gabilondo asegura en otra parte que las globalizaciones actuales han impulsado una “heterogeneidad no europea sin precedentes: hoy en día los bárbaros imperan en el escenario global, igual que lo hicieron en el inicio de la Edad Media europea”. Se trata de otro de los intentos de nombrar a todos aquellos relegados del reparto de poder (no sólo de bienes materiales sino de agencia simbólica) en el presente: es la multitud de Hardt y Negri; el cognitariado de Bifo; el 99% de algunos movimientos sociales, etc. Los bárbaros de Gabilondo deben arrostrarse ante un feudalismo y una oligarquía aristocrática de sangre que, al igual que en la Edad Media, erige una de las estructuras sociales más explotadoras y polarizadas de la historia. “También hoy nos encontramos en una especie de situación neofeudal, en la que una élite semi-aristocrática va día a día monopolizando más riqueza, aumentando por el mundo las plebes pobres y precarizadas de la Edad Media”.

A muy grandes rasgos, ese es el escenario que plantea el escritor vasco [para profundizar y matizar habrá que acudir, por supuesto, al libro]. A veces incluso da la impresión de que la equivalencia que propone es demasiado exacta: que hay elementos que desestabilizarían su esquema que no están siendo tomados en cuenta. Pero hay que reconocer que la tesis es provocativa (aunque no del todo nueva: el propio Gabilondo revisa los estudios de Alain Minc, Mike Davis, Andrew Elliott y Bruce Holsinger, por no mencionar los casos clásicos de gente como Umberto Eco y Jacques Le Goff) y, sobre todo, que nos ayuda a introducir nuestras problemáticas bien adentro de la historia; que nos alerta ante otro tipo de análisis políticos que hacen parecer que nos encontramos ante la excepción histórica venida de quién sabe dónde.

La nueva Edad Media

Imagen – ‘The Sum of All Evil’ (detalle; 2012-13), de Jake y Dinos Chapman

Aunque, por supuesto, después de encontrar el suelo común vendría bien detallar algunas divergencias: leer Globalizaciones, por ejemplo, en contraposición con otros trabajos contemporáneos como Leviatán climático, de Geoff Mann y Joel Wainwrigth, que sitúa esa dicotomía entre las élites y los bárbaros en el panorama de la emergencia climática (los autores sugieren que la crisis ecológica no es realmente una preocupación para las élites, quienes incluso la empujan al tiempo que ya planean zonas de atrincheramiento ante la llegada de los bárbaros). Leerlo, asimismo, contrastándolo con obras como Calibán y la bruja, de Silvia Federici quien, situada en el punto de quiebre entre el medioevo (europeo) y el surgimiento del capitalismo, muestra cómo las fuerzas en el poder, en este caso, patriarcales, pueden reorganizarse para operar con mayor profundidad contra los subalternos, en este caso, representado por el conocimiento desarrollado por las mujeres. Leerlo, en fin, en contraste con los trabajos del propio Bifo para entender cómo esa lógica medieval puede perpetuarse a través de las operaciones semióticas del mundo de las tecnologías de la comunicación. Etcétera. Se entiende, en resumen, que no basta con advertir las similitudes de una forma de organización del mundo, sino de rastrear sus particularidades; de otra forma se corre el riesgo de inmovilizar la historia (si a pesar de todos los sismos sociales de la historia: de las revoluciones burguesas, marxistas o feministas, seguimos en la Edad Media, ¿qué dice eso de las élites y qué de los bárbaros?).

