“Admiro la libertad y la rebeldía inherentes a la contracultura”, dice Fernando Frías de la Parra, director de Ya no estoy aquí (2019), su segundo largometraje de ficción. El filme, ganador del premio de mejor película en el Festival Internacional de Cine de Morelia, sigue a Ulises, un adolescente forzado a emigrar a Estados Unidos. El filme de Frías de la Parra, que esta semana se estrena en Argentina, es un canto al crecimiento (y también un lamento) que ficcionaliza la extinta tribu urbana de los cholombianos, que se desarrolló a inicios de los años 2000 en barrios populares de la ciudad de Monterrey.
Ya no estoy aquí, que en México se podrá ver a través de Netflix, prolonga el interés de su creador por captar los sentimientos y la transformación de quienes migran, así como el enfrentamiento de culturas. En Rezeta (2012), ejemplo temprano de una tendencia saludable del cine mexicano del que surgen películas que concilian el entretenimiento con la mirada íntima, Frías de la Parra mostró las vicisitudes de una pareja conformada por una modelo albanesa y un chilango.
Aquí, el director comparte en exclusiva con los lectores de La Tempestad imágenes fotográficas y el making of en video del proceso de realización de Ya no estoy aquí, donde se aprecia el trabajo de dirección de arte, vestuario, locaciones, etc.; en suma, la interacción entre quienes hicieron la película.
Cholombianos en el mundo
Aficionados a la cumbia colombiana, vestidos con ropa de tallas extra que ellos mismos modificaban y luciendo largas patillas peinadas con exceso de gel, los cholombianos crearon un estilo extravagante y consolidaron el deseo de cualquier joven: ser único, diferenciarse a través de la moda y la música. Este fenómeno, arrasado por la expansión del narcotráfico en el norte del país (que promete en vano una vida mejor), ha sido motivo de libros y exposiciones. En 2013 la editorial Trilce publicó Cholombianos, libro que recoge imágenes captadas por la diseñadora británica Amanda Watkins; después, en 2016, el volumen dio pie a una muestra en el Museo de la Ciudad de México.
Frías de la Parra, que habita en Nueva York, investigó y pasó largo tiempo en Monterrey para conocer a las comunidades y poder filmar en sus espacios. Oponiéndose al uso de la cámara en mano, recurso del que se ha abusado en películas que echan mano de lo documental para contar historias desde la periferia, el director creó imágenes como nunca se han visto de Monterrey que, curiosamente, también es el escenario de otra película reciente, La paloma y el lobo (2019), de Carlos Lenin.
A través de una exhaustiva búsqueda, Frías de la Parra encontró a Juan Daniel García, conocido como Derek, que demuestra ser una verdadera fuerza como Ulises. En el filme el protagonista se desplaza a Jackson Heights, Queens, debido al contexto violento que lo sobrepasa. En su rostro y cuerpo, el director escribe la poesía que surge de la soledad y la nostalgia por el barrio, los amigos y la cumbia. El filme de Frías de la Parra es un coming of age que no disfraza la amargura de la adultez que, también, muestra las costuras del sueño americano.
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