martes, 11 de febrero de 2020

Cruz Lorenzo y la edición militante

Evitemos que nuestro futuro se nos escape de las manos –con ese título tan político como melancólico– representa todo lo que está bien respecto a la edición independiente en México. Parte de un importante (y no coordinado) trabajo de rescate reciente de figuras de la izquierda de los siglos XIX y XX –basta ver los trabajos de Tanalís Padilla sobre Rubén Jaramillo (Después de Zapata, Akal, 2015) o de Carlos Illades sobre Plotino Rhodakanaty (En los márgenes, FCE, 2019)–, el libro que edita Emiliana Cruz sobre su padre Tomás Cruz Lorenzo se distingue de aquellos por proponer un debate poliédrico a partir de siete textos del activista chatino. Evitemos que nuestro futuro… me parece, así, una especie de campo de batalla de las ideas, que implica una deconstrucción constante de movimientos, épocas y figuras, incluida la del propio Cruz Lorenzo. (¿En qué otro volumen puede leerse una crítica tan concisa a la figura que se homenajea como la que hace Isabel Cruz Baltazar a su esposo? «Así es con muchos hombres, andan ahí haciendo su activismo y no están para ver a sus hijos crecer, como tu padre», le cuenta en entrevista a Emiliana Cruz. «Él venía a visitarlos, pero no vivía con nosotros»). El libro funciona también como una especie de taller multiforme e intergeneracional donde “la nueva generación chatina” dialoga con Cruz Lorenzo y tensa sus ideas con el presente a través de temáticas que marcaron y al mismo tiempo desbordan su época: el feminismo, la migración o el extractivismo. Decía que Evitemos que nuestro futuro es tan político como melancólico no sólo porque sabemos el triste final de Cruz Lorenzo, asesinado en 1989 (al igual que Rubén Jaramillo, muerto en 1962, y tantos otros), sino porque su activismo parece enunciar un punto de partida del que no nos hemos movido demasiado: los asesinatos de Homero Gómez, Samir Flores o la hondureña Berta Cáceres (porque circunscribir estas problemáticas a territorio nacional es parte del problema que pretende desmontarse) nos confirman, a cada paso, que ese futuro, parafraseando a Benjamin, continúa yéndose, como el calor de las cosas.

Cruz Lorenzo llegando en avioneta a Cieneguilla, Oaxaca, 1973. Archivo de Tomás Cruz Lorenzo
Cruz Lorenzo llegando en avioneta a Cieneguilla, Oaxaca, 1973. Archivo de Tomás Cruz Lorenzo

Un tipo de activismo

Vale la pena reproducir los títulos de algunos de los textos de Tomás Cruz Lorenzo porque dan la pauta del tipo de pensamiento, y por lo tanto del tipo de activismo, del chatino: “De por qué las flores nunca se doblegan con el aguacero”, “Reflexiones en un amanecer cerca de mi comunidad” o “Cuando la mariguana nos trajo oro, terror y tal vez luz”. Lo que intento decir es que, aquí, escritura y ethos –modos de entender la política, el territorio y la vida– son indisociables (no es casualidad que los activistas indígenas sean casi siempre activistas por el medio ambiente: los elementos de su política se entrecruzan y tensan sin distinción jerárquica). Así lo confirman Norma Iris Santiago y Ariel Orlando Morales en el ensayo “Sobre la defensa del territorio chatino”: «Tomás Cruz Lorenzo no limitó su obra al activismo, también se dio tiempo para la lectura y la reflexión. Identificamos su pensamiento cuando propuso la conformación de una autonomía regional del pueblo chatino, con un órgano de representación y gobierno, que además de tener carácter consultivo tuviera incidencia en la política pública». Por tanto, concluyen, difundir su pensamiento es ya parte del proceso de consolidación de las autonomías intracomunitarias, «para poder responder a la presión generada por empresas o instituciones, camufladas en diferentes estrategias ‘políticas’ o ‘benefactoras’ que siguen asediando a las comunidades con la intención de despojarlas». La interrelación de los elementos, la red necesaria para solidificar una lucha, no puede ser más clara.

Tomás Cruz Lorenzo en asamblea en Juchatengo, Oaxaca, 1982. Archivo de Benjamín Maldonado
Tomás Cruz Lorenzo en asamblea en Juchatengo, Oaxaca, 1982. Archivo de Benjamín Maldonado

Compartición de ideas

Tal vez por ello no sea sorpresivo que el activista Cruz Lorenzo también fuera editor: El Medio Milenio, la revista que fundó en 1987 junto a un grupo de activistas y maestros, con los que a la postre editaría ocho números, «era el lugar de convergencia de muchas ideas y de exposición de muchos aprendizajes entre jóvenes indígenas y no indígenas con ganas de mirar lo real y lo imaginario con ojos atentos», afirma bellamente Benjamín Maldonado, miembro de su equipo editorial. «Compartíamos ideas, lecturas, noticias, esperanzas y reflexiones que iban fortaleciéndonos y formándonos (lo cual puede percibirse en sus páginas), acompañando diversos procesos sociales en el Istmo, la Costa, la Sierra». El Medio Milenio –nombre que buscaba sintetizar los quinientos años de la invasión europea y la fuerza liberadora de los movimientos milenaristas– fue un espacio donde Cruz Lorenzo pudo ensayar sus ideas autonomistas y anarquistas (salpicando referencias a los Flores Magón o a Kropotkin) pero, más allá de la reflexión personal –como se recoge en la carta editorial reproducida en Evitemos que nuestro futuro…­– El Medio Milenio tenía como objetivo «que los indios, a quienes muchos científicos sociales consideran solamente como seres capaces de ser sus informantes fueran ahora quienes sistematizaran su información y formaran estudios y conclusiones desde sus perspectivas e inquietudes». Objetivo de una potencia política mayúscula, máxime cuando ese proceso está asentándose ahora mismo a través de un duro y persistente trabajo de deconstrucción epistémica.

Portadas de El Medio Milenio, 1987-1992. Colección de Emiliana Cruz
Portadas de El Medio Milenio, 1987-1992. Colección de Emiliana Cruz

El espíritu de la edición

Este espíritu de edición militante describe también el propio trabajo de Emiliana Cruz, así como el de Sol Aréchiga y Nicolás Pradilla del Taller de Ediciones Económicas. Además de considerar la página como un campo de batalla, la edición militante reconoce que el trabajo políticamente comprometido, o de recursos económicos limitados, no está peleado con un sentido de la belleza; al contrario, en esta dinámica ética y estética corren de la mano (hay que ver, si no, las ediciones del TEE de libros de Claire Bishop o de Ariella Azoulay, o el volumen de Pradilla sobre la labor editorial de Felipe Ehrenberg, del que reprodujimos un fragmento en la edición 149 de La Tempestad). Ese espíritu, en fin, podría sintetizarse en una frase publicada en la editorial de El Medio Milenio, escrita tras el asesinato de Tomás Cruz Lorenzo, con la tinta fresca aún de rabia: «Nos quedan dos pesos y tres mil formas de combatir». Que ese combate, parafraseando a Fogwill –y siguiendo las numeraciones y multiplicaciones de lo emotivo y lo político, irremediablemente entrelazadas–, esté acompañado siempre de las diez mil flores del poema.   

La entrada Cruz Lorenzo y la edición militante se publicó primero en La Tempestad.



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