Por otra parte y finalmente, sería interesante extender la pregunta por el neomedioevo a las prácticas estéticas. ¿De verdad la equivalencia entre épocas resistiría los torbellinos y arremolinamientos de las artes contemporáneas: del cine, de la música electrónica, de los formatos poliédricos de las artes visuales y la expansión de las escénicas? No me parece una cuestión menor (aunque sí materia de otro análisis, más extendido) ya que implica preguntar: si hay innumerables puntos de comparación entre los ordenamientos político-económicos (¿teológicos?) de ambas épocas, ¿qué papel juegan los signos artísticos en ese ordenamiento? Acaso ahí se encuentre una de las claves para solucionar la lucha entre aristócratas y bárbaros que propone Joseba Gabilondo –que, de paso, otorgue un horizonte de acción ante preguntas casi asfixiantes que realiza como: “¿Es el actual ascenso oligárquico el inicio de una nueva Edad Media prolongable en siglos?”. Cuando Gabilondo propone “una revolución bárbara cotidiana y múltiple: una revolución permanente de todas las diferencias bárbaras, una revolución heterogénea y diseminadora” (ese es, precisamente, lo que denomina el retorno de la diferencia), ¿toman los artistas el llamado y, si lo hacen, de qué formas imaginan esos procesos de diseminación? ¿Para articularlos en qué tipo de economía política? Y si somos los nuevos bárbaros, ¿qué tipo de preguntas y batallas y creaciones nos van a desmarcar y diferenciar a su vez de los profetas de lo igual?

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¿Habitamos una nueva Edad Media?

¿Habitamos una nueva Edad Media? Esa es la tesis de Joseba Gabilondo en Globalizaciones. La nueva Edad Media y el retorno de la diferencia, publicado recientemente por Siglo XXI. Lo que el escritor vasco propone no es la idea de una regresión a una época que habíamos superado definitivamente, sino una reconceptualización misma de lo que entendemos por modernidad. “Teniendo en cuenta que desde 1492 el imperialismo europeo ha conquistado y transformado todo el mundo, y que los imperialismos británico y estadounidense son el culmen de esa historia imperialista (XIX-XX), lo que los europeos llaman «modernidad» sería la verdadera Edad Media para el mundo no europeo, ya que la ocasión para librarse del yugo de ese imperialismo recién comienza ahora, concretamente a partir de 1989 o, mejor aún, después de 2008” [1989, por la caída del Muro de Berlín; 2008, por la (pen)última crisis financiera global]. Lo que hace Gabilondo, entonces, es desplazar algunas barreras nominales para desmitificar los cortes de la historia que la visión europea había trazado para su propio provecho. En el proceso, tensa una nueva forma de lucha geopolítica (de la que, por otra parte, son bien conscientes diversas corrientes políticas decoloniales desde hace décadas; y de la que algunos escritores europeos comienzan a hacer eco, finalmente).

Hasta qué punto tratamos con un debate conceptual se aclara un poco más adelante: el término «Edad Media», dice Gabilondo, “puede utilizarse como un concepto móvil, para desuniversalizar la historia europea-estadounidense, y subrayar el punto de vista geopolítico que dicho término siempre implica: ¿para quién es la Edad Media?”. Cuando decimos que se trata de un debate conceptual no queremos decir, en absoluto, que se trata de un debate menor: al contrario, sólo a través de ese proceso de pertinencia nominal podremos aspirar a cambiar la realidad. No porque la realidad se cambie mediante conceptos, sino porque sólo con un concepto bien trazado puede hacerse palanca con el mundo.

Gabilondo asegura en otra parte que las globalizaciones actuales han impulsado una “heterogeneidad no europea sin precedentes: hoy en día los bárbaros imperan en el escenario global, igual que lo hicieron en el inicio de la Edad Media europea”. Se trata de otro de los intentos de nombrar a todos aquellos relegados del reparto de poder (no sólo de bienes materiales sino de agencia simbólica) en el presente: es la multitud de Hardt y Negri; el cognitariado de Bifo; el 99% de algunos movimientos sociales, etc. Los bárbaros de Gabilondo deben arrostrarse ante un feudalismo y una oligarquía aristocrática de sangre que, al igual que en la Edad Media, erige una de las estructuras sociales más explotadoras y polarizadas de la historia. “También hoy nos encontramos en una especie de situación neofeudal, en la que una élite semi-aristocrática va día a día monopolizando más riqueza, aumentando por el mundo las plebes pobres y precarizadas de la Edad Media”.

A muy grandes rasgos, ese es el escenario que plantea el escritor vasco [para profundizar y matizar habrá que acudir, por supuesto, al libro]. A veces incluso da la impresión de que la equivalencia que propone es demasiado exacta: que hay elementos que desestabilizarían su esquema que no están siendo tomados en cuenta. Pero hay que reconocer que la tesis es provocativa (aunque no del todo nueva: el propio Gabilondo revisa los estudios de Alain Minc, Mike Davis, Andrew Elliott y Bruce Holsinger, por no mencionar los casos clásicos de gente como Umberto Eco y Jacques Le Goff) y, sobre todo, que nos ayuda a introducir nuestras problemáticas bien adentro de la historia; que nos alerta ante otro tipo de análisis políticos que hacen parecer que nos encontramos ante la excepción histórica venida de quién sabe dónde.

La nueva Edad Media

Imagen – ‘The Sum of All Evil’ (detalle; 2012-13), de Jake y Dinos Chapman

Aunque, por supuesto, después de encontrar el suelo común vendría bien detallar algunas divergencias: leer Globalizaciones, por ejemplo, en contraposición con otros trabajos contemporáneos como Leviatán climático, de Geoff Mann y Joel Wainwrigth, que sitúa esa dicotomía entre las élites y los bárbaros en el panorama de la emergencia climática (los autores sugieren que la crisis ecológica no es realmente una preocupación para las élites, quienes incluso la empujan al tiempo que ya planean zonas de atrincheramiento ante la llegada de los bárbaros). Leerlo, asimismo, contrastándolo con obras como Calibán y la bruja, de Silvia Federici quien, situada en el punto de quiebre entre el medioevo (europeo) y el surgimiento del capitalismo, muestra cómo las fuerzas en el poder, en este caso, patriarcales, pueden reorganizarse para operar con mayor profundidad contra los subalternos, en este caso, representado por el conocimiento desarrollado por las mujeres. Leerlo, en fin, en contraste con los trabajos del propio Bifo para entender cómo esa lógica medieval puede perpetuarse a través de las operaciones semióticas del mundo de las tecnologías de la comunicación. Etcétera. Se entiende, en resumen, que no basta con advertir las similitudes de una forma de organización del mundo, sino de rastrear sus particularidades; de otra forma se corre el riesgo de inmovilizar la historia (si a pesar de todos los sismos sociales de la historia: de las revoluciones burguesas, marxistas o feministas, seguimos en la Edad Media, ¿qué dice eso de las élites y qué de los bárbaros?).

Por otra parte y finalmente, sería interesante extender la pregunta por el neomedioevo a las prácticas estéticas. ¿De verdad la equivalencia entre épocas resistiría los torbellinos y arremolinamientos de las artes contemporáneas: del cine, de la música electrónica, de los formatos poliédricos de las artes visuales y la expansión de las escénicas? No me parece una cuestión menor (aunque sí materia de otro análisis, más extendido) ya que implica preguntar: si hay innumerables puntos de comparación entre los ordenamientos político-económicos (¿teológicos?) de ambas épocas, ¿qué papel juegan los signos artísticos en ese ordenamiento? Acaso ahí se encuentre una de las claves para solucionar la lucha entre aristócratas y bárbaros que propone Joseba Gabilondo –que, de paso, otorgue un horizonte de acción ante preguntas casi asfixiantes que realiza como: “¿Es el actual ascenso oligárquico el inicio de una nueva Edad Media prolongable en siglos?”. Cuando Gabilondo propone “una revolución bárbara cotidiana y múltiple: una revolución permanente de todas las diferencias bárbaras, una revolución heterogénea y diseminadora” (ese es, precisamente, lo que denomina el retorno de la diferencia), ¿toman los artistas el llamado y, si lo hacen, de qué formas imaginan esos procesos de diseminación? ¿Para articularlos en qué tipo de economía política? Y si somos los nuevos bárbaros, ¿qué tipo de preguntas y batallas y creaciones nos van a desmarcar y diferenciar a su vez de los profetas de lo igual?

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Christian Petzold en el Berlinale

El director alemán Christian Petzold estrena su nueva película Undine en el 70º Festival Internacional de Cine en Berlín, que opta al Oso de Oro. 

La película, inspirada en el mito griego, es un drama que retratará la vida de Undine (Paula Beer), una joven historiadora que trabaja como guía de un museo en la ciudad de Berlín. Después de que su compañero (Jacob Matschenz) la deja por otra mujer, es maldecida y obligada a matar al hombre que la traicionó. Sin embargo, Undine conoce a Christoph (Franz Rogowski) un buceador industrial del cual se enamora. Todo parece marchar bien hasta que la joven se da cuenta de que ella está huyendo de algo y comienza a sentirse traicionada. 

De acuerdo con algunas críticas, la película es buena pero no supera a sus predecesoras, por ejemplo, la página de crítica cinematográfica Indiewire admite que: “Undine decepcionará a los fanáticos porque reduce esos temas potentes a una historia de fantasmas romántica superficial que nunca llega a ser tan profunda como sus predecesoras. Sin embargo, Petzold sigue siendo un maestro en la captura de personajes frenéticos condenados por obsesiones oscuras, y aunque Undine es ciertamente un trabajo menor, aún muestra evidencia de la mano de un maestro.” Mientras que el portal The Criterion Collection menciona: “A primera vista, escena por escena, Undine nunca es menos que fascinante. Petzold escenifica y filma una escena tan simple como una pareja caminando por una ciudad o una secuencia tan complejamente coreografiada como la que eventualmente coloca a un hombre y una mujer uno al lado del otro, uno frente al otro, en el piso de un café mientras un acuario explota sobre ellos con una precisión impresionante.” 

Christian Petzold es un guionista y director alemán que ha impresionado a la crítica en la última década con sus proyectos cinematográficos, abarcando temas sensibles que representan gran parte de la lucha interna, y externa, que han sufrido Alemania y sus habitantes durante el último siglo. Entre sus proyectos más reconocidos está Phoenix (2014), Barbara (2012), En tránsito (2018) y Yella (2007).

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Christian Petzold en el Berlinale

El director alemán Christian Petzold estrena su nueva película Undine en el 70º Festival Internacional de Cine en Berlín, que opta al Oso de Oro. 

La película, inspirada en el mito griego, es un drama que retratará la vida de Undine (Paula Beer), una joven historiadora que trabaja como guía de un museo en la ciudad de Berlín. Después de que su compañero (Jacob Matschenz) la deja por otra mujer, es maldecida y obligada a matar al hombre que la traicionó. Sin embargo, Undine conoce a Christoph (Franz Rogowski) un buceador industrial del cual se enamora. Todo parece marchar bien hasta que la joven se da cuenta de que ella está huyendo de algo y comienza a sentirse traicionada. 

De acuerdo con algunas críticas, la película es buena pero no supera a sus predecesoras, por ejemplo, la página de crítica cinematográfica Indiewire admite que: “Undine decepcionará a los fanáticos porque reduce esos temas potentes a una historia de fantasmas romántica superficial que nunca llega a ser tan profunda como sus predecesoras. Sin embargo, Petzold sigue siendo un maestro en la captura de personajes frenéticos condenados por obsesiones oscuras, y aunque Undine es ciertamente un trabajo menor, aún muestra evidencia de la mano de un maestro.” Mientras que el portal The Criterion Collection menciona: “A primera vista, escena por escena, Undine nunca es menos que fascinante. Petzold escenifica y filma una escena tan simple como una pareja caminando por una ciudad o una secuencia tan complejamente coreografiada como la que eventualmente coloca a un hombre y una mujer uno al lado del otro, uno frente al otro, en el piso de un café mientras un acuario explota sobre ellos con una precisión impresionante.” 

Christian Petzold es un guionista y director alemán que ha impresionado a la crítica en la última década con sus proyectos cinematográficos, abarcando temas sensibles que representan gran parte de la lucha interna, y externa, que han sufrido Alemania y sus habitantes durante el último siglo. Entre sus proyectos más reconocidos está Phoenix (2014), Barbara (2012), En tránsito (2018) y Yella (2007).

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martes, 25 de febrero de 2020

FICUNAM, funciones especiales

En el marco de la décima edición del Festival Internacional de Cine de la UNAM (FICUNAM), que se realizará del 5 al 15 de marzo, el encuentro incorpora a su programación siete funciones especiales en distintas sedes con el ánimo de ampliar la comunidad creada en torno al cine. A continuación detallamos los filmes que se podrán ver.

 

La Edad de Oro (1930), de Luis Buñuel 

Este filme constituye el segundo manifiesto surrealista de Luis Buñuel, realizado en colaboración con Salvador Dalí. La Edad de Oro ahonda en el amor pasional de una pareja destinada a estar separada mientras enlaza imágenes metafóricas que cuestionan la moralidad humana y el orden social. 

Proyección: Viernes 6 de marzo a las 20:00 horas en la Explanada de la Viga del Centro Cultural Universitario. 

Vitalina Varela (2019), de Pedro Costa

Influenciado por el cine documental, el cineasta portugués Pedro Costa es una de las figuras principales del cine contemporáneo. En su última producción cuenta la desgarradora historia de Vitalina Varela, una mujer de 55 años originaria de Cabo Verde que emigra a Lisboa después del funeral de su marido. 

Proyección: Martes 10 de marzo a las 13:00 horas en la Sala Miguel Covarrubias del Centro Cultural Universitario. 

I Walked with a Zombie (Yo caminé con un zombie) (1943), de Jacques Tourneur 

Jacques Tourneur se consolidó como director de películas de terror en Hollywood. I Walked with a Zombie es una producción del mítico Val Lewton que, pese a  la escasez de medios, logró contar una historia sencilla de zombis y magia negra que caló en el público. 

Proyección: Martes 10 de marzo a las 20:00 horas en Las Islas de Ciudad Universitaria.


 

El tango del viudo y su espejo deformante (1967-2020), de Raúl Ruiz y Valeria Sarmiento 

Filmada por Raúl Ruiz, El tango del viudo y su espejo deformante es proyecto que estaba perdido entre otros trabajos sin terminar del chileno. Ahora sale a la luz el filme, reconstruido por su viuda, la cineasta chilena Valeria Sarmiento.

Proyección: Martes 10 de marzo a las 20:15 horas en la Sala Miguel Covarrubias del Centro Cultural Universitario.


Ema (2019), de Pablo Larraín

Ema, la nueva película del cineasta chileno Pablo Larraín, explora la vida cotidiana de una bailarina (Mariana Di Girolamo) que busca eximir su culpa después de dar a su hijo en adopción. La deconstrucción del modelo de familia tradicional es uno de los temas del filme, donde interviene Gabriel García Bernal. 

Estreno: Miércoles 11 de marzo a las 20:00 horas en Las Islas de Ciudad Universitaria. 

Vivos (2020), de Ai Weiwei 

Ai Weiwei realizó un documental sobre los 43 normalistas de Ayotzinapa centrándose en las familias de los desaparecidos. 

Estreno: Jueves 12 de marzo a las 19:30 horas en Las Islas de Ciudad Universitaria. 


Martin Eden (2019), de Pietro Marcello

Basada en la novela homónima escrita por Jack London en 1902, esta producción de Pietro Marcello fue galardonada en la Muestra de Cine de Venecia en la categoría de mejor actor (Luca Marinelli). Martin Eden es un drama de época sobre la historia de un joven marinero que aspira convertirse en escritor. 

Estreno: Sábado 14 de marzo a las 19:00 horas en el Monumento a la Revolución. 

